La torre de Los Alcázares: de antiguo palacio a lugar de defensa

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Descripción

La torre de los Alcázares: de antiguo palacio a lugar de defensa

La costa murciana, en la que estuvo comprendido el actual municipio de Los Alcázares, tuvo un marcado carácter fronterizo durante toda la Baja Edad Media y aún en la Edad Moderna, de forma parecida a otras muchas zonas del antiguo Reino de Murcia. En el caso del Mar Menor, su ribera formaba parte de la frontera marítima, que se extendía hasta el litoral cartagenero, al que seguía el lorquino, pues hasta 1572 no existió el término municipal de Mazarrón, hasta 1836 tampoco los de San Pedro del Pinatar, San Javier, Torre Pacheco y Águilas, ni el de La Unión hasta 1874. En el periodo bajomedieval persistió la amenaza de benimerines norteafricanos y nazaríes granadinos, la cual dio lugar a numerosos y peligrosos ataques y combates, algunos de los cuales son conocidos, como el de Campoamor en 1415 (Torres Fontes, 1976), y otros no. El relieve accidentado de la zona marmenorense facilitaba la ocultación de los barcos enemigos tras los abrigos que ofrecían la Isla Grosa u otros elementos geográficos, tales como algún cabezo (Calnegre y Pudrimel en la Manga del Mar Menor), pero también su naufragio en caso de no conocerse bien la zona (bajos de Cabo de Palos). La reconquista del Reino nazarí de Granada (1482-1492) dio lugar a la desaparición de la frontera granadina, a la expulsión de judíos y mudéjares (1492/1502), pero también al traslado del frente al Magreb, y a una nueva guerra en Berbería, origen de las conquistas de plazas norteafricanas: — — — —

Melilla (1497), Mazalquivir (1505), Orán (1509), Bugía y Trípoli (1510).

Estas expediciones militares apuntaron a la eliminación de este otro frente, el berberisco, que se había convertido en muy peligroso cuando los mudéjares del reino de Granada se sublevaron en 1499-1501.

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Este fue precisamente el contexto temporal de la construcción de la torre de los Alcázares, que tuvo lugar en 1498-1506, y cuya necesidad debió estar relacionada con la amenaza del corso magrebí (Torres Fontes, 1989-1990, 187). En septiembre de 1497 los Reyes Católicos emitieron una real provisión referente a las fortificaciones de la costa del Reino de Granada (Gámir, 1943), que afectó al litoral almeriense, próximo al de Lorca. Esta disposición sólo en apariencia contrastó con otra de 13 de diciembre de 1476 prohibiendo al Ayuntamiento de Lorca la construcción de alguna torre en su amplio término (Guerrero, 2005, 284), pues en realidad respondía a la dificultad del momento, como fue la Guerra del Marquesado, es decir, la lucha contra el marqués de Villena y otros nobles que apoyaban a Juana la Beltraneja (Ortuño, 2005). Pero las expediciones norteafricanas de Cisneros y Pedro Navarro (1509-1510) no tuvieron en realidad el efecto esperado, pues no acabaron con la conquista del Magreb. Por el contrario, parece que tuvieron una consecuencia no esperada, la formación de una regencia berberisca en Argel (1516), aliada del imperio turco, en plena segunda regencia de Cisneros, que hizo perdurar la guerra hasta 1791. A pesar de su larga duración, su intensidad no fue constante, pudiéndose destacar la virulencia de las décadas centrales del siglo XVI:

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• la guerra de Argel (1516-1546) contra los Barbarroja, que obtuvieron: — la toma de Argel (1516) y la derrota de Horuc Barbarroja en Tremecén (1518); — la sublevación de los moriscos valencianos en Espadán (1525); — la conquista del Peñón de Argel (1529), desalojando a los españoles; — la pérdida de One (1532) por contraofensiva española, — la incorporación y pérdida de Túnez (1534/1535); — los ataques a Gibraltar y Mazarrón (1539), entre muchos otros, y — la defensa de Argel contra el ataque de Carlos V (1541); • la guerra de Mahdia, contra Dragut, con las acciones de conquista de: — Trípoli (1551) y — Bugía (1555), entre las plazas norteafricanas españolas, ante turcos y argelinos; — la ocupación temporal de Ciudadela de Menorca por los berberiscos (1558), y — los ataques argelinos a Orán, Alumbres Nuevos y Cartagena (1558 y 1561). • la guerra o rebelión morisca de las Alpujarras (1568-1570) y • la batalla naval de Lepanto (1571). A estas últimas siguieron nuevos ataques argelinos, entre los cuales estuvieron los de Morato Arráez (Grandal, 1998): — Calblanque-Gorguel (1584), — Mazarrón (1585), — Portmán (1587) y torres de la Encañizada, Terreros (1588) y Portmán (1591). Estas acciones perduraron aún a principios del siglo XVII y se intensificaron durante la Guerra de los Treinta Años, en que España intervino contra Holanda, Francia e Inglaterra, manteniéndose la de Argel, con tal intensidad que se repitieron los ataques a:

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— la torre del Estacio (1637) y — las torres de Cabo de Palos y la Encañizada (1640).

— Las salinas de San Pedro del Pinatar, Cartagena y Mazarrón. — Las minas superficiales de alumbre y plomo de Cartagena y Mazarrón. — Los caladeros de pesquerías (almadrabas y encañizadas) del Mar Menor (las golas, en especial la mayor), Calnegre, Cabo de Palos, Escombreras, la Azohía, puerto de Mazarrón y Cabo Cope y Calabardina (costa de Lorca, hoy de Mazarrón y Águilas). En el caso del Mar Menor, desde finales del siglo XV se entabló un largo pleito entre Cartagena y Murcia por los derechos de propiedad y posesión sobre la llamada entonces Albufera de Cabo de Palos, en el que se jugaban importantes intereses económicos sobre la pesca y el abasto de pescado de Murcia (Torres Fontes: 1987; Lemeunier: 1987). — Las hierbas y tierras de las llanuras litorales, pues contaban con albuferas (el Almarjal de Cartagena) y con saladares que eran aptas para explotar la sosa o barrilla y los pastos. Los algibes de agua de los Alcázares daban servicio a los labradores, pastores y ganados de Hoya Morena, Roda, Torre Mochuela, Torre Pacheco, etc. Por lo tanto, en el litoral murciano se daba la confluencia de recursos económicos muy variados, pero que necesitaban de protección o defensa en una época de guerra. Así la torre de los Alcázares protegía los algibes y en un principio a los pescadores y trajineros presentes por sus inmediaciones; la de la Encañizada al arte de pesca del Mar Menor, la del Estacio a la almadraba pesquera situada junto a ella y la del Pinatar a las salinas de Patnía o del Pinatar. Y es que cada uno de estos recursos era objeto de una fiscalización, aunque distinta: las salinas del Pinatar pasaron de propiedad municipal a patrimonio de la corona en 1564; la encañizada se mantuvo como propio del Ayuntamiento de Murcia, que era cedido en

