La teoría artefactual de Amie Thomasson sobre las ficciones literarias

June 2, 2017 | Autor: F. Rioseco Pinochet | Categoría: Critical Theory, Philosophy, Philosophy Of Language, Analytic Philosophy, Literature, Critical Literacy Studies
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Descripción

CAPITULO UNO: La teoría artefactual de Amie Thomasson sobre las ficciones
literarias



1. Introducción
A. Cualquier teoría sobre la ficción que aspire a ser considerada
seriamente, debe ser capaz de responder al menos las siguientes preguntas:
¿Qué hace posible que en el discurso ficcional las oraciones mantengan sus
significados habituales de modo que puedan ser comprendidas por un
receptor, en circunstancias que los objetos no hacen referencia a la
realidad? ¿Cuál es la naturaleza de los entes de ficción? ¿Son reales?
¿Existen? ¿Cómo es que mediante un discurso ficcional el autor (un escritor
de novelas, por ejemplo) crea personajes de los cuales tenemos noticias
sólo por las descripciones de sus autores?

Recientemente Roman Frigg (2009) ha argumentado que los modelos científicos
tienen una relación muy estrecha y común con las ficciones literarias.
Según su punto de vista, los modelos deben dar respuesta a diversos
problemas: i) La atribución de propiedades, ya que los modelos no existen
en el mundo, ¿qué sentido podemos dar a oraciones como «Holmes es un
detective perspicaz» o «Ulises fue encontrado dormido profundamente en
Ithaca», si ni Holmes ni Ulises existen realmente?; ii) Los enunciados
comparativos, que es el problema de comparar lingüísticamente objetos que
existen con entidades que no existen; iii) La verdad en las historias de
ficción: ¿Sobre qué base son calificadas como verdaderas o falsas las
afirmaciones sobre modelos, en particular si las afirmaciones conciernen a
temas sobre los que la descripción del modelo permanece siempre muda?; iv)
Las condiciones de identidad: los diferentes autores presentan sus modelos
de distintas maneras. Sin embargo, muchas descripciones diferentes son
significadas para describir el mismo sistema-modelo. ¿Cuándo son idénticos
los sistemas-modelo especificados por diferentes descripciones?; v)
Epistemología: las verdades sobre el sistema-modelo no permanecen ocultas
eternamente. ¿Cómo descubrimos esas verdades y cómo justificamos nuestras
afirmaciones?; y vi) Compromisos metafísicos: entender los sistemas-modelo
como ficciones puede implicar la asunción de compromisos ontológicos que,
en caso de existir, deben ser justificados.[1]

Por supuesto, la lista anterior no es exhaustiva; solo plantea algunas de
las difíciles interrogantes a las que deberá enfrentarse cualquiera que
pretenda hablar acerca de ficciones.

B. En general, los problemas asociados a la ficción son de dos tipos:
ontológicos y semánticos. Los primeros se refieren a la realidad y
existencia de los objetos ficcionales, mientras que los segundos son más
variados, pero en particular se abocan al difícil escollo de la
referencia.[2] Podemos señalar, junto con Francesco Berto (2011), que para
intentar resolver estos problemas se han desarrollado cuatro posturas
filosóficas diferentes:

(i) La tesis radical Russell-Quine, que simplemente prescinde de la
referencia y de la cuantificación tratándose de las entidades de ficción.

(ii) Las estrategias realistas, conforme a las cuales se asume que los
objetos ficcionales son reales y existentes (Wolterstoff [1980], Salmon
[1988], Thomasson [1999] [2001], van Inwagen [1977] [2003].

(iii) Los modelos ficcionalistas (Currie [1990], Walton [1990]) que se
inscriben dentro de la irrealidad de los entes de ficción.

(iv) Los desarrollos meinongianos y neomeinongianos (Routley [1980],
Parsons [1980], Jacquette [1993]. En este grupo encontramos los trabajos
del propio Berto (2011, 2012).

Otros autores como Jeffrey Goodman (2004) dividen a los filósofos en dos
grandes grupos: ficcionalistas y anti-ficcionalistas. Los primeros
defienden que los objetos de la ficción, es decir, el tipo de individuos
mencionados en obras de ficción (Harry Potter, Sherlock Holmes, Pegaso) son
reales, posibles no actuales o no-existentes. Por el contrario, los
segundos consideran que las entidades de ficción no son reales, y no
existen ni subsisten de ninguna forma.[3]

Dentro de lo que Goodman denomina el frente ficcionalista se encuentran los
autores creacionistas, quienes estarían de acuerdo con las siguientes
tesis:

(1) Los personajes de ficción existen realmente.

(2) Los nombres de ficción (por ejemplo Holmes) poseen genuina referencia,
al menos bajo ciertas condiciones.

(3) Los personajes de ficción son la creación de los autores que hablaron o
escribieron primero acerca de ellos.

(4) Los personajes de ficción son abstractos, pero existen
contingentemente: son artefactos abstractos de nuestro mundo y de otros
mundos posibles (Goodman 2004: 131).

La tesis (4) es importante porque con ella los creacionistas quieren
distinguirse de los realistas platónicos, para quienes los individuos de
ficción son también objetos abstractos, pero con existencia necesaria de
modo que existen -en un sentido estricto- desde la perspectiva general del
platonismo, esto es, como ideas objetivas, eternas e inmutables.

Otra nomenclatura de uso frecuente es la que distingue entre teorías
ficcionalistas y deflacionarias.[4] En general los enfoques ficcionalistas
se encuentran ontológicamente comprometidos con las ficciones, asumiendo
que los términos ficticios refieren a entidades de algún tipo, sólo que se
trataría de objetos de naturaleza distinta a los existentes en el espacio y
en el tiempo. Estas perspectivas consideran que las ficciones son un tipo
de entidades sui generis, supuestamente referidas a través de términos
ficticios. Las teorías deflacionarias, en cambio, evitan a toda costa
cualquier tipo de compromiso ontológico con las ficciones, argumentando que
el discurso de ficción puede explicarse satisfactoriamente sin necesidad de
comprometerse ontológicamente con la existencia de ficciones.[5]

Entre los deflacionistas contemporáneos, además de las teorías de la
creencia simulada (Evans 1982; Walton 1990; Currie 1990), una perspectiva
interesante es la teoría de la referencia directa basada en la lógica libre
de Mark Sainsbury (2005), según la cual los términos ficticios, aun cuando
carecen de referentes, no por ello dejan de ser términos genuinamente
referenciales. Para Sainsbury si bien es correcto afirmar que un personaje
de ficción es literalmente "nada", ello no significa que el discurso
ficcional no pueda tener un valor de verdad. De hecho, la oración «hay
personajes de ficción» es lógicamente verdadera. También es verdad decir
que «Holmes es un detective», mientras que es falso afirmar que «Pegaso es
un tigre». Sin embargo, ¿en qué sentido cabe sostener que tales enunciados
son verdaderos? Este es sólo uno de los problemas semánticos que implica el
análisis de las ficciones.

De todo lo dicho hasta acá es fácil advertir que en esencia el problema
ontológico se reduce a la realidad o irrealidad de las ficciones. De ahí
que una clasificación más simplificada, pero metodológicamente más útil,
distingue entre teorías realistas e irrealistas. Según Sainsbury (2010: 44-
114) existen tres enfoques realistas de importancia a propósito de las
ficciones:

(i) Los personajes de ficción son reales, pero se trata de objetos no-
existentes. Es la teoría de Alexius Meinong y de los neomeinongianos.

(ii) Los personajes de ficción existen, pero sólo como posibilidades de
acuerdo con la doctrina del posibilismo. Es el punto de vista de David
Lewis (1978, 1986) y del primer Kripke (1962).

(iii) Los personajes de ficción son artefactos abstractos, creados y
dependientes. Es la posición de Amie Thomasson que vamos a profundizar en
las páginas que siguen. En la misma línea de considerar a las ficciones
como entidades abstractas, Sainsbury incluye a autores como el segundo
Kripke (1973), Searle (1974), van Inwagen (1977) y Schiffer (1996) como
representantes del "abstractismo", esto es, la doctrina según la cual los
términos ficticios refieren a entidades abstractas peculiares, que a
diferencia de los números dependen de actividades humanas concretas y del
uso creativo del lenguaje.[6]

C. Quizás sea conveniente aclarar que hemos elegido la teoría artefactual
de Thomasson porque a nuestro entender logra dar una respuesta convincente
a las difíciles preguntas que planteamos al comenzar esta introducción. En
particular, se ocupa de la cuestión de la identidad de los personajes (en
la misma obra y a través de una serie de volúmenes) y, además, aborda
satisfactoriamente "el obstáculo difícil de la referencia de los nombres
mediante los cuales mencionamos los personajes" (Redmond y Valladares 2011:
123).

Algunos autores como Takashi Yagisawa (2001), Anthony Everett (2005) y más
recientemente Stuart Brock (2010), han presentado diversas objeciones a las
tesis centrales de las teorías creacionistas. Y, en lo que concierne al
presente trabajo, Sainsbury (2010) ha intentado poner en aprietos a la
teoría artefactual de Thomasson. También algunos neomeinongianos como
Francesco Berto (2011,2012) han realizado críticas a la teoría artefactual,
en particular, en torno al problema de los predicados negativos de
existencia. En el penúltimo apartado me ocupo en detalle de las objeciones
presentadas por Sainsbury y Berto.

D. Una de las preguntas que espero poder contestar someramente al final de
este trabajo es la siguiente: ¿Debemos comprometernos ontológicamente con
las ficciones por razones semánticas? Dicho de otro modo: ¿Es posible una
semántica de los términos ficticios libre de compromisos metafísicos?


2. La teoría artefactual de Amie Thomasson
A partir de la publicación de Fiction and Metaphysics (1999) Amie Thomasson
ha defendido un enfoque ontológico realista acerca de las ficciones
conocido como teoría artefactual, con importantes consecuencias semánticas
y epistemológicas. Posteriormente, la autora norteamericana ha profundizado
sus ideas originales a través de la publicación de diferentes textos y
ensayos en los que aborda fundamentalmente los problemas ontológicos
asociados al estudio de las ficciones: Speaking of Fictional Characters
(2003), Ordinary Objects (2007), Fictional Entities (2009), Fictionalism
versus Deflationism (2013) y Deflationism in Semantics and Metaphysics
(2014). En este trabajo me ocupo del conjunto de su obra, a fin de
considerar sistemáticamente las ideas fundamentales de la teoría
artefactual.

En su libro Fiction and Metaphysics Thomasson se ocupa de las ficciones
concentrándose en el análisis de los autores, obras y personajes de la
ficción literaria al concebirlos como un caso paradigmático de objetos
ficticios, lo que no quiere decir que la teoría artefactual resulte
aplicable necesariamente a otro tipo de ficciones artísticas ni a la
ontología del arte (Thomasson 1999: 129-130).

De acuerdo con Thomasson, la primera cuestión que se presenta en el debate
acerca de las ficciones es la pregunta obvia: ¿Hay alguna? En nuestro
discurso habitual hacemos muchos tipos de afirmaciones diferentes sobre
ficciones, y no sólo cuando se trata de discusiones literarias. Al hacerlo
no nos damos cuenta de los problemas ontológicos y semánticos involucrados:
¿Cómo podemos hablar con verdad sobre ellas? ¿Un tal discurso no implicaría
que las ficciones debieran existir? ¿Somos capaces de realizar buenos
análisis acerca de personajes de ficción aún si ellos no son reales y
carecen de existencia?

Hay quienes argumentan que nuestro análisis de las ficciones tendrá mejores
resultados en la medida en que aceptemos la existencia de entidades de
ficción. Pero este es un argumento débil, ya que parece contrario a
nuestras intuiciones básicas: es más intuitivo concluir que Sherlock Holmes
no existe en lugar de asumir lo contrario. No obstante, aún si por mor del
argumento aceptáramos este razonamiento, igualmente se podría objetar que
subsisten buenas razones metafísicas para no creer en la existencia de
ficciones.

Consciente de la dificultad de estos problemas Thomasson propone posponer
la consideración de la pregunta ¿Hay ficciones? por la siguiente: Si
fuéramos a postular objetos ficticios, ¿cuáles serían?[7] Esta
reformulación de la pregunta original resulta útil, ya que permite
presentar inmediatamente la teoría artefactual sobre la base del elemento
central de su perspectiva: la noción de dependencia. Por tanto, la primera
conclusión importante que podemos extraer es que la teoría artefactual es
una teoría de la dependencia (Thomasson 1999: 3). Otra ventaja del
replanteamiento de la pregunta inicial es que permite abordar dos clásicos
problemas asociados a la postulación de ficciones: (i) la cuestión de la
identidad de los personajes de ficción; y (ii) el difícil obstáculo de la
referencia. Según Thomasson, considerar a las ficciones como artefactos
abstractos permite, a lo menos, bosquejar una posible solución de estos
problemas.

Volviendo a la pregunta «Si fuéramos a postular objetos ficticios ¿cuáles
serían?», Thomasson considera que lo más aconsejable es comenzar el
análisis desde las prácticas literarias reales y no desde una ontología
preconcebida. Es decir, en lugar de intentar acomodar las ficciones en una
ontología específica, es más razonable seguir el procedimiento contrario,
esto es, empezar discutiendo con qué clase de entidades parece
comprometerse los críticos y los lectores de obras de ficción.[8] Según
Thomasson este enfoque pragmatista permite constatar que el tipo de objetos
que aparecen en las obras literarias (como Emma Woodhouse, Sherlock Holmes,
Hamlet o Tom Swayer) son entidades creadas, "traídas a la existencia"
(brought into existence) en un determinado tiempo, a través de actos de un
autor. Esta forma de proceder se aviene con nuestras intuiciones básicas,
ya que normalmente no concebimos a los autores de obras de ficción
literaria como meros "descubridores" de personajes o de sus características
y propiedades, como si las hubieran seleccionado a partir de un conjunto de
objetos abstractos, posibles o no-existentes. Por el contrario, creemos y
estamos seguros de que Shakespeare "inventó" a Hamlet o de que Borges
"creó" a Otto zur Linde, al punto de que hasta antes de los actos de esos
escritores Hamlet y Otto zur Linde simplemente no existían.

Si aceptamos la premisa anterior, debemos convenir –prosigue Thomasson- en
que los personajes de la ficción literaria han venido al mundo como el
resultado no sólo de actos físicos, sino también de actos mentales de sus
hacedores. Más adelante veremos que este enfoque intencional constituye uno
de los elementos esenciales de la teoría artefactual.

Una vez que empezamos a tratar a los personajes de ficción como entidades
creadas, surgen algunos problemas:

a. ¿Es suficiente con que el personaje de ficción sea creado por alguien en
algún momento? ¿O la identidad de un personaje se encuentra ligada en su
origen al trabajo de uno o más autores específicos? En otras palabras ¿hay
dependencia de las ficciones para con sus creadores? La respuesta de
Thomasson es que existe una dependencia entre el personaje de ficción y los
actos particulares de su hacedor, lo que no cambia ni siquiera en el
supuesto de que el proceso de creación de una obra literaria pueda ser
difuso, y corresponder a diferentes autores en distintas épocas. La obra y
el personaje de ficción pueden ser creados por más de un autor y en un
largo periodo de tiempo, como acontece en las narraciones orales. Sin
embargo, la circunstancia de que el proceso de creación de un personaje de
ficción sea difuso no afecta el punto general de que cualquiera que sea el
proceso de creación de un personaje, su "nacimiento" depende de los actos
creativos particulares que lo trajeron a este mundo (Thomasson 1999: 7).
Esta característica no sólo es consistente con nuestras prácticas
literarias, sino que es crucial para el tratamiento de los personajes como
idénticos en las diferentes secuelas, parodias, ediciones o reimpresiones
de la obra.

b. Otra dificultad consiste en la desaparición del autor del personaje. De
acuerdo con Thomasson una vez que la ficción ha sido creada, puede
continuar existiendo sin su hacedor, ya que el personaje se conserva en las
obras literarias correspondientes, lo que supone una segunda condición de
dependencia: los personajes de ficción no sólo dependen de los actos
intencionales de los creadores que los "trajeron al mundo", sino que su
existencia (luego de los actos creacionistas) depende de la subsistencia de
las copias de la obra literaria en la que aparecen. Es el modo en que
Sherlock Holmes y El Quijote han sobrevivido a Conan Doyle y a Cervantes,
respectivamente; en las ediciones, reediciones, reimpresiones, parodias y
secuelas de Las aventuras de Sherlock Holmes y Del ingenioso Hidalgo don
Quijote de la Mancha.

En este punto surge un nuevo problema: ¿Qué ocurre en el caso de que el
personaje de ficción aparezca en diferentes obras literarias? Holmes, por
ejemplo, no sólo figura como personaje ficticio en la colección de cuentos
Las aventuras de Sherlock Holmes, sino que también en otras novelas de
Conan Doyle como Estudio en Escarlata (1887), El signo de los cuatro (1890)
o El sabueso de Baskerville (1901). ¿La existencia de Holmes depende de la
pervivencia de todas las obras en las que figura como personaje? Según
Thomasson ello no es necesario. Es suficiente con que se conserve al menos
una de las obras literarias en las que Holmes aparece para que pueda
predicarse la existencia del sagaz detective. Por tanto, pese a que un
personaje de ficción depende de una obra literaria para su existencia, no
es necesario que subsistan todas las obras; bastará con que se conserve al
menos una de las obras en las que aparece.

c. La existencia del personaje de ficción depende de la subsistencia de las
copias de la obra literaria en la que aparece. Esto nos obliga a abordar
una difícil pregunta: ¿Cuándo podemos decir que existe una obra literaria?
De acuerdo con la autora norteamericana, una obra literaria no es una
secuencia abstracta de palabras o de conceptos a la espera de ser
descubiertos, sino que es la creación de un individuo en un instante
específico del tiempo t, y bajo determinadas condiciones sociales e
históricas. Por lo tanto, del mismo modo que los personajes de ficción, las
obras literarias dependen rígidamente de los actos intencionales de sus
hacedores para poder existir, de modo que si dos autores casualmente han
empleado idénticas palabras y en el mismo orden, no por ello puede decirse
que han compuesto la misma obra literaria (Thomasson 1999: 8). Esta clase
de dependencia corresponde a lo que Thomasson llama dependencia histórica,
que consiste en la dependencia de la obra literaria (y, por ende, de los
personajes de ficción) para con su autor. Además, en algunos casos el
contexto y las circunstancias históricas que rodean la creación de la obra
literaria adquieren importancia para la comprensión tanto del significado
de la obra, como de las propiedades estéticas y artísticas de los
personajes.

