LA SAL DE LA TIERRA (SEGUNDA EDICION, 2016)

Share Embed


Descripción

LA SAL DE LA TIERRA Etnoarqueología de la producción salinera en el Occidente de México Eduardo Williams SEGUNDA EDICIÓN

EL COLEGIO DE MICHOACÁN

1

LA SAL DE LA TIERRA Etnoarqueología de la producción salinera en el Occidente de México Eduardo Williams SEGUNDA EDICIÓN

EL COLEGIO DE MICHOACÁN

2

Este libro está dedicado a mi hijo Teddy, a la memoria de mi amigo Phil C. Weigand, y a los salineros de Michoacán

3

Let’s drink to the salt of the earth... Mick Jagger y Keith Richards, Salt of the Earth (Beggar’s Banquet) 1969

Potest aurum aliquis minus quaerere, memo est qui salem non desideret invenire. [Alguien puede no querer oro, pero nunca habrá quien no quiera sal.] Casiodoro, Variae (ca. 537 d.C.)

4 CONTENIDO Prefacio Agradecimientos Prólogo del Dr. Phil C. Weigand CAPÍTULO I: INTRODUCCIÓN Perspectivas y objetivos de la investigación La sal, elemento indispensable para la vida CAPÍTULO II: PRODUCCIÓN DE SAL EN LA ANTIGÜEDAD: PERSPECTIVA COMPARATIVA Producción de sal en el Viejo Mundo Producción de sal en el centro y sur de Mesoamérica La cuenca de México Oaxaca Puebla El área maya CAPÍTULO III: ANTECEDENTES GEOGRÁFICOS Y CULTURALES DEL ANTIGUO OCCIDENTE DE MÉXICO El marco geográfico Los primeros habitantes del Occidente Periodo Arcaico (ca. 8000-2000 a.C.) Periodo Formativo temprano (ca. 1500-500 a.C.) Periodo Formativo tardío (ca. 500 a.C.-200 d.C.) Periodo Clásico (ca. 300-900 d.C.) Periodo Postclásico (ca. 900- 1521 d.C.) El área de estudio durante la Colonia y la época actual CAPÍTULO IV. LA PRODUCCIÓN DE SAL EN EL ÁREA TARASCA Y SU HINTERLAND Producción de sal en el Lago de Cuitzeo Marco geográfico y cultural de la cuenca de Cuitzeo Producción de sal en la cuenca de Cuitzeo: sitios y cultura material Implicaciones para la arqueología La sal de Cuitzeo como recurso estratégico a nivel regional Producción de sal en la costa de Michoacán

5 Antecedentes geográficos y culturales de la costa michoacana Producción de sal en la costa michoacana: sitios y cultura material Implicaciones para la arqueología Intercambio de sal y rutas de comercio Fuentes de información sobre la sal en el Michoacán antiguo Salinas antiguas y técnicas de explotación Producción de sal en Jalisco, Colima y Guerrero La costa del Pacífico al norte de Colima Cuyutlán, Colima La cuenca de Sayula, Jalisco La costa de Guerrero y la región del Balsas Resumen y conclusiones CAPÍTULO V: LA SAL COMO FACTOR EN LA EXPANSIÓN DEL IMPERIO TARASCO Antecedentes Comercio, tributo y transportación dentro del Estado tarasco El mercado El comercio a larga distancia El sistema tributario Circulación de recursos escasos y estratégicos dentro del Estado tarasco Obsidiana Metales: cobre, bronce, plata y oro Turquesa Conclusiones CAPÍTULO VI: CONCLUSIONES GENERALES REFERENCIAS CITADAS

6 PREFACIO Desde 1990 el presente autor ha venido desarrollando investigaciones en Michoacán con una estrategia multidisciplinaria, que combina los enfoques de la arqueología y la etnografía. Esta perspectiva holística, llamada etnoarqueología, busca una interpretación procesal de la conducta humana del pasado prehispánico a través de la analogía (Williams 2005a). La etnohistoria ha sido igual de importante para llevar a cabo estos trabajos. La presente investigación tiene sus antecedentes desde 1996, cuando iniciamos el proyecto etnoarqueológico sobre producción de sal en el Lago de Cuitzeo (Michoacán) y en la costa michoacana, que tuvo como resultado el libro La sal de la tierra (primera edición, 2003), que recibió el Premio Alfonso Caso, otorgado por el Consejo Nacional de Cultura y Arte y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (2005) a “la mejor investigación en el campo de Arqueología”. En 2015 se publicó una versión de esta obra en inglés, corregida y aumentada, bajo el sello de la editorial Archaeopress de Oxford, Reino Unido. Además de todo esto, en los últimos 20 años este autor ha publicado un buen número de artículos, capítulos y ensayos en libros y revistas especializados y de divulgación, con el tema de producción de sal en Mesoamérica. 1 El volumen que el lector tiene en sus manos es el resultado acumulado de más de 25 años de trabajo etnoarqueológico y etnohistórico en Michoacán. Durante todo este tiempo la más importante fuente de inspiración ha sido la perspectiva holística seguida por el Dr. Phil C. Weigand. Para Phil la arqueología antropológica no era “más que una serie de técnicas y metodologías dentro de[…] las ciencias históricas[…] la relación entre la historia y la arqueología es[…] íntima[…] la arqueología[…] no es[…] sino un componente en la investigación tanto antropológica como histórica[…] la arqueología de este tipo es una de las disciplinas más incluyentes e interdisciplinarias de las ciencias sociales y las humanidades[…]” Weigand siempre dijo que su “meta profesional era ser un antropólogo –no un arqueólogo, ni un etnólogo, ni un etnohistoriador, sino las tres cosas al mismo tiempo” (Weigand 2002: 25-26, 1992: 9). Aparte de los estudios pioneros de Weigand en el Occidente de México, otra fuente de inspiración para la presente obra son los estudios antropológicos y 1

Mis principales publicaciones sobre este tema aparecen en la bibliografía: Williams (1997, 1998a, 1998b, 1999a, 1999b, 2001, 2002, 2003, 2004a, 2005b, 2005c, 2006, 2008a, 2008b, 2009, 2010, 2015). Estos trabajos se encuentran agotados o son de difícil acceso para el público, por lo cual la información relevante que contienen ha sido incorporada al presente volumen.

7 etnohistóricos de Jeffrey Parsons en la cuenca de México. Cuando este investigador inició sus trabajos arqueológicos en esta región hace casi medio siglo, encontró que todavía existía una economía basada en la agricultura de subsistencia y la producción tradicional de artesanías. Parsons comenta que “prontamente me di cuenta de que la gente que yo observaba realizando estas actividades eran los descendientes de las poblaciones prehistóricas[…] que yo estaba ayudando a investigar[…]” De hecho, estos eran “los ‘últimos suspiros’ de modos de vida tradicionales con una profunda raíz en el pasado prehispánico[…]” (Parsons 2006: xiv-xv). Este estudio tiene como propósito ampliar nuestro conocimiento sobre la producción, el intercambio y el consumo de sal en el área ocupada por el Estado tarasco en la época prehispánica. Las técnicas y actividades tradicionales analizadas aquí -algunas de origen prehispánico-- en muchos casos están siendo abandonadas o transformadas radicalmente, por lo que podrían desaparecer en el futuro inmediato, lo que nos privaría de una fuente inigualable de información para entender un aspecto fundamental de la cultura mesoamericana. Esta situación ha sido descrita por Jeffrey Parsons de la siguiente manera: “hay muchas actividades tradicionales en el borde de la extinción que merecen registrarse en México y por todo el mundo. Pocos investigadores parecen interesarse en el estudio de los aspectos materiales y organizativos de estos modos de vida en desaparición, y los arqueólogos podrían ser[…] los únicos en llevar a cabo los pocos estudios existentes. En un sentido esta es una súplica para que otros realicen estudios como éste en otros lugares mientras todavía hay un poco de tiempo para hacerlo” (Parsons 2001: xiv).

8

AGRADECIMIENTOS La investigación en que se basa este libro (la primera edición fue publicada en 2003) se inició en 1996; en el tiempo transcurrido desde entonces he recibido ayuda de varias personas y apoyo económico de varias instituciones, que cito a continuación. Antes que nada, agradezco a los salineros de Simirao, Araró, La Placita, Salinas del Padre, en Michoacán y Cuyutlán y El Ciruelo en Colima, así como a los alfareros de Zinapécuaro y de Maruata, su cooperación para la realización de esta investigación. Igualmente, agradezco a los siguientes colegas que ya no están con nosotros sus comentarios y sugerencias, invaluables para llevar a cabo esta investigación: Dr. Phil C. Weigand; Dra. Brigitte Boehm; y Mtro. Juan Carlos Reyes. Parte de esta investigación se realizó siendo el autor Investigador Asociado en el Centro Histórico del Ex-Convento de Tiripetío (Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo). Mis agradecimientos a esta universidad por su apoyo económico durante mi estancia (entre mayo y agosto de 1998) en el centro de estudios de Tiripetío. El Dr. Carlos Herrejón, Presidente de El Colegio de Michoacán en aquella época, hizo las gestiones necesarias para que esta productiva estancia en Tiripetío fuera posible. Especialmente agradezco al Lic. Armando Escobar, ex-director del Centro Histórico de Tiripetío, su ayuda en varios aspectos de la investigación documental. La investigación bibliográfica sobre producción de sal en Mesoamérica se realizó en el Middle American Research Institute de la Universidad de Tulane, Nueva Orleans, donde el autor estuvo como Investigador Asociado durante seis meses (de septiembre de 1998 a febrero de 1999), gracias a una beca Fulbright-García Robles y al apoyo económico del Conacyt. Mis agradecimientos al Dr. Dan M. Healan y al Dr. E. Wyllys Andrews por su hospitalidad y ayuda durante mi estancia en Tulane. Finalmente, Dan y Nancy Healan, Ruth y George Bilbe me brindaron su amistad y una buena dosis de southern hospitality durante mi inolvidable estancia en Nueva Orleans, contribuyendo a que no todo fuera trabajo. Deseo igualmente agradecer a la Universidad de Colima, por su apoyo económico para el trabajo de campo en la costa de Michoacán y Colima, realizado entre abril y mayo del 2000. Esto fue posible gracias al interés de la doctora Beatriz Braniff (qepd), directora del Centro de Estudios Antropológicos del Occidente de esa

9 Universidad. Gracias también a Héctor Gerardo Castro por su ayuda en el trabajo de campo. También recibí apoyo económico de la Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies, Inc. (FAMSI) para llevar a cabo la etapa final del trabajo de campo en el Lago de Cuitzeo durante la primavera de 2003. Gracias también a mi hijo Teddy, quien visitó las salinas de La Placita en la costa de Michoacán en marzo de 2016, para realizar un registro fotográfico de los últimos salineros en esa región. Agradezco a las siguientes personas que leyeron versiones previas del texto original (ya sea en partes o en su totalidad) y me dieron valiosos consejos: Dr. Anthony P. Andrews, Dr. Dan M. Healan, Dr. Jeffrey R. Parsons, Dra. Helen P. Pollard, Mtro. Juan Carlos Reyes (qepd), Mtro. Otto Schondube, Dr. Michael E. Smith y Dr. Phil C. Weigand (qepd). También es digno de mención el Dr. Michael Ohnersorgen, quien publicó una reseña del libro La sal de la tierra en la revista Ethnoarchaeology (2010), sus críticas y sugerencias fueron tomadas en cuenta para la preparación de esta segunda edición. También quiero agradecer sinceramente a mis compañeros del Centro de Estudios Arqueológicos por su apoyo a través de los años, especialmente a: Magdalena García Sánchez, Alberto Aguirre, Rodrigo Esparza, Blanca Maldonado y Antonieta Jiménez. Finalmente, mi más sincero agradecimiento a los salineros y alfareros que me brindaron su ayuda y hospitalidad durante el trabajo de campo: Cuenca del Lago de Cuitzeo: Guadalupe Ávalos (Simirao), Felipe Ávila (Simirao), Salvador Ávila Razo (Simirao), Romualdo Ávila (Simirao), Abdón Ayala (Simirao), Fulgencio Ayala (Simirao), Elías Calderón (Simirao), Gilberto Calderón (Simirao), Israel Nieves Calderón (Simirao), José Espino (Araró), Tomás González (Simirao), Lucio Heredia (Araró), José Luis Jiménez (Araró), Miguel Baldomiano López (Araró), Martín Solís (alfarero, Zinapécuaro), José Socorro Tena Heredia (Simirao). Costa de Michoacán: Jesús Aguilar (La Placita), Felipe Carrasco Cárdenas (Salinas del Padre), Adolfo Duarte Martínez (Salinas del Padre), Victorina García (alfarera, Maruata), Luis González Valladares (Salinas del Padre), Francisco Gregorio (La Placita), Ezequiel Mares Martínez (Colola), Lucas Miranda Alcaraz (La Placita), Gregorio Rosales (La Placita), José Guadalupe Rosales (La Placita), José Valdez Miranda (La Placita). Costa de Colima: José Martínez Navarro (El Ciruelo), Salvador Pascual Fernández (El Ciruelo), Ramón Ramos Guzmán (El Ciruelo), Trinidad Rodríguez (El Ciruelo), Gabriel

10 Rodríguez Vázquez (El Ciruelo), Alberto Vázquez (El Ciruelo), Rubén Yerena (San Buenaventura). Eduardo Williams Jacona de Plancarte, Michoacán, 5 de agosto de 2016

11

PRÓLOGO 2

Phil C. Weigand

No existe ningún compuesto mineral más importante que la sal (cloruro de sodio) para mantener la vida humana, algo que ha sido evidente para todo el mundo desde la prehistoria. De hecho, esto ha existido en la naturaleza desde mucho antes de que aparecieran los seres humanos. La obtención organizada de sal no es un fenómeno exclusivo a los humanos; los elefantes africanos viajan largas distancias para aprovechar los minerales ricos en sal que se encuentran en el interior de cuevas y abrigos rocosos; en Norteamérica millones de bisontes viajaban a través de enormes distancias para llegar a los lamederos salinos. Estos animales esperaban pacientemente su turno, formando líneas de varios kilómetros de longitud. Desde que las primeras formas de vida salieron del agua salada del mar para colonizar la Tierra, los animales –incluyendo al ser humano – han tenido que buscar la sal, ya sea de manera consciente (como hacen los elefantes) o inconscientemente (como hacen los leones, que la obtienen directamente de la carne de los herbívoros que les sirven de alimento). En vista de estos hechos ineludibles, la sal ha sido tema de investigaciones desde los tiempos clásicos; la frase de Casiodoro, historiador romano del siglo VI, que el Dr. Williams cita en su estudio es bastante elocuente: “habrá quien pueda vivir sin oro, pero nadie puede vivir sin sal”. Cuando los seres humanos empezaron a congregarse en asentamientos grandes, la obtención de sal no pudo dejarse al azar, ni hacerse de manera informal. Esto es todavía más evidente en las sociedades que obtienen la mayor parte de las proteínas, carbohidratos y calorías de alimentos vegetales. Las diversas civilizaciones que conformaron la ecumene mesoamericana eran más susceptibles de sufrir falta de sal que otras civilizaciones tempranas del mundo, a causa de su casi total carencia de especies animales domesticadas. Así pues, algo único a la experiencia de los pueblos mesoamericanos fue la falta de lo que se ha llamado la “revolución de los productos secundarios” (RPS), o sea aquellos productos que el hombre obtenía a través del

2

Presentación del libro La sal de la tierra, realizada por el Dr. Phil C. Weigand (qepd) en el Exconvento del Carmen de Guadalajara, Jalisco (junio 1 de 2005).

12 proceso de domesticación: la carne, la leche, y el queso como fuentes de proteínas minerales en la dieta. La RPS nunca se dio en Mesoamérica, aparte de los perros o de algún guajolote o roedor que se consumían raramente. Pero estos animales no podían satisfacer las necesidades de proteínas y minerales que se necesitaban en la época prehispánica, sobre todo al crecer las sociedades. En Mesoamérica no hubo animales como la llama o el ganado, ni tampoco burros, chivos, borregos, caballos, camellos, elefantes, etc. Esta carencia de animales domesticados grandes tuvo como resultado que no se desarrollara en Mesoamérica el uso del arado ni de la rueda, pero también tuvo importantes consecuencias para la dieta; había que conseguir sal en grandes cantidades para añadirla a la comida. De esta forma este mineral se convirtió en un recurso estratégico, y desde esta perspectiva se han escrito la mayoría de los estudios sobre producción de sal en Mesoamérica. El más temprano y mejor conocido es el de Miguel Othón de Mendizábal, publicado en 1928, que sigue todavía utilizándose, a pesar de los errores que presenta por ser un trabajo pionero. Después de Mendizábal, otros estudiosos han refinado las investigaciones, con base en observación directa de campo. Son varios los que merecen ser mencionados, principalmente el libro de Anthony Andrews sobre producción y comercio de sal entre los mayas (1983), y el de Jeffrey Parsons en la cuenca del centro de México (2001). El estudio de Andrews inició una polémica sobre la cantidad de sal necesaria en la dieta de Mesoamérica. El Dr. Williams se refiere a esta polémica de manera indirecta pero concluyente en el libro que hoy estamos comentando: las críticas a las ideas de Andrews, especialmente las de Joyce Marcus, no tomaron en cuenta la baja ingesta de alimentos de origen animal en la dieta mesoamericana. La cantidad de sal añadida a los alimentos en Mesoamérica simplemente fue mucho mayor que en otras regiones del mundo donde sí había animales domesticados, como el ganado. En el Occidente de Mesoamérica, los estudios anteriores al del Dr. Williams estuvieron totalmente basados en la literatura, como el ya mencionado de Mendizábal, o bien fueron de carácter demasiado general, aunque basados en trabajo de campo, como el que publicamos Acelia García y yo en una breve monografía (Weigand y García de Weigand 1997), que intenta actualizar y corregir algunas de las observaciones de Mendizábal. Finalmente, el libro de Catherine Liot publicado en francés (2000) es un estudio muy especializado que discute la industria salinera en el valle de Atoyac del sur de Jalisco. Este estudio arqueológico ofrece el mayor detalle que hasta ahora se tiene

13 para un área específica de producción en el Occidente; los dos estudios mencionados tienen tanto puntos fuertes como debilidades. Lo que el Dr. Williams logró hacer en su estudio fue algo muy diferente: inicia con una discusión concisa pero precisa de la producción salinera antigua a escala mundial, con lo cual logra contextualizar a los sistemas de producción mesoamericanos desde esa perspectiva. De una manera cuidadosa y meticulosa, el autor hace un resumen de todo lo que conocemos acerca de la sal en el Occidente de México. Sin entrar en polémica, ofrece una perspectiva crítica de los previos estudios. Un ejemplo de esto es la gran probabilidad de que haya existido una producción sistematizada y a gran escala de sal en la costa del Pacífico (Michoacán y Colima) antes de las bien conocidas industrias de la época colonial. Si el Dr. Williams se hubiera limitado a presentar los resúmenes ya mencionados, aparte de sus propios datos de trabajo de campo, esto hubiera sido en sí una importante contribución. Sin embargo, las secciones del libro que siguen, que se basan de manera lógica en los capítulos anteriores, introducen una perspectiva enteramente nueva sobre la investigación de la producción salinera. Los últimos capítulos de este libro son realmente una inspiración. Utilizan la metodología de la nueva subdisciplina que ha surgido con el nombre de etnoarqueología para ilustrar qué otras cosas podemos aprender. La etnoarqueología se define como la utilización de datos etnográficos, usualmente recabados por los propios arqueólogos, para resolver problemas arqueológicos específicos. Dado que la arqueología depende casi exclusivamente de descripciones etnográficas para realizar analogías que sustenten sus perspectivas e interpretaciones, el campo de la etnología tradicionalmente ha sido una “mina de oro” para los arqueólogos. La analogía es el método que emplean los arqueólogos para dar profundidad social a situaciones meramente arqueológicas. Sin esta analogía, la arqueología se convierte en una mera recitación estéril de tipos cerámicos, morfologías de puntas de proyectil, etcétera. Obviamente, estos datos son la base a partir de la cual la analogía construye un contenido social para las situaciones arqueológicas, pero no son suficientes por sí mismos, ni interesan a todo el mundo, fuera de los especialistas. Sin embargo, la analogía debe usarse con cuidado y pericia. Por ejemplo, no podemos obtener una buena perspectiva sobre los papeles sociales de las elites de los Guachimontones de Teuchitlán, de hace 2,000 años, estudiando a la clase dominante de la Guadalajara contemporánea. Los elementos usados en una

14 analogía deben ser comparables en escala y nivel de desarrollo tecnológico, y el uso de la analogía debe ser apropiado para la situación arqueológica bajo estudio. El Dr. Williams tiene un libro colectivo sobre este mismo tema de la etnoarqueología: es una colección de ensayos que discuten el interfaz entre la arqueología y la antropología, a través de la analogía (Williams 2005a). Aquí se discute cómo fue que la etnoarqueología se hizo necesaria a partir del desarrollo del campo de la antropología social. La etnología clásica había integrado a las observaciones materiales con las sociales, aunque usualmente se daba mayor énfasis a las primeras. Como una reacción a esto la antropología social evolucionó para dar más énfasis a lo social que a lo material. De esa manera la etnología se volvió algo pasado de moda, y los arqueólogos perdieron uno de sus mejores lazos de unión con la teoría antropológica. Debo enfatizar que uno de los principales objetivos de la arqueología es ofrecer profundidad social a los datos, y que esa profundidad sólo se obtiene a través de la analogía etnográfica. Así pues, dado el casi total eclipse de la etnología como subdisciplina de la antropología, los arqueólogos se vieron ante un dilema, que se resolvió al volverse ellos mismos etnógrafos, como ya mencioné, con el fin específico de registrar los tipos de datos que pueden utilizarse para la analogía. De esa manera se construye un puente entre el ámbito de la cultura material procedente de las excavaciones y el ámbito social, que hace de la arqueología algo pertinente para todo el mundo en la actualidad. Regresando al libro La sal de la tierra, diré que el Dr. Williams ofrece sus observaciones originales del trabajo de campo, basadas en la etnografía, con el propósito de ilustrar el contexto arqueológico de la producción de sal prehispánica en el Occidente. Durante varios meses de trabajo de campo, realizó sus investigaciones etnoarqueológicas en dos áreas: la cuenca del lago de Cuitzeo y la costa de Michoacán. Posteriormente comparó sus resultados con el registro arqueológico, llegando a resultados fascinantes. Pero es la serie de observaciones sistemáticas, presentadas como una metodología, lo que será de utilidad para futuros arqueólogos. Este es un estudio fundamental y básico para el Occidente en lo que se refiere a la metodología de campo, aparte de los datos y resúmenes. En conclusión, el estudio del Dr. Williams nos ofrece tres perspectivas: 1. Una contextualización de las industrias salineras prehispánicas del Occidente en el ámbito general de Mesoamérica y del mundo;

15 2. Un análisis y revisión detallados de todo lo que actualmente se conoce sobre estas industrias en el Occidente, y 3. Una metodología etnoarqueológica, además de los resultados obtenidos en dos áreas de investigación, con el propósito de construir una base de datos comprehensiva para la analogía en la interpretación arqueológica y para la teoría. El Dr. Williams escribió este libro con una dedicación a su objeto de estudio digna de Boswell: 3 muestra amor por el tema y un conocimiento íntimo sobre el mismo, lo cual también se manifiesta en su interés más amplio sobre la obtención de recursos en Mesoamérica en general. Fue por esta dedicación a los tres puntos mencionados anteriormente que La sal de la tierra ganó el Premio Alfonso Caso, que otorga anualmente el Instituto Nacional de Antropología e Historia a la mejor investigación en el área de arqueología. Esta es una distinción ciertamente bien merecida; el premio que recibió este libro también muestra otras cosas, aparte de lo obvio: que los estudios arqueológicos sobre el Occidente empiezan a tener mayor interés entre un público cada vez más amplio, y por otra parte que la etnoarqueología empieza a ser reconocida como otra de las subdisciplinas de la antropología. La sal de la tierra forma parte de una serie de libros recientemente publicados conjuntamente por la Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco y El Colegio de Michoacán, y es el primero en recibir tan alta distinción. Los 15 años que el Dr. Williams y yo hemos sido colegas en el Colegio de Michoacán han sido extremadamente productivos para ambos en el aspecto profesional y también personal. Considero un honor que me haya invitado a ofrecer este modesto comentario sobre tan importante publicación.

3

James Boswell, biógrafo y diarista escocés (1740-1795).

15 CAPÍTULO I INTRODUCCIÓN Perspectivas y objetivos de la investigación

Al revisar la bibliografía de estudios históricos sobre la producción de sal, resulta evidente que este tema ha sido cubierto en el Viejo Mundo con mayor amplitud que en el Nuevo (ver, por ejemplo, Adshead 1992; Bergier 1982; Bovill 1995; Bridbury 1955; Kurlansky 2002; Lovejoy 1986; Multhauf 1978; Vogel 1993). En Mesoamérica sobresalen los estudios de Andrews (1980, 1983) y de Parsons (1994, 2001) para el área maya y la cuenca de México respectivamente, pero en el Occidente de México este tema nunca había sido estudiado con la amplitud y profundidad que merece, exceptuando desde luego los estudios de Catherine Liot (2000) en Sayula, Jalisco y de Juan Carlos Reyes (1995) en Colima. Evidentemente se ha prestado muy poca atención en el Occidente a las consideraciones básicas sobre la capacidad física de las sociedades prehispánicas de existir, prosperar y reproducirse. La ausencia en la Mesoamérica indígena de un animal doméstico similar al ganado introducido por los españoles en el siglo XVI significó que esta área cultural fue la única civilización primaria en el mundo en la que el pastoreo no podía utilizarse para extender los paisajes productivos hacia regiones marginales para la agricultura. El interés del presente trabajo sobre un recurso no agrícola se deriva de una preocupación (expresada anteriormente por Jeffrey Parsons 1996) por tomar en cuenta de manera más sistemática aquellos recursos no agrícolas, como la extracción de sal (amén de la pesca, la caza, la recolección y la manufactura; véase Williams 2014a, 2014b), cuyo estudio puede arrojar más luz sobre los nexos entre la producción, la demografía y la complejidad sociocultural en Mesoamérica (Parsons 1996: 439, ver también Parsons 2001, 2006, 2010, 2011). El presente estudio ofrece información sobre la producción salinera en Michoacán que amplía nuestras perspectivas sobre el papel jugado por el cloruro de sodio en el desarrollo cultural del Estado tarasco prehispánico. La investigación en que se basa este libro se inició en 1996, siguiendo una perspectiva interdisciplinaria en la que se combinaron

16 los enfoques de la arqueología, la etnografía, la etnohistoria y la historia oral. Las áreas geográficas donde se llevó a cabo el trabajo de campo fueron la porción oriental de la cuenca del lago de Cuitzeo, y la parte norte de la costa de Michoacán y sur de Colima, donde todavía existen salinas en las que se siguen utilizando técnicas antiguas, en parte prehispánicas. 1 Los objetivos de la investigación fueron el estudio de los procesos culturales y tecnológicos y la cultura material asociados con la manufactura contemporánea de sal, especialmente los artefactos y elementos utilizados por los salineros, analizando en particular su visibilidad arqueológica. También se hizo uso de información etnohistórica, para documentar las técnicas salineras antiguas en Michoacán y sus áreas vecinas. La finalidad principal de esta investigación fue obtener, a través de la observación etnográfica, información procesal que ayude a la interpretación del registro arqueológico. Las observaciones sistemáticas de actividades salineras dentro de su contexto cultural y ecológico son importantes, pues el cloruro de sodio no se conserva dentro del registro arqueológico, dificultando la identificación de sitios salineros antiguos. En segundo lugar, se intentó determinar cuál fue el papel que jugó la sal --conjuntamente con otros recursos escasos y estratégicos-- para la expansión del imperio tarasco en el periodo Protohistórico (ca. 1450-1530 d.C.). Sabemos que la cuenca del Lago de Pátzcuaro, el área nuclear del imperio tarasco, carece de fuentes naturales de sal (Pollard 1993: 113), por lo que se propone en este estudio que la obtención y distribución a gran escala de este vital recurso fueron factores fundamentales para la expansión del Estado tarasco. Igualmente, la producción de sal debió tener un assemblage 2 asociado a esta actividad, así como elementos y áreas construidas especializadas, que permanecerían como rasgos diagnósticos en el registro arqueológico. Así, un objetivo adicional de esta investigación fue definir el assemblage utilizado por los salineros tarascos de la antigüedad. Esto se llevó a cabo por medio de la analogía etnográfica, junto con datos etnohistóricos del área tarasca, e información del centro de México, del área maya y de otras partes de Mesoamérica. De acuerdo con Brigand y Weller (2015) La sal común, o cloruro de sodio, es un objeto invisible para los arqueólogos, por eso para estudiarlo acudimos a fuentes indirectas

1 En marzo de 2016 visitamos las salinas de La Placita por primera vez desde el trabajo de campo original (en 2000). Nos encontramos con que las salinas han sido abandonadas desde hace años, y la mayoría de los salineros han tenido que emigrar en busca de trabajo fuera de la región. 2 Assemblage: conjunto de artefactos de distintos tipos encontrados en asociación íntima en un mismo contexto, que representan la suma de las actividades humanas (Renfrew y Bahn 2000).

17 de información, como textos antiguos y otros documentos históricos, además usamos datos etnográficos e incluso nuestra experiencia diaria. Toda esta información confirma que tanto los seres humanos como los animales, no pueden vivir sin este compuesto químico en la dieta. Brigand y Weller (2015) se preguntan: ¿cómo pueden los arqueólogos, historiadores y otros investigadores acercarse al estudio de “este bien soluble, este oro blanco, este pasado invisible?” La etnoarqueología, como estrategia de investigación, nos permite arrojar algo de luz para responder estas y otras preguntas sobre el presente tema de investigación. Esta subdisciplina de la antropología es indispensable, pues nos ofrece la posibilidad de comprender la compleja relación entre la cultura material y el comportamiento humano (Williams 2005a). El objetivo de la presente investigación es generar datos que ayuden a complementar la evidencia arqueológica, siguiendo las ideas de Lewis Binford que se citan a continuación: “el reto para los arqueólogos es simplemente[...]¿cómo unir el mundo de las cosas arqueológicas con nuestras ideas sobre el carácter del pasado? ¿Cómo podemos usar el mundo empírico de fenómenos arqueológicos para estimular ideas sobre el pasado y a la vez usar esas experiencias empíricas para evaluar las ideas resultantes?” Según Binford los arqueólogos nos enfrentamos a un problema doble, pues por una parte “debemos conocer el pasado a través de inferencias obtenidas del conocimiento de cómo funciona el mundo contemporáneo[...]” y por otra parte “debemos ser capaces de justificar la suposición de que estos principios son relevantes[...]” (Binford 1981: 21-22). El enfoque etnoarqueológico intenta arrojar luz sobre procesos culturales antiguos a través de la analogía con culturas “tradicionales” contemporáneas. Se basa en el hecho de que, aunque todas las culturas cambian a través del tiempo, algunos rasgos culturales han sobrevivido en sociedades no urbanas, más conservadoras, y su análisis nos permite formular hipótesis sobre el registro arqueológico, como veremos posteriormente. Muchas de las actividades de producción descritas aquí han sobrevivido a través de los siglos en el área de estudio. Gracias a este proceso de “pervivencia cultural” (como lo ha llamado Magdalena García Sánchez 2008), las observaciones de contextos sistémicos (etnográficos) nos permiten establecer relaciones y construir un vínculo entre el presente y el pasado para interpretar el registro arqueológico.

