La teoría de la modernización y sus críticos

Share Embed


Descripción





La teoría de la modernización y sus críticos
Anita Perricone, Verano de 2013

Seymour Martin Lipset, en su transcendental artículo de 1959, identifica el desarrollo económico como una de las características estructurales, junto con la legitimidad política, de una sociedad compleja que influirían en la estabilidad democrática. Este artículo inauguró una primera fase de análisis estructural de las sociedades y de estudios cuantitativos transversales finalizados a la búsqueda de las condiciones sociales, económicas y culturales que hacían posible la democracia en algunos, pero no en otros países. La idea que los países más ricos tienden a ser más democráticos (Lipset, 1959: 75), inspirada por el trabajo de Daniel Lerner ("The Passing of Traditional Society", 1958), está a la base de la "teoría de la modernización".
¿De qué consiste exactamente la modernización? ¿Cuáles son los mecanismos que unen el desarrollo económico y el desarrollo político de los países según la teoría de la modernización? ¿Qué posición toman los críticos de esta teoría? ¿Cuáles son sus propuestas alternativas? El presente ensayo partirá por responder las preguntas recién planteadas, y continuará explorando los aportes de distintos autores a la literatura sobre democracia y desarrollo a lo largo de los últimos 50 años. Entremedio de la revisión de los aportes se hará un esfuerzo para que los autores "dialoguen entre sí", con el objetivo de identificar ventajas y desventajas de cada enfoque, y al mismo tiempo identificar los esfuerzos exitosos realizados para permitir el avance del conocimiento en la disciplina, en términos de la formulación de una teoría sobre democracia y desarrollo. En conclusión, se ofrecerá una evaluación sintética del panorama de la disciplina sobre la temática de este ensayo.
Por modernización Lipset entiende una serie de procesos interrelacionados que trasforman una sociedad tradicional en una sociedad moderna industrial. Las variables que el autor toma en consideración en su estudio comparado de los países europeos y anglosajones, por un lado, y de los latinoamericanos, por el otro, son el ingreso per cápita, el grado de industrialización, la urbanización y el nivel de educación. El autor enfatiza el papel jugado por esta última variable en la moderación de las posturas políticas, también favorecida por el incremento de la clase media, y señala que dicha actitud favorecería la creación y mantenimiento de la democracia. Aunque la educación, en el modelo de Lipset, esté cerca de constituir una condición necesaria para la democracia, ésta no es suficiente para garantizarla. Además, para dar lugar a un desarrollo económico equilibrado y capaz de sostener una democracia estable, todos los aspectos de la modernización deberían evolucionar de forma conjunta y gradual (Lipset, 1960: 36).
No obstante la fuerte correlación encontrada entre la democracia y factores estructurales como el ingreso, la educación, la industrialización y la urbanización, los mecanismos que unen el desarrollo y la democracia permanecieron poco claros. Lipset encontró dificultades para fundar dicha correlación en una verdadera teoría. También subsiste el problema de los outliers: entre las mayores debilidades de la teoría de la modernización, comenta Boix, está la incapacidad de explicar el surgimiento de la democracia en ausencia de desarrollo socioeconómico, por ejemplo en el caso de las ciudades-estado de la antigua Grecia, en la República Romana, en algunos cantones suizos en la tarda Edad media y en las sociedades agrícolas pre-industriales del siglo XIX, por un lado, y su ausencia en los países extractores de petrolero, caracterizados por altos niveles de ingreso, por el otro (Boix, 2003).
La existencia de outliers sugería que la presencia de ciertos factores estructurales que "apoyan" o ayudan a sostener la democracia no significa que dichos factores constituyan condiciones necesarias ni suficientes para el establecimiento un sistema democrático. El mismo Lipset reconoció que emergían realidades democráticas aún en presencia de condiciones adversas a la democracia, y admitió la posibilidad de que fuera una combinación de factores históricamente únicos la que favorecía su instalación. Estas dificultades llevaron Lipset a limitar su tarea a "la formalización y la prueba empírica de ciertos conjuntos de relaciones implicadas en las teoría tradicionales sobre la democracia" y a renunciar explícitamente a la formulación de una teoría (Lipset, 1960: 55). Pero el desafío planteado por la formulación de una teoría que explicara la correlación entre democracia y desarrollo suscitó, de allí en adelante, la curiosidad de comparativistas, historiadores y sociólogos.
