La televisión pública en su misión de promover la cultura y la identidad nacional

July 3, 2017 | Autor: Jorge Milán Fitera | Categoría: Popular Culture, Taiwan Studies, National Identity, BBC, Public Service Television
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Descripción

La televisión pública en su misión de promover la cultura y la identidad
nacional
Jorge Milán Fitera (Universidad Pontificia de la Santa Cruz)
In H. Ospina, E. Chinchilla Ramírez, G. Quesada Mora (Eds.) (2013), Nueva
Literatura para un siglo nuevo (286-316). San José (Costa Rica): Promesa.

ABSTRACT. Public Television Service is frequently criticized
nowadays: not fulfilling already its educational mission, unfair
competition with commercial channels, waste of resources, excessive
political control.
A valid alternative is the BBC: its model of Public Broadcasting
Media and its peculiar "service contract" guarantees certain independence
and a high quality of production, recognized worldwide. Its objectives
include: promoting culture, pursuit of excellence (creativity,
technological innovation).
Follow its steps the very young PTS (1998), Taiwan Public Television.
Its documentaries in defense of national identity and cultural-religious
pluralism are paradigmatic.

RESUMEN. Son frecuentes las críticas a la televisión pública:
incumplimiento de su tradicional misión formativa, competencia desleal con
los canales comerciales, despilfarro económico, excesivo control político.
Una alternativa válida es la BBC: su modelo de Public Broadcasting
Media y su peculiar "contrato de servicio" garantizan cierta independencia,
así como una elevada calidad de producción, reconocida en todo el mundo.
Entre sus objetivos destacan: promoción de la cultura, búsqueda de la
excelencia (creatividad, innovación tecnológica).
Sigue sus pasos la jovencísima PTS (1998), la televisión pública de
Taiwan. Son paradigmáticos sus documentales en defensa de la identidad
nacional y del pluralismo cultural-religioso.

KEY WORDS: public broadcasting service, culture, national identity, BBC,
Taiwan.
PALABRAS CLAVE: servicio público televisivo, cultura, identidad nacional,
BBC, Taiwán.

INTRODUCCIÓN

Con motivo del segundo centenario del nacimiento de Charles Dickens
(1812-1870), la BBC transmitió una nueva adaptación televisiva de su famosa
novela Great Expectations, en tres episodios de una hora (27, 28 y 29 de
diciembre 2011, dirigida por M. Newell). Como suele ser habitual en estos
casos, la crítica se dividió denodadamente (Wollaston, 2011; Douglas-
Fairhurst, 2011, y Jacobson, 2012): parecía claro que el autor representaba
un valor nacional muy importante, y que su obra literaria debía tratarse
con exquisito respeto. Los índices de audiencia no defraudaron, a pesar de
la fuerte competencia con otros canales: la cuota de pantalla fue superior
al 20% y la media de espectadores llegó casi a los seis millones (Sweney,
2011).
Pocos años antes, la BBC había transmitido también otra adaptación de
Dickens, también con algunos aspectos discutibles, pero en mi opinión
bastante más lograda: Little Dorrit (noviembre-diciembre de 2008, dirigida
por A. Smith), con catorce episodios de media hora. Los índices de
audiencia, al principio muy buenos, por desgracia fueron bajando a medida
que avanzaba la serie. No obstante, se mantuvieron por encima de los cuatro
millones de espectadores (casi el 20% de cuota de pantalla), y eso incluso
a pesar de algunos cambios de última hora en la programación, que
produjeron numerosas protestas por parte de los fans. Quedaba de este modo
demostrado que también las obras menos conocidas de los grandes escritores
nacionales pueden atraer a grandes masas, así como despertar el interés de
la crítica (Johnston, 2008).
Estos ejemplos introducen algunas de las ideas que quería transmitir
aquí. La BBC es considerada el "modelo de referencia del sistema público de
radiodifusión" a nivel mundial (Kleist & Scheuer, 2007, p. 218). En mi
opinión, uno de sus muchos méritos es producir este tipo de programas, que
lejos de ser simple entretenimiento, y a pesar de sus límites, contribuyen
enormemente a la promoción de la cultura y de la identidad nacional de sus
ciudadanos.
Podrían mencionarse bastantes casos similares al de Great
Expectations o Little Dorrit. Basta entrar en la tienda que la BBC tiene
en el centro de Londres (BBC shop) para verse abrumado por la cantidad de
ofertas en DVD o Blu-ray. Dentro de la sección de ficción, enseguida se
descubren títulos como Pickwick Papers, Oliver Twist, A Christmas Carol,
Bleak House. Casi todos tienen varias versiones distintas, algunas de época
reciente; se venden separadamente o en recopilaciones, como la flamante
"Charles Dickens 200th Anniversary Collection" (2012), que contiene las
últimas adaptaciones de sus principales novelas.
Pero, además, los escritores que han sido "explotados" profusamente
en la televisión, aparte de Charles Dickens, son muy numerosos: destacan
William Shakespeare, Jane Austen , Lewis Carroll , las hermanas Brontë ,
Agatha Christie y Conan Doyle. Menciono sólo las adaptaciones televisivas
de los principales escritores del Reino Unido, porque voy a hablar de la
promoción de la cultura/identidad nacional; como es lógico, en las tiendas
de la BBC hay más variedad[1]. Sumando todos estos programas –muchos de
ellos siguen accesibles a través de plataformas digitales varias[2]–,
cualquier usuario se podría pasar meses enteros sumergido en ambientes
literarios de cierto nivel.