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A cada guerra, como se puede deducir de este esquema, acompañó o precedió una sublevación mudéjar o morisca en España. Así, a la rebelión mudéjar del reino de Granada (1500-1502) siguieron las conquistas de Mazalquivir (1505), Orán (1509), Bugía y Trípoli (1510). En el reino de Murcia la expedición de Mazalquivir dio lugar a una sobrecarga fiscal, que se manifestó en los padrones de ese año (Grandal, 2001). En estas dos últimas fases, tras la rebelión de las Alpujarras y la expulsión de los moriscos, se acusó especialmente el conocimiento que los granadinos y moriscos emigrados a Berbería tenían del litoral murciano (de aquí la conquista de Larache). Las llamadas marinas o litorales del Reino de Murcia fueron, como se puede deducir de lo expuesto hasta ahora, unas zonas extremadamente peligrosas, a causa de su estratégica y arriesgada posición, pero también contaban con atractivos recursos naturales y económicos. Las ensenadas de Cartagena, Mazarrón y Portmán, en concreto, constituían buenos fondeaderos para los barcos. Como recursos económicos pueden señalarse algunos tan diversos, tales como los siguientes:

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arrendamiento a particulares; los Alcázares eran también cedidos a un alcaide, a quien se le dotaba con una hacienda rústica a cambio de que mantuviera la torre y los algibes; y, por último, las tierras del campo eran repartidas a quienes las pidieran a cambio de una renta de censo o a terraje. Las medidas que se tomaron a lo largo del tiempo para dar seguridad al territorio tuvieron posiblemente mucho que ver con la protección de estos recursos económicos. Así, el adelantado Juan Chacón limpió la costa de barcos enemigos durante la guerra de reconquista de Granada (1480-1492) y al acabar esta contienda el Concejo de Murcia recibió numerosas peticiones de concesiones o mercedes de tierras en su campo litoral. La construcción de una nueva torre en Los Alcázares tuvo relación con esta protección del territorio y la necesidad de rentabilizar sus recursos, pues tuvo lugar en los años finales del siglo XV y primeros del XVI, entre 1492 y 1506, es decir, en la coyuntura propicia entre las capitulaciones granadinas y las conquistas de Mazalquivir y Orán, en que hubo algunos ataques berberiscos y se iniciaron algunas obras de fortificación costera en Águilas y Mazarrón. Su construcción estuvo vinculada a la protección del Mar Menor (llamado la Albufera), que el Ayuntamiento de Murcia acensó a Sancho de Arróniz (1483) y, por lo tanto, a la protección de la pesca y de los algibes del entorno. Esta fortificación fue de propiedad municipal, como la de La Encañizada, a diferencia de la del Estacio, y ambas estuvieron dirigidas a proteger recursos económicos, como la pesca de la Albufera (los Alcázares) y la del propio de la Encañizada, que tanto a finales del XVI como en 1683-1700 fue el más importante de la hacienda municipal (Muñoz Rodríguez, 2002). Con el tiempo otros recursos económicos fueron puestos en explotación gracias a la fortificación de esta costa, como los pastos repartidos a ganaderos, en lotes llamados millares (Los Alcázares, Torre Mochuela, Hoya Morena), o las tierras de labor o labores, de aprovechamiento agropecuario, cuya puesta en rentabilidad no se difundió plenamente hasta que se pobló más densamente el campo, ya en el XVII. Hay que tener muy en cuenta que la puesta en explotación económica, que se constata ya desde finales del siglo XV y sobre todo a lo largo del XVI, no dio lugar a una repoblación permanente hasta finales del siglo siguiente, el XVII. De hecho el desmoronamiento de la torre de los Alcázares simboliza este proceso: la definitiva repoblación exigió la utilización de su piedra para la construcción de viviendas. A este retardo de la plena repoblación del entorno marmenorense contribuyó sobre todo la larga guerra con las regencias berberiscas (1516-1791), que obligó a la fortificación de las costas murcianas mediante nuevas torres, que llamamos defensivas, aunque eran mas bien torres vigías, de vigilancia hacia el exterior y de aviso hacia el interior, pues mediante señales que se recibían en atalayas y otras torres se daba aviso a las ciudades (Cartagena, Lorca y Murcia) para que levantaran y enviaran las milicias locales con el fin de defender el territorio del Reino (Muñoz: 2004). A lo largo de la Edad Moderna no hubo una continuidad en la fortificación del litoral, sino periodos de proyectos, otros de construcciones y aún otros de pérdidas. Así, si en el reinado de Carlos I (1516-1555) hubo ya proyectos, como el aplicado en el Reino de Valencia, los planes, iniciados en el reinado del emperador, aumentaron y tuvieron alguna efectividad en los de Felipe II (1555-1598) y Felipe III (1598-1621): sobre todo el de Antonelli en el Reino de Murcia (1570) (Thompson, 1981, 26-34).

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Por contraste, en el reinado de Felipe IV (1621-1665) hubo grandes deterioros en las torres, y en el de Carlos II (1665-1700) y Felipe V (1700-1746) se hicieron nuevos proyectos, que aún prosiguieron con los siguientes borbones. Para una etapa como la de finales del XVII, en la que se considera que se estaba afianzando la repoblación, constan algunas capturas de barcos berberiscos en la zona del Mar Menor, como la de una nave corsaria junto a la torre del Estacio en 1697, por los moradores del Pinatar y la Calavera. Hay otras conocidas también, pero como se puede colegir, no hubo operaciones de guerra mayores, salvo que las desconozcamos. EL SIGLO XVI

Si a finales del siglo XV Juan Chacón, como adelantado mayor del Reino de Murcia que era, tras la muerte de su suegro Pedro Fajardo Quesada, daba seguridad al litoral con sus actuaciones de limpieza de depredadores, no hacía más que cumplir su deber como tal adelantado, que le constituía en capitán mayor, es decir, en jefe militar. Esta autoridad tenía grandes implicaciones en la defensa del reino, que se materializaban en las tenencias de las principales fortalezas del territorio. En estos años del reinado de los Reyes Católicos se proyectaron obras de fortificación costeras en Águilas (1501/1514) y Mazarrón (1501), y durante el de Carlos V en Águilas (1529) y Cope (1530-1531/1534). Con Felipe II sí se hicieron algunas construcciones de torres en Fuente Álamo de Murcia (1562-1563) y Mazarrón (1564), y más tarde (1575) Felipe II concedió a Pedro Fajardo, III marqués de los Vélez, adelantado mayor del reino de Murcia, los oficios de alcaide de la fortaleza de Lorca y la tenencia de los alcázares de la ciudad de Murcia, por razón del fallecimiento de don Luis Fajardo, su antecesor en el título (AMM, serie 4, libro 807, cartulario real de 1575-1576, fs. 1r-5r). Se trataba, en este segundo caso, no de la torre de los Alcázares, sino de antiguas construcciones defensivas de la ciudad de Murcia, ya dedicadas a otros usos: el alcázar Nasir y el alcázar Seguir. No obstante que estas fortificaciones de tierra adentro, como las de Lorca y Murcia ciudad, habían vuelto a tener importancia con la segunda guerra de Granada, es decir, con la rebelión de los moriscos de las Alpujarras granadina y almeriense (1568-1570), la línea fronteriza se desplazó entre finales del siglo XV (finalizada la conquista del reino de Granada) y principios del XVI (instaurada una regencia berberisca en Argel aliada al sultán turco) al litoral del reino, formado por los límites marítimos de las ciudades de Murcia, Cartagena y Lorca (Mazarrón desde 1572). Al poco tiempo de tomar posesión el nuevo marqués don Pedro Fajardo de estas fortalezas (1575) se planteó una ampliación de las torres costeras, que se ejecutó a lo largo de los años 1580-1602, al dotarla con una financiación adecuada, la de los arbitrios sobre el pescado y el ganado trashumante. La torre de los Alcázares pertenecía a una época anterior, pues había sido propuesta para su construcción en 1451 por el obispo de Cartagena don Diego de Comontes, como también un cortijo, pero no se hizo sino en 1498-1506, posteriormente a la concesión de los Alcázares y el Mar Menor por el Concejo de Murcia a Sancho de Arróniz, en 1483. La continuidad de los arrendamientos de ambos bienes de propios a finales del siglo XV y principios del XVI obligó a refortificar el recinto, sobre todo con el fin de proteger los 11