Investigadores procedentes de distintas disciplinas y adeptos de diferentes metodologías de investigación aportaron, a lo largo de los últimos 50 años, al enriquecimiento de un gran debate académico sobre los mecanismos causales que, supuestamente, unen el desarrollo económico, en sus distintas dimensiones, y la democracia política. La controversia sobre esta relación de causalidad también involucra disputas metodológicas de gran envergadura: por un lado, los cuantitativistas desplegaron sofisticados estudios empíricos transversales, típicamente de N-grande; por el otro, los cualitativistas anunciaron poder aprovechar las ventajas del análisis histórico-comparado de un pequeño número de casos para abrir la "caja negra" manipulada por los cuantitativistas y adentrarse, mediante el estudio de las secuencias históricas, en las causas profundas allí contendidas, además que alumbrar los mecanismos causales que actúan por debajo de la correlación positiva entre democracia y desarrollo. Lo interesante es que las dos tradiciones no difieren solo en la metodología sino también en los resultados: la primera encuentra una correlación positiva entre democracia y desarrollo, mientras que la segunda tiende a reconducir el surgimiento de la democracia a "una constelación histórica de condiciones típica del capitalismo temprano" (Rueschmeyer et al., 1992: 3).
Los autores escépticos de la modernización creen que las condiciones para el surgimiento de la democracia contemporánea no son las mismas que subyacieron a la democratización de los países caracterizados por un desarrollo capitalista temprano: en primer lugar, los estados son más fuertes que antes, se han transformado las relaciones de poder entre clases y ha cambiado el contexto internacional. De Schweinitz (1964) definió la democracia como un privilegio de los países que desarrollaron sus economías tempranamente. En éstos países se dio la democracia porque las condiciones eran distintas: el desarrollo fue lento, la clase trabajadora no era movilizada aún, no había un "efecto demonstración" de otros países que podría haber estimulado el consumo; en fin, fue mucho más fácil imponer las disciplinas del consumo, trabajo y orden público necesarias para el desarrollo (Rueschmeyer et al., 1992: 20).
Como bien subrayan los escépticos de la modernización, los países de desarrollo tardío necesitan de una mayor centralización y represión para lograr el desarrollo. Rueschmeyer et al. citan a Weber, quién incluso afirmó que el capitalismo del siglo XX no tiene absolutamente ninguna afinidad con la democracia, tanto menos con la libertad. Los autores también citan a O'Donnell (1979), el crítico más audaz de la teoría de la modernización quién, enfatizando la dependencia económica de los países, estableció la existencia de una afinidad entre el desarrollo capitalista y los regímenes burocrático-autoritarios en América Latina (Rueschmeyer et al., 1992: 21).
Siete años después de la famosa publicación de Lipset, Barrington Moore publicó "The Social Origins of Dictatorship and Democracy" (1966). Con esta obra, el autor reaccionó y aportó de distintas maneras a la agenda abierta por Lipset. En vez de seguir la línea cuantitativa inaugurada por éste último, Moore realizó un estudio histórico-comparado identificando tres distintas rutas hacia la modernidad, las que desembocan respectivamente en democracia, fascismo o comunismo. El foco está puesto en el rol jugado por las clases que protagonizaban la vida rural, los terratenientes y el campesinado, en la transformación de las sociedades agrarias en sociedades modernas industriales (Moore, 1966: xvii). Los distintos caminos hacia la modernidad de Moore se insertan en el debate sobre democracia y desarrollo en tanto resaltan las condiciones históricas que llevaron a la instauración exitosa de democracias capitalistas en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, al fracaso de las revoluciones desde arriba en Japón y Alemania y al éxito de las revoluciones campesinas en Rusia y China.
Mientras Lipset había enfatizado el rol central de la clase media, la precondición para la democracia según Moore es la existencia de la burguesía ("No bourgeois, no democracy", 418), conformada por comerciantes y artesanos urbanos dotados de una base económica independiente. La segunda ruta hacia la modernidad, que lleva al fascismo, se caracteriza por una burguesía mucho más débil y una industrialización más rápida e impuesta desde arriba, que llevó a una democracia inestable y luego a su fracaso y a la instauración de regímenes fascistas. Este resultado es compatible con el análisis de Lipset, quien ya había identificado los peligros que implica un desarrollo económico no gradual y que no involucra a todas las dimensiones contemporáneamente. La tercera ruta hacia el comunismo se caracteriza por un impulso comercial e industrial casi inexistente y masas campesinas muy pobres y dispuestas a luchar por mejores condiciones de vida.
