La sobrevida del autor

July 21, 2017 | Autor: Horacio Potel | Categoría: Copyright, Jacques Derrida, Auteur Theory
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Descripción

La sobrevida del autor Horacio Potel UNLa Publicado por la Revista de la Facultad de Filosofía, Ciencias de la Educación y Humanidades de la Universidad de Morón, Nº 19-20, Septiembre 2013, ISSN 0328-3895, p. 149-160.

Voy en el sentido de la deconstrucción porque es lo que acontece, lo que adviene y es mejor que haya un porvenir a que no lo haya. Para que algo advenga hace falta que haya un porvenir y por ende, si hay un imperativo categórico, es el de hacer todo lo posible para que el porvenir permanezca abierto. […] Aquí podría encontrar algo similar a una dimensión ética, dado que el porvenir es la apertura en la cual el otro acontece, y el valor del otro o de alteridad serviría, en definitiva, como justificación. Es mi modo de interpretar lo mesiánico: lo otro puede venir, puede no venir, no puedo programarlo, pero dejo un sitio para que puede venir si viene. Es la ética de la hospitalidad. Jacques Derrida, El gusto del secreto.

Abstract Para Derrida, no se puede salir de la representación, vivimos en su clausura. Pero clausura no quiere decir cierre. La presencia misma es ya desde siempre el efecto del juego de huellas, de representaciones. Y este juego de huellas se da como survie, con lo cual estamos desde siempre en su clausura, una clausura que impide su cierre, su fin (su finalidad y su finalización). Si lo otro me sobrevive, afirmar la survie será afirmar a lo otro en cuanto otro, absolutamente otro, radicalmente otro. Será hacer lo imposible para que lo otro siga siendo otro. La política de afirmación de la survie, hace juego entonces con una política de la llegada del acontecimiento. La paradoja aquí es que la llegada del acontecimiento, la hospitalidad incondicional, el don de ser posibles- de presentarse algún día a la luz de la presencia terminarían con todo otro. El UNO es la cancelación de la sobrevida, que necesita siempre para darse del juego, del resto, del fracaso en la apropiación, de una cierta indemnidad. Una cierta indemnidad de la alteridad absoluta, lo que Derrida llama a veces: lo indeconstruible.

El otro es lo que me sobrevive.

Me sobrevive: me antecede, me sucede, me constituye, me destituye, me acosa, me inventa. Y esta relación con lo otro es para Derrida, la Justicia. Y es la justicia la que nos impone el deber de abrir las fronteras, en una hospitalidad incondicional ante la llegada del otro en cuanto otro. Como otro absoluto. Este deber (que lo otro siga siendo otro) es el que determina las condiciones para que sea posible lo que Derrida llama Acontecimiento, es decir la llegada del por-venir, la supervivencia de la sobrevida. El Acontecimiento al que se abre la hospitalidad incondicional es la herencia «como envío que no sería uno, ni un envío de sí. Sino envíos de lo otro, de los otros. Invenciones de lo otro»i, el retorno de lo otro, es decir la sobrevida, la supervivencia de la huella. La survie, aquello que vale más que la vida y que la muerte, de las cuales es su condición. Si lo otro me sobrevive, afirmar la survie será afirmar a lo otro en cuanto otro, absolutamente otro, radicalmente otro. Será hacer lo imposible para que lo otro siga siendo otro. La política de afirmación de la survie hace juego entonces con una política de la llegada del acontecimiento, o lo que es lo mismo, con una ética de la hospitalidad, o, incluso, con una religión como respeto a la «distancia de la alteridad absoluta como singularidad»ii. Entonces para que las cosas ocurran, para que sigan dándose eventos, es preciso que lo otro reste, resista como otro. La paradoja aquí es que la llegada del acontecimiento, la hospitalidad incondicional, el don -de ser posibles- de presentarse algún día a la luz de la presencia- terminarían con todo otro. La hospitalidad incondicional es la victoria total del otro. Y si todo es otro no se da lo otro y si no se da lo otro la posibilidad del acontecimiento, de la justicia, de lo mesiánico, de la survie, se interrumpe. Lo mismo ocurriría si alguna ipseidad lograra apropiarse sin resto de lo otro, cerrándolo en un circulo «mortal» de apropiación. La llegada del Acontecimiento, si fuera posible, sería la detención de todo, la catástrofe última, pero tal cosa es imposible. No hay principio y no hay fin. El UNO es la cancelación de la sobrevida, que necesita siempre para darse del juego, del resto, del fracaso en la apropiación, de una cierta indemnidad. Una cierta indemnidad de la alteridad absoluta, eso que Derrida llama a veces: lo indeconstruible.