Este análisis le permite a Thomasson concluir que las obras literarias, más
que una secuencia abstracta de palabras, constituyen propiamente un
artefacto creado en un momento determinado a través de actos intencionales
de un autor. La obra literaria y los personajes de ficción pueden seguir
existiendo perfectamente luego de la muerte del autor. Pero, al revés,
¿puede la obra literaria dejar de existir en algún momento o desaparecer
bajo ciertas condiciones? Si otros artefactos creados intencionalmente por
el hombre (como un martillo o un paraguas) pueden ser destruidos, ¿pueden
morir o desaparecer las obras literarias y los personajes de ficción? Según
Thomasson las obras literarias son entidades que pueden dejar de existir
del mismo modo que han dejado de existir algunas culturas antiguas, los
sindicatos o las universidades. La diferencia es que las obras literarias y
los personajes de ficción poseen un estatus ontológico diferente: son
objetos abstractos, creados intencionalmente por un autor en un momento
determinado, y dependientes de este último. Pero pueden dejar de existir.
Ello ocurrirá, por ejemplo, si un autor temperamental quema sus manuscritos
inéditos, y no existen más copias de ese trabajo. También, si todas las
copias y los recuerdos de una obra literaria son destruidos.

Concebir a las ficciones literarias como artefactos culturales hace
aparecer la primera controversia metafísica: ¿Cuál es el estatus ontológico
de las ficciones en tanto artefactos de la cultura? Thomasson aclara que su
enfoque difiere del realismo platónico, conforme al cual las ficciones son
también objetos o entidades abstractas del mismo modo que los artefactos.
Pero, de acuerdo con la perspectiva artefactual, las ficciones no son
entidades eternas e inmutables, por lo que no sobreviven (una vez creadas)
como una serie de palabras o conceptos bajo la forma de ideas objetivas e
imperecederas, incluso si el mundo completo fuese destruido por un
asteroide o un ataque alienígena. Los personajes de ficción y las obras
literarias no se "pierden" como quien extravía un juego de llaves con la
esperanza de encontrar una copia en algún lugar, sino que –para seguir con
la metáfora- se destruyen del mismo modo en que se dice que se ha "perdido"
un barco que explota en el medio del océano, o que un médico ha "perdido" a
su paciente (Thomasson 1999: 10).

Una de las objeciones que pueden plantearse a la teoría artefactual es que
si fuese correcta la tesis de que las ficciones literarias son artefactos
abstractos que pueden dejar de existir del mismo modo que dejan de existir
o desaparecen otros artefactos de la cultura, ¿cómo es que todavía se puede
pensar en ellos incluso después de que todos los textos (incluyendo las
copias) han sido destruidos o han desaparecido? De hecho, en el enfoque
realista de Meinong los objetos que han dejado de existir, subsisten como
objetos no-existentes. Thomasson aclara que en este sentido las obras
literarias y los personajes de ficción no son diferentes de otros objetos
contingentes que pueden dejar de existir: así como han desaparecido
civilizaciones completas o se han extinguido algunas especies de animales,
también las ficciones pueden experimentar el mismo destino bajo ciertas
condiciones, lo que no impide que podamos hacer referencia o pensar acerca
de ellas.

Ahora bien, la existencia de las obras literarias y de los personajes de
ficción (una vez creados) no es cualquier clase de existencia. Es una
existencia continua, lo que supone la consideración no sólo de actos
intencionales de creación por parte de un autor, sino también de elementos
psíquicos inherentes a la cultura. Según Thomasson la obra literaria es un
relato accesible intersubjetivamente, cuyo significado puede ser capturado
por cualquier hablante de una comunidad dotado de mínima competencia
lingüística. La continuidad de la existencia de una ficción literaria
depende de este elemento intersubjetivo: si todos los seres humanos
muriesen debido a la acción de un virus letal, las obras literarias
dejarían de existir como tales, y serían sólo manchas de tinta sobre una
hoja de papel, carentes de todo significado. Por ello, no es suficiente
para garantizar la existencia continua de la obra literaria que ésta se
conserve en un documento impreso o en otro tipo de formatos como, por
ejemplo, un disco compacto o un reproductor audiovisual. Al revés, algunas
obras literarias pueden ser conservadas sin que exista un registro o
soporte material, como ocurre en las tradiciones orales que se transmiten
de generación en generación.[9]

En resumen, si hemos de postular la existencia de obras literarias y de
personajes de ficción, debemos considerarlos como objetos abstractos
(artefactos) que dependen de los actos creativos intencionales de los
autores que los traen al mundo, y cuya existencia continua (luego de su
creación) depende de que existan algunos ejemplares concretos como copias
de textos, y de un público dotado con competencia lingüística para capturar
su significado (Thomasson 1999: 12). Así concebidas, el estatus ontológico
de las ficciones literarias no difiere sustancialmente de otros artefactos
de la cultura que también poseen el mismo origen (creación intencional de
un autor) y el mismo tipo de dependencia, como es el caso de mesas, sillas,
herramientas y máquinas. Sin embargo, podría objetarse que en el caso de
los personajes de ficción, a diferencia de la fabricación de una mesa o de
un martillo, basta con que el autor haga una descripción de ese objeto a
través del lenguaje escrito u oral, atribuyéndole determinadas
características o propiedades. A esta objeción contesta Thomasson que,
entonces, el estatus de las ficciones no difiere de muchos actos
ilocucionarios eficaces, como por ejemplo la declaración que los novios
hacen el día de su boda ante un juez civil o un sacerdote, por medio de la
cual consienten en constituirse como marido y mujer. Es más, muchos actos
institucionales significativos de la cultura (como abrir y levantar una
sesión en el Parlamento, o la promesa de cumplir una obligación en un
contrato verbal) poseen un estatus ontológico similar al de las ficciones
literarias, sin que se objete –en esos casos- que se realizan sólo mediante
la emisión de determinadas palabras. Dicho de otro modo, no existe una
diferencia ontológica sustancial entre traer a la existencia al personaje
Otto zur Linde mediante las descripciones que realiza Borges en Deutsches
Requiem, y el "sí, acepto" que los novios emiten en el acto de su
matrimonio.

Las ficciones literarias son, por tanto, un tipo especial de artefactos
culturales, cuya existencia depende de la actividad intencional humana. Al
igual que otros artefactos de la cultura, las ficciones deben crearse y
pueden dejar de existir transformándose en objetos del pasado. Según
Thomasson, concebir a las ficciones como artefactos permite que su
tratamiento adquiera un interés filosófico más amplio, es decir, que la
ontología de la ficción literaria pueda servir de modelo para la ontología
de otros objetos sociales y culturales como, por ejemplo, las ficciones
jurídicas.


2.1 Clases naturales y clases artificiales
Desde el punto de vista terminológico no hay constancia en las obras de
Platón y de Aristóteles del empleo de los términos clase natural y clase
artificial. En verdad, la expresión «clase natural» tiene un origen
relativamente reciente. Fue acuñada por Quine en su ensayo Natural Kinds
(1967) en el que intenta dar una respuesta adecuada al nuevo enigma de la
inducción planteado por Nelson Goodman[10], y a un puzle epistemológico
propuesto por Carl Hempel. Luego de concebir a las clases en términos de
conjuntos de objetos similares entre sí, Quine declara que cualquier
conjunto de objetos conforma una clase natural si y sólo si, es
"proyectable".[11]



En el dualismo entre lo natural y lo artificial, Platón –en consonancia con
su doctrina general de la mímesis expuesta en La República- defiende que
todos los artefactos son imitación de algo natural, de algo genuino u
original. Para Platón, decir que algo es "artificial" significa la
afirmación de que esa cosa parece ser, pero no es realmente aquello que
imita. Lo artificial es meramente aparente. Su único propósito es mostrar
cómo es alguna otra cosa.[12]



El Estagirita, al comienzo del libro segundo de la Física, en lugar de
definir qué es lo natural emplea varias veces la expresión "ser por
naturaleza", entendiendo por tal a las cosas que cambian su lugar, crecen,
disminuyen o se alteran, obedeciendo a un principio o causa que les es
intrínseco.[13] Aparte de las cosas que son por naturaleza están las cosas
"producidas por otras causas", esto es aquellas que son el resultado del
arte y la técnica (techné). Aristóteles realza la distinción entre las
cosas que "son por naturaleza" y las cosas "producidas por otras causas",
pero en mi opinión sería equívoco interpretar que el Estagirita presenta
una oposición radical e irreductible entre ambos conceptos, ya que lo
artificial -de algún modo- es también parte de la naturaleza, solo que las
cosas artificiales no son el producto inmediato de ella. En suma, si bien
es cierto existe una diferencia ontológica (formas primarias versus formas
secundarias) y otra epistemológica (conocimiento teórico versus
conocimiento productivo) entre las cosas naturales y las cosas
artificiales, no cabe hablar de una oposición radical entre ambas, por
tratarse de una diferencia de grado.[14]



De acuerdo con Aristóteles los productos del arte y de la técnica son
artefactos, pero a diferencia de lo que sostenía Platón, éstos no son
imitaciones de algo dado previamente, sino auténticas invenciones;
representan algo nuevo, no una simple e imperfecta copia de un prototipo. Y
lo más importante: los artefactos son un producto humano, "de modo que la
dicotomía básica que separa lo natural de lo artificial se desplaza,
esencialmente, a lo largo de la línea divisoria entre lo espontáneo y lo
intencional".[15]

Con el advenimiento del cristianismo y de la edad media, el desprecio que
los filósofos griegos habían mostrado hacia la técnica, la mímesis y el
arte en general, experimentó un proceso de consolidación, aunque alrededor
del siglo XI gracias al redescubrimiento de una idea religiosa olvidada por
los teólogos cristianos (aquella del Dios creador del universo y de todas
las cosas) unida a la reforma de Cluny de las órdenes sacerdotales,
permitió que el trabajo físico y la artesanía consiguieran recuperar su
valor moral, aunque sus productos -los artefactos- perdieron aún más su
valor epistemológico.[16]

En el siglo XVII la dicotomía aristotélica natural/artificial fue
finalmente superada y desplazada por otra: la que distingue entre real e
irreal, principalmente debido a los trabajos de F. Bacon y Descartes. A
diferencia de lo que sostenían los aristotélicos, Bacon expuso que el
saber, en cuanto técnica, era una fuente de genuinas afirmaciones de
conocimiento. Esto significó un auténtico cambio de paradigma: mientras que
en la Grecia antigua la fuente de cualquier analogía era la naturaleza y su
objetivo los artefactos, desde el siglo XVII es la esfera artificial la que
sirve como modelo para comprender la naturaleza. Según declara Descartes en
su Principia Philosophiae, no existe ninguna diferencia de principio entre
los cuerpos naturales y los artificiales (máquinas), distinguiéndose sólo
por sus tamaños y proporciones.[17]

En el siglo XX los métodos de análisis conceptual de la filosofía
analítica, junto con importantes desarrollos en la pragmática, la
epistemología y la filosofía del lenguaje (especialmente el interés por la
noción de significado) trajeron consigo un notable desarrollo y un
replanteamiento del antiguo debate entre lo natural y lo artificial. En la
actualidad el interés por las clases naturales ocupa un lugar destacado en
las investigaciones filosóficas, y su problematización no se restringe a
los aspectos epistemológicos. Como señalan Bird y Tobin (2008) existen
básicamente tres áreas de problemas relacionados con las clases naturales:

(i) Los problemas metafísicos. ¿Podemos concebir a las clases naturales
como genuinamente naturales? ¿Cuáles son esas clases? ¿Existen realmente?
Y, si existen, ¿los objetos que pertenecen a ellas lo son en virtud de una
esencia o estructura interna subyacente a la clase natural?

(ii) Los problemas epistemológicos: una clase es natural si su conformación
no depende de los investigadores, y se trata, por tanto de un agrupamiento
real u objetivo (Estrada Pérez 2014: 6). Si bien la ciencia estudia a los
ejemplares e individuos particulares que constituyen su objeto de
investigación, se asume desde la perspectiva de una epistemología
naturalizada que tales individuos deben pertenecer a una determinada clase
natural. De acuerdo con la tesis Quine-Hempel, el éxito en la predicción y
en la explicación de los fenómenos se encuentra condicionado a la
existencia de las clases naturales (Quine 2002). Pero ¿qué ocurre cuando la
clase natural no resulta coextensiva con la clase de objetos físicos que
estudia? Dicho de otro modo, ¿qué explicación podemos dar cuando nuestras
mejores teorías científicas no son consistentes con los resultados
experimentales, debido a que uno o más individuos particulares no parece
pertenecer a una determinada clase natural?

(iii) Los problemas semánticos: ¿En qué consiste el significado de los
predicados y términos de clases naturales? ¿Cómo se explica la referencia
de esas expresiones? (Estrada Pérez 2014: 7)

Según Ortega Cano[18] existen a lo menos tres diferencias importantes entre
las clases artificiales y las clases naturales:

(i) La existencia de clases artificiales depende de la intervención humana,
mientras que la existencia de las clases naturales es independiente del
hombre.

(ii) Lo característico de las clases naturales es la existencia de una
propiedad microfísica; en cambio, tratándose de las clases artificiales el
elemento definitorio parece ser la función antes que alguna propiedad
física.

(iii) Existiría un diferente acceso cognoscitivo al objeto por parte de los
sujetos epistémicos en uno y otro caso. Mientras que la naturaleza "real"
(la cosa en sí kantiana) de las clases naturales parece ser inaccesible
cognitivamente, en el caso de las clases artificiales el sujeto epistémico
debería ser capaz de acceder, al menos, a las funciones esenciales de los
artefactos humanos (Ortega Cano 2013: 58).

Diego Lawler y Jesús Vega (2010) caracterizan a las clases naturales como
"una clase cuya identidad en tanto clase viene fijada por la realidad y no
por los intereses y propósitos humanos". Otro elemento distintivo de una
clase natural es que se trata de una clase sobre la cual las ciencias
naturales parecen tener una cierta autoridad, ya que son estas disciplinas
las que nos dicen cómo es la realidad empírica, y permitirían establecer
(en principio) tanto las propiedades de las clases naturales como la
pertenencia a ellas de determinados objetos.

Más allá de los problemas inherentes a la consideración de las clases
naturales, se supone que su existencia (problemática) permite explicar
desde el punto de vista de las ciencias naturales cómo es que funciona el
mundo y el tipo de cosas que a él pertenecen. Luego, ¿resultará adecuado
hablar de clases naturales tratándose de artefactos? A primera vista
debemos contestar negativamente, desde que la idea de artefacto (al menos
en la perspectiva aristotélica) supone la existencia de actos humanos de
creación intencional y no simples imitaciones de objetos de la naturaleza.
Sin embargo, el asunto no es tan sencillo. Si descartamos una postura
metafísica esencialista de las clases, la separación entre "clases
naturales" y "clases artificiales" deja de ser lo nítida que aparenta ser
en una aproximación superficial. Para muchos antiesencialistas "la
distinción es cultural y, por tanto, es una distinción que cambia a lo
largo de la historia y según las culturas" (Lawler y Vega 2010: 122). Según
esta interpretación, la sola idea de "intervención humana" no es suficiente
para trazar la línea divisoria entre clases naturales y clases
artificiales. También se cuestiona el intento de definir a los artefactos
por contraste con los objetos naturales. ¿Significa esto que debemos
renunciar a sostener la realidad de las clases artificiales y, por
consiguiente, de los artefactos? De acuerdo con Lawler y Vega, precisamente
Amie Thomasson (2007, 2009), siguiendo entre otros a Bloom (2004), ha
defendido que "los artefactos constituyen clases reales, pero que esto no
depende de que los miembros de una clase posean una propiedad intrínseca
común o una función propia, resultado de la reproducción o la copia; por el
contrario, esto depende de que las clases artificiales se especifican y
sostienen por las intenciones de los creadores de los respectivos objetos
artificiales" (Lawler y Vega 2010: 124). Esta posición resulta plausible en
la medida en que se renuncie a la estrategia de tratar a las clases
artificiales como si fuesen clases naturales.

¿A qué clase pertenecen entonces los artefactos? La respuesta obvia es a
las clases artificiales. Pero esta solución es solo un traslado del
problema, ya que subsiste el escollo de fondo: ¿A qué clase pertenecen las
clases artificiales? No podemos sumergirnos en estas aguas ya que excedería
los límites de este trabajo, aunque me parece que un enfoque argumentativo
en la línea de Bloom y Thomasson parece el más adecuado.[19]


2.2 Artefacto, artefacto cultural y obra de arte

2.2.1 Artefacto

Etimológicamente «arte» proviene del latín ars que, a su turno, es una
traducción del griego techné (técnica). De modo que «artefacto»
(combinación de los términos arte y facto) designa a todo objeto que es el
resultado de la aplicación de una técnica. Así concebido, un artefacto es
cualquier objeto elaborado o producido por el ser humano.[20]

Esta definición evita algunos problemas como, por ejemplo, si son
artefactos los nidos de las aves o las represas de los castores, pero vamos
a incorporar un elemento adicional: un artefacto es cualquier objeto
producido por el hombre con un propósito determinado. Con ello queremos
enfatizar el elemento intencional que, a su turno, remite a la idea de un
autor. En palabras de Risto Hilpinen: "Un artefacto puede ser definido como
un objeto que ha sido creado intencionalmente o producido para algún
propósito […] un objeto es un artefacto sí y solo sí tiene un autor […] un
artefacto tiene necesariamente un autor o un creador; así artefacto y autor
pueden ser entendidos como conceptos correlativos" (Hilpinen 1993 156:157).
Como veremos, la perspectiva de Thomasson se inscribe dentro de estas
tesis, que a falta de una denominación mejor llamaremos el enfoque
intencional.

Por supuesto no es esta la única perspectiva que existe a propósito de los
artefactos. Uno de los principales críticos del enfoque intencional es
Daniel Dennett, aunque debe aclararse que buena parte del debate con los
intencionalistas discurre sobre la consideración de los artefactos
técnicos, es decir, se trata de una controversia específica en el ámbito de
la filosofía de la técnica, pero que resulta interesante para el estudio de
los artefactos abstractos. De acuerdo con Dennet (1987, 1990) la pregunta
acerca de qué es un artefacto y sus funciones es apenas "un capítulo de un
problema hermenéutico más amplio: el que interroga acerca de cómo somos
capaces de interpretar y asignar significado a las acciones de otros seres
humanos, otros organismos y textos en general" (Lawler y Parente 2013: 84).
Según Dennett un artefacto no posee en sí mismo ningún significado, sino
que aquel está dado por nuestras atribuciones de significado en función del
diseño del objeto. Puesto que la hermenéutica de textos y de artefactos es
un fenómeno complejo que contempla no sólo al autor, sino también las
dimensiones de la intentio operis y la intentio receptoris, Dennett
concluye que el enfoque intencional (que considera esenciales y
determinantes las nociones de autoría e intencionalidad) no puede ser
correcto o, al menos, es una mirada parcial del problema. La consideración
de la dimensión intentio operis sugiere que la interpretación del artefacto
está contenida en su propio sustrato material-formal, mientras que la
intentio receptoris postula que el significado del artefacto está dado por
las interpretaciones de los usuarios. En consecuencia, de acuerdo con
Dennett no es correcta la coextensión entre autor y artefacto que
identifica Hilpinen, ya que el inventor o creador no es el árbitro final
que decide para qué es un artefacto, de modo que el enfoque intencional
incurre en una falacia. No existe motivo para privilegiar la intención
original del hacedor por sobre las interpretaciones de los usuarios para
establecer la funcionalidad del artefacto (Lawler y Parente 2011: 2-3).[21]

En el enfoque intencional de Hilpinen, dado que las nociones de autor y
artefacto son coextensivas, se sigue que cualquier condición que se exija
de una afectará a la otra. Según Hilpinen (1993: 155-178) esta relación
entre autor y artefacto supone que se satisfagan tres condiciones básicas:
(a) la condición de dependencia; (b) la condición de éxito; y (c) la
condición de aceptación. La primera se traduce en la idea de que un objeto
es un artefacto "solo si es intencionalmente producido por un agente bajo
ciertas descripciones del objeto, donde al menos una de esas descripciones
debe ser una descripción de clase" (Hilpinen 1993: 157). La segunda
condición implica que todas o, al menos, algunas de las propiedades del
objeto dependen contrafácticamente del contenido de la intención del
autor. Finalmente, la condición de aceptación supone que el autor debe
aceptar o creer que el resultado de su proceso creativo satisface su
contenido intencional (Lawler y Parente 2011).