El trabajo de Moore tiene tanto aspectos de continuidad como de novedad con respecto a la obra de Lipset. Los primeros residen en la continuación de un enfoque estructural, que considera distintos factores socio-económicos, partiendo por la industrialización y su ritmo, la superación de la sociedad tradicional agraria y otros, como algunos de los principales responsables de la posibilidad de instaurar una democracia estable. Los elementos de novedad del trabajo de Moore son de dos órdenes: por un lado, el autor utiliza la metodología histórico-comparada para tratar de lograr el objetivo en el que este último había fracasado: construir una teoría que relacione las condiciones socio-económicas de los países analizados con el resultado en términos de régimen político. Por el otro lado, Moore empieza a desplazar el interés de la disciplina hacia el papel jugado por distintos actores sociales, partiendo por el rol central de la burguesía para la emergencia de la democracia y continuando por los papeles jugados por la clase alta terrateniente y el campesinado (Acemoglu y Robinson: 76). Introduciendo estos aspectos de novedad, Moore abre una agenda paralela que, aunque también se caracterice por un análisis estructural, se destaca por el estudio de las secuencias históricas.
Gracias a la metodología histórico-comparada, Moore logra avanzar bastante en la formulación de una teoría de la democratización: el autor identifica como factores clave para la emergencia de esta última la presencia de una agricultura comercial, la ocurrencia de un corte violento con el pasado (una revolución) y la existencia de una clase burguesa, entre otros. El caso "modelo" de su estudio es Inglaterra, pero también Estados Unidos y, en parte, Francia cumplen con estos requisitos. En Alemania y Japón, en contra, prevalece una clase terrateniente fuerte, dedicada a la explotación de los campesinos a través de un modo de producción agrícola represivo, y no ocurre el quiebre decisivo con el pasado. El caso de las revoluciones campesinas rusa y china no presenta ni una agricultura comercial ni una burguesía fuerte, estando presente solo el quiebre violento con el pasado. Sin embargo, la teoría no sirve para explicar el caso de India, un país extremadamente pobre y desigual que, no obstante la ausencia de las variables identificadas por Moore como conducentes a la democracia, goza de una democracia parlamentaria de larga duración. En fin, queda claro que la democracia en los países europeos emerge en condiciones difíciles de repetir, lo que hace de Moore el primer escéptico de la teoría de la modernización.
"Polyarchy" de Robert Dahl (1971) sigue la línea del análisis estructural de Lipset y Moore. El autor define la democracia en términos de inclusión, en términos de sufragio universal, y de competencia efectiva por el mando, que se da cuando los costos de suprimir a la oposición superan aquellos de la tolerancia, por parte del gobierno de turno, de una toma de mando de la oposición. Dahl propone una discusión de la modernización en términos de secuencias históricas, y analiza el timing de la liberalización y de la inclusión distinguiendo entre regímenes oligárquicos cerrados, competitivos e inclusivos por un lado, y poliarquías por el otro. Dahl analiza la estructura económica de las sociedades, distinguiendo entre sociedades agrarias y sociedades comerciales e industriales. Destaca que las primeras son más inhóspitas para la política competitiva, estando la mayoría de los recursos materiales y políticos concentrados en manos de una minoría mientras que las segundas están caracterizadas por un orden social pluralista y una economía competitiva basada en la garantía de la propiedad privada (Dahl, 1971: 57).
Dahl cuestiona la existencia de una correlación fuerte entre democracia y desarrollo, critica la ausencia de una explicación y pone en duda la dirección de la causación (Dahl, 1971: 70). Subraya la existencia de contradicciones y casos anómalos: las colonias inglesas y los países escandinavos, por ejemplo, no tenían altos niveles de desarrollo cuando establecieron una política competitiva en el siglo XIX. En reacción a la falta de una teoría en el trabajo de Lipset, Dahl enfatiza la necesidad de de formular una teoría que explique todos los casos posibles, incluidos los outliers. El autor admite que una teoría de este tipo sería muy compleja, por lo que se limita a dar algunas explicaciones clave para justificar el surgimiento de la democracia en sociedades preindustriales como Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Noruega y Suecia, las que sin embargo no son aplicables a las sociedades preindustriales contemporáneas, las que vivieron un desarrollo más rápido e impulsado desde arriba (Dahl, 1971: 74). Esta última afirmación revela, claramente, que Dahl está de acuerdo con Moore sobre la existencia de un set de condiciones históricamente únicas que favorecieron el surgimiento de las democracias tempranas.