18 Este estudio tiene como propósito ofrecer información novedosa sobre la producción, el intercambio y el consumo de cloruro de sodio. Las técnicas y actividades tradicionales analizadas aquí --muchas de ellas de gran antigüedad-- en muchos casos están siendo abandonadas o transformadas radicalmente, por lo que podrían desaparecer en el futuro inmediato, lo que nos privaría de una fuente inigualable de material comparativo para la analogía etnográfica. Este tipo de analogía, si se utiliza con cuidado, puede ser muy importante como auxiliar para iluminar el pasado cultural prehispánico (David y Kramer 2001). Varios principios generales deben cumplirse para que las analogías etnográficas puedan ser útiles en el razonamiento arqueológico, como han discutido Nicholas David y Carol Kramer. Según estos autores, para realizar analogías las culturas de origen y de destino deben ser similares en lo tocante a variables que pudieron haber afectado o influenciado a los materiales, los comportamientos, los estados o los procesos que se están comparando. Si la cultura origen es la descendiente directa de la cultura sujeto, habrá una mayor posibilidad intrínseca de que existan similitudes entre ambas. Sin embargo, la descendencia cultural misma debe considerarse como un concepto problemático. El rango de fuentes potenciales para la comparación debería ampliarse --por ejemplo para incluir etnografía, etnohistoria, arqueología, etc.-- para obtener un rango lo más representativo posible. No obstante, a causa de los elementos inevitables del razonamiento inductivo y de la subjetividad involucrada, la certeza deductiva nunca puede lograrse por completo (David y Kramer 2001: 47-48). En su discusión de las investigaciones arqueológicas con orientación procesal, Allison Wylie pide a los arqueólogos “siempre tratar a los enunciados interpretativos como el punto inicial, no el final, de la indagación”, y nos conmina a “evaluar las implicaciones de los datos arqueológicos[…]” a fin de desarrollar “argumentos de relevancia[…] o argumentos puente que ligan a los elementos que han sobrevivido en el registro arqueológico con los eventos del pasado y las condiciones que los produjeron[…]” (Wylie 2002: xii, 17). Por otra parte, la etnohistoria también es de gran relevancia para la presente investigación. Esta disciplina se ha definido como “una rama de la antropología que estudia las culturas no europeas (especialmente las indígenas) de cualquier periodo (especialmente

19 la época prehispánica y el siglo XVI), valiéndose de las fuentes documentales[...]” La etnohistoria también “admite el uso de otras fuentes auxiliares de información: la tradición oral, la información arqueológica y la evidencia lingüística, con la meta de presentar una historia completa que tenga en cuenta los sistemas culturales y sociales de los pueblos estudiados” (Wright 1994: 380). La publicación hace casi un siglo de la obra de Miguel Othón de Mendizábal Influencia de la sal en la distribución geográfica de los grupos indígenas de México (1928), representa tal vez el primer estudio sistemático en México sobre el tema que nos ocupa, siguiendo una perspectiva histórica y antropológica. Durante varias décadas esta obra siguió siendo la única en su tema, admirable sobre todo por los conocimientos enciclopédicos del autor. Recientemente han aparecido estudios muy valiosos sobre explotación prehispánica de las salinas en las regiones vecinas del Estado tarasco, por ejemplo Sayula, Jalisco (Liot 2000; Weigand y Weigand 1997), Cuyutlán, Colima (Reyes 1995), la costa de Guerrero (Good 1995; Quiroz Malca 1998), la depresión del río Balsas (Mata Alpuche 1999) y la cuenca de México (Parsons 1994, 1996, 2001). Todos estos estudios –conjuntamente con muchos otros, que no se mencionan aquí por falta de espacio-han sido muy útiles como material comparativo para la realización de la presente investigación, al igual que el libro de Anthony P. Andrews, Maya salt production and trade (1983), los libros editados por Juan Carlos Reyes (1995 y 1998) con el título de La sal en México (vols. I y II) y finalmente la obra de Ursula Ewald, La industria salinera en México 1560-1994 (1997). Nuestro trabajo de campo incluyó observaciones etnográficas enfocadas principalmente en las actividades de producción de sal. También realizamos una prospección arqueológica en el campo, buscando restos materiales (tanto antiguos como modernos) que incluyen montículos de tierra lixiviada, pozos, canales y artefactos (por ejemplo tiestos de cerámica). La recolección de historias orales de los salineros y otras personas también fue importante para la investigación. La manera de llevar a cabo esto consistió en entrevistas no estructuradas principalmente con informantes de edad avanzada, y también la aplicación de cuestionarios para documentar las actividades y las tradiciones orales relacionadas con la elaboración y comercio de sal en el pasado. Por medio de las entrevistas también tratamos de explorar la cultura material vinculada a las actividades

20 productivas de los salineros, quienes proporcionaron descripciones detalladas y explicaciones de artefactos antiguos que ya no se usan. Todo esto se basó en los recuerdos de los informantes. En estos relatos de los salineros también se mencionaron muchas otras actividades, por ejemplo agricultura, ganadería y otros tipos de trabajo realizado por los informantes dentro del área de estudio y fuera de ella. Ejemplo de ello es el comercio a pequeña escala o el trabajo como obreros de la construcción (albañiles). En muchos casos existe una estrategia de programación que permite a los salineros realizar diversas actividades a lo largo del año. Aparte de trabajar con los salineros alrededor del Lago de Cuitzeo y en el área costera de Michoacán y Colima, llevamos a cabo trabajo etnográfico con los alfareros, en un intento de definir una tipología cerámica o assemblage que es característico de la elaboración de sal con técnicas tradicionales. Nuestra prospección arqueológica en parte de la cuenca del Lago de Cuitzeo (principalmente en el área de balnearios alrededor de Araró y Simirao) y en los esteros alrededor de La Placita en la costa michoacana fue cuidadosamente planeada para recolectar restos materiales, principalmente fragmentos de cerámica y obsidiana, para poder delinear las áreas de ocupación prehispánica y definir un contexto para la producción y consumo de sal. Otro objetivo de este trabajo de campo arqueológico fue registrar la visibilidad de las actividades salineras, en especial la cultura material en contextos sistémico y arqueológico, para poder reconstruir el paisaje salinero. En la costa de Michoacán y Colima llevamos a cabo una prospección de campo no estructurada, que consistió en recorrer la carretera costera en vehículo, buscando informantes y preguntando a la gente sobre los sitios (recientes) de producción. Además, realizamos una prospección más intensiva de la superficie alrededor de varios sitios específicos. En esta región dimos mayor énfasis a los rasgos recientes (por ejemplo los “terreros”, o montículos de tierra lixiviada) que a los restos más antiguos. Finalmente, prestamos especial atención a la productividad de las actividades salineras, considerando los insumos de energía (por ejemplo mano de obra) y de materiales (tierras salinas, agua y salmuera, entre otros) y las cantidades obtenidas del producto final, ya sea tequesquite (mezclas impuras de cloruro de sodio, carbonato de sodio, sulfato de

21 sodio y barro) o sal cristalizada. También analizamos los productos colaterales del proceso de elaboración de sal (por ejemplo los montículos de tierra lixiviada), incluyendo análisis químicos de muestras de sal y de suelos de los sitios de producción. El presente libro es una aportación al estudio del Occidente de México prehispánico; se enfoca en un tema nunca antes abordado con profundidad: la adquisición y distribución de un compuesto químico básico para la subsistencia, el cloruro de sodio, y su papel en la expansión del único imperio que se desarrolló en esta región, que incluso compitió con los aztecas: el Estado tarasco. Después de la introducción, que menciona las perspectivas y objetivos de la investigación y describe brevemente las raíces fisiológicas de la necesidad de sal para el organismo, el capítulo II presenta un breve estudio comparativo de las técnicas salineras desarrolladas en la antigüedad en varias partes del Viejo Mundo, enfatizando la trascendencia de este recurso desde el pasado más remoto hasta el presente. A continuación se discuten las industrias salineras desarrolladas en varias áreas de Mesoamérica –la cuenca de México, Oaxaca, Puebla y el área maya—para complementar la escasa información arqueológica, etnográfica y etnohistórica que tenemos para el Occidente de México. En el capítulo III el lector encontrará una síntesis del desarrollo cultural en el Occidente de México, abarcando desde los tiempos más remotos de la prehistoria, conocidos a través de la arqueología, hasta la llegada de los españoles en el siglo XVI. El capítulo IV trata el tema central de este estudio: las técnicas y procesos utilizados para elaborar cloruro de sodio en el área de estudio: la cuenca del lago de Cuitzeo, donde el autor realizó trabajo de campo entre 1996 y 1998, y de nuevo en 2003, y la costa de Michoacán y Colima, estudiadas en el 2000. Se incluye una discusión de las actividades salineras en Jalisco, Colima y Guerrero, áreas ya sea dentro del hinterland del imperio tarasco, o bien próximas al mismo. Concluye el capítulo con un resumen de las fuentes históricas (principalmente del siglo XVI) sobre elaboración de sal en Michoacán y regiones vecinas. El siguiente capítulo explora el papel jugado por la sal como recurso estratégico en la expansión del imperio tarasco. La analogía con otras regiones de Mesoamérica, principalmente el centro de México, permite sugerir que la manufactura e intercambio de recursos estratégicos –entre los cuales, por supuesto, sobresale la sal—fue uno de los

22 catalizadores para la expansión del Estado tarasco durante el periodo Protohistórico. Finalmente, en las conclusiones que aparecen en el capítulo VI se abordan los siguientes temas: la sal como recurso estratégico en la expansión del Estado tarasco; perspectiva comparativa sobre técnicas salineras a nivel mundial; importancia de la sal en la dieta mesoamericana; su papel dentro de la estructura comercial de Mesoamérica; implicaciones para la arqueología de esta investigación y futuras direcciones para el estudio de este tema. Muchas de las técnicas, artefactos, elementos, actividades y tradiciones que giran en torno a la producción de sal que se describen en este estudio son vestigios de un pasado remoto, que en algunos casos han logrado sobrevivir hasta el presente. Sin embargo, poco a poco las técnicas y métodos tradicionales van siendo reemplazados por otros más modernos, con lo cual toda una cultura salinera (cf. Reyes y Leytón 1992) y un paisaje salinero (cf. Ewald 1997) están en vías de extinción. Una aportación del presente estudio es que ofrece un registro detallado de esta industria tradicional, para que futuros investigadores y estudiantes, así como el público en general, tengan acceso a esta riqueza de información. La sal, elemento indispensable para la vida En la actualidad la mayoría de los habitantes del mundo tiene fácil acceso a la sal común, o cloruro de sodio, por lo que rara vez se toma en cuenta la gran importancia que ha tenido este compuesto químico en la historia de la humanidad. De hecho, en el siglo VI Casiodoro mencionó que “el hombre puede vivir sin oro, pero no sin sal”, mientras que siglos antes Plinio había afirmado que “el verdadero gozo de la vida no podría existir sin el uso de la sal”. La gran importancia del cloruro de sodio puede entenderse si echamos un vistazo al papel que juega dentro de la fisiología humana. La sal es esencial para la nutrición y para los procesos fisiológicos de todos los animales, incluyendo al ser humano. 3 Este compuesto químico forma parte de todos los tejidos y fluidos del cuerpo. Es ingerido por todas las criaturas vivas y en el ser humano la cantidad y concentración en el cuerpo deben de mantenerse dentro de límites definidos, lo cual se logra gracias a la actividad de una gran 3 El sodio es necesario para la contracción de los músculos; hasta el rítmico palpitar del corazón depende de un adecuado balance entre el sodio y otros minerales, como potasio y calcio. El movimiento del sodio dentro y fuera de las fibras nerviosas tiene que ver con los impulsos nerviosos, y también es importante para la digestión de las proteínas (Batterson y Boddie 1972).

23 cantidad de mecanismos fisiológicos coordinados, mismos que controlan la concentración y excreción de sal de tal manera que la cantidad eliminada diariamente corresponde exactamente a la ingerida con los alimentos o de cualquier otra manera (Dauphinee 1960: 382). Generalmente se acepta que los animales carnívoros y los seres humanos que se sustentan principalmente de la caza y la pesca, satisfacen su necesidad de sal por completo a través de la dieta, mientras que los animales herbívoros y los seres humanos que consumen principalmente alimentos de origen vegetal, necesitan cloruro de sodio adicional. Lo anterior se debe al hecho de que los alimentos vegetales son deficientes en sodio en relación al potasio, mientras que los alimentos de origen animal tienen ambos elementos en igual cantidad (Multhauf 1978: 4). Es difícil determinar la cantidad exacta de cloruro de sodio que se requiere en la dieta del ser humano. Las autoridades en la materia todavía están en desacuerdo, pero las opiniones recientes oscilan entre 0.3 y 7.5 kg al año (Multhauf 1978: 3). Durante la etapa de crecimiento desde la infancia hasta la edad adulta, el individuo debe de incorporar a su cuerpo y tejidos en desarrollo aproximadamente entre 80 y 120 gramos de sodio y entre 75 y 100 gramos de cloro. Estas cantidades, necesarias para el crecimiento normal, representan tan sólo unos pocos miligramos al día, y si no se necesitara más, los requisitos diarios de cloruro de sodio serían verdaderamente muy bajos. Sin embargo, tanto el sodio como el cloro son constantemente expulsados del cuerpo en distintas cantidades a través del sudor, las heces fecales y la orina (Dauphinee 1960: 412). La cantidad diaria de cloruro de sodio normalmente recomendada para individuos que viven en un clima templado debe de ser alrededor de un gramo para infantes, tres para niños y seis para adultos. Cuando la única fuente de alimento es de origen vegetal, la ingesta de cloruro de sodio es precaria, y en este caso la pérdida de sal a través del sudor o por cualquier otra causa puede dañar seriamente la salud, a menos que se añada el mineral a la dieta. En el caso de gentes que viven en áreas tropicales como Mesoamérica, la constante transpiración provocada por la alta temperatura y humedad del ambiente puede causar pérdidas relativamente grandes de sudor y de sal. En estos casos es necesaria una mayor ingesta de cloruro de sodio; en ocasiones tanto como 30 gramos adicionales se necesitan

24 para evitar que se presenten las manifestaciones de deficiencia de sal en el organismo (Dauphinee 1960: 413). Los pueblos de dieta vegetariana por lo general sufren de falta de cloruro de sodio; en India, por ejemplo, la falta de este compuesto químico agrava la mortandad en tiempos de epidemias o de hambruna, mientras que en África ecuatorial explica la debilidad de algunos grupos humanos (Bergier 1982: 11). Uno de los pocos estudios antropológicos sobre la producción y consumo de sal en Mesoamérica es el realizado por Andrews (1980, 1983) para el área maya. Antes de la conquista española, la mayor parte de la sal producida en esta región se dedicó al consumo alimenticio. Pueblos como los mayas, que viven en climas tropicales, tienen necesidades relativamente altas de cloruro de sodio. Además, cuando realizan actividades pesadas, la constante pérdida de sal a través de la transpiración demanda todavía mayores niveles de consumo. La gente que vive en estas condiciones generalmente requiere un mínimo de entre ocho y diez gramos al día (Andrews 1980: 57-58). Existe bastante evidencia para apoyar estas cifras. La mejor corroboración yace en las estadísticas de la industria salinera moderna. Las cifras recabadas por Andrews (1980: 58) en las ciudades de México, Mérida, Guatemala y San Salvador coinciden en el consumo per cápita de alrededor de 10 gramos diarios como promedio en Mesoamérica. Según Andrews, se puede suponer que los mayas prehispánicos tuvieron un consumo mínimo per cápita de aproximadamente ocho gramos de cloruro de sodio al día, cifra que el autor utiliza como base para sus cálculos sobre producción prehispánica (Andrews 1980: 59). 4 La necesidad de unos pocos gramos de sal al día puede no parecer como un gran problema. Sin embargo, imaginemos una comunidad de unas 50,000 personas en los trópicos, la mayoría trabajadores agrícolas o de la construcción, cuyos requerimientos mínimos de sal son ocho gramos al día. Para mantener dicha comunidad abastecida al nivel mínimo requerido para la dieta, se necesitarían 400 kg de sal al día, o 146 toneladas al año. La mayoría de las comunidades consume mucho más que el mínimo, tanto con fines alimenticios como para otros propósitos. De esa manera, cuando la oferta de sal se ve 4

Según Parsons (2001: 5), las poblaciones que habitaron un medio ambiente semiárido con poca carne en su dieta, necesitaban un mínimo promedio de sal de 2 gramos por persona al día, a fin de mantener sus funciones corporales. Según el mismo autor, esta cifra es bastante conservadora, y además deberá de añadirse la sal consumida fuera de la dieta: por ejemplo, para teñir textiles, para exportación fuera de la región o en rituales. Otro factor que debe tomarse en cuenta es el “gusto por la sal”, que puede ser independiente a la

25 reducida o interrumpida pueden presentarse repercusiones drásticas. Es en ese momento que el cloruro de sodio se vuelve un factor clave para la vida económica (Andrews 1980: 36). El uso de la sal en la dieta aparentemente se originó con la transición de la vida nómada a la agricultura sedentaria (Kaufmann 1960: 3). La disponibilidad de este mineral fue lo que permitió el surgimiento y florecimiento de densas poblaciones en los valles de los ríos Jordán, Nilo, Tigris-Eúfrates, Amarillo de China y otros. Lo mismo fue cierto en la cuenca de México y los valles del Perú, así como en varias regiones del imperio romano (Bloch 1963: 89). La escasez de cloruro de sodio es un problema presente en vastas regiones del mundo donde la población depende principalmente de las plantas para la subsistencia. Este fue el caso en partes de África, donde a falta de fuentes salinas naturales la gente sobrevivía bebiendo la sangre y orina del ganado o de animales salvajes. Como resultado de esto, el interior de África históricamente sólo pudo sostener a una escasa población humana (Bloch 1963: 89). El océano ha sido y sigue siendo la principal fuente de cloruro de sodio para la población del mundo. De los 80 millones de toneladas producidas en la actualidad, unos 30 millones se extraen del agua del mar por medio de la evaporación solar, utilizando métodos que pudieron haberse originado en el Viejo Mundo por lo menos durante la época de los micénicos, hace unos 3,500 años, o tal vez tan antiguo como la civilización minoica, hace 5,000 años (Bloch 1963: 92). Su antigüedad en el Nuevo Mundo podría ser igual o mayor a la antes mencionada. Los animales domésticos también han necesitado de sal desde tiempos antiguos, en particular los que forman parte de nuestra alimentación o que nos sirven como animales de tiro. Por ejemplo, un becerro consume unos 25 g al día, un caballo 50 g y una vaca 90 g (Bergier 1982: 11). La domesticación de estos y otros animales durante el Neolítico (ca. 7000-2000 a.C.) en el Viejo Mundo permitió al ser humano ampliar considerablemente su rango de explotación del medio ambiente, ya que la adaptación anatómica y fisiológica de los ungulados (borrego, ganado, cabra y camello, entre otros) a una dieta alta en celulosa y baja en proteínas dio al ser humano una forma indirecta de explotar plantas ricas en celulosa, particularmente pastos, ramas y hojas de arbustos (Harris 1977: 220). Este necesidad del producto. Una vez que la gente se acostumbra al sabor salado, la comida sin condimentar simplemente puede parecer

26 complejo de animales domesticados –que aparte de carne proporcionaron lana, leche y energía para trabajar en el campo-- nunca se dio en la Mesoamérica prehispánica, lo cual tuvo muchas repercusiones en la tecnología y cultura, pero principalmente en la dieta de los mesoamericanos (Diamond 1999). Como ya hemos señalado en otro lugar (Williams 2014a, 2014b), en Mesoamérica antes de la llegada de los españoles no existieron animales domesticados de gran tamaño que pudieran utilizarse para la alimentación, el transporte de personas o la carga de mercancías. Esto contrasta con la situación en el Viejo Mundo, en donde la crianza de animales llegó a ser, junto con la agricultura, la base de la economía. Según el estudio comparativo de Trigger (2003), los habitantes de Mesopotamia tenían rebaños de borregos y cabras de gran tamaño, y aparentemente también criaron grandes cantidades de cerdos, que usaron como alimento. El ganado fue utilizado en pequeñas cantidades, principalmente para la ordeña y para tirar de los arados. Por otra parte, la pesca en los ríos y pantanos de Mesopotamia fue una actividad muy relevante para la alimentación por su gran contenido de proteínas, y se llevaba a cabo por especialistas de tiempo completo. En Egipto se explotaron grandes cantidades de borregos, vacas, cabras, cerdos, aves y asnos, que fueron vitales para la economía. Además de proporcionar carne, algunos daban lana, mientras que del ganado se obtenía leche y fuerza para jalar los arados; los asnos se utilizaron como animales de carga. La pesca y la cacería contribuyeron de manera destacada a la dieta. En la zona andina se conoció el pastoreo antes de la llegada de los europeos, con grandes rebaños de llamas y alpacas que pastaban en las regiones sobre los 4000 m de altura. Estos animales dieron carne y lana para tejer ropas y otros elementos indispensables para la vida humana. Las vicuñas salvajes también se trasquilaban y su fina lana se utilizaba para el mismo fin. Idealmente cada familia nuclear tendría unas 10 llamas, aunque era más común obtener carne fresca de los cobayos o “conejillos de Indias” (Cavia porcellus) que se criaban en las granjas. Finalmente, también se criaban perros y patos, que se comían ocasionalmente.

insípida y poco apetitosa.

27 Para mitigar las bajas cosechas los agricultores andinos desarrollaron sofisticados sistemas de almacenamiento, por ejemplo secaban la carne de llama congelándola, con lo que obtenían un producto llamado charki, y además deshidrataban las papas, lo que se conocía como chuño (Trigger 2003). En comparación con lo anterior, el conjunto de animales domesticados por los mesoamericanos antiguos fue bastante pobre, limitándose a perros, pavos y conejos. Para compensar esta deficiencia los indígenas desarrollaron una estrategia de supervivencia basada en una gran gama de plantas domesticadas y silvestres, además de incontables especies de animales y de insectos, muchas de origen lacustre. También hay que señalar el destacado papel del cloruro de sodio dentro del sistema alimentario mesoamericano, como han sugerido Jeffrey Parsons (2011) y otros autores (Kurlansky 2002; Diamond 1999; Parsons 2006; Weigand 2000). De acuerdo con Grahame Clark (1977), durante el periodo Neolítico tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo la agricultura permitió la existencia de “mayores densidades de población[…] más asentamientos permanentes, tecnologías más complejas y dinámicas, y sistemas sociales más complejos con jerarquías estructuradas y[…] desigualdad en la riqueza[…]” Clark dice que por todo el mundo “algún tipo de agricultura ha precedido y formado[…] la plataforma sobre la que las civilizaciones han tenido que construirse[…]” La adopción generalizada de la agricultura trajo consigo una “Revolución Neolítica comparable en importancia a las revoluciones industrial y científica” de la era moderna (Clark 1977: 41). Las poblaciones de mayor tamaño implicaron un consumo considerablemente más grande de plantas y animales domesticados, pero también de muchos diferentes minerales, incluyendo la sal que se convirtió en un recurso estratégico, como discutimos en las siguientes secciones de este libro. La producción de sal en Mesoamérica estuvo influenciada por la gran diversidad de condiciones geológicas y de técnicas salineras. En general las fuentes existentes en nuestra área pueden dividirse en tres tipos: lagos salinos de tierra adentro; manantiales salitrosos de tierras altas, y las orillas de los estuarios costeros. De estos tres contextos se obtenían dos tipos básicos de sal: el tequesquite y el cloruro de sodio “puro”. Los métodos salineros han cambiado hasta cierto punto a través del tiempo, pero las raíces de las prácticas contemporáneas se reflejan claramente en los datos etnohistóricos y arqueológicos. Las

28 distintas técnicas de producción se basan en tres principios básicos: cocción de la salmuera, lixiviación de la salmuera a través de tierras salitrosas, y evaporación solar. Estos procesos frecuentemente se combinaban, pero la sal cocida de los manantiales generalmente era más pura que la extraída por medio de lixiviación 5 de la tierra. La más limpia era la obtenida a través de la evaporación solar (Kepecs 2000, 2003). En Mesoamérica las salinas de los extensos litorales siempre fueron muy importantes, probablemente contribuyendo sal en cantidad y calidad superior a la producida tierra adentro. En el Atlántico las salinas de Celestún, Yucatán, se contaban entre las más productivas del área maya, aunque había muchas más que producían sal a nivel local, por ejemplo Stingray Lagoon, Belice (McKillop 1995). Según Anthony Andrews (1997), “los mayas obtenían sal de diversas fuentes, la mayor parte de ellas salinas costeras. La principal fuente de sal en Mesoamérica, tanto en el pasado como en el presente, han sido las salinas de la costa de Yucatán, cuya sal se obtiene mediante la evaporación solar de las aguas contenidas en grandes sistemas de charcos. Las salinas se extienden desde la ría de Celestún, en el occidente, hasta El Cuyo, en el oriente”. Las investigaciones de Andrews en Yucatán han descubierto que “en tiempos históricos también había pequeñas salinas solares en Isla del Carmen, Isla Holbox, Isla Mujeres y, posiblemente, en la isla de Cozumel[...] las evidencias arqueológicas muestran que la explotación de las salinas de Yucatán se remonta al periodo Preclásico tardío (ca. 300 a.C.-300 d.C.).” Finalmente, Andrews asegura que “a principios de la Colonia, la producción de Yucatán era de aproximadamente 20,000 toneladas anuales, cantidad suficiente para satisfacer las necesidades de[...] todas las Tierras Bajas mayas a lo largo de su historia” (Andrews 1997: 40). En el Golfo de México la situación fue similar, pues ya desde el periodo Formativo los asentamientos humanos obtenían sal de la costa, aunque también se explotaban salinas tierra adentro (Coe y Diehl 1980: 17). Alrededor de 1200 a.C. los olmecas se dedicaron a la producción y comercio de sal en la costa del Golfo de México. Los mercaderes olmecas penetraron hacia las tierras altas, las tierras bajas y la costa de Guatemala en busca de sal. También fueron a la cuenca de México y Oaxaca, buscando este y otros bienes estratégicos como obsidiana, jade, serpentina, menas de hierro, basalto, cacao, conchas marinas, pieles de animales y plumas de aves exóticas (Diehl 2004: 128). 5

Lixiviación: proceso químico mediante el cual se separa una sustancia soluble contenida en un compuesto insoluble, por tratamiento con

29 Esta primacía de la sal marina también estuvo presente en el Occidente, según lo confirma la información arqueológica y etnohistórica. A todo lo largo del litoral Pacífico podemos mencionar de norte a sur las salinas de Sinaloa (Weigand y Weigand 1997); Nayarit (Mountjoy 2000); Jalisco y Colima (Weigand y Weigand 1997); Michoacán (Williams 2002, 2003; Brand 1958, 1960); Zacatula, en la desembocadura del río Balsas (Carrasco 1996); Oaxaca (Peterson 1976); Chiapas y Guatemala (Andrews 1983). El Occidente de México también presenció procesos en los cuales el intercambio de sal, así como otros recursos escasos o estratégicos (como obsidiana, turquesa y cobre, entre muchos otros) contribuyó al desarrollo de sociedades complejas, como veremos posteriormente en este libro. Un ejemplo de este proceso lo tenemos en la tradición Teuchitlán del periodo Clásico en el centro de Jalisco, que tenía grandes talleres de obsidiana y otra evidencia de especialización, incluyendo la producción de sal. De acuerdo con Phil Weigand (1996a: 199), los niveles de producción indican que la sal probablemente se estaba exportando fuera del área de obtención, y los “monopolios” involucrados en la obtención de obsidiana de alta calidad y de sal pudieron haber promovido el desarrollo económico de los sistemas sociales locales. Como discutimos más adelante en este libro, para poder entender la importancia que tuvo la sal dentro de la economía política del imperio tarasco, debemos recordar que la cuenca del Lago de Pátzcuaro, donde estaba ubicada la capital de este imperio, carece de fuentes naturales de los siguientes recursos indispensables: sal, obsidiana, pedernal y cal, todos ellos esenciales para la sobrevivencia y reproducción de la gente durante el periodo Protohistórico (Pollard 1993: 113). Los gobernantes tarascos tuvieron que importar sal y varios otros recursos estratégicos desde los extremos al oeste y oriente del imperio. El flujo de bienes estratégicos y escasos desde las provincias sujetas al imperio hasta la zona nuclear fue asegurado por el rey, llamado cazonci, a través de una estrategia geopolítica que mantenía a las comunidades conquistadas bajo la obligación de pagar tributos, y a las líneas de comunicación con la capital abiertas todo el tiempo. Esta estrategia explica cómo el Estado tarasco llegó a ser uno de los imperios más poderosos durante el Postclásico tardío, rivalizando incluso con los aztecas. La obtención de sal y de otros recursos estratégicos, así como su distribución y el control militar de las áreas de el disolvente apropiado.

30 fuente y la recolección de tributo, fueron aspectos críticos de la vida económica y social de los tarascos y otros sistemas políticos mesoamericanos. Estos temas serán discutidos en los siguientes capítulos de este libro.

31 CAPÍTULO II PRODUCCIÓN DE SAL EN LA ANTIGÜEDAD: PERSPECTIVA COMPARATIVA La perspectiva comparativa seguida en este capítulo tiene dos propósitos: en primer lugar, la tesis central de este estudio, que la producción y distribución de sal fueron de vital importancia para la expansión del Estado tarasco, se ve reforzada por la discusión de varios casos del Viejo Mundo –China, África, Europa-- en los cuales el cloruro de sodio también fue un recurso estratégico que siempre estuvo presente en la formulación de los aspectos básicos de la economía y la política de los Estados e imperios. En segundo lugar, no menos importante es la información presentada en este capítulo sobre las industrias salineras en el centro y sur de Mesoamérica, que permite contextualizar la discusión etnoarqueológica de la cuenca de Cuitzeo y La Placita, Michoacán, presentada en el capítulo IV. A continuación se discuten brevemente los aspectos más relevantes de esta información. Producción de sal en el Viejo Mundo Aquí se presentan varios ejemplos tomados de la literatura histórica y antropológica, para ilustrar la gran importancia de la sal como recurso estratégico en diversas partes del Viejo Mundo (Europa, Asia y África). En Europa los asentamientos tempranos aparecieron alrededor de manantiales salitrosos. Era difícil concentrar la sal de estas fuentes diluidas, siendo necesario el fuego para evaporar el agua. Estas civilizaciones que obtenían sal por cocción se remontan al período Neolítico (ca. 7000-2000 a.C.); entre los principales centros de producción estaban la región del Tirol en los Alpes, las regiones francesas de Moselle y Franche-Comté, Saale y Lüneburg en Alemania y Droitwich en Inglaterra. Bosques enteros fueron quemados para sostener esta industria, y eventualmente los salineros tuvieron que conseguir la leña cada vez más lejos, frecuentemente transportándola en balsas por los ríos desde bosques distantes (Bloch 1963: 91). Una de las más importantes y antiguas fuentes salinas en Europa durante el periodo Neolítico y la edad de cobre fue Provadia-Solnitsata en los Balcanes, junto al Mar Negro. En esa región se han descubierto extensos asentamientos con muchas instalaciones para

32 hacer sal y cerámica asociada a ellas. Las fechas más antiguas registradas en estos sitios se remontan a 550 a.C. Se piensa que en esta época la salmuera se evaporaba en recipientes de barro de paredes delgadas hechos ex profeso, colocados dentro de los hornos domésticos (Harding 2013: 47). En Europa durante tiempos prehistóricos la explotación de salmueras naturales, ya fuera de manantiales o del mar, incluía los bien conocidos elementos llamados briquetage (material cerámico burdo usado para hacer vasijas de evaporación de salmuera y las columnas donde estas se apoyan) que se piensa eran usados para producir panes de sal para su distribución a larga distancia en intercambio (Pétrequin et al. 2001). Pero los Balcanes no fueron la única región donde existió una industria salinera de gran tamaño desde épocas remotas, como demuestra la historia social y económica de China. Durante el Imperio Temprano (ca. 206 a.C.-960 d.C.) los comerciantes habían amasado grandes fortunas en actividades libres de impuestos: el comercio en hierro, sal y licor, además de la especulación en granos. El Estado atacó estos abusos e introdujo impuestos, además de acaparar la distribución de las mercancías antes mencionadas, convirtiéndolas en monopolios estatales (Hucker 1975: 124). Durante el Imperio Tardío (ca. 960-1850 d.C.) el Estado siguió controlando la producción y distribución de sal. Más tarde, en tiempos de las dinastías Ming (1368-1644) y Ch’ing (1644-1912) el gobierno imperial intentó durante varios años tener sus emplazamientos fronterizos bien abastecidos, haciendo que los comerciantes salineros pagaran impuestos llevando grano a las fronteras. Sin embargo, este sistema no le resultó conveniente al gobierno a largo plazo, pues redujo el ingreso de dinero obtenido del monopolio salinero, sin aliviar la crónica escasez de granos en las zonas fronterizas (Hucker 1975: 124, 188, 348, 351). 1 Hace más de 2,000 años los gobernantes de China por primera vez lograron monopolizar la producción y comercio de cloruro de sodio en todo el imperio. Durante el siglo XIV el ochenta por ciento de los ingresos de la dinastía Yuan procedían de impuestos sobre la industria salinera. La fuente principal de este recurso en China era salmuera del mar, pero los pozos eran esenciales para la economía de Sichuan, pues para los habitantes 1 Una reciente investigación arqueológica sobre la producción salinera en China ha demostrado que durante el periodo de las dinastías Shang tardía (ca. 1558-1046 a.C.) y Zhou occidental (ca. 1046-771 a.C.), los talleres salineros se ubicaron en áreas con terreno tipo yangzi, o sea cerros o lomas rodeados por tierras bajas húmedas o formaciones lacustres, donde el agua dulce era fácil de conseguir. La ubicación de los talleres estaba bastante restringida por las condiciones de los recursos naturales. En esa época la industria salinera consistió en actividades productivas a pequeña escala, conducidas en talleres independientes sin una administración unificada (Fu 2015).

33 de esta comarca lejos del mar era más económico obtener sal a través de pozos que importarla desde la costa (Vogel 1993: 117). Las fuentes históricas sugieren que la perforación de pozos profundos se desarrolló por primera vez durante el siglo XI en el distrito de Jingyan. Usando esencialmente los mismos principios de perforación que fueron desarrollados en el siglo XI, en el XVI los sichuanenses perforaban tan profundo como 300 m, alrededor de 500 m en el siglo XVIII, y cerca de 800 m en el XIX. El famoso pozo de Xinhai, que llegó a la profundidad de un kilómetro, fue construido en 1835. A estas grandes profundidades también se encontraba gas natural, el cual fue aprovechado por los ingenieros chinos para producir fuego y así obtener sal por cocción de la misma salmuera sacada de los estratos profundos (Vogel 1993: 117-118; Bloch 1963: 91). En China alrededor de 2000 a.C. se desarrolló un sistema de recolección de tributos de los distritos ricos en sal. Al semi legendario emperador Yu (2205-2197 a.C.) se le atribuye un decreto por el cual la provincia de Ch’ing-Chou (Shantung) debería de proveer sal a la corte, mientas que al renovador del Estado de Ch’i, Kuang Chung (que murió en 645 a.C.), se le atribuye el haber instituido un monopolio salinero (Multhauf 1978: 12). La prosperidad del Estado temprano de Ch’i es atribuible en parte a su monopolio de la sal. Durante la dinastía Han temprana (119 a.C.) se estableció el primer control de este recurso a nivel nacional en la historia. El gobierno se apoderó de la industria salinera, pero escogió a los funcionarios de entre los ricos mercaderes salineros (Multhauf 1978: 12). Para el año 900 el impuesto sobre la sal era el más importante ingreso a las arcas del Estado. En 1618 el sistema fue transformado en un monopolio de comerciantes bajo licencia del gobierno, y para el siglo XVIII los comerciantes que operaban bajo el monopolio estatal formaron el más rico de los grupos comerciales o industriales en todo el imperio (Multhauf 1978: 13). Bajo la dinastía T’ang (618-907 d.C.) China se había reunificado políticamente después de cuatro siglos de división, llegando a formar el más grande y organizado Estado del mundo en la época. La sociedad china fue la más populosa y rica, lo cual se refleja en los sorprendentes avances ligados a la producción, distribución y consumo de sal. El

34 desarrollo más importante fue la creación de un sistema de evaporación solar en el lago salado de An-i hsien, en la actual provincia de Shansi (Adshead 1992: 48). Entre los campos del conocimiento en que China se encontraba más avanzada que Europa hay que mencionar la tecnología salinera. La civilización china se desarrolló, al igual que muchas otras, en regiones donde el cloruro de sodio era abundante. Marco Polo (1254-1324) viajó por China durante 17 años, regresando a su nativa Venecia en 1295. Este viajero estaba muy interesado en la sal, como todos los comerciantes venecianos de su época (Batterson y Boddie 1972: 36). Marco Polo menciona que se obtenían grandes cantidades de sal lixiviando la tierra en un pueblo llamado Changlu: “ahí hay un tipo de tierra que es extremadamente salada. Esta tierra se escarba y apila en grandes montones, sobre los cuales vierten agua en cantidad hasta que escurre por debajo; luego toman esta agua y la hierven bien en grandes calderos de hierro, y al enfriarse se deposita una sal fina y blanca en granos muy pequeños. Esta sal luego la llevan a vender a muchos distritos circunvecinos, y obtienen gran ganancia de ello” (Marco Polo, ca. 1300, citado en Batterson y Boddie 1972: 36). Mucho antes de los viajes de Marco Polo en China, de hecho desde tiempos prehistóricos, un nutrido comercio con el centro de Asia se realizaba a lo largo del camino de la seda. Los compuestos químicos que se transportaban a China incluían sal del lago seco de Kokonor (a unos 1200 km al suroeste de Beijing), así como una misteriosa “sal negra” que se mandaba como tributo desde el sur del Río Oxus (en el actual Uzbekistán) a finales del siglo VIII (Wood 2002: 83-85). El comercio de cloruro de sodio, particularmente el tráfico por tierra, inevitablemente tuvo consecuencias militares, sociales y políticas. Las caravanas y barcos, y los centros a los que entregaban sus cargas de este mineral, tenían que ser protegidos de los bandidos y asaltantes. Fue necesario proporcionarles convoys y fortificar los puntos intermedios, los puestos de transporte y de comercio. En pocas palabras, se generó un “sistema de protección.” Por ser el bien de comercio más valioso, la sal requería de los servicios de protectores poderosos (Bloch 1963: 95). Pero China no fue la única civilización de la antigüedad donde encontramos que la sal desempeñó un papel relevante. Durante las etapas más tempranas de la historia de Roma, el Estado se expandió hacia el sur hasta llegar al mar, estableciendo el puerto de

35 Ostia en la desembocadura del río Tíber, a fin de poder explotar los yacimientos salinos costeros. Este evento puede situarse tentativamente dentro del reinado de Servius Tullius (ca. 578-534 a.C.). El primer puente construido en Roma, el Pons Sublicius, que podría pertenecer a la misma época, fue eregido para facilitar la transportación de sal de las salinas costeras a la ciudad de Roma, desde donde se vendía a los etruscos y se exportaba a otras regiones (Grant 1997: 31-32). Tanto en la época republicana como en la imperial, la principal fuente de abastecimiento de sal para Roma se encontraba muy cerca, en las salinas solares construidas en la desembocadura del Tiber. Las salinas en el margen norte del río eran las más importantes, y después de 396 a.C. fueron anexadas al Estado romano, con el título de Salinae Romanae. El método de producción era de evaporación solar usando una sola pila, una técnica más sofisticada que la sal de laguna de Atenas o de Alejandría, pero menos compleja que el método de pilas sucesivas que sería utilizado en la Edad Media. La escala de producción, sin embargo, debe haber sido considerable; suponiendo que Roma en su apogeo tuvo una población de dos millones de habitantes, entonces requirió de por lo menos 4’535,000 kg de cloruro de sodio al año. A esta cantidad debemos añadir las necesidades de los territorios abastecidos por la Vía Salaria, con lo cual la producción total pudo haber alcanzado los 9’070,000 kg (Adshead 1992: 29). Si avanzamos en el tiempo en nuestro relato llegamos a la Edad Media, y nos encontramos con que en Europa en esta época la principal fuente de sal fue el mar. Los barcos de los reinos y dominios costeros traían a tierra grandes cargamentos de arenque, bacalao, moluscos, salmón, eglefino, esturión, macarela y muchos otros tipos de pescado, mientras que tierra adentro, en los ríos y lagos se pescaban múltiples especies de agua dulce. Pero el arenque fue la fuente de alimento más confiable en Europa; había enormes pescaderías en el Báltico, el Mar del Norte, el Canal de la Mancha y las aguas alrededor de Islandia e Irlanda. Miles de trabajadores se ocupaban de la pesca, conservación y venta del arenque (Batterson y Boddie 1972: 24). Fue a través de este pescado que se satisfizo la necesidad de proteína animal de la Europa medieval. Dado que pierde su calidad muy rápidamente después de ser sacado del agua, inevitablemente la mayor parte del arenque consumido tenía que ser curado, lo que implicaba un proceso preliminar de salado, tras lo cual se empacaba en sal o se ahumaba.