Uno de los problemas de esta perspectiva es el de los productos
intencionales no deseados. Por ejemplo, cuando un sastre confecciona un
abrigo para uno de sus clientes, su intención al cortar la tela es hacer
uno de los brazos del traje con un cierto tamaño y estilo, pero al hacerlo
"produce" trozos de tela que caen al suelo como subproductos de su
actividad creativa. ¿Esos subproductos forman parte de su actividad
intencional? Según Hilpinen aun cuando se trata de objetos no deseados,
tales subproductos forman parte del contenido intencional del autor.
(Hilpinen 2011).[22] Para evitar estas dificultades, desde la literatura
arqueológica y antropológica algunos han propuesto una definición más
amplia de artefacto que considera como tal a "todos los objetos que han
sido modificados por el ser humano, sea intencionalmente o no" (Schick y
Toth 1993: 49, cit. por Hilpinen 2011).


2.2.2 Artefactos culturales y obras de arte

La producción de artefactos es una práctica constante de la cultura. Pero
¿cuál es la diferencia entre un artefacto y un artefacto cultural?

Una respuesta plausible es la que expone Heidegger en su ensayo "El origen
de la obra de arte" (Der ursprung des Kunstwerkes). De acuerdo con el
pensador de Friburgo, en los artefactos de la cultura el elemento material
está subordinado a lo que él denomina sich-ins-Werk-setzen¸ esto es,
"ponerse en obra» o "introducirse en la obra», que según Heidegger
constituiría la esencia de la obra de arte. A diferencia de los demás
artefactos (que el filósofo alemán llama utensilios), en los artefactos
culturales materia y función no son indisociables. Por el contrario, la
materialidad del artefacto es subsidiaria, está al servicio del "ponerse en
obra", al punto que se verifica un tránsito desde el "ponerse en obra"
hacia la materialidad, y no al revés.[23]

Esta concepción tiene evidentes implicancias ontológicas. Se comprende que
en un enfoque donde el énfasis se coloca no en la materialidad del objeto,
sino que en la idea de "introducirse en la obra", la realidad del artefacto
cultural es diferente a la de los meros utensilios. La realidad
(existencia) de los artefactos culturales sólo puede ser entendida desde la
cultura. Este "ponerse en obra" da cuenta de una cierta virtualidad que
determina las características del artefacto cultural, rasgo que atraviesa y
transfigura con su operación la materialidad misma del artefacto.[24] En
definitiva, lo que se "pone en obra" en el artefacto cultural es,
precisamente, la cultura. Acá la palabra cultura está entendida en un
contexto en que el hombre es visto como un "[…] animal suspendido en redes
de significación que él mismo ha tejido […]" (Geertz 2000: 5), de forma que
el artefacto cultural se define por (co) responder a esas redes de
significación que se identifican con la cultura, pero al mismo tiempo y
como consecuencia de este "ponerse en la obra", al escenificarlas las
patentiza, con toda la carga de interpretación y de atribución de
significados que este ejercicio conlleva.[25]

En Fiction and Metaphysics Thomasson no dedica demasiado interés a la
distinción teórica que puede plantearse entre artefactos y artefactos
culturales, ya que para ella es trivial que las obras literarias y los
personajes de ficción son artefactos de la cultura, del mismo modo que lo
son las sinfonías, las leyes o las teorías científicas. En este sentido, el
prefacio despeja cualquier atisbo de duda:

En el punto de vista que propongo aquí, los personajes ficcionales
son artefactos abstractos –similares de modo relevante a otras
entidades ordinarias como teorías, leyes, gobiernos y obras
literarias-, y ligados al mundo cotidiano que nos rodea por
[relaciones de] dependencia respecto de libros, lectores y autores
(Thomasson 1999: xi)

El distingo entre artefactos y artefactos culturales tiene interés desde un
punto de vista más general. En disciplinas como la antropología, la
sociología de la cultura y los estudios culturales, uno de los problemas
difíciles es determinar si existe alguna diferencia entre los artefactos
culturales y las llamadas "obras de arte". En Fiction and Metaphysics,
Thomasson se encarga de aclarar que la teoría artefactual fue diseñada para
el tratamiento de las obras literarias y de los personajes de ficción, y no
pretende constituirse en una teoría ontológico-semántica para explicar las
ficciones y el discurso ficcional en ámbitos artísticos distintos de la
literatura, como la pintura, la escultura o el cine.[26]


2.3 Objetos concretos y abstractos
Un artefacto es cualquier objeto elaborado o producido por el ser humano.
Sin embargo, no todos los artefactos son iguales: un martillo y una silla
son artefactos, pero en la perspectiva de Thomasson también lo son Sherlock
Holmes, Macbeth y Don Quijote. De los primeros decimos intuitivamente que
se trata de artefactos concretos, mientras que los segundos son artefactos
abstractos. ¿Existe alguna diferencia ontológica entre unos y otros? Y si
la hay, ¿cuáles son los criterios de separación que justifican un estatus
diferente?

En realidad, la distinción es el apéndice de un problema más general: la
dicotomía entre objetos concretos y abstractos. Se asume que el
esclarecimiento de esta cuestión es relevante tanto para la metafísica como
para la epistemología, de ahí el interés creciente en la filosofía
contemporánea. Un cierto consenso trata a los números y a otros objetos de
la matemática pura como paradigmas de entidades abstractas, y seguramente
se puede incluir en esta categoría a las clases, las proposiciones, los
conceptos, la letra "A" y el infierno de Dante (Rosen 2012). No obstante,
subyace la pregunta de fondo: ¿Cuál es el criterio que explica y justifica
la separación? Podemos apelar a la intuición y confeccionar inductivamente
un catálogo de objetos abstractos y otro de entidades concretas, pero en
ausencia de una articulación teórica, será difícil comprender su
importancia. Sabemos que la distinción es importante, pero no sabemos por
qué.

De acuerdo con Rosen, la dicotomía concreto/abstracto es relativamente
reciente y no parece haber tenido lugar antes del siglo XX (no, al menos,
como suele presentarse en el debate actual). Si bien la distinción
platónica entre formas y objetos sensibles guarda algún tipo de semejanza,
existe una diferencia esencial a propósito de la causalidad: las ideas
platónicas son la causa por excelencia, mientras que los objetos abstractos
no participan de relaciones causales. En sus orígenes la distinción tuvo un
interés lingüístico: sirvió para diferenciar el rojo de una manzana del
concepto "rojez" (de un modo similar al planteamiento de Locke en el siglo
XVII con su distingo entre cualidades primarias y secundarias). Más
modernamente, la dicotomía se empleó para trazar una línea demarcatoria en
el dominio de los objetos. Frege, por ejemplo, insistió en que la
objetividad y la aprioricidad de las verdades de las matemáticas eran una
demostración de que los números formaban parte de un tercer reino,
diferente al reino de los objetos físicos y al de las ideas de la mente.
Ésa es precisamente una de las tesis principales de Los fundamentos de la
Aritmética (1884). Más adelante Frege dirá que a este tercer reino
pertenecen también los pensamientos (Gedanke) y el sentido (Sinn) de las
oraciones asertóricas. Pero Frege no habló de "objetos abstractos" para
referirse a estas entidades objetivas suprasensibles. En este sentido el
lógico alemán puede ser considerado como un continuador de la tradición
iniciada con Bolzano (1837) y, más tarde, seguida por Brentano (1874) y por
algunos de sus más eminentes alumnos, entre ellos, Meinong y Husserl (Rosen
2012).

Parece natural abordar la dicotomía concreto/abstracto formulando la
pregunta obvia: ¿Hay objetos abstractos?, pero este camino sólo conduce a
una versión contemporánea de la antigua cuestión de los universales entre
realistas, conceptualistas y nominalistas. Por ello, es más adecuado
sustituir la pregunta por otra: ¿Si fuéramos a postular objetos abstractos,
cuáles serían? De este modo interrogamos por las características que
debieran tener tales entidades, caso de ser postuladas. La mayoría de los
filósofos ha optado por seguir lo que David Lewis (1986) llama el "camino
de la negación", esto es, intentar definir los objetos abstractos como
entidades que carecen de ciertas propiedades que sí poseen los objetos
concretos paradigmáticos. Dado que los objetos abstractos son definidos a
partir de ciertas características de las que carecen, la forma lógica de
los enunciados es el bicondicional, donde "p" es verdadero si y sólo si
"q". Es decir, cada uno de los criterios es condición necesaria y
suficiente para la definición de un objeto abstracto.

A. El criterio de la independencia de la mente. Según Rosen este es el
enfoque que Frege defendería de manera implícita en Los fundamentos de la
Aritmética y en algunas obras posteriores (cf. El pensamiento. Una
investigación lógica) al plantear la existencia de un tercer reino de
entidades objetivas y suprasensibles. Desde la perspectiva fregeana "un
objeto es abstracto si y sólo si es, al mismo tiempo, no-mental y no-
sensible" (Rosen 2012). Sin embargo esta respuesta, lejos de esclarecer el
asunto, da pábulo a nuevos enigmas: ¿Cuál es el significado del término "no-
mental"? Si se contesta que quiere significar "independiente de la mente",
parece que estamos obligados a comprometernos con alguna de las versiones
del realismo metafísico, lo que resulta problemático.[27]

B. El criterio de la localización espacio-temporal. Mientras que un
martillo y una silla son localizables en el espacio y el tiempo, no ocurre
lo mismo con los objetos abstractos. La forma gramatical del enunciado
sería: "un objeto es abstracto si y sólo si no es localizable en el tiempo
y en el espacio".

Esta explicación resulta adecuada tratándose de algunas entidades
abstractas paradigmáticas como los números o el teorema de Pitágoras. Sin
duda es más intuitivo defender que Pitágoras descubrió el teorema antes de
que lo "inventó" y, en todo caso, es claro que el teorema no es localizable
en el espacio y en el tiempo. Pero la situación se torna más oscura
respecto de otros objetos que serían abstractos según este mismo criterio.
Piénsese, por ejemplo, en el juego del ajedrez. El juego del ajedrez, como
concepto, es una abstracción. Es indudable que no podemos identificar tal
objeto con ningún tablero, piezas o jugadores en particular. No obstante,
parece natural defender que el juego del ajedrez debió ser "inventado" en
algún momento de nuestro tiempo lineal. Aunque su origen histórico es
difuso, los manuales y enciclopedias suelen señalar a la India com

o el lugar en que el juego del ajedrez fue inventado, algunos cientos de
años antes del nacimiento de Cristo. Luego, quizás en el siglo VII D. C.,
se propagó entre los persas y desde ahí se extendió a buena parte del mundo
occidental hasta nuestros días. Las fuentes no son precisas, pero existen
antecedentes suficientes para defender el origen histórico del juego del
ajedrez (Rosen 2012).

C. El criterio de la ineficacia causal. Otra respuesta plausible es
defender que los objetos abstractos carecen de poderes causales. En esta
perspectiva "un objeto es abstracto si y sólo si es causalmente ineficaz"
(Rosen 2012). Los objetos abstractos no causan ni son causados.

No obstante, este enfoque se ve debilitado por una serie de contraejemplos
que ponen en duda sus virtudes, cuestionándose que la ineficacia causal sea
condición suficiente para la definición de un objeto abstracto. El problema
de los qualias es un buen ejemplo de esta objeción.[28] En filosofía de la
mente los filósofos contrarios al fisicalismo (Searle, Jackson, Chalmers,
etc.) defienden que las cualidades subjetivas de las experiencias de
primera persona constituyen datos de los sentidos que pueden ser causados
por fenómenos físicos en el cerebro, pero que no supervienen lógicamente a
tales fenómenos. Según Chalmers tratándose de los qualias no es suficiente
con conocer y fijar las propiedades A para obtener simultáneamente las
propiedades B. En este esquema, B no superviene lógicamente A porque los
qualias no son cognoscibles por una tercera persona; los qualias sólo son
cognoscibles directamente por quien experimenta la cualidad subjetiva en
primera persona. Es lo que Thomas Nagel explicó en su artículo ¿Cómo es ser
un murciélago? (Nagel 1974): sólo podríamos saber lo que es ser un
murciélago, si fuésemos un murciélago. Por tanto, no es correcta la premisa
del fisicalista de que los estados mentales producen cambios en el mundo
físico. No cabe duda de que los qualias (caso de existir) son entidades
abstractas, y sin embargo: (i) es posible que sean causados por fenómenos
físicos cerebrales; (ii) existe una cierta relación entre el qualia y quien
experimenta en primera persona la cualidad subjetiva que lo constituye.
Dicho de otro modo, existe una cierta relación entre mi conciencia y la
cualidad subjetiva de experimentar dolor cuando un martillo ha dado en mi
dedo índice, en lugar de dar en el clavo.

Los problemas ontológicos y epistemológicos asociados a la dicotomía entre
entidades afectan también a los artefactos: ¿Cuáles son las características
de los artefactos abstractos, caso de ser postulados? Por ejemplo, si
postulamos -junto con Thomasson- la realidad de Otto zur Linde como un
artefacto abstracto dependiente, traído a la realidad por Jorge Luis Borges
el año 1949 por medio de actos intencionales, ¿conforme a qué criterio
hemos determinado que se trata de un artefacto abstracto? Si se analiza
detenidamente el asunto cada uno de los enfoques presenta problemas.

De partida, habría que descartar el criterio del carácter "no-mental" de
Otto Zur Linde, porque el personaje no es independiente de la mente de
Borges; al revés, es el resultado creativo de actos intencionales del
autor. También merece reparos el criterio de la localización espacio-
temporal, ya que si bien el personaje de ficción no tiene existencia en el
espacio, ha sido creado en un instante del tiempo t; en la especie, el año
1949. Por último, tratándose del criterio de la ineficacia causal, desde
que el personaje ha sido creado por Jorge Luis Borges y es el resultado de
sus actos intencionales, es claro que algún tipo de relación causal posee
con su hacedor. Recordemos que el defensor del criterio de ineficacia
causal afirma que "Otto zur Linde es un objeto abstracto si y solo si
carece de relaciones causales" (no es causa ni es causado). Pero en la
perspectiva artefactual Otto zur Linde mantiene una relación causal con
Borges, de modo que este enfoque no puede ser correcto.

El principal argumento de Thomasson para concluir que las obras y los
personajes de la ficción literaria son artefactos abstractos, es una
reinterpretación del segundo criterio, donde la forma gramatical del
enunciado no asume por fuerza la existencia de condiciones necesarias y
suficientes y, por tanto, se deja de lado el bicondicional desde el punto
de vista lógico. Tanto en Fiction and Metaphysics (1999) como en Ordinary
Objects (2007), la perspectiva de la autora norteamericana es idéntica: un
personaje de ficción ha sido creado en un momento determinado, a través de
actos intencionales de un autor. Pero ese personaje no es localizable
espacio-temporalmente, ni siquiera en los textos o en las copias en que
aparece descrito por medio del lenguaje. Las ficciones carecen de un
domicilio conocido. Holmes no es localizable en Londres ni en ningún lugar,
pero tampoco se encuentra en las novelas de Conan Doyle ni en sus copias,
aunque depende de ellas para continuar existiendo luego de su creación.[29]

Para Thomasson las ficciones son artefactos abstractos porque no poseen
ubicación espacio-temporal. Los personajes de ficción, como es obvio, no
ocupan los lugares físicos descritos en las narraciones literarias. Si
alguien fuese a Baker Street Nro. 221b de Londres con la esperanza de
encontrar allí al sagaz detective Sherlock Holmes, cometería lo que
Thomasson llama un "error categorial" (Thomasson 1999: 36). Ahora bien,
alguien podría sostener que los personajes de ficción se localizan en la
obra literaria. Sin embargo esta afirmación adolece de vaguedad, ya que
¿dónde está entonces la obra literaria? Si la respuesta es que la obra
literaria se encuentra en la copia que sale de la imprenta, caben las
siguientes objeciones:

(i) Normalmente existen muchas copias de la obra, y no parece razonable
concluir que la obra literaria y el personaje de ficción están en todas
ellas al mismo tiempo.

(ii) Cuando la obra literaria y el personaje de ficción han sido creados y
transmitidos oralmente a otros hablantes competentes sin que exista una
copia física, habría que concluir que la obra literaria y el personaje de
ficción están "en la mente" del narrador o del hablante, lo que sigue
siendo bastante vago.

(iii) No debe confundirse la obra literaria, que es un artefacto abstracto
sin ubicación espacio-temporal, con su copia física que es un objeto
concreto y contingente, localizable en el espacio y en el tiempo.

(iv) Si la obra literaria se refiere a un personaje que es real (aunque le
atribuye propiedades diferentes) parece evidente que ese personaje reside
en otro lugar, pero en ningún caso en la copia de la obra.

En suma, para la teoría artefactual las obras literarias y los personajes
de ficción son entidades abstractas; más exactamente, artefactos
abstractos. En la tradición filosófica occidental Platón inauguró una
distinción ontológica que perdura hasta nuestros días. El ilustre pensador
griego diferenció entre objetos concretos, contingentes, localizables en el
tiempo y en el espacio, y entidades objetivas, abstractas, necesarias y
eternas (ideas o formas) que no poseen localización espacio-temporal. En el
apartado siguiente examinaremos si la dicotomía platónica es suficiente
para determinar el estatus ontológico de las ficciones de la literatura o,
si por el contrario, deberíamos optar por una solución diferente.