Además de intrigar los académicos por la falta de micro-fundaciones, la teoría de la modernización creó serias preocupaciones entre los años Sesenta y Ochenta por sus implicaciones prácticas: ésta se tornó una "ideología peligrosa" cuando los dictadores de América Latina, Asia y comunistas legitimaron su intervención, y todo el corolario de violaciones de derechos humanos, para salvar a los países de la pobreza. Aplicando una mano dura, prometían, impondrían el orden y crearían las condiciones para el desarrollo económico y, una vez logrado éste, para una democracia estable. Además, el hecho que los "milagros económicos", "los tígres" que crecían más rápidamente en aquellas décadas, fueran países con gobiernos autoritarios causaba dudas alrededor de la conveniencia de instaurar un régimen democrático a bajos niveles de desarrollo, cuando la performance económica de las dictaduras parecía ser mucho más exitosa. La democracia, en definitiva, lucía como un lujo reservado a los países económicamente más desarrollados, mientras parecía existir un verdadero trade-off entre la democracia y el desarrollo (Preworski et al., 2000: 2-3).
En línea directa con Lipset, Preworski et al. (2000) se proponen estudiar los efectos del desarrollo económico sobre el régimen político. Sin embargo, van más allá queriendo investigar también los efectos del régimen político sobre el bienestar de las personas que viven bajo él. Los autores subrayan la existencia de una estrecha correlación entre el PIB per cápita y el tipo de régimen, pero admiten que la evidencia con respecto a otros factores permanece controvertida (Przeworski et al., 2000: 80). Los factores tomados en consideración en su estudio son el PIB per cápita, la herencia política del colonialismo, las transiciones pasadas al autoritarismo, la estructura religiosa, las diferencias etnolingüísticas y religiosas y finalmente el contexto político internacional. Aunque el nivel de desarrollo sea el factor que mejor predice el tipo de régimen, hay casos de democracias que sobreviven no obstante las condiciones adversas y dictaduras que perduran no obstante las predicciones favorables a la democracia. Los autores hacen referencia a una historia sobre la correlación entre democracia y desarrollo muy parecida a la de LIpset: el desarrollo crea sociedades más complejas, en las que emerge una sociedad civil autónoma que presiona para que la dictadura caiga (Przeworski et al., 2000: 88).
Estos autores concluyen que los países ricos tienden a permanecer democráticos, mientras que los países pobres son más susceptibles de sufrir golpes u otro tipo de ataque en contra de la democracia (Acemoglu y Robinson, 2006: 55). Sin embargo, no encuentran una relación mono-tónica entre el ingreso y las transiciones a la democracia: faltando evidencias para sostener la teoría "endógena" de la democratización que, al igual que la teoría de la modernización, afirma que un aumento del ingreso lleva los países autoritarios a transitar hacia la democracia, los autores se limitan a decretar la validez de la teoría "exógena" de la democratización: una vez establecidas, e independientemente de cómo hayan surgido, las democracias tienden a perdurar en países ricos y a permanecer inestables en países pobres. En definitiva, la democracia no tiene que ver con la modernización de los países, habiendo muchas razones que pueden favorecerla. La democracia es exógena pero, si un país es "moderno", ésta es más fácil de sostener (Przeworski et al, 2000: 90).
Los autores se detienen en las dinámicas de los regímenes, subrayando que la probabilidad de una transición es mayor a niveles intermedios de ingreso (Przeworski et al., 2000: 98). Según los autores, el tipo de régimen político no tendría relación con el crecimiento económico, por lo que desmienten la teoría de la modernización (Przewoski et al., 2000: 153). Lo que distingue a los regímenes, más bien, es el efecto que cada uno tiene sobre el bienestar de las personas que viven bajo él (Przeworski et al.: 269-272). Aunque los autores hagan descubrimientos interesantes en su obra, como por ejemplo la existencia, dependiendo de la naturaleza del régimen, de distintos patrones de crecimiento económico, demográfico y de reacción frente a la inestabilidad, sigue faltando una teoría que explique la mayor sustentabilidad de la democracia a altos niveles de desarrollo. Su fortaleza y aporte principal reside en demostrar, a través de un contundente estudio empírico, que "la democracia no tiene que ser sacrificada en el altar del desarrollo" (Przeworski et al., 2000: 271).
Rueschmeyer, Stephens y Stephens (1992) son parte de la tradición sociológica de estudios sobre democracia y desarrollo (Boix, 2003: 4). Los autores argumentan que la correlación positiva entre democracia y desarrollo es correcta, pero por razones distintas a aquellas encontradas por los estudios cuantitativos realizados por los teóricos de la modernización: según ellos, no es porque las sociedades se vuelvan industriales, más educadas, con una clase media más numerosa y por ende más moderadas y tolerantes que la democracia se hace más fácil de sostener. El mecanismo subyacente a la correlación sería que la industrialización empodera a las clases subalternas y hace difícil su exclusión de la vida política. El enfoque de los autores se define de "política económica" y contrasta con el funcionalismo del enfoque cultural en que estaba basada la teoría de la modernización. Según los autores, la democracia es un asunto de poder, por lo que se enfocan en las relaciones de poder entre clases, en el poder y autonomía del estado y en las relaciones transnacionales de poder (Rueschmeyer et al., 1992: 5).