LITERATURA EN LA PEQUEÑA PANTALLA

Puede discutirse si estas adaptaciones audiovisuales consiguen
alcanzar un elevado nivel artístico. O, al menos, es lícito preguntarse si,
en general o en algún caso concreto, suelen ser un reflejo digno –a veces,
excelso, si se tienen en cuenta criterios antropológicos, poéticos, etc.–
de la obra literaria original y por qué razones (Fumagalli, 2004; García-
Noblejas, 2014). Un profesor de mi universidad que participó una edición
anterior de este mismo congreso, realizó su tesis doctoral sobre cómo se
han llevado al cine algunas novelas de Graham Greene. Llegó a la conclusión
de que los guionistas tienen que cambiar muchas cosas, eliminar
descripciones o monólogos, cambiar el papel de algunos personajes
secundarios o incluso inventar situaciones nuevas, con el fin de transmitir
eficazmente los temas de fondo principales, respetando las reglas del
lenguaje audiovisual (Fuster, 2008).
En la mayoría de las obras de Dickens antes mencionadas –me refiero
ahora sobre todo a las adaptaciones televisivas– se reflejan con imágenes
y diálogos situaciones de miseria humana –junto con algunos pocos
comportamientos ejemplares– que no dejan indiferente al espectador, porque
sabe que, de algún modo, forman parte de la historia del Reino Unido; por
tanto, digna de ser recordada y representada. Sucede lo mismo con otros
asuntos temáticos, subrayados con acierto en la introducción de una valiosa
re-edición italiana de Little Dorrit (Pagetti, 2003, pp. V-XXI)[3] y
percibidos claramente en la adaptación de la BBC: la metáfora de la
sociedad victoriana como una cárcel, la crítica a la burocracia existente,
la vida como un laberinto.
Por otra parte, puede llamar la atención, a priori, que el número de
capítulos de la serie Little Dorrit transmitida por la BBC hayan sido sólo
catorce, cuando la obra literaria original de Charles Dickens fue publicada
en diecinueve entregas, entre 1855 y 1857. Pero, sin duda, cabe afirmar
que, a diferencia del cine, la serialidad televisiva –es decir, trasmitir
programas en serie– requiere una modalidad de visionado (y de proceso
creativo) que se acerca bastante al estilo en que fueron escritas y
publicadas la mayoría de estas novelas: no sólo las de Dickens, sino
también las de Dostoiewsky y otros autores de fama internacional. Los
capítulos iban a veces insertados –o como suplemento– en revistas o
periódicos. El lector tenía que esperar un mes –o, en el mejor de los
casos, una semana– para ver cómo evolucionaba la narración.
Lo mismo ocurre con muchas series de televisión: el guionista suele
escribir sus textos con una cierta cadencia, en ocasiones sufriendo no poco
para mantener el ritmo exigente de la producción, pero también con la
ventaja de poder trabajar a fondo sus personajes, e incluso de modificar
las tramas en función del efecto que provoca en las audiencias. Por parte
del espectador, exige un seguimiento especial; los personajes le acompañan
durante un largo periodo de tiempo, a veces varias semanas o incluso
bastantes meses. Así –con la ayuda de otros factores que aquí no puedo
desarrollar– se crea una especie de amistad, de atracción, similar a la que
se produce con la lectura de un buen libro (Braga, 2003). Este involucrarse
en las historias puede provocar distintos efectos, pero entre los benéficos
destaca el identificarse mejor con algunos personajes, así como el deseo de
acudir a la fuente original, para saber cómo evoluciona la narración, o
bien para comparar los cambios introducidos con el traspaso a la pequeña
pantalla.
No pretendo detenerme a analizar el nivel de perfección con que se ha
llevado a cabo la adaptación televisiva de Great Expectations ni de Little
Dorrit, ni tampoco de otras novelas[4]. Simplemente quiero dejar
constancia, antes de seguir adelante, de una de las modalidades más
importantes dentro de la misión cultural de las emisoras públicas: dar a
conocer y presentar de modo atractivo las obras literarias más o menos
clásicas a los propios ciudadanos, muchos de los cuales no tienen un hábito
de lectura adquirido.
Otra forma habitual de trasladar la cultura a la pequeña pantalla es
la de transformar la misma vida de científicos, artistas, etc. en películas
más o menos breves, realizadas especialmente para la televisión, que suelen
recibir el nombre de biopics (Arlanch, 2008)[5]. Como botón de muestra, me