2.4 La ontología de las ficciones en la teoría artefactual
Teniendo en mente las distinciones del dualismo platónico no pocos
filósofos asumen que existen objetos concretos, contingentes, situados en
el tiempo y en el espacio; y, por otro lado, entidades necesarias, eternas
y abstractas, que carecen de ubicación espacio-temporal. Sin embargo,
cuando intentamos situar a las ficciones literarias en alguna de estas
categorías ontológicas no resulta fácil determinar en cuál de ellas
deberíamos hacerlo. Si defendemos que las ficciones literarias son
artefactos abstractos, parece que debemos excluir la posibilidad de
situarlas del lado de los objetos concretos. Pero esto no significa que por
fuerza debamos optar por el mundo eterno y objetivo de las ideas, ya que
las ficciones literarias, si bien son abstractas en el sentido de que
carecen de localización espacio temporal, mantienen estrechas relaciones de
dependencia con entidades contingentes, lo que impide catalogarlas como
objetos "necesarios". Además, las ficciones de la literatura tienen algún
grado de temporalidad, ya que como artefactos abstractos han sido creadas
por un autor en un instante específico del tiempo t, mediante actos
intencionales en un determinado contexto histórico, y pueden dejar de
existir bajo ciertas circunstancias (Thomasson 1999: 38).

El análisis ontológico de las ficciones implica abordar, a lo menos, dos
problemas fundamentales: (i) determinar si hay ficciones, esto es, si
existen o no; y (ii) categorizarlas dentro o fuera de la dicotomía
platónica, caso que se postule su existencia. Hemos visto que en Fiction
and Metaphysics la estrategia de Thomasson fue la de comenzar postergando
la pregunta "¿Hay ficciones?" por otra diferente: "Si fuéramos a postular
ficciones, ¿cuáles serían?". Es el momento de abordar la cuestión de la
realidad o irrealidad de las entidades de ficción.

(A) La pregunta sobre la realidad de las ficciones está emparentada con una
interrogante todavía más primitiva: ¿Por qué deberíamos postular ficciones?
Thomasson argumenta que postular la existencia de ficciones permite ofrecer
un mejor análisis de la experiencia y del lenguaje, ya que las decisiones
ontológicas tienen evidente repercusión en aspectos semánticos y
epistemológicos. Cotidianamente usamos nombres para designar entidades que
no poseen o no parecen tener referencia, y podemos también usar nombres
para designar entidades imaginarias y hasta imposibles. En sus conferencias
(inéditas hasta el año 2013) Reference and Existence: The John Lockes
Lectures (1973) Kripke llega a una conclusión importante: sólo podemos
explicar la referencia a los personajes de ficción en la medida en que
sepamos lo que ellos son. Es decir, los problemas semánticos sólo pueden
ser comprendidos a cabalidad en la medida en que se solucione el problema
ontológico. Lo más intuitivo es la aserción de que los personajes de
ficción no existen. Pero si no existen ¿cómo se explica la referencia que a
ellos hacemos? Según Thomasson (2003: 207) los problemas de la referencia
en el discurso ficcional son de cuatro tipos:

(i) La ficcionalización del discurso (dentro de la obra de ficción). Por
ejemplo «Holmes fue la máquina más perfecta de observación y razonamiento
que el mundo ha visto jamás».

(ii) El discurso interno de los lectores sobre el contenido de las obras de
ficción, ya sea dentro la ficción («Holmes resolvió su primer misterio en
sus años universitarios») o entre ficciones distintas («Anna Karenina es
más inteligente que Emma Bovary»).

(iii) Las reclamaciones de no existencia: «Sherlock Holmes no existe».

(iv) El discurso externo de lectores y críticos sobre las ficciones como
personajes de ficción, las circunstancias de su creación, su relación
histórica con otros personajes literarios, etc. Por ejemplo «Hamlet fue
creado por Shakespeare»; «Holmes es muy famoso».

Como se advierte, las definiciones ontológicas acerca de las ficciones no
son en absoluto triviales: la adopción de una postura realista o irrealista
tiene directa incidencia en la solución de los puzles semánticos
identificados por Thomasson. El defensor del irrealismo de las ficciones se
enfrenta, a pesar de su negativa ontológica, a serias dificultades
semánticas y epistemológicas. Por ejemplo: Si Holmes no existe, ¿cómo es
que ha podido resolver un misterio? o ¿Cómo pudo Hamlet nacer del vientre
de Gertrude si fue creado por Shakespeare? Estas inconsistencias no pueden
ser solucionadas con la simple adopción de un enfoque deflacionario o
eliminativista. Toda teoría de la ficción debe ser capaz de ofrecer una
solución adecuada de los problemas semánticos asociados al tratamiento de
ficciones (Thomasson 2009: 2).

Una de las críticas más duras en contra de las teorías realistas sobre
ficciones fue presentada por Russell en su artículo Sobre la denotación (On
denoting), publicado por primera vez en 1905. Un año antes Meinong había
publicado su Teoría de los objetos (ÜberGegenstandstheorie) obra en la que
defiende una metafísica amplia que considera reales a toda clase de
entidades susceptibles de ser intencionadas, incluyendo a los objetos
imposibles como el cuadrado redondo o la montaña de oro. La objeción de
Russell es que las proposiciones meinongianas sobre objetos imposibles
vulneran el principio lógico de contradicción y, por ende, son
inconsistentes: "Se sostiene por ejemplo, que el actual y existente Rey de
Francia existe, y también que no existe; que el cuadrado redondo es
redondo, y también que no es redondo, etc. Pero esto es inaceptable, y si
puede hallarse una teoría que eluda este resultado, sin duda se la debe
preferir" (Russell 1905). Para Meinong una aserción del tipo «El cuadrado
redondo es redondo» es, sin duda, verdadera, pese a su inconsistencia
lógica. Según Russell el error de Meinong se produce al considerar que la
forma gramatical de la oración es idéntica a su forma lógica, lo que no es
así (cuestión que ya había sido advertida por Frege); y en pensar que si un
enunciado significa algo, entonces ese "algo" debe existir, lo que
constituye también una suposición errónea.[30]

Debido a la contundencia del argumento de Russell, los posteriores
desarrollos en la línea meinongiana se abocaron a dotar de consistencia
lógica a la teoría evitando la contradicción, o asumiéndola sin tapujos.
Ernst Mally (discípulo de Meinong) propuso distinguir entre propiedades
nucleares y extra-nucleares, idea que fue profundizada por Parsons (1980).
Edward Zalta (1983), a partir de planteamientos originales de Mally, señala
que existen dos modos de predicar una propiedad de un objeto: la
codificación y la ejemplificación. Por último, autores como Richard Routley
y Graham Priest asumen sin problemas la inconsistencia mediante la adopción
de una lógica paraconsistente.

Además de la clásica objeción russelliana (que ataca el corazón de la
perspectiva original de Meinong) los filósofos eliminativistas esgrimen una
serie de argumentos en contra de la existencia de ficciones:

(i) Aun aceptando que existe algo así como una realidad platónica o mundos
posibles (al estilo de David Lewis) resulta altamente problemático situar a
las ficciones en alguno de esos universos, ya que si los personajes de
ficción son creados (como afirman los creacionistas) debieran participar de
características contingentes en el mundo real, lo que contradice las tesis
centrales del realismo platónico y del posibilismo.

(ii) Otra objeción consiste en la dificultad de establecer las condiciones
de identidad para los personajes de la ficción literaria, punto en el cual
casi todas las teorías realistas (excepto la teoría artefactual de
Thomasson y, quizás, la abstractista de Kripke) tienen serios problemas. Si
los personajes de ficción poseen únicamente las propiedades que se les
atribuyen en las obras literarias en las que ellos aparecen, bastará con
que el autor haga un pequeño cambio en su obra (por trivial que sea) para
que estemos forzados a hablar de otro personaje distinto. Esto ocurrirá
especialmente en el caso de secuelas, parodias, reediciones o correcciones
realizadas por el autor. En estas situaciones los defensores de las
perspectivas realistas deben asumir que los personajes de ficción son
distintos, lo que parece contrario a nuestras intuiciones básicas, ya que
es manifiesto que en el nivel del discurso hablamos y queremos hablar del
mismo personaje, incluso si éste posee propiedades diferentes en cada uno
de los casos (Thomasson 2009: 14).[31]

(iii) Desde el punto de vista semántico una crítica importante tiene que
ver con las reclamaciones de no existencia en el discurso ficcional. Como
escribe Kendall Walton, la verdad literal evidente de frases como «The Big
Bad Wolf no existe» o «Santa Claus no existe», plantea un "grave problema
para las teorías realistas" (Walton 2003: 242). Me ocuparé en detalle de
este argumento al tratar de la objeción de Francesco Berto a la teoría
artefactual en el contexto de lo que él denomina meinongnianismo modal
metafísico.

(iv) El argumento de la parsimonia. Inspirados en la afilada navaja de
Ockham algunos irrealistas defienden que es inadecuado postular la
existencia de entidades como las ficciones, ya que no son necesarias para
nuestra comprensión e interpretación del mundo. En palabras de Quine:

El superpoblado universo del señor Y griega es desagradable desde
varios puntos de vista. Ofende la sensibilidad estética de quienes
sabemos gustar de paisajes desérticos, pero ése no es su peor
defecto. El suburbio de los posibles del señor Y griega es un caldo
de cultivo de elementos subversivos. Fijémonos, por ejemplo, en el
hombre gordo posible que está en aquel umbral y en el posible flaco
situado en aquel otro. ¿Son el mismo hombre posible o son dos hombres
posibles? ¿Cómo podríamos decidir esta cuestión? (Quine 1984: 28).

No obstante la autoridad de Quine, examinemos con más detención este
argumento. Etimológicamente "parsimonia" deriva del latín parsimonia, que
alude a la calma y frialdad en el actuar. Desde el punto de vista
científico, el principio de Ockham recomienda desarrollar una explicación
partiendo del menor número de suposiciones posibles. Aplicado a la
ontología sugiere desarrollar una explicación metafísica apelando al menor
número de entidades. Parece un principio plausible y lo es, en la medida
que no se trate de un caso de falsa parsimonia. En efecto, si por
parsimonia ontológica se entiende negar la realidad y existencia de
cualquier entidad que carezca de referencia, entonces la parsimonia no es
tal, sino falsa parsimonia. Thomasson ofrece una analogía interesante: No
cabe duda de que es deseable llevar con parsimonia la economía de un hogar,
pero ello no puede significar que no debe realizarse ninguna compra, sino
que las compras que se hagan se realicen conforme a un plan global que
considere, por ejemplo, los efectos a largo plazo de adoptar determinadas
decisiones (Thomasson 1999: 137). Llevar la economía del hogar implica
hacerlo con criterio; administrar una ontología, también. Un eliminativismo
radical conlleva el peligro de la falsa parsimonia, del mismo modo que lo
es no realizar ninguna compra con la excusa de no afectar la economía del
hogar.

Se sigue de lo anterior que debemos proceder con cautela al invocar el
argumento de la parsimonia. Thomasson alega que la mayoría de los filósofos
deflacionistas ni siquiera se toma la molestia de analizar el significado
del concepto "parsimonia", asumiendo que se trata sencillamente de negar la
realidad de ciertas entidades problemáticas (Thomasson 1999: 137). Sin
embargo, la navaja de Ockham no es una invitación a negar la existencia de
entidades cada vez que ello sea posible, sino una guía para admitir ciertos
objetos en la medida en que éstos son necesarios para el diseño de la mejor
explicación posible de un fenómeno; i. e. para la comprensión del lenguaje
natural o de los problemas de la referencia y el significado. Lo que está
en juego, entonces, no es qué entidades vamos a negar o a eliminar, sino
cuáles estamos dispuestos a admitir. Esto supone contar con un criterio de
necesidad ontológica que evite la falsa parsimonia. Un eliminativista corre
el riesgo de arbitrariedad e inconsistencia caso de admitir la realidad de
ciertas entidades (por ejemplo los números o los objetos puros de la
geometría) y negar la existencia de otras entidades que no son diferentes
de manera relevante. El filósofo debe contar con un sistema de categorías
como base para la toma de decisiones fundadas en principios ontológicos, y
no basarse exclusivamente en enfoques fragmentarios. Siguiendo las
distinciones de Husserl, Thomasson defiende el diseño de un tipo de
ontología que denomina "categorial" (categorial ontology) en oposición a la
perspectiva de las ontologías regionales o no sistemáticas (piecemal
ontology). La ventaja de un sistema de categorías es que no se prejuzga si
hay o no ficciones, sino que se toman decisiones ontológicas (admitir o
rechazar la existencia de ciertas entidades) conforme a criterios
sistemáticos de necesidad previamente establecidos, y no de manera
casuística o arbitraria.

(B) El segundo de los problemas ontológicos es una consecuencia directa del
primero. De acuerdo con Thomasson, categorizar las ficciones de la
literatura no difiere sustancialmente del mismo problema de categorización
en torno a otros objetos abstractos de la cultura como el matrimonio, las
leyes o las sinfonías. Pero, debido a la insuficiencia de la dicotomía
platónica, debe existir un tercer reino alternativo en el que situar a las
ficciones concebidas como artefactos abstractos, creados y dependientes de
actos intencionales.

Sin embargo Thomasson reconoce que pese a su innegable utilidad la mayoría
de los filósofos ha optado por un enfoque ontológico poco sistemático para
abordar el problema de la postulación de ficciones.[32] Este proceder se
funda en un cierto escepticismo en cuanto a la posibilidad real de diseñar
un sistema de categorías tal que no sólo sea exhaustivo (que ninguna
entidad quede afuera) sino, además, que las categorías sean mutuamente
excluyentes. Los filósofos que han propuesto sistemas ontológicos
categoriales (Aristóteles, Porfirio, Kant, Husserl, Ingarden) en general
han postulado sólo una dimensión de categorías[33], en circunstancias que
el enfoque adecuado es el diseño de un sistema multidimensional de
categorías. Quizá el caso más conocido sea el de Aristóteles. El
Estagirita, en su tratado Categorías, identifica diez categorías del ser:
sustancia, cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, posición, posesión,
acción, y pasión (Aristóteles Organon: 1b25). Las categorías aristotélicas
se encuentran todas en un mismo plano o dimensión, y no se postula ninguna
otra categoría más alta o superior. Según Thomasson, un esquema simple de
categorías como el de Aristóteles corre el riesgo de no cumplir los
requisitos de exhaustividad y mutua exclusión, incluso si se establecen
jerarquías entre las diferentes categorías aristotélicas (Thomasson 1999:
119).

Otra fuente de escepticismo es el argumento historicista: los sistemas de
categorías ontológicas de Aristóteles, Porfirio, Kant, Husserl, etc.
difieren sustancialmente e, incluso, algunos se contradicen. ¿Cómo decidir
cuál de ellos es el más adecuado? Hasta cierto punto Thomasson se muestra
de acuerdo con las dos versiones del argumento escéptico, aunque agrega que
éste solo aplica tratándose de sistemas unidimensionales de categorías
(como el de Aristóteles) y pierde su fuerza en el caso de sistemas
multidimensionales y existenciales como el que ella propone. El sistema de
categorías es existencial porque se basa en la existencia de las cosas
mismas, en oposición a un sistema formal de categorías apoyado únicamente
en la sintaxis del lenguaje o en consideraciones puramente lingüísticas
(Thomasson 1999: 120).

La base analítica general para un sistema de categorías ontológicas se
construye mediante la concurrencia de tres elementos: 1. La dependencia
ontológica; 2. El concepto de lo "real"; y 3. El concepto de lo "mental".
La dependencia ontológica es el concepto guía, mientras que lo real e
intencional son los ejes en los que se sustenta el sistema categorial
(Pazetto Ferreira 2009). A primera vista parece cuestionable el uso de los
conceptos "real" y "mental" como ejes del sistema de categorías
ontológicas, y Thomasson se muestra consciente de esta posible objeción,
pero aclara que no emplea los conceptos "real" y "mental" como si se
tratasen del fundamento último de un metasistema de categorías, sino que
con el único propósito de establecer que para cualquier entidad concebible
en sentido fuerte (dado que el sistema por definición es existencial,
exhaustivo, multidimensional y mutuamente excluyente), ésta posee
relaciones de dependencia ontológica con objetos reales o intencionales.
Además, la autora aclara que el sistema perfectamente podría extenderse a
otros ejes diferentes de los conceptos "real" y "mental" en la medida que
el sistema de categorías en su conjunto satisfaga las condiciones de
exhaustividad y exclusión mutua.

Un genuino sistema de categorías ontológicas debe poseer, al menos, tres
características básicas: (i) natural; (ii) relevante; (iii) exhaustivo. Que
sea natural significa que el sistema debe permitir la localización de
categorías importantes y preservar algunas distinciones centrales. Que sea
relevante implica que el sistema debe incorporar criterios apropiados para
admitir o rechazar objetos. Finalmente, que sea exhaustivo supone que
cualquier entidad concebible debe ser incluida en alguna de las categorías
seleccionadas, de modo que nada que pueda ser pensado (en un sentido
fuerte) quede excluido del sistema. Es posible extraer un sistema natural,
relevante y exhaustivo de categorías de acuerdo con la manera en que un
objeto tiene o no dependencia de estados intencionales, y de entidades
espacio-temporales. Por tanto, además de la definición precisa de la noción
de dependencia, se requiere la concurrencia de dos propiedades adicionales:
(a) la de ser reales, donde x es real si y sólo si tiene una ubicación
espacio-temporal definida; y (b) la de ser un estado intencional, donde x
es un estado intencional si y sólo si posee una capacidad intrínseca para
representar algo más allá de sí mismo. En síntesis, las categorías
ontológicas se distinguen por medio de las formas en las que una entidad
depende de las cosas reales y de los estados intencionales (Thomasson 1999:
121).

Desde luego no puede negarse que resulta discutible esta apelación a
estados intencionales como uno de los ejes para el diseño de un sistema de
categorías ontológicas. Buena parte del pragmatismo y de la filosofía
analítica del lenguaje rechazan abiertamente cualquier explicación de corte
mentalista o psicologista. Una idea, por ejemplo, sugiere el reemplazo del
concepto "intencional" por el de "significado", como en la teoría causal de
la referencia de Putnam y Kripke. Según Pazetto Ferreira (2009) dado que el
sistema de categorías ontológicas de Thomasson es multidimensional, es
posible mantener intacto su esquema original en la medida en que los
conceptos "real" e "intencional" se interpreten formalmente como
equivalentes o susceptibles de ser reemplazados por otros conceptos, ya que
en esencia su enfoque es metodológico y no tendría ningún compromiso
ontológico.[34]

Thomasson declara que la elección del eje real-intencional como base del
sistema de categorías ontológicas no es arbitraria, ya que aprehende la
esencia de las dicotomías tradicionales entre abstracto-concreto, material-
mental, real-ideal y particular-universal. Lo relevante es que este sistema
de categorías ontológicas permite afrontar adecuadamente el discurso de
sentido común sobre ficciones y explicar, por ejemplo, cómo es que son
reales los personajes de la ficción literaria, pese a que nuestras
intuiciones básicas nos sugieren más bien lo contrario.