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algibes de los Alcázares y a los pastores y ganados que se acercaban (Torres Fontes, 1987, 115-117; 1989-1990, 187). Es posible que a mediados del siglo XVI perdiera ya parte de su valor defensivo, a causa de la construcción de la torre de la Encañizada, que se situó en posición más avanzada. En los años 1560 y siguientes el Ayuntamiento de Murcia nombraba un alcaide de la torre (Juan de Gea en 1560, 1564 y 1568; Salvador Padilla en 1563), que fue obligado a mantener torre y algibes bien reparados. A veces se comisionaba a un regidor o un jurado para que fuera con gente armada a la torre y prendieran a los pescadores de Cartagena que estuviesen en el término municipal de Murcia (1564): el famoso episodio de Galán o Ganán. Era esta medida un medio de proteger la rentabilidad del propio municipal pesquero. Por otra parte, de la revalorización agropecuaria de la zona fue bien indicativa la concesión de tierras en ella al alcaide Antón Calvo, en 1593 (10-4-1593), o al regidor Guillén de Roda y al Convento de la Trinidad en 1594 (23-4-1594). La torre de la Encañizada, cuya construcción ha sido situada a partir de 1526 (Jiménez, 1984, 80), en el periodo final del siglo XV o comienzos del XVI (Rubio, 2000, 71), o en 1574 (Chacón, 1979, 1980, 257-258), en el que también se construyeron las de Águilas, Cope y Mazarrón, fue obrada en realidad (la torre de la Encañizada) por Juan Rodríguez, obrero mayor del Obispado de Cartagena, entre 1560 y 1563 (AMM, legajo 3872), finalizándose las cuentas en 1564 (Jiménez, 1984, 81). Se trata de un arquitecto conocido, pues realizó obras de fortificación en Cartagena en 1570. Esta construcción de la torre de la Encañizada tuvo lugar en torno a los graves episodios de los desembarcos argelinos en Escombreras y las Algamecas para atacar Alumbres Nuevos y Cartagena (1558 y 1561) y al enfrentamiento entre pescadores de Cartagena y Murcia en Ganán (1563) (Montojo, 1993, 217). Luis Fajardo, II marqués de los Vélez, custodió y socorrió el litoral de Cartagena y Mazarrón en estos años, rechazando el desembarco argelino realizado en las Algamecas, en 1561, del que salió herido (Cascales), y que tuvo una gran incidencia en la evolución de la defensa de Cartagena, aparte de que diera lugar a un voto de su Ayuntamiento (Montojo, 1987, 72). Sebastián de Zufre hizo un informe sobre las defensas para el Consejo de Guerra en 1562 (Rubio, 2000, 36). La importancia de la zona murciana fue aumentando a medida que su Concejo arrendó los Alcázares y la Encañizada, de forma continuada a partir de principios del siglo XVI: hacia 1522 a Alonso Pacheco de Arróniz, en 1574 a Isidoro Almela, o en 1578 a Diego de Auñón (Jiménez: 1984, 53, 67-69). Por estos años (1573) se construyó en el litoral de Lorca la torre de Cope que, como la de La Encañizada, se dirigió a proteger la pesquería y no para unirla a la línea de torres granadina, a la de Montroy (Guerrero, 2005, 332). El 26 de junio de 1582 el Ayuntamiento de Murcia acordó encargar al regidor Luis Riquelme de hacer arreglar la torre de los Alcázares, financiándolo con la renta de la Encañizada, con intervención del mayordomo, que debía pagarle los gastos de acuerdo con los libramientos del regidor (AMM, legajo 2381, n. 9). Aunque en el testimonio del escribano Juan García de Medina se anotó muy posteriormente que se trataba de la obra de la torre de la cárcel, no pudo ser así, sino que se trataba realmente de la torre de los Alcázares. Jerónimo Hurtado señaló en su Descripción de Cartagena, datada en 1584 (Rubio, 2000, 100) que «a esta otra orilla de la Albufera, hacia Cartagena, hacia poniente, hay otro cabezo, que llaman Cabezo Gordo, y junto a él, a la legua del agua de la Albufera y