gustaría mencionar –aunque en realidad no narre toda su vida– Miss Austen
Regrets (Dir.: J. Lovering, BBC, 2008, 90 minutos). Muchas personas habrán
leído sus novelas, o habrán visto las adaptaciones televisivas o
cinematográficas (por ejemplo, Emma, o Sense and Sensibility, en sus
variadas versiones) pero no muchos sabrán quizá que Jane Austen murió
bastante joven y soltera; llegó a tener una propuesta de matrimonio, que al
principio aceptó, pero en un segundo momento se retractó. En la transmisión
televisiva se deja entender, con notable fuerza emotiva, que Austen sufrió
mucho al tomar esta decisión.
También aquí, probablemente, la ficción se distanciará bastante de la
realidad, ya que la principal fuente en que se basan sus biografías son las
cartas –una selección de ellas, porque muchas fueron destruidas– de la
autora a sus hermana (Todd, 2006). Pero la mayoría estaremos de acuerdo en
que es útil no solo conocer sino también imaginar la vida y el entorno de
los escritores para entender mejor su obra, incluso para hacerla más
apetecible a los que aún no la conocen.
Además, si estas narraciones siguen las reglas de la verosimilitud
(Feyles, 2003), aunque no coincidan del todo con la realidad, pueden añadir
aspectos esenciales para captar el mensaje de fondo que contienen las obras
literarias o los eventos históricos en sentido amplio.
Me gustaría citar algún ejemplo de la televisión pública italiana, ya
que –a pesar de tener muchos problemas y recibir críticas– ejerce también
una notable función cultural. Entre los años 1993 y 2002, la RAI transmitió
el "Proyecto Biblia", producido por la Lux Vide y algunos partners
extranjeros, sobre todo, europeos. Fueron en total 13 títulos (contando "TV
movies" y "mini series" de dos episodios) con budgets importantes, que
permitieron contratar algunos actores famosos como Richard Harris, que
actuó en el primero (Abraham, 1993, RAIUNO, 2x90 minutos; director: J.
Sargent) y en el último (San Giovanni - L'Apocalisse, 2002, RAIUNO, 93
minutos, director: R. Mertes). A este ciclo de "Historias de la Biblia" se
han ido añadiendo posteriormente otros títulos, alternados con vidas de
santos, como Madre Teresa (RAIUNO, 2003, 2x100 minutos, director: F.
Costa), Giovanni Paolo II (RAIUNO, 2005, 2x100 minutos, director: J. K.
Harrison), San Pietro (RAIUNO, 2005, 2x90 minutos, director: G. Base) y
muchos más: una media de dos o tres al año. Muchos de ellos obtuvieron
cuotas de pantalla superiores al 30%. En todos, se utilizaron bastantes
elementos de ficción, para dar más consistencia y verosimilitud a las
narraciones, pero la historia y el mensaje de los personajes bíblicos
quedaba brillantemente resumida, y el balance general fue muy positivo,
incluido el nivel de audiencias (Fumagalli, 2011).
En definitiva, con este tipo de programas se puede percibir el gran
potencial –expuesto también a la manipulación– que posee la televisión
pública de difundir, con fuerza y a un público muy amplio, valores
pertenecientes a la historia y a la cultura del propio país o incluso del
propio continente. Para llevar a cabo esta misión con eficacia se requiere
promover la creatividad y cuidad la calidad en todos los programas de
servicio público. Sin olvidar que, entre ellos, también están los que
ayudan a entretener a los espectadores, y más en concreto, los que pueden
situarse dentro del ámbito de la ficción: que no necesariamente deben
basarse al pie de la letra en obras literarias clásicas, como acabamos de
ver.
Pero, para evitar excesos –en el último caso citado, de
falsificaciones históricas con fines ideológicos, pero en otros, también de
despilfarro económico, intereses privados varios, etc.–, se necesita un
cierto control por parte de alguna autoridad independiente. Así se reduce
el riesgo de servir a los intereses del gobierno político de turno o de sus
círculos de amistades: situación frecuente, por ejemplo, en las
televisiones públicas de "de Estado", propias de Italia, España y otros
países que se han inspirado en ellas, como creo que es el caso –o al menos
lo ha sido en el pasado (Méndez Sandi, 1997)– del SINART de Costa Rica: en
estos días de congreso he podido hablar con varios intelectuales, y
bastantes ponen en duda que el Canal 13 esté cumpliendo actualmente con la
"verdadera y altísima vocación educativa y cultural", mencionada en su
página web institucional.