2.4.1. Críticas a la teoría de Alexius Meinong

Antes de presentar en detalle la teoría artefactual, Thomasson explora en
Fiction and Metaphysics diferentes enfoques alternativos sobre la ontología
de las ficciones. Uno de ellos es la teoría de Alexius Meinong (1853-1920)
contenida en su libro ÜberGegenstandstheorie (Teoría de los objetos,
Meinong 1904). La propuesta realista de Meinong no trata específicamente de
las entidades de ficción, sino que su consideración se da en el contexto de
una perspectiva más general que comprende toda clase de objetos no-
existentes, incluyendo objetos imposibles como la cúpula redonda-cuadrada
de Berkeley o la montaña de oro. La idea fundamental de Meinong se
construye a partir del concepto de intencionalidad, esto es, actos
intencionales que implican objetos no-existentes.[35] Un objeto, según
Meinong, es todo lo que puede ser experimentado (Erlebnis). Los objetos
están gobernados por dos principios estrechamente ligados y que determinan
su naturaleza: (1) el principio de la independencia del ser-de-tal-modo
(Sosein), que refleja la forma en que se considera un objeto en relación a
sus propiedades; y (2) el principio de indiferencia que sostiene que –en sí
mismo- el objeto puro es indiferente al ser (Redmond, inédito).

De acuerdo con Thomasson, tanto la perspectiva original de Meinong como la
de sus seguidores o continuadores (Mally, Zalta, Parsons, Rapaport) más
allá de sus diferencias, comparten las siguientes tesis: (i) Hay al menos
un objeto correlacionado con cada combinación de propiedades; (ii) Algunos
de estos objetos (entre ellos las ficciones) son no-existentes; (iii) Pese
a que no-existen tales objetos (de algún modo) tienen las propiedades
correlativas (Thomasson 1999: 14). La primera tesis ha sido llamada a
veces "principio de comprehensión", que permite postular una infinidad de
objetos no-existentes.

En cuanto al tratamiento de las entidades de ficción las diferentes
perspectivas meinongianas concuerdan con la teoría artefactual en que hay
ficciones, es decir, ambos enfoques son realistas. También comparten la
idea de que podemos hacer referencia a ellos, y que los objetos de la
ficción juegan un papel importante en la experiencia, tanto en el nivel de
la percepción como en el de la conciencia. No obstante, existen notables
diferencias entre uno y otro enfoque: (1) Mientras Thomasson está dispuesta
a comprometerse ontológicamente con que existen las ficciones, para los
meinongianos tales objetos son no-existentes; (2) Los meinongianos, en
virtud del principio de comprehensión, están comprometidos ontológicamente
con la no-existencia de una infinidad de objetos (incluyendo las entidades
de ficción), mientras que en la teoría artefactual los únicos objetos de
ficción cuya existencia se reconoce son aquéllos que han sido creados a
través de actos intencionales; (3) Desde el punto de vista de la teoría
artefactual los objetos de la ficción son creados en un instante del tiempo
t, mientras que en el enfoque de los meinongianos los objetos no-existentes
son descubiertos y seleccionados a partir de una colección infinita de
objetos. (4) Para los meinongianos las entidades de ficción son sólo una
gama dentro del universo infinito de objetos abstractos no-existentes. No
hay, por lo tanto, auténtica creación literaria. Los escritores de obras de
ficción no crean personajes, sino que se refieren a ellos tomándolos o
seleccionándolos desde un amplísimo catálogo de objetos abstractos que
siempre estuvieron a su disposición. Por el contrario, en la perspectiva
artefactual los actos intencionales de un autor constituyen actos de
genuina creación literaria. (5) Otra diferencia importante consiste en la
determinación de las condiciones de identidad para los objetos de la
ficción, además del difícil obstáculo de la referencia en el discurso
ficcional. Según Thomasson los distintos enfoques meinongianos enfrentan
serios problemas en ambos aspectos (cf. Thomasson 1999: 56-67).


2.4.2. Crítica a las teorías posibilistas

El señor Y griega -como Quine llama al defensor del posibilismo- defiende
que Pegaso "tiene el ser de un posible no actualizado. Cuando decimos que
no hay tal cosa Pegaso, decimos más precisamente que Pegaso no tiene el
especial atributo de la actualidad. Decir que Pegaso no es actual es
lógicamente paralelo a decir que el Partenón no es rojo; en ambos casos
decimos algo acerca de una entidad cuyo ser no se discute" (Quine 1984:
27).

Uno de los señores Y griega bastante competente en la defensa de la
doctrina posibilista de las ficciones fue el primer Kripke (1963), en el
contexto de su teoría causal de la referencia y su semántica modal de
mundos posibles. Kripke menciona a Holmes como ejemplo de una entidad "que
no existe, pero que en otras situaciones objetivas habría existido".[36]
Parece plausible que aun cuando no exista ninguna persona real que tenga
las propiedades atribuidas a Holmes, habrá alguna que sea capaz de exhibir
todas esas propiedades en alguno de los mundos posibles.

Pese a que se trata, a primera vista, de un enfoque muy tentador para el
tratamiento de ficciones, según Thomasson el defensor del posibilismo (del
mismo modo que en el caso de los meinongianos) tiene serios problemas para
determinar las condiciones de identidad de los personajes de ficción, por
ejemplo, en el caso de que existan varios candidatos a posibles no
actualizados. ¿Cómo elegir entre ellos? Otra dificultad es que las
descripciones que aparecen en las obras literarias, como es natural, sólo
se refieren a algunas de las propiedades del personaje, pero no a todas,
dejando en la penumbra de la indeterminación varias otras propiedades que
pueden atribuirse al personaje (por ejemplo su grupo sanguíneo o su dieta
alimenticia). Así, una amplia variedad de personas podrían erigirse como
legítimos candidatos para ocupar el lugar del personaje de ficción en
alguno de los mundos posibles, pero al no contar con un criterio razonable
de elección, la decisión que recaiga en favor de cualquiera de ellos será
irremediablemente arbitraria. También enfrenta problemas el posibilista
cuando la descripción del personaje incluye propiedades incompatibles,
tornándose la entidad en un objeto imposible, de modo que muy pocos –sino
ninguno- de los candidatos es capaz de satisfacer esas propiedades en
alguno de los mundos posibles. Por último, otro escollo importante para el
posibilista es que si lograse hallar efectivamente a un candidato único
para su afirmación de que es posible que Sherlock Holmes exista en uno de
los mundos posibles, no podría sin embargo explicar el proceso de creación
del personaje. Puede que el posibilista logre encontrar a un sólo individuo
que satisfaga en algún mundo posible todas las propiedades que se atribuyen
a Holmes, incluyendo la de vivir en Londres en el siglo XIX, pero tal
personaje carecerá de la propiedad de ser creado por el autor Arthur Conan
Doyle por medio de actos intencionales (Thomasson 1999: 17).[37]


2.4.3. Crítica a las teorías de la ficción como objetos de la referencia

Algunos autores (van Inwagen 1977; Crittenden 1994) defienden que los
personajes de ficción son meros objetos de referencia que postulamos por
razones semánticas, esto es, para dar significado a un cierto tipo de
discurso literario. Así, Charles Crittenden trata a los personajes de la
ficción como "objetos gramaticales", mientras que van Inwagen considera
como ficciones a las entidades teóricas mencionadas en la crítica de obras
literarias, llamándolas "criaturas de ficción" (van Inwagen 1977).

La perspectiva de Crittenden, en sintonía con las ideas sobre el lenguaje
del segundo Wittgenstein, trata a los personajes de ficción como meros
objetos de referencia gramatical en el contexto de un discurso pragmático y
de juegos de lenguaje de los hablantes competentes de una comunidad
lingüística. Para Crittenden los objetos de la ficción no existen, pero
desempeñan una función referencial en los diferentes juegos de lenguaje.
Según Thomasson, pese a que el enfoque general de Crittenden se inscribe en
el irrealismo, comparte algunas ideas con la teoría artefactual, ya que
está de acuerdo en que las entidades de ficción son el resultado de la
creación intencional de los autores en el contexto de prácticas
lingüísticas (juegos de lenguaje) determinadas por reglas. No obstante, la
diferencia esencial es que para la teoría artefactual las ficciones son
reales y dependientes, en tanto que para Crittenden las ficciones no son
reales ni existentes, pero sí son dependientes de ciertas prácticas
literarias. Thomasson cuestiona el punto de vista antimetafísico de
Crittenden por cuanto reduce el valor de verdad de los enunciados acerca de
ficciones a simples juegos de lenguaje, dejando de lado la perspectiva
esencialista del discurso ficcional (Thomasson 1999: 19). Establecer las
condiciones de identidad de los personajes de ficción en las obras
literarias (el original y sus copias, reversiones, imitaciones, parodias)
constituye un ejercicio complejo que excede con mucho su tratamiento como
meros objetos referenciales desde el punto de vista de las prácticas
lingüísticas.

En el caso de van Inwagen su teoría se asemeja a la teoría artefactual,
especialmente porque comparte la tesis realista de que los personajes de
ficción existen como entidades abstractas especiales. No obstante, se
distancian en que van Inwagen (al igual que Crittenden aunque por
diferentes razones) no hace mucho por describir el estatus ontológico de
los objetos que denomina "criaturas de ficción", concentrándose en una
perspectiva semántica: desde la crítica literaria es preciso postular la
existencia de ficciones para hacer que tal discurso tenga un valor de
verdad. Es decir, para realizar afirmaciones verdaderas desde la crítica
literaria debemos postular la existencia de ficciones. Pero, de acuerdo con
Thomasson, van Inwagen no se pronuncia con claridad en torno a aspectos
cruciales del tratamiento de ficciones: si éstas son o no creadas, o cuál
es su estatus ontológico frente a otros objetos abstractos como los números
o las figuras geométricas. En tal sentido, si bien van Inwagen pone a las
ficciones en la misma categoría de otras entidades de las que habla la
crítica literaria (como imágenes, rimas, sonetos) no queda claro cuál es su
estatus ontológico cuando las comparamos con las obras musicales, las
copias de textos literarios y, en general, al tratar la cuestión de los
universales (Thomasson 1999: 21).


2.5 La relación de dependencia
La noción de dependencia es uno de los elementos centrales de la teoría
artefactual, pero no se trata de un rasgo propio o distintivo de las
entidades de ficción. Como Thomasson advierte, el estudio detallado de la
dependencia de los personajes de ficción no sólo facilita la comprensión de
su estatus ontológico, sino que también permite aprehender la ontología de
otros objetos culturales, institucionales e, incluso, de objetos físicos y
entidades abstractas que no son ficciones. Por ello, la formulación de la
teoría de la dependencia deberá ser lo más general posible para capturar
analíticamente la más amplia gama de objetos existentes en el mundo
(Thomasson 1999: 24).

Aunque el análisis de la noción de dependencia se remonta a Aristóteles, el
punto de partida que Thomasson considera es moderno: las Investigaciones
Lógicas (Logische Untersuchungenm) de Husserl. En la primera de sus
Investigaciones Lógicas, publicada en 1900, el filósofo alemán ofrece
varias definiciones de la palabra "fundación" (del vocablo fundar:
Fundierung), concepto clave en su descripción del método fenomenológico. La
epokhé o suspensión del juicio es una abstención que, al mismo tiempo,
supone una eliminación de toda tesis y de toda posición teórica. El sujeto,
el objeto, y el contenido del acto sucumben a la epokhé (Marías 2010). A
partir de las Investigaciones Lógicas el alcance del término fundación es,
para Husserl, "clarificar el origen esencial de nuestros conceptos, leyes,
teorías, en suma, de todo dominio del sentido y de significaciones válidas
en vivencias intencionales intuitivas de una vida dadora de sentido" (Rizo-
Patrón 2012). Para el Husserl de las Investigaciones Lógicas la idea de
dependencia conlleva la de "constitución": el mundo se constituye en la
subjetividad; ser partícipe de experiencia significa ser constituido en la
experiencia.

Debido a la influencia de Husserl, varios filósofos contemporáneos se han
ocupado del problema de la dependencia, pero aunque las investigaciones
recientes han realizado aportes para su esclarecimiento, las teorías
elaboradas no han sido lo suficientemente generales ni detalladas para el
tratamiento exitoso de las cuestiones ontológicas asociadas a las
ficciones. Por ello, el primer paso en el diseño de una buena teoría de la
dependencia es identificar lo que las diferentes instancias de la
dependencia tienen en común para entenderla como un fenómeno unificado,
pese a que inductivamente se presentan numerosas situaciones diferentes.
Thomasson aclara que su análisis se limita a la dependencia existencial,
que a menudo es definida en su forma básica como "necesariamente, si A
existe, entonces B existe". Además, es importante aislar el fenómeno de la
dependencia para evitar la confusión que resulta de entremezclarlo con
otros problemas filosóficos, como aconteció en los trabajos pioneros de
Husserl e Ingarden (Thomasson 1999: 25).

Un aspecto importante es que si bien el estudio de la dependencia suele
estar asociado a la relación entre objetos, también puede dar cuenta de la
relación entre estados de cosas, tropos y de propiedades entre sí: por
ejemplo, la forma de un globo depende de la presión de aire en su interior.
Por tanto, el análisis ontológico de la dependencia debe considerar las
distintas combinaciones posibles entre estos elementos (objetos con estados
de cosas, objetos con propiedades, etc.) si realmente se quiere formular
una teoría general de la dependencia. Thomasson advierte que emplea
genéricamente el término "individuo" para referirse a los objetos, tropos,
eventos y estados de cosas. Estos últimos son considerados individuos en
lugar de los universales, porque pueden dar lugar a instancias universales,
pero no pueden ellos mismos ser instanciados por un "individuo".

Otra característica relevante que según Thomasson debe poseer una teoría
completa de la dependencia, es delinear cuidadosamente las diferentes
formas que la relación de dependencia puede tomar, para evitar incurrir en
errores respecto de situaciones que no son idénticas. La definición más
general de dependencia (y al mismo tiempo la más débil) es la mencionada
dependencia existencial: "Necesariamente, si existe A, existe B", donde no
se introducen más especificaciones, sólo que si A existe en algún momento,
entonces B existe en algún momento. Cada una de las variedades de
dependencia que siguen supone esta definición existencial. Algunos tipos
importantes de dependencia que Thomasson identifica son los siguientes:

1. Dependencia rígida y dependencia genérica. La primera es la dependencia
de un objeto con un individuo en particular, mientras que la segunda es la
dependencia con un tipo de individuo, cualquiera que sea éste. Básicamente
se trata de la distinción de Charles S. Peirce entre type (tipo) y token
(caso) aplicada a las relaciones de dependencia ontológica.

2. Dependencia histórica y dependencia constante. La dependencia histórica
es la que el objeto mantiene con el autor, pues depende de este último para
ser traído a la existencia (aunque una vez creada la entidad no depende de
su hacedor para existir). La dependencia constante es la que el objeto
conserva con las copias de la obra literaria, que son las que posibilitan
que el personaje de ficción siga existiendo.

La dependencia histórica es más débil que la dependencia constante, ya que
no supone una relación de dependencia en cada instante del tiempo t en que
existe el objeto, sino sólo al momento de ser traído al mundo. Cuando la
dependencia histórica lo es con uno o más individuos específicos es,
además, rígida. Por ejemplo, todos los seres humanos dependemos rígidamente
de nuestros padres para venir al mundo, pero una vez que nacemos nuestra
existencia es independiente. Dependemos histórica y rígidamente de nuestros
progenitores, pero no mantenemos con ellos una dependencia constante
(Thomasson 1999: 32).

La dependencia histórica también puede darse en relaciones entre
propiedades. A partir de un argumento de Kripke[38] en torno a la Reina
Isabel II de Inglaterra, Thomasson interroga si cabe hablar de una
dependencia histórica genérica, esto es, la que el objeto mantiene con
algún tipo de individuo en la medida en que reúna ciertas propiedades que
se especifican. Su conclusión es que si bien la dependencia histórica
rígida será la regla general en las relaciones entre objetos y sus
propiedades, existen casos en los que puede tener lugar la dependencia
histórica genérica, como por ejemplo tratándose de los catalizadores de
reacciones: el alcohol se produce a partir de una molécula simple de azúcar
que se mezcla con levadura en un proceso de fermentación. En este caso la
levadura actúa como un facilitador de determinadas reacciones químicas que
culminan en la obtención de un compuesto orgánico distinto (etanol) que
luego es utilizado en la producción de ciertas bebidas alcohólicas. Aunque
en el proceso se utilicen idénticas moléculas de azúcar (glucosa) pero
diferentes tipos de levadura, el resultado será la producción de un mismo
lote de alcohol (Thomasson 1999: 33).

De la interrelación entre estos tipos de dependencia se derivan los
siguientes teoremas:

(i) La dependencia constante implica dependencia histórica.

(ii) La dependencia histórica implica dependencia existencial.

(iii) La dependencia rígida con un estado de cosas relativo a una o más
propiedades específicas, implica dependencia genérica. Por ejemplo, la vida
humana biológica depende rígida y constantemente de que el corazón siga
latiendo y bombeando sangre (especialmente al cerebro), pero como la
propiedad de bombear puede predicarse también de otros objetos (i. e. un
corazón artificial) la vida humana biológica depende genéricamente de algo
que posea la propiedad de bombear, de modo que si esa propiedad desaparece,
expira también lo que llamamos vida humana biológica.

(iv) La dependencia es transitiva.

(v) La dependencia constante es transitiva.

(vi) La dependencia histórica es transitiva.

La propiedad de transitividad implica que si un personaje de ficción
depende de la obra literaria y esta última depende de su respectiva copia,
entonces el personaje de ficción depende de la copia de la obra literaria:
Si A depende de B, y B depende de C, entonces A depende de C.

Con estas ideas y distinciones en mente Thomasson concluye que el tipo de
dependencia que se da en el caso de las obras literarias y de los
personajes de ficción posee un doble cariz:

1. Es una dependencia histórica y rígida, ya que las ficciones dependen de
actos creativos intencionales de un autor para venir a la existencia. La
dependencia es rígida porque se tiene con un solo objeto (un autor
específico).

2. Es una dependencia constante y genérica, por cuanto los personajes de
ficción dependen de las copias de la obra literaria para continuar
existiendo. "El autor las hace nacer y las copias de la obra original
permiten que la obra siga existiendo. Mantener o no una dependencia
constante es cosa de vida o muerte para las ficciones" (Redmond 2011: 341).
Los objetos de la ficción mantienen con su autor una dependencia histórica
y "al mismo tiempo dependen de las copias de la obra literaria donde
aparecen. Esta obra literaria es la que permite deslizarlas en la comunidad
lingüística de lectores y así seguir existiendo. Se les restituye por este
mismo medio la capacidad de ser referidas a través de cadenas de
dependencia, identificables a través de esas mismas relaciones y,
finalmente susceptibles de morir (desaparecer) si estas relaciones son
disueltas definitivamente" (Redmond 2011a).

La dependencia constante es, además, genérica en el sentido de que el
personaje de ficción no depende de las copias de una obra en particular
bastando con que exista en una de muchas obras literarias diferentes.
Además, cuando hablamos de dependencia en las narraciones orales que se
conservan en la memoria de los hablantes competentes de una comunidad
lingüística, la dependencia constante es, también, genérica porque no se
refiere a ningún hablante en particular, sino que a cualquiera de los
miembros de esa comunidad (Thomasson 1999: 36).