36 Uno de los usos principales del cloruro de sodio estaba ligado al procesamiento del arenque. De hecho, se requerían inmensas cantidades de este mineral, por lo que los principales centros de almacenamiento y producción se establecieron lo más cerca posible a las principales áreas de pesca. En Europa occidental, existieron hasta mediados del siglo XIV tres principales centros donde la sal requerida para la industria de la conservación se producía y almacenaba. Uno de ellos se estableció en Lüneburg, al norte de Alemania, otro en la costa de los Países Bajos, y el tercero en la costa oriental de Inglaterra (Bridbury 1955: xvi-xviii, 1). A fin de conservar su mejor calidad, el arenque curado debía de salarse antes de 24 horas de haber salido del mar. La sal más preciada por la industria pesquera del Báltico era la producida en los manantiales salitrosos de Lüneburg, que se comerciaban a través de Lübeck, la principal ciudad de la Liga Hanseática (Batterson y Boddie 1972: 25). Una de las pocas fuentes de información sobre las técnicas salineras en Europa en esta época es la obra de Georgius Agricola, publicada en 1556 (Agricola 1950); en ella pueden apreciarse algunas técnicas salineras de entonces (Figura 1). Otro tema importante relacionado con la historia que nos ocupa aquí es el de los impuestos, como ya señalamos anteriormente para el caso de China. Basta con señalar un ejemplo procedente de Francia para subrayar la relevancia del cloruro de sodio en los sistemas tributarios del pasado. El impuesto a la sal, o gabelle, ha sido uno de los más odiados, y fue una importante causa de la Revolución francesa. El cloruro de sodio siempre fue el artículo ideal para las administraciones fiscales, pues se trata de un bien de demanda universal, cuyo abastecimiento no se podía dejar a la casualidad, y era más sencillo de controlar que muchos otros artículos de primera necesidad. Además, como el consumo de sal se encuentra íntimamente relacionado con la densidad demográfica (de hecho, se ha utilizado como base para calcular el tamaño de la población), era una base apropiada para la tasación. La variedad de formas en que los gobiernos han tratado de controlar la producción y distribución de sal, y de obtener ingresos de ella, va más allá de lo que se puede analizar en estas páginas. Para empezar, en muchos casos el soberano era propietario de los “frutos de la tierra”, incluyendo la sal. Podía mantener un completo monopolio, desde la producción hasta la venta al menudeo. Esta es todavía la práctica en algunos Estados modernos, como por ejemplo Italia. La organización que se requería para lograr este nivel de control, sin

37 embargo, rebasaba la capacidad de cualquier gobierno antes de los tiempos modernos, en especial por las dificultades para evitar el contrabando y la producción privada (Multhauf 1978:11). En Francia la administración salinera tuvo una historia muy larga. El primer gabelle se estableció en 1259 para las salinas de Berre, y llegó a constituir un apoyo fiscal permanente para la monarquía durante la Edad Media tardía y los inicios de la época moderna (Adshead 1992: 205). La importancia de la sal para el comercio la ha convertido en una fuente muy común de ingresos fiscales. El impuesto a este producto, de hecho, tal vez ha sido el más universalmente aplicado de todos. Dado que el cloruro de sodio se usó regularmente, su flujo dentro de la economía siempre fue confiable y predecible. Un impuesto sobre este mineral, entonces, proporciona al gobierno un ingreso muy seguro. Además, dado que la gente ha exigido sal “a cualquier precio”, su comercio no podría ser anulado por impuestos excesivos. Como consecuencia, los impuestos sobre la sal con frecuencia han sido extremadamente altos. En la antigua China, por ejemplo, eran tan elevados que los comerciantes adulteraban el producto. Casi tan comunes como los impuestos son los monopolios gubernamentales para producción de sal, que tienen el mismo propósito de controlar la industria (Gilmore 1955: 101). Los impuestos, sin embargo, no eran lo más determinante para la producción salinera en el Sudán, un país africano cubierto por desiertos donde la gente ha sufrido durante siglos la escasez de sal, un bien que tienen que importar de otros lugares. Taghaza, en el extremo norte y en medio del desierto, era su principal fuente de aprovisionamiento, pero nunca llegó a producir lo suficiente para saciar la demanda, por lo que algunos de los grupos humanos más aislados padecían de hambre de sal. Algunos pueblos tenían tanta necesidad de cloruro de sodio que era cambiado por oro, el cual era más abundante 2 (Bovill 1995: 69, 84). En el siglo XIV el viajero árabe Ibn Battuta salió hacia Niani (cerca del río Níger, en Sudán) con sólo dos acompañantes y un guía. Aunque el viaje duraba 24 días, no llevaban comida, oro ni plata. Con sal, cuentas y mercancías aromáticas para intercambio, pudieron obtener todo tipo de comida en cada aldea a la que llegaron (Bovill 1995: 94). 2 Aunque ha existido desde hace mucho tiempo una importante industria salinera en el centro del Sudán (Lovejoy 1986), esta no basta para satisfacer las necesidades de este enorme país.

38 Pero fue Cadamosto, el capitán veneciano del siglo XV al servicio de los portugueses, quien nos dejó el mejor relato que se conoce sobre el comercio salino en África durante la Edad Media. Las caravanas salían de Taghaza, viajando hacia el sur a través de Timbuktú a Mali, donde la sal tenía que descargarse del lomo de los camellos para ser transportada sobre la cabeza de cargadores. En Mali los grandes bloques de sal se quebraban en pedazos pequeños, y cada hombre cargaba un pedazo (Bovill 1995: 124). Según el autor anónimo de la obra Tohfut- al- Alabi, (s. XII), en la tierra de Ghana había oro en abundancia, el cual los mercaderes cambiaban por cloruro de sodio, que llevaban en camellos desde las minas, cargando provisiones para seis meses. Cuando llegaban a Ghana pesaban su sal y la vendían de acuerdo a una unidad de peso de oro, y en ocasiones por el doble o más de lo ordinario, según el mercado y la oferta (Bovill 1995: 121). Es interesante señalar que todavía en la actualidad persiste el comercio a grandes distancias en partes de África. En Níger las caravanas de camellos llevan sal de los lugares de producción a los pueblos que están a las orillas del desierto del Sahara, recorriendo unos 600 kilómetros. En el Sahara la sal se vende a muy altos precios, y antes de tener fuentes externas, el total de caravanas que comerciaban con éste y otros bienes escasos consistía en unos 30,000 camellos. Actualmente a una caravana de 500 camellos le toma 30 días realizar el circuito entre las fuentes de abasto y las comunidades consumidoras. Ya que no hay yacimientos naturales en Níger, esta mercancía tiene un alto precio. En las palabras de un habitante del Sahara, “en este desierto la sal es la vida” (Webster 1999: 13-17; ver también Bergier 1982: 176-178). 3 Según Ibn Battuta, los africanos usaban la sal como medio de intercambio, igual que el oro y la plata en otras partes; ellos cortaban en pedazos los bloques para comprar todo género de mercancías. El comercio salinero a lo largo del Sahara parece nunca haberse interrumpido por completo. Aparte del oro, los esclavos se habían convertido en la principal mercancía del tráfico hacia el norte, que también incluía marfil. El cloruro de sodio seguía siendo el principal artículo de importación hacia el Sudán, y eventualmente se

3 Las caravanas de camellos han realizado el difícil viaje a las minas de sal en el corazón del Sahara durante siglos, llevando a cabo este vigoroso comercio entre los pueblos de Taoudenni y Timbuktu. En la actualidad, sin embargo, los cambios en los patrones climáticos relacionados con el calentamiento global, además de la llegada de sistemas de transporte modernos como grandes vehículos de carga, amenazan el futuro de una de las tradiciones de comercio más antiguas y de mayor pervivencia a nivel mundial (Harding 2009).

39 vio acompañado por artículos de lujo, como tela manufacturada en Inglaterra (Bovill 1995: 161). La ruta de comercio entre Taghaza y Timbuktú debió su larga prosperidad a la desigual distribución de oro y de sal en el interior de África. Para los africanos la sal era tan importante, que no es exageración decir que el oro era valorado por los sudaneses casi exclusivamente por su poder de compra de sal. El cloruro de sodio era la base de su comercio doméstico y externo, ninguno de los cuales se puede comprender sin entender la necesidad que tenían de este mineral. Solamente quienes lo han visto se dan cuenta de lo intensa que es el “hambre de sal” entre los pueblos que no tienen una fuente segura. En el oeste del Sudán, este “oro blanco” fue un lujo que sólo los ricos podían darse con regularidad (Bovill 1995: 239). La situación de la producción de sal en las remotas tierras altas de Etiopía y las áreas cercanas en el noroeste de África es similar a lo discutido arriba, pues aquí también este mineral se considera como un tesoro que literalmente vale su precio en oro. Las bestias de carga viajan por caminos ancestrales desde las tierras altas hasta la depresión de Danakil. El camino tiene unos 400 km, y aproximadamente 5,000 personas se ganan la vida en este comercio, extrayendo sal de mesa de las reservas inextinguibles de Danakil y llevándola a los consumidores en las tierras altas y más allá. Este comercio ya estaba bien establecido en la época del primer imperio etíope, Aksum (siglo I d.C.). Las expediciones de comerciantes aksumitas cambiaban sal por oro, esclavos y marfil, con las tribus que habitaban la frontera sur y la occidental del imperio. Estas mercancías se convertían a su vez en las principales exportaciones de Aksum, cuyas redes de comercio llegaban hasta Roma, Egipto, Siria, Arabia e India (Batterson y Boddie 1972: 90). Incluso en la actualidad, en las regiones remotas de Etiopía la sal es tan valiosa como el oro, y mucho mejor que el dinero. Los bloques de sal del Danakil, ya sea enteros o cortados en pedazos para servir como “monedas” de baja denominación, pasan fácilmente de mano en mano en todos los mercados. Siguen siendo una forma de “divisas duras” que no se ve afectada por modificaciones en su tipo de cambio (Batterson y Boddie 1972: 90). 4

4

No solamente en África se usó la sal como medida de intercambio. Entre los baruya de Nueva Guinea este producto está destinado al intercambio, más que servir como mercancía. Para que una mercancía, como en este caso la sal, funcione como “moneda”, debe de ser posible su intercambio por el conjunto de las otras mercancías, o sea que funcione como equivalente general. Este es el caso de la sal, que pasa por todos los tipos de conversión posibles; realmente funciona como moneda (Godelier 1969: 25-27).

40 Después de esta breve discusión de la historia de la producción salinera en varias partes del Viejo Mundo, así como varios puntos relevantes relacionados con este valuado mineral, a continuación vamos a discutir el papel de la sal en el Nuevo Mundo. Producción de sal en el centro y sur de Mesoamérica Al igual que en el resto del mundo, la sal también fue un recurso vital para la subsistencia en la antigua Mesoamérica (Figura 2). Su valor como recurso estratégico indispensable para la vida civilizada fue subrayado hace más de 80 años por Miguel Othón de Mendizábal, quien señaló: “el hombre, en general, sólo repara en la importancia de la sal, como elemento indispensable para su vida, cuando carece de ella” (Mendizábal 1928: 7). Por lo menos desde los orígenes de la agricultura en Mesoamérica, el cloruro de sodio estaba entre los elementos más importantes del comercio. Puesto que todas las culturas dependían de este mineral, se desarrollaron en cada región de Mesoamérica técnicas para la explotación de salinas, tanto costeras como de tierra adentro. Los aztecas, por ejemplo, la producían evaporando por cocción la salmuera obtenida de los lagos del centro de México, usando para ello vasijas de barro grandes y burdas. La sal se empacaba en estos mismos recipientes para ser transportada; fragmentos de estas vasijas se encuentran en grandes cantidades en casi todos los sitios arqueológicos del centro de México (Smith 1998: 131). Había salinas importantes en varias de las provincias del imperio azteca, pero a una distancia de 100 km alrededor del Valle de México la mayoría de las familias obtenía su sal a través del comercio con los productores de los lagos de esta gran cuenca (Smith 1998: 132). El comercio de este vital recurso estaba en manos no de los mercaderes especializados en transportar bienes suntuarios a larga distancia, llamados pochteca, sino de los mercaderes regionales, llamados tlanecuilo, quienes vendían principalmente comida y bienes utilitarios como cacao, maíz, amaranto, chía, chile, tortillas, guajolotes, pescado, sal, sandalias, algodón, recipientes hechos de guajes, canastas y madera. Muchos de estos tlanecuilo se especializaban en un bien particular, por ejemplo sal (Smith 1998: 123). Por otra parte, entre los mayas prehispánicos éste también fue uno de los principales artículos de comercio, formando uno de los pilares en los que se sostuvieron varios Estados en esta parte de Mesoamérica (Andrews 1980, 1983).

41 Las salinas fueron tan importantes para la supervivencia de los grupos humanos mesoamericanos que se libraron guerras por su posesión. Por ejemplo, el sitio maya de Emal, la salina más rica de la costa de Yucatán, estaba fortificado para repeler las incursiones enemigas (Kepecs 2000). En otra parte de Mesoamérica, Muñoz Camargo relata cómo los aztecas trataron de tomar la provincia de Tlaxcala, a la que sitiaron “más de sesenta años, necesitando de todo cuanto humanamente podían necesitar, pues no tenían algodón con que vestirse, ni oro, ni plata con que adornarse, ni plumería verde ni de otros colores para sus galas[...] ni cacao para beber, ni sal para comer. De todas estas cosas carecieron y de otras, más de sesenta años que duraron en este cerco. Quedaron tan habituados a no comer sal, que el día de hoy no la saben comer, ni se les da nada por ella” (Muñoz Camargo 1972: 110). También los incas del Perú consideraban al cloruro de sodio como bien indispensable para la existencia. La vida en las montañas de los Andes dependía del pastoreo y de la agricultura. Sin embargo, pocas plantas pueden cultivarse a tan grandes alturas, por lo que los habitantes de las cordilleras dependían para la subsistencia de enormes cantidades de mercancías importadas de las tierras bajas en la planicie costera del Pacífico: sal marina, algas, pescado, fruta, frijol, maíz, coca y algodón (Moseley 1992: 43). Por otra parte, en la región conocida como “Montaña” (las tierras bajas al oriente de la cordillera andina), el intercambio de productos a través de redes formales de comercio se llevó a cabo desde las épocas más antiguas hasta tiempos recientes. Sal, veneno para flechas, cerámica y artefactos de piedra se intercambiaban dentro de amplias regiones de la Montaña (Raymond 1988). Pasemos ahora a discutir el papel de la sal en Nueva España durante la Colonia. Sabemos que en esta época se contaba entre los bienes más codiciados por los administradores de la Corona española, pues era un componente integral de la industria de la plata. A mediados del siglo XVI Bartolomé Medina inventó el proceso conocido como beneficio de patio, para obtener plata de la mena. La aceptación general y rápida del beneficio de patio es prueba de sus ventajas sobre el de fundición, pues permitía aprovechar menas que por su escasa ley no podían procesarse por otros métodos. Además, por ser un proceso realizado en frío, no requería de gasto por combustible. La originalidad de este

42 proceso residía en que se usaba exclusivamente azogue (mercurio) y sal común (Bargalló 1969: 98,99). Gracias a la popularización de este proceso, cobró a partir del siglo XVI tanta importancia la sal para la minería, que se ha dicho que “sin sal no había plata, y sin plata la historia de Nueva España habría sido otra” (Reyes 1995). Según lo afirmado por Ursula Ewald, “la cantidad de sal necesaria para la alimentación[...] y otras industrias tiene menor importancia en comparación con las demandas de la industria de la plata. Desde el siglo XVI hasta principios del XX, el uso dado en México al cloruro de sodio o a las eflorescencias altamente salinas (saltierra) en el procesamiento de minerales de plata” fue un factor decisivo en la industria salinera de nuestro país. De acuerdo con Ewald, “sólo con el surgimiento de la industria química moderna cobró la sal la misma importancia como materia prima que en el llamado proceso de patio[...] Con objeto de garantizar una producción argentífera sostenida, en toda la planeación virreinal se concedió prioridad a la producción y comercialización de la sal” (Ewald 1997: 27). Un buen ejemplo del papel jugado por el cloruro de sodio dentro de la minería colonial lo encontramos en la economía de Zacatecas. Este estado mantuvo siempre su dominio económico en el norte de México gracias a la riqueza de sus minas de plata, que según algunos convirtieron a la ciudad de Zacatecas en la segunda urbe más importante del virreinato (Bakewell 1984: 305). Esta prioridad en la producción argentífera generó a su vez una gran industria salinera. En la región minera de Zacatecas abundaban dos de los principales elementos utilizados en el proceso de amalgamación: el magistral (una composición de sulfato calcinado) y la sal, que se usaba en grandes cantidades y se obtenía como saltierra (mezcla de sales de cloruro y sulfato con tierra). Durante buena parte del siglo XVI la mano de obra para la cosecha salinera estuvo a cargo de los propios mineros, pero posteriormente fueron los indios procedentes del sur de Zacatecas y del norte de Jalisco quienes tuvieron que hacer este pesado trabajo (Enciso Contreras 1998: 39, 49). De acuerdo con David Vázquez Salguero (2014), el descubrimiento de las salinas de Peñón Blanco (en el actual estado de San Luis Potosí) estuvo vinculado estrechamente con el de los yacimientos de plata de Zacatecas durante la expansión española hacia el norte de Nueva España. El interés de la monarquía por el fruto de las salinas se explica porque este era un ingrediente indispensable para la producción de plata, como ya quedó dicho. De esta

43 manera las salinas de Peñón Blanco se incorporaron a los bienes de la Corona desde 1562, y se cobró un impuesto que garantizara los ingresos al rey y al mismo tiempo asegurara el abasto de sal para los mineros (Vázquez Salguero 2014: 13). En el mundo preindustrial el cloruro de sodio tuvo muchas aplicaciones aparte de su uso como alimento. Entre los mayas este compuesto químico ha sido parte integral de sus rituales desde épocas antiguas hasta la actualidad. Según Anthony P. Andrews (1980), varias fuentes de sal en el área maya todavía son consideradas lugares sagrados donde persisten rituales muy antiguos, con un sincretismo entre los elementos tradicionales y los católicos. Finalmente, entre los aztecas también se usó la sal como elemento curativo. Según Fray Bernardino de Sahagún, se utilizó junto con distintas hierbas medicinales para tratar los siguientes males: dolor de muelas, abscesos en las encías, hinchazones de la lengua, “sequillas de la garganta”, “postemas del pescuezo”, tos con flema y sangre, descalabraduras de la cabeza, dolencia de los oídos, aspereza y sequedad de las narices, cortadura y herida de las narices, hinchazón de las encías (Sahagún 1938: 97-103). Pero no hay que olvidar los usos industriales dados a este mineral en la antigüedad. En Mesoamérica se usó en la industria de los textiles, para fijar los tintes y colorantes. Según Parsons (2001: 248), la preparación tradicional de colorantes para textiles requiere añadirles soluciones mordientes para fijar los colores a la tela. Las soluciones salinas son importantes para este propósito en varias partes del mundo, como lo fueron en Mesoamérica. De hecho, el papel excepcional de la sal en la economía de Mesoamérica puede apreciarse indirectamente por la enorme cantidad de textiles teñidos que circulaban por medio de comercio y tributo. Entre los aztecas, por ejemplo, las telas de algodón tenían muchos usos aparte de hacer ropa para hombres y mujeres, ya que también se utilizaban para cubrir las camas, hacer bolsas, toldos, tapices decorativos, armaduras para la batalla, adornos para las estatuas de los dioses, y mortajas para cubrir a los cadáveres. Los textiles de algodón servían como unidad de intercambio, así como un tipo de moneda en los mercados. Los tejidos se intercambiaban como regalos entre la nobleza, y eran la manera usual de pagar tributos en todos los niveles de la sociedad (Smith 1998: 91).

44 El tributo recibido por el imperio azteca cada año incluía aproximadamente 128,000 mantas o capas, 19,200 piezas de ropa, y 655 uniformes de guerrero. La mayor parte de estos elementos eran hechos a partir de hilos teñidos, por lo que la cantidad de sal usada en el proceso de teñido debió haber sido muy elevada. Además, a esto tenemos que añadir los 4,000 “panes de sal” pagados a los aztecas por varias provincias tributarias cada año (Smith 1998: cuadro 7.2). Otro uso dado a la sal en Mesoamérica fue como conservador de alimentos. Un método de conservación para el pescado obtenido de los lagos y ríos era secarlo bajo el sol, según menciona la Relación de Michoacán: “tenían sus redes a secar puestas en unos palos cabe la ribera, y tenían su pescado por allí a secar… el pescado tendido por el suelo… había mucho pescado tendido por la ribera…” (Alcalá 2008: 48). Actualmente puede observarse pescado tendido a secar bajo el sol en varios pueblos de la ribera del Lago de Pátzcuaro (Williams 2014a: 235). Otra técnica de conservación que fue utilizada en el mundo antiguo (y sigue todavía en la actualidad) es la de salado. Dado que los antiguos mesoamericanos carecían de técnicas modernas de conservación de alimentos, el uso de cloruro de sodio como preservativo fue muy importante para el comercio de pescado y de otros alimentos que se transportaban por largas distancias, así como para almacenarlos por largos periodos. No sabemos cuándo se originó esta costumbre en Mesoamérica, pero su antigüedad es bien conocida en el Viejo Mundo. En Egipto, por ejemplo, se encontraron restos de comida en una tumba que data de 2000 a.C., incluyendo pescado salado y un recipiente de madera que contenía sal de mesa (Kurlansky 2002: 38). No muy lejos de Egipto, un estudio reciente presenta un catálogo razonado de sitos productores de pescado salado en el Magreb en la antigüedad. 5 Igualmente se mencionan otros recursos relacionados con esta actividad, necesarios para salar los pescados y transportarlos a grandes distancias: abundantes ánforas y los hornos que se usaban para elaborarlas (Trakadas 2015). Desde tiempos de los fenicios (a partir de ca. 1250 a.C.) la manera más común de preservar el pescado era secarlo y embalarlo en capas con sal (Kurlansky 2002: 131). En la

5

Tradicionalmente se ha llamado Magreb a la región del norte de África que comprende los países de Marruecos, Túnez y Argelia; es la parte más occidental del mundo árabe.

45 Europa de la Edad Media gran parte de la comida venía del mar, como ya señalamos anteriormente. Los barcos traían a tierra grandes cargamentos de pescado de muchas especies que tenía que ser curado para empacarse en sal o ahumarse. Uno de los usos principales del cloruro de sodio estaba ligado al procesamiento de este recurso acuático. De hecho, se requerían inmensas cantidades de sal (Bridbury 1955). La preservación por medio de salado también fue un componente indispensable de la industria alimentaria en la Mesoamérica antigua. En su descripción de un mercado azteca en la ciudad de Tenochtitlan, Hernán Cortés mencionó que se vendía mucho pescado, fresco y salado, crudo y cocinado (Cortés 1983: 63). Por otra parte, según una fuente llamada Miscelánea estadística en el siglo XIX el pescado proveniente del Lago de Chapala se secaba al sol, se salaba y se empacaba en petates de tule enrollados para ser llevado a pueblos cercanos y a lugares tan distantes como Zacatecas, San Luís Potosí, Toluca y la Ciudad de México (Miscelánea estadística 1873: 33). En los tiempos de la Colonia la sal fue una importante mercancía de comercio en Colima, ya que se usaba como alimento, condimento y para preservar el pescado (Reyes 2000: 175). Aunque la gente de Colima prefería el pescado de los ríos, las especies marítimas y las de lagunas costeras eran muy buscadas en Guadalajara, Sayula (Jalisco) y Valladolid (la actual Morelia, Michoacán). Este abundante comercio dependía de la sal como medio de conservación (Gómez Azpeitia 2006: 221). La sal fue utilizada como conservador en otras partes de Mesoamérica desde tiempos antiguos. Según Anthony Andrews, por ejemplo, la pesca fue una industria importante para los mayas antiguos, y los habitantes de la costa comerciaban pescado con sitios cercanos del interior a cambio de productos agrícolas. Para conservar el pescado lo asaban, lo secaban al sol o bien lo salaban. El uso de cloruro de sodio como conservador fue observado en el siglo XVI en la costa norte de Yucatán y en la costa del Pacífico de Guatemala. De hecho, hasta el siglo XX en el suroeste de Guatemala el pescado salado se encontraba en los mercados de tierras altas durante la Cuaresma. Finalmente, el cloruro de sodio también pudo haberse utilizado como conservador en la industria de la tenería (Andrews 1983: 10).

46 El obispo Diego de Landa escribió una muy conocida descripción de la vida y costumbres de los mayas en el siglo XVI. Este autor dijo lo siguiente acerca de la sal que se utilizaba para conservar los alimentos: “el oficio a que más inclinados estaban es el de mercaderes llevando sal, y ropa y esclavos a tierra de Ulúa y Tabasco, trocándolo todo por cacao y cuentas de piedra que eran su moneda[…]” También señaló Landa que los mayas hacían “sus muy grandes pesquerías de que comen y venden pescado a toda la tierra. Acostúmbranlo salar y asar y secar al sol sin sal, y tienen en cuenta cuál de estos beneficios ha menester cada género de pescado[…]” De esta manera se conservaba varios días, y se llevaba “a veinte y treinta leguas a vender, y para comerlo tórnanlo a guisar, y es sabroso y sano[…] Matan unos pescados muy grandes que parecen mantas y los conservan a trozos en sal[…]” (Landa 1982: 39, 121). A manera de conclusión para la discusión presentada hasta aquí, mencionaremos que de acuerdo con Robert Santley (2004), la producción de sal en Mesoamérica estaba organizada a nivel doméstico o por grupos pequeños de familias, y probablemente seguiría de esa manera, puesto que “aumentar la cantidad de productores[…] no aumentaría notablemente la eficiencia de la manufactura” en vista de las técnicas preindustriales disponibles (Santley 2004: 219), por lo menos hasta antes del periodo Postclásico (ca. 1450-1530). Santley señala que las técnicas tradicionales de manufactura de sal en Mesoamérica (muchas de origen prehispánico) eran comunes hasta tiempos recientes, cuando los métodos modernos de extracción y producción del cloruro de sodio permitieron un abasto barato y de fácil acceso de este producto indispensable. A continuación se discuten varios aspectos fundamentales de la producción, distribución y consumo de cloruro de sodio en diversas áreas de Mesoamérica, usando información derivada de la arqueología, la etnografía y la historia, para finalizar con una discusión sobre las implicaciones que tienen estas observaciones para la producción salinera en Michoacán en la época prehispánica. La cuenca de México A lo largo de la historia de la cuenca de México, la sal fue un importante bien de consumo popular, y la evidencia arqueológica sugiere que la demanda aumentó de manera constante. Presumiblemente, el incremento en la producción durante el Postclásico tardío se relaciona con las densas poblaciones que tenían una reducida fuente de proteína animal. Hay

47 evidencias confiables que permiten ubicar los sitios de producción durante el mencionado periodo. La elaboración fue más intensiva en el margen occidental del lago de Texcoco, en los límites norte y sur del centro urbano de Tenochtitlan. La extracción de cloruro de sodio también se llevó a cabo, aunque en menor escala, en el resto de las riberas del lago de Texcoco, y alrededor del lago de Xaltocan. Puede haber alguna base natural para la distribución de esta producción, por ejemplo variabilidad en las concentraciones de las sales más apropiadas para el consumo humano, aunque la presión de la enorme masa urbana de Tenochtitlan fue sin duda un factor importante en la intensidad de manufactura salinera en la periferia de la ciudad, para lograr la máxima proximidad a la mayor concentración de consumidores. Alrededor de los lagos de Texcoco, Xaltocan y Zumpango (Figura 3) había una franja de tierra salina de aproximadamente 500-1000 m de ancho, que en la antigüedad fue la principal zona de producción salinera. Aquí se encuentran grandes montículos amorfos de tierra, cubiertos con fragmentos de la abundante cerámica conocida como Texcoco Fabric Marked (TFM), un tipo tardío relacionado con la producción salinera de los aztecas (Figura 4). Estos elementos son evidencia de la intensidad de manufactura en la época prehispánica (Sanders et al. 1979: 85, 292-293). Los sitios arqueológicos de manufactura salinera en la cuenca de México se definieron con base en rasgos especializados únicos a ellos. Cada uno de estos sitios consta de un montículo bajo de tamaño variable y de relleno homogéneo de tierra, distribuidos a lo largo de las playas del lago de Texcoco, aproximadamente sobre la franja que se inunda intermitentemente. Es probable que el proceso de extracción salina incluía el lixiviado del cloruro de sodio a partir de los suelos altamente salinos, y los montículos de tierra son los desechos acumulados de este proceso. Sólo en pocos casos se encuentran elementos arquitectónicos asociados a estos sitios, por ejemplo en forma de montículos habitacionales en la cima de montículos más grandes. Otra característica esencial de estos sitios es que los restos de artefactos consisten casi exclusivamente de cerámica TFM. Tenemos evidencia razonablemente confiable de que esta cerámica se usó en la producción de sal (aunque más adelante se discuten otros posibles usos). La mayoría de estos sitios no representan asentamientos permanentes.

48 Dado que la TFM se limita a las fases de ocupación azteca, todas las estaciones salineras descubiertas son tardías. Sin embargo, la presencia ocasional de cerámica más temprana en estas localidades sugiere que algunas de ellas pueden tener también componentes teotihuacanos o formativos. También hay indicios (por la distribución en superficie de altas concentraciones de cerámica TFM) de que la manufactura salinera se llevó a cabo en otros sitios aztecas, que se han definido como caseríos y aldeas (Sanders et al. 1979: 57-58). Eduardo Noguera realizó un estudio sobre la producción de sal prehispánica en la cuenca de México, donde identificó los tlateles o “saladeras”, montículos formados por el proceso de lixiviado: “en gran parte del territorio de México se observan montículos de diversos tamaños, levantados en distintas épocas por pueblos prehispánicos; pero quizás una de sus mayores concentraciones es en el centro del país. Los tlateles son frecuentes a las orillas del lago de Texcoco.” Según Noguera, “el tipo de tlatel más común consiste en una pequeña elevación, que por regla general contiene cantidad de tiestos[...] Este tipo de tlateles contrasta con otro, igualmente presente en los lagos, consistente en montículos de tierra suelta como resultado de la explotación y extracción de la sal de las aguas del lago de Texcoco” (Noguera 1975: 117). Según el citado autor, “la típica cerámica que constituye el signo característico de las saladeras es la llamada de impresiones de textil, o fabric marked[…] la mayor cantidad de tiestos de este tipo procede de las orillas del lago de Texcoco dentro de los tlateles o saladeras, en las localidades de Tenochtitlan, Tlatelolco, Nonoalco, Ixtapalapa, Culhuacán y Chimalhuacán, así como en Chalco” (Noguera 1975: 138). Según Parsons (1994, 1996, 2001), la cerámica TFM aparece en altas concentraciones sólo alrededor de las márgenes del lago Texcoco-Xaltocan-Zumpango. Este tipo cerámico es muy abundante en los sitios del Postclásico tardío a lo largo de la orilla del lago salobre de Texcoco, mientras que está ausente casi por completo en los alrededores del lago de Chalco, que es de agua dulce. Esta distribución regional, más que ninguna otra cosa, señala la asociación entre la cerámica TFM y las actividades relacionadas con la producción de sal (Parsons 2001: 249). La cerámica TFM se ha encontrado en concentraciones superiores al 90%, sobre la superficie de montículos bajos de forma irregular, la mayoría de ellos con medidas de 10-

49 20 m de longitud y 1-1.5 m de alto, aunque algunos llegan a medir hasta 400 m de largo y 2 ó 3 m de alto. En la mayoría de los casos estos montículos se encuentran en áreas donde la salinidad natural del suelo es tan grande que casi no hay vegetación (Parsons 2001: 251). La presencia de montículos cubiertos de TFM, junto con los relatos del siglo XVI que hablan de actividades salineras en las playas del lago de Texcoco, llevaron a la mayoría de los arqueólogos a asociar este tipo cerámico con la producción de cloruro de sodio por parte de los aztecas. Algunos investigadores, notablemente Charlton (1969, 1971) han sugerido que la cerámica TFM se usó para cocer la salmuera bajo fuego para obtener sal cristalizada, pero el punto de vista predominante hoy en día es que el cloruro de sodio no se cocía en estas vasijas, sino que se empacaba en recipientes del tipo cerámico mencionado, para su distribución por todo el valle de México y áreas vecinas. Sin embargo, en vista de las escasas excavaciones practicadas hasta ahora en los supuestos sitios salineros, ha resultado muy difícil determinar la verdadera relación que existió entre la cerámica TFM y la industria salinera de la cuenca de México (Parsons 2001: 251). Por otra parte, es posible que la TFM pudo haber sido utilizada en algún tipo de actividad de explotación lacustre completamente diferente a ya mencionada. Se ha sugerido, por ejemplo, que pudo haber servido como recipiente para colorantes de textiles, usando soluciones de tinte que incorporaban alguna forma de sal como mordiente (o sea, agente fijador) (Parsons 1996: 446). Finalmente, Parsons ha insistido sobre la posibilidad de que esta cerámica se haya utilizado no para cocer la salmuera, sino para otras partes del proceso de manufactura. Las siguientes palabras del citado autor son bastante ilustrativas: “sigo sospechando que la cerámica TFM pudo haber jugado algún papel en el secado final de la sal cristalizada en un contexto de bajo calor, tal vez dentro o cerca de una hoguera[...] dadas las variaciones en forma y volumen de la cerámica TFM, parece que hubo cierto esfuerzo de producir sal para el intercambio en cantidades y formas estandarizadas” (Parsons 2001: 257). 6 6

Un reciente estudio de unidades domésticas en el sitio prehispánico de Xaltocan en la cuenca de México, sugiere que el consumo de sal en el sitio durante las fases Azteca II (ca. 1250-1320 d.C.) y III (ca. 1350-1521 d.C.) puede inferirse por la cantidad de cerámica TFM encontrada en las excavaciones. La sal que se usaba como conservador para la carne y pescado, así como mordente en la elaboración de textiles, era comprada en bloques que se almacenaban en vasijas del tipo TFM. Durante el periodo Azteca I (ca. 900-1250 d.C.) es probable que los habitantes de este sitio hayan producido su propia sal, y en vista de la ubicación lacustre del asentamiento tal vez se aprovecharon recursos abundantes como pesca y cacería de aves acuáticas. Ambas actividades hubieran requerido grandes cantidades de sal como preservativo, lo que se refleja en la gran cantidad de restos de cerámica TFM (De Lucia y Overholtzer 2014:450-451).