SERVIR AL PROPIO PÚBLICO

La excelencia productiva de la BBC no es fruto de la casualidad, sino
que deriva de su estructura organizativa y de los objetivos que se fija
institucionalmente. Estos se encuentran formulados en sus Annual Reports,
que suele presentar el Secretario de Estado para la Cultura (y para los
Medios de Comunicación y el Deporte) ante el Parlamento y ante la Reina de
Inglaterra. Informes que también se publican en la página web, para dar
cuenta directamente a los ciudadanos. Una práctica que supone un modelo de
transparencia para todo el mundo, y que se basa, a su vez, en un peculiar
contrato de servicio público temporal –diez años–, con una financiación
asegurada (a través de un impuesto especial que pagan los ciudadanos, la
famosa "fee") que excluye la publicidad y unos objetivos ("purposes") que
se deben cumplir para la renovación. Este sistema garantiza una cierta
independencia del poder político y comercial, aunque al mismo tiempo exige
rendir cuentas periódicamente de cómo se ha gastado el dinero y cómo se ha
procurado servir al interés público. Concretamente, en el BBC Annual Report
and Accounts 2012-2013 (p. 2) se pueden ver sus objetivos, que son un
desarrollo moderno de las finalidades tradicionales de la televisión
pública, pero más acordes con una sociedad multi-cultural (Jakubowicz,
2006) y una situación de competencia con los canales privados[6].
Estos objetivos, son los siguientes: Sustaining citizenship and civil
society; Promoting education and learning; Stimulating creativity and
cultural excellence; Representing the own nation, regions and communities;
Bringing the country to the world and the world to the own country; Helping
to deliver the benefits of emerging communications technologies and
services.
Cada uno de estos objetivos –recogidos también en el famoso Green
Paper (Department of Culture, Media and Sport, 2005)– va acompañado de un
breve desarrollo. Aquí interesan sobre todo estos cuatro: Promover la
educación y el aprendizaje, que son como "el corazón de la misión de la
BBC, y juegan un papel fundamental en el cumplimiento del resto de sus
fines públicos". Estimular la creatividad y la excelencia cultural,
mediante "el compromiso, el interés y la participación en actividades
culturales, creativas y deportivas a lo largo del Reino Unido". Representar
la propia nación, sus regiones y sus comunidades, reavivando "la conciencia
de las diferentes culturas y puntos de vista, pero también haciendo
converger a las audiencias para que puedan compartir experiencias". Llevar
el Reino Unido al mundo y el mundo al Reino Unido, facilitando "la
comprensión global de las cuestiones internacionales y ampliando en las
audiencias del Reino Unido la experiencia de nuevas culturas".
Profundizando aún más –con la ayuda de Jakubowicz (2006, p. 60)– en
los aspectos que son objeto de este estudio, observamos que la BBC
"enriquece la vida cultural del Reino Unido haciendo conocer al público los
grandes talentos artísticos, desarrollando nuevas formas expresivas,
celebrando la tradición cultural nacional y ampliando el alcance de tales
intereses". Además, este mismo autor recuerda algunas indicaciones emanadas
por las autoridades europeas, que obligan a todos los países miembros.
Destacan estas dos (p. 62): por un lado, "tratar de que los espectadores se
sientan en sintonía con la sociedad y con la cultura a la que pertenecen,
seguros de la propia identidad nacional y cultural, como parte integrante
del Estado nacional"; por otro, las emisoras públicas deberían "reflejar
las distintas ideas filosóficas y convicciones religiosas de la sociedad,
con el objetivo de reforzar la recíproca comprensión y tolerancia,
promoviendo las relaciones entre las comunidades en las sociedades multi-
étnicas y multi-culturales".
En este sentido, siento la responsabilidad de hacer una advertencia
sobre la BBC, ya que he subrayado bastante –y lo seguiré haciendo– sus
muchas virtudes. Por desgracia, cuando trata la Iglesia Católica, no
suele seguir esas indicaciones, relativas a reforzar la recíproca
comprensión y tolerancia respecto a las convicciones religiosas. Mi
experiencia personal ha sido más bien la contraria: predominan –no sólo en
los programas de ficción sino, sorprendentemente, también en los de
información– las perspectivas grotescas, agresivas, o abiertamente
críticas, con algunas pocas excepciones.
Como factor atenuante de este defecto, hay que reconocer –de acuerdo
con Wolton (2006)– que esas dos directivas europeas son, en cierto modo,
contradictorias, ya que no resulta fácil promover la identidad nacional y,
a la vez, las diferencias culturales, étnicas y religiosas de las minorías
(a pesar de que éstas sean cada vez más importantes, debido a los efectos
de la inmigración y la globalización). Se hace necesario, entre otras
tareas, un mínimo análisis acerca de los conceptos de cultura y de
identidad nacional para después sugerir modos adecuados de lograr un
equilibrio, en la práctica, dentro de la vasta producción televisiva de los
canales públicos.