2.6. El enfoque intencional
El modelo de Thomasson pone énfasis –del mismo modo que otros autores como
Hilpinen (1992 1993), Dipert (1993) y Baker (2007)- en que los artefactos
son objetos dependientes de intención (intention dependent). Como se vio en
el apartado 2.2.1 el núcleo duro del enfoque intencional es la relación
coextensiva entre los conceptos de autor y artefacto: algo es un artefacto
si y sólo si tiene un autor. Thomasson precisa que los artefactos son
productos intencionales de actividades humanas, lo que significa excluir
del ámbito artefactual a todos los objetos que no forman parte del
contenido intencional del acto, sea como resultado de acciones azarosas o
como productos no deseados por el autor (por ejemplo, la contaminación
ambiental y la chatarra). Que un artefacto sea el producto intencional de
una actividad humana implica, además, una doble relación de dependencia con
su autor: (i) para ser traído al mundo, ya que antes de los actos
creacionistas el objeto no existía (dependencia histórica rígida); y (ii)
para ser lo que es, por cuanto la determinación de sus características y
propiedades (al menos las esenciales) depende de un cierto privilegio
epistémico del autor. Estas conclusiones son el resultado de la adopción de
un enfoque metafísico por parte de Thomasson que tiene su origen en
elementos presentes en la teoría de la intencionalidad de Husserl, y en la
teoría de Ingarden acerca de la obra de arte literaria.

Un artefacto no es una mera consecuencia de ciertas actividades humanas,
sino más que eso: es el resultado de actos intencionales, es decir, de
actos físicos y mentales de un hacedor (Thomasson 2009). Esto supone que un
artefacto, a diferencia de un objeto perteneciente a una clase natural,
depende no sólo de las acciones materiales del autor, sino que también de
su contenido mental. Sin embargo, como observa Diego Parente, esta última
idea admite dos interpretaciones. Por un lado puede implicar que los actos
intencionales son causa de la producción de objetos de clases artificiales
como martillos, sillas y mesas, pero también responsable de otros objetos a
priori pertenecientes a una determinada clase natural, como los animales
domesticados o las plantaciones de hortalizas. Por otro, puede representar
algo más profundo: que los artefactos no son sólo causal, sino
existencialmente dependientes de la mente, en el sentido de que es
metafísicamente necesario para que algo sea un artefacto que haya
actividades intencionales (Parente 2013: 85). En palabras de Thomasson:
"parece ser parte de la idea misma de un artefacto que debe ser el producto
de las intenciones humanas" (Thomasson 2009, en cursivas en el original).

Según Thomasson los artefactos dependen de nosotros no sólo en el sentido
de que son el resultado de nuestra volición, sino que también desde el
punto de vista conceptual. Los artefactos y los tipos de artefactos están
estrechamente relacionados con los conceptos humanos, al menos, desde tres
puntos de vista: metafísico, epistémico y semántico. Desde el punto de
vista metafísico, porque la naturaleza de los artefactos está constituida
por los conceptos y las intenciones de sus autores, rasgo que los distancia
de los términos pertenecientes a una clase natural. Desde el punto de vista
epistémico, porque como la naturaleza de los artefactos (lo que ellos son)
depende de la intención de su creador, cuando usamos un término de clase
artificial tenemos necesariamente un acceso cognitivo privilegiado de las
propiedades que determinan la extensión del término. En realidad, el
hacedor no sólo tiene un acceso privilegiado, sino además infalible sobre
las características relevantes para que el producto de su creación sea la
clase de artefacto que es. Desde el punto de vista semántico, porque no
puede haber genuina referencia a términos de clases artificiales sin contar
con la descripción de alguien que sea a su vez el portador de un concepto
relevante acerca de la naturaleza y de las propiedades del objeto. Sin las
descripciones asociadas a los términos para artefactos no podría
determinarse la referencia (Thomasson 2003).


2.6.1. Consecuencias epistemológicas

De lo expuesto hasta acá se sigue que lo esencial en un artefacto no es su
forma o su función, sino que las intenciones y los conceptos de sus
hacedores. "Un artefacto es el tipo de artefacto que es porque así lo ha
estipulado su creador, intención que ha estado guiada por un concepto
sustantivo que el hacedor tiene sobre la naturaleza del artefacto" (Ortega
Cano 2013). Según Thomasson este concepto sustantivo especifica las
condiciones necesarias para que el artefacto pertenezca a una determinada
clase. Pero esto no es suficiente: el concepto sustantivo debe ser
correcto, esto es, la intención del autor debe ser llevada a cabo con
éxito. Si la clase artificial existe previamente, el creador del artefacto
K debe sujetarse, al menos de manera sustantiva, al concepto de los
creadores previos de Ks. De lo contrario, su intención de crear un K
resultará fallida. Puede suceder que no conozca la existencia de Ks previos
o simultáneos, pero entonces no será el creador de un artefacto, sino de un
prototipo, y sólo si su concepto de K coincide con el de los creadores de
Ks previos o simultáneos, puede ser considerado un creador de Ks [no de K]
coincidentalmente. Esto explica cómo integrantes de diferentes culturas
pueden crear artefactos de la misma clase (cuchillos) guiados por el mismo
concepto sustantivo (Ortega Cano 2013).

En el caso de los prototipos o artefactos nuevos, el creador no tiene la
intención de hacer un artefacto de éstos previamente existentes, porque no
los hay. En este caso el hacedor debe tener ciertos objetivos en mente a
las que dirigir su actividad intencional, incluyendo algunas
características que impondrá al objeto creado. Esto significa que el
hacedor siempre debe tener una idea sustantiva de qué tipo de artefacto
pretende crear. En casos como estos las características relevantes para la
pertenencia a una clase artificial son estipuladas por el creador. Y si
consigue imponerlas y alcanzar sus objetivos, puede ser considerado el
creador de una clase artificial nueva.

Como buen exponente del modelo intencional, para Thomasson la función no es
el elemento definitorio para considerar artefacto a un objeto (aunque en la
práctica probablemente lo será en la mayoría de los casos). Si alguien tuvo
la intención de hacer una silla, y tuvo éxito en concretarla, nada importa
que después el objeto llamado "silla" sea utilizado con otros propósitos.
Sigue siendo "silla" pues es un artefacto dependiente de su creador, no de
la función que desempeñe. Sin embargo, esto no significa que la naturaleza
de un tipo de artefacto esté determinada necesariamente por la función que
haya querido imponerle el creador, pues es claro que algo puede ser una
silla aun cuando su creador tenga otros planes muy distintos para el
objeto, que el de servir para que la gente se siente encima. Lo único
importante para Thomasson es que el creador haya tenido la intención
(guiada por un concepto sustantivo correcto, y ejecutada con éxito) de
hacer una silla, independientemente del uso que quiera darle el hacedor al
artefacto. En algunos casos excepcionales, es posible que la intención
exitosa del autor sea condición necesaria, pero no suficiente para la
creación del artefacto. Ello ocurrirá cuando, además de lo que aporta el
creador, pueda ser necesaria la aceptación colectiva o algún otro factor
social para que un objeto sea el tipo de artefacto que es (Ortega Cano
2013: 119).

Otro elemento importante que destaca la autora norteamericana es que el
creador del artefacto goza de una cierta inmunidad epistémica frente a
determinados tipos de error e ignorancia. El autor no puede errar ni
ignorar masivamente la naturaleza del artefacto que ha creado. Obviamente
el resto de la comunidad de hablantes sí puede serlo, pero ello será
baladí.

Es importante tener presente que Thomasson no desea implicar que las
descripciones o los conceptos sustantivos que conocen los creadores del
artefacto sean accesibles a priori ni que estén analíticamente asociados
con el término designado para el artefacto. El creador, dada su condición
de hacedor intencional exitoso, posee un privilegio epistémico sobre el
resto de los hablantes, pero su conocimiento no es ilimitado: está
condicionado a su época y tradición. Además, los creadores pueden ser
ignorantes o equivocarse sobre qué condiciones físicas, por ejemplo, son
nomológicamente necesarias (o suficientes) para que los artefactos tengan
las características superficiales que presentan.

Los creadores poseen un conocimiento sustancial y privilegiado sobre los
artefactos que han creado, que se sustenta en el conocimiento de un
"concepto sustantivamente correcto" que proporciona condiciones, al menos
necesarias, de pertenencia a la clase artificial en cuestión. Thomasson no
lo explicita ni da ejemplos, pero habla de ello como características
generales o de primer nivel de conocimiento. En este nivel, según
Thomasson, no es posible la ignorancia o el error en el creador del
artefacto. Sin embargo, en un segundo nivel de conocimiento sobre la
naturaleza de los objetos (referido a las características particulares o
concretas de una clase artificial) sí puede haber error e ignorancia de
parte del hacedor. Esto ocurrirá muy probablemente en el caso de los
artefactos nuevos, ya que llegar al nivel del conocimiento concreto y
específico acerca de las propiedades de un objeto artefactual puede
requerir a veces, no sólo el transcurso del tiempo, sino incluso la
intervención de la comunidad para decidir estas características con un
grado mayor de precisión y certeza (Ortega Cano 2013).


2.6.2. Consecuencias semánticas

La teoría de Thomasson (que como vimos parte de consideraciones
metafísicas) es híbrida en términos de referencia, pues incorpora elementos
descriptivistas y externistas. Su propuesta se enmarca dentro de lo que
algunos llaman "descriptivismo semántico", ya que sin el papel que juegan
las descripciones asociadas a los términos para artefactos no podría
determinarse la referencia de estos términos. Como sostiene Ortega Cano
(2013), se trata de un descriptivismo social o comunitario, en el que no
todos los hablantes competentes de una comunidad lingüística asocian al
término una descripción correcta de la clase artificial en cuestión, sino
solo ciertos expertos (los creadores de artefactos). Thomasson admite sin
problemas que algunos hablantes puedan ser ignorantes o equivocarse sobre
la naturaleza de un cierto tipo de artefactos y, no obstante, puedan
referir al usar el término correspondiente a la clase artificial. Se da una
especie de deferencia a los expertos, similar a la semántica externista de
Putnam (la diferencia entre una y otro es que Thomasson cree que el
conocimiento de estos expertos es infalible, mientras que en Putnam la
falibilidad es de la esencia del acto de referir). Sin embargo, existen
otros elementos externos a la mente del hablante que también juegan un
papel a la hora de determinar la referencia de los términos que se aplican
a los artefactos. Son factores que, incluso, escapan al conocimiento de los
expertos. De ahí que Thomasson considere que su teoría semántica es híbrida
(Ortega Cano 2013).


3. Críticas a la teoría artefactual
Desde que la teoría artefactual es una perspectiva realista sobre
ficciones, las principales objeciones proceden de algunas teorías
irrealistas como la creencia simulada (Make-Believe) de Kendall Walton, y
la lógica libre negativa de Mark Sainsbury. No obstante, también algunos
realistas neomeinongianos como Francesco Berto han deslizado críticas al
modelo de Thomasson. Además, en filosofía de la técnica se ha cuestionado
el énfasis que pone la teoría artefactual en el concepto de intencionalidad
como elemento definitorio de la noción de artefacto. En este apartado me
concentraré en los reparos de Sainsbury, Berto, y en las críticas de las
teorías disidentes en el ámbito de la filosofía de la técnica.[39]


3.1. La lógica libre negativa de Mark Sainsbury
En sintonía con la tradición analítica iniciada por Frege y a partir de
postulados de la lógica libre, Sainsbury (2005 2010) defiende un modelo
irrealista de ficciones inspirado en la verdad "evidente" de ciertos
enunciados gramaticales. En el discurso ordinario proposiciones como
«Sherlock Holmes no existe» o «Don Quijote no existe», parecen trivialmente
verdaderas no sólo desde el punto de vista lógico, sino que incluso desde
la perspectiva del sentido común. Para la teoría descriptivista clásica, la
verdad lógico-semántica de los predicados negativos de existencia sobre
ficciones se debe a que los nombres Holmes y Don Quijote no remiten a
ningún objeto del dominio.

Según Sainsbury los nombres de ficción no refieren a ningún objeto real, de
modo que las oraciones en que se emplean dichos términos son falsas. Así,
un enunciado como «Sherlock Holmes existe» es falso, por cuanto el nombre
Sherlock Holmes no refiere a ningún objeto del dominio; mientras que su
negación, «Sherlock Holmes no existe», es verdadera (Sainsbury 2005: 195).
Con esta premisa Sainsbury soluciona razonablemente el problema lógico-
semántico de los predicados negativos de existencia. También explica el
problema del discurso interno de los lectores sobre el contenido de la obra
de ficción, a través de un simple agregado: «Según la ficción, Holmes
resolvió su primer misterio en sus primeros años de Universidad»,
proposición que puede ser verdadera incluso si fuese falsa la aserción de
que Holmes resolvió su primer misterio en sus primeros años de Universidad.
La teoría de Sainsbury soluciona también los problemas que surgen al
comparar ficciones (cross fiction) creadas por distintos autores, tales
como «Anna Karenina era más inteligente que Emma Bovary» mediante la
introducción de un operador acumulativo: «De acuerdo a (Anna Karenina y
Emma Bovary [tomadas en su conjunto]) Anna Karenina era más inteligente que
Emma Bovary» (Thomasson 2009: 14).

Matthieu Fontaine y Shahid Rahman (2010) observan que el enfoque irrealista
de Sainsbury es una combinación de tres elementos fundamentales:

(i) Una lógica de presupuestos.

(ii) Los nombres poseen sentido (Frege) y no se reducen a descripciones
definidas, como en la teoría descriptivista de Russell.

(iii) Una lógica libre negativa.

(i) La lógica de presupuestos es la base del ataque de Sainbury a lo que él
denomina literalismo sobre ficciones. El enunciado «Sherlock Holmes es un
detective» no expresa una proposición verdadera, sino una oración que es
verdadera bajo la premisa de la existencia de Holmes (Fontaine & Rahman
2010).[40] El punto central de Sainsbury es que los literalistas caen en
contradicciones e inconsistencias al pretender hacer afirmaciones
verdaderas sobre ficciones. Estas inconsistencias son de tres tipos: (a) Un
mismo enunciado de ficción puede afirmar "p" y "no-p"; (b) Un enunciado de
ficción afirma "p" y otro enunciado afirma "no-p"; (c) Un enunciado de
ficción afirma "p" cuando en realidad no es el caso que "p". En todas las
situaciones el literalista se compromete a creer "p" y "no-p", lo que
resulta contradictorio.

Un caso de lógica de presupuestos se torna patente si comparamos los
siguientes enunciados:

[1] Holmes bebió una taza de té con Gladstone.

[2] Gladstone bebió una taza de té con Holmes.

Mientras que [1] puede ser considerada una proposición verdadera, [2]
parece claramente falsa. La explicación es que los enunciados desencadenan
diferentes suposiciones: [1] presupone que estamos hablando de una historia
de Conan Doyle (por ello la aserción es verdadera) en tanto que [2]
presupone que hablamos del William Gladstone "real", mundo en el que
Holmes no existe, de modo que la proposición es falsa (Fontaine & Rahman
2010).

(ii) En términos generales Sainsbury está de acuerdo con la tesis de Frege
de que los nombres de ficción poseen sentido, pero carecen de
denotación.[41] Cabe recordar que Russell, pese a que rechaza la distinción
fregeana entre sinn y bedeutung, también denuncia la falta de referencia de
los nombres de ficción y propone como solución de los problemas semánticos
la paráfrasis de la forma gramatical de la proposición, mediante su teoría
de los símbolos incompletos. Contra la teoría descriptivista clásica,
Sainsbury considera que los nombres no son descripciones. Los nombres,
incluyendo los nombres de ficción, poseen significados singulares (no
descriptivos) que pueden especificarse en una teoría de la verdad al estilo
de la teoría de la verdad de Donald Davidson. El núcleo de su teoría sobre
los nombres se expresa en el siguiente axioma:

Para todo x ("k" refiere si y sólo si x = k)

Si se toma el ejemplo de Holmes el axioma se lee: Para todo x, Holmes
refiere si y sólo si x = Holmes. Sin embargo, como no hay nada que refiera
al nombre Holmes, ambas partes del bicondicional son falsas, en tanto que
el bicondicional es verdadero. Pero, según Sainsbury, en lógica clásica la
generalización existencial implica la existencia de Holmes o, más
precisamente, que hay algo que es igual a Holmes.

(iii) En este punto Sainsbury introduce la lógica libre negativa. Una
lógica libre es una lógica en la que los términos singulares podrían no
referir en absoluto. La consecuencia es que la generalización existencial y
la instanciación universal sólo son válidas bajo la restricción de que el
término singular refiera (Fontaine & Rahman 2010).


3.1.1. La objeción del error categorial[42]

En su libro Fiction and Fictionalism (2010) Sainsbury reconoce que la
teoría artefactual proporciona una respuesta adecuada al llamado "problema
de la selección" de los personajes de ficción (Sainsbury 2010: 61-63, 82-
85): ¿Cómo hizo Conan Doyle para introducir a Holmes en alguna página de su
novela? Más precisamente ¿cómo selecciona Conan Doyle al objeto «Holmes»
entre los muchos candidatos que se presentan? La respuesta de Meinong y de
los neomeinongianos es que hay una infinidad de candidatos no-existentes.
El posibilismo declara que hay un sinnúmero de candidatos meramente
posibles, pero no actuales. Pese a considerar que la explicación de la
teoría artefactual es más convincente que las otras teorías realistas,
Sainsbury agrega que el modelo artefactual adolece de una inconsistencia
metafísica insalvable:

When we think about fictional entities, we do not think of them as
abstract. Authors, who ought to know, would fiercely resist the
suggestion that they are abstract. Abstract artifact theory entails
that producers and consumers of fiction are sunk in error. Fictional
characters do not have any of the properties they are ascribed during
their creation. This is mysterious: Conan Doyle stipulates that
Holmes wears a deerstalker, there is such an entity as Holmes, yet
that entity does not end up having (i.e. exemplifying) the property
of wearing a deerstalker. He does end up having (exemplifying) a
genuine property, that encoding wearing a deerstalker, but this is
not a property that's intellectually accessible to most authors.
People can, of course, fail to understand what they are doing, but
it's surprising to be told that so many authors, perhaps all, fail so
often and so seriously. (Sainsbury 2010: 111)

En este pasaje Sainsbury emplea la distinción de E. Mally entre
ejemplificación y codificación para poner de relieve un presunto fallo en
los presupuestos ontológicos de la teoría artefactual. Pensemos, por
ejemplo, en el caso del personaje de ficción Harry Potter. Su creadora
intencional, J. K. Rowling, como entidad concreta y contingente no codifica
ninguna propiedad, pero sí ejemplifica el ser una ciudadana británica. Por
el contrario, Harry Potter codifica las propiedades del uso de gafas y ser
ciudadano británico, pero no ejemplifica ninguna de estas propiedades. La
teoría artefactual nos dice que Harry Potter ejemplifica el ser un objeto
abstracto y un personaje de ficción. Según Sainsbury esta conclusión es
"misteriosa" y "extraña". Es misteriosa porque el creacionismo artefactual
postula que los personajes de ficción no tienen ex ante ninguna de las
propiedades que se les atribuyen durante su proceso de creación, de modo
que el personaje de ficción codifica propiedades, pero no las ejemplifica.
Se sigue de lo anterior que todos aquellos que emiten oraciones sobre, por
ejemplo, Harry Potter (lo que incluye a críticos y lectores) incurrirían en
un "error masivo" sobre el tipo de entidad que realmente es el mago que
aparece en los libros de J. K. Rowling. Pero, además, el literalismo de la
teoría artefactual –según Sainsbury- interpreta oraciones como «Sherlock
Holmes vivió en Baker Street 221b» como absoluta e inequívocamente
verdaderas, lo que a su juicio resulta excesivo y extraño (Sainsbury 2010:
112).