El énfasis de los autores es puesto sobre las clases trabajadoras y medias, cuyos intereses las llevan a organizarse y a constituir nuevos actores colectivos. La clase trabajadora urbana es propuesta como la más propensa a promover la democracia. El enfoque de los autores es relacional, se basa en el poder relativo de las clases y en los cambios en la balanza de poder entre las clases, los que son influenciados por el desarrollo y la creciente densidad de la sociedad civil. La emergencia de una sociedad civil densa es favorecida por el desarrollo capitalista, que concentra a los trabajadores en las ciudades, en las fábricas, y aumenta las comunicaciones entre ellos, los transportes y la alfabetización. El capitalismo, en fin, es asociado con la democracia porque transforma las relaciones de clase, fortaleciendo las clases más pro-democráticas, que son las protagonistas del modelo propuesto por los autores (Rueschmeyer et al., 1992: 7).
El argumento central de los autores es que la democracia fue el resultado de una pugna entre distintos intereses de clase: mientras las clases subordinadas empujaban para que hubiese democracia, aquellas que bajo el régimen autoritario beneficiaban de privilegios restringidos la resistían. La burguesía, en el modelo de los autores, no tuvo un rol clave como en la teoría de Moore: ésta luchó solo hasta asegurarse un lugar en la escena política. Aunque el modelo mantenga el énfasis de Moore sobre las relaciones de clases en la esfera agraria (terratenientes-burguesía-estado), los autores agregan el énfasis sobre el rol de las clases subordinadas en el nuevo orden capitalista (Rueschmeyer et al., 1992: 58). En resumen, el núcleo del modelo de los autores es el poder relativo de las clases, del cual dependen las chances de la democracia. Este enfoque tiene la ventaja de profundizar en la dirección sugerida en un inicio por Moore (1966), colmando la falta de atención al asunto de la agencia política a través de la descripción de los actores que intervienen en la determinación de un régimen político, las razones que motivan sus acciones y las estrategias que ocupan para lograr sus objetivos (Boix, 2003: 6).
Boix (2003) refunde, en su trabajo, el método estadístico y el análisis histórico detallado. A través de un enfoque de rational-choice, el autor combina el enfoque estructural-funcionalista, basado en variables estructurales de naturaleza socio-económica, con aquello secuencial-histórico, basado en el equilibrio de poder entre clases. Según Boix, el trabajo llevado a cabo por la corriente sociológica de estudios sobre democracia y desarrollo, no obstante los avances conseguidos en términos profundización en las relaciones causales y de atención al rol de la agencia política, todavía carece de un mayor énfasis sobre las preferencias y los recursos de los distintos actores sociales. Su objetivo, por lo tanto, es el de formular una teoría de la instauración de distintos regímenes (democracias, autoritarismos y revoluciones) a partir de simples supuestos sobre las preferencias y recursos de los actores sociales (Boix, 2003: 2-7).
Los dos pilares de la teoría de Boix son la distribución del ingreso y la movilidad del capital. Por lo que concierne la primera, el autor sostiene que una mayor igualdad lleva a mayores chances para la democracia, porque baja la intensidad de los conflictos redistributivos, la presión ejercida por los subalternos y de paso los costos de la democracia para las elites. La movilidad del capital influye en las chances de la democracia de manera directa: cuando aumenta la movilidad del capital, los ricos tienen la posibilidad de llevar sus riquezas al extranjero; por lo tanto, el Estado está obligado a mantener bajos los impuestos, al fin de evitar fugas de capital. Los bajos impuestos tienen el efecto de bajar el costo de la democracia para las élites; lo mismo sucede cuando es relativamente fácil evadir los impuestos. Esta variable explica porqué los países con economías agrarias o petroleras tienden a permanecer autoritarios: la movilidad del capital ligado a la tierra o a recursos energéticos es nula, por lo que la opción democrática no es atractiva para las elites. La misma variable también explica porque el desarrollo está relacionado con la democracia: con la modernización, el capital se vuelve más móvil, perdiendo en especificidad.