VARIOS NIVELES DE CULTURA

Si se atiende a la etimología del concepto de cultura, encontramos
(Llano, 2007, p. 15) que el término "procede de una metáfora agrícola. La
tierra puede ser cultivada o permanecer inculta. Cultura es, entonces,
cuidado, cultivo del espíritu, que constituye la dimensión más radicalmente
humana del hombre".
Según la UNESCO (2002), la cultura debe ser considerada como "el
conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales
y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que
abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, la manera de
vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias".
En ese sentido, es verdad que también las televisiones comerciales,
hasta cierto punto, pueden transmitir cultura, incluso con un nivel de
calidad considerable. Pero, como señalaron Bettetini y Giaccardi (1997, p.
9), "desde los orígenes de la historia de este medio de comunicación, el
concepto de cultura se ha unido con la idea de televisión de servicio
público, inicialmente según una modalidad sustancialmente divulgativa".
Los autores reconocen que durante su investigación en ámbito europeo no les
fue posible obtener una definición unívoca de cultura ni de lo que puede
ser considerado "televisión cultural": ni entre los intelectuales y
críticos, ni entre los operadores del sector televisivo. De todas formas,
aclaran (p. 13) que el concepto de "televisión cultural", en general,
podría admitir dos acepciones: una más tradicional, "que hace referencia a
una función de divulgación y de transmisión de contenidos culturales"
(mencionan programas que suelen ser considerados como de "cultura alta":
teatro, arte, música, ciencia, así como los que recogen culturas propias de
cada país, en sentido antropológico: minorías étnicas, etc.), y otra más
amplia –para los autores más productiva– que enlaza "con una función de
promoción de la cultura: entran en esta categoría todos los casos en que la
experimentación lingüística y la creación de fórmulas originales hacen
emerger un rol activo de la televisión mediante la propuesta de fenómenos
culturales". Bettetini y Giaccardi propugnan por tanto un abandono de la
idea de que la cultura en televisión consiste sólo en su utilización como
instrumento para acceder al patrimonio de las obras custodiadas en museos,
bibliotecas y salas de teatro. Además, defienden una concepción de
televisión cultural que no dependa exclusivamente de los contenidos, sino
de la actitud y del buen estilo con que se afrontan.
En términos parecidos se expresa Cappello (2001, pp. 120 y ss.), que
realiza un interesante estudio sobre la relación entre los conceptos de
cultura y calidad audiovisual, interpretando el primero también en su doble
versión: cultura alta (o de élite) y cultura de masas, cuya "línea de
demarcación cambia constantemente en base a las diversas condiciones
históricas y al contexto" (p. 127). Por lo que se refiere a la calidad,
asegura que puede encontrarse también en programas de masas, pero para
valorarla aconseja atender a múltiples criterios: algunos más bien
objetivos, propios del sistema mediático (como la relación entre el
conjunto de la programación, los distintos espacios y el tipo de emisora),
y del sistema socio-cultural y político; otros más subjetivos, que tiene en
cuenta la opinión de los actores implicados (profesionales del sector,
críticos televisivos y público general). La "culturalidad" (p. 129), por
tanto, debería "empapar transversalmente todos los contenidos de la rejilla
de programación de las emisoras de servicio público", y de este modo,
"empleando de forma creativa las potencialidades lingüístico-expresivas
propias del medio, se fijarán el objetivo de representar y proponer a los
espectadores los múltiples (y a menudo contradictorios) aspectos de la
realidad social".
Como es lógico, alcanzar esta dimensión cultural, así como superar la
contradicción antes mencionada entre promover la identidad nacional y
respetar el pluralismo cultural, son objetivos teóricos que no siempre se
cumplen, entre otros motivos porque la excelencia requiere mucho esfuerzo,
y muchos medios, también económicos. La cultura no siempre es rentable, y
menos aún si debe satisfacer también a las minorías. Hace falta proponerse
esa dimensión como objetivo principal. Algo que, en las instituciones
públicas, no requiere una especial mentalidad, porque los trabajadores del
Public Broadcasting Service, tradicionalmente, en todo el mundo, se sienten
cargados de "una especie de autoridad, legitimación e importancia" casi de
modo automático o inconsciente (Dornfeld, 1998, p. 5). Esto, por una parte,
aumenta su responsabilidad –saben que están utilizando dinero público y
representan a todos–, pero por otra les otorga una mayor libertad para
arriesgar, ya que son conscientes de su obligación de abrir nuevos caminos
(tecnológica y formalmente), con la ventaja de que sus ingresos no dependen
directamente de la respuesta de la audiencia, en caso de intentos fallidos.
Precisamente esta tendencia, teórica pero habitual, hacia una
excelencia cultural/cualitativa en sentido amplio es una de las razones –en
mi opinión, la más importante– que pueden justificar la permanencia de los
canales de titularidad pública en pleno siglo XXI, en un sistema
caracterizado por la multiplicación de canales privados (nacidos merced al
proceso de digitalización). En los últimos treinta años, de hecho, ha
estado siempre vivo el debate acerca de la utilidad, ventajas e
inconvenientes de gastar dinero público en este servicio, que quizá podría
cubrirse con la oferta privada. Con la perspectiva del 2000, algunas voces
críticas auguraban el final de todo un sistema (Tracey, 1998); otras, con
la implantación de la nueva situación socio-tecnológica, exigían una
reconversión total –que incluye un cambio de mentalidad–, como condición
indispensable para la supervivencia (Iosifidis, 2012). Pero tampoco han
faltado estudios, algunos recientes (Nissen, 2007; Richeri, 2012), que
reconocen la conveniencia de mantener el servicio público radiotelevisivo,
si bien todos coinciden en la urgencia de adaptarse tecnológicamente a los
tiempos –es más, ser los líderes–, así como reducir costes y riesgos de mal
funcionamiento (D'Haenens, Sousa & Hultén, 2011).
Para D. Wolton (2007, pp. 263-264), ha habido –en la historia de este
medio de comunicación– tres etapas bien distinguibles, al menos por lo que
se refiere a Europa. La primera fase "fue ampliamente dominada por el
sector público (1930-1970). La segunda ha visto prevalecer el atractivo del
sector privado (1970-2005)". Actualmente nos encontramos en una etapa de re-
equilibrio, de mayor atención a la preservación de las propias funciones de
cada medio de comunicación, con un respeto compartido de la competencia
entre público y privado.
A esta sensibilidad han contribuido, por un lado, las críticas a los
efectos uniformadores de la globalización (a la que se pliegan fácilmente
los canales comerciales, ya que es muy barato, por ejemplo, comprar series
televisivas en Hollywood, cargadas de unos valores culturales muy
específicos); por otro, la Declaración Universal sobre la Diversidad
Cultural de la UNESCO (2005), firmada por todos los países europeos. En su
artículo 11, se lee:
Las fuerzas del mercado por sí solas no pueden garantizar la preservación y
promoción de la diversidad cultural, condición de un desarrollo humano
sostenible. Desde este punto de vista, conviene fortalecer la función
primordial de las políticas públicas, en asociación con el sector privado y
la sociedad civil.
En su artículo 2, la Declaración de la UNESCO propone también una
puntualización conceptual que puede ser útil para la parte sucesiva de mi
intervención. Bajo el epígrafe "De la diversidad cultural al pluralismo
cultural", establece lo siguiente:
En nuestras sociedades cada vez más diversificadas, resulta indispensable
garantizar una interacción armoniosa y una voluntad de convivir de personas
y grupos con identidades culturales a un tiempo plurales, variadas y
dinámicas. Las políticas que favorecen la inclusión y la participación de
todos los ciudadanos garantizan la cohesión social, la vitalidad de la
Sociedad civil y la paz. Definido de esta manera, el pluralismo cultural
constituye la respuesta política al hecho de la diversidad cultural.
Inseparable de su contexto democrático, el pluralismo cultural es propicio
a los intercambios culturales y al desarrollo de las capacidades creadoras
que alimentan la vida pública.