Pienso que la objeción de Sainsbury -de ser correcta- no hace mella en la
base metafísica de la teoría artefactual. Daré un solo argumento en defensa
de esta última, aunque desde luego pueden esgrimirse otros (Cf. Zvolenszky
2012; 2013).

Si el argumento de Sainsbury es correcto, entonces varios objetos
comúnmente considerados entidades abstractas como las leyes, el juego del
ajedrez y la Flauta Mágica de Mozart corren un serio peligro de eliminación
ontológica. Parece trivial asumir que las leyes son objetos abstractos de
la cultura. Sin embargo, si el argumento del error categorial es correcto,
entonces debe admitirse que tampoco son reales ciertos artefactos
culturales como las leyes, la Flauta Mágica de Mozart y el juego del
ajedrez, lo que resulta contrario a nuestras intuiciones básicas. Defender
que Harry Potter no es real, pero sí lo es la ley N°20.000 que sanciona el
tráfico ilícito de drogas, sustancias estupefacientes y psicotrópicas,
sería un típico caso de falsa parsimonia ontológica. Por supuesto, el
irrealista puede contraargumentar apelando a la distinción entre type y
token, y defender que existe una diferencia crucial entre las ficciones
literarias y los demás artefactos abstractos de la cultura, ya que estos
últimos admiten formas de instanciación a través de objetos concretos. En
otras palabras, el tipo de los artefactos de la cultura como la ley
N°20.000, la Flauta Mágica de Mozart y el juego del ajedrez, admiten
instanciación en casos particulares (token) a través de objetos concretos
como la copia de la ley, un disco compacto de la obra de Mozart, y un
tablero de ajedrez específico; todos los cuales son localizables en el
espacio y el tiempo. Pero no ocurre lo mismo en el caso de las ficciones
literarias, ya que Harry Potter, aun asumiendo que se trata de un artefacto
abstracto, no admite instanciación. Esta parece una buena línea de ataque,
pero el partidario de la teoría artefactual puede hacerle frente de varias
maneras: (i) La primera es rechazar o, al menos, relativizar el supuesto de
que las entidades de ficción no pueden ser instanciadas; (ii) Puede también
apelar nuevamente al argumento de la parsimonia ontológica, y exigir al
irrealista que proporcione buenos argumentos para justificar el rechazo de
objetos abstractos culturales como, por ejemplo, la tradición del conejo de
Pascua durante la Semana Santa del catolicismo. La tradición del conejo de
Pascua no es instanciable y, sin embargo, resulta difícil asumir que dicha
tradición "no existe" o "no es real" (Zvolenszky 2012, 106).

En cualquier caso, al igual que las teorías de la creencia simulada
(Walton, Currie) y de la pretensión (Searle) el modelo de Sainsbury tiene
problemas para explicar el discurso externo de críticos y lectores sobre
los personajes de ficción en cuanto personajes. Por ejemplo, el enunciado
«Sherlock Holmes es un personaje de ficción» es trivialmente verdadero,
pero en la perspectiva de la lógica libre negativa sólo puede ser falso, ya
que el nombre Sherlock Holmes no remite a ningún objeto del dominio.


3.2 Los predicados negativos de existencia
El problema de las proposiciones negativas de existencia sobre entidades de
ficción es uno de los argumentos clásicos de los irrealistas. En términos
generales el defensor del realismo ficcional está comprometido
ontológicamente con la existencia de personajes de ficción en alguna de las
dos variantes del uso de oraciones significativas: (a) El uso fictivo, que
implica que los enunciados sobre ficciones poseen un contenido
proposicional y, por tanto, refieren a entidades sui generis
especialísimas; i. e. «Holmes es un detective sagaz» o «Frodo y Sam son
buenos amigos»; y (b) El uso metafictivo, es decir, emisiones que se
realizan fuera del marco de la obra literaria; i. e. «Holmes es un
personaje de ficción» o «Harry Potter es el mago más famoso de la
literatura inglesa».[43]

La verdad de enunciados como «Holmes no existe» o «The Big Bad Wolf no
existe» parece trivial, y Thomasson es consciente de que se trata de un
problema serio para las teorías realistas sobre ficciones (Thomasson 2009).
Pero este argumento no sólo ha sido empleado por irrealistas como Sainsbury
o Walton. En algunos trabajos recientes F. Berto (2011) ha cuestionado la
propuesta artefactual, entre otras razones, debido a su insuficiencia para
explicar satisfactoriamente el problema de los predicados negativos de
existencia, proponiendo, en cambio, una variante del meinongnianismo modal
metafísico.

Como resultado de la tesis de que los personajes de ficción son artefactos
de creación intencional como las sillas y los martillos, Thomasson se ve
obligada a defender que los predicados negativos de existencia acerca de
ficciones son literalmente falsos. Así como es falsa la afirmación de que
«Los martillos no existen», también lo es la proposición «Harry Potter no
existe». Según ella esta última clase de sentencias funciona como casos de
cuantificación restringida implícita, de modo que cuando se afirma que no
hay tal cosa Harry Potter, lo que en verdad se quiere decir es que el
objeto Harry Potter no es cuantificable como objeto concreto y contingente,
desde que se trata de una entidad abstracta que existe fuera del espacio y
el tiempo (Thomasson 1999: 111-12). Sin embargo, como observa Berto, esta
solución no parece muy convincente. Piénsese en el caso de enunciados en
los que el vocablo "no" encabeza la forma gramatical y funciona como un
operador implícito de cuantificación restringida. Una proposición como «No
existen delfines» emitida en el zoológico de Taronga, no significa que los
delfines no existen o que están extintos, sino que en ese zoológico no hay
tales animales (Berto 2011: 7).[44]

En vista de las críticas a la solución presentada en Fiction and
Metaphysics para el problema de los predicados negativos de existencia
sobre personajes de ficción, Thomasson desarrolla en trabajos recientes una
línea argumentativa diferente. En Fiction, Existence and Reference (2009)
cuestiona la tesis irrealista de la verdad literal de esta clase de
enunciados, enfatizando que en ciertos contextos pragmáticos aserciones
como «Angelina Johnson no existe» pueden no ser siempre verdaderas.[45]
Luego, vuelve sobre el argumento de la cuantificación restringida tácita,
sobre la base de la distinción entre personaje y persona. Si alguien afirma
que «Harry Potter no existe», para determinar su valor de verdad debe
aclararse la referencia; si la referencia es a la persona, entonces la
proposición es verdadera, ya que no hay tal cosa Harry Potter como objeto
concreto y contingente, pero si la referencia es al personaje, entonces la
proposición es falsa. Kendall Walton objeta este argumento porque si bien
el criterio de la cuantificación restringida implícita puede funcionar
tratándose de enunciados como «No hay Santa Claus», deja de ser plausible
en el caso de aserciones del tipo «No existe Santa Claus», ya que acá el
hablante no sólo quiere decir que no hay tal cosa entre los objetos del
dominio, sino que no hay tal cosa en lo absoluto. De este modo, la solución
de los realistas introduce una modificación ad-hoc de la teoría que resulta
cuestionable (Walton 2003).

Para evitar estas acusaciones Thomasson elabora otra estrategia de defensa.
Ella considera que un enfoque metalingüístico, inspirado –en parte- en
algunas ideas de Keith Donellan acerca de la referencia directa, es capaz
de proporcionar una solución adecuada no sólo a los problemas de los
predicados negativos de existencia, sino al problema más general de la
existencia y no-existencia de objetos. Según Thomasson el criterio de la
cuantificación restringida implícita demuestra que las intenciones de los
hablantes desempeñan una función importante en la determinación de si sus
términos refieren o no; y, por ende, cumplen un rol en la fijación de las
condiciones de verdad para las proposiciones de existencia. Como vimos, la
propuesta semántica de Thomasson es una teoría híbrida de la referencia que
considera elementos descriptivistas y externalistas. En palabras de la
autora,

If N is a proper name that has been used in the presupposed range of
predicative statements with associated application conditions C, then
'N does not exist' is true if and only if the history of those uses
does not lead back to a grounding in which C are met (Thomasson 2009).

Lo anterior significa que las condiciones de aplicación de un nombre de
ficción se satisfacen por la existencia de un cierto uso del nombre en la
obra de ficción literaria, lo que no ocurre en el caso de los nombres de
personas reales. Esto tiene incidencia en la determinación del valor de
verdad de los predicados de existencia: la verdad o falsedad de la
proposición dependerá de los usos anteriores del nombre, concordante (o no)
con sus condiciones de aplicación presupuestas. Cuando estas condiciones no
se cumplen, la cadena de uso del nombre termina y se estrella contra un
bloque vacío, sin referente alguno. Esto ocurrirá en el caso de los
hablantes que empleen el nombre Holmes para hacer referencia a un objeto
concreto y contingente, esto es, como persona. Por ende, en estos casos, la
afirmación «Holmes no existe» será verdadera. Pero si la intención de los
hablantes ha sido utilizar Holmes como el nombre de un personaje, la cadena
causal de referencia no queda bloqueada, sino exactamente al revés: se
encuentra conectada con ciertos usos del nombre en las obras de ficción
(Thomasson 2009).

Desde que la intención de los hablantes es relevante para la determinación
de la referencia del nombre de ficción, la metáfora del bautismo inicial
(idea que Thomasson toma de Kripke) es una condición necesaria, pero no
suficiente para fijar la referencia del término. En efecto, si tenemos en
cuenta el contraejemplo de Gareth Evans (1973: 192) acerca del nombre
«Madagascar», queda claro que la referencia del nombre puede cambiar a
pesar del bautismo inicial y la cadena causal de referencia, y lo propio
puede ocurrir con los nombres de personajes ficticios. Un ejemplo
paradigmático es el nombre de ficción «Frankenstein». En la obra original
de Mary Shelley, «Frankenstein» refiere al médico (Víctor Frankenstein)
obsesionado con la creación de vida independiente a partir de la unión de
distintas partes de cadáveres humanos diseccionados. Sin embargo, con el
paso del tiempo los usos de los hablantes fueron modificando el referente
del nombre, pese a su bautismo inicial. En la actualidad «Frankenstein» no
remite al personaje del científico loco de la novela, sino que al engendro
creado artificialmente por éste. Si tenemos en cuenta las prevenciones de
Thomasson, para determinar la referencia del término «Frankenstein» debemos
acudir a la obra de ficción literaria. Pero eso sólo no será suficiente. Es
necesario, además, tener en cuenta los usos y las intenciones de los
hablantes. Si los hablantes han empleado el nombre «Frankenstein» en el
contexto de la novela de Shelley, entonces la referencia, para ser exitosa,
ha de ser al científico loco. Más, si los hablantes han usado el término
para referir al monstruo que aparece en ciertas obras cinematográficas,
entonces la referencia ha de entenderse a este último personaje. En ambos
casos los hablantes han usado el nombre «Frankenstein» para referir a un
personaje de ficción, de modo que han satisfecho las condiciones de
aplicación presupuestas en uno y otro caso.


3.3 Obras de ficción y personajes de ficción
En la metafísica de la teoría artefactual tanto las obras de ficción como
los personajes de ficción pertenecen a una misma categoría ontológica. De
hecho, uno de los principales argumentos de Thomasson a favor de la
existencia de personajes de ficción es la aceptación universal de la
existencia de obras de ficción. Luego, si reconocemos la existencia de
obras de ficción, debemos hacer lo propio con los personajes de ficción que
en ellas aparecen. No hacerlo así implicaría un caso de falsa parsimonia
ontológica. Sin embargo, este argumento está lejos de convencer a todo el
mundo.

De acuerdo con Voltolini (2003 2006) es necesario distinguir entre textos,
obras, y mundos de ficción. Los textos de ficción son colecciones de frases
sintácticamente singularizadas que se utilizan a menudo para hacer creer
que algo es el caso, pero no son per se entidades de ficción. Se les llama
"de ficción" por derivación en la medida en que las frases que recogen se
usan de manera ficticia. Por lo tanto, los textos de ficción no coinciden
necesariamente con los textos literarios. Las obras de ficción, en cambio,
son entidades sintáctico-semánticas, de modo que las sentencias que allí
aparecen no se limitan a decir algo, sino que también pueden implicar algo;
es decir, poseen un contenido semántico y, por ende, valores de verdad.
Finalmente, un mundo de ficción es una entidad puramente semántica, esto
es, el conjunto de proposiciones explícitas e implícitas para que las
oraciones que aparecen en la obra de ficción sean significativas. La
estructura sintáctica y el contenido semántico son ambas condiciones
necesarias y suficientes para hablar de una obra de ficción. Como resultado
de lo anterior dos obras pueden ser sintácticamente idénticas, pero si su
contenido semántico es distinto, se trata de dos obras diferentes.[46]
(Voltolini 2006).

Con estas ideas en mente Voltolini cuestiona el argumento ontológico de
Thomasson al asumir que personajes de ficción y las obras de ficción poseen
la misma naturaleza. Según él, incluso si aceptamos la tesis artefactual de
que tanto las obras como los personajes de ficción son entidades abstractas
que comparten el mismo tipo de relaciones de dependencia de otros objetos,
lo cierto es que difieren en especie. Las obras de ficción literaria son
entidades sintáctico-semánticas, pero los personajes de ficción claramente
no lo son, de modo que debe concluirse por fuerza que su naturaleza
ontológica es diferente. A pesar de ello Voltolini admite que el argumento
de Thomasson de la falsa parsimonia ontológica puede servir de auxilio en
favor de la realidad de los personajes de ficción. De este modo, sería un
caso de falsa parsimonia prescindir de las obras de ficción y mantener, en
cambio, las obras de no-ficción, en circunstancias que ambas poseen la
misma naturaleza de entidades sintáctico-semánticas. Y si no es lícito
prescindir de las obras de ficción, entonces la carga de la prueba queda
del lado del eliminativista: éste deberá esgrimir buenos argumentos para
negar la realidad ontológica de los personajes de la ficción literaria sin
caer en falsa parsimonia, arbitrariedad e inconsistencia. Además, deberá
explicar cómo es que la referencia a objetos ficticios resulta posible sin
comprometerse ontológicamente con su existencia.


3.4 Críticas desde la filosofía de la técnica
Como vimos en 2.6 el modelo artefactual de Thomasson asigna suma
importancia al elemento intencional en la creación de artefactos y a la
noción de dependencia como eje de las relaciones entre objetos y estados de
cosas. De acuerdo con la teoría artefactual las obras y los personajes de
la ficción literaria son reales como las sillas y los martillos. Esto es
así porque todas estas entidades constituyen artefactos. Las sillas y
martillos son artefactos concretos; las obras y los personajes de ficción,
artefactos abstractos. Según Thomasson todos los artefactos poseen
características comunes: (i) son creados; (ii) intencionalmente; (iii) por
uno o más autores; (iv) mantienen relaciones de dependencia, etc. De todos
estos rasgos, los más discutidos en la filosofía de la técnica son la
creación intencional y la relación de dependencia.

En 2.2.1 mencioné que el enfoque intencional de los artefactos ha sido
cuestionado, entre otros, por autores como Daniel Dennett. En nuestras
latitudes y desde la filosofía de la técnica, Lawler y Parente han
presentado objeciones al modelo de Thomasson. De acuerdo con Parente
(2015), el enfoque intencional enfrenta, a lo menos, dos problemas
fundamentales. El primero se refiere a lo que Thomasson denomina
dependencia "conceptual", la que no sería suficiente para asegurar
artefactualidad; el segundo es que su perspectiva reduce la escena
poiética. Según Parente, para Thomasson la exigencia de dependencia
conceptual (o "existencial") es lo que define la artefactualidad y permite
hablar de dependencia contrafáctica entre autor (hacedor, productor,
diseñador) y producto intendido (Parente 2015: 85).

Para justificar la primera objeción Parente menciona el caso de los planos
de artefactos fallidos dibujados por Leonardo Da Vinci como contraejemplo
de las clases de dependencias identificadas por Thomasson. Entre Leonardo y
el plano existe una dependencia "causal" y también "conceptual". Sin
embargo, el problema que se produce acá es que, si bien existen actos
intencionales, no se crea genuinamente ningún ejemplar artefactual (sea
porque jamás se construyó la máquina diseñada en los planos, o bien, se
intentó hacer, pero se fracasó estrepitosamente). La dificultad surge
porque, pese a que concurren los dos tipos de dependencia, no se logró
crear un genuino artefacto. De esto se sigue, según Parente, que para que
un deseo, un concepto, un dibujo en un papel devenga artefacto, es
necesario algo más que simples actos intencionales. Es menester el paso a
la "escena poiética y la generación exitosa de una serie de ejemplares que
funcionen adecuadamente, es decir, que cumplan el propósito para el cual
fueron generados" (Parente 2015: 86; el énfasis es mío). Según Parente
estos elementos no han sido considerados por Thomasson, debido a que su
enfoque se centra básicamente en lo que sucede en la cabeza del autor o
hacedor.

Por otro lado, no toda dependencia causal involucra dependencia conceptual.
Parente menciona como ejemplo el sendero en el campo que resulta del paso
diario de una manada de ovejas (o, indistintamente, del caminar de pastores
humanos). En este caso habría dependencia causal, pero no conceptual.
Además, según él, aquello que Thomasson llama dependencia "conceptual" en
el ámbito de la producción técnica implicaría, de facto, alguna modalidad
de dependencia causal. Luego agrega que "lo esencial en una acción técnica
qua técnica no es la mera actividad física y material indeterminada sino el
concatenamiento entre un cierto concepto y una determinada actividad
material apropiada para producir un cierto tipo de ente". La crítica a
Thomasson es que la dependencia causal queda reducida a mera acción en el
plano físico, y la dependencia conceptual se reduce "a un acto mental, no
vinculado con ninguna escena poiética ni tradición de prácticas técnicas".