El trabajo de Boix es innovador porque profundiza en la aplicación de las herramientas de la teoría de juegos a las transiciones políticas. Una primera instancia de aplicación del rational-choice a las transiciones democráticas fue el trabajo de O'Donnel y Schmitter (1986), que radican las causas de éstas en pactos altamente contingentes entre los exponentes moderados de grupos rivales (exponentes del régimen autoritario –bandos- y oposición). Este trabajo, como otros del mismo estilo, carece de una explicación de quienes son los actores involucrados y cuáles son sus preferencias y recursos políticos. Para colmar estas lagunas, Boix define los incentivos de los actores políticos en presencia de distintos regímenes políticos (Boix, 2003: 7-8). Como anticipado, las variables más importantes para el autor son la distribución del ingreso, la especificidad del capital y los costos de la represión para las elites. Boix remarca que su modelo teórico estaría incompleto si no se consideraran los recursos políticos a disposición de las clases sociales: siendo que las transiciones también son susceptibles de ocurrir tras un cambio en el equilibrio de poder entre las clases.
El juego de Boix, que en su versión simplificada cuenta con dos jugadores, ricos y pobres, funciona más o menos así: a bajos o medianos niveles de desigualdad y especificidad de los recursos económicos, la movilización de los pobres es susceptible de llevar a la democratización: esta movilización requiere de la superación de los problemas de acción colectiva y de la organización de los subalternos en partidos políticos y sindicatos. A altos niveles de desigualdad y especificidad de los recursos, en contra, el efecto es el desencadenamiento de formas de protesta violentas, a las que los ricos responden con la represión, lo que agudiza las luchas entre los dos bandos (Boix, 2003: 45). El crecimiento económico en sí, según Boix, no significa mucho, mientras que la movilidad social y el comercio juegan un rol más importante, en tanto hacen que la distribución del ingreso sea más igual, así fomentando la democratización.
La importancia clave, en el modelo de Boix, de la especificidad de los recursos (movilidad del capital) por sobre aquella del ingreso per cápita (teoría de la modernización) es que permite explicar la presencia de instituciones representativas antes del siglo XX, y explicar porque la mayoría de los países petroleros son autoritarios. La existencia de dictaduras ricas, que constituía la paradoja más importante para el trabajo empírico sobre democracia y desarrollo, y Przeworski y Limongi (2000) trataron de marginar validando solamente la teoría exógena de la democratización, por lo tanto, es superada a través de la inserción de la movilidad del capital como elemento clave de la explicación de porque el desarrollo capitalista favorecería la democracia. La otra gran fortaleza del trabajo del autor, obtenida a través de la aplicación de la teoría de los juegos a la teorización de las transiciones, consiste de la profundización ulterior en las razones, en términos de la distribución de los recursos económicos y políticos, que llevan distintos actores sociales a preferir, en base a sus respectivos incentivos, un régimen democrático ante un régimen autoritario.
Acemoglu y Robinson (2006) siguen la línea de Boix, desarrollando un marco teórico para explicar la creación y consolidación de la democracia en base a las preferencias por ciertas instituciones políticas, por un lado, y los recursos políticos a disposición de dos grupos, los ciudadanos y la elite, por el otro. El trabajo de los autores se basa en un enfoque de rational-choice, que sirve para entender los conflictos que se desatan entre los grupos sociales por la forma de las instituciones políticas. El conflicto por las instituciones políticas reviste una importancia crucial, en tanto les permite a los actores sociales transformar el poder político fáctico del que gozan en un determinado momento histórico, que por naturaleza es transitorio, en poder legítimo cristalizado en las instituciones, que se caracterizan por ser duraderas. El conflicto en cuestión es ganado por quienes gocen del mayor poder factico, en términos de recursos políticos, en un determinado momento histórico (Acemoglu y Robinson: 23-30).
Los autores explican porque, a veces, no obstante el supuesto que las elites prefieren la dictadura y los ciudadanos la democracia, son las mismas elites las que optan por la democratización de un régimen autoritario. Democratizar es una de las tres opciones que las elites tienen a disposición para evitar los costos de la revolución. Las otras dos opciones son la represión y las concesiones, que también involucran costos de variable envergadura. Las circunstancias favorables a la democracia serían, por un lado, la presencia de desordenes sociales lo suficientemente fuertes de no ser acallados por medio de concesiones y promesas y, por el otro, bajos costos anticipados de la democracia, por lo que las elites evitarían la represión (Acemoglu y Robinson, 2003: 29). Este argumento es conforme al de Moore, según el cual también son las revoluciones que facilitan la chispa que desencadena el desarrollo político. Otros factores determinantes de la democracia identificados por los autores son la presencia de una sociedad civil fuerte y bien organizada; crisis y shocks económicos o políticos, los que harían menos costosas y riesgosas las revoluciones; el capital como principal fuente de ingreso; la posibilidad para la elite de manipular las nuevas instituciones políticas; gran desigualdad entre grupos, la que favorecería las revoluciones, así aumentando la probabilidad de la democracia.