Para él, no se puede salir de la representación, vivimos en su clausura. Pero clausura no quiere decir cierre. La presencia misma es ya desde siempre el efecto del juego de huellas, de representaciones. Y este juego de huellas se da como survie, con lo cual estamos desde siempre en su clausura, una clausura que impide su cierre, su fin (su finalidad y su finalización). La presencia es un efecto de la re-presentación. Y la representación o la survie, es la condición de posibilidad de una presencia que nunca se hará presente. Lo que se ha presentado desde siempre como re-presentación, representación derivada,

segunda, modificada,

alterada, de una

presencia

supuestamente simple: el suplemento, el signo, la escritura, la huella es más vieja que la presencia, más viejo que la verdad, más viejo que la historia, más viejo que el sentido. La presencia debe re-presentarse en un suplemento porque no ha estado ni estará jamás presente. Si no hay presencia plena, no puede haber un «presente» el tiempo mismo no se puede hacer presente. No hay algo así como un «presente viviente» y no sólo por la imposibilidad de la presencia de constituirse como tal, sino porque como acabamos de ver: que la presencia nunca haya estado ni pueda llegar a estar presente hace que ésta deba -desde siempre ya- repetirse, re-presentarse en un suplemento, en un artefacto técnico. La vida, entonces, es habitada por la muerte, o la muerte es habitada por la vida desde siempre. Esta coimplicación originaria es la survie. Con lo cual no solo no podemos decir que seamos «vivos» o «muertos»: somos fantasmas, sobrevivientes asediados por la vida y por la muerte; sino que también, y también esto es otra forma de decir lo mismo, no podemos decir que somos humanos o vivientes en general opuestos a máquinas, el suplemento de origen implica que la máquina está también desde siempre ya en la vida, con lo cual esta no puede pretender nunca estar desnuda o pura y ajena a la repetición, al retraso, a la muerte. Somos cyborg. Que la «vida» esté desde siempre coimplicada con la «muerte», significa también que la «vida» está desde siempre coimplicada con lo no maquinal, el acontecimiento. Que la survie no pueda empezar ni terminar no quiere decir que la survie sea infinita, la survie es indefinida. Toda huella es finita, toda huella debe poder perderse, desaparecer, no hay presencia sin huella ni huella sin muerte.

Para Derrida es imposible reducir un texto a sus efectos, sean estos de sentido, de contenido, de tesis o de tema. En «La Farmacia de Platón», este articulo de 1968, Derrida plantea que el texto mismo de Platón oponiéndose al Platonismo va a imposibilitar el cierre del sentido en una única, final y verdadera tesis sobre el «Platonismo». Pero ¿qué es para Derrida el Platonismo? «Platonismo querría decir la tesis o el tema que se obtendrá por artificio, desconocimiento y abstracción, arrancado del texto, arrancado de la ficción escrita de “Platón”»iii Entonces el Platonismo –o el Derridanismo- es una abstracción, una violencia, una simplificación, un artificio mientras que el texto del que es sacada, recortada esta abstracción, está como todo texto compuesto

por

múltiples

pliegues

y

capas

innumerables,

artimañas,

sobredeterminaciones, reservas, es complejo y heterogéneo. El texto saca su fuerza de estar tejido con más de un hilo, de estar tejido con aquello que lo desgarra. Es contra esta heterogeneidad, contra esta complejidad que se constituye el Platonismo, para borrar y/o disimular diferencias, contradicciones, aporías, involuciones, convulsiones. Su función es entonces: «dominar, según una modalidad que es justamente la filosofía toda, otros motivos de pensamiento que también están trabajando en el texto»iv. El «Platonismo» es uno de los efectos del texto cuya firma es Platón, el efecto dominante a lo largo de la filosofía occidental, efecto siempre vuelto contra el texto. El Platonismo es una inversión violenta del texto de Platón, por el cual la inagotable heterogeneidad del texto es dominada por una policía filosófica que privilegia un efecto tético, filosófico, logocéntrico, homogéneo. La función del Platonismo es pues neutralizar, inhibir, paralizar, momificar las fuerzas diseminadoras del texto, impidiendo así la diseminación del sentido, su pervivencia. Ahora bien, para Derrida el «Platonismo» no es un ejemplo más de esta historia logocéntrica, sino el efecto que hace funcionar toda la historia de la filosofía. Pero esta historia no es, no puede ser nunca igual a sí misma, ya que está siendo desde siempre deconstruida por el mismo texto que intenta domesticar. La historia del Platonismo o la historia de la filosofía, no pueden, por tanto, totalizarse jamás, es una historia conflictiva, heterogénea, no teleológica, en la que sólo puede formarse relativas y transitorias hegemonías estabilizantes. Con lo cual la filosofía sería desde siempre Platónica: «estamos en la actualidad en vísperas del platonismo. Que podemos pensar igual de naturalmente como al día siguiente del hegelianismo. En ese punto, la filosofía, la episteme no son “invertidas”, “rechazadas”, “frenadas”, etc., en