IDENTIDAD NACIONAL Y PLURALISMO

Recientemente he podido observar de cerca una intento interesante de
exaltación de la identidad nacional mediante la transmisión de programas
que promueven, al mismo tiempo, el pluralismo cultural. Se trata de la
televisión pública de Taiwán, la PTS (Public Television Service), nacida en
1998 bajo el modelo de la BBC. Así me lo aseguraron varios de los
directivos que entrevisté durante mi estancia de investigación en ese país,
en el verano de 2012, y pude también comprobarlo leyendo sus documentos
fundacionales e informes anuales. También analicé las mini-series y los
documentales televisivos que han presentado a los festivales
internacionales durante los últimos cinco años. Estos programas reflejan
con claridad el deseo de los autores –quizá con una candidez ya superada en
la BBC[7]–, de educar a la población en los valores nacionales y, a la vez,
tradicionales.
Como es sabido, Taiwán (oficialmente, Republic of Taiwan, o R.O.C.)
mantiene una situación geopolítica y social curiosa, desde que el líder del
partido nacionalista chino, Chiang Kai-shek (1887-1975), se refugiara allí
en 1949, tras ser derrotado por el partido comunista. Nada más llegar
–junto con su ejército y su corte–, impuso la ley marcial en la isla, que
estaba habitada por catorce grupos indígenas, a los que entonces se sumaron
los Han, la raza mayoritaria china (Hung Chien-chao, 2011). La ley marcial
duró más de tres décadas: hasta 1987, doce años después de la muerte de
Chiang Kai-shek. Pero aún debían transcurrir otros nueve años más para que
se organizaran las primeras elecciones libres, en 1996. Desde entonces, se
han alternado en el poder dos partidos políticos, cuyo principal –aunque no
único– punto de divergencia es el grado de independencia que propugnan
respecto a la China continental (People's Republic of China). Ambos son muy
sensibles, por tanto, al problema de la "identity of the Taiwanese State"
(Lu, 2000, p. 194). Se opone a la unión el partido democrático (PDP) nacido
con la libertad de 1986, pero que no consiguió ganar las primeras
elecciones (1996); sí, en cambio, las del 2000 y 2004.
Después, en 2008, subió al poder de nuevo el partido nacionalista,
heredero del Kuomitang (KMT), que también ganó las elecciones del 2012. Son
favorables a la unión con China, pero a condición de tener un papel
protagonista en el gobierno central (también del continente), que es lo que
pretendía Chiang Kai-shek. Son los que realmente impulsaron el nacimiento
del canal PTS y los que me acogieron durante mi estancia de investigación.
Podría citar muchos ejemplos de programas en los que se aprecia claramente
esta función de promoción de la cultura tradicional china –en aspectos como
gastronomía, ecología, caligrafía, respeto a los antepasados, etc.– junto
con el respeto del pluralismo étnico propio de la isla, en el que se
aprecia incluso un matiz de orgullo, que les separa visiblemente del resto
del continente.
Menciono solamente un programa, de género documental, el cual me
parece un medio también muy adecuado para transmitir cultura, al que
raramente se le presta suficiente atención en el mundo académico (Dornfeld,
1998, p. 5). Se titula Spirits of Orchid Island (PTS, Taiwan, 2008, Dir.
Nick Upton, 53 min.) y ha ganado varios premios, como el Environmental
Sustainability, EarthVision – International Environmental Film Festival
(USA, 2008) y el Audience Award, Green Screen – International Nature Film
Festival (Alemania, 2009). Viéndolo, se percibe que la PTS quiere imitar el
buen hacer de las producciones mundialmente famosas de la BBC sobre
naturaleza, animales, etc.: se aprecia un trabajo serio de escritura,
filmación y montaje, que está en función del mensaje que se quiere
transmitir.
La isla Orchid es la más importante de las 13 que rodean a la isla
principal de Taiwán; se encuentra al sureste, en la dirección hacia
Filipinas, donde la conocen con el nombre de Botel Tobago. De hecho, los
aborígenes que la habitan mayoritariamente –hay también una proporción
importante de taiwaneses de raza china Han– vinieron de aquel país. Son los
Yami, más conocidos como los Tao. Están bastante integrados en el resto del
país (a nivel laboral, escolar, vestimenta, etc.) pero conservan su lengua
propia y multitud de tradiciones peculiares, que intentan transmitir a los
hijos, sobre todo las referidas a la pesca y a la navegación. Por ejemplo,
siguen fabricando unas canoas de madera, muy variopintas, cuyo proceso de
construcción y decoración se muestra a lo largo del programa, con la ayuda
de uno de los representantes de la tribu, Syaman Rapongan: le hacen una
larga entrevista, y también graban durante su fabricación y en la botadura,
que incluye ritos y creencias religiosas (los "spirits" aludidos en el
título, que son divinidades diseñadas en la zona anterior de la barca para
que les protejan en el mar). Hay también un narrador anónimo (en off), muy
presente a lo largo del documental, que hace suponer un trabajo de guión
bastante cuidado: sabe guiar al espectador para que aprecie las riquezas
exóticas del lugar, amenazado recientemente por un depósito de residuos
nucleares.
A este documental –y a algún otro similar que analicé– se le pueden
aplicar al pie de la letra las consideraciones que hacía A. D. Smith en
1991 (p. 163), acerca de la identidad nacional (citado por Hibbern, 2005,
p. 20):
[La] superación del olvido gracias a la descendencia; recuperación de la
dignidad colectiva con referencia a una edad de oro; realización de la idea
de fraternidad a través de un aparato simbólico, los ritos, las ceremonias
[…]; estas cosas son las funciones fundamentales de la identidad nacional y
del nacionalismo en el mundo moderno, así como las razones principales por
las cuales tal sentimiento se ha demostrado tan perdurable, versátil y
adaptable a todos los contextos en los que ha sido puesto a prueba.
El canal PTS es muy joven y aún le queda mucho camino por recorrer.
De hecho, tiene poca audiencia y escasos medios económicos. Pero me parece
un buen ejemplo de cómo han sentado las bases para cumplir prioritariamente
su misión esencial de servicio público: promover la cultura y la identidad
nacional, respetando el pluralismo cultural, étnico y religioso.