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en paraje allá frente de la torre dicha de la Cañizada y Gola Mayor, hay una casa antigua, fuerte para lanza y escudo, que los del pueblo llaman Casas de los Alcázares». En 1582 los moros (Gazia) asaltaron la torre de Cope (Guerrero, 2005, 337). La reparación de la torre de Los Alcázares quizá se pueda relacionar con otras obras defensivas que se realizaban desde 1580 y que tuvieron su culminación en la construcción de las torres de Cabo de Palos y La Azohía, en el término municipal de Cartagena, tras la consignación de dinero mediante los arbitrios aplicados al sostenimiento de las torres (un cuartillo sobre cada arroba de pescado y 4 maravedís por cabeza de ganado extremeño o trashumante), decidida en 1578. Para entonces se aplicaba una reducción a 26 de las 36 torres proyectadas en el plan del ingeniero militar Juan Bautista Antonelli (1570) (Rubio, 2000, 30), de las que resultaron efectivas 7: las de Águilas (1578-1579), Los Terreros (1578-1579), La Azohía (1579-1580), Cabo de Palos (1580-1581), El Estacio (1591-1601), Portmán (1591-1592/1596-1597) y el Pinatar (1602) (Jiménez de Gregorio, 1984, 36-39; Guerrero, 2005, 329-331). La reparación de 1582 en la torre de los Alcázares se sitúa, por lo tanto, en la estela de las medidas tomadas a partir de la ejecución del plan Antonelli (1570) desde 1578, cuyas primeras medidas fueron la financiación (1578-1579) y las construcciones en Águilas y los Terreros, en la costa lorquina, y la Azohía y Cabo de Palos en la de Cartagena entre 1580 y 1582, que se sumaron a las existentes desde mucho antes de los Alcázares y la Encañizada, del Concejo de Murcia, y a las que se añadieron las construidas a finales del XVI y principios del XVII en El Estacio, Portmán y El Pinatar. Quedó así constituido un conjunto que llamamos defensivo, pero que servía fundamentalmente para alertar mediante ahumadas y luminarias de la presencia de grupos peligrosos de naves corsarias o enemigas, sin apenas posibilidad de contener las aproximaciones ni los desembarcos (Muñoz Clares, 2002, 168-169; Guerrero, 2005, 294-296). No puede ser más clara la declaración de Rodrigo Yáñez de Ovalle, alcalde mayor de Lorca y teniente de adelantado mayor: «como en las torres no hay bastante fuerza para ofender a los enemigos que saltan en tierra, ni les es permitido dejarla para dar aviso, sólo sirven de correspondencia de otras y de los lugares comarcanos» (AGS, GA, legajo 286, n. 225, 28-4-1590). Para mayor desgracia, los ataques argelinos de finales del siglo XVI y de mediados del XVII (Ruiz Ibáñez, 1995; 1997) castigaron duramente este grupo de torres, lo que obligó a sucesivas reconstrucciones o reparaciones, que no le dieron una mayor eficacia a finales del mismo siglo XVII (Muñoz Rodríguez, 2003, 145-149). Si las torres reales servían para que sus guarniciones, formadas por alcaide, sargento o cabo y 2 o 3 soldados, avisaran de la presencia de moros en la costa y se refugiaran en ellas en caso de ataque o desembarco, una función parecida a esta última desempeñaban las torres municipales de Murcia en su costa para pescadores y labradores de la zona, y las de particulares, entre las que destacaban las de los regidores o concejales de los ayuntamientos de Cartagena y Murcia, como la del Negro, de los Giner de Cartagena, de 1585; la del Rame, primero de los Bienvengud Rosique y de Lizana de Cartagena y después de los Fontes de Murcia, casi coetánea a la anterior; o la de Oviedo, primero de los Toya Monserrate en 1678 y después de los Oviedo de Cartagena (Montojo, 1986). Todo lo cual indica que las torres reales no se construyeron en Cartagena hasta la década de 1580, pues no hubo una torre anterior en Cabo de Palos en razón de un do-

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cumento de 1564 (Rubio, 2000, 91), puesto que la fecha de dicho documento habría que retrotraerla a 1664 tal como se deduce de la lectura de su propio texto y notas y de que la destrucción fue en el siglo XVII. Otra cosa diferente es el hecho de que hubiera proyectos anteriores, como las peticiones de fortificación por el Concejo de Murcia (1526) (Jiménez, 1984, 77), y de los moradores de Mazarrón de construir 4 torres en sus costas: Punta o puerto de Mazarrón, Piedramala, Palazuelos y Calnegre (1538) (AGS, GA, legajo 12, folio 176: «Probanza hecha ante la Justicia de la muy noble ciudad de Murcia por cédula de Su Majestad de pedimento de los vecinos de las Casas de los Alumbres del Almazarrón sobre ciertas torres que piden que se hagan en la costa», 1538-1539). También pienso que es válida la afirmación de una situación de indefinición entre torres de la costa y torres postlitorales para la primera mitad del siglo XVI, pues en dicha época no había más torres que la del Concejo de Murcia (Los Alcázares) en su término municipal, y las de particulares en Cartagena, periodo para el que se cuenta con las algunas actas capitulares del Concejo de Cartagena de los años 1501-1517 y continuadas durante 1526-1542 y 1549-1551. Por otra parte, cabe relacionar la evolución de las torres vigías de la costa del Reino de Murcia con la coyuntura bélica de cada etapa: así los proyectos de Sebastián de Zufre (1562) y Juan Bautista Antonelli (1562/1570), con los desembarcos argelinos en Alumbres Nuevos (1558) y las Algamecas y amenaza sobre Cartagena (1561) y la rebelión de los moriscos alpujarreños del Reino de Granada (1568-1570). Algo diferente fue la situación entre 1578 y 1598, en que Felipe II condujo a España a numerosas guerras, pues a la intensificación de la sublevación de Holanda (1566-1609), siguieron las guerras de conquista de Portugal y defensa de las islas Terceras (1580-1583); las de Inglaterra (1585-1604), con operaciones tan importantes como la Invencible (1588) y los ataques ingleses a La Coruña, Lisboa (1589) y Cádiz (1587, 1596), y Francia (15931598), con actuaciones básicamente en suelo francés, salvo la incursión bearnesa en el valle de Tena (1593). Se consiguieron treguas con Turquía (1578-1580 en adelante), pero los argelinos redoblaron sus ataques, aprovechando la ofensiva inglesa: Mazarrón (1585), Cartagena (1587), etc. Pues bien, uno de estos ataque se dirigió precisamente contra la torre de la Encañizada, que tuvo entre febrero y mayo de 1588 una guarnición, formada por Francisco Pedriñán, sargento y alcaide, con sueldo de 10 ducados mensuales, y 3 soldados (Martín Vizcaino, Diego Díaz y Gaspar González, estos 2 últimos de Cartagena y Elche), pagados con 4 ducados mensuales procedentes del propio, que recibieron 4 mosquetes, 4 aimas, 4 rodelas, 1 arroba de pólvora, 2 arrobas de plomo o balas, y 8 o 10 libras de cuerda (AMM, legajo 2718, expediente último, de 1588). En dicho periodo, hacia el 19 de febrero, los berberiscos tomaron la torre, aprovechando la ausencia de la guarnición (Jiménez, 1984, 79). Esta situación diplomática y fronteriza obligó, como reacción a la ofensiva argelina e inglesa, a un nuevo replanteamiento de la defensa del Reino: el Consejo de Guerra, rector de la política ejecutiva militar, a través de Andrés de Prada, secretario de Tierra, pues la única secretaría del consejo se había desdoblado en Mar y Tierra (1585), consultó al corregidor (Diego Argote y Aguayo), concejos de Cartagena, Lorca, Mazarrón y Murcia y a excorregidores, como Jorge Manrique de Lara y Pedro Zapata de Cárdenas (1589-1590), sobre los medios a utilizar. Se formularon los siguientes:

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las torres (avanzar en su aumento), las cuadrillas o grupos de soldados y atajadores, las cofradías armadas, las milicias.