50 Esta idea se ve apoyada por las investigaciones realizadas por Karl Riehm en Essex, Inglaterra, hace varias décadas. Ahí se han encontrado cilindros de barro parecidos a pequeñas columnas de sección redonda o cuadrada, así como recipientes de barro poroso, junto con muchos fragmentos de ollas grandes para la cocción (Riehm 1961: 181-182). Estos objetos altamente porosos resultaron ser poco apropiados para cocer la salmuera, pues en experimentos realizados se vio que al verterla dentro de ellos el barro absorbió al líquido como esponja, y al calentarse las paredes se rompieron y la salmuera se derramó. Por lo anterior se dedujo que estas vasijas fueron usadas como moldes, y que formaron parte de un sistema para secar la sal. Se llenaban con la sal recién cocida, y probablemente estaban alrededor de un fuego. Este molde era útil para una sola ocasión, ya que tenía que romperse para sacar el pan de sal endurecida. La mejor temperatura para secar la sal era entre 60º y 70º C. Los salineros prehistóricos de Essex estaban tratando de dar al producto recién cocido una forma firme con tamaño definido y peso lo más estandarizado posible, usando estas vasijas en el proceso del secado. De esta forma, ante la falta de pesas y balanzas, las piezas de sal de forma estándar podrían haber sido usadas como unidad de valor para el intercambio (Riehm 1961: 184). Regresando a la cuenca de México, vemos que han sido muy pocas las excavaciones arqueológicas realizadas en sitios salineros prehispánicos; en gran medida esto se debe a la destrucción de los vestigios arqueológicos por el crecimiento de la mancha urbana de la ciudad de México, pero también a la relativa falta de interés por parte de los investigadores. Sin embargo, durante los trabajos de salvamento arqueológico efectuados en 1977 a raíz de la construcción del sistema de transporte colectivo de la ciudad de México, se pudo explorar una pequeña parte de la ribera noroeste del antiguo lago de Texcoco, descubriéndose restos de un taller salinero del Postclásico tardío. En estas excavaciones se identificaron construcciones de tipo habitacional, además de otras de carácter administrativo-religioso e industrial. Entre estas últimas se pueden mencionar tinas, hornos y un espacio para almacenamiento, todo ello relacionado con la producción de sal (Sánchez Vázquez 1989: 81-82). Las tinas son rectangulares, cubiertas de aplanado de cal, con las siguientes medidas: 3.5 x 2.15 m, y 1.75 x 0.65 m, y con por lo menos 28 cm de profundidad. También se descubrieron tres hogueras cubiertas de ceniza, una posible área de almacén, y un pozo poco profundo, todo ello asociado con abundante cerámica TFM, en

51 un área de 250 m2. En este lugar pudo haberse combinado la evaporación solar de la salmuera con la cocción a fuego directo (Parsons 2001: 255; cf. Sánchez Vázquez 1989). Según Charles Gibson (1964), en la época colonial la industria salinera dependía de las salmueras naturales de los lagos al norte de la cuenca y del lago Texcoco, que contenían principalmente sal común (cloruro de sodio) y carbonato de sodio. Aparentemente los indígenas no obtenían sal directamente de las aguas del lago, sino siempre de los suelos circundantes donde las sales se acumulaban en mayores concentraciones que en su estado diluido. La extracción de sal era especialmente una actividad de la época de secas y de períodos de bajo nivel lacustre. El proceso incluía el lixiviado de suelos para obtener soluciones concentradas y la evaporación de éstas artificialmente para obtener sales residuales. El barón Alexander von Humboldt (1966: 135), quien vio la extracción de sal en la ribera del lago de Texcoco en la época colonial tardía, hizo la observación de que el cambio tecnológico desde tiempos prehispánicos implicaba solamente la sustitución de vasijas de cobre por las de barro, y el uso de estiércol como combustible. Los comentarios no sistemáticos sobre esta industria durante el siglo XVI confirman este juicio al menos en parte, indicando el uso de tierra impregnada, su lavado en agua, calentamiento, destilación y finalmente la extracción de la sal. Hasta donde sabemos, los procesos modernos de evaporación solar no se emplearon en el periodo colonial. El producto final era un bloque de varias sales secas oscuras, en forma de hogaza redonda del tamaño de un pan grande de trigo. Estos “panes” fueron objeto de comercio en un área bastante grande en el siglo XVI, y en ocasiones generaron fortunas bastante sustanciales entre los indígenas (Gibson 1964). La industria indígena salinera en el siglo XVI floreció en las comunidades de Mexicaltzingo, Coyoacan, Mixcoac, Huitzilopochco, Guadalupe, Ixtapalapa, Ecatepec y muchos otros pueblos de la ribera, mientras que los asentamientos en tierra más alta y menos cercanos al lago obtenían este mineral codiciado por comercio con los pueblos ubicados más convenientemente (Gibson 1964: 338). La información que tenemos sobre los mercados prehispánicos en la cuenca de México, aunque escasa, resulta bastante ilustrativa sobre el papel de la sal dentro de esta institución mesoamericana. Por ejemplo, el manuscrito 106 de la Colección Goupil-Aubin, en la Biblioteca Nacional de París, muestra una ilustración del mercado de Tenochtitlan, en

52 la que se puede ver en la tercera hilera los “puestos” donde se vendían los siguientes productos: tabaco, chian (salvia), maíz, frijol, algodón y sal (Durand-Forest 1971: 122). Para el siglo XVII tenemos las observaciones de Thomas Gage indicando un gran nivel de producción salina en la cuenca: “por experiencia puedo atestiguar que de esa parte del agua salada gran cantidad de sal se hace diariamente, y es parte del gran comercio de esa ciudad hacia otras partes del país[...] parte de ella [la sal] se manda hasta las islas Filipinas” (Gage 1929: 63). Los métodos más antiguos de producción salinera todavía subsisten en algunos lugares de la cuenca de México, donde fueron observados por Ola Apenes, quien en la década de los cuarenta documentó las actividades salineras en San Cristóbal Nexquipayac, una aldea de aproximadamente 900 habitantes en el margen noreste del lago de Texcoco (Apenes 1944). En esa época Nexquipayac ya era la última comunidad en la cuenca de México con un interés significativo en la producción de sal (Parsons 1994: 259). La forma más simple de aprovechar estas substancias salinas en el lago Texcoco es rompiendo las costras que se forman en charcos durante la época de secas. Este material, conocido como tequesquite, se vende para uso doméstico o en plantas químicas (Apenes 1944: 37). El propósito del proceso más elaborado que observó Apenes era separar los componentes del tequesquite en productos más simples, principalmente sal blanca para uso doméstico, sal obscura para conservación de la carne y finalmente salitre. Los salineros reciben el nombre de iztatleros, palabra derivada de iztatl, que quiere decir “sal” en náhuatl. Poseen un profundo conocimiento de las características de la tierra procedente de distintos lugares, en lo referente a su contenido salino. Según el producto final deseado, diferentes tipos de tierra se mezclan, se ponen sobre el piso y luego los salineros caminan descalzos encima de la tierra. Ciertos tipos de tierra se añaden a la mezcla, que se supone tenían efectos limpiadores sobre el producto final; tal es el caso de la “tierra dulce” (necuticapoyatl en náhuatl). Posteriormente se coloca la mezcla de tierras en una excavación cilíndrica llamada “pila”, que está situada de tal forma que puede drenarse a través de un tubo que sale de la parte central del fondo (Figura 5). La apertura interior del tubo está protegida por un filtro hecho de ayate (tela de fibra de maguey). Cuando se vierte agua dulce sobre la tierra en la pila el agua disuelve las sales y gotea lentamente a través del tubo. La solución concentrada se recoge en una vasija de barro y se pone en la

53 “paila”, una tinaja rectangular que se coloca en una primitiva estufa de adobe (Figura 6). Aquí tiene lugar la cristalización, que puede durar de una a tres horas. Como combustible se utilizaban antiguamente varas de maíz, hierbas o excremento animal, ya que la madera es escasa en la región. Cuando se desea un producto más fino, la masa cristalizada se lava rociándola con agua. El iztatlero se llena la boca de agua y la escupe sobre la sal, o utiliza un “rociador”. Un método más complicado consiste en retirar el agua antes de que termine completamente la cristalización, y secar las sales que ya se habían solidificado. Debido a las diferencias en solubilidad de los distintos tipos de sales a diferentes temperaturas, la solución resultante tiene una composición distinta, dando un producto diferente al cristalizarse. Este procedimiento puede repetirse, obteniéndose varios tipos de sal, siendo el último en la secuencia el salitre (Apenes 1944: 35-40). Durante sus recorridos arqueológicos en la región de Texcoco en 1967, Jeffrey Parsons descubrió que se seguía elaborando sal en Nexquipayac, aparentemente con técnicas idénticas a las reportadas por Apenes alrededor de 30 años antes. Según Parsons (1994), a pesar de los conocimientos generales que se tienen acerca de la importancia de las actividades salineras del periodo Postclásico en la cuenca de México, existe poca información específica sobre esta actividad, especialmente para las fases tempranas de la época prehispánica. Por ejemplo, no sabemos cómo fue empleada la cerámica con impresión textil, cómo se hacía la sal (v.gr. si se usaron técnicas de cocimiento, o si la mayor parte de la producción fue por evaporación solar); cuánto trabajo humano o combustible había que invertir en la manufactura de este producto; los niveles de producción que eran posibles con la tecnología indígena; si ésta era una ocupación estacional o bien realizada todo el año; si la llevaban a cabo especialistas de tiempo completo; qué tan importante fue dentro del sistema de mercado, intercambio y tributo prehispánico; qué cambios se presentaron en todos estos aspectos a través del tiempo (Parsons 1994: 261-262). La manufactura de sal en Nexquipayac se realiza en talleres especializados (Figura 7) y consta básicamente de seis pasos (Figuras 8-11): (1) recolección de los suelos cuyas sales van a extraerse; (2) mezcla de los suelos en la manera indicada, para obtener uno de los cuatro posibles productos (sal blanca, sal negra, sal amarilla o salitre); (3) filtrado de

54 agua a través de los suelos para lixiviar las sales y concentrarlas en una solución de salmuera; (4) cocción de la salmuera para obtener sal cristalizada; (5) secado de la sal cristalizada; (6) venta del producto (Parsons 2001: 16-17). La producción de cloruro de sodio en Nexquipayac requiere de tres tipos principales de inversión, ya sea de trabajo o de capital: (a) mantenimiento de los talleres y áreas de producción; (b) asegurar el acceso a las tierras apropiadas; y (c) obtención de combustible para las operaciones de cocción (Parsons 1994: 263). Las fuentes del siglo XVI sugieren que pudieron haber existido dos distintos procesos de manufactura en el lago de Texcoco al momento de la conquista española: uno similar al observado actualmente en Nexquipayac, que incluía el lixiviado de tierras salitrosas y cocción de la salmuera, y otro más simple, que utilizaba la evaporación solar de charcos poco profundos de agua salada. Los sitios salineros prehispánicos se limitan en su distribución en la cuenca de México a la estrecha franja alrededor de las playas lacustres, de hecho este es el único nicho ecológico donde esperaríamos encontrar este tipo de sitio arqueológico. Es probable que para minimizar los costos de transportación, prácticamente todos los talleres salineros se hayan ubicado justo en el área donde estaban los mejores suelos, cambiando de lugar cuando se agotaba una fuente particular de tierra (Parsons 1994: 275). Sahagún parece haber ignorado el elemento usado para lixiviar la tierra, la ya mencionada “pila”, en su descripción de las técnicas salineras indígenas de la cuenca de México en el siglo XVI. La omisión de un elemento tan visible y distintivo es enigmática, y puede hacernos pensar que el lixiviado de suelos en la época prehispánica podría haberse realizado de otra manera. Si las pilas no formaban parte del proceso prehispánico, entonces los talleres antiguos (y sus restos arqueológicos) resultarían bastante diferentes de los modernos (Parsons 1994: 275). No obstante lo anterior, muchos de los talleres salineros prehispánicos (al menos los del Postclásico) probablemente tuvieron las mismas funciones y contaron básicamente con los mismos elementos e implementos (con piedra, madera y barro en vez de metal, plástico, hule, etc.) observados en Nexquipayac a lo largo de los últimos cincuenta años: pisos para mezclar la tierra, pozos para lixiviado, recipientes para la salmuera, acumulaciones masivas de tierra desechada, estructuras para almacenamiento de tierra y otras para cocción,

55 recipientes grandes para almacenar agua y salmuera, otros más pequeños para transportar el agua y la salmuera dentro de los talleres, raspadores para preparar y reparar la superficie de la pila, herramientas para excavar el pozo de la pila y para golpear sus paredes (con el objeto de endurecerlas), y elementos para secar la sal húmeda recién elaborada (Parsons 1994: 276). En resumen, el arqueólogo puede pensar en por lo menos dos tipos de localidades de producción básicamente diferentes: (1) talleres bien definidos y probablemente de ocupación prolongada, operados por especialistas de tiempo completo o parcial, que producían sal por medio de cocción de la salmuera obtenida del lixiviado de tierras salitrosas, y (2) talleres mal definidos, y probablemente muy efímeros, tal vez trabajados principalmente en la época de secas por artesanos no especializados que obtenían el producto por evaporación solar. Varias combinaciones de estos dos tipos también son posibles, por supuesto. Por ejemplo, podríamos encontrar talleres en los que se practicó tanto la evaporación solar como el lixiviado y cocción, o bien salineros especializados pudieron haber cambiado estacionalmente entre talleres de lixiviado-cocción en la época de lluvias y de evaporación solar en las secas (Parsons 1994: 278). Parsons (1994) sugiere que, a causa principalmente de los altos costos de combustible y la necesidad de contar con conocimientos y experiencia técnica, que sólo la producción especializada podría ofrecer, es poco probable que el método de lixiviadococción haya sido muy importante antes del Postclásico medio (ca. 1150-1350 d.C.) en la cuenca de México. El estímulo para la transformación de una forma de producción más generalizada basada en evaporación solar a otra más especializada basada en lixiviado y cocción, pudo haberse presentado gracias a la combinación de dos factores básicos que provocaron la necesidad de niveles de producción significativamente más altos después de ca. 1200: por una parte, un importante y sostenido crecimiento de la población a nivel regional, y por otra, cambios en la economía política que hicieron necesarias mayores cantidades de pescado salado, de textiles teñidos, de agentes limpiadores y de sal empacada uniformemente. Todos estos productos se requerían para abastecer a las comunidades cada vez más urbanizadas, así como para el funcionamiento de los sistemas de mercados y de tributo. También fueron importantes para la definición de una jerarquía sociopolítica más compleja (Parsons 1994: 284).

56 Los recursos no agrícolas del Lago Texcoco-Xaltocan-Zumpango, particularmente la sal y los insectos comestibles (y quizá también las algas), fueron tan importantes como fuentes de energía y para la economía, que atrajeron a grandes cantidades de personas dedicadas de tiempo completo a su obtención, procesamiento y distribución durante el Postclásico medio y tardío. Estos recursos seguramente también fueron relevantes en términos sociopolíticos (Parsons 1996: 442; ver también a Williams 2014a y 2014b, para ejemplos en los lagos de Pátzcuaro y Cuitzeo). Parece probable que durante siglos (o tal vez milenios) la sal también se ha producido en la cuenca de México a través de evaporación solar en la época de secas, en charcos poco profundos alrededor de las orillas del lago. Los dos métodos de producción – cocción de la salmuera a fuego y evaporación solar-- han sido utilizados simultáneamente durante tiempos históricos, y es probable que ambos se usaron en tiempos prehispánicos. Esta idea tiene un problema inherente, pues nadie ha descrito en detalle esta técnica, por lo que no tenemos suficiente información sobre las manifestaciones materiales de la fabricación de sal por evaporación solar, un proceso que sobrevivió hasta los años cuarenta en esta región, y que claramente era menos complejo que el método de lixiviado y hervido en términos de los procedimientos e implementos usados, los requerimientos de combustible y el grado de conocimientos especializados que se requerían (Parsons 1996: 446). Durante la época de secas (octubre-mayo) se forman grandes costras de sal naturalmente sobre extensas áreas en las orillas del lago de Texcoco. Estas costras simplemente se remueven (probablemente se cortan, se escarban o se raspan), se rompen o pulverizan y se limpian para usarse. Estas simples operaciones pueden extenderse e intensificarse preparando tinas artificiales de evaporación sobre la orilla del lago, o aumentando el tamaño de las naturales que ya existen. Sin embargo, la técnica de evaporación solar es esencialmente bastante sencilla, requiere de pocos conocimientos especializados y no necesita tecnología compleja o combustible. Depende casi por completo de las condiciones naturales para determinar el momento, la localización y la calidad de su producción. Los salineros modernos que usan el método de lixiviado y cocción típicamente pasan una cantidad de tiempo considerable buscando buenos depósitos de suelo salino en el fondo lacustre, a distancias de hasta varios kilómetros de sus talleres,

57 excavando la capa superior de la superficie, y transportándola de regreso al taller. Muchas de estas actividades dejan tenues huellas en muchas partes del lecho lacustre, y probablemente tienen análogos prehispánicos con alguna forma de expresión arqueológica que todavía no se ha reconocido (Parsons 1996: 446-447). Oaxaca La sal fue un recurso estratégico en Oaxaca desde por lo menos el periodo Formativo. Durante esta época, la producción salinera estaba limitada a las aldeas ubicadas cerca de los manantiales salinos. Desde fechas tempranas, alrededor de 1300 a.C., algunas áreas productoras eran visitadas brevemente, pero no llegaron a construirse casas ahí. Durante el periodo Formativo medio (ca. 900-300 a.C.) la elaboración de sal comúnmente era hirviendo el agua salobre de los manantiales en vasijas de barro. De hecho, la manufactura de cloruro de sodio probablemente fue una de las especializaciones regionales más generalizadas en Mesoamérica durante el Formativo (Flannery y Winter 1976: 39-40). En tiempos más recientes (periodos Clásico-Postclásico), el número de sitios prehispánicos que probablemente se dedicaron a la producción de este recurso en el valle de Oaxaca es de alrededor de 16. Estas localidades pueden dividirse en pequeñas, que miden menos de 10 hectáreas (se han localizado once) y grandes (se han localizado dos). Uno de los dos sitios grandes, Lambityeco, tiene un tamaño de más de 100 hectáreas. Aparte de los sitios del valle, por lo menos siete localidades salineras importantes existieron en el Istmo de Tehuantepec durante la época colonial (Peterson 1976). El sitio salinero de mayor tamaño en el valle es Lambityeco, que fue foco de producción hasta la década de 1940-1950. También se efectuó la producción de cloruro de sodio en este sitio durante la época prehispánica. De hecho, en la superficie se encontraron áreas con densas concentraciones de ceniza y de cerámica, lo que sugiere una intensa producción; muchos fragmentos de carbonato han sido levantados de la superficie en estas áreas. Algunas de estas localidades fueron excavadas, revelando la presencia de grandes ollas que probablemente fueron empleadas en la producción salinera, puesto que tenían restos de carbonato en su interior. Además, son muy comunes en algunas partes sobre la superficie de Lambityeco tiestos desgastados, los cuales probablemente se usaron para raspar la sal del interior de las vasijas de cocción (Peterson 1976: 70).

58 Algunos sitios oaxaqueños parecen haber utilizado una técnica de producción que incluía la cocción en vasijas de barro de la salmuera natural obtenida en manantiales. En muchos otros sitios, incluyendo Lambityeco, el lavado (lixiviado) de suelos para obtener salmuera parece haber sido el método empleado; la etapa final del proceso era similar a la empleada en sitios con manantiales. Hierve el Agua, localizado fuera del valle, pudo haber usado un proceso de evaporación solar que incluía la distribución de salmuera natural en áreas extensas de terrazas donde el líquido salino se cristalizaba a través del calor solar (Peterson 1976: 81). El aspecto más distintivo de este sitio arqueológico es la complejidad de la red de canales y acueductos que llevaban salmuera a una serie descendiente de pequeñas terrazas niveladas, diseñadas para maximizar la evaporación del agua y la precipitación de los minerales (Hewitt et al. 1987: 813). Los restos arqueológicos consisten en terrazas, así como la extensa red de canales que se origina en los manantiales, y un área residencial de plataformas y plazas sobre un promontorio encima de los manantiales. Este sitio estuvo continuamente ocupado con seguridad entre 500 a.C. y 1350 d.C., y probablemente hasta el Postclásico tardío (1250-1521 d.C.). Se había sugerido que las terrazas y canales eran obras hidráulicas para la agricultura, pero la más reciente evidencia arqueológica parece indicar que se trataba en realidad de un sistema de producción de sal a gran escala (Hewitt et al. 1987: 799- 807). 7 Las localidades salineras prehispánicas de Oaxaca pudieron identificarse por la presencia de los siguientes elementos: a) acumulaciones extensas de ceniza en la superficie; b) tiestos con laminado de carbonato; c) tiestos desgastados, usados como raspadores para remover la sal de las vasijas de cocción; d) tiestos con abrasiones, que pudieron haberse usado como tapaderas de las vasijas de cocción para impedir que la salmuera se derramara al momento de cocerse; y por último, e) vasijas de cocción in situ, las cuales, en algunos casos, pueden verse en la superficie (Peterson 1976: 84). Según Peterson (1976: 88), la excesiva densidad de cerámica en la superficie de Lambityeco es consecuencia de las intensas actividades productivas de sal en la antigüedad. Ninguna otra actividad comercial en el Valle de Oaxaca, incluyendo la manufactura de cerámica misma (que produce pocos restos), podría ser capaz de producir las grandes 7 Una reciente interpretación de este sitio (Marcus y Flanney 1996: 148) sostiene la idea originalmente propuesta de que las terrazas y los canales se usaron como elementos de irrigación para el cultivo, no para producir sal como indican Hewitt et al. (1987).

59 cantidades de fragmentos de vasijas presentes en este sitio. Este desecho de tiestos fue necesario para la producción de cloruro de sodio, como se sugiere por datos sobre cerámica en sitios salineros en diversas partes del mundo. Peterson (1976: 90) condujo excavaciones para comprobar si las zonas bajo la superficie en áreas donde supuestamente se localizaron las actividades salineras contenían evidencia de carbonatos y de tiestos tempranos. En estas excavaciones se encontraron 88 fragmentos de raspadores, 42 fragmentos con abrasiones (probablemente partes de las “tapaderas” de vasijas para cocción de salmuera), 70 fragmentos de carbonato, y 45 raspadores, representando tiestos diagnósticos del Periodo I (ca. 500-100 a.C.). El método histórico de producción en el Valle de Oaxaca, según lo ha descrito Peterson (1976: 94-96), era el siguiente: los suelos salinos se juntaban con azadones de metal y se llevaban en canastas al sitio de filtración y cocimiento. En el sitio de cocción o cerca del mismo, se filtraba el agua a través de la tierra, usando vasijas rotas o rajadas en la base, suspendidas sobre el suelo en montículos de tierra o en soportes de madera. La tierra salina se añadía a la vasija, y se introducía el agua por arriba. El agua pasaba a través de la tierra salina y arena, saliendo por la base, goteando en un recipiente puesto bajo las vasijas de filtración. Después del filtrado, la tierra se sacaba de estas vasijas y se tiraba cerca. El agua filtrada luego se colocaba en un “contenedor”, una vasija grande donde se tenía la salmuera antes de cocerse, o bien se ponía directamente en las vasijas para cocción. Cuando se ponía la salmuera en el “contenedor”, con el tiempo se acumulaban gruesas capas de carbonato en el interior. Los salineros consultados por el autor dijeron que usaban seis vasijas para cocción en un horno, que contenían aproximadamente tres litros de salmuera cada una. El combustible vegetal se introducía en un extremo del horno, y la cocción se llevaba a cabo por períodos de varios días. Los recipientes para la cocción usados en tiempos históricos tenían una vida breve, por lo general de una semana. La salmuera se reducía a través de la cocción a una masa de color amarillo, misma que burbujeaba y salpicaba considerablemente, haciendo necesario el uso de tapaderas. Un fragmento de barro pequeño y curvo, llamado “asiento”, se ponía en el centro de cada vasija para cocción. Estos tiestos capturaban las sales “amargas”, las substancias más solubles que se volvían sólidas, al acercarse el final del cocimiento.

60 Después de rasparse de la vasija de cocción, la masa de sal amarilla con otras substancias químicas se ponía en una tela de algodón (o en un petate) que había sido colocada en una pila de ceniza; luego se rociaba agua dulce fuertemente sobre la masa. Dado que eran más solubles que el cloruro de sodio, las otras substancias químicas eran trasladadas por el agua a la ceniza, dejando la sal blanca. Los montones de ceniza sin cerámica probablemente fueron utilizados en el pasado para el lixiviado de sales amargas, separándolas del cloruro de sodio. Estos montones de ceniza se han encontrado en varios sitios oaxaqueños, como La Colorada, Guelavia y Río Salado. Esta técnica pudo haberse utilizado en el valle de Oaxaca desde finales del periodo V (ca. 1000-1521) y también en la época colonial. Se ha encontrado cerámica prehispánica similar a los “asientos” en Lambityeco tanto en superficie como en excavación, bastante erosionada en el exterior (Peterson 1976: 96). A continuación se discuten brevemente los dos métodos que según Peterson (1976) probablemente se usaron para producir sal en el valle de Oaxaca en la antigüedad. En el primer método --usado antes de y durante el periodo IV (ca. 750-1000 d.C.)-- no se filtraba la tierra para obtener salmuera; por eso no hay suelos filtrados ni acumulaciones de tierra desechada en los sitios salineros de este periodo. Las gentes de estos tiempos tampoco usaron hornos para cocer la salmuera; sus vasijas para cocción eran más grandes que las usadas históricamente. Tanto su tamaño como la presencia de manchas de fuego en el exterior sugieren cocción al aire libre. Los salineros del periodo IV pudieron haber obtenido la salmuera directamente de pantanos salinos, o bien mezclando tierra salitrosa con agua para aumentar el contenido de sal de la salmuera. También pudieron haber raspado sal de la superficie de la tierra donde se había secado al sol, como sucede actualmente. Debieron acarrear salmuera, en vez de tierra, directamente a las áreas de cocción en el interior del sitio, aunque también pudieron haberla cocido junto al pantano salino. La localización de los lugares productores sugiere una explotación intensiva del área salitrosa en el punto de mayor salinidad (Peterson 1976: 101). En el segundo método, empleado durante el periodo V (1000-1521 d.C.) y posteriormente, se usaron hornos para elaborar sal. Las excavaciones han descubierto áreas de color claro bajo la superficie, que podrían representar los pisos de los hornos. Los

61 salineros de este periodo usaron grandes tinajas de barro para mezclar la tierra salina con agua y así obtener salmuera. Aparentemente estas vasijas fueron quebradas en la base y luego enterradas hasta el bordo, cerca de un pantano salitroso, permitiendo así que la salmuera natural se filtrara del manto acuífero. Una vez que el agua se había filtrado, se le pudo añadir tierra salina; la salmuera obtenida en este proceso pudo haberse retirado y cocido en hornos cercanos. Los interiores de estas tinajas estaban muy raspados y contenían láminas de carbonato de consistencia similar al lodo; estas vasijas se apoyaban alrededor de la base o junto a los bordes con tiestos quebrados fijados con estuco. A principios de 1300 d.C., las gentes del periodo V tal vez filtraban suelos para obtener salmuera, pues las tinajas grandes para mezclar tierra desaparecen del registro arqueológico, y se encuentran grandes montículos de tierra junto a las localidades de producción. Los tiempos de mayor cambio tecnológico fueron los inicios del periodo V (1050 d.C.), con la aparición de hornos, tinajas para mezclar y posiblemente “asientos”, mientras que en 1300 d.C. aparece el filtrado de tierra (Peterson 1976: 102-103). Otro sitio oaxaqueño donde se han identificado actividades salineras prehispánicas es Fábrica San José (Drennan 1976). La distribución de tiestos con depósitos de carbonato de calcio en este lugar sugiere algunas ideas sobre cómo se estructuraba esta actividad. En primer lugar, estos tiestos no aparecieron en grandes concentraciones en un mismo lugar del sitio, sino que estaban distribuidos alrededor de varias casas en frecuencias relativamente bajas. Esto indica que la producción de sal no fue una industria a gran escala con especialistas de tiempo completo; más bien se trataba de una especialización menor, presente en la mayoría, si no es que en todas, las casas dentro del sitio. En segundo lugar, la evidencia no mostró una asociación con las unidades domésticas de más alto status, por lo que la actividad salinera no explica las diferencias en status observadas en el sitio (Drennan 1976: 136). Varios manantiales de agua salada se encuentran en el sitio de Fábrica San José, donde se elaboraba cloruro de sodio comercialmente desde los tiempos más antiguos (periodo Formativo medio, ca. 850 a.C.) hasta la Revolución de 1910. El método de producción incluía la captación de agua de los manantiales en grandes tinajas, la cual luego se pasaba a ollas grandes para cocerla. Los residuos de sal cristalizada que quedaban después de cocer el agua se raspaban de las ollas y se moldeaban a mano en forma de bola,

62 mientras todavía estaban húmedos. Uno de los elementos usados en esta operación todavía está visible; se trata de un pozo rectangular de aproximadamente 2 por 3 m, excavado en la roca madre alrededor de un manantial, de tal forma que la salida del agua está en el fondo del pozo. Se encontraron en las excavaciones otros elementos similares con fecha respectivamente del Postclásico, de la época colonial y de tiempos modernos. La manera de hacerlos fue excavando pozos cilíndricos y cubriendo sus paredes con piedras planas. Algunos de estos pozos tenían depósitos laminares de hasta 15 cm de grosor, similares a los dejados por el agua de los manantiales en otros lugares. Estos elementos, sin embargo, no aparecen en el Formativo medio; la única evidencia de que el agua de los manantiales fue de hecho usada para elaborar sal durante este periodo consiste en tiestos con una capa que se parece a los depósitos dejados en otros lugares por este tipo de agua. Aunque esta agua contenía más de 90% de cloruro de sodio en solución, los depósitos en los tiestos son más de 90% carbonato de calcio, el cual también se encuentra en el agua de los manantiales, al igual que cloruro de sodio. Este último, que es más soluble, puede ser removido por el líquido, mientras que el carbonato de calcio se deposita como travertino. Un proceso similar pudo haber ocurrido en los recipientes donde se permitía asentarse al agua de los manantiales (Drennan 1976: 257). El análisis de las técnicas de transformación y del esfuerzo hipotéticamente requerido para la producción en el valle de Oaxaca sugiere que la sal de esta región era más costosa que la de la costa, bajo ciertas condiciones. Dentro del valle la fuente salina menos costosa fue Lambityeco, pero los habitantes del área pudieron haber conseguido cloruro de sodio de otras localidades. Por otra parte, pudo haber existido un mercado en este sitio, y los materiales que llegaban hasta él en intercambio por la sal eran de muy diversa naturaleza y de distintas fuentes: obsidiana, varios tipos de piedra, jade, estuco, concha y cerámica (Peterson 1976: 138). Por otra parte, en la costa de Oaxaca también se obtenía cloruro de sodio, aunque aquí el método prehispánico muy probablemente era la evaporación solar. Los sitios de evaporación tuvieron que localizarse cerca de la playa, y eran abastecidos de agua salada por el mar. Si estas localidades de evaporación no estuvieran cerca de la playa, la transportación de salmuera en vasijas de barro hacia las áreas de secado hubiera resultado

63 en un mayor costo por el esfuerzo humano invertido en la producción. La preparación de áreas de trabajo tierra adentro también hubiera representado un mayor esfuerzo. A mediados de los ochenta del siglo pasado David Grove llevó a cabo una prospección arqueológica en la costa de Oaxaca, donde encontró varios sitios salineros todavía en operación. Este investigador ha dicho lo siguiente sobre este trabajo: “yo estoy muy interesado en la cerámica más antigua de Mesoamérica, y estaba intrigado por las fechas tempranas obtenidas en la costa del Pacífico[…] Tenía curiosidad de descubrir qué hallazgos [de materiales] tempranos podrían realizarse en el área entre Acapulco [Guerrero] y Chiapas. El Río Verde y el Parque Nacional Chacahua[… están] exactamente a la mitad [entre estas áreas] por lo que[…] iniciamos un proyecto ahí en 1986[…]” Grove ha dicho que “quería enfocar la investigación alrededor de los viejos sistemas de esteros ahí, por lo que una de nuestras primeras tareas fue hacer la prospección del área. Estábamos buscando concheros y basureros, así como evidencia de sitios habitacionales del periodo Formativo. Sin embargo, cuando realizamos la prospección de superficie[…] encontramos varios ejemplos de actividades de elaboración de sal[…]” De acuerdo con Grove, por lo menos un sitio salinero era del periodo colonial, incluyendo tiestos de cerámica mayólica, “pero la mayoría eran recientes (tal vez de tan sólo unos cuantos años) […] quisimos preservar esta información y por ello tomamos fotos para registrar los sitios salineros[…]” (David Grove, comunicación personal, 24 de marzo de 2014). Los sitios que menciona Grove se localizan junto a la Laguna de Chacahua, en la costa del Pacífico del estado de Oaxaca, a unos 50 km al oeste de Puerto Escondido (Figura 12). Según Juan Carlos Reyes, en esta área se encuentran algunas de las más “primitivas” técnicas de lixiviado de tierras para elaboración de sal conocidas en Mesoamérica (Reyes 2004: 189). Las “eras” de evaporación solar que se usan aquí son de forma circular y poco profundas (Figura 13), mientras que el dispositivo para la filtración de la salmuera es una estructura hecha de madera y barro que mide aproximadamente 1 m por 1.60 m y altura de 70 cm (Figura 14) parecida al tapeixtle, el elemento de filtración mencionado posteriormente en este libro. En otra parte de Oaxaca, las salinas de Silacayoapan (Mixteca Baja), constan de varios manantiales de los que parte una serie de complejos canales de distribución de agua, mismos que salen del manantial y, aprovechando los desniveles de la topografía, conducen

64 a aquélla a una serie de terrazas conocidas como “cajetes” o “asoleaderos”. Los cajetes están dispuestos en forma paralela, y se encuentran unidos por compuertas que permiten que el agua se distribuya de manera uniforme (Viramontes 1995). En el cruce de los canales de distribución hay unas depresiones de forma cilíndrica conocidas como “cuexcomates” o “trojas”, que almacenan el agua para un proceso posterior. Alrededor del manantial se construye un estanque de aproximadamente 3 m2 que facilita la extracción del agua, evitando que el manantial quede obturado por las mismas sales minerales que se pretende aprovechar. El proceso de producción de sal se efectúa principalmente entre los meses de enero y abril, durante la estación seca. El procesamiento de seis cajetes puede tardar entre quince y veinte días, de acuerdo con las condiciones climáticas (Viramontes 1995: 46). El Valle de Oaxaca y sus regiones circunvecinas en la época colonial tuvieron varias fuentes naturales de riqueza aparte de las tierras para agricultura y pastoreo. Ocho salinas se mencionan en las fuentes coloniales, las cuales con excepción de San Juan del Estado y Mitla, se describen como pequeñas. Las Relaciones geográficas citan a Tehuantepec como la principal fuente de sal para el valle en la época colonial temprana; a fines de la década de 1820-1830, los comerciantes de San Miguel Mixtepec todavía iban a Tehuantepec para conseguir este bien indispensable (Taylor 1972: 16). En la población de Tlacolula, Oaxaca, hasta hace poco más de cincuenta años se encontraban contadas personas que se dedicaban a extraer sal de la tierra. Esta poco remuneradora ocupación estaba en manos de las mujeres y de los ancianos, quienes vivían en chozas en las afueras de la población, junto al sitio mismo en donde se obtenía la tierra que contenía el producto. Los lugares donde se encontraban estas chozas eran llanuras casi desérticas, desprovistas de árboles y sin más vegetación que algunos arbustos de los denominados huizaches (Alba y Cristerna 1949: 570). Los utensilios necesarios para la extracción de la sal se reducían a un pozo, una pala y algunos quince cajetes de barro cocido con una perforación en la base, colocados sobre el “banco” de madera que dejaba al descubierto la perforación del cajete. Debajo de estos “bancos” se colocaban otros tantos cajetes de barro destinados a recibir el líquido que se filtraba de los recipientes situados en la parte superior y que no presentaban más diferencia con respecto a ellos que la falta de perforaciones.