CULTURA Y RELIGIÓN

Precisamente, para terminar, querría añadir otra razón más por la que
considero importante el esfuerzo por mantener y mejorar los canales
públicos. Está ligada a mi trabajo como profesor de televisión en una
Facultad de Comunicación Institucional, en Roma, que forma futuros
trabajadores de oficinas de información pertenecientes a diócesis,
santuarios, escuelas católicas, etc. Es bastante frecuente, para los
alumnos que terminan nuestros estudios, participar en alguno de los
programas religiosos que los canales públicos, en no pocos países, ofrecen
a las conferencias episcopales, habitualmente los domingos.
Esto no debe sorprender a nadie, al menos si se trata de países en
los que el cristianismo ocupa un lugar importante dentro de su tradición
histórica. En efecto, las costumbres religiosas siempre se han considerado
como una manifestación más de la cultura. Así lo expresaba A. Llano (2001,
p. 67) desde una perspectiva filosófica, que tenía en cuenta el cambio de
milenio y las proyecciones de futuro de los países occidentales avanzados:
La religión ha vuelto a constituir un tema cultural y social de primer
orden, con independencia de que este fenómeno epocal a unos nos guste más y
a otros les guste menos. Ya ha pasado la época en que la religión
constituía un problema primariamente político. Hoy la religión ha vuelto a
enraizarse en el suelo personal y vital –el de la cultura y el estilo de
pensamiento– que es previo a toda estructura política o económica, aunque
nunca deje de haber entre ambos niveles un diálogo constante.
Por su parte, el Magisterio de la Iglesia ha subrayado desde antiguo
la relación entre estas dos esferas. En la Constitución Pastoral sobre la
Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes (Concilio Vaticano II, 1965, n.
31), se lee:
Para que cada uno pueda cultivar con mayor cuidado el sentido de su
responsabilidad tanto respecto a sí mismo como de los varios grupos
sociales de los que es miembro, hay que procurar con suma diligencia una
más amplia cultura espiritual, valiéndose para ello de los extraordinarios
medios de que el género humano dispone hoy día.
Y, más adelante (nn. 57-59, aunque se podrían citar muchos otros, en
los que se anticipaba ya el verdadero sentido del pluralismo cultural):
En realidad, el misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos
valiosos estímulos y ayudas para cumplir con más intensidad su misión y,
sobre todo, para descubrir el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la
cultura en el puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del
hombre. (…). Por las razones expuestas, la Iglesia recuerda a todos que la
cultura debe estar subordinada a la perfección integral de la persona
humana, al bien de la comunidad y de la sociedad humana entera. Por lo cual
es preciso cultivar el espíritu de tal manera que se promueva la capacidad
de admiración, de intuición, de contemplación y de formarse un juicio
personal, así como el poder cultivar el sentido religioso, moral y social.
Posteriormente (1975, n. 20), Pablo VI constató que "la ruptura entre
Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo". Y, a
continuación, confirmaba la estrecha unión que existe entre esas dos
esferas humanas y el ámbito de los medios de comunicación (n. 45):
La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos
medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más (…). En ellos
encuentra una versión moderna y eficaz del "púlpito". Gracias a ellos puede
hablar a las masas.
De hecho, los padres conciliares, con el impulso de Pablo VI, habían
visto la conveniencia de publicar cuanto antes un Decreto entero, Inter
Mirifica (Concilio Vaticano, 1963, nn. 1-2) sobre el buen uso de los medios
de comunicación: "maravillosos inventos de la técnica que (...) si se
utilizan rectamente, proporcionan valiosas ayudas al género humano, puesto
que contribuyen eficazmente a descansar y cultivar el espíritu y a propagar
y fortalecer el Reino de Dios".
El papa Juan Pablo II (1990, n. 37), desarrollando la doctrina de su
predecesor, y recordando la predicación de San Pablo en Atenas narrada en
los Hechos de los Apóstoles (XVII, 22-34) sustituyó el concepto de "nuevos
púlpitos" por el de "nuevos areópagos":
El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación,
que está unificando a la humanidad y transformándola –como suele decirse–
en una «aldea global». Los medios de comunicación social han alcanzado tal
importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y
formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos
individuales, familiares y sociales. (…) El trabajo en estos medios, sin
embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata
de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura
moderna depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usarlos para
difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que
conviene integrar el mensaje mismo en esta «nueva cultura» creada por la
comunicación moderna.
Poco antes (1988), Juan Pablo II había dedicado un documento a la
misión de los laicos en la Iglesia. Recordando también algunos conceptos
expresados por Pablo VI (1975), indicaba para ellos un campo de acción
prioritario (n. 44):
Actualmente el camino privilegiado para la creación y para la transmisión
de la cultura son los instrumentos de comunicación social (…). También el
mundo de los mass-media, como consecuencia del acelerado desarrollo
innovador y del influjo, a la vez planetario y capilar, sobre la formación
de la mentalidad y de las costumbres, representa una nueva frontera de la
misión de la Iglesia. En particular, la responsabilidad profesional de los
fieles laicos en este campo, ejercitada bien a título personal bien
mediante iniciativas e instituciones comunitarias, exige ser reconocida en
todo su valor y sostenida con los más adecuados recursos materiales,
intelectuales y pastorales.
Como he apuntado antes, a los alumnos de Comunicación de la
Universidad de la Santa Cruz –ya sean sacerdotes, religiosos o laicos–, les
animamos a participar con profesionalidad en este campo prioritario
señalado por el Magisterio de la Iglesia: no sólo a impulsar la creación de
emisoras católicas, sino también a aprovechar las que ya existen. Y, de
entre ellas, las instituciones públicas son las más accesibles por todos
los ciudadanos –porque así lo establece la legislación–, y normalmente las
más necesitadas de ayuda. A mí, como profesor, me resulta fácil este
esfuerzo, pues lo he aprendido del inspirador de nuestra Universidad, san
Josemaría Escrivá. Por ejemplo, en uno de sus escritos póstumos, Forja
(1987, n. 636) se recoge una de sus muchas llamadas a colaborar en la
mejora de la sociedad: "Hemos de procurar que, en todas las actividades
intelectuales, haya personas rectas, de auténtica conciencia cristiana, de
vida coherente, que empleen las armas de la ciencia en servicio de la
humanidad y de la Iglesia".
En estos años, trabajando en Roma, he tenido la alegría de ver cómo
la televisión pública, la RAI, superando muchos frenos y dificultades, hace
un esfuerzo continuo para prestar un servicio de calidad. Además de los
programas mencionados al hablar de la Biblia, se podrían recordar muchos
otros, recientes y pasados, que permiten esperar en un futuro donde la
televisión –al menos los canales públicos– sigan ofreciendo espacios
abiertos a la cultura, en todas sus dimensiones enriquecedoras del
hombre[8]. Parte del mérito pertenece a una persona que entrevisté por
primera vez en los años 98-99, en que estuve investigando algunos
documentales de la RAI, para mi tesis de doctorado, y luego le he escuchado
en alguna otra clase o conferencia, a veces organizada por mi universidad.
Se llama Ettore Bernabei, Presidente Fundador de la productora privada a la
que me refería antes, la Lux Vide. En sus años como Director General de la
RAI (1960 al 1974), en los que tampoco faltaron problemas y críticas,
estableció un modelo de profesionalidad y de preocupación por alzar el
nivel cultural-cualitativo de los italianos (Abbiezzi, 2013, p. 41).
Los editores del libro sobre la historia de la BBC que he citado
copiosamente (Hibberd, 2005) tuvieron el acierto de encargarle la
Introducción. En ella, Bernabei explica (p. XIII):
Por experiencia puedo decir que hoy en día es posible formar buenos
guionistas, presentadores, productores, capaces de pensar y realizar
programas televisivos de calidad (…). Hace falta que, en las universidades,
se dedique inteligencia, humanidad y cultura, sobre todo en la formación de
futuros operadores de la comunicación.