nombre de algo como la escritura; muy al contrario.»v. Platón sigue siendo el tema de nuestro tiempo, lo que hay que pensar. Lo que hay que deconstruir. Liberando así las fuerzas textuales que el Platonismo, la filosofía, el logocentrismo, se esfuerzan por contener. La deconstrucción, que no la inversión del Platonismo es obra del texto mismo de Platón. La filosofía, es decir el platonismo, es decir la metafísica occidental, se constituye en su otro, se constituye constituyendo a otro, gracias a otro que la limita, la de-limita; la forma al constituirse en su deformidad; da en su anormalidad, la pauta de la normalidad. Ahora bien, este otro, para que el sí mismo esté a salvo en su sueño de sí mismo, para que el sí mismo pueda seguir soñando con el cierre absoluto del circulo de su mismidad; debe ser olvidado, borrado, excluido, silenciado, expulsado, desterrado, desaparecido, mutilado, torturado, aniquilado, asesinado. Pero eso es lo que no se puede. Porque el otro siempre resiste, porque el afuera está siempre en el adentro. Desde el origen no originario, el otro y el mismo se constituyen deconstituyéndose. Si el otro es la condición de posibilidad de mi sí mismo, desde siempre ya, si en TODO momento, mi yo está en falta, carenciado, necesitado, de lo que él no es, de su pro-tesis, de un suplemento que le permita ser él mismo su sí mismo, entonces éste sí mismo, no puede ni completarse jamás en un cierre absoluto sobre si mismo ya que eso sería el fin de cualquier porvenir, el fin de la huella, la derrota de la supervivencia; ni perderse en la hospitalidad absoluta, en el levantamiento de todas las barreras, en el dejar pasar sin ninguna aduana toda la monstruosidad del otro. El fin aquí nuevamente es imposible, y es imposible porque no hay detención en un punto, porque todo está instantáneamente diferido, diferenciado por la diferencia, con lo cual esa reducción a una unidad que sería la victoria total y definitiva de lo otro sobre el sí mismo, no puede hacerse presente, presentarse, experimentarse, más que al precio de perder la diferencia, de perder al otro que es lo que hace posible que me constituya como yo. Lo mismo en el caso de la victoria del sí mismo. El encierro perfecto en el círculo, en el punto de lo propio, es imposible. Sólo sería posible haciendo imposible toda singularidad, sepultándola en lo indiferenciado. La muerte en el punto.