Zapata aconsejó que se ubicara una cuadrilla «en la torre de los Alcázares, término de Murcia, a la parte de levante, porque es capaz, con un reducto que tiene para alojarse allí la gente, desde luego hasta que se les acomode otra mejor estancia». Por lo tanto, la torre de los Alcázares le parecía más apta que la de la Encañizada para una segunda cuadrilla (las otras tres se situarían en Cartagena, Mazarrón y Cabo Cope), quizá por estar más accesible que la de la Encañizada, pero excluyendo la posibilidad de que esta ubicación tuviera continuidad, posiblemente porque ya estaba previsto que fuera trasladada a la torre del Estacio cuando se construyera. En efecto, como fruto de este debate, se acometió la construcción de las torres del Estacio y el Pinatar, que tuvieron una gran importancia para la protección del Mar Menor y se hizo en 12 años (1592-1603), en que a la guerra de Argel se sumaron las de Holanda, Inglaterra y Francia, y las dificultades fiscales y económicas: entre las primeras la fuerte elevación de las alcabalas (1575), que ya había subido un 14% en 1564, y la introducción del servicio de millones (1590-1602), y entre las segundas las bancarrotas de 1575 y 1599 y los efectos de la epidemia atlántica de 1599-1600 y de las guerras. El recrudecimiento de la guerra berberisca a partir de 1574 (restauración de la regencia berberisca de Túnez, ofensiva de Morato Arráez desde Argel) obligó a una actitud más beligerante, que se manifestó en el proyecto de formación de cofradías de caballeros, que se comprometerían a luchar con armas y caballo, que fracasó, el alistamiento de armas de la población y la búsqueda de financiación para nuevas torres. Esto último, la financiación, era vital para la prosecución de las construcciones defensivas y el medio al que se recurrió fue el de los arbitrios ya mencionados sobre el pescado y el ganado trashumante, cuya administración fue confiada a delegados del adelantado mayor del reino: el visitador de las torres y el contador y pagador. Pero los concejos habían de intervenir en la recaudación y además estaban interesados en controlarla, pues Cartagena quiso que se destinase a las torres de su territorio y no a las de Murcia. Algún excorregidor, como Manrique de Lara pretendió que se dejara de recaudar el arbitrio del pescado, pues los pescadores de Cartagena se quejaban de que siempre eran ellos los más perjudicados por las nuevas imposiciones, y se instaurara uno nuevo sobre la barrilla que se exportaba por Cartagena, que había adquirido gran importancia, pero no se llegó a hacer tal cambio, aunque la barrilla sí fue gravada temporalmente por el nuevo servicio de millones, antes de que éste recayera en forma de sisa sobre las cuatro especies (aceite, carne, vino y vinagre). Lógicamente, los comerciantes de Cartagena, algunos de los cuales eran regidores del ayuntamiento (Tomás Digueri, Julián Junge, Pedro Francisco Panesi), hicieron todo lo posible para evitar la imposición sobre la barrilla. Otros pidieron que se gravara la rubia, otro producto tintóreo comercial (Guerrero, 2005, 301). Por otra parte, también Manrique de Lara propuso que en la administración de los arbitrios para la financiación de las torres intervinieran los oficiales reales de la Proveeduría de Armadas y Fronteras de Cartagena, a lo que el Ayuntamiento de Cartagena era contra-

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rio, por razón de su enfrentamiento con el proveedor Miguel de Oviedo. Como se puede deducir, la fortificación del litoral se convirtió en toda una cuestión de debate, que hasta ahora ha sido poco valorada. Si tenemos en cuenta, que con ella se mezcló la pretensión real de mayores exigencias fiscales (servicio de millones) y también de servicios militares (milicias permanentes o compañías provinciales), advertiremos su importancia, y aún más algunos de los resultados a que dio lugar: la formación de padrones de hidalgos, pues los poderosos, como habían hecho en 1591 con respecto a la elevación del servicio ordinario de cortes, se negaron a contribuir. De la construcción de las torres de Portmán y del Estacio, en la última década del XVI, se esperaba un gran beneficio, y el hecho es que, a pesar de su fragilidad, o de la del conjunto del sistema defensivo, se puede deducir que las torres de la costa murciana tuvieron un efecto benéfico, la protección de recursos económicos circundantes (pesquerías, pozos, salinas, tierras de labor), aunque limitado, pues en la práctica la funcionalidad de las torres quedó casi circunscrita al envío de avisos a las torres próximas y, sobre todo teniendo en cuenta que su dotación humana fue muy escasa y que la falta de población exigía el recurso a las milicias parroquiales de Murcia. No obstante, la prosperidad de las almadrabas hizo que el rey planteara incorporarlas a su patrimonio, en 1597 (Ruiz Ibáñez, 1995, 77), y también creció la producción agrícola. II.

EL SIGLO XVII

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Los ataques de Morato Arráez y Simón Danzer. Las visitas de las torres

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Al iniciarse el siglo XVII la costa murciana era especialmente favorecida por la finalización de la torre del Estacio, construida por Pedro Milanés, y la construcción de la del Pinatar, por Bartolomé Cacholo (1602) (Jiménez, 1984, 85-88 y 107-109), que se unieron a las de Cabo de Palos, Portmán y la Horadada, mientras que fracasaron los proyectos de construir otras torres en el litoral cartagenero, como las de Calnegre (1601) (Martínez Rizo, 1894, 13) y las Algamecas (Casal: 1932). En 1614, se hizo una probanza, a petición del concejo de Murcia, sobre los beneficios de las concesiones de tierras que había hecho, favorecidas por la seguridad que daban las nuevas torres construidas. El primer testigo, Miguel Martínez, labrador, declaró que «todos los labradores, ganaderos, carboneros y otras gentes que andaban y trataban en el dicho campo, particularmente en lo que son las mercedes nuevas, que dicen estaban en conocido peligro de ser cautivados de los moros, por estar las dichas heredades muy cerca de la marina, donde los moros saltaban en tierra y corrían este campo y se llevaban los pastores, labradores y carboneros, como es notorio, y hoy hicieran lo mismo si no se hubieran edificado y levantado las torres del Estacio, Cañizada y Horadada, que se han fabricado de dicho año de 1577 a esta parte, con tan buen acuerdo que ha sido el total remedio de esta tierra y poderse panificar, como se labra y panifica hasta la legua del agua, cosa que jamás se creyó, porque los moros continuaban tanto esta costa que si algunos hombres hacían carbón hacia la marina, se soterraban de noche en hoyos que tenían hechos, cubiertos de atochas y aún no estaban seguros».