Y concluye, en modo esperanzador –y a la vez desafiante–,
especialmente para los profesionales de la escritura que se lanzarán al
campo audiovisual durante los próximos lustros:

En todos los sectores, desde la creación [ideación-guión] a la realización
de programas televisivos, conviene revalorizar jóvenes profesionales
capaces de pensar, producir, transmitir modelos de comportamiento
respetuosos con las mujeres y los hombres que se ponen delante de la
pequeña pantalla todos los días, durante algunas horas, no sólo para
comprar productos de consumo y servicios, sino sobre todo, para vivir una
dignidad humana.


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[1] Al tratarse de una conferencia dentro de un Encuentro de Escritores,
tampoco menciono en esta lista otros programas educativos o culturales, de
géneros audiovisuales distintos de la ficción: documentales (de naturaleza,
historia, antropología, etc), conciertos de música clásica y muchos más.
Algunos de estos productos pueden adquirirse también en la versión on line
de la tienda: http://www.bbcshop.com o en otras sedes oficiales, repartidas
por la geografía británica.
[2] Por ejemplo, la exitosa iPlayer de la BBC, ulitizada por el 29% de
los adultos del Reino Unido; gracias a ella – principalmente– la media de
tiempo al día que los espectadores se pasan viendo programas de televisión
ha subido de 3 horas 36 minutos en 2006 a 4 horas y 2 minutos en el 2012.
Fuente: Telescope 2013.
[3] El editor de esta traducción italiana explica también que el título
original que había pensado Dickens en un principio para Little Dorrit era
Nobody's fault; cree que hubiera sido más eficaz en su crítica a la
sociedad británica de entonces, pues aludía "en modo explícito a un mundo
donde nadie se asume la responsabilidad de las propias acciones, y donde
los mismos personajes son unos nobodies, ensombrecidos por la propia
mediocridad, por los fracasos de la vida, por la insatisfacción psicológica
y por la ceguera moral" (p. XII).
[4] Una mención especial merece la más reciente adaptación de la obra
clásica de Sir Arthur Conan Doyle, Sherlock, protagonizada por Benedict
Cumberbatch como Sherlock Holmes y Martin Freeman como el Doctor John
Watson. La primera temporada (2010) tuvo tres episodios de 85-90 minutos.
En el 2012 se transmitieron otros tres; uno en 2013 y, por ahora, otros
tres a comienzos del 2014. Todos ellos en alta definición y con una
caracterización muy moderna (Thorpe, 2010), si bien ocasionalmente se abusa
-en mi opinión- de la truculencia y del mal gusto estético/moral.
[5] Contracción de biographical picture. Es un tipo concreto de "TV-
movie", cuya técnica de producción y cuyo presupuesto difieren de las
películas que se ruedan para las salas cinematográficas, aunque a veces
tengan la misma duración (100 minutos, aproximadamente). El biopic es un
formato muy habitual en el Reino Unido y en Italia, a veces dividido en dos
episodios (2x100), transmitidos en días distintos, normalmente
consecutivos.
[6] De todas formas, el caso del Reino Unido es peculiar, ya que algunos
de los canales con los que compite directamente la BBC (ITV, Channel 4 y
Five -antes llamado Channel 5) tienen también una clara dimensión y función
públicas, así como un severo organismo de control independiente (Hibberd,
2005, p. 7).
[7] Se acercan un poco al estilo adoctrinador propio de los primeros
documentales británicos producidos por el General Post Office Film Unit
(Departamento Cinematográfico de la Oficina Central de Correos),
antecedente de la BBC: algunos títulos emblemáticos fueron Correo nocturno
(Night Mail, 1936, dirigida por Harry Watt y Basil Wright) o Los ahorros de
Bill Blewitt (The Saving of Bill Blewitt, 1937, de Harry Watt y Alberto
Cavalcanti).
[8] Un ejemplo esclarecedor, que supuso una enorme sorpresa: el famoso
actor italiano Roberto Benigni dedicó un programa especial de RAIUNO (23
diciembre 2002), de casi dos horas, a leer y comentar –egregiamente, sin
que faltaran momentos divertidos– el último canto del Paraíso de La Divina
Comedia de Dante. La media de espectadores sobrepasó los 12 millones, con
una cuota de pantalla del 45 % (fuente: Auditel/La Reppublica, 2002).
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