65 La tierra extraída con la pala se colocaba en los recipientes puestos sobre los “bancos”, dejando libre parte de su volumen con el propósito de darle cabida a cierta cantidad de agua salada. Una vez que el agua llenaba los recipientes colocados en la parte inferior, era vaciada en otro recipiente de barro de mayores proporciones y se procedía a someterla a la acción del fuego hasta que se consumía totalmente, quedando sólo la sal cristalizada. La tierra y la leña eran obtenidas de forma enteramente gratuita. Se trabajaba en esta labor todos los días, con excepción de los domingos, que era cuando iban los salineros al mercado de Tlacolula con el objeto de vender el producto. El promedio de producción semanal ascendía a la cantidad de seis “almudes”, de cinco litros cada uno, que vendían a .25 centavos por almud, obteniendo una ganancia diaria de .20 centavos (Alba y Cristerna 1949: 570). Como ya mencionamos, la importante industria salinera que existió en algunas partes de Oaxaca dio pie a un comercio muy nutrido a nivel regional. Ronald Spores nos dice que en el Valle de Nochixtlán (Mixteca oriental) muchos recursos y productos indispensables tenían que obtenerse de otras regiones, por medio de redes de intercambio o tributo. La sal, por ejemplo, se obtenía de Teposcolula (en el centro-occidente de la Mixteca), así como de Zapotitlán y de Tehuacán, Puebla. Otras mercancías venían de varias regiones dentro de la Mixteca Alta, incluyendo las siguientes: algodón, pescado, conchas, frutas, sal, obsidiana, plumas y probablemente metales (Spores 1984: 82). Varios reinos prehispánicos de la Mixteca parecen haber tenido bajo su control administrativo comunidades de artesanos especializados con sistemas económicos regionales, que incluían grandes mercados donde los comerciantes, junto con los caciques y otros “principales”, participaban en relaciones de intercambio a nivel regional y extrarregional (Spores 1984: 82). En un reciente estudio de tres códices coloniales de la Mixteca Baja oaxaqueña (que podrían remontarse a los últimos años del periodo precolombino y las primeras décadas del dominio español), Sebastián van Doesburg (2008) nos dice que si bien cada uno de estos documentos trata de un tema específico, en su conjunto representan una buena muestra de la temática que usualmente se encontraba en los textos redactados por los señoríos indígenas de la región. Uno de estos lienzos tiene que ver con el asunto de la producción de sal y el control de este recurso, mientras que otro se relaciona con la posesión de tierras

66 agrícolas y agua, y el tercero parece ocuparse de las salinas que había en esa parte de Oaxaca (Doesburg 2008: 119). Así pues, esta rica información documental nos permite ver que la tierra, el agua y la sal fueron bienes imprescindibles para las culturas indígenas de Oaxaca, al igual que sucedía en otras partes de Mesoamérica.

Puebla Con excepción de la tierra y el agua, la sal fue el recurso natural más valioso en el Valle de Tehuacán, Puebla, en la segunda mitad del siglo XVI. La sal fue una mercancía básica dentro de los sistemas de intercambio, que incluían tanto materias primas como productos elaborados, y que abarcaban una enorme región, desde Guatemala hasta Pachuca, Hidalgo. La importancia de este recurso no fue menor en la época prehispánica; el gran número de sitios de producción salinera pertenecientes a la fase Venta Salada (ca. 700-1540) y su amplia distribución indican que esta era una industria básica en el Posctlásico. En gran medida, la distribución de sitios salineros en el valle de Tehuacán coincide con la formación geológica Tehuacán, que consiste en sedimentos ricos en material salino, que se depositaron cuando parte del valle estaba todavía cubierta bajo las aguas del mar (Sisson 1973: 81). Aunque los documentos publicados del siglo XVI no dejan duda de que el cloruro de sodio fue un bien de comercio estratégico, dicen muy poco sobre las salinas o los métodos de producción. La industria salinera de Coxcatlán se centraba alrededor de los pueblos sujetos de San Pedro Ontontepetl, San Gerónimo Asuchitlan y San Juan Axuxco. El mapa que acompaña a la Relación Geográfica de Coxcatlán ilustra “pilas de sal” rectangulares; la evidencia arqueológica indica que eran patios poco profundos para la evaporación solar de salmuera (ver Byers 1967: Figura 15). El pueblo de Zapotitlán Salinas, como indica su nombre, fue una fuente salinera extremadamente importante en el periodo colonial, y hoy es el centro de las salinas más productivas en el Valle de Tehuacán. A mediados del siglo XVI, este pueblo estaba pagando a su encomendero una carga de sal al día (González de Cossío 1952: 611-613). En 1970 se realizó un estudio de la producción contemporánea en Zapotitlán y otros pueblos de la región, como Tlapilco. La propiedad de cada salina era privada, con uno o más propietarios, quienes podían realizar el trabajo personalmente, aunque era más común que emplearan mano de obra asalariada. La construcción y mantenimiento de las salinas

67 requería de una sustancial inversión de capital, y la falta de éste fue la razón del abandono de varias de ellas alrededor de Zapotitlán (Sisson 1973: 85). En estos sitios el agua salada se recolectaba en pozos circulares profundos excavados en la roca madre, siendo posteriormente sacada por hombres que usaban grandes recipientes de metal u ollas de barro. Para esto había escaleras que bajaban en espiral por los lados del pozo hasta llegar por debajo de la superficie del agua. El agua que se sacaba de los pozos se guardaba en un tanque de almacenamiento antes de ser transportada a los patios de evaporación. En Tlapilco los canales iban de los manantiales a un tanque de almacenamiento o estanque, en el cual se efectuaba algo de concentración, y de ahí el agua se pasaba a los patios conocidos como “calentadores”. Se añadía tierra al agua salina en los calentadores para hacer más fuerte la mezcla; una vez que el lodo se había asentado en el fondo del calentador, el agua salada era llevada cuidadosamente a otro patio adyacente llamado “salinera”, donde tenían lugar las etapas finales de la evaporación. Cuando los cristales de sal empezaban a formarse en la superficie de la salmuera en la “salinera”, el agua se agitaba con un palo llamado “aflojador”; esto se supone que facilitaba la formación de cristales más grandes. La sal se raspaba del fondo de la “salinera” y era almacenada temporalmente junto a los patios y finalmente se guardaba en cuevas u oquedades excavadas en montículos salinos (probablemente prehispánicos) (Sisson 1973: 85-86). Por otra parte, en Zapotitlán cuando la salmuera estaba lista, se arrojaba manualmente hacia el centro de la “salinera” hasta que se formaba un montón de sal, que luego se retiraba para almacenarse como una masa húmeda en una cueva cercana. Aunque la producción salinera podía continuar durante casi todo el año, había una fuerte tendencia hacia la estacionalidad; el principal factor determinante de esto era la época de lluvias. El mejor tiempo para la producción era a finales del invierno y durante la primavera, antes del inicio de las lluvias veraniegas. Dos clases de producto se obtenían en esta región: “sal de comer”, que se juntaba en el centro de la “salinera”, y “sal de animales”, que se obtenía raspando el fondo del patio. Dado que cada clase cristalizaba en distintos momentos, probablemente había diferencias en los tipos o proporciones de sales minerales de cada clase. Por la anterior descripción, podemos apreciar que se empleaban en la producción pocas herramientas especializadas que se pudieran conservar en el registro arqueológico.

68 Los “aflojadores” de madera y las canastas o bolsas de almacenamiento tal vez podrían preservarse en cuevas secas, mientras que las ollas usadas para transportar la salmuera no serían fácilmente distinguibles de las utilizadas para almacenar agua potable. Por otra parte, algunos restos materiales producidos por las actividades salineras y elementos que representaban una importante inversión de capital podrían reconocerse arqueológicamente; entre ellos podemos mencionar restos de pozos, canales, tanques de almacenamiento, patios de evaporación y acumulaciones de lodo. De hecho, se han preservado canales “fosilizados” asociados con sitios salineros prehispánicos en varios lugares del valle de Tehuacán (Sisson 1973: 87-88). Los sitios arqueológicos salineros son muy variables, pero pueden reconocerse por la presencia de un assemblage cerámico distintivo, por montículos de tierra de forma particular, y en algunos casos, por restos de los patios de evaporación solar. La cerámica mencionada consiste en cilindros sólidos modelados a mano (Figura 15), similares a los mencionados para el área maya más adelante, y numerosos fragmentos pequeños de vasijas, que fueron usadas como moldes o como recipientes para cocer la salmuera (Figura 16). Algunas de estas vasijas son tipológicamente similares a la loza con impresión textil de Texcoco discutida anteriormente. Algunos de los montículos de tierra tenían tubos de cerámica en el centro, que se piensa funcionaron como algún tipo de sistema de filtración. Con base en datos geológicos, etnohistóricos y arqueológicos, Sisson (1973) presenta algunas ideas generales sobre la elaboración de sal en los periodos Postclásico y Colonial en el Valle de Tehuacán. Si la producción era a partir de tierra salina, se requeriría de una etapa preliminar de preparación, pues la sal tendría que extraerse de la tierra por lixiviado. Dado el gran volumen de tierra que había que lixiviar, esta etapa habría sido realizada muy cerca del sitio donde se sacaba la tierra, a fin de ser un proceso económico. Para lixiviar la tierra sería necesario contar con algún tipo de recipiente para contenerla, además habría que contar con agua y con alguna forma de captarla una vez que había pasado por la tierra. Una posible forma de filtrarla sería usando una plataforma alzada construida de postes, con una capa de material fibroso, posiblemente “petate” en la parte superior. Un montón de tierra se colocaba sobre el petate para lixiviarse, y la solución salina se captaba en una olla, en un pozo, o en algún otro tipo de receptáculo colocado en el suelo debajo de la plataforma. Como producto de desecho de esta etapa, encontraríamos

69 grandes cantidades de tierra lixiviada. En caso de no contar con agua para realizar el lixiviado en el sitio de producción, habría que traerla al sitio y almacenarla. Como testimonios arqueológicos de estas actividades encontraríamos vasijas, canales y tanques de almacenamiento de agua. En el Valle de Tehuacán antes de la Conquista se emplearon dos métodos de evaporación: solar y por cocción. Para el primero todo lo que se necesitaba era un contenedor impermeable, como los patios grandes y poco profundos que se han preservado en el registro arqueológico. Las “pilas” representadas en el mapa de la Relación geográfica de 1580 pueden haber sido patios para evaporación solar. Actualmente, las patios se vuelven impermeables con una capa de aplanado de cal sobre una base de piedras pequeñas. Para obtener cal podría requerirse de un horno, mismo que podría conservarse en el registro arqueológico (Sisson 1973: 91). El segundo método para obtener sal cristalizada a partir de salmuera era calentándola sobre un fuego lento. Este proceso era mejor que el anterior, puesto que no se requería de una gran inversión de capital para construir los patios. Sólo se necesitaba de un contenedor para la salmuera, una hoguera y algún soporte para mantener el recipiente sobre la lumbre. La evidencia arqueológica que se conservaría en este caso serían los recipientes de barro, las huellas de fogatas y la ceniza del combustible, como hemos visto para Oaxaca. Una vez que se había obtenido la sal, ya sea por evaporación solar o por cocción, debía empacarse para almacenarla o transportarla. Sisson (1973) piensa que durante la época colonial temprana en el área de Zapotitlán Salinas se usaban canastas para este fin, pero otra forma de empacarla podría ser formando “panes” de la sustancia húmeda, ya fuera modelados a mano o formados en moldes de arcilla. Ésta pudo haber sido colocada en el molde y secada al sol, pero puesto que es higroscólica (o sea que absorbe la humedad del aire), se quedaría húmeda sin formar un “pan” duro y estable. Calentando la sal en un fuego lento podría secarse completamente, produciendo un “pan” sólido y fácil de transportar. La evidencia tanto de los moldes como del fuego debería de conservarse en el registro arqueológico (Sisson 1973: 93). La presencia de cerámica del tipo impresión textil encontrada en algunos sitios de Puebla se ha interpretado como prueba de la utilización de moldes para elaborar bloques o panes salinos. Esto podría indicar que la mercancía se estaba empacando de una manera

70 uniforme y fácil de transportar. También podría significar la creación de unidades de medida según cantidades estandarizadas de volumen y peso en la época prehispánica (Castellón 2014: 77). Se ha reportado para Tehuacán un significativo aumento en la cantidad de sal producida durante el Postclásico, y parece bastante probable que hubo otro importante aumento en la producción a mediados del siglo XVI, en respuesta a la demanda de cloruro de sodio para procesamiento de plata (Sisson 1973: 94). Entre los elementos relacionados con este incremento en la producción salinera, podemos mencionar los tres patios de evaporación solar que se excavaron en el sitio conocido como Ciénega Redonda, muy parecidos a las “pilas” ilustradas en la Relación Geográfica de 1580. De hecho, ahora se tiene la seguridad de que estas últimas se usaron para evaporación de salmuera, y no para lixiviar tierra, como se había pensado al principio (Sisson 1973: 95). La prospección arqueológica realizada en el valle de Tehuacán descubrió una cantidad de sitios que tenían tanto patios de evaporación solar como cilindros de cerámica sólida moldeados a mano y vasijas burdas de barro. Si los patios se estaban usando para cristalizar la sal por evaporación solar, no parece probable que también se estuviera hirviendo la salmuera sobre fuego. Entonces, ¿cuál era la función de los cilindros y vasijas de arcilla? Probablemente sirvieron para hacer panes de sal. Para esto se encendía un fuego y se añadían rocas pequeñas a la fogata; ya que estaban bien calientes las rocas los cilindros se colocaban verticalmente para servir como apoyo a las vasijas cónicas llenas de sal húmeda. Las vasijas se rompían una vez que se habían enfriado, y luego de extraer la sal se desechaban, o bien esta última pudo haber sido transportada en los mismos moldes de arcilla (Sisson 1973: 96-98). Por otra parte, en algunos de los sitios de manufactura hay grandes cantidades de fragmentos de comales, y es posible que éstos hayan ofrecido una alternativa para calentar y secar la sustancia húmeda. De hecho, el comal sería un tipo de artefacto más apropiado para este propósito que las pequeñas vasijas cónicas. La sal se ponía en los comales y se calentaba lentamente, produciendo “panes” lenticulares delgados. Es posible que este método empezó a desplazar a la manufactura de “panes” cónicos en vasijas durante el periodo colonial temprano, en respuesta a la introducción del sistema occidental de pesas y medidas (Sisson 1973: 102).

71 Cerca de Cuthá, un sitio en el sudeste del estado de Puebla, a unos 4 km de Zapotitlán, hay una zona de salinas. En esta región, entre los arroyos que corren hacia el río Zapotitlán y la barranca formada por el mismo, se sigue trabajando la sal con técnicas prehispánicas. Se extrae el agua a mano de un pozo y luego se deposita en un pequeño “cajón” o vertedero construido de mampostería, que es además el inicio de un largo canal que corre por 50 ó 60 m con una profundidad a nivel del piso de 3 m. Dicho canal desemboca en un conjunto de patios de evaporación (Martínez y Castellón 1995: 60-61). En muchas ocasiones la construcción de patios de evaporación se ha tenido que hacer en forma de terrazas para quedar más cerca de los pozos, que recuerdan los antiguos métodos de construcción prehispánicos de los cuales hay muchos vestigios en Cuthá. Una vez que se llenan los patios con agua, ésta se deja reposando entre un mes y mes y medio, dependiendo del clima. Cuando el patio está limpio de sedimentos y las sales comienzan a cristalizarse en la superficie, existen dos formas para que se depositen en el fondo del patio de manera más rápida: la primera consiste en lanzar o regar de agua salina los patios usando las manos; la segunda consiste en remover el agua con los pies descalzos. Más adelante, cuando se forman unas grandes “natas” o escamas de sal, se comienza con el raspado y desmoronamiento de los terrones. Este procedimiento se hace con una pala larga de madera parecida a una espátula, con la cual se va levantando la sal, casi deshidratada. Los pequeños bloques que se forman son pulverizados golpeándose con un palo largo, hasta deshacerlos completamente. Una vez concluida esta labor se pasa a un canasto, a fin de que pierda un poco más de humedad. La primera sal que se forma en la parte superior de los patios es más suave y se utiliza para el consumo alimenticio humano, mientras que la que se forma en el fondo se utiliza para el ganado, pues es muy amarga por el alto contenido de sulfatos (Martínez y Castellón 1995: 64-65). El empleo de patios de evaporación para la producción salinera, tal como se usa hoy en día en Cuthá, es de origen prehispánico. Junto a los patios actuales existen abundantes vestigios arqueológicos que demuestran la existencia en tiempos antiguos de estos elementos, así como de implementos usados para la extracción y distribución de la sal. Dentro de la zona ocupada por las salinas modernas, hay grandes montículos con una altura promedio de 3 m, formados completamente por tiestos de cerámica de tres tipos principales: anaranjada pulida, café rugosa de impresión textil, y gris incisa con engobe,

72 que pueden estar asociadas con el proceso de producción y distribución de “panes” de sal en tiempos antiguos (Martínez y Castellón 1995: 66-67). Cerca de la ya mencionada población de Zapotitlán Salinas en el sur de puebla, Castellón (2015) realizó una investigación sobre producción prehispánica de cloruro de sodio. Según este autor esta investigación tuvo como “objetivo principal[…] definir y explicar la existencia en este lugar de un súbito cambio en la escala de la producción[…] que trajo consigo el desarrollo de una actividad altamente especializada[…] en la producción de[…] ‘panes de sal’, o sea bloques elaborados para funciones de intercambio y tributación[…] esta actividad ‘artesanal’, ‘oficio’ o ‘industria’ [era] especializada, es decir, [implicaba] la presencia de una estructura organizativa de la producción que iba más allá de las necesidades locales de autoconsumo[…]” El autor también hace una evaluación del “sentido simbólico de la sal y sus productos durante este periodo, a través de la tecnología de extracción, considerada esta no como una simple actividad económica, sino como un complejo sistema de creencias, necesidades y objetos que eran parte importante de la existencia e identidad de las gentes que los realizaban y los consumían[…]” Castellón decidió “orientar el enfoque hacia el tema de la especialización y sus indicadores arqueológicos, ya que es un tema que se ha desarrollado mucho en los últimos años[…]” (Castellón 2015: 4-5). Los sitios pertenecientes a la fase Ajuereado, que corresponde a los primeros pobladores del Valle de Tehuacán (ca. 10000-6800 a.C.), hasta la fase más tardía (Venta Salada, 700-1550 d.C.) “están asociados a diversas actividades [incluyendo] la obtención de sal[…] Se puede conjeturar que los pequeños grupos que vivían entre diez mil años hasta cinco mil años antes de la era actual, conocieron muy bien los diferentes nichos ecológicos de la región[…] y eran expertos en el uso y aprovechamiento de toda clase de[…] recursos bien ubicados, [que] sostenían pequeños núcleos familiares conocidos como ‘bandas’ […] [quienes] debieron tener también tiempo suficiente para aprender otras cosas de su medio ambiente, entre ellas, la manera de conseguir sal cristalizada a partir de agua salada” (Castellón 2015: 23-24). Posteriormente, los agricultores de los periodos Preclásico y Clásico en el área de Zapotitlán “combinaron la recolección y la caza de animales de monte, con el cultivo de plantas en[…] aldeas dispersas por todo este valle[…] varias[…] estaban en la zona de

73 barrancas, exactamente junto a los sitios donde afloraba el agua salada[…] En algún momento del desarrollo del valle de Zapotitlán, entre 100 a.C. y 100 d.C., las pequeñas aldeas que estaban por todo el valle[…] parecen haber tomado la decisión de reunirse en un solo asentamiento grande[…]” que estaba relacionado con un recurso que era “lo suficientemente valioso para ser atendido y defendido por mucha gente[…]” Las evidencias arqueológicas “parecen apuntar claramente hacia la explotación de sal[…] lo cual no es sorprendente, pues hay numerosos ejemplos en México y en todo el mundo, donde surgieron fortificaciones o sitios de control político en las inmediaciones de antiguas zonas de explotación salina” (Castellón 2015: 26-28). El aumento de la producción salinera durante el Postclásico en la región es evidente, “aunque los procesos que dieron lugar [a este] incremento[…] no son muy claros y hacen falta más estudios de tipo histórico, parece ser que entre los siglos XIII y XV[…] aparecieron pequeñas aldeas[…] [con] una precaria agricultura y[…] otros recursos como las cactáceas, los agaves, la producción de cal, y por supuesto las antiguas salinas[…] la producción de sal se intensificó a causa de la exigencia de tributo, y también por la aparición de un extenso sistema de mercados regionales[…] Este incremento[…] durante [el] Postclásico tiene su correspondencia con el mismo fenómeno observado en la cuenca de México para el mismo periodo” (Castellón 2015: 28-29). Al hablar sobre los indicadores arqueológicos de producción, Castellón (p. 29) menciona los “montículos irregulares de tierras lixiviadas, contenedores de mampostería cuadrados y redondos, recubiertos con aplanados de estuco, restos de numerosos fogones y, de manera importante, fuertes concentraciones de restos cerámicos y artefactos de arcilla que fueron parte de algunos pasos de los procesos de producción de sal”. Durante sus excavaciones y recorridos de campo Castellón encontró evidencia arqueológica que corresponde a distintos mecanismos de filtración para elaboración de sal. Se excavaron los restos de uno de ellos, revelando que “su interior estaba cubierto de tierra muy compactada por la salinidad, pero se conservaban sus muros exteriores, protegidos con bloques bien cortados de piedra caliza[…] Tenía capacidad para 450 litros y fue seguramente empleado para decantar el agua salada, es decir, eliminar el sedimento del agua que se depositó lentamente en el fondo redondeado de este contenedor” (Castellón 2015: 50) (Figura 17).

74 El área maya Antes de la conquista española, la mayor parte de la sal producida por los mayas se destinó al consumo alimenticio, aunque también tuvo otros usos: conservación de alimentos, preparación de pigmentos textiles, fines medicinales y hasta rituales. En algunas regiones, el desequilibrio entre la oferta y la demanda de este recurso generó redes de comercio y competencia por la adquisición del mineral (Figura 18). De hecho, al comercio en sal entre los mayas se le ha atribuido un papel importante en el surgimiento y decadencia de esta civilización (Andrews 1980, 1983). Diferentes grupos frecuentemente lucharon por el control de las fuentes salinas y de las lucrativas redes de comercio. Por ejemplo, en el norte de Yucatán, en las tierras altas de Chiapas y Guatemala y en las selvas del Petén, la competencia por este recurso estratégico frecuentemente desencadenó guerras, las cuales a su vez ocasionaron cambios en el destino político de los grupos involucrados (Andrews 1980: 55-56). Por ser la sal uno de los elementos esenciales dentro de la cosmovisión indígena, se le dio un uso de tipo ritual en la antigüedad, el cual ha subsistido hasta nuestros días en algunas localidades. Varias fuentes en el área maya fueron consideradas sagradas, y hasta cierto punto lo siguen siendo. Estos sitios incluyen a San Mateo Ixtatán y Sacapulas en Guatemala, Salinas Atzam en Chiapas y Xtampu en Yucatán. Todavía se conservan restos de rituales antiguos relacionados con la sal en varias de estas salinas. Aunque están muy sincretizados con elementos de la religión cristiana, siguen conservando aspectos de prácticas religiosas prehispánicas. Por ejemplo, en San Mateo Ixtatán grupos de ancianas queman incienso de copal frente a cruces católicas mientras cantan rezos que son parte mayas y parte católicos. El propósito de este ritual es invocar a varias deidades --tanto católicas como mayas-- para que cuiden que no se sequen los manantiales salinos (Andrews 1980: 62). En Salinas Atzam, Chiapas, se producen pequeñas cantidades de “sal sagrada”, que se usa exclusivamente en rituales y en prácticas medicinales en las comunidades vecinas. La naturaleza “sagrada” de Atzam y de su sal forman parte de un intrincado sistema religioso y sociopolítico regional, que incluye el intercambio de “santos” y la observación de un sistema de “cargos” similar al de Zinacantán (cf. Vogt 1970), así como una serie de otras actividades y rituales. La sal también se usa dentro de la brujería, tanto en las tierras

75 altas como en las bajas; igual se puede emplear para exorcismos y hechizos, que para contrarrestar el poder de los brujos (Andrews 1980: 63-64). Para explicar el supuesto poder curativo de este mineral, se han llevado a cabo estudios de la composición química de fuentes salinas específicas. Según Andrews, la más preferida para usos rituales venía de las tierras altas mayas, y el análisis químico reveló que incluía varios minerales como calcio, hierro, magnesio, así como sulfatos y nitratos. Es posible que sean estos minerales, más que el cloruro de sodio, los responsables de las propiedades curativas (Andrews 1980: 66). También la abstinencia de sal tuvo un significado ritual entre los mayas; antes de ciertos festivales y en otras ocasiones se abstenían de ingerirla, tanto en las tierras altas como en las bajas. No se sabe el por qué de esta costumbre; puede ser una conmemoración inconsciente de las “hambres de sal” del pasado, eventos que ahora se han olvidado (Andrews 1980: 64). Los mayas prehispánicos obtenían cloruro de sodio de diversas fuentes, la mayor parte de ellas salinas costeras. La principal fuente en Mesoamérica, tanto en el pasado como en el presente, han sido las salinas de la costa de Yucatán, en las que se obtiene el codiciado producto mediante evaporación solar de las aguas contenidas en grandes sistemas de charcos. Las salinas se extienden desde la ría de Celestún, en el occidente, hasta El Cuyo, en el oriente (Figura 19). En tiempos históricos también había pequeñas salinas solares en las islas del Carmen, Holbox, Mujeres y posiblemente en la de Cozumel (Andrews 1997: 40). Las evidencias arqueológicas muestran que la explotación de las salinas de Yucatán se remonta al periodo Preclásico tardío (ca. 300 a.C.-300 d.C.), mientras que a principios de la época colonial, la producción de sal yucateca era de aproximadamente 20,000 toneladas anuales, suficiente para satisfacer las necesidades de varios millones de personas o de todas las Tierras Bajas mayas a lo largo de su historia (Andrews 1997: 40). Un importante lugar de abasto para los mayas estaba en el sitio de Salinas de los Nueve Cerros, en el departamento de Alta Verapaz, Guatemala. Este sitio controló la única fuente salina en las densamente pobladas Tierras Bajas mayas. La ubicación del sitio le permitió el control de la distribución hacia los mercados río abajo, con lo cual sus antiguos habitantes tuvieron el monopolio a nivel local de un recurso estratégico con una demanda

76 asegurada (Dillon et al. 1988: 37). La sal se manufacturó en este sitio tanto por medio de evaporación solar como por cocimiento de la salmuera con fuego. Una tecnología cerámica especializada se desarrolló para la explotación a nivel industrial de este recurso, incluyendo las que bien pueden ser las más grandes vasijas de cerámica descubiertas hasta ahora en toda el área maya, si no es que en todo el Nuevo Mundo (Dillon et al. 1988: 37; ver también Woodfill et al. 2015: Figura 3). La ocurrencia natural de sal en Nueve Cerros se debe a un estrato subterráneo de este mineral con más de 1.5 km de espesor, que abarca una gran porción de las Tierras Bajas mayas del sur, de acuerdo a lo determinado por las excavaciones realizadas en busca de petróleo. Este sitio es único dentro de toda el área maya por la presencia de un gran diapiro o burbuja de sal que ha hecho erupción a través de la capa de roca caliza para formar un domo salino. Una falla en el extremo sur del domo atraviesa la capa superior de la tierra, permitiendo que el agua del manto friático entre en contacto con los depósitos salinos. Durante la época de secas se presenta en el pueblo mencionado la evaporación solar natural, aunque esto es posible tan sólo en periodos limitados; durante nueve o diez meses del año la precipitación pluvial es tan elevada que se diluye la salmuera y se impide la cristalización. El proceso natural de transformación de la salmuera líquida en sal cristalizada en la antigüedad pudo haber tomado tan poco tiempo como nueve días, pero dado el limitado tiempo de secas en el lugar, solamente pudo haber tres o cuatro periodos de dos semanas al año en los cuales era posible la evaporación solar. Esto representa un potencial de entre 4,500 y 6,000 toneladas de sal al año (Dillon et al. 1988: 42). Cuando la producción se encontraba en su punto máximo, durante el periodo Clásico (ca. 300-900 d.C.), la vegetación alrededor de la playa donde están las salinas se pudo haber eliminado, obteniendo así alrededor de un kilómetro cuadrado de planicie aluvial disponible para la evaporación solar de la salmuera. El potencial de producción con este método durante el Clásico fue del orden de los 6,000 m3 por cada “cosecha” en la temporada de secas, o sea un total de 18,000-24,000 toneladas métricas al año, exclusivamente con el método de evaporación solar (Dillon et al. 1988: 42). Los estudios de la estratigrafía y de la cerámica realizados en Salinas de los Nueve Cerros sugieren que la evaporación usando fuego y vasijas de barro se practicó conjuntamente con la ya

77 mencionada evaporación solar por lo menos desde el Preclásico tardío (ca. 300 a.C.-300 d.C.) y tal vez hasta 900 d.C. (Dillon et al. 1988: 56). Los cálculos de la producción en Nueve Cerros oscilan entre 300 y 2,400 toneladas anuales, variación que se debe a nuestra ignorancia sobre muchos aspectos del método de producción; sin embargo, es evidente que la región donde se enclava este sitio fue una importante fuente de sal en el periodo Clásico (Andrews 1997: 42). En una reciente publicación, Brent Woodfill y sus colegas afirman que las investigaciones en Salinas de los Nueve Cerros presentan un caso poco usual que permite examinar directamente el control de las elites sobre la producción e intercambio de un recurso indispensable para la subsistencia. Durante el Clásico tardío (ca. 600-900 d.C.) los talleres de producción de sal estaban localizados encima de plataformas artificiales rodeadas de estructuras monumentales, pero a diferencia de otras materias primas que se intercambiaron a larga distancia en el mundo maya del Clásico (por ejemplo jade, pirita, obsidiana, pedernal, granito, basalto, sal marina, y bienes perecederos como plumas y pieles), la industria salinera se encontraba en el corazón de la ciudad. Es por esto que podemos hacer preguntas directas sobre el papel de las elites en los procesos de manufactura y comercio de bienes estratégicos. Asimismo, es posible ver la evidencia material que dejaron los miembros de la elite en el área de producción salinera. Gracias a esto los citados autores pudieron llegar a la conclusión de que las actividades económicas llevadas a cabo en este lugar se realizaron bajo los auspicios de la clase dominante (Woodfill et al. 2015: 175). En 2009 Woodfill y otros llevaron a cabo un proyecto arqueológico en Salinas de los Nueve Cerros con dos finalidades: realizar una investigación arqueológica y a la vez ayudar al desarrollo de la comunidad. Desafortunadamente, a causa de la compleja situación política en esta región, la meta original de establecer un proyecto de ecoturismo manejado por la comunidad tuvo que abandonarse. En lugar de este objetivo, el proyecto ha intentado implementar iniciativas de desarrollo de bajo costo, en colaboración con los aldeanos mayas de la localidad. Si bien esto último tampoco ha cumplido las expectativas, sí han proporcionado recursos para hacer pozos de sal que son propiedad de varias familias, y también se ha organizado una serie permanente de conferencias y de talleres relacionados con los resultados del proyecto arqueológico (Woodfill 2013).

78 Es probable que las cantidades de sal producidas en la costa de Yucatán y en las Salinas de los Nueve Cerros no hayan alcanzado a satisfacer las necesidades de las densas poblaciones humanas en las Tierras Bajas durante el Clásico. Para satisfacer esta demanda, apareció en la costa de Belice una industria de “sal cocida”, la cual se ha descubierto recientemente mediante excavaciones arqueológicas. Esta industria tuvo más de 40 sitios de producción, en los que se cocía la salmuera de los esteros en ollas de barro. Este trabajo era muy laborioso, con rendimiento relativamente escaso (Andrews 1997: 42). La producción especializada de cloruro de sodio en Stingray Lagoon, Belice, parece haber estado orientada al consumo dentro de la zona costera en el sur de Belice, pero sin excluir el comercio tierra adentro. Algunas comunidades se especializaban en producir este recurso, aunque no vivía gente en ellas todo el año, pues no se han encontrado evidencias arqueológicas de asentamientos permanentes (McKillop 1995: 223). Las vasijas utilitarias de barro que se encontraron en este sitio son bastante especializadas; incluyen ollas de paredes gruesas con boca restringida y cuencos de paredes gruesas. De hecho, la gran mayoría de artefactos encontrados en las excavaciones de Stingray Lagoon están asociados a la producción salinera. El reconocimiento regional y las excavaciones realizadas en la costa sur de Belice indican que la elaboración de cloruro de sodio se llevó a cabo en una variedad de asentamientos, aunque era una actividad incidental y poco frecuente. Es raro encontrar cilindros sólidos de barro (usados para sostener las ollas donde se cocía la salmuera) en los sitios de las islas cercanas a la costa, en contraste con los talleres especializados de los esteros (McKillop 1995: 224). La elaboración de sal a lo largo de la costa de Belice hizo que disminuyera la necesidad de importar desde lejos este vital producto, por ejemplo desde las salinas en la costa norte de Yucatán. La producción se localizaba en las aguas saladas de los esteros costeros donde los niveles de salinidad aumentaban estacionalmente durante la época de secas. Este mineral se producía en la costa beliceña a través de la cocción de salmuera, empleando ollas de barro y cuencos sostenidos sobre el fuego por cilindros de barro (McKillop 1995: Figs. 9-11) (Figuras 20-22). La presencia en Stingray Lagoon de mercancías producidas tierra adentro, principalmente las “figurillas silbato” tipo Lubaantun y cerámica estampada, es evidencia que confirma la hipótesis de que la sal se estaba exportando a sitios tierra adentro, mientras

79 que la ausencia de restos de fauna marina en las excavaciones indicaría que probablemente no se estaba efectuando el proceso de salazón para comercio de pescado seco (McKillop 1995: 225). Es posible que la industria del litoral beliceño haya surgido como respuesta a la demanda del producto de las salinas en las Tierras Bajas del sur y que haya abastecido a las regiones cercanas a la costa, o incluso que se haya transportado como mercancía de comercio hasta el Petén guatemalteco (Andrews 1997: 42). A lo largo de la costa de Belice durante el periodo Clásico tardío se establecieron sitios salineros estacionales para satisfacer la creciente demanda tierra adentro. En estos sitios el agua salada de los esteros pudo haberse procesado filtrándola a través de suelos ricos en sal, utilizando contenedores de madera de gran tamaño. Este proceso aumentaría el contenido salino de la salmuera antes de hervirla para obtener sal cristalizada. La evaporación solar también pudo haberse usado como método alternativo para esta industria en el periodo Clásico, aunque la subida de niveles marinos durante el Clásico tardío destruyó las salinas y dio fin a esta actividad. Eventualmente muchos sitios tierra adentro fueron abandonados tras el colapso de la civilización maya del Clásico (ca. 900 d.C.), por lo que quedaron pocos consumidores para la sal que era producida en la costa de Belice, y la mayoría de las salinas fueron abandonadas (McKillop 2002:175). El estudio de McKillop de las respuestas culturales de los mayas antiguos de la costa a la subida de nivel del mar (un fenómeno generalizado, descubierto por las investigaciones geo-arqueológicas de la autora), muestra que existía una interacción compleja entre factores culturales y ambientales. Aunque el aumento en el nivel del mar no provocó el abandono de los talleres salineros, este fenómeno natural los volvió irrelevantes durante el Postclásico. De igual manera, durante este periodo los lugares disponibles para asentamiento se vieron disminuidos en esta parte del área maya (McKillop 2002:174). 8 Por otra parte, Andrews y Mock (2002: 321) piensan que todavía existen muchos temas sin resolver acerca de la industria prehispánica de sal cocida de la costa beliceña, y deben buscarse respuestas a estas preguntas para que podamos reconstruir los sistemas de 8

McKillop (2005) reportó el hallazgo de 41 sitios salineros del periodo Clásico tardío (ca. 600-900) en la costa sur de Belice, incluyendo la excavación de un remo para canoa. Según afirma esta autora, “estos descubrimientos añaden evidencia empírica importante para evaluar las dimensiones de la producción de sal y su transportación por ríos… durante el apogeo de la civilización del Clásico en las tierras bajas mayas del sur”. Estos descubrimientos enfatizan el papel de la transportación por agua, y la importancia de los talleres independientes que operaban sin control estatal en las sociedades preindustriales (McKillop 2005: 5630).