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Otros testigos, como Pedro Lainez y Bartolomé de Alcaraz, moradores en el campo, fundamentaban el cambio con el relato de incursiones hacia 1576 y en 1585: «por la parte que llaman la Horadada y vinieron a la Cañada Redonda, que era del beneficiado Pinelo, y se llevaron a Agustín Fernández, su labrador y a otros que estaban en la dicha heredad, que entonces se comenzó a labrar». «En esta costa de mar y término de la dicha ciudad de Murcia no sólo no se podían labrar las heredades que se han labrado y cultivado después que se edificaron las dichas torres que están cerca de la marina, pero ni en las apartadas, porque eran tan señores los moros de este campo como de su misma tierra, y el año de ochenta y cinco este testigo y Juan García Lozano y Fernando Ballester fueron a sacar unos novillos de la vacada de Antonio Gil, que estaba en el pozico de la Calavera, donde tienen su heredad los herederos de Antonio de Lisón, regidor, y queriendo cenar vino un zagal y les dijo cómo a su padre y a un hermano se los llevaban los moros, y apenas hubieron escapado del hato y dejado la cena cuando vinieron diez y ocho turcos y les quemaron todo el hato y se comieron la cena, y otro día de mañana vieron cómo se habían llevado los pastores que había dicho el zagal y les habían muerto muchas cabezas de ganado y se las llevaron, y así después que se edificaron las dichas torres se han asegurado los vecinos, de manera que labran hasta la lengua del agua» (AMM, leg. 4025). Las torres dieron seguridad al territorio, por lo menos durante el primer tercio del XVII, por lo que aumentaron las peticiones de concesiones de tierras al concejo, de las que se beneficiaron más algunos regidores y eclesiásticos murcianos y cartageneros, que eran capaces de poner en explotación tierras montuosas, costosas de rentabilizar, y que exigían mucha mano de obra. Ellos mismos formaron haciendas con casas torres que las resguardaban, y eran los primeros interesados en que se realizaran visitas de inspección de las torres concejiles y reales para su conservación y utilidad. Así la torre de los Alcázares fue objeto de visitas de inspección municipales, también la de la Encañizada, en 1632, por el regidor Antonio de la Peraleja (AHPM, Prot. 13186, f.18), y 1682, y excepcionalmente fue incluida en las visitas giradas a las torres reales, como la de 27-11-1619 (AGS, GA, 861), pudiendo indicar esto último que tenían una importancia superior a la de las torres de particulares, lo cual en parte se explica por los propios o recursos económicos que procuraban dichas torres a la ciudad (pesca, tierras laborables, millares o ejidos pecuarios y agua para carboneros, labradores, pastores y ganados). Por lo tanto, a pesar de los ataques berberiscos, las sucesivas construcciones defensivas procuraron una incierta seguridad al territorio marmenorense, que permitió la explotación de los recursos pesqueros (la encañizada, la almadraba del Estacio), ganaderos (pastos repartidos a ganaderos trashumantes y vecinos de Murcia y Cartagena) y agrícolas (heredades de Antón Calvo, Fernando de Albornoz, Pablo de Roda, Juan Bienvengud de Lizana, Pedro Ferrer, Juan Fernández, Pedro Espada, Francisco Zapata o Matías Oliver, citadas en la visita de 1632). En esta visita de 1632, el interés de la torre de los Alcázares parece ya más económico que propiamente defensivo. No obstante, la eficacia de estas torres fue relativa, hasta el punto de que sufrieron nuevos ataques, a mediados del siglo XVII (la del Estacio en 1637 y la de la Encañizada en 1640). En el caso de esta última y la de los Alcázares, hubo que hacer reparaciones en 1626 y 1640, en esta última fecha sólo en la primera (Jiménez, 1984, 110-112).

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Por otra parte, el siglo XVII estuvo marcado por catástrofes humanas, tales como epidemias de peste (1648 y 1678) y riadas, como la de San Calixto (1651), así como las dificultades derivadas de frecuentes periodos de guerra, ya permanente con las regencias berberiscas, casi permanente con Francia (1635-1659) o temporales con Holanda (16001609/1621-1648) e Inglaterra (1625-1630/1655-1660). A esta coyuntura bélica de inicios de la segunda mitad de la centuria corresponde el informe del corregidor Sebastián Infante (1657), según el cual estaban inservibles las torres del Estacio y del Pinatar, recuperable la primera y ruinosa la segunda. Quizá a su emisión siguieran las gestiones que se hicieron para obtener recursos económicos con que pagar las reparaciones. Nuevos estallidos de guerras, como la de Holanda con Francia, obligaron a hacer proyectos de obras de reconstrucción de algunas torres, por razón de la urgencia de la defensa. En 1674, Juan González Salamanqués, gobernador de armas de Cartagena, declaraba que «con las noticias que su Señoría tiene de la hostilidad que los enemigos de esta real corona, que quieren intentar en estos campos, y hallándose parte de la costa indefensa por la parte de Cabo de Palos, donde hay muchos caseríos de los vecinos de esta ciudad, y particularmente el Santuario del Real Convento de San Ginés de la Jara, que está muy cercano de dicho Cabo de Palos, en cuyo sitio había una torre guarnecida de infantería y artillería que volaron los moros y saquearon en tiempos pasados». De esta escritura se deduce que el Campo de Cartagena estaba desprotegido por esa parte, pues no se había reconstruido la torre de Cabo de Palos, a pesar de que sí había población instalada en la zona. Consta fehacientemente que se hicieron nuevas reparaciones en las torres de Cabo de Palos (1674), el Estacio y la Encañizada (1683), es decir, en torno a las guerras de Holanda (1673-1678) y Luxemburgo (1683-1684) contra Francia y el asedio turco de Viena (1683), pero las torres del Pinatar y los Alcázares se dieron por arruinadas, pues a esta última la despojaron de ladrillo y madera para construir casas próximas, y también los 11 algibes. La torre del Pinatar, según los moradores del pago o partido (entre 80 y 100), dependiente de Murcia, se había dejado perder, quizá por la ambigüedad de su titularidad, entre real y concejil (Muñoz: 2004). La necesidad más vital hizo que se dispusiese el arreglo de los algibes y, si era posible, de la torre de los Alcázares, pues para entonces la repoblación del Campo murciano se había consolidado, como demuestra el informe eclesiástico de 1680, que quizá no sirvió de referencia a Merino Álvarez, pero, aunque se equivocara al dar esta fecha como de fundación de la parroquia, sí acertó con la del asentamiento definitivo de la población (Jiménez, 1984, 96-113), lo que dio lugar a la primera licencia para hacer molinos harineros de viento, a Baltasar García en Roda (1692), pues los más cercanos estaban a 7 leguas, en la huerta de Murcia (AMM, legajo 2747), y a la construcción de ermitas: la de la Purísima de la Encañizada entre 1678 y 1683 (Jiménez, 1984, 136-137). Por entonces prosperaban proyectos de nuevas torres en el puerto de Cartagena con motivo del traslado del Apostadero de las Galeras de España desde Puerto de Santa María a Cartagena (1668-1670): las de Trincabotijas (1673, 1686) y la Podadera (1702) (Rubio/ Piñera, 1988; Marzal, 1993, 38). No conocemos nuevas visitas, como las de 1619 y 1632, hasta 1692, pero las gestiones de 1683 dejan a las claras que la torre de los Alcázares había perdido su carácter defensivo

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y la repoblación del campo inmediato aprovechó su piedra para la construcción doméstica. El informe hecho por Antonio Fadrique Fernández de Santo Domingo, visitador de las torres de la costa, en 1692, ya en plena Guerra de los Nueve Años con Francia (16891697), sugirió hacer arreglos en las torres del Estacio, Cabo de Palos, Portmán, la Azohía y Águilas, pero silenció a las de Pinatar, la Encañizada y los Alcázares, lo que se puede explicar respecto a las dos últimas en que no eran competencia suya.