Por lo tanto: el Platonismo nunca puede ser constituido. Y no puede porque su origen es un parricidio, es decir una falta, una carencia, una orfandad. Que surge al despertar del sueño que prometía un Ser que: «Es inegendrado e imperecedero; integro, único en su género, inestremecible y perfecto; nunca fue ni será, puesto que es ahora, todo a la vez, uno, continuo»vi Este parricidio, este introducir el no-ser en el ser, «inaugura el juego de la diferencia y de la escritura», inaugura el platonismo, la filosofía. El asesinato del Padre, del origen, de la verdad, condena a la dialéctica o a la filosofía a no poder distinguirse ya más de la gramática o la escritura. Para tal distinción, para tal oposición fuera posible, sería necesario que el Padre se hiciera plenamente presente, absolutamente presente. Sería necesario ver, intuir el rostro del Padre (bien-sol-capital) para que la noesis no sea imposible. Pero ese no es el caso. Como la plenitud no está dada es necesario, entonces que algo supla la falta. Que algo intente llenar la ausencia. Pensar «Una clausura de la representación cuya forma no podía ser ya lineal, indivisible, circular, enciclopédica o totalizante»vii es pensar la supervivencia de los envíos. Porque la presencia es imposible, la representación está clausurada, esto quiere decir que «no hay fuera de texto»viii, si la survie es «todo aquello con lo que está entretejido de arriba abajo, el tejido de la existencia»ix, no hay fuera de la sobrevida, lo que no quiere decir que la sobrevida o mejor las sobrevidas sean inmortales, no sólo por la finitud de la huella, si no sobre todo porque la survie jamás termina de constituirse: un texto, cualquier texto, oculta siempre su sentido, porque éste está siempre por venir, lo que también quiere decir que nunca puede llegar a un destino final, salvo que la huella desaparezca y que su tejido se pierda sin que nadie sepa nunca que se perdió, porque nunca se constituyó, nunca se encontró, eso perdido. Ahora bien: «ni siquiera [hay] EL envío, sino envíos sin destinación. […] Ni siquiera existen la poste o el envío, existen las postes y los envíos. […] en cuanto hay différance (y eso no espera al lenguaje, sobre todo al lenguaje humano y la lengua del ser, solamente la marca y el trazo divisible), hay distribución postal, relevos, retraso, anticipación, destinación, dispositivo telecomunicante, posibilidad y por ende necesidad fatal del desvío»x. La supervivencia entonces no es, claro está, supervivencia de la

cultura humana o de lo «humano» en general. La pervivencia es supervivencia de lo otro, del cual para respetar su diferencia no debo saber si es humano o animal, máquina, cyborg, espectro, muerto, vivo o zombie. La supervivencia es anterior a la muerte y a la vida, así como a lo humano. Y mejor que LA supervivencia habría que decir las supervivencias, porque recordemos, lo acabamos de leer: no hay «EL envío sino envíos sin destinación». Cuestionar la indivisibilidad del origen (cuestionar la simplicidad del envío, de la herencia, de la supervivencia) es lo que abre la posibilidad de pensar la historia de la filosofía sin los supuestos de totalidad y teleología. Y eso es justamente una de las cosas que se propone Derrida: «Si, por hipótesis absurda, hubiera una y sólo una deconstrucción, una sola tesis de La deconstrucción, ella tendría divisibilidad: la différance como divisibilidad»xi cada uno de los múltiples envíos abre nuevas formas de ser. Pero no los abre desde un emitir, desde un envío que sea una unidad en sí mismo, no: cada uno de los envíos está a su vez dividido y lo está desde el principio, dividido en sí mismo: «no emite más que a partir de lo otro, de lo otro en él sin él. Todo comienza con el remitir, es decir, no comienza. Desde el momento en que esa fractura o esa partición divide de entrada todo remitir, hay no un remitir sino, de aquí en adelante, siempre, una multiplicidad de remisiones, otras tantas huellas diferentes que remiten a otras huellas y a huellas de otros»xii. Esta divisibilidad a la que podemos llamar différance es la condición para que haya algo así como envíos. Para Derrida, entonces, no hay átomos. Y que no haya átomos, nos recuerda que tampoco andan por ahí, Sujetos tal como la modernidad se los imaginó, no hay átomos aislados chocando entre sí como patética y única forma de relación. «Hay que pensar la vida como huella antes de determinar el ser como presencia» dice Derrida en un texto sobre Freud, donde también se afirma: «El “sujeto” de la escritura no existe si por ello se entiende tal soledad soberana del escritor. El sujeto de la escritura es un sistema de relaciones entre las capas: del bloc mágico, de lo psíquico, de la sociedad, del mundo. Dentro de esta escena, la simplicidad puntual del sujeto clásico es inencontrable.» Como somos huella de huella, estamos desde siempre inmersos en unas redes, en tejidos, en textos que nos sobrepasan y nos constituyen. Por eso para la deconstrucción no es lo primero los derechos del «yo soberano», sino la responsabilidad ilimitada con el otro, el