80 producción antiguos en la región. El principal desafío consiste en determinar el volumen de producción en los sitios salineros, una tarea difícil por la falta de evidencias históricas o etnográficas. Andrews y Mock sostienen que “necesitamos determinar si todos los sitios salineros estaban en producción a la vez. El proceso de cocinar la salmuera usa grandes cantidades de leña, y el agotamiento de las fuentes locales de combustible pudo haber obligado a los salineros a cambiarse de lugar periódicamente… Sin embargo, este cambio pudo haber sido gradual, no abrupto, y sería difícil identificarlo arqueológicamente” (Andrews y Mock 2002: 322). Pasemos ahora a otra parte del área maya, el actual país de El Salvador. Antes del siglo XX aquí se obtenía sal de una sola manera: por medio del cocimiento. Este modo de elaboración era común a lo largo de las costas del Pacífico de Chiapas, Guatemala y El Salvador y se remonta a tiempos prehispánicos. En 1576 Diego García de Palacio describió la industria salinera de la costa de Guazacapán 9 de la siguiente manera: “tiene comodidad toda ella para hacer sal, aunque la hacen con trabajo y riesgo de su salud; sacan la salmuera, que para hacerla han menester de la tierra que la mar baña en sus crecientes, y cuécenla en hornos semejantes a los que los campesinos usan; gastan mucha leña y ollas para cocerlas, por manera, que aunque se podría hacer mucha, es costosa, enferma y trabajosa de hacer” (García 1576, citado en Andrews 1991: 75). Para los españoles este proceso productivo resultaba demasiado laborioso, como indica una relación de 1579: “también se hace en esta costa la sal de la mar de una manera que parece que es más el gasto que el provecho, y es que toman tierra de cerca de la mar y échanla en unas canoas grandes a manera de artesas, las cuales están agujeradas por abajo y encima y dentro de ellas ponen unas como esteras y sobre éstas echan tierra de la que está junto a la mar, que parece estar más salada[…]” El siguiente paso del proceso implicaba echar agua poco a poco encima de la tierra, misma que “va destilando por entre la tierra y colando por las esteras y agujeros y cae en unas ollas que están debajo, y aquella agua la cuelan y hierven en otra olla y se viene a congelar y hacer sal en poca cantidad y muy ruin y menuda” (Estrada y Niebla 1955, citado en Andrews 1991: 75).

9 La costa de Guazacapán abarca aproximadamente el litoral Pacífico, desde el río Michatoya en Guatemala hasta el río Aguacachapa, en El Salvador (Andrews 1983).

81 La industria tradicional de sal cocida predominó en las costas del Pacífico desde tiempos prehispánicos hasta mediados del siglo XX, cuando se introdujo el método de evaporación solar. En el sitio de Guzmán, un montículo en la costa de Guatemala cercano a la frontera con México, Nance (1992) reporta haber excavado restos de una industria salinera perteneciente al periodo Formativo (ca. 200 a.C.-150 d.C.), cuyas técnicas parecen haber sido muy similares a las que se han mencionado en las fuentes etnohistóricas citadas arriba. En este sitio se encontraron muchos fogones y carbón vegetal, que el autor supone indican la existencia de talleres donde se cocía la salmuera en ollas de barro que eran suspendidas sobre el fuego con cilindros de arcilla cocida y bolas de argamasa (Nance 1992: 43; cf. McKinnon y Kepecs 1989: 527). Actualmente la industria de la sal cocida en la zona costera del Pacífico guatemalteco y salvadoreño se encuentra en vías de desaparición, ya que no puede competir con el procesamiento moderno. El cocimiento es un proceso laborioso y de poco rendimiento que requiere de grandes cantidades de leña, la cual hoy en día no se consigue con la misma facilidad que antes, por el alto grado de deforestación que existe en la región (Andrews 1991: 78). Uno de los centros antiguos de manufactura salinera que siguen en operación en tierras mayas es el de Sacapulas, en el noroccidente de Guatemala. La sal siempre ha sido importante para los sacapultecos, y en el pasado sirvió como medio de intercambio. Hoy en día ninguna comida se considera completa sin este condimento que acompaña a las tortillas y al chile. Esta demanda hizo de Sacapulas en el pasado una comunidad bastante rica, y de hecho la industria salinera sigue siendo muy lucrativa. Un reporte de la época colonial describe en detalle la producción de sal a principios del siglo XVII, mientras que un documento nativo, el Título de Sacapulas, nos da una perspectiva del proceso desde el punto de vista indígena. Los grandes cambios políticos y económicos que ha sufrido el área no han modificado la estructura básica de valores, ni la tecnología que gira en torno a la producción de sal en Sacapulas (Reina y Monaghan 1981: 14). Uno de los primeros reportes de los españoles sobre la producción salinera en este pueblo se escribió en 1574, y menciona que la falta de este mineral era un gran problema en las regiones adyacentes, que tenían que importarlo desde Sacapulas, a una distancia de varios días. Muchos indios mayas hacían este viaje, empleándose como trabajadores en las

82 salinas. Como pago recibían una cantidad de sal, la cual se llevaban de regreso para venderla en sus propias comunidades (Reina y Monaghan 1981: 15). En el año de 1629 Martín Alfonso Tovilla, alcalde mayor de la provincia de Verapaz, nos dejó una descripción sobre el proceso de elaboración de cloruro de sodio en el pueblo antes mencionado. Nos dice este autor que los sitios de producción se encontraban junto al río; eran “playas” o terrenos planos y bien limpios. Dispersos entre estas playas se encontraban ocho pozos de agua termal con alto contenido mineral. Cada mañana los salineros extendían una capa de tierra fina sobre las playas, mojándola esporádicamente en el transcurso del día. En la tarde juntaban con cuidado el suelo en montones, sabiendo que con ayuda del calor solar había absorbido la sal de la tierra. Los montones se cubrían para protegerlos de la lluvia, y el proceso se repetía con la misma tierra el siguiente día. Cuando la tierra estaba saturada de sal, se metía en canastas resistentes, bajo las que se ponía una tinaja grande de barro. Los salineros en seguida ponían agua de los manantiales termales en las canastas, lixiviando así la sal contenida en la tierra. El proceso se interrumpía cuando se pensaba que la tierra había perdido su “fuerza”. Finalmente la “lejía” o salmuera se vaciaba en cajetes pequeños de barro, que se colocaban sobre el fuego. Mientras hervía el líquido, los salineros ocasionalmente agregaban masa de maíz para hacerlo más grueso y para que se formara una sal más blanca (Reina y Monaghan 1981: 16). Las salinas no podían trabajarse en la época de lluvias, puesto que eran inundadas por el río. En el pasado el trabajo de las salinas era una actividad exclusivamente masculina; a las mujeres se les permitía por tradición llevarles la comida a los hombres al medio día, pero se quedaban en el cerro junto a las playas (Reina y Monaghan 1981: 17). En un día típico en la época de secas (de noviembre a junio) los salineros todavía ejecutan los mismos pasos descritos en el siglo XVII, solamente que ahora tanto hombres como mujeres trabajan conjuntamente. Después de preparar la tierra como se ha descrito arriba, el siguiente paso es llevarla a las “cocinas”, que son cuartos pequeños con muros de piedra, de aproximadamente 6 x 8 m con el piso más bajo que la superficie circundante. Están ubicadas en los bancos del río, justo arriba de las playas y los manantiales termales. En esta área no hay estructuras habitacionales, y las cocinas son bastante distintas de la casa maya tradicional (Reina y Monaghan 1981: 22).

83 Durante todo el día los salineros suben el cerro desde las playas, cargando sobre la espalda canastas con tierra, usando el mecapal. En el área de las cocinas se llena de tierra el “cajón”, una caja de madera de aproximadamente 1.5 m por lado, colocada en lo alto de un montículo a corta distancia de la entrada de la cocina. Este montículo tiene unos 2.5 m de alto, lo que es suficiente para que el agua se filtre en el cajón a través de una estera de paja y caiga en un cuenco de piedra que está debajo. Se necesitan varias canastas de tierra para llenar el cajón, lo cual es trabajo muy pesado, puesto que la tierra está pesada por la sal. Una vez que se ha llenado el cajón, el salinero se sube y camina descalzo sobre la tierra, para compactarla lo más posible. A continuación va a la playa y llena una tinaja de agua salobre en el manantial, misma que vacía lentamente en el cajón. Este proceso se repite diez veces en un lapso de media hora. Poco a poco cae agua al pozo de piedra, el cual se va llenando lentamente. Se pone una bola de masa de maíz en la salmuera, para medir la densidad salina: a mayor densidad, más rápidamente sube la bola a la superficie (Reina y Monaghan 1981: 24). Al aumentar la cantidad de salmuera filtrada, el salinero la pasa a una tinaja, misma que lleva a la cocina. Son veinte los pequeños cajetes de barro en los que se coce la salmuera; éstos son hechos en molde por los propios salineros (son muy frágiles, ya que no se cocen en el horno de alfarero, sino que son secados al sol). A continuación se ponen trozos de ocote debajo de los cajetes, se encienden, y cada recipiente se llena con la salmuera de la tinaja. Por espacio de varias horas hierve la salmuera, y al irse evaporando se cristaliza la sal en el interior de cada cajete. A las dos horas de haber iniciado la operación estos recipientes se encuentran llenos de sal (Reina y Monaghan 1981: 28-29). Es responsabilidad de las mujeres vender el producto; cada sábado y domingo ponen sus “puestos” debajo de una ceiba en la plaza del pueblo. La sal de Sacapulas es muy apreciada en el área; la mayoría de la gente, incluyendo los “ladinos” la prefieren a la sal comercial, por lo que los sacapultecos no tienen que viajar lejos para comercializar su mercancía, algo raro entre comunidades con producción especializada (Reina y Monaghan 1981: 31). Pasando a otra región del territorio maya, vemos que La Concordia (Chiapas) fue el único lugar conocido en las Tierras Altas donde se utilizó la evaporación solar. Este sencillo método consistía en canalizar la salmuera de manantiales usando largos tubos

84 hechos de troncos de árbol y tablas de madera, conduciéndola hacia una serie de pequeños patios de evaporación hechos de piedra y cal. Estos patios eran de forma irregular y de varios tamaños, usualmente con profundidad de 10-20 cm. La evaporación de la salmuera tardaba entre 20 y 30 días, tras lo cual la sal se recolectaba y se enviaba al mercado. La elaboración de sal en La Concordia, al igual que en otras localidades donde se usó la evaporación solar, era una ocupación estacional: el trabajo comenzaba en el inicio de la estación de secas en enero, y seguía hasta las primeras lluvias, en mayo o junio. Existe evidencia arqueológica para suponer que las salinas de La Concordia estuvieron en producción desde la época prehispánica (Andrews 1983: 51-54). Otro método para hacer sal, que es único de la costa de Chiapas, es el conocido como “tapesco”. Consiste en lixiviar suelos de pantano con agua de estero que es evaporada en pequeños patios solares (Andrews 1983: Figs. 3.7 y 3.8). Al igual que la sal cocida, este es un método estacional, que solamente se puede emplear en la época de secas, entre enero y mayo o junio. Cuando los esteros han disminuido su tamaño el suelo que se va a lixiviar es levantado y colocado en plataformas elevadas de madera conocidas como “tapescos”. La parte inferior de estas plataformas tiene un filtro con tres capas de palos delgados cubiertos de pasto, que a su vez están cubiertos por una capa de tierra. Primero se obtiene agua salada de pozos pequeños y poco profundos que se alimentan del nivel friático salino, a continuación se vierte el agua sobre la tierra que está en el tapesco, para que se efectúe el proceso de lixiviado. Una vez que ha pasado por el filtro, la salmuera se acumula en un pozo recubierto de lodo que está debajo del tapesco. De ahí se pasa a un tanque de almacenamiento llamado “taza”, cuyas paredes están hechas de lodo recubierto de aplanado. Posteriormente la salmuera se pasa a los patios de evaporación, que miden en promedio 1.5 m de lado y 15 cm de profundidad. Estos elementos están acomodados en cuadrículas rectangulares de dos hileras cada una, cada cuadrícula tiene entre 10 y 18. Dependiendo de la luz solar disponible, la evaporación se lleva a cabo entre cuatro y seis días, tras lo cual la sal se acumula en montones con azadones de madera. La antigüedad del tapesco no se ha podido calcular, pues a diferencia de la técnica de “sal cocida” --que como ya se mencionó, se remonta por lo menos hasta el Formativo-- las salinas que usan el método de tapesco dejan pocas huellas arqueológicas: los marcos de madera de los filtros

85 son perecederos, y los muros, patios, tazas y otros elementos hechos de lodo se destruyen por el agua durante la época de lluvias (Andrews 1983: 63). En vista de la voluminosa producción de sal solar en Yucatán desde tiempos preclásicos, varios autores se han preguntado por qué fue necesario producir sal cocida, puesto que ésta requiere de mucha mayor inversión de mano de obra. Varios factores pudieron haber influido en el origen y desarrollo de esta industria: (1) la presión demográfica durante el periodo Clásico creó una demanda para la sal de las Tierras Bajas del sur; (2) la creciente escasez de tierras cultivables pudo haber creado desempleo en el interior, y a la vez promovido nuevas especialidades fuera de la agricultura (como producción salinera); y finalmente (3) posibles alzas del nivel del mar en el norte de Yucatán durante el periodo Clásico temprano pudieron haber afectado el nivel de producción, reduciendo las exportaciones al sur (Andrews 1998: 15-17). Existen fuertes evidencias de un gran comercio de sal a larga distancia entre el norte y el sur del área maya en tiempos clásicos; esto se puede constatar a través de la presencia de artículos de intercambio, como cerámica policroma del Petén, obsidiana y jade de las tierras altas de Guatemala, encontrados en sitios salineros de la costa norte de Yucatán. Estos hallazgos apoyan la idea del comercio, y es muy probable que en estos sitios se adquirían diversos artículos cambiándolos por sal (Andrews 1998: 17). Hacia finales del periodo Clásico (ca. 900 d.C.), la industria salinera de las tierras bajas mayas desaparece. El sitio de Salinas de los Nueve Cerros se ve casi completamente despoblado para el siglo IX, y las operaciones de sal cocida de la costa de Belice cesan sus actividades hacia 900-1000 d.C. Es probable que varios factores se hayan conjuntado para este proceso; quizás el más importante fue el colapso de las ciudades del periodo Clásico en el sur, que causó una reducción en la demanda y consecuente pérdida de mercados para el producto. Por otra parte, en la costa de Belice la falta de leña pudo haber reducido los niveles de producción (cf. Mock 1998). Otro proceso costero que inevitablemente tuvo un fuerte impacto en la industria fue el alza de aproximadamente un metro en el nivel del mar, documentada en toda la península hacia 800-1000 d.C., que pudo haber inundado las salinas costeras. Tomando en conjunto todos estos factores, se tiene una posible explicación para el abandono de la industria (Andrews 1998: 17-18; ver también a McKillop 2002: Capítulo 5).

86

Conclusiones Este capítulo ha seguido una perspectiva comparativa en la que se discuten ejemplos del Viejo Mundo – África, Asia y Europa – que ponen de manifiesto el papel central que siempre ha jugado la sal en la historia y cultura de estas regiones. Especialmente relevante es el caso de China, donde se desarrollaron desde el primer milenio de nuestra era las más complejas técnicas de producción salinera de la época, conjuntamente con un sistema tributario bastante sofisticado que permitió al Estado tener enormes beneficios económicos. También es digno de mencionarse el comercio a larga distancia desarrollado en el norte de África, donde las caravanas de camellos recorrían enormes distancias cambiando sal (un recurso muy escaso en muchas regiones del continente) por oro, marfil y esclavos, entre otras mercancías. Para las culturas mesoamericanas el cloruro de sodio no fue menos importante; en esta área cultural la falta de sal en los alimentos de origen vegetal (maíz, frijol, calabaza, chile, etcétera) hizo que este producto se convirtiera en un recurso estratégico. Los datos incluidos en estas páginas prestan especial atención a aspectos de la cultura material, organización del trabajo, niveles de producción y adaptación ecológica que son de especial relevancia para contextualizar en un marco comparativo los datos presentados en el Capítulo IV sobre producción de sal en el área tarasca y su hinterland. Uno de los estudios más importantes para el desarrollo de la presente investigación es el de Jeffrey Parsons (1989, 1994, 1996, 2001) en el pueblo de Nexquipayac, estado de México. Parsons (1994) reporta la existencia en la cuenca de México de dos tipos de sitios salineros, cada uno relacionado con aspectos distintos de la industria, y con distintos niveles de producción; además, cada tipo tiene su propio conjunto de artefactos: (a) talleres bien definidos de ocupación prolongada, operados por especialistas de tiempo completo, en los que se obtenía sal a través del lixiviado de suelos y cocción de salmuera; (b) talleres mal definidos, probablemente muy efímeros, trabajados principalmente en época de secas por artesanos no especializados, en los que la sal se obtenía por evaporación solar. El primer tipo de sitio sería el más fácil de identificar en el registro arqueológico tanto en la cuenca de Cuitzeo como en la costa michoacana (discutidos en el Capítulo IV); para identificar el segundo tipo de sitio sería necesario un estudio más minucioso del paisaje.

87 Según Parsons (1994), a partir del año 1200 d.C. el crecimiento demográfico a nivel regional y los cambios en la economía política dentro de la cuenca de México hicieron necesarias mayores cantidades de sal para alimento y conservar el pescado, teñir textiles, elaborar agentes limpiadores, etcétera. Todo esto hizo que aumentara la demanda de sal uniformemente empacada. Es necesario identificar este tipo de procesos dentro de la zona tarasca discutida posteriormente, para poder contextualizar la industria salinera desde una perspectiva diacrónica. Realmente es poco lo que se ha dicho acerca de la organización de la producción de sal o del papel que ésta pudo haber tenido en la organización de la economía doméstica del área estudiada por Parsons, en el Lago de Texcoco. Jason de León llevó a cabo un estudio sobre este tema, llegando a la conclusión de que “la producción de sal por los aztecas puede verse de mejor manera como una actividad artesanal que requería de gran destreza y que se practicaba de manera intermitente” en la cuenca lacustre de Texcoco. En esta área “la producción salinera era llevada a cabo por las unidades domésticas conjuntamente con otras actividades de subsistencia como la agricultura, la pesca, y la recolección de recursos acuáticos[…] la elaboración de sal se llevaba acabo durante la época de secas y fuera de las estructuras habitacionales”. Estas ideas tienen implicaciones importantes para nuestro entendimiento de las actividades de tiempo completo versus de tiempo parcial, así como la manera en que interpretamos áreas de actividad aisladas y sus relaciones con los hogares cercanos a ellas (De León 2009: 45). Por otra parte, en Oaxaca los rasgos diagnósticos descubiertos en sitios salineros prehispánicos son los siguientes: acumulaciones extensas de ceniza en la superficie; tiestos con laminado de carbonato de calcio; tiestos desgastados (que se usaron como raspadores para las vasijas donde se cocía la salmuera); ollas perforadas que se usaron como filtros; hornos de cocción con vasijas salineras dentro; pozos cilíndricos con paredes cubiertas con piedras planas o tepalcates con depósitos laminados de sustancias remanentes del proceso salinero. En varios sitios productores de cloruro de sodio del estado de Oaxaca se han encontrado canales, terrazas, compuertas y depresiones en el terreno o estanques usados para transportar y almacenar la salmuera. En un reciente estudio sobre la economía prehispánica del Valle de Oaxaca, Gary Feinman y Linda Nicholas (2012) sostienen que para esta región de Mesoamérica los datos

88 etnográficos dejan ver sistemas de producción de escala pequeña y de gran flexibilidad, así como la notable relevancia del sistema de mercados y los mecanismos de cooperación en las unidades domésticas. Por otra parte, la información arqueológica discutida por estos investigadores apunta hacia una integración de muchos hogares por medio de estrategias de múltiples actividades artesanales realizadas de manera simultánea (multicrafting), que producían bienes de auto consumo y para el intercambio, entre los cuales seguramente la sal figuraba de manera prominente. Todos los rasgos, artefactos y elementos prehispánicos mencionados aquí, en conjunción con la información etnográfica y etnohistórica procedente de otras regiones ajenas al Occidente, son muy importantes para complementar la fragmentaria información arqueológica que tenemos para los sitios salineros de Michoacán, el tema central de esta investigación que discutiremos posteriormente en este volumen. Como hemos visto en páginas anteriores, en el valle de Tehuacán, Puebla, los salineros producen distintos tipos o calidades de sal: “de comer” y “para animales”. También en la época prehispánica se buscaron distintas calidades salinas, por ejemplo para usarse como alimento y para fines industriales, como los ya mencionados de salar el pescado, teñir textiles, etcétera. Probablemente cada una de estas variantes de la industria salinera tuvo sus propias manifestaciones materiales, por lo que tal vez sería posible identificarlas en el registro arqueológico. Los elementos presentes en Tehuacán que podríamos identificar en contextos prehispánicos en excavaciones de sitios salineros tarascos son los siguientes: pozos, canales, tanques de almacenamiento, patios de evaporación (eras) y acumulaciones de lodo, vasijas burdas de barro y fragmentos de comales (usados para secar la sal cristalizada). Por otra parte, del área maya tenemos información sobre un aspecto muy importante, pero que tal vez nunca será posible detectar en el registro arqueológico: el aspecto ideológico. La sal se utilizó en la época prehispánica, y todavía en el presente, en rituales y ceremonias, así como en actividades curativas. Esta información es relevante, pues nos muestra que en el caso del cloruro de sodio, no todos los fines fueron dietéticos o industriales. Esta perspectiva puede seguramente ampliarse al resto de Mesoamérica, pues también para los aztecas tenemos datos históricos sobre el uso del cloruro de sodio como medicamento.

89 Finalmente, las descripciones de talleres de producción salinera como el de Sacapulas, Guatemala, nos dan una perspectiva sistémica (cf. Schiffer 1988) indispensable para detectar e interpretar estas mismas actividades dentro del contexto arqueológico. Los trabajos brevemente discutidos en este capítulo ayudan a contextualizar en un amplio marco de referencia sociocultural la información sobre actividades de producción salinera en Michoacán y áreas adyacentes que se discute en el Capítulo IV. El Occidente fue parte integral de Mesoamérica, compartiendo con los demás pueblos de esta área una misma herencia cultural, aunque siempre enriquecida por múltiples variantes regionales, como veremos en el siguiente capítulo. En el caso de las industrias salineras que han persistido desde la antigüedad hasta nuestros días en diversas partes de México y Centroamérica, podemos ver ciertas similitudes que son prueba de estas raíces comunes y diferencias que nos hablan de distintos procesos acordes con las condiciones ecológicas, sociales y culturales de cada región.

90

Figura 1. Elaboración de sal en Europa occidental durante inicios del periodo moderno, según la obra De re metallica de Georgius Agricola (1556). A: cucharón de madera; B: barril; C: tina, D: maestro; E: joven; F: esposa; G: pala de madera; H: tablas; I: canastas; K: azadón; L: rastrillo; M: paja; N: cuenco; O: cubeta que contiene sangre; P: jarro que contiene cerveza (adaptado de Harding 2013: Figura 1.2).

91

Figura 2. Mapa del centro y occidente de Mesoamérica, mostrando los principales sitios mencionados en el texto.

Figura 3. Mapa de la cuenca de México, mostrando los márgenes de los lagos a principios del siglo XVI y los principales pueblos alrededor de la zona lacustre (adaptado de Parsons 2001: Figura 1.2).

92

Figura 4. Vasija del tipo cerámico Texcoco de Impresión Textil (TFM), usada en la elaboración de sal en la cuenca de México durante el periodo Postclásico (adaptado de Parsons 2001: Figura 7.1).

Figura 5. Corte longitudinal de un elemento conocido como “pila” usado en Nexquipayac, pueblo de la cuenca de México, para lixiviar la tierra y producir salmuera (adaptado de Parsons 2001: Figura 2.3).

93

Figura 6. Plano de un taller salinero en Nexquipayac, en la cuenca de México. Leyenda: (A-D) pilas; (E-F) chozas para cocción; (G) montón de combustible; (H) tierra de la playa almacenada; (I) llave de agua (adaptado de Parsons 2001: Figura 2.11).

Figura 7. Plano de una choza usada para cocer salmuera para producir sal cristalizada en un taller de Nexquipayac (adaptado de Parsons 2001: Figura 2.10).

94

Figura 8. Los salineros traen el suelo salino al taller usando la carreta tirada por un burro. Nexquipayac, 1988 (foto cortesía de Jeffrey Parsons).

Figura 9. Salinero escarbando la tierra para usarla en el proceso de lixiviado para elaborar sal cristalizada. Nexquipayac, 1988 (foto cortesía de Jeffrey Parsons).

95

Figura 10. Salinero añadiendo salmuera a la mezcla de suelos para facilitar el proceso de lixiviado. Nexquipayac, 1988 (foto cortesía de Jeffrey Parsons).

Figura 11. Para preparar una nueva pila, el salinero usa un mazo de madera para darle consistencia a las paredes del pozo. Nexquipayac, 1988 (foto cortesía de Jeffrey Parsons).

96

Figura 12. Vista general de un sitio salinero en Chacahua, en la costa de Oaxaca. Pueden verse el pozo (al frente), el tapeixtle (detrás del pozo), las eras en la parte media, y la choza de los salineros al fondo a la izquierda (foto cortesía de David Grove).

Figura 13. Eras de forma circular para evaporación de salmuera en el sitio de la imagen anterior, con los salineros trabajando en el tapeixtle y el montículo de tierra lixiviada al fondo (foto cortesía de David Grove).

97

Figura 14. Los tapeixtles están ubicados en el lugar indicado para que la salmuera caiga por gravedad en el tanque (Chacahua, en la costa de Oaxaca; foto cortesía de David Grove).

Figura 15. Reconstrucción hipotética del fogón con cilindros y vasijas de barro, utilizado para elaborar sal en Zapotitlán, Puebla (adaptado de Castellón 2015: Figura 22).

98

Figura 16. Molde de arcilla del tipo “A”, empleado en los fogones con cilindros de barro (ver la figura anterior) (adaptado de Castellón 2015: Figura 23, dibujo sin escala).

Figura 17. Corte longitudinal del mecanismo de filtración explorado por Blas Castellón en las salinas antiguas de Zapotitlán, Puebla (adaptado de Castellón 2015: Figura 15).

99

Figura 18. Mapa parcial del área maya, indicando los principales sitios salineros mencionados en el texto. Las áreas sombreadas en el norte de la península de Yucatán y en la costa sur del Pacífico indican la mayor concentración de sitios salineros antiguos (adaptado de Andrews 1997).

100

Figura 19. Reconstrucción hipotética de un sitio salinero prehispánico en la costa de Yucatán, mostrando las áreas de trabajo. Pueden observarse los trabajadores que traen el agua salada del mar (arriba a la izquierda) para ponerla en las eras de evaporación solar (al centro), los montones de sal cristalizada (en el frente), los bultos de sal listos para transportarse (abajo a la derecha) y la palapa de los salineros (arriba a la derecha). (Adaptado de Andrews 1997: Figura 1).

101

Figura 20. Reconstrucción del sistema de cocción de salmuera utilizado en Stingray Lagoon, Belice. Pueden verse los recipientes y los cilindros de barro que se usaban para sostenerlos sobre el fuego (adaptado de McKillop 1995: Figura 10).

Figura 21. Cilindros de barro usados para sostener las vasijas con salmuera sobre el fuego, para producir “sal cocida” en la costa de Belice (adaptado de McKillop 2002: Figura 3.18).

102

Figura 22. Soporte de vasija con la base intacta, vista superior (arriba) y lateral (abajo), usado en la costa de Belice para elaborar sal en la época prehispánica (adaptado de McKillop 2002: Figura 3.15).

103 CAPÍTULO III ANTECEDENTES GEOGRÁFICOS Y CULTURALES DEL ANTIGUO OCCIDENTE DE MÉXICO

En estas páginas se presenta una visión panorámica y diacrónica del desarrollo cultural prehispánico en las diversas regiones del Occidente (ver el Cuadro 1), con el fin de contextualizar el estudio sobre producción de sal en Michoacán presentado posteriormente. Nuestra región de interés es una extensa área geográfica, ocupada actualmente por los estados de Michoacán, Jalisco, Colima, Nayarit y Sinaloa. Algunos investigadores también incluyen en ella porciones de Guanajuato, Aguascalientes y Querétaro. Otros más consideran a todo el estado de Guerrero dentro del Occidente, pero esto último es difícil de asegurar con certeza (Schöndube 1994: 19; para el caso de Guerrero, ver Schmidt y Litvak 1986: 34-35). Según Otto Schöndube, la subárea de Mesoamérica que conocemos como Occidente se caracteriza por una gran diversidad ecológica y la consecuente variabilidad cultural prehispánica. Según Schöndube, los nichos naturales del Occidente son tan numerosos y variados, que se propició el “surgimiento de diversas formas de ser, es decir, de múltiples culturas. Evidencias de esta diversidad cultural nos son dadas por el gran número de lenguas indígenas que eran habladas en el poniente mexicano al momento de la Conquista, así como[...] por la diversidad que muestran los restos de cultura material encontrados hasta ahora en las investigaciones”. Esta diversidad cultural es propiciada igualmente “por las relaciones entre culturas tanto en el interior del propio Occidente, como con las otras áreas mesoamericanas, o con los grupos más o menos nómadas del norte de México, con los que comparten largas fronteras”. De hecho, “la peculiar configuración del Occidente y su ubicación le otorgan un papel importante como un corredor a través del cual se difundieron ideas[…] por el que se movieron los bienes materiales como la turquesa y el metal, y por el que también se desplazaron algunos grupos en sus migraciones, transformando las formas previas de vida” (Schöndube 1994: 19).

104 El Occidente interactuó con sus vecinos de Mesoamérica y contribuyó de manera importante al enriquecimiento de la ecúmene mesoamericana (Williams 2004b). Según Meighan (1974: 1260) varios autores han señalado que nuestra área se encuentra fuera de la tradición cultural básica de Mesoamérica, pero “esta idea es más apropiada para unos periodos que para otros, y se aplica con toda su fuerza solamente a la tradición de las tumbas de tiro. Durante el milenio anterior a la llegada de los españoles, el Occidente fue una variante regional de la tradición mesoamericana” (Meighan 1974: 1260). Por otra parte, Weigand y Foster (1985: 2) mencionan que “la civilización mesoamericana tuvo múltiples zonas nucleares culturales (cultural hearths), todas las cuales florecieron en estilos regionales distintivos. El Occidente de México[...] representa una de estas zonas nucleares”. El marco geográfico El Occidente es la más extensa subárea de Mesoamérica, al igual que la más diversa desde el punto de vista del medio ambiente, (Figura 23) pero no es una unidad geográfica, ni siquiera una unidad cultural, considerando su gran variedad cultural en tiempos antiguos. El Occidente ocupa varios ámbitos geográficos, que incluyen un buen número de nichos ecológicos muy diversos y aún en casos contrastantes. De acuerdo con el estudio geográfico de West (1964), el Occidente ocupa porciones de la siguientes regiones geográficas: la Mesa Central; la Cordillera Neovolcánica; la Sierra Madre Occidental; las tierras bajas costeras del Pacífico. Según lo indicado por Enrique Jardel, “el occidente de Mesoamérica[...] es casi imposible de definir como una unidad con criterios físicos o biológicos, ya que se trata de un espacio de contacto y transición entre, al menos, cinco regiones fisiográficas (la Planicie Costera Noroccidental, la Sierra Madre Occidental, el Eje Neovolcánico, el Altiplano Central, la Sierra Madre del Sur y la Depresión del Balsas) y cuatro provincias biogeográficas (Sinaloense, Sierra madre Occidental, Volcánica Transversal y Nayarit-Guerrero)[...]” Jardel opina que “tanto en lo que se refiere a su geografía física y biológica, como en lo cultural, el Occidente es una región caracterizada por la diversidad y la transición, y esto es probablemente lo que mejor la define” (Jardel 1994: 18). Ninguna discusión del marco geográfico del Occidente estaría completa sin mencionar sus ríos y lagos; la siguiente se basa en Tamayo y West (1964). La vertiente del

105 Pacífico recibe menos lluvia y cubre un área menor que la del Atlántico, y se caracteriza por corrientes superficiales de poca descarga. Sólo dos grandes cuencas ocurren en esta región: los sistemas del Lerma-Santiago y del Balsas. Un sistema marcadamente estacional caracteriza a la mayoría de las corrientes permanentes de la vertiente del Pacífico y muchos de los ríos pequeños son intermitentes. El Sistema del Lerma-Santiago es una de las cuencas hidrográficas más grandes de América Media. El actual sistema fluvial se origina en los pantanos y lagos en el extremo sur del Valle de Toluca; corriente abajo el río recibe muchos tributarios, atravesando porciones de los actuales estados de México, Querétaro, Guanajuato, Michoacán y Jalisco. El Lerma es un río lento con poca gradiente y muchos meandros en su camino. El Lago de Chapala es una gran cuenca de 80 km de longitud (de este a oeste). Es la única que queda de una serie de cuencas del Terciario (Figura 24), y antiguamente recibía una descarga apreciable de los ríos Lerma, Duero y Zula. El Río Grande de Santiago (o Río Tololotlán) se origina en el Lago de Chapala y cruza el extremo sur de la Sierra Madre Occidental, hasta desembocar en el Océano Pacífico en las costas de Nayarit. Los tributarios más importantes son los ríos Verde, Juchipila, Bolaños, Apozolco y Guaynamota. El área de desagüe del Pacífico Central de México se encuentra entre las cuencas del Lerma-Santiago y del Balsas. Los ríos son cortos y torrenciales, bajando bruscamente por taludes empinados. De norte a sur los ríos más grandes son el Ameca, el Armería y el Coahuayana. El Sistema del Río Balsas desagua una cuenca de 105,900 km2, una de las mayores áreas de desagüe de la América Media. Finalmente, la geología, hidrología, topografía y clima se combinan para dar forma a la cubierta vegetal del Occidente. La más abundante configuración florística es la del bosque tropical deciduo, seguida por una configuración de montaña tipificada por coníferas y Quercus; menos abundante es el bosque tropical subdeciduo. En las porciones más secas del área –en particular hacia el norte—encontramos el bosque espinoso, pastizales y plantas xerofíticas (Rzedowski y Equihua 1987: 14).

106 Cuadro 1. Esquema cronológico del Occidente de México. PERIODO

JALISCO1

COLIMA2

NAYARIT3

MICHOACA CUENCA N4

DE MÉXICO5

Arcaico

Matanchén

(7000 a.C.2000 a.C.) Formativo

El Opeño

Capacha

El Opeño

Ixtapaluca

Temprano (1500-900 a.C.) Formativo

Capacha San Felipe

Medio

San Blas

El Arbolillo

Ortices

(900-300 a.C.) Formativo

El Arenal

Ixtlán

Tardío

Chupícuaro

Ticomán

temprano

(300 a.C.-200 d.C.) Clásico

Patlachiqe Ahualulco

Amapa- Los

Temprano

Loma Alta

Tzacualli

Jarácuaro

Miccaotli

Cocos

(200-400 d.C.) Clásico

Teuchitlán I

Comala

Medio (400-700 d.C.)