La segunda objeción es que la creación primariamente conceptual de
Thomasson desestimaría "dos aspectos decisivos de la escena productiva: (1)
las resistencias de la materia como constricciones de la acción técnica, y
(2) el estatuto inherentemente colaborativo de las prácticas de diseño y
producción" (Parente 2015: 88). Del mismo modo que el hilemorfismo
aristotélico, el enfoque intencional de Thomasson privilegia la forma del
producto, en desmedro de las condiciones de la materialidad de la
producción técnica, punto de vista cuestionado entre otros, por Simondon e
Ingold. En suma, "al centrar casi exclusivamente su análisis de la autoría
técnica en la relación entre el hacedor y sus conceptos, Thomasson no
brinda una explicación suficientemente abarcativa de la escena poiética"
(Parente 2015: 91).

En mi opinión las críticas no son del todo justas (especialmente la
primera), ya que –entre otras razones- Parente no considera que el contexto
general de la teoría artefactual no ha sido pensar los artefactos desde el
ámbito de la filosofía de la técnica (la producción de artefactos), sino
emplear el concepto como uno de los presupuestos metafísicos, semánticos y
epistemológicos de la teoría; y, especialmente, para justificar la realidad
y naturaleza ontológica de los personajes de la ficción literaria. Por otro
lado, pienso que Thomasson no desea implicar que siempre y en todos los
casos un artefacto es definido por la intención exitosa de su hacedor, ya
que en algunas situaciones excepcionales se requerirá de la aceptación
colectiva para la configuración de un artefacto, lo que supone la
consideración de elementos que están más allá de la mente del hacedor.
Además, en el ejemplo del sendero de ovejas que se forma a partir del
tránsito diario de una manada de ovejas o de pasos de seres humanos,
Thomasson diría sin duda que aquello no es un artefacto, pues no se trata
de objetos producidos intencionalmente por un autor, de modo que allí no
cabe hablar de relaciones de dependencia. No voy a extenderme en la defensa
de la teoría artefactual, por cuanto considero que los apartados
precedentes (principalmente 2.6) son, en este sentido, auto-explicativos.





















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[1] FRIGG, R. (2009) "Los modelos y la ficción", forthcoming in Pablo
Lorenzano (ed.): Modelos y Teorías en Biología. Buenos Aires: Prometeo.

[2] Algunos problemas interesantes se derivan de la relación entre la
ontología y las teorías semánticas. Por ejemplo: ¿Cuál es el significado de
los términos ficticios?; ¿Existe una relación entre el deflacionismo
ontológico y el descriptivismo semántico?; ¿Cabe hablar de verdad en el
caso de la ficción?; ¿El significado de los términos ficticios debe darse
en el marco de una teoría general de la representación o del arte?; ¿Hasta
qué punto un enfoque pragmatista (Rorty, Brandom) podría solucionar el
problema del significado en el discurso ficcional?

[3] GOODMAN, J. (2004), "A Defense of Creationism in Fiction". Grazer
Philosophische Studien 67: 133-55. Aunque Goodman quiere significar que los
ficcionalistas son realistas, y los anti-ficcionalistas son irrealistas, en
mi opinión su terminología no resulta adecuada porque se presta para
confusiones conceptuales. En la ontología, uno de los debates actuales (en
distintos dominios, pero especialmente en matemática, ciencias y caracteres
de ficción) se da entre realismo y ficcionalismo. En general, el
ficcionalismo es el conjunto de las siguientes tesis: (i) Nuestros
enunciados y teorías científicas pueden hablar acerca de objetos
abstractos; (ii) Sin embargo, tales objetos abstractos no existen; (iii)
Luego, nuestras teorías científicas no son verdaderas.

[4] El término «deflacionario» fue usado regularmente por Quine para
ilustrar esta clase de problemas ontológicos. En el mismo sentido véase
THOMASSON, A. L., "Fictionalism versus Deflationism". Mind (2013): fzt055.

[5] Debe notarse que la disputa entre ficcionalistas y deflacionarios es
una versión actualizada de la polémica suscitada a principios del siglo XX
entre Alexius Meinong y Bertrand Russell. En su Teoría de los objetos
(ÜberGegenstandstheorie 1904) Meinong defiende una metafísica que postula
un amplio catálogo de objetos, según la cual los términos ficticios
refieren a entidades actuales no-existentes, sino subsistentes. Russell, en
cambio, en su breve y conocido ensayo Sobre la denotación (On Denoting
1905) ataca la perspectiva de Meinong, argumentando que los términos
ficticios no refieren a entidades de ningún tipo y, por lo tanto, los
enunciados que hablan acerca de ficciones son lógicamente falsos, cuestión
que se demostraría a través de su teoría de las descripciones.

[6] ORLANDO, E., "Ficción y compromiso ontológico". Quaderns de Filosofía,
Vol. I, Núm. I (2014): 39-54.

[7] "If we were to postulate fictional objects, what would they be?
(Thomasson 1999: 3)

[8] "I thus begin by discussing what sorts of entities our practices in
reading and discussing works of fiction seem to commit us to" (Thomasson
1999: 5)

[9] Thomasson menciona el caso de la novela Fahrenheit 451 como ejemplo de
conservación de libros en la memoria individual y colectiva. En la novela
de Bradbury el personaje Guy Montag es un bombero cuya función no es apagar
incendios, sino quemar todos los libros de su país por orden del gobierno,
debido a la creencia de que los libros causan infelicidad al promover en la
gente el pensamiento y, con ello, la angustia y el sufrimiento. El relato
considera a los llamados "hombres-libro", hombres y mujeres de todas las
edades quienes por voluntad propia y para salir de la ignorancia, leen
libros (lo que estaba expresamente prohibido) memorizando un libro cada
uno, para luego transmitirlo oralmente a los demás.



[10] GOODMAN, N. (1983) "Fact, Fiction and Forecast", 4a. ed., Harvard
University Press, Cambridge, Mass.

[11] QUINE, W. V. O. (1969). "Natural Kinds", Ontological Relativity and
Other Essays, Columbia University Press, New York. Referencias a la trad.
castellana: "Géneros naturales", en La relatividad ontológica y otros
ensayos, Madrid, Tecnos, 1974, pp. 147-176.

[12] FEHER, M. (1998), "Lo natural y lo artificial (un ensayo de
clarificación conceptual)", Tecnos, Teorema Revista Internacional de
Filosofía, Vol. XVII/3.

[13] "De los entes, unos son por naturaleza y otros proceden de otras
causas; por naturaleza los animales y sus partes, las plantas y los cuerpos
simples, como la tierra, el fuego, el aire y el agua (pues de estas cosas y
de otras semejantes decimos que son por naturaleza), y todos ellos parecen
diferenciarse de los que no están constituidos por naturaleza; ya que cada
uno tiene en sí mismo un principio de movimiento y de reposo, unos en
cuanto al lugar, otros en cuanto al aumento y a la disminución, otros en
cuanto a la alteración […]" [Physica, II, 1, (192 b 8-23)]

[14] Jesús Hernández plantea un punto de vista ligeramente diferente, ya
que en las cosas producidas por la técnica "no encontramos ninguna
tendencia natural en ellas mismas al cambio", y la única excepción se daría
en el caso de que las cosas artificiales tuviesen algún componente natural,
caso en el cual por accidente cabe que tengan una tendencia al movimiento.
Estando, en general, de acuerdo con su interpretación, sólo destaco que no
existiría en Aristóteles una oposición tajante y absoluta entre las cosas
naturales y las artificiales. HERNANDEZ, J. (2009), "Lo natural y lo
artificial en Aristóteles y Francis Bacon. Bases para la tecnología
moderna", Ontology Studies 9, pp. 289-308.

[15] FEHER, M. (1998), "Lo natural y lo artificial…", cit.

[16] FEHER, M. (1998), "Lo natural y lo artificial…", cit.

[17] FEHER, M. (1998), "Lo natural y lo artificial…", cit.

[18] ORTEGA CANO, L., (2013), "La determinación de la referencia de los
términos en los artefactos", tesis doctoral, Universitat de Barcelona.

[19] BLOOM, P., "Intention, history and artifacts concepts", Cognition, 60
(1996), pp. 1-29, Descartes' Baby, New York, Basic Books, 2004; y THOMASSON
A. L., "Artifacts and Human Concepts", Margolis, E. y Laurence, S. (eds),
Creations of the Mind, Oxford, Oxford University Press, 2007, pp. 52-73.
Cf. LAWLER D., y VEGA J., "Clases artificiales" (Artificial Kinds), Azafea.
Rev. Filos. 12, 2010, pp. 119-147 [125].

[20] ISAVA, L. (2010), "Breve introducción a los artefactos culturales",
Revista Estudios, 17:34, pp. 439-452.

[21] Sin embargo, Dennett reconoce que el enfoque intencional es la
explicación más idónea para la comprensión de los artefactos técnicos
complejos (incluyendo a los organismos y la mente), con propósitos
descriptivos y predictivos. DENNETT, D., "The Intencional Stance", New
York: Basil Blackwelll, p. 32. Cf. además LAWLER, D., y PARENTE, D., "Otra
vuelta de tuerca sobre Dennett y la hermenéutica actual: tensiones y
aporías", en Estud. filos. n°47, junio de 2013, Universidad de Antioquía,
pp. 83-106.

[22] "Such by-products are products of an artifact maker's intentional
actions, but they are not intended products".

[23] ISAVA, L. (2010) "Breve introducción a los artefactos culturales",
cit., p. 444.

[24] ISAVA, L. (2010) "Breve introducción a los artefactos culturales",
cit., p. 444.

[25] ISAVA, L. (2010) "Breve introducción a los artefactos culturales",
cit., p. 445.

[26] Sin embargo, en otros trabajos posteriores la autora se ha ocupado del
problema del estatus ontológico de las obras de arte en sus diferentes
géneros y formatos. En su ensayo The ontology of Art (2004) considera, por
ejemplo, el análisis de una pintura (Guernica de Picasso), de una sinfonía
(Claire de Lune de C. Debussy), y de una novela (Emma de Jane Austen).
Véase THOMASSON, A. L. (2004) "The ontology of Art" (pp. 78-92), Malden,
MA: Blackwell; THOMASSON, A. L. (2005) "The ontology of Art and Knowledge
in Aesthetics", The Journal of Aesthetics and Art Criticism, Volume 63,
Issue 3, pp. 221-229; THOMASSON, A. L. (2006) "Debates about the Ontology
of Art: What are we doing here?, Philosophy Compass, 1(3), pp. 245-255.



[27] Una lúcida crítica del realismo metafísico se encuentra en la obra de
Putnam Reason, Truth and History (1981), en su etapa del "realismo
interno". Cf. ALVARADO, J. T., "La evolución del pensamiento de Hilary
Putnam", en http://www.philosophica.ucv.cl/alvarado22.pdf, p. 209.

[28] En filosofía de la mente, los qualias son las cualidades subjetivas de
las experiencias de primera persona. El término adquirió notoriedad gracias
a Frank Jackson, quien lo empleó en su artículo Epiphenomenal Qualia (1982)
y en el famoso experimento mental de la Habitación de Mary, que aparece en
su ensayo What Mary Didn't Know (1986). También D. Chalmers (1996, 2003) lo
ha utilizado regularmente en el contexto de su argumento zombi para refutar
el fisicalismo.



[29] "We think of a character like Sherlock Holmes as having been created
by an author at a certain time—in that respect, as requiring intentional
creation, and only coming into existence at a certain time—fictional
characters are like artifacts. But also, pretty clearly, Sherlock Holmes
doesn't have any spatial location—you can't, and never could, find him
around London or anywhere else. In that respect, he seems to be abstract.
So I have characterized fictional characters as abstract artifacts"
THOMASSON, A. L., "On the reality of Sherlock Holmes", 3: AM Magazine,
2013.



[30] Meinong hizo frente a la crítica de Russell enfatizando la distinción
entre "ser existente" [Existierend sein] como una determinación del ser-de-
tal-modo, y "existencia" ("existir" [Existieren]) como una determinación
del ser. [REDMOND, J., Identidad en objetos abstractos, inédito].

[31] En la teoría causal de la referencia de Kripke, donde los nombres son
designadores rígidos, se sigue: (i) A cada nombre o expresión designadora
"X" (por ejemplo Holmes) le corresponde un cúmulo de propiedades, a saber,
la familia de aquellas propiedades ϕ tales que A cree "ϕX"; (ii) A cree que
una de las propiedades, o algunas tomadas conjuntamente, selecciona
únicamente un individuo; (iii) Si la mayor parte, o una mayoría ponderada,
de las ϕs son satisfechas por un único objeto y, entonces y es el referente
de "X"; (iv) Si la votación no arroja un único objeto, entonces "X" no
refiere; (v) El enunciado "si X existe, entonces X tiene la mayor parte de
las ϕs" es conocido a priori por el hablante [Kripke, S. (2005: 73)
cursivas en el original].

[32] Algunas notables excepciones son los sistemas de categorías propuestos
en los últimos años por Chrisholm, Hoffman y Rosenkrantz, Johansson y
Grossman (Thomasson, 1999: 118).

[33] No es el caso de Husserl e Ingarden, quienes sí diseñaron sistemas de
categorías ontológicas multidimensionales. Véase THOMASSON, A. L. (2013),
"Categories", Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2013, Edition),
Edward N. Zalta Ed.

[34] Desde mi punto de vista no es sencillo defender que el sistema de
categorías ontológicas de Thomasson no posee compromisos ontológicos y, de
hecho, Pazetto Ferreira se muestra consciente de ello. La teoría
artefactual de Thomasson parte desde consideraciones metafísicas y
desemboca en problemas semánticos característicos de la filosofía analítica
del lenguaje. La idea de dependencia relaciona los conceptos "artefacto" y
"estado intencional" en una semántica que algunos han denominado
"externalismo descriptivista", ya que sin las descripciones asociadas a los
términos para artefactos, no podría determinarse la referencia de estos
términos. Véase al apartado 2.6.

[35] Cabe recordar que Meinong fue discípulo -junto con Husserl- de Franz
Brentano, de cuya noción de intencionalidad se nutre para elaborar su
teoría de los objetos. Una de las notas características de la filosofía de
Brentano es que lo intencional, en cuanto fenómeno psíquico, se dirige no
sólo a los objetos que existen en el mundo físico, sino también a las
entidades que pueden ser pensadas, esto es, que son el objeto de la
conciencia: "Todo fenómeno psíquico contiene en sí algo como objeto, aunque
no siempre del mismo modo. En la presentación hay algo que es presentado;
en el juicio algo viene aceptado o rechazado; en el amor, amado; en el
odio, odiado; en el deseo, deseado" [Brentano, F. (1874) "La psicología
desde el punto de vista empírico"; trad. española José Gaos, Madrid,
Revista de Occidente, 1935].

[36] KRIPKE, S. (1963) "Semantical Considerations on Modal Logic", Acta
Philosophica Fennica, vol. 16, 1963, pp. 83-94; reimpreso en L. Linsky
(comp.), Reference and Modality, Oxford University Press, 1971, p. 65.

[37] Debido a éstas y otras objeciones, Kripke abandonó posteriormente la
teoría posibilista para defender una teoría abstractista de las entidades
de ficción. Véase KRIPKE, S., "El nombrar y la necesidad", Universidad
Nacional Autónoma de México, México, 2005, p. 155; y KRIPKE, S. (1973).
Reference and Existence (The John Locke Lectures), The Saul Kripke Center
Archives, The CUNY Graduate Center.

[38] En el Nombrar y la Necesidad (2005) Kripke se pregunta "[…] ¿podría
haber nacido la Reina –esta mujer misma- de padres diferentes de aquellos
de los que de hecho nació? ¿Podría haber sido la hija, digamos, del señor y
la señora Truman […]?", y su respuesta es que incluso en el supuesto de que
en algún mundo posible el señor y la señora Truman tuvieron una hija que de
hecho se convirtió en Reina de Inglaterra, y pasó por ser la hija de otros
padres (Jorge VI y Elizabeth), no podríamos defender que esta mismísima
mujer (Isabel II) es la hija del señor y la señora Truman. Kripke señala
que la oración esta mismísima mujer implica una dependencia histórica
rígida del objeto para con determinados y específicos hacedores. Más
exactamente, la Reina Isabel II depende rígidamente no sólo de sus padres,
el Rey Jorge VI y la Reina Elizabeth, sino de la conjunción de uno de sus
espermatozoides y óvulos. KRIPKE, S. (2005) "El nombrar y la necesidad",
cit., pp. 110-113.

[39] Para otras críticas a la teoría artefactual, al realismo de ficciones
y a las perspectivas creacionistas en particular, véase EVERETT, A.,
"Againts Fictional Realism", The Journal of Philosophy, Vol. 102, No. 12
(Dec., 2005), pp. 624-649. Un balance crítico y objetivo de las bondades y
desventajas del realismo y del irrealismo sobre ficciones se encuentra en
FRIEND, S., "Fictional Characters", Philosophy Compass 2 (2007).

[40] Para efectos de esta sección empleo los términos proposición,
enunciado y oración como cuasi equivalentes, a sabiendas de que presentan
diferencias importantes desde los puntos de vista lingüístico y semántico.


[41] SAINSBURY, R. M., Departing From Frege: Essays in the Philosophy of
Language, Routledge, 2002.

[42] La expresión es de Zsofia Zvolenszky. Véase ZVOLENSZKY, Z. (2013),
"Abstract Artifact Theory about Fictional Characters Defended –Why
Sainsbury' Category Mistake Objection is Mistaken-", Proceedings of
European Society for Aesthetics, vol. 5, pp. 597-612.

[43] Otra distinción similar se da entre discurso interno y externo.
Kripke, en sus Lecturas John Locke (1973) inéditas hasta el año 2013,
defiende el realismo de ficciones sólo para los usos metafictivos,
manteniendo que ellas refieren a entidades creadas y abstractas, que
reciben su nombre original a través de un bautismo inicial.

[44] Para una exposición de los problemas lógico-semánticos asociados a la
negación, véase el clásico trabajo de Frege (1918) "La negación: una
investigación lógica", en Gottlob Frege. Ensayos de Semántica y Filosofía
de la Lógica, trad. Luis M. Valdés Villanueva, Madrid, Tecnos, 2013, pp.
226-47.

[45] Por ejemplo, si alguien afirmase en un contexto metafictivo que
«Angelina Johnson es una bruja experta en el conocimiento de las artes
oscuras», un fanático de la serie de J. K. Rowling podría retrucar
diciendo: «No es cierto. He leído todos los volúmenes de Harry Potter y
Angelina Johnson no existe». Es claro que la última parte de la frase es
falsa (desde que Angelina Johnson es un personaje de la saga) y se ha
debido a un fallo del fanático, pero el ejemplo demuestra que no siempre
los predicados negativos de existencia sobre ficciones son literal y
trivialmente verdaderos (Thomasson 2009).

[46] Es el famoso ejemplo del Quijote de Cervantes y del Quijote de Pierre
Menard, personaje ficticio creado por Jorge Luis Borges. Aunque Menard
reproduce exactamente los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera
parte del Quijote de Miguel de Cervantes, no se trata de una copia del
original ni de la misma obra literaria, porque su contenido semántico es
diferente.
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