A la larga sucesión de guerras que caracterizaron la primera mitad del siglo XVIII puede atribuirse la realización de nuevos informes y proyectos. Desde la Guerra de Sucesión de España (1702-1715) hasta la de Sucesión de Austria (1740-1748), pasando por las de Cerdeña (1717-1721) y la Cuádruple Alianza (1726-1728), la de Sucesión de Polonia (17331740) y la de la Oreja de Jenkins (1739-1748), el frecuente recurso a la guerra fue motivo de planes de defensa, como los de obras en 1702-1706, los de reparaciones en 1723-1724 o los de aumento de artillería en 1739 (Rubio, 2000, 43-44). En 1730, a petición del Príncipe de Campoflorido, comandante general de Valencia y Murcia, se dotó de un cañón a la torre del Estacio (AMM, AC 18-7-1730). Por entonces, se reavivaba la guerra con Argel, lo que condujo a la recuperación de Orán (1732) y a nuevos informes sobre las torres defensivas, como en concreto la correspondencia entre Patiño y Gutiérrez de Rubalcaba sobre el artillado de las torres de la costa, en 1732 (Rubio/Piñera, 1988, 195), y el de Sebastián Feringán, ingeniero militar (1738), dirigido sobre todo a proponer arbitrios con los que financiar reparaciones y nuevas construcciones. En 1738 se restauró el Almirantazgo y al año siguiente estalló la guerra con Inglaterra, la de la Oreja de Jenkins. Una de sus consecuencias fue el proyecto de Panón para Cartagena, que se centró en la protección de su puerto (Marzal, 1993, 44-45). Los arrendamientos de los Alcázares y de la Encañizada y su torre contribuyeron a sostener sus torres, pues los Alcázares y la Encañizada eran propios del Ayuntamiento de Murcia y como tales podían ser acensados o arrendados. Los arrendadores rendían cuentas de su administración y entregaban inventario de sus bienes. El de 25-9-1714 registró 4 mosquetes viejos desarmados, 2 pedreros de hierro pequeños (de Juan Bueno), y pedreros de bronce con sus cureñas y 6 fusiles que se dejaron a cargo de Félix Páez, administrador del propio, para la defensa de la torre de la Encañizada; y el de 24-12-1724 asentaba, entre otros objetos, dos cañones de bronce (uno grande y otro pequeño) con sus cureñas viejas de madera de pino, sus ruedas y radios de carrasca, además de 6 fusiles, todo ello en la torre de la Encañizada (AMM, legajos 3887 y 2916). Durante la segunda mitad del siglo XVIII hubo también repetidos informes sobre la situación de las torres reales de las costas del Reino de Murcia, como otro de Feringán (1759), o los de Bucarelli (1761), Montanaro (1774), Navas (1787) y Ricaud (1791). En ellos se constata la destrucción de la torre del Pinatar y se menciona alguna vez la torre de la Encañizada, pero nunca la de los Alcázares; en cambio todos ellos propusieron mejoras en las torres reales del Estacio y Cabo de Palos y solicitar al Ayuntamiento de Murcia que reparara la torre de la Encañizada y reconstruyera la del Pinatar, entre otras del territorio murciano (Rubio, 2000, 44-47).

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III. EL SIGLO XVIII

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La financiación de las reparaciones y nuevas construcciones (el castillo de Águilas) dejó de ser gestionada por los oficiales del adelantamiento y pasó a la Real Hacienda en 1722, que acometió algunas obras en 1723-1724. A pesar de ello, en 1739 era denunciada la insuficiencia de artillería (Rubio, 2000, 43-44). En estos años de guerras con Argel, Austria (conquista de Nápoles por Carlos de Borbón, 1735) e Inglaterra (1739-1748), hubo más proyectos de fortificación de la costa, por lo que se estudió de nuevo su financiación (Rubio/Piñera, 1988, 195). A lo largo del siglo XVIII no hubo acciones de guerra tan dañinas como las de los siglos XVI y XVII, que dieron lugar a la destrucción total o parcial de determinadas torres, pero sí algunos incidentes defensivos, como los de 1755 y 1759. En 1755 ocurrió la llegada al litoral del Mar Menor de una lancha y diversos efectos de berberiscos, tras la destrucción de 3 jabeques norteafricanos por una escuadra de jabeques españoles, lo que dio lugar a prevenciones sanitarias, como hacer poner en cuarentena los restos del naufragio. Los naufragios fueron frecuentes en la Manga, sobre todo en la punta de Pudrimel, como el de una embarcación de moros, en 1759. Los diputados del campo de Murcia tenían en estos casos la obligación de ponerse en contacto con la junta de Sanidad o de Salud de Murcia. Además, por estos años, ya de Guerra de los Siete Años (1756-1763), España entró al final en ella (1762-1763), tras el Tercer Pacto de Familia (1761), renovándose los informes y proyectos de fortificaciones costeras, como en 1762, y también en años posteriores, alrededor de los conflictos de Argel y las Malvinas, en 1766-1776, como aún a finales de siglo XVIII, en 1791, con el informe de Baltasar Ricaud (Rubio/Piñera, 1988, 75-102), pero en líneas generales predominó la tendencia a dar prioridad a la defensa de Cartagena, sobre todo de su arsenal (Marzal, 1993, 51-58). A pesar de su ruina, el franciscano Ortega aún recogió la descripción de la torre de los Alcázares: «Un edificio antiguo que es una torre muy fuerte, cercada toda ella con su rebellín, que está a orillas del mar, que la llaman Los Alcázares, la cual se hizo para puerto de mar de Murcia». A la que dio un sentido de su origen, el de puerto, que consta haber sido realmente muy extraordinario.

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1738, enero, 15. Cartagena. Copia del Informe de Sebastián Feringán Cortés al Duque de Montemar sobre las torres de la costa del Reino de Murcia Excelentísimo Señor: Señor, en carta de 14 de diciembre próximo pasado (1737) se sirve Vuestra Excelencia prevenirme que en vista de la relación de la costa de este reino que formé en 11 de agosto, desea V.E. saber los terrenos baldíos que hay en ella y sus utilidades; si hay arbitrios para fortificaciones en que se podrán imponer éstos para la ejecución de lo que propongo, qué concesiones goza Murcia y Lorca para sus torres pesqueras de Cope y la Encañizada; si en la pesquera de Cartagena hay algún impuesto, a qué título pertenece el Castillo de Almazarrón al Marqués de los Vélez, y que adquiridas estas noticias reservadamente las pase a manos de V.E., y en obedecimiento de cuanto V.E. se sirve mandarme debo decir que no hay arbitrio alguno destinado para fortificaciones, ni aquí se cobra como en Granada