Colima

Tlamimilolpa

107 Clásico

Teuchitlán

Armería

Tardío/Epiclá II

Cerritos-

Tingambato

Aztatlán

Xolalpan Metepec

sico

Coyotlatelco

(700-900 d.C.) Postclásico

Santa Cruz de Chanal

Temprano

Bárcenas

Ixcuintla

Palacio

Mazapan

Urichu

(900-1200 d.C.) Postclásico

Etzatlán

Periquillo

Tardío

Santiago-

Milpillas

Azteca I-II

Santa Cruz

(1200-1521 d.C.) Azteca III Protohistóric o o Tarasco (1450-1521) 1

Weigand 1996: Fig. 2;

2

Kelly 1980: cuadro 1;

3

Mountjoy 1982: Fig. 3;

4

Pollard 1993: cuadro 1.1;

5

Se incluye para fines comparativos; Parsons 1996: cuadro 1.

Los primeros habitantes del Occidente Los primeros habitantes del continente americano (hace unos 20,000/12,000 años 1 ) encontraron un medio ambiente muy distinto del que vemos ahora, pues aquí originalmente existieron muchas especies de fauna mayor, que se extinguieron hace unos 12,000-17,000 años. Es posible ubicar las extinciones alrededor de 11,000 a.C., fecha que coincide con la llegada de los cazadores de la “cultura Clovis” al continente. Al desplazarse hacia el sur del 1

La antigüedad del ser humano en el Nuevo Mundo es un tema que todavía sigue en debate. Las fechas proporcionadas aquí solamente son un rango de probabilidad.

108 Nuevo Mundo estos cazadores encontraron grandes animales, a los que eventualmente exterminaron. Otra teoría sostiene que las extinciones se debieron a cambios climáticos, que también se registraron alrededor de 11000 a.C. Sin importar cual teoría es la más acertada, la mayoría de las especies grandes que pudieran haberse domesticado por los nativos americanos desaparecieron completamente en esta época (Diamond 1999: 46-47). Tenemos muy poca información sobre las primeras etapas de la ocupación humana en el Occidente. Por analogía con otras regiones de Mesoamérica, podemos suponer que hace unos 20,000 años nuestra área de interés estuvo ocupada por cazadores recolectores, que explotaban una gran gama de entornos naturales. Los pocos hallazgos relacionados con este periodo consisten en algunas lascas y puntas de proyectil hechos de piedra, así como algunos artefactos de hueso (Solórzano 1980; Hardy 1994). Recientemente se ha reportado el hallazgo de puntas de proyectil acanaladas, aparentemente del tipo Folsom (de una antigüedad considerable, que se remonta a 95008000 años antes del presente) en el sitio de Los Guachimontones, en el centro de Jalisco (León et al. 2006), descubrimiento que corresponde al periodo Formativo tardío y Clásico temprano (ca.400 a.C.-400 d.C.). Estos artefactos parecen haber sido reutilizados, tal vez en un contexto ritual, muchos siglos después de su elaboración. Otro caso de reutilización de este tipo de objetos es mencionado por Weigand (1970), quien lo observó entre los huicholes de la Sierra Madre Occidental en la década de 1960. Periodo Arcaico (ca. 8000-2000 a.C.) El periodo Arcaico duró unos 6000 años, aproximadamente entre 8000 y 2000 a.C; durante esta época los habitantes del área que se conocería como Mesoamérica eran cazadores y recolectores, y poco a poco se fueron volviendo más expertos en la obtención de alimento a partir de las plantas. Eventualmente desarrollaron una triada de plantas domesticadas: maíz, frijol, y calabaza. En los inicios de este periodo la dieta incluía especies que hoy nos parecerían exóticas (carne de antílope, semillas de mesquite); al terminar el Arcaico la dieta se basaba en especies que hoy nos resultarían conocidas, producidas en el contexto de aldeas agrícolas (Evans 2004: 71-72). Son pocos los datos que tenemos para conocer la subsistencia durante este periodo en Occidente; aquí hablaremos brevemente de lo que se conoce para otras áreas de

109 Mesoamérica. Un ejemplo temprano se ha documentado en Chantuto, Chiapas, en donde se encontraron los restos arqueológicos de una cultura que se dedicaba principalmente a la explotación de los esteros marinos y los sistemas de lagunas en la costa, alrededor de 30002000 a. C. Las principales fuentes de alimento eran almejas, peces, reptiles y camarones del pantano, entre otros. Algunos huesos de animales encontrados en las excavaciones arqueológicas sugieren que la comida también se obtenía a través de la cacería tierra adentro, aunque esta última no representaba una parte importante de la dieta (Voorhies 1976: 97-98). Existe evidencia arqueológica de ocupaciones permanentes durante el Arcaico, que consisten en pisos de casas y acumulaciones de conchas de moluscos. Con base en evidencias etnográficas se supone que la población alrededor de los esteros aumentaba considerablemente durante la época de pesca del camarón, de tal suerte que el patrón de residencia incluía tanto asentamientos permanentes como poblaciones flotantes que llegaban estacionalmente (Voorhies 1976: 99). La cultura material de esta época casi no se ha conservado en Mesoamérica, a excepción de materiales resistentes al paso del tiempo, como rocas y huesos. Es por eso que debemos tomar en cuenta los hallazgos en áreas desérticas, donde las condiciones climáticas han permitido la conservación de trampas, canastas, textiles, y otros elementos hechos de materiales perecederos (como las cuevas de Tularosa y Cordova en Nuevo México). Estos restos arqueológicos, que nos hablan del modo de vida de los más antiguos pobladores, consisten en trampas de lazo elaboradas de fibras vegetales (probablemente yuca) que se usaban para atrapar animales pequeños (Plog 1997: 47-48). También contamos con datos arqueológicos, históricos y etnográficos de la Gran Cuenca (Grerat Basin, Utah) que nos hablan de la tecnología nativa adaptada a la explotación de los pantanos, como hilos de pescar con múltiples anzuelos (Kelley 1990), puntas de dardo usadas para pescar o cazar en los pantanos (Fowler 1990), y pesas de piedra para las redes de pescar (Tuohy 1990). Otra zona importante para entender estos procesos culturales de épocas tempranas es el Lago de Chalco, en la cuenca de México. Según Christine Niederberger (1976: 259), alrededor del quinto milenio antes de nuestra era ya se estaba manifestando un interés en plantas del género Zea, entre la amplia gama de especies explotadas por los pobladores de

110 los márgenes lacustres. Niederberger sostiene que la explotación de recursos alimenticios silvestres en este sitio está indicada por los huesos de mamíferos, así como aves, peces, reptiles y anfibios, que se han encontrado en las excavaciones arqueológicas en este lugar. Destaca entre los restos de fauna la abundancia del venado de cola blanca y del género Canis. También se encuentran presentes especies hoy extintas en la región, como el berrendo, el tlalcoyote y el pecarí. Las aves locales, en particular la fúlica, tuvieron un papel importante en la alimentación, junto con los patos migratorios cazados durante el invierno. Finalmente, las concentraciones de restos de pescado blanco, charal, pescado amarillo, ajolotes y tortugas denotan la relevancia de las actividades pesqueras en los sistemas de subsistencia (Niederberger 1976: 260). Gracias a las investigaciones de Niederberger (1981) sabemos que el sitio de Zohapilco fue ocupado desde 6000 a.C., durante una época en la que las condiciones climáticas favorables permitieron la ocupación permanente. Este es uno de los pocos casos conocidos de sedentarismo sin agricultura, lo cual fue posible gracias a la enorme cantidad y variedad de recursos acuáticos. El assemblage arqueológico de Zohapilco incluye herramientas de piedra, como piezas de molienda y puntas de proyectil, navajas y raspadores seguramente relacionados con las actividades de pesca, caza y recolección (Niederberger 1976). En el área costera del Occidente de México se han encontrado algunos restos de ocupación durante periodos bastante tempranos. Según Mountjoy, la evidencia más antigua de utilización humana de la costa del Occidente es un campamento establecido en la base de un cerro de origen volcánico en la bahía de Matanchén, Nayarit, que tiene una fecha probable de ca. 2200-1730 a.C. (Mountjoy 2000: 83). Estas primeras culturas nativas de Occidente apenas empezaban a consumir plantas domesticadas como parte de la dieta, por lo que es probable que su ingesta de sal era moderada, pues los alimentos silvestres (especialmente los obtenidos por cacería y la pesca) contenían toda la cantidad necesaria de minerales, incluyendo el cloruro de sodio.

111 Periodo Formativo temprano (ca. 1500-500 a.C.) 2 Hasta hace unas tres o cuatro décadas nuestros conocimientos sobre el Formativo en el Occidente eran muy escasos. Aunque todavía existen grandes lagunas en nuestra información y hay muchos problemas por resolver, nuestro entendimiento de este periodo ahora es un poco más completo, gracias a las recientes investigaciones. Los trabajos de Joseph Mountjoy en la llanura costera del Occidente ofrecen datos importantes, que probablemente pueden hacerse extensivos al resto de nuestra área cultural durante este periodo. De acuerdo con Mountjoy, “el patrón Preclásico de adaptación probablemente tuvo éxito en parte porque incluía la práctica de la agricultura en combinación con la amplia explotación de recursos naturales[...] gran variedad de animales y[...] de plantas silvestres[...] el Preclásico no llegó más allá de un nivel socio-económico-político caracterizado por un patrón de asentamiento de un pueblo principal con unas aldeas asociadas, y una religión enfocada en el culto de los muertos” (Mountjoy 1989: 22). En otras áreas del Occidente, los desarrollos culturales del Formativo temprano están representados por El Opeño, un sitio aldeano localizado en el noroeste de Michoacán, del cual hasta la fecha solamente se conocen sus tumbas y los objetos colocados en ellas como ofrenda. Estas tumbas podrían ser el antecedente más temprano de las “tumbas de tiro” tan características del Occidente. Pudieron haber funcionado como criptas familiares, con entierros múltiples, pues hay evidencia de reutilización en la antigüedad (Oliveros 1974: 195, 2004). La cerámica de este sitio consiste en cuencos sencillos y ollas chicas, decoradas con líneas incisas, con punzonado y con aplicaciones del mismo barro, muy similar a la encontrada en Tlatilco, estado de México, sitio más o menos contemporáneo con El Opeño. Las ollas tienen decoración pintada al negativo (rojo o negro), que puede ser el antecedente más antiguo de la cerámica tarasca decorada con esta misma técnica (Oliveros 1989: 126-127). Las fechas obtenidas por C14 dieron un rango de tiempo en torno a los 1400-1200 años a.C. (Oliveros 2011), lo que parece coincidir con periodos de considerable actividad volcánica que cubrieron de ceniza los sitios de ubicación de las tumbas, y tal vez los lugares de habitación contemporáneos, haciendo hasta ahora muy difícil la tarea de localización de estos últimos (Oliveros 1992: 241-244).

2 Los términos Formativo, Clásico, Postclásico y sus equivalentes se emplean en un sentido meramente cronológico, sin implicaciones de desarrollo cultural para cada época.

112 Otro complejo arqueológico de gran importancia es el de Capacha, Colima, contemporáneo al de El Opeño, y con el cual parece haber tenido fuertes lazos culturales. La fecha de C14 que se tiene para el material Capacha es de ca. 1450 a.C., que se confirma indirectamente por el fechamiento obtenido para El Opeño, y por semejanzas entre la cerámica de ambos sitios (Kelly 1970: 28; recientemente esta fecha se ha cambiado a ca. 1200 a.C.; Mountjoy 2013: 21-22). Según Greengo y Meighan (1976: 15) Capacha tiene doble importancia, pues es el horizonte cerámico más antiguo de la región Colima-JaliscoNayarit, y cuenta entre sus formas características de cerámica las vasijas con boca de estribo, que sugieren afinidad con las piezas similares encontradas en contextos del Formativo, tanto en México como en la zona andina. La distribución de cerámica Capacha hasta ahora se ha documentado en una zona relativamente amplia, que abarca, aparte de Colima, a los estados de Jalisco, Nayarit, Sinaloa, Michoacán y Guerrero (Kelly 1980: 22). Según Kelly (1980: 29), la semejanza de la cerámica de Capacha con otros estilos es ligera, y aparentemente no fundamental, aunque, como ya se dijo, existen lazos evidentes con la fase Opeño del sitio del mismo nombre, y con el mal definido “estilo Tlatilco”. De acuerdo con David Grove (2009), es claro que hubo interacción entre el Occidente (por lo menos Michoacán y Colima) y el área de Tlatilco. Esto se sugiere no sólo por las cerámicas, sino también por otros materiales, como la obsidiana. Sin embargo, todavía es muy poco lo que sabemos sobre la naturaleza y magnitud de esta interacción con las tierras altas centrales durante el periodo Formativo. En realidad contamos con pocas bases para comparar a Capacha con los conjuntos cerámicos estrictamente mesoamericanos que corresponden más o menos a la misma fecha. El estilo de la cerámica Capacha, entonces, no es mesoamericano, pero tampoco se podría definir como sudamericano, aunque tiene ingredientes que lo vinculan a la parte noroeste de Sudamérica. Sus peculiares ollas con vertedera en forma de “estribo” usualmente triple son únicas. Por otra parte, ciertas ausencias deben ser significativas, pero son difíciles de explicar, por ejemplo la escasez de botellas con un solo cuello delgado, así como del esgrafiado con conchas y del rocker stamping. Finalmente, las figurillas Capacha son totalmente distintas a los productos sudamericanos presumiblemente contemporáneos (Kelly 1980: 37). También se han encontrado materiales de los complejos Capacha y Opeño en las siguientes regiones: costa de Michoacán (Cabrera 1989: 138); cuenca del río

113 Tomatlán, Jalisco (Mountjoy 1982: 325); San Juanito, Teuchitlán, El Refugio y Citala, Jalisco (Weigand 1992b: 221 y comunicación personal). Según Joseph Mountjoy (1994a), existen muchos problemas o enigmas que quedan por resolver en relación con la interpretación de los restos arqueológicos que han recibido el nombre de Capacha. Las principales dudas son la siguientes: 1) si Capacha fue un desarrollo preolmeca o si fue contemporáneo con esta cultura, que existió entre 1200 y 300 a.C. (las únicas fechas que se tienen para Capacha, según el citado autor, parecen ser erróneas, es decir demasiado tempranas); 2) si los indígenas que dejaron los restos Capacha enterraban a sus difuntos en tumbas de tipo “tiro y bóveda”, pues de ser así, constituirían un importante eslabón con la cultura de El Opeño, Michoacán; 3) quisiéramos saber si Capacha tuvo su origen en México o en América del sur. Como ya mencionamos, Kelly subrayó la posibilidad de un origen sudamericano de la cultura Capacha, probablemente derivado de la cultura Machalilla del Ecuador. Sin embargo, hay algunas dificultades con esta hipótesis, pues en la cerámica de Capacha hay formas que no están presentes en Machalilla, incluyendo el bule, el cántaro de cuello largo, el trífido, el tecomate y el cuenco doble o triple. Existen más semejanzas entre Capacha y Tlatilco que entre la primera y Machalilla, pero también hay que subrayar ciertas semejanzas entre la iconografía Capacha y la olmeca, que Kelly no reconoció o no aceptó. Una de ellas es el diseño de “sol con rayos”, probablemente una variación de la “cruz de San Andrés” de los olmecas. En conclusión, Capacha aparentemente se derivó de varias raíces culturales, y a su vez sirvió de raíz para varios desarrollos prehispánicos locales en la región del Occidente (Mountjoy 1994a: 40). El periodo Formativo temprano no está muy bien documentado en Jalisco, pero las investigaciones de Phil Weigand (1989) han producido información que llena parcialmente algunas de las lagunas que todavía existen en nuestro conocimiento. La zona lacustre de las tierras altas de Jalisco ha producido cuatro sitios indisputablemente del Formativo temprano, aunque hasta la fecha solamente se cuenta con información de tipo funeral. Dos tumbas de tipo El Opeño se han encontrado en el pie de montaña cerca del pueblo de Teuchitlán, mientras que otras, cerca de El Refugio y de Tala, pueden ser del mismo periodo, aunque se encontraron muy derrumbadas. Las figurillas procedentes de esta área localizadas en colecciones privadas reafirman esta conexión con El Opeño. En la misma

114 región lacustre se han localizado dos sitios pertenecientes al complejo Capacha, con tumbas saqueadas: San Juanito y San Pedro. El primero produjo cuentas de crisacola, cristales de cuarzo y de pirita, así como dos navajas de obsidiana de forma lanceolada. En la segunda localidad se encontró un montículo funerario del Formativo medio, con una estructura en forma de altar, de planta circular u ovalada, de 6 m de diámetro y 1 m de altura. Esta es la más temprana evidencia de arquitectura reportada hasta ahora para el distrito lacustre de Jalisco, aunque desgraciadamente no se ha conservado. Varios huesos largos y cráneos fueron depositados en la base del altar, incluyendo por lo menos a cuatro individuos. El relleno del altar contuvo cerámica Capacha, y un pozo parcialmente saqueado debajo del altar tuvo el mismo material (Weigand 1989: 41). Periodo Formativo tardío (ca. 500 a.C.- 200 d.C.) Durante el siguiente periodo, llamado Formativo tardío, contamos ya con una base de datos más amplia que permite la comparación sistemática con otras áreas de Mesoamérica, tanto de estilos cerámicos como de otros elementos culturales, incluyendo patrones de asentamiento, formas de subsistencia, estratificación social, etcétera. El sitio mejor conocido del Occidente en este periodo es Chupícuaro, Guanajuato, situado en la cuenca sur-oriental del Río Lerma (este sitio fue destruido cuando se construyó una presa hace varias décadas). De acuerdo con Beatriz Braniff (1999), el Bajío es una región de cuencas aluviales y lacustres que estuvieron interconectadas en el pasado, eran tierras inundadas total o parcialmente que sin duda ofrecieron recursos estratégicos a sus habitantes. Como en la cuenca de México, estos lagos de grandes dimensiones producían todo género de alimentos acuáticos, y además también pudieron utilizarse para navegar y para la construcción de sistemas de cultivo parecidos a las chinampas. Se sabe que para el siglo XVI todavía existían grandes cuerpos de agua en esta región (Braniff 1999: 33). Por otra parte, Faugére (2009) piensa que en la zona del centro-norte de Michoacán, vecina del Bajío, entre ca. 700 y 1200 d.C. las extensas terrazas permitían mejorar los rendimientos agrícolas, tal vez con excedentes que implicarían una cierta capacidad de almacenamiento. La organización social de la subsistencia también incluía a los espacios silvestres, en especial para la cacería, “con una posible selección de los animales de caza según las especies y la edad de

115 los individuos, así como[…] la articulación entre las[…] zonas boscosas y los espacios cultivados” (Faugére 2009: 184). La gente de Chupícuaro construyó pocas estructuras más elaboradas que simples casas de bajareque con suelos de arcilla, y algunos drenajes cubiertos de piedra. Según Beatriz Braniff (1989: 108), los ejemplos de arquitectura de carácter cívico o religioso pertenecientes a este complejo arqueológico, que son pocos, se concentran en el sur del estado de Guanajuato, y constan de una plataforma rectangular con construcciones superpuestas que recuerda la de Tlapacoya, y una versión de la geometría tetraespacial, aunque falta un lado. Estas estructuras pueden considerarse monumentales, pues alcanzan entre 80 y 120 m por lado. Además existe una pirámide circular en Chupícuaro, y una construcción circular en la región de Salvatierra, Guanajuato. Chupícuaro fue un sitio habitacional en el cual los metates y manos indican el método común de procesar el maíz. La caza probablemente seguía siendo importante, aunque los artefactos o armas de piedra no fueron numerosos. Sin embargo, ésta no fue una existencia libre de conflictos para los habitantes de la región, a juzgar por los “cráneos trofeo”, los esqueletos decapitados y los entierros de cráneos aislados encontrados en Chupícuaro (Porter Weaver 1969: 8). La tradición cerámica de Chupícuaro es una de las más conocidas del Occidente; incluye figurillas de cerámica decoradas con motivos geométricos, así como una gran variedad de formas de vasijas, incluyendo la “boca de estribo”. Este sitio jugó un papel muy importante durante la fase Tezoyuca o Cuicuilco IV del centro de México (ca. 200100 a.C.), enviando al valle de México grandes cantidades de figurillas antropomorfas del tipo “H4” y de “ojos rasgados”, así como las características vasijas policromadas. La tradición Chupícuaro ejerció una gran presión sobre la cuenca de México, contribuyendo al colapso de Cuicuilco (Porter Weaver 1969: 9). La ocupación humana en el área probablemente llegó a su fin hacia el inicio de la era cristiana, aunque la tradición Rojo sobre Bayo que persiste en el “horizonte tolteca” conserva algunos motivos, estilo y técnicas notablemente parecidos a los de Chupícuaro, aplicados sobre formas distintas (Porter Weaver 1969: 14; cf. Braniff 1972). El Río Lerma forma un corredor natural hacia áreas del Occidente accesibles desde el centro del país. Puesto que este río ofrece una línea de comunicación bien definida y de

116 fácil tránsito, es razonable suponer que el asentamiento inicial hubiera tenido lugar sobre los márgenes del río. Además de la fácil comunicación, los arroyos tributarios del Lerma ofrecieron nichos ambientales únicos, adaptables a la tecnología agrícola traída por los pioneros (Florance 1985: 43). Según Boehm de Lameiras, “las características de la cuenca del Lerma hasta Chapala permiten suponer que el atractivo para su utilización agrícola pudo haber sido su potencial chinampero. Cabe recordar que el río avanzó muy lentamente llenando con sus depósitos aluviales lo que hoy son extensas llanuras” y en aquella época, “una serie de lagos escalonados que vertían sus excedentes de uno al otro con grandes fluctuaciones estacionales de inundación y desecación” (Boehm de Lameiras 1988: 20-21). La cronología de ocupación dentro del Formativo tardío y terminal en la cuenca del Río Lerma sugiere una subsistencia basada en la agricultura sedentaria. 3 La consideración de factores ambientales en relación con la distribución de asentamientos no deja duda de que los lugares para asentarse se escogieron principalmente por la proximidad a micronichos donde la productividad agrícola podía ser maximizada y los riesgos agronómicos minimizados (Florance 1989: 565). La comparación de asentamientos del Formativo tardío y terminal en el sudoeste de Guanajuato con los de la cuenca de México reveló que los tipos más pequeños de sitio identificados en la cuenca –caseríos, caseríos pequeños y loci de una sola familia— predominan en esta porción del Occidente. Los asentamientos del Formativo en el sudoeste de Guanajuato, lejos de representar un sistema cultural dominante en la región, reflejan a simples aldeas agrícolas con escasa complejidad sociopolítica. Pueden entenderse como componentes de un sistema cultural autóctono, centrado en una de las cuencas lacustres asociadas con el Bajío (Florance 1989: 683-685; cf. Braniff 1989). No ha sido fácil establecer una cronología segura para Chupícuaro, por la falta de excavaciones estratigráficas en el área y de fechas confiables de radiocarbono. Sin embargo, las recientes investigaciones en el sitio de La Tronera, cerca del pueblo de Puruagüita, Guanajuato, sugieren una ubicación entre 400 a. C. y 200 d.C. (Darras y Faugère 2005: 255).

3

La observación de prácticas modernas de irrigación es sugerente del potencial prehispánico de esta cuenca fluvial. Actualmente existe un sistema simple, que utiliza una pequeña presa y canales poco profundos, excavados con la mano, que desvían agua del arroyo hacia el aluvión. Existe posible evidencia de este tipo de sistema temprano de riego en un sitio arqueológico del complejo Chupícuaro (Florance 1989: 44).

117 Los trabajos iniciados en 1998 en el valle de Acámbaro (Guanajuato) por Darras y Faugère (2007) nos han permitido llegar a un mejor conocimiento de los patrones de asentamiento, de la arquitectura, de las prácticas funerarias y de la economía local en esta región. Los primeros indicios de ocupación se sitúan alrededor de 500 a.C, durante la fase Chupícuaro temprano, mientras que la fase siguiente, Chupícuaro tardío, puede situarse entre 400 y 100 a.C. Finalmente, la última fase llamada Mixtlán está ubicada entre 100 a.C. y 200 d.C. Las primeras referencias a una arquitectura en la región de Chupícuaro (1927) describen un montículo de forma circular y cónica (Williams 1993: 204). Por otra parte, en los años 1980 se notó la presencia del patrón arquitectónico en forma de “patio hundido”. Las prospecciones geofísicas y las excavaciones han señalado la existencia de estructuras circulares de muy grandes dimensiones, mientras que otra estructura parece corresponder a los restos de una gran construcción hundida, que podría haber sido circular u ovalada, con una superficie interior de 25 a 30 m de diámetro, que se construyó a finales de la fase Chupícuaro tardío (ca. 100 a.C.), y que al parecer su función fue cívico-ceremonial. Entre las características del material lítico se observan tradiciones locales bien arraigadas, que utilizaron obsidiana, calcedonia, andesita, basalto y dacita, las cuales se organizan en torno a industrias de lascas y de lajas. La industria de lajas (de andesita o de basalto) se encuentra muy desarrollada y podría estar relacionada con la explotación de los recursos de los medios palustres. Por último, Darras y Faugère (2007) encontraron una industria ósea particularmente abundante, que está presente a todo lo largo del Preclásico superior. Darras y Faugère (2010) mencionan que el reciente descubrimiento de tumbas de tiro en la región de Chupícuaro reaviva la polémica sobre los vínculos con sus vecinos del Occidente. Las excavaciones realizadas por estas autoras en el valle de Acámbaro, Guanajuato, descubrieron cuatro tumbas que tenían un tiro de acceso con uno, dos o tres peldaños que conducen a una cámara funeraria de tamaño restringido, la cual contenía un entierro individual primario. Tanto las correlaciones estratigráficas como las características estilísticas de las ofrendas cerámicas y las fechas de radiocarbono obtenidas para dos de los individuos, permiten fechar estas tumbas durante la fase Chupícuaro reciente (ca. 400-100 a.C.). Las características de estas tumbas de tiro permiten establecer correspondencias

118 claras entre el área de Chupícuaro y varias regiones del Occidente, además de ilustrar la gran diversidad que existe dentro de este tipo de manifestación arqueológica. La existencia de este patrón funerario en el valle de Acámbaro constituye uno de los indicadores que permiten integrar plenamente a Chupícuaro dentro de la esfera cultural del Occidente de México (Darras y Faugère 2010). Se han encontrado restos cerámicos de estilo Chupícuaro en una muy extensa región de Mesoamérica, desde La Quemada, Zacatecas, en el norte, hasta Gualupita, Morelos, en el sur (McBride 1969: 33). Después del fin del apogeo de Chupícuaro, este estilo cerámico no desaparece por completo, sino que perdura –aunque modificado—hasta el Postclásico, por ejemplo en el tipo Rojo sobre Bayo, entre otros (Braniff 1972: 295). Las planicies aluviales del Lerma aún están poco exploradas. A primera vista se ven poco propicias para un asentamiento prehispánico denso por haber sido, hasta hace unos sesenta años, áreas sumamente propensas a inundarse y palustres. Darras y su equipo de investigadores (2016) emprendieron recientemente un programa de investigación en el valle del Lerma, con el fin de entender el patrón de asentamiento en la llanura aluvial en relación con las dinámicas aluviales. De esta manera se propone evaluar el potencial arqueológico tomando en cuenta los procesos tafonómicos, tanto de origen natural como antrópicos. Entre las áreas de interés para comprender el desarrollo prehispánio del Bajío está el valle de Acámbaro. Por su posición al oriente del Bajío y por la presencia del Río Lerma, siempre fue considerado como parte de un eje de comunicación entre Occidente y el centro de México. Excavaciones recientes en esta región realizadas por Brigitte Faugère y sus colaboradores (2016) manifestaron claramente la presencia de materiales procedentes del Altiplano central de México durante el Preclásico y el Clásico. De la misma manera, durante el auge de la cultura Chupícuaro, artefactos característicos se encuentran también en varios asentamientos de la Cuenca de México y de la región de Puebla-Tlaxcala, aunque no se ha podido determinar hasta ahora si se trata específicamente de importaciones. Más tarde, la presencia teotihuacana se manifiesta a su vez en ciertos sitios del valle de Acámbaro y, al suroeste, hacia la cuenca de Cuitzeo. Los sitios ubicados en las faldas norte del Cerro Barajas (Municipio de Pénjamo, suroeste de Guanajuato), fueron objeto de la investigación arqueológica de Gérald Migeon

119 (2016), quien discute las diferentes actividades productivas realizadas por los habitantes de dichos sitios (ocupados en el Epiclásico). En segundo lugar, Migeon estudia la naturaleza, el origen, la función y el simbolismo de los productos encontrados durantes las excavaciones (artefactos ajenos a la zona colindante al cerro, a la región suroeste del estado de Guanajuato o al Bajío), para entender las relaciones que tuvieron los pueblos del Cerro Barajas con otros grupos culturales de Mesoamérica. No muy lejos del Bajío en dirección hacia el oeste, vemos que en Jalisco se han encontrado materiales del Formativo medio (fase San Felipe, 1000-300 a.C.) en varias localidades dentro del norte de la zona lacustre. Es frecuente la arquitectura compuesta de montículos funerarios circulares u ovalados y plataformas, estas últimas frecuentemente construidas sobre las laderas de los cerros. Los montículos usualmente se localizan en la parte superior de la playa, o en las primeras terrazas sobre ella. Se encuentran colocados a intervalos regulares alrededor de los lagos; su esquema de organización parece reflejar centros ceremoniales basados en aldeas, con escasa evidencia de integración política a mayor escala (Weigand 1989: 42). Los restos de habitación asociados con estos centros incluyen fragmentos de metates, tiestos de ollas y lascas de obsidiana. La densidad de estos elementos es ligera, pero la evidencia sugiere que los centros sirvieron como lugares de residencia a por lo menos una parte de la población de cada sistema sociopolítico. Por otra parte, la fase El Arenal (ca. 350/300 a.C.- 150/200 d.C.) parece representar la culminación del “culto funerario” asociado con el periodo Formativo en la región, así como la consolidación de los patrones básicos y asociaciones de la arquitectura que vemos en las subsecuentes fases arqueológicas pertenecientes al periodo Clásico (Weigand 1989: 42). La ocupación del Formativo en la región del bajo Balsas, otra de las grandes cuencas fluviales del Occidente, se representa por la fase Infiernillo (ca. 1200 a.C.- 500 d.C.); este periodo se caracteriza por la presencia de grupos humanos con asentamientos permanentes formando pequeñas aldeas a lo largo del río. Asimismo, por la ocurrencia de artefactos de molienda y los restos de otros materiales, se piensa que practicaban la agricultura y complementaban su dieta con la caza y recolección. En sus costumbres funerarias estos grupos se caracterizan por tener un modo de enterramiento primario, sobre

120 todo la posición extendida en sus distintas variantes (Cabrera 1986: 126). Por la cerámica, se infiere que los habitantes del bajo Balsas –Michoacán y Guerrero—tuvieron fuertes relaciones culturales con grupos de la costa, no solamente de Guerrero, sino de todo el litoral del Pacífico hasta Guatemala. Por otra parte, la región del bajo Balsas durante este periodo no sólo tenía contactos con grupos del sur, sino que por la presencia de trompetas de caracol y otros materiales de concha provenientes del Caribe, se infiere que se mantenía comunicación con esa región (Cabrera 1986: 127). Periodo Clásico (ca. 300-900 d.C.) Hasta Hace algunos años era muy poco lo que se conocía sobre el desarrollo cultural en el Occidente durante este periodo. Gracias a recientes investigaciones, sin embargo, esta laguna en nuestro conocimiento empieza a desaparecer. Los sitios conocidos como “las Lomas” en la gran ciénega de Zacapu, Michoacán, fueron ocupados durante aproximadamente los ocho primeros siglos de nuestra era (periodos Protoclásico-Clásico), siendo después prácticamente abandonados. La abundancia de vestigios funerarios en esta zona hace pensar en una ocupación especializada para estas actividades y para otras igualmente de tipo ritual, aunque es muy probable que la gente que iba a honrar a los muertos a las Lomas también supiera explotar los recursos palustres y lacustres de éstas (Arnauld et al. 1993: 208; Carot 1994). Por otra parte, existen pruebas de que la gran masa de Loma Alta (la mayor de las Lomas) está construida en su mayor parte de rellenos antrópicos contenidos por decenas de metros de muros de sostén. Loma Alta es un sitio único en su tipo, un centro ceremonial de una importancia excepcional en el plano sociopolítico y religioso. Los sistemas de construcción dan prueba de la movilización de una mano de obra importante y competente (Arnauld et al. 1993: 209-210). El material cerámico de este sitio refleja una gran calidad y un alto control técnico, particularmente en los tipos negativos, además de una muy compleja iconografía que nunca fue superada en las fases superiores (Carot 1994: Figs. 5-7, 1992: Figs. 7-13). Carot y Susini (1989) reportan para Loma Alta una práctica funeraria hasta ahora desconocida en Occidente y, al parecer, en el resto de Mesoamérica: la pulverización de osamentas previamente calcinadas a alta temperatura y su disposición en urnas depositadas

121 en fosas. En total fue descubierto un conjunto de 31 recipientes (28 urnas y tres vasijas semiesféricas), de los cuales fueron extraídos y tamizados más de 100 kg de cenizas provenientes de la cremación y pulverización de huesos; pero es difícil determinar si se trata de restos humanos o de animales. Puede suponerse que los hornos de cremación se encontraban al aire libre, como los descubiertos en Snaketown, Arizona (Carot y Susini 1989: 112-115). El periodo Clásico está representado en la cuenca de Cuitzeo por la cerámica proveniente de Queréndaro, misma que representa una técnica decorativa poco conocida en Mesoamérica, que consiste en aplicar la pintura después del cocimiento y luego marcar y raspar los diseños, predominantemente geométricos. Las figurillas son muy similares a las de Chupícuaro, por lo que se les considera como pertenecientes a una cultura desarrollada desde el Formativo. Esta clase de cerámica se ha identificado como diagnóstica del Bajío y de parte del Occidente (Macías Goytia 1989: 174). El sitio de Loma Santa María, localizado en las afueras de la actual ciudad de Morelia, ha proporcionado información muy valiosa sobre el desarrollo local durante el periodo Clásico. La ocupación de este sitio probablemente se inició con una cultura preclásica local, cuyas técnicas decorativas de la cerámica la ligan con el Rojo sobre Crema y con la alfarería policroma de Chupícuaro. En este sitio se encontraron indicios de una fuerte interacción cultural con el centro de México, excavándose en los niveles estratigráficos medios y superiores cerámica de tradición teotihuacana, pertenecientes a las fases II, IIA y III. Posiblemente a través de esta relación con la cuenca de México se obtuvieron otros materiales procedentes de varias áreas de Mesoamérica, como la alfarería Rojo sobre Rosa/Blanco de Morelos, la Anaranjado Delgado que al parecer se fabricaba en Puebla, y algunos vasos y “juguetes” con ruedas procedentes del Golfo (Manzanilla 1988: 153-155). Por otra parte, el sistema constructivo, aunque sencillo, es muy similar al taludtablero de Teotihuacan (Cárdenas 1999a, Fig. 4). Otro sitio de Michoacán donde se han encontrado materiales teotihuacanos es Tres Cerritos, en la cuenca de Cuitzeo (Macías Goytia 1994). Al excavar el montículo 3 de este sitio se encontró una tumba, cuyos materiales culturales tienen características del Altiplano de México, concretamente de Teotihuacan. Se rescataron de esta tumba, además de 9 m3 de ceniza, 19 entierros primarios completos, dos cráneos con huellas de decapitación y 11