com-promiso que com-promete con el otro que he adquirido en una promesa efectuada antes de ser y antes de cualquier «contrato». Por otra parte, leemos en Derrida: «un sujeto como tal no da ni recibe jamás un don»xiii. Para que haya don y no un circulo económico de apropiación-expropiación es preciso que no haya intercambio: ni devolución, ni contra-don, ni deuda y para que esto ocurra el don debería pasar inadvertido para el que lo recibe y para el que lo da, debería no recibirse ni darse como un don, no reconocerse como tal. El movimiento circular de la subjetivación, anula el don, lo anula en la economía calculada de un retorno circular de reapropiación, doy para ser. Los derecho-habientes, los dueños del copyright no dan nada de nada, y hay que recordarlo aunque parezca obvio. Estas abstracciones solo limitan el don de la escritura. El «Autor», el «Genio», el «Creador», en tanto imágenes de un Dios como causa sui, no dan nada, no generan acontecimiento, no legan herencia, en tanto Dioses Soberanos son la Vida Pura, la Muerta pura, pero: «únicamente una “vida” puede dar, pero una vida en la cual se presente y se deje desbordar esta economía de la muerte. Ni la muerte ni la vida inmortal pueden dar jamás, solamente una singular supervivencia [survie]: es el elemento de ésta problemática»xiv. La heterenomía está antes de la autonomía. Un sí entonces en el origen. Un sí que antes de todo promete y compromete con eso otro que está siempre antes – y de lo cual por tanto soy heredero. La herencia, ese don es una de las formas de la hospitalidad, hospitalidad que se ejerce reafirmando lo que viene «antes» de nosotros, lo que recibimos antes de ser sujetos y poder elegir, por lo cual la herencia no se elige, no es la elección de un sujeto «libre» y «soberano», ella nos elige violentamente. Reafirmar la herencia es mantenerla con vida y mantenerla con vida significa reactivarla de otro modo. Lo que heredo no es algo de lo cual pueda apropiarme, ya que en ella, como en todo resto inasimilable, la apropiación está unida a un movimiento de expropiación. Como dice Derrida en un libro de diálogosxv, la herencia no se elige, no se escoge, se escoge conservarla con vida, mantenerla en la pervivencia, en la survie, y esto se hace por un movimiento doble, una reafirmación que a la vez continúa y a la vez interrumpe y debe necesariamente interrumpir: decir hoy aquí lo que es «Derrida», dejarlo sentado y establecido de una vez y para siempre -si tal cosa fuera posible- sería el fin de la herencia, el entierro y la lápida. No habría ya por-venir para la firma Jacques Derrida, porque ésta se habría

totalizado en un punto de presencia. Para salvar la pervivencia, es necesario, por tanto: editar, seleccionar, cortar, pegar, reinterpretar, filtrar, desplazar, criticar; intervenir activamente para que la herencia no se cierre y quede lugar, para que algo pase, para que algo ocurra, un acontecimiento, el por-venir. La continuidad de la herencia está garantizada por esta fidelidad necesariamente infiel, por el necesario fracaso en concretar la totalidad que es justamente lo que permite que nunca termine, una tesis, un texto, una vida. Que nunca se cierre en un círculo, que nunca baje a su tumba. Porvenir no indica una dirección en el tiempo: si toda huella es huella inscripta es entonces huella de huella, su origen siempre la precede. Lo otro está en mí, viene a mí desde antes que se establezca una división entre el otro y yo, la llegada del por-venir es originaria. Lo que somos lo heredamos, no somos más que lo que heredamos. Ser es heredar. Nos dice Derrida: «el ser de lo que somos es, ante todo, herencia»xvi. El origen de todo está en esta venida de(lo) otro. Y esta venida nunca termina, la restancia hace que el movimiento no tenga fin. Los fantasmas sobreviven, la esencia nunca se hace presente y la pervivencia no termina. Que la herencia de Derrida, sea inapropiable (aunque a la vez esta apropiación sea un deber para sus herederos), se debe entre otras cosas, a que no existe «Derrida» ni «El pensamiento» del señor Derrida. La herencia no es una cosa, ni está en depósito, ni es una cuenta en el banco, ni un stock almacenado o almacenable, porque el concepto mismo de herencia implica que la cosa, el depósito, la cuenta, el stock nunca lleguen a constituirse. El mismo proceso ocurre con el sentido en general, no hay sentido posible si la apropiación tiene éxito, como a la vez no hay herencia ni sentido posible, sin el deseo, o la tarea, o la inyunción espectral de la apropiación. Tengo que apropiarme pero a la vez necesito que aquello de lo que me apropio siga siendo diferente de mí, para que la apropiación sea posible. A esta doble ley llama Derrida ex –apropiación. La apropiación debe siempre chocar con un resto, ser finita. Para los seres infinitos, si los hubiera, no hay herencia, como no hay sentido. La herencia del texto de un autor es un duelo imposible, donde la imposibilidad de cerrar el sentido en una interpretación única y definitiva es lo que le otorga al mismo su pervivencia. Al igual que el duelo de la muerte del amigo debe necesariamente fracasar; ya que es el fracaso de la apropiación del otro, del canibalismo hacia el otro,