Alineados con Boix, los autores enfatizan el rol de la desigualdad en la distribución de los ingresos. Sin embargo, observan que la relación entre desigualdad y democracia no es mono-tónica: la correlación asumiría, más bien, la forma de una U invertida: niveles de desigualdad demasiado altos pueden aumentar el precio de la democracia para las elites en términos redistributivos, porque más grande es el gap entre ricos y pobres, más altos serán los impuestos requeridos por los ciudadanos. Por lo tanto, la democracia sería más probable a niveles intermedios de desigualdad, mientras que a niveles muy altos y muy bajos las sociedades democratizarían de forma mucho más lenta, en el primer caso por los altos costos de la democracia para las elites, y en el segundo caso por la falta de incentivos para cambiar el estatus quo (Acemoglu y Robinson, 2006: 37-38). Este argumento es conforme al argumento avanzado por O'Donnell (1986) y Przeworski et al. (2000), pero contradice lo dispuesto por Boix (2003), quien teorizó una correlación positiva entre la disminución de la desigualdad y la democracia.
Elementos innovadores con respecto a la literatura sobre democracia y desarrollo son la caracterización de la clase media, que en el modelo de los autores también juega un rol pro-democrático, como amortiguador entre los pobres y los ricos, y el análisis de los efectos de la globalización para la democracia (Acemoglu y Robinson, 2006: 38-42). El trabajo de estos autores tiene como objetivo el de simplificar y abstraer de todos los detalles tomados en consideración por el mainstream, el que está atascado en un exceso de complejidad y finalmente se encuentra incapaz de formular un marco teórico adecuado. Por lo visto, los autores logran su objetivo, construyendo un modelo lo suficientemente simple y convencedor, basado en el supuesto que los ciudadanos siempre quieren la democracia y la logran si tienen suficiente poder político, y que también incluye elementos de novedad, como el enfoque sobre las instituciones políticas y su caracterización como cristalizadoras del poder factico, además que el análisis del efecto de nuevas variables, como la globalización, sobre la democracia.
La evaluación del trabajo de Acemoglu y Robinson, siendo éste el último, en términos cronológicos, de la literatura incluida en el canon, se presta para una reflexión sobre el conjunto de los trabajos académicos dedicados a la intrigante correlación entre democracia y desarrollo. En la obra de los autores, a mi aviso, se refleja un gran esfuerzo hacia la superación de las dificultades encontradas a lo largo de 50 años de trabajo académico sobre las causas de las transiciones democráticas. Para partir, los autores se inspiran en la obra de Moore (1966) y emprenden la misma tarea de éste, es decir descubrir las causas que llevaron a la formación de distintos regímenes políticos. Si Moore fue su maestro, los autores, en cuanto alumnos, se esforzaron en el desafío de superarlo: los autores, efectivamente, ofrecen muchas más micro-fundaciones explicitas que Moore, en términos de mecanismos que influenciarían los costos y beneficios de la democracia para distintos actores sociales (Acemoglu y Robinson: 82-83).
El modelo incorpora las enseñanzas de Rueschmeyer et al. sobre el balance de poder, en términos de recursos políticos, entre distintos grupos sociales. Sin embargo, mientras Rueschmeyer et.al consideran que la democracia es el resultado del desarrollo capitalista, porque éste último fomenta el ingreso de las clases subalternas en la vida política, los autores creen que el desarrollo capitalista influye tanto en el empoderamiento de los trabajadores y de la clase media como en el trade-off entre represión y concesiones. El mecanismo que aquí entra en juego tiene que ver con el hecho que tanto la revolución como la represión de ésta por parte de la elite tienen un costo extremadamente alto para la economía capitalista, teniendo ambos un elevado potencial disruptivo tanto para los recursos económicos en si como para el ambiente que favorece las inversiones de capital.
Otro punto fuerte del trabajo de Acemoglu y Robinson es el ulterior desarrollo que los autores hacen de los trade-offs analizados por Dahl (1971): los autores construyen sobre el esquema analizado por éste último, que considera los costos para las elites de reprimir o tolerar la oposición, y le agregan la opción de realizar concesiones. Estas consisten de lo que, en la obra de O'Donnell y Schmitter (1986), se define como liberalización (Acemoglu y Robinson, 2006: 84). O'Donnell y Schmitter ponen el énfasis en la agencia, en términos de "cálculo político y reacciones inmediatas a los procesos en curso". Usando esta herramienta conceptual, los autores tienen el objetivo de explicar aquellos desarrollos que no reconducibles a parámetros sociales, económicos e institucionales constantes y predecibles. Los autores no niegan el efecto de los factores estructurales (indicadores macroeconómicos, clase social y sistema mundial) en el largo plazo, que siguen "allí" presentes, pero hacen hincapié en los cálculos políticos inmediatos, los que no se pueden deducir de ni imputar a tales estructuras (O'Donnell y Schmitter, 1986: 18).