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diezmo de cal, teja y ladrillo para ellas, pues sólo los particulares que lo fabrican ajustan con la renta de alcabala por un tanto, con cuyo requisito y el de la escasez de leña en estos contornos es el ladrillo caro y la teja se hace poca por usar generalmente para las cubiertas de las casas de una tierra que llaman láguena, la cual tendida y apretada no la pasan las aguas. En lo antiguo parece que las torres y atalayas de la costa de este reino se mantenía su guarnición y reparaban con el producto de un cuartillo por arroba de pescado que se matase en el mar de su jurisdicción y cuatro maravedís por cabeza de ganado forastero que entraba a pastar en las yerbas de estos baldíos, para cuyos arbitrios se pedía facultad cada seis años al Consejo de Castilla por el adelantado mayor del reino, que lo fue y es perpetuo en la casa del Marqués de los Vélez, y parece que todo esto cesó el año de 1705, y hubo orden de S.M. para que por la Tesorería de Valencia se pagasen las guarniciones de las torres y todos los dependientes de ellas, lo que se está practicando y siguiendo. El Castillo de Almazarrón está situado en mitad de la villa y su señorío pertenece al Marqués de los Vélez, con otros derechos que en ello tiene según han informado. De las tierras baldías que hay en la jurisdicción de esta ciudad hay panificadas más de dos mil fanegas, hechas suertes de a 24 fanegas cada una, las que en la urgencia de la ciudad, con facultad del Consejo, se arriendan por diez años, como ahora lo están a diferentes particulares las del Rincón de San Ginés hasta Cabo de Palos, y en el año de 1735 se prorrogaron por otros diez años más todas las que cumplían desde febrero de 1734 hasta en este mes de enero, que serían treinta y ocho suertes, las demás no sé en qué tiempo cumplen, de que constan autos en la ciudad, y éstas se arrendaron para cumplir el caudal de la obra de fuentes que se hicieron para el abasto de este público, cuyas suertes de 24 fanegas cada una unas con otras según los precios en que se remataron importaron 583.144 reales efectivos que se dieron de pronto por el tiempo de los diez años. En la cañada de Escombreras y sus vertientes está señalada la dehesa para la cría de caballos, por lo que en ella está vedada la entrada de ganados a pastar y el que se labren sus tierras, y sólo hay un caballo de esta ciudad que tiene doce a catorce yeguas de cría. En la ensenada de Portmán se labraron algunas laderas, que parece fue por arrendamiento de la ciudad al alcaide y soldados de la torre, y lo mismo sucede en la de la Azohía y Atalaya. Todos estos baldíos son realengos y con la facultad del Consejo se han panificado las tierras que he dicho, unos se quejan diciendo que labrándolas no hay pasto para los ganados, otros dicen que más utilidad da a los vecinos el que se cultiven por las continuas cosechas de trigo, cebada y barrilla que en ella se coge, de que hay bastante experiencia, y a querer panificar todas las que hay podrían ser cuatro mil fanegas de tierra que habiendo en ella mediana, buena y mejor y promediados los precios al respecto de ellas y los arrendamientos que se hacen podrían producir treinta mil reales al año. La pesca del atún en la torre de Cope la hace un particular de esta ciudad por arrendamiento y contrata con la de Lorca, a cuya jurisdicción toca; si cala la almadraba de paso paga cien ducados, si cala también la de retorno otros ciento, y pocos años se cala dos veces. En otro tiempo tuvo también impuesto con que se reedificó el último tercio de la torre, según me dijo el alcaide, y no hay duda que con este medio en lo antiguo se hacía el recinto y las demás obras que hay en él.

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La almadraba que se cala en Escombreras es con licencia de esta ciudad y a costa del gremio de pescadores de ella, con la circunstancia de dar la mitad del pescado que maten a 2 reales ¼ la arroba para venderlo al público, y lo que se beneficia de este precio se sacan cuatro reales y cuartillo para pagar un censo que la ciudad hace a la casa de Prebe, y el año pasado se sacó facultad del Consejo para arrendar esta parte del pescado y que lo que se sacase además del importe de los dos reales y cuartillo para los pescadores y 4 reales y ¼ para el censo, se aplique para aumento de pósito de este común, lo que se empezó a practicar y aumentó más de seis mil reales por administración, porque no hubo tiempo de arrendar, verdad es que se subieron los precios de los bajos en que antes se repartía en los tres meses de abril, mayo y junio, que son los de esta pesca (Se refiere a la Concordia de 1738). La torre de la Encañizada toma este nombre porque en este paraje están las bocas por donde se comunica el Mar Mediterráneo con el Mar Menor, dividido de aquél por una manga de arena de mar de dos leguas de norte a sur, en la que están la torre vieja y la del Estacio, y tiene este mar más de una legua de ancho por partes en la comunicación de estos dos mares que está situada en medio de las dichas dos torres, se ponen los corrales de cañizos donde se encierra el mújol, por lo que llaman la Encañizada a esta pesca; es propio de la ciudad de Murcia sobre cuya jurisdicción ha seguido pleito con Cartagena; en fin está aquélla en la posesión y sólo puede haber los barcos que tiene para su pesquera, la que en algunos tiempos ha arrendado en 30 mil reales al año, otros años la han administrado y ahora parece que está arrendada en 20 o veinte y tres mil reales. Sobre el pescado que se mata continuamente en esta pesca hubo pleito en tiempos pasados para que pagase como el de toda la costa el cuartillo de impuesto para la paga de la guarnición de torres y atalayas, que con todo lo demás parece cesó. No he podido descubrir si Lorca y Murcia gozan de alguna concesión para mantener defensa las torres de la Encañizada y Cope; ésta es cierto que sus reparos, guarnición y pertrechos se proveeen de cuenta de la Real Hacienda y de la Encañizada no me queda qué añadir a lo que ya expuse en mi descripción de la costa. El título a que arriendan estas pesqueras son naturalmente por estar en sus jurisdicciones y el producto de los arrendamientos de ellas sin duda lo aplicaron a sus urgencias, como sucede en Cartagena. En cuanto a lo que V.E. manda informe qué impuestos o arbitrios podrán establecerse para los reparos y obras que propongo en la costa, debo decir a V.E. que en esta ciudad ha corrido hasta septiembre de 1736 el de cuatro maravedís por azumbre de vino del que se consumía en ella, que su establecimiento fue para cuarteles, pero después se aplicó por orden del Consejo a instancia de esta ciudad al restablecimiento de las fuentes de su público y habiendo ya cesado no es desproporcionado se imponga para estas obras o la de fortificaciones, que importará al año de 28 a treinta mil reales líquidos. Respecto que la torre vieja que se ha de reedificar está en la jurisdicción de Murcia, aunque en aquella ciudad están impuestos los cuatro maravedís para las obras de su público, también se puede aplicar o cargarle otros cuatro, para la que es defensa del vecindario de su campo y lo mismo se puede hacer en Lorca y Almazarrón, porque les toca la torre de Calnegre en la división de sus jurisdicciones y en las tres ciudades, esta villa y sus poblaciones puede producir este arbitrio más de cien mil reales al año.

La torre de Los Alcázares: de antiguo palacio a lugar de defensa

Vicente Montojo Montojo

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