de la absorción total del otro en mí: el sueño de todo narcisismo. Pero el otro siempre conserva un resto incomible, indigerible una cripta secreta que siempre me habitará que deberé portar, llevar, honrar. La cripta es el resto inasimilable, lo inapropiable, lo que permanece siempre como otro, el legado del otro que permanece en mí como distinto de mí, que debo portarlo cuando el otro ya no esté. El duelo empieza antes de la muerte, se prepara y espera, desde siempre. La herencia es un resto de lo otro que está en mí en el modo de la cripta. Como es inasimilable, la disyunción siempre continúa. La disyunción que hace espacio. El legado sobrevive al sustraerse, esta sobrevida, esta pervivencia, le da su porvenir al no cerrar el trazo, la herencia esta siempre por venir. «La traducibilidad garantizada, la homogeneidad dada, la coherencia sistemática absolutas es lo que hace seguramente (ciertamente, a priori y no probablemente) que la inyunción, la herencia y el porvenir, en una palabra, lo otro, sean imposibles. Es preciso la desconexión, la interrupción, lo heterogéneo, al menos si hay algún es preciso, si es preciso dar una oportunidad a algún es preciso, aunque sea más allá del deber»xvii. Una pequeña aventura legal El 11 de septiembre de 2007, la embajada de Francia y la Cámara Argentina del libro, mediante una denuncia, ponen en funcionamiento contra el que esto escribe la maquinaria penal del Estado Argentino, el delito: violar los derechos del «autor»xviii Jacques Derrida, o si se quiere los de los herederos legítimos del mismo que según se desprende de la causa serían Les Editions de Minuit, las cuales han dicho: «En sept ans, Horacio Potel a mis en ligne gratuitement et sans autorisation des versions complètes de plusieurs ouvrages de Jacques Derrida, ce qui est néfaste à la diffusion de sa pensé»xix. Singular frase que seguramente habría hecho las delicias del autor defendido y que se prestaría a innumerables ejercicios deconstructivos, si no fuera que en su tremenda ingenuidad se delata a sí misma inmediatamente. Pero de la infinidad de lecturas que la misma da a lugar, preferimos aquella que le da la razón a Minuit: Es cierto, es nefasto para la difusión del pensamiento de Jacques Derrida que un sitio web ponga a disposición de todos los textos de Jacques Derrida. Si el pensamiento de Jacques Derrida es uno, si hay algo así como «sa pensé», así en singular: «El pensamiento de Jacques Derrida» - defendido por su herederos legales, sus abogados, el gobierno francés y los editores argentinos agrupados en la CAL -, si tal cosa existe, es claro que nada puede ser

peor para la difusión de ese pensamiento, que la difusión de sus textos. Porque en esos textos, a los que nos negamos a llamar obras, está la survie de Jacques Derrida, el lugar de donde salen todos sus fantasmas, el lugar de la infección, el medio de transmisión de tantos y tantos fantasmas acosadores todos llamados Jacques Derrida y ninguno igual al otro. Tal cantidad de fantasmas no puede hacer más que problemática la distribución de las ganancias –que como se ve para algunos es el verdadero nombre de la herencia. La difusión de sus textos -y para colmo por ese escándalo para la justa localización que es la Web- es una violación de la tumba que trata de impedir el duelo, que como ha escrito uno de los fantasmas de Derrida, consiste siempre en: «intentar ontologizar restos, en hacerlos presentes, en primer lugar en identificar los despojos y en localizar a los muertos»xx Difundir sus textosxxi, sin el permiso, la censuraxxii y el filtro de aquellos que están autorizados a hacerlo es violar la tumba del muerto, para hacer vivir a sus fantasmas, para tratar de cumplir con la inyunción que Derrida nos ha heredado respecto de los espíritus, de los fantasmas: «Pues ésta será nuestra hipótesis o más bien nuestra toma de partido: hay más de uno, debe haber más de uno.»xxiii Si hay algo criminal es detener los envíos, cerrar las fronteras, la deconstrucción no puede aceptar esto porque se juega por el por-venir. «Prefieran siempre la vida y afirmen sin cesar la sobrevida... Los amo y les sonrío desde donde quiera que esté.» Estas, son las últimas palabras que Derrida se escribe vivo para ser leídas cuando este muerto, en el Adiós. Adiós que no será ni puede ser el último, justamente porque los fantasmas de Derrida nos han enseñado a alejarnos, a huir de sus ídolos, a no introyectarlos, a no apropiarnos de ellos como si fueran estatuas de piedras, muertas bien muertas y que nos matan con su peso, a no guardar dentro nuestro su ideal, para no encerrarlos en la cripta de nuestra mismidad, canibalizándolos, impidiendo la sobrevida de sus fantasmas, sobrevida que implica liberar el nombre de Derrida, al mar de las interpretaciones, a la diseminación sin fin de sus textos, dejar que su nombre, que su firma resten abiertos. No queremos que su nombre sea su último nombre, por lo cual no podemos más que borrarlo. Para no desnombrarlo no podemos nombrarlo. Inscribirlo es el primer paso de esta traición, la única que pude mantener su sobrevida, el ir y venir de sus fantasmas. Para respetar su alteridad, para conservar la infinita distancia que nos pide, debemos olvidar eso que fue y ya no, o mejor dicho eso