Con este énfasis en los cálculos inmediatos de los actores políticos, los autores llenan el vació dejado por las teorías estructural-funcionalistas en cuanto a las variables de corto plazo susceptibles de influenciar el surgimiento de la democracia. Acemoglu y Robinson incorporan los términos del análisis de este importante trabajo a su obra, pero difiriendo de la idea que ésta sea un 'proyecto de élite': la democracia misma es definida como una concesión, hecha para solucionar un conflicto interno a la sociedad, y es un producto de los desafíos interpuestos por los ciudadanos excluidos del sistema (Acemoglu y Robinson, 2006: 85). En síntesis, la obra de Acemoglu y Robinson sirve para tener un cuadro completo o una síntesis del alcance de la literatura sobre democracia y desarrollo. Revisando su obra, se puede apreciar como cada autor que ha tomado parte en el desafío colectivo constituido por la construcción de una teoría sobre democracia y desarrollo ha tratado, en un principio con serias diferencias metodológicas y obstáculos para el avance del conocimiento en la disciplina, de "construir sobre los demás" para que una verdadera teoría pudiera, al fin, emerger.
Así, vemos como los supuestos de la teoría de la modernización, que en un primer momento impulsó la búsqueda de una teoría sobre la contundente correlación positiva entre desarrollo económico y desarrollo político, fue enriquecida en un segundo momento por el análisis de las secuencias históricas en el trabajo de sociólogos, quienes expandieron el rango de variables susceptibles de influenciar la democratización más allá de la estructura económica, hacia la configuración de las relaciones y alianzas de clase. En un tercer momento, la investigación se centró en la explicación de los objetivos, estrategias, incentivos económicos y en la distribución de los recursos políticos a disposición de los distintos actores sociales, configurando la emergencia de un determinado régimen en vez que otro como un juego de fuerzas contrapuestas, en el que cada decisión estratégica tiene el potencial de determinar el resultado final.
Lo que determina la democracia pareciera ser un mix de factores estructurales de largo plazo, interacciones y balances de poder entre los actores sociales y decisiones estratégicas de los líderes políticos. Los elementos más disparados son susceptibles de influir, en cada situación peculiar, en el surgimiento de ésta. Como subrayado por Acemoglu y Robinson, sin embargo, algunos aspectos emergen como centrales en todo estudio sobre la democratización: el conflicto redistributivo es el primero, mientras la presencia de las revoluciones y desordenes sociales es el segundo. Pareciera que estos elementos fueran las fuentes de las mayores inquietudes que llevan tanto a pedir, desde abajo, como a conceder, desde arriba, la democracia. En fin, la teoría de la modernización, lejos de ser la correlación positiva más fuerte jamás encontrada por los politólogos, ha dado mucho que debatir y ha servido como una instancia de trabajo colectivo más o menos exitosa sobre un tema que, de por cierto, tendría el potencial de seguir siendo trabajado por los adeptos de la disciplina por mucho tiempo más.















Bibliografia

Acemoglu, Daaron and James Robinson. Economic Origins of Dictatorships and Democracies. New York: Cambridge University Press, 2006.

Boix, Charles. Democracy and Redistribution. New York: Cambridge University Press, 2003.

Dahl, Robert. Polyarchy: Participation and Opposition. New Haven: Yale University Press, 1971.

Lipset, Seymour Political Man: The Social Bases of Politics: Bombay Vakils Feffer and Simons Private, 1960. Capítulo 2.

Moore, Barrington Jr. Social Origins of Dictatorship and Democracy: Lord and Peasant in the Making of the Modern World. Boston: Beacon Press, 1966.

O'Donnell, Guillermo and Phillippe Schmitter. Transitions from Authoritarian Rule: Tentative Conclusions About Uncertain Transitions. Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1986.

Przeworski, Adam, Michael E. Alvarez, José Antonio Cheibub, and Fernando Limongi. Democracy and Development: Political Institutions and Well-Being in the World, 1950-1990. Cambridge: Cambridge University Press, 2000.

Rueschemeyer, Dietrich, Evelyne Huber, and John Stephens. Capitalism Development and Democracy. Chicago: Chicago University Press, 1992. Capítulos 1, 2, 3, y Europa






1


Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.