que desde siempre estuvo dejando de ser. Borrar el presente de un nombre para asegurar su por-venir. Para que lo propio de un nombre propio esté siempre arribando, acosando. Portar su secreto, entonces. Sin secreto no hay posibilidad de decir nada. Si no hubiera secreto Todo estaría dicho. El totalitarismo es el secreto develado. No por nada los campos de la muerte: La Esma, el Olimpo, automotores Orletti, el Vesubio y tantos más, eran fábricas de revelar secretos, maquinas secretas destinadas a destrozar las singularidades con las que trabajaban en secreto, movidos por el deseo de lo secreto, que debía permanecer secreto, como un secreto combustible, un secreto deseo de muerte, que es el nombre de la Transparencia última, aquella donde todo ha sido revelado y por tanto ya no puede acaecer más nada. La condición para poder decir todo es entonces el secreto, y claro la condición de posibilidad del derecho al secreto es el derecho de poder decir todo, sin limitación, sin censura, sin copyright. Traer a la «vida» a un fantasma es acabar con su existencia, con sus legados, con sus inyunciones. Porque es acabar con su secreto y éste, el secreto, es el lugar de donde surge el movimiento de diseminación de la herencia y la supervivencia del legado. Pero La survie viene. Y abrirse a esa venida, abrir la venida, levantar las barreras, abrir las fronteras, para todo lo que venga, es hacer lo que hay que hacer, hacer lo imposible. Si hay algo que detener es aquello que impidiendo la venida pueda obstruir el por venir, traer la muerte, impedir la posibilidad de una llegada otra, cerrar la apertura afirmativa para la llegada de(lo) otro, es decir cerrar la experiencia misma, que para Derrida es siempre la experiencia del otro. La salida del círculo.

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Derrida, «Envío», en La desconstrucción en las fronteras de la filosofía, Barcelona, Paidós 1996. De este texto sólo poseemos la edición digital que se encuentra en nuestro sitio web: Derrida en castellano: http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/envio.htm, por lo cual remitiremos a este texto digital sin señalar número de página. ii Derrida, J., «Fe y saber» en El siglo y el perdón seguido de Fe y saber, Buenos Aires, Ediciones de la flor, 2003, p. 67. iii DERRIDA, J.: Khôra, Córdoba, Alción, 1995, p. 69. iv Ibíd. v DERRIDA, J.: «La farmacia de Platón», op. cit., p. 161,

vi

Parménides (28B8) Traducción de C. Egger Lan, apuntes de cátedra, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, año 1992. vii «Envío», op.cit. viii Derrida, J.: De la gramatología, México D.F., Siglo XXI, 1998, p. 202. ix Derrida, J.: Seminario: La bestia y el soberano. Volumen II (2002-2003), Buenos Aires, Manantial, 2011, p. 175. x Derrida, J., «Envíos» en La Tarjeta Postal. De Sócrates a Freud y más allá, México, Siglo XXI, 2001, pp. 69-70, el subrayado es nuestro. xi Derrida, J., «Resistencias» en Resistencias del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 54. Más adelante: «La divisibilidad, la disociabilidad, y por lo tanto la imposibilidad de detener un análisis, […] sería quizá la verdad de la deconstrucción, al menos la que des-marca […] la Versammlung heideggeriana, con esa reunión siempre última de lo mismo en la cual se recoge para Heidegger toda diferencia, el uno, el ser, el lugar, el pólemos –y el Geist». Derrida, J., Resistencias del psicoanálisis, op. cit., p. 55. Cfr.: Seminario: La bestia y el soberano, Volumen I (2001-2002). Buenos Aires, Manantial, 2010., p. 362: «deconstruir es, en primer lugar, considerar que ninguna indivisibilidad, ninguna atomicidad, está garantizada». Cfr.: «Fe y saber», op. cit., p. 124: «tanto para bien como para mal, hay división e iterabilidad de la fuente. Ese suplemento introduce lo incalculable en el seno de lo calculable. […] Pero lo más de Uno, sin demora es más de dos». xii «Envíos», op. cit. xiii Derrida, J.: Dar (el) tiempo. I. La moneda falsa, Trad. de C. Peretti, Barcelona, Paidós, 1995, p. 32. xiv Ibíd., p. 103. xv Derrida, J. y Roudinesco, E.: «¿Y mañana qué…?», el dialogo al que hacemos referencia es: Escoger su herencia, trad. de V. Goldstein, F.C.E., Buenos Aires, 2002, pp. 9-28. xvi Derrida, J.: Espectros de Marx, trad. de José Miguel Alarcón y Cristina de Peretti, Valladolid, Trotta, 1998, capítulo 2: «Conjurar – el marxismo», p. 68 xvii Ibíd. xviii «Desde el momento en que lo publica […] desde el momento en que lo escribe y lo constituye dedicándoselo a su «querido amigo», el presunto firmante […] lo deja constituirse en sistema de huellas, lo destina, lo da, no sólo a otros en general distintos de «su querido amigo» Arsène Houssayse, sino que hace entrega de él –y eso es el dar- por encima de cualquier destinatario o legatario determinado. El firmante acreditado lo entrega a una diseminación sin retorno. […] la estructura de huella y de legado de este texto –así como todo lo que puede ser en general- desborda la fantasía de retorno y marca la muerte del firmante o el no retorno del legado, el no-beneficio, por consiguiente, cierta condición de don, en la escritura misma. J. Derrida, Dar (el) tiempo. I. La moneda falsa, op.cit., p. 101. El subrayado es nuestro. xix « Plainte contre un enseignant argentin : l’accès à l’éducation en question» informe de Catherine Saez para Intellectual Property Watch. http://www.ip-watch.org/weblog/2009/05/18/plainte-contre-unenseignant-argentin-l’acces-a-l’education-en-question/ xx J. Derrida, Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional, op.cit., p. 23. xxi Este problema del copyright es uno de los principales problemas políticos de nuestro ahora, su tratamiento excede los propósitos de este escrito, Sería bueno, sin embargo recordar unas palabras de Jacques Derrida en 1995: «Por supuesto, la cuestión de una política del archivo nos orienta aquí permanentemente […]. Jamás se determinará esta cuestión como una cuestión política más entre otras. Ella atraviesa la totalidad del campo y en verdad determina de parte a parte lo político como res publica. Ningún poder político sin control del archivo, cuando no de la memoria. La democratización efectiva se mide siempre por este criterio esencial: la participación y el acceso al archivo, a su constitución y a su interpretación. A contrario, las infracciones de la democracia se miden por lo que una obra reciente y notable por tantos motivos llama Archivos prohibidos.» Jacques Derrida, Mal de archivo. Una impresión freudiana. Traducción de Paco Vidarte. Tomado de la edición digital de Derrida en castellano: http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/mal+de+archivo.htm . xxii «Desde el momento en que un discurso, aunque no esté prohibido, no puede encontrar las condiciones para una exposición o una discusión pública ilimitada, se puede hablar, por excesivo que esto pueda parecer, de un efecto de censura». J. Derrida, «Cátedra vacante: censura, maestría y magistralidad» en Du Droit à la Philosophie, París, Galilée, 1990. Trad. esp. De Grupo Decontra, en J. Derrida, El lenguaje y las instituciones filosóficas, Barcelona, Paidós, 1995. xxiii J. Derrida, Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional, op.cit., p. 27.

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