122 entierros secundarios. Entre los objetos que se encontraron hay 120 de arcilla, más de 4,000 cuentas de concha, jade, turquesa y cristal de roca, numerosos caracoles marinos y gran cantidad de ornamentos y herramientas de obsidiana. También se encontró una máscara de alabastro de claro estilo teotihuacano, así como abundante cerámica idéntica a la que se conoce del gran sitio del centro de México. Por todo lo anterior, se infiere que Tres Cerritos tuvo una ocupación relacionada de alguna manera a las culturas del Altiplano, en especial la teotihuacana (Macías Goytia 1994: 34-35). El sitio de Tinganio, en el municipio de Tingambato, Michoacán, parece haber tenido dos etapas de ocupación, la primera entre 450 y 600 d.C., y la segunda entre 600 y 900 d.C. En la última se introdujo un estilo arquitectónico que se ha interpretado como parecido al teotihuacano. La ubicación del asentamiento se escogió no solamente por ser un lugar privilegiado con abundante vegetación y agua, sino también porque era un punto estratégico entre las regiones fría y caliente, capaz de servir de lazo de unión a los pueblos de ambas regiones, como sucedió en tiempos coloniales. Entre los materiales intercambiados pueden mencionarse los siguientes: caracoles y conchas marinos del Pacífico, turquesa, pirita, jade y otras materias primas (Piña Chan y Oi 1982: 93-99). Por los datos con que contamos hasta la fecha, parece que el Occidente (particularmente el área Jalisco-Colima-Nayarit) no fue tan fuertemente influenciado por las culturas del centro de México durante el Clásico como otras regiones de Mesoamérica, notablemente el valle de Oaxaca, la costa del Golfo o las tierras altas de Guatemala; esto es evidente al ver el cuadro de distribución de rasgos teotihuacanos en Mesoamérica presentado por Santley (1983: cuadro 2). Los hallazgos de cerámica teotihuacana en Occidente aparte de los ya mencionados han sido escasos, limitándose a diversas partes de Colima (McBride 1975; Meighan 1972; Matos y Kelly 1974). En Jalisco y Nayarit la situación ha sido resumida por Weigand (1992b: 227-228) con las siguientes palabras: “de la misma manera que el Formativo en el Occidente de Mesoamérica estuvo bastante libre de influencias olmecas, los periodos Clásicos de la misma área muestran notablemente pocas influencias del centro de México”. Finalmente, las palabras de Michelet (1990: 288) sirven para resumir lo poco que sabemos sobre Michoacán durante el periodo Clásico: “mucho se ha dicho que Michoacán antes del horizonte tarasco se caracterizaba por una fuerte fragmentación geo-cultural. Hoy

123 empezamos a creer que esa visión del Clásico michoacano era tal vez sencillamente consecuencia de la escasez de trabajos arqueológicos[...]” Michelet opina que “si bien no existió una fuerza centrípeta potente antes del surgimiento del imperio tarasco, ciertas tendencias unificadoras se manifiestan a lo largo del primer milenio de nuestra era[...] La región de Zacapu[...] alcanzó incluso una pizca del prestigio de Teotihuacan”. La época que nos ocupa es todavía poco conocida en la región del Bajío, por lo cual no se puede hablar se un “periodo Clásico” en un sentido estricto como el dado en el centro de México, prefiriéndose hacer referencia al marco cronológico (ca. 250-900 d.C.), puesto que esta región además de presentar rasgos afines con el centro de México y otras áreas, tiene modalidades propias. Las raíces culturales de Chupícuaro se ven enriquecidas por otras tradiciones llegadas a través del corredor del Río Lerma (Sánchez y Marmolejo 1990: 269; cf. Cárdenas 1996, 1999b). Durante este periodo en el Bajío con el desarrollo regional se consolidan y fortalecen algunos centros cívico-ceremoniales ubicados en cimas y laderas con posibilidades estratégico-defensivas, que evidencian una posible inestabilidad sociopolítica, debida a la presencia de grupos belicosos en la región. Estos sitios mayores que fueron posible refugio para la población asentada en el valle, muestran una arquitectura elaborada, además de ubicarse en lugares desde los que se podían explotar y controlar los recursos. Los sitios hasta ahora conocidos presentan estructuras arquitectónicas de tipo piramidal asociadas a patios o plazas, plataformas, plazas o patios cerrados o “hundidos” y en algunos casos elementos circulares, así como calzadas y columnas. Estos elementos varían en su distribución en función de la topografía del terreno, pero regularmente conservan una orientación definida en su conjunto principal, donde la estructura piramidal mayor se ubica al oriente de la plaza o patio principal (Sánchez y Marmolejo 1990: 269). Para la segunda mitad del periodo Clásico se había consolidado una tradición propia en esta región, pero a la vez se denota una cierta inestabilidad en el área, posiblemente por comenzar las incursiones de grupos “nómadas” con los que colindaba (Sánchez y Marmolejo 1990: 276; cf. Faugère 1988). Algunos asentamientos prehispánicos del Bajío se caracterizan por tener concentraciones de grandes estructuras cívicas y religiosas, que se diferencian claramente de las unidades habitacionales menores. Estos agrupamientos de edificios pudieron haber

124 sido cabeceras de diferentes unidades político-territoriales. Estos conjuntos arquitectónicos se arreglaron de una forma ordenada y orientada con los puntos cardinales, y se construyeron sobre grandes plataformas que sirvieron de sostén a basamentos piramidales, juegos de pelota, habitaciones de la elite, lugares de almacenamiento, etcétera. Además presentan plazas, espacios abiertos y calzadas. Un elemento que se encuentra exclusivamente en estas cabeceras es el de estructuras con espacios hundidos que se conocen en la literatura como “patios hundidos” (Brambila y Castañeda 1993: 73; Cárdenas 1999b). En la zona lacustre de Jalisco el periodo Clásico está evidenciado por la tradición Teuchitlán (Weigand 1985, 1990a, 1994, 1996). La fase Ahualulco (ca. 200-400 d.C.) representa una intensificación de procesos que ya existían durante el Formativo tardío. Se construyeron juegos de pelota monumentales, usualmente adosados a plataformas o pirámides, mientras que los círculos arquitectónicos son mayores y los montículos más altos. El centro de gravedad dentro de la zona lacustre comienza a desplazarse hacia el valle de Ahualulco-Teuchiltán-Tala, con una consecuente baja en el número de sitios en los valles vecinos, lo que sugiere que la implosión de población de la fase Teuchitlán I (400700 d.C.) inició en el Clásico temprano (Weigand 1990a: 29). Durante esta época existió en la zona bajo discusión una jerarquía de centros ceremoniales de dos niveles, el más complejo de los cuales (v.gr. Teuchitlán) tiene juegos de pelota y conjuntos de plazas y patios rectangulares bien construidos, que pudieron haber funcionado como residencias de la elite. Se han identificado tres tipos de sitios no ceremoniales: pequeñas aldeas de múltiples plazas y patios con cementerios; otras iguales a las anteriores pero sin cementerios, y pequeñas aldeas con por lo menos dos complejos de plazas y patios sin áreas de enterramiento. Es evidente un sistema de asentamiento de por lo menos cuatro niveles de complejidad; todos los asentamientos comparten un factor crítico: localización estratégica para un fácil acceso a las buenas tierras agrícolas (Weigand 1990a: 31). En la laguna de Magdalena, Jalisco, se han encontrado restos de obras hidráulicas a gran escala, similares a las “chinampas” del centro de México o a los “campos levantados” de la zona maya; esta sofisticada infraestructura agrícola debió proveer de alimentos a una

125 abundante población en la época prehispánica, principalmente durante el periodo Clásico 4 (Weigand 1994; Stuart 2005). Una de las manifestaciones culturales más notables del Occidente es la llamada “tradición de las tumbas de tiro” (Galván 1991; Townsend 1998) que se desarrolló en los actuales estados de Jalisco, Colima y Nayarit durante el Formativo tardío y Clásico temprano (ca. 300 a.C.-300 d.C.). Hasta el descubrimiento en 1993 de una tumba monumental intacta en el sitio de Huitzilapa, Jalisco, prácticamente todo nuestro conocimiento sobre esta tradición cultural se había derivado de sitios saqueados y colecciones de objetos carentes de contexto (principalmente figurillas de cerámica), con la consecuente pérdida de información, por lo que la excavación de la tumba de Huitzilapa ha arrojado nueva luz sobre este periodo en el Occidente. Este sitio ceremonial en el centro de Jalisco estuvo ocupado durante el Clásico temprano (ca. 1-300 d.C.); presenta una serie de unidades arquitectónicas, como plazas, montículos, juegos de pelota, terrazas, unidades residenciales cruciformes y complejos circulares; estos últimos pertenecen a la tradición Teuchitlán (López y Ramos 1998; Ramos y López 1996). La tumba de tiro de dos cámaras mide 7.6 m de profundidad, y contuvo seis individuos –tres en cada cámara—enterrados con ricas ofrendas. El análisis osteológico de los individuos ha revelado que pudieron haber estado emparentados entre sí, por lo que se puede tratar de una cripta familiar que aloja miembros de un linaje específico. Un individuo masculino de aproximadamente 45 años de edad es el personaje más importante de los enterrados en la tumba, a juzgar por la cantidad y calidad de ofrendas asociadas con el esqueleto. Estaba adornado con elaborados artefactos de jade, concha, y textiles cosidos con miles de conchas marinas. Dos esqueletos femeninos se encontraron asociados con artefactos que pertenecen a la esfera femenina de la vida: malacates de arcilla y metates hechos de piedra volcánica. Otras ofrendas en la tumba incluyeron figuras de barro que representan jugadores de pelota, así como vasijas de barro decoradas con diseños geométricos y zoomorfos, algunas de las cuales todavía conservaban restos de alimentos. Huitzilapa fue uno de muchos sitios que florecieron en el área de Jalisco-ColimaNayarit durante el periodo Clásico. La mayoría se caracterizan por tumbas de tiro y

4

Recientemente se han obtenido fechas de C14 para las “chinampas” de Teuchitlán, gracias a lo cual sabemos con seguridad que pertenecieron al periodo Clásico (Phil Weigand, comunicación personal).

126 arquitectura circular, rasgos que se han utilizado para definir a la tradición Teuchitlán del Occidente (Ramos y López 1996). Una de las innovaciones más importantes dentro del Occidente en el Clásico tardío fue sin lugar a dudas la metalurgia. Según Hosler (1994a), la tecnología metalurgista que se desarrolló en nuestra zona floreció por espacio de unos 900 años. Los orfebres del Occidente incorporaron a su acervo tecnológico elementos introducidos de Centro y Sudamérica, desarrollando a partir de ellos nuevas formas de manejar los materiales. Durante este periodo (la primera de dos etapas de desarrollo metalurgista, que se extienden respectivamente de ca. 600 d.C. a ca. 1200/1300 d.C. y de esta última fecha hasta la conquista española) se usó principalmente el cobre, para elaborar una gama de objetos con las técnicas de vaciado a la cera perdida y de forjado en frío con recocido. Estos artesanos estaban interesados principalmente en hacer artefactos que expresaban sus símbolos sagrados y de status, más que en las aplicaciones utilitarias de esta tecnología (Hosler 1994b: 45). 5 Un rasgo cultural destacado en este periodo fue el intercambio entre regiones, que Kenneth Hirth (1992: 19) interpreta como parte del comportamiento de las elites. Según este autor, las investigaciones arqueológicas han demostrado que los bienes de prestigio y también los utilitarios se estaban intercambiando en grandes cantidades en Mesoamérica por lo menos desde el periodo Formativo (ca. 1000 a.C.). La obsidiana fue uno de los primeros materiales utilitarios en circular entre varias regiones, al igual que bienes de prestigio como conchas marinas, jade y serpentina, etcétera. Este intercambio pudo haber incluido recursos estratégicos como la sal, como veremos más adelante en este libro.

Periodo Postclásico (ca. 900-1521 d.C.) Según Diehl y Berlo (1989), en Mesoamérica ocurrieron cambios importantes durante los mil años anteriores a la conquista española, y muchos de éstos se originaron durante el periodo Epiclásico (ca. 700-900 d.C.). Algunos de ellos simplemente fueron elaboraciones 5 Hosler dice que todavía no sabemos con precisión en qué momento los antiguos pobladores del Occidente, principalmente en el área costera, aprendieron el corpus de conocimientos y la destreza que dio origen a la tradición metalurgista en esta parte de Mesoamérica. Según esta autora, hay evidencia firme que apunta hacia una introducción a la costa del Pacífico (el Occidente) de la tecnología metalurgista procedente del sur de Centroamérica y el norte de Sudamérica. El análisis realizado por Hosler (1994) y otros investigadores de materiales metálicos de Ecuador, Perú y Bolivia sugiere que estas regiones sudamericanas fueron el punto de origen para los tipos, las técnicas y también los diseños de artefactos que conocemos para el Occidente prehispánico (Hosler 2013: 231).

127 menores de formas ya existentes, mientras que otros tuvieron consecuencias profundas. Algunas de las transformaciones más importantes incluyen: (1) el surgimiento de nuevos centros políticos; (2) movimientos de población; (3) nuevas relaciones comerciales; (4) innovaciones en religión y arquitectura. En Mesoamérica prácticamente todos los centros de poder del Clásico temprano fueron abandonados para fines del siglo VIII de nuestra era. Nuevas comunidades los reemplazaron prontamente, pero los procesos que generaron estos cambios todavía no son bien comprendidos. Lo que sí es claro es que el colapso de Teotihuacan no fue un evento único; ninguno de los centros regionales como Monte Albán, Matacapan, Kaminaljuyú, Cobá, Tikal y otros, sobrevivió la caída de Teotihuacan (Diehl y Berlo 1989: 3). Una característica de este periodo es la inestabilidad. Los relatos históricos fragmentarios que algunos investigadores piensan se originaron en estos tiempos confirman la evidencia arqueológica de frecuentes migraciones de un tipo u otro. Los movimientos poblacionales a pequeña escala debieron de haber sido frecuentes en todos tiempos en Mesoamérica, pero en estos dos siglos hubo cambios dramáticos del tamaño de la población, localización de las comunidades y distribución de asentamientos. El comercio a larga distancia en Mesoamérica sufrió importantes modificaciones después de 700 d.C. Ciertas rutas de comercio aumentaron su popularidad a expensas de otras; las redes de Teotihuacan hacia Occidente y Norte de México sufrieron un eclipse, y la restauración del comercio con estas tierras bajo los toltecas en los siglos X y XI aparentemente siguió rutas y direcciones diferentes (Diehl y Berlo 1989: 3-4). Durante el siglo X de nuestra era la tradición Teuchitlán tuvo un colapso total y definitivo. Este colapso fue precedido por varios siglos de decline aparente (fase Teuchitlán II; ca. 700/900-1000 d.C.). La caída de la tradición Teuchitlán se refleja en la totalidad del inventario cultural; lo más importante es que la configuración arquitectónica de cinco elementos circulares, que sirvió como rasgo distintivo de la tradición, fue abandonada por completo. En vista de que los cambios evidentes en el sistema cultural son tan dramáticos y absolutos, y aparentemente se suscitaron de manera tan rápida, parece razonable suponer que estuvieron en parte auspiciados desde fuera de la región, tal vez relacionados con en surgimiento del imperio tarasco. Ya fuera directa o indirectamente, la presencia de un

128 nuevo actor tan poderoso en el ámbito político del Occidente debió de haber alterado por completo las estructuras socioeconómicas y políticas del área (Weigand 1990b: 215, 220). El colapso de la tradición Teuchitlán ha sido caracterizado por Phil Weigand en los siguientes términos: “el núcleo de la civilización mesoamericana en el Occidente se mudó definitivamente fuera de los distritos lacustres, para no regresar hasta el florecimiento de la ciudad de Guadalajara en los periodos colonial y moderno. Las actividades que caracterizaron a un área nuclear (como la construcción de un área económica clave, implosión demográfica, ‘monopolios’ de recursos escasos, etc.) se colapsaron de manera conclusiva en la región de Ahualulco-Teuchitlán-Tala”, para regresar a “los distritos lacustres orientales del Occidente de México durante el Postclásico tardío. El surgimiento del imperio tarasco[...] ofrece una crónica de esta transformación” (Weigand 1996a: 210). Durante el Postclásico temprano (ca. 900-1200 d.C.) el Occidente experimentó un considerable aumento en la influencia cultural del centro de México. Las tumbas de tiro ya habían dejado de utilizarse desde varios siglos atrás y una nueva tradición puede observarse en el área de Jalisco-Colima-Nayarit. De hecho, estas fuertes influencias del centro de México aparecen en Occidente durante el siglo VII, si no es que antes (Meighan 1976: 161), y se caracterizan principalmente por la introducción de conjuntos de montículos y plazas planificados y orientados hacia las direcciones cardinales. Durante el periodo Postclásico en el Occidente es común, en muchas zonas, la cerámica con los elementos estilísticos de la tradición Mixteca-Puebla. Este hecho es señal de una influencia (a partir del 900 d.C.) que pudo haber sido en parte religiosa, en parte militar y en parte mercantil, emanando desde el centro de México. Aunque no se puede hablar de un “imperio”, la cerámica, la iconografía, los patrones comunitarios y la mayoría de los objetos manufacturados revelan la influencia del Altiplano central (Meighan 1974: 1259). 6 Para Nicholson (1982: 229) la tradición Mixteca-Puebla es un “horizonte-estilo”, pues tiene una distribución temporal limitada, una distribución espacial amplia así como una complejidad estilística y atributos generales únicos. La tradición Mixteca-Puebla es un fenómeno panmesoamericano, apareciendo desde el norte de México hasta Nicaragua (Nicholson 1981: 253; cf. Nicholson y Quiñones Keber 1994).

6 Hay que señalar que el Occidente ya contaba para esta época con sociedades complejas, por lo que esta presencia de rasgos del centro y sur de Mesoamérica no implica que la “civilización mesoamericana” se estaba introduciendo por primera vez al Occidente.

129 Uno de los ejemplos mejor conocidos de presencia Mixteca-Puebla en el Occidente es el complejo Aztatlán de Guasave, Sinaloa. De acuerdo con Gordon Ekholm, “considerando simplemente el número de rasgos compartidos entre la cultura del complejo Aztatlán de Guasave y las varias culturas del centro de México, no puede haber duda de la filiación cultural entre ambas áreas” (Ekholm 1942: 126). Otros ejemplos de estilos cerámicos con parecidos al Mixteca-Puebla fueron encontrados en Chametla (Kelly 1938: Figs. 1 y 8) y Culiacán (Kelly 1945: Figuras 19-37 y Láminas 1, 2, 4), ambos en el estado de Sinaloa. Durante el Postclásico temprano, los rasgos Mixteca-Puebla “estaban siendo transmitidos hacia el Occidente de México a lo largo de una ruta bien organizada, vía las cuencas de los ríos Lerma y Santiago. La antigüedad de esta ruta se pudo haber remontado hacia 600 d.C., y su inicio pudo haber estado relacionado con la aparición de la metalurgia en la costa occidental” (Publ 1986: 26). 7 Según Joseph Mountjoy, Aztatlán fue la cultura arqueológica más difundida en el Occidente, y estuvo asociada con el desarrollo y distribución de tecnologías avanzadas, como la metalurgia y la fabricación de navajas prismáticas de obsidiana, así como en algunos sitios pipas y malacates, tal vez relacionados con el cultivo de tabaco y la industria textil, respectivamente. La decoración de vasijas con diseños “estilo códice”, la presencia de cerámica plumbate y el uso de figurillas estilo Mazapa, indican eslabones con las culturas postclásicas del Altiplano central (Mountjoy 1990: 543). La cultura Aztatlán ha sido fechada hacia 800-1400 d.C., y se han encontrado materiales diagnósticos de ella en Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Michoacán y aún en regiones tan lejanas como Durango, Chihuahua y Nuevo México (Mountjoy 1990: 542; cf. Mountjoy 1994b). Para J. Charles Kelley (2000) los distintos segmentos de la ruta mercantil de Aztatlán participaron en sistemas de comercio regionales desde el Clásico, y en algunos casos desde el Formativo. Durante el Epiclásico y Postclásico temprano hay evidencias de una ruta de comercio que se extendía desde el Valle de México siguiendo el Río Lerma, atravesando el Bajío hasta llegar a Nayarit, con una rama que se extendía hacia el valle de Tomatlán (Jalisco) y seguía por la costa de Jalisco hasta Nayarit. Esta rama se incorporó desde muy temprano en el sistema comercial de Aztatlán (Kelley 2000: 142). Finalmente, 7 Kelley menciona la existencia de un “camino del cobre”, que representaba un sistema de explotación y redistribución involucrado en el comercio de la turquesa y en la metalurgia de cobre. El comercio en esta ruta incluía “algodón y textiles del Occidente de México y otros

130 el sistema mercantil Aztatlán se vio interrumpido alrededor de 1450-1500 en el área del lago de Chapala, a causa del expansionismo tarasco que cortó sus rutas de comercio (Kelley 2000: 153; ver también Foster 1999). A partir de esta misma época se desarrolló el periodo II de la metalurgia en Occidente (1200/1300 hasta la invasión española). Tanto el conocimiento técnico como el repertorio de los metalurgistas se expandieron grandemente; empezaron a experimentar con una variedad de aleaciones de cobre, incluyendo bronce de cobre-estaño y de cobrearsénico, aleaciones de cobre con plata y con oro, y aleaciones ternarias de cobre-arsénicoestaño, cobre-plata-oro, y otras. Las mejoradas propiedades físicas y mecánicas de estos nuevos materiales permitieron a los artesanos refinar y rediseñar los artefactos que antes se habían hecho en cobre. También se explotaron y procesaron nuevos minerales, y se inventaron nuevas técnicas para extraerlos de las menas. Este complejo tecnológico subsecuentemente fue exportado a varias regiones de Mesoamérica (Hosler 1994b: 127). En una reciente investigación arqueológica de la cuenca de Sayula (Valdez et al. 1996a; Ramírez et al. 2005), se localizaron más de 60 sitios con acumulaciones significativas de restos, además de otro tanto de sitios con vestigios dispersos. Estos probablemente reflejan el patrón de asentamientos generalizado, así como áreas específicas de activad y tránsito (Valdez 1994: 28-29). En la cuenca de Sayula se encuentra uno de los mayores yacimientos de sal dentro de las tierras altas de Mesoamérica. En la época colonial, como probablemente en tiempos prehispánicos, el recurso más importante fue la sal, aunque en la cuenca existen igualmente depósitos de cobre, oro y plata, que pudieron haberse explotado antes de la Conquista (Valdez y Liot 1994: 289). La abundante producción salinera probablemente no fue totalmente para el consumo local, sino que fue exportada a otras regiones del Occidente, como la cuenca de Pátzcuaro (Williams 2003). El Postclásico temprano está asociado en la región del Balsas principalmente con figurillas tipo Mazapa, que podrían definir un “horizonte tolteca”. La presencia de objetos de cobre en abundancia indica una importante industria desarrollada en la región, tal vez desde el Clásico final (Cabrera 1986: 133; cf. Hosler 2004). Para el Postclásico había una numerosa población asentada a lo largo del río Balsas. Los asentamientos más grandes se establecieron en el delta, mientras que en los lugares limitados por el encajonamiento del recursos materiales, como plomo, estaño, probablemente oro y con seguridad pericos en el norte” (Kelley, manuscrito inédito citado en

131 río y por la sierra, no se desarrollaron grandes centros de población, siendo los sitios irregulares o lineales a lo largo del río. Políticamente, algunos núcleos de población dependían de otro mayor, y por su ubicación se piensa que había sitios que regían a otros menores, los que podrían ser sus tributarios. Finalmente, los edificios de carácter ceremonial son basamentos rectangulares formados por piedras y rellenos de tierra; entre estos edificios abundan los de carácter funerario, probablemente para el uso de la comunidad (Cabrera 1986: 134-137). Según Helen Pollard (1995), durante el periodo Postclásico ocurrió una importante transformación entre las poblaciones de las tierras altas del centro de Michoacán. Por primera vez comunidades previamente autónomas se unificaron políticamente, y la cuenca del lago de Pátzcuaro se transformó en el núcleo geográfico de un Estado expansionista (Figura 25). Las excavaciones realizadas por Pollard (1995, 1996) en el sitio de Urichu, en la cuenca de Pátzcuaro, proporcionan nueva información acerca de este periodo, concretamente sobre la formación del Estado en esa zona. Según Pollard (1995), durante el periodo 1000-1200 d.C. en la cuenca de Pátzcuaro existían 10 comunidades autónomas, cada una organizada internamente de manera estratificada y gobernada por una pequeña elite. Estas sociedades variaban en el tamaño de su población y territorio, así como en el grado de acceso a tierras irrigables, y en el nivel de especialización económica y de complejidad política. En algún momento dentro de este periodo, cambios climáticos menores ocasionaron la subida de nivel del lago, probablemente debido a una mayor precipitación pluvial, aunada a menor evaporación. Como consecuencia de lo anterior, la tierra irrigable se vio reducida (Pollard 1995: cuadro I; 2009). Pátzcuaro y Tzintzuntzan eran los asentamientos de la cuenca que más dependían de la tierra irrigable, por lo cual las elites de guerreros de estos sitios dirigieron a sus poblaciones en la conquista de las poblaciones vecinas, asegurándose de esta manera recursos adicionales, pero también incrementando el grado de desigualdad sociopolítica entre y dentro de las comunidades. Para el año 1350 d.C. todo el tributo y botín de las campañas militares estaba fluyendo hacia Tzintzuntzan, y la cuenca se encontraba unificada tanto en su estructura interna como en su territorio, bajo el control político de la elite residente en esta ciudad (Pollard 1995). A principios del siglo XVI una gran parte del Publ 1986: 46-47).

132 Occidente, casi 75,000 km2 en los actuales estados de Michoacán, Guanajuato, Jalisco y Guerrero (Pollard 1993), estuvo bajo el dominio del Estado tarasco. En la “zona transtarasca” 8 de Jalisco el periodo Postclásico, aunque está mal definido y no muy bien entendido, fue una época notable por sus cambios y reorganizaciones. Hubo bastantes influencias desde el exterior, especialmente el Bajío y la cuenca inferior y media del Río Lerma. Se ha notado un decrecimiento de la integración sociocultural del área después del colapso de la tradición Teuchitlán, acompañado por un gran reacomodo de poblaciones (Weigand y Weigand 1996: 51-52). Los sistemas sociales del Epiclásico y del Postclásico temprano que reemplazaron a la tradición Teuchitlán fueron los antepasados directos de las sociedades que los invasores europeos encontraron en el siglo XVI. Estas culturas habían habitado en la región por unos 600 años, en condiciones sociopolíticas constantemente cambiantes. Durante los últimos siglos antes de la llegada de los españoles, la zona transtarasca se había convertido en una marca militar, una “doble frontera” donde se enfrentaban los sistemas políticos expansionistas del noroeste (los caxcanes) con un imperio depredador y expansionista que provenía del sur y sudeste (los tarascos) (Weigand y Weigand 1996: 33). La primera noticia en Michoacán de la llegada de los españoles a México se tuvo con la aparición de una embajada azteca en la corte tarasca (a finales de 1519) que buscaba la ayuda del rey o cazonci para repeler a los españoles (Martínez 1989a: 7). Posteriormente el rey tuvo noticias sobre el poderío militar de los invasores, con sus caballos y armas de fuego, por lo que consideró inútil oponer resistencia, negándose a proporcionar ayuda a los aztecas (Warren 1989: 25-26). Eventualmente el dirigente tarasco se sometió dócilmente al dominio español; esta acción tuvo varias razones: el cazonci no estaba muy firme en su trono, pues había una lucha interna entre él y sus jefes principales; por otra parte, sabía de la superioridad táctica de los invasores, habiendo escuchado sobre las terribles matanzas que se habían escenificado en la capital azteca (Warren 1989: 365). Para principios de 1530 la conquista de Michoacán prácticamente se había consumado; el 14 de febrero de ese año el cazonci fue condenado a muerte y ejecutado (Warren 1989: 332). En los siguientes años las demás gentes nativas del Occidente fueron 8

Con este nombre se ha designado una extensa región de frontera entre el Estado tarasco y los sistemas sociales del centro y norte de Jalisco. Dicha región abarca una gran porción del Occidente: el centro-norte de Jalisco, parte de Zacatecas, la totalidad de Colima, parte de Nayarit y el oeste del actual estado de Michoacán (ver el mapa presentado en Weigand y Weigand 1996: Fig. 1).

133 cayendo ante el poderío de los invasores; de esa manera se cerró un capítulo de la historia de Mesoamérica. El área de estudio durante la Colonia y la época actual Pocos años después de la conquista, en 1524, Cortés repartió en encomienda a varios pueblos de Michoacán. Para entonces los españoles ya habían logrado lo que los aztecas nunca consiguieron: reducir al reino de Michoacán a una provincia tributaria, con lo cual las riquezas de la provincia irían a parar a las arcas de la capital de Nueva España. Los encomenderos enviaron desde la ciudad de México a Michoacán administradores, capataces, mineros y estancieros para organizar el cobro de tributos, la explotación de las minas, las empresas agrícolas y ganaderas, y el transporte de los bastimentos a las minas (Martínez 1989b: 39). La conquista de Michoacán, que fue pacífica en sus inicios, se fue tornando cada vez más violenta conforme fueron aumentando las exigencias de los españoles y la resistencia de los indios. En las primeras décadas posteriores a la Conquista se registró una serie de rebeliones que suscitó la participación de varios conquistadores españoles en la “pacificación” de Motines y de otros lugares (Martínez 1989b: 53). En la segunda mitad del siglo XVI se sufrieron cambios importantes en el escenario michoacano. El fenómeno de la despoblación fue abrumador: de las aproximadamente 300,000 personas que habitaban el antiguo reino tarasco a la llegada de los españoles, hacia 1580 solamente quedaban unos 30,000, y en Tierra Caliente sólo unos cientos (Pastor y Romero-Frizzi 1989a: 125), mientras que en la costa michoacana se ha mencionado que hubo una desaparición de casi la totalidad de la población nativa, principalmente a raíz de las epidemias (Brand 1960). Este proceso fue algo generalizado en prácticamente todo el Nuevo Mundo a raíz de la Conquista. El colapso demográfico registrado en América entre 1492 y 1650 se debió a varios factores: las matanzas sistemáticas de poblaciones nativas, la introducción de enfermedades del Viejo Mundo a las que los indios no habían estado expuestos y por tanto no tenían defensas, y finalmente los cambios impuestos por las administraciones coloniales en los sistemas de subsistencia, en la economía y en la cultura, notablemente la encomienda, las actividades de los misioneros y la esclavitud (Newson 1993; Diamond 1999).

134 Un caso ilustrativo de las epidemias introducidas por los españoles a México en el siglo XVI es la enfermedad conocida como cocoliztli. Las excavaciones arqueológicas recientemente realizadas en el sitio de Pueblo Viejo Teposcolula, Oaxaca, han evidenciado la mortandad que se dio a nivel catastrófico a inicios de la época colonial (1544-1550). El descenso demográfico acentuado fue un factor clave para la reubicación de poblaciones en las llamadas “congregaciones”. Sin embargo, lejos de representar un cambio rápido, según datos biológicos ligados con la ascendencia, las migraciones y la subsistencia, este proceso presenta una imagen de continuidad y de poder de recuperación en todo el mundo colonial, a pesar del descenso demográfico (Warinner et al. 2012: 483-484). Conforme avanzó el tiempo se fue consolidando cada vez más el poderío de los españoles en Michoacán. En 1670 se notaba ya cierta recuperación en la demografía: la población indígena se estabilizó y comenzó a crecer, y el aumento espectacular de los mestizos o “castas” proporcionó mano de obra abundante para la agricultura y la manufactura urbana. Tras la catástrofe demográfica del siglo XVI, la población michoacana comenzó a recuperarse en la segunda mitad del siglo XVII; las últimas cuatro décadas de este siglo fueron de estabilidad y de crecimiento demográfico (Pastor y Romero-Frizzi 1989b: 163). El impulso de las primeras décadas del siglo XVIII continuó con su ritmo ascendente. La recuperación económica fue espectacular, y a la par de la economía se recuperó la población. Se calcula que en la segunda mitad del siglo XVIII la población de Nueva España se duplicó; las haciendas se extendieron y las minas y ciudades prosperaron a partir de 1750. La segunda mitad del siglo XVIII se caracterizó en toda Nueva España – incluyendo Michoacán- por un marcado crecimiento económico, aunado a la expansión agrícola, la disponibilidad de capital y el auge minero y mercantil. Michoacán fue una de las provincias más dinámicas dentro de este proceso de crecimiento registrado en todo el virreinato (Pastor y Romero-Frizzi 1989c: 195). La discusión detallada de la época colonial queda fuera de los propósitos de este estudio. En aras de la brevedad, a continuación paso a discutir la situación en el área de estudio durante el siglo XX. Ciertamente, en las épocas más recientes el panorama económico no ha sido muy alentador dentro de las zonas que se discuten en este estudio: la cuenca del Lago de Cuitzeo y la costa michoacana. La cuenca de Cuitzeo en la actualidad

135 presenta un franco deterioro ambiental por el aumento de la contaminación de su principal afluente: el río Grande de Morelia. Tanto su uso para el riego como la pesca están bastante restringidos, dado el alto contenido de sustancias químicas y materia fecal en el agua (Avila 1999: 186-187). Hoy en día casi las tres cuartas partes de la superficie del lago se encuentran sin espejo de agua, debido entre otras cosas, a la escasa precipitación pluvial, al aumento en los niveles de azolve por la deforestación de la cuenca, a la sobreexplotación del agua subterránea en las inmediaciones del lago, y a la construcción de obras hidráulicas (diques y compuertas) y civiles (como la autopista México-Guadalajara), que han alterado el flujo del agua (Avila 1999: 186-187). A causa del deterioro ecológico, en este lago la pesca ha decaído casi en su totalidad (Williams 2014a), y en los poblados ribereños la migración hacia los Estados Unidos ha crecido a tal nivel que hay pueblos donde viven sólo mujeres, niños y ancianos (Avila 1999: 187). En la costa de Michoacán el panorama no es más alentador. Esta es una de las zonas más aisladas de la entidad; apenas hace unos 40 años que se completó la carretera costera, que la comunica con el resto del estado y del país. Esta región es una de las zonas menos industrializadas del país; comparada con la de otros estados del Pacífico mexicano, ha sido la última en lograr su incorporación al desarrollo nacional. Esta región ha permanecido ajena a casi toda inversión, tanto privada como federal, y sigue dependiendo de actividades primarias de autoconsumo, con patrones de asentamiento de gran dispersión y bajísimos niveles de vida (Ramírez Sevilla 1999: 235-237). A lo largo de su bastante accidentado territorio, los mejores terrenos para la agricultura en la costa son las escasas planicies costeras, aprovechadas para la palma de coco y otros frutales, y las márgenes de los ríos y lechos de arroyos, aprovechados por su mayor humedad. Fuera de esos lugares privilegiados, el sistema predominante de explotación agrícola es el de “roza y quema”, que recientemente se ha convertido en gran depredador del entorno ecológico, al acortarse los ciclos de descanso para que se recupere el monte (Ramírez Sevilla 1999: 342). Los problemas y conflictos generados por la pobreza y marginación en esta región no son nada nuevo. John Gledhill (2016: 4) describe a la costa de Michoacán como “un

136 paisaje de pobreza y de protestas”, en donde durante la época colonial “las comunidades [indígenas] se quejaban constantemente ante las autoridades coloniales de que los encomenderos y funcionarios[…] les robaban sus productos y les obligaban a comprar productos españoles a precios inflados”. Más recientemente, “la migración a los Estados Unidos[…] es una opción cada vez más importante para la gente joven, y muchos de ellos ahora se quedan más tiempo [allá] debido a los crecientes costos y riesgos de la migración indocumentada”. El proceso de modernización que ha sufrido México en las últimas décadas ha hecho que se registren severos cambios en el entorno sociocultural de nuestro país. La migración del campo a la ciudad, la fuga de mano de obra hacia los Estados Unidos, el proceso de “globalización” por medio del cual la economía productiva nacional se ve inserta en condiciones desventajosas dentro de un mercado internacional, son todos ellos fenómenos que han impactado severamente a la cultura del medio rural, lo cual se refleja especialmente en la producción de artesanías. La producción tradicional de sal en Michoacán tiene implícitas una serie de actividades y de manufacturas artesanales que giran en torno a ella, y que puede decirse están en peligro de desaparecer: la alfarería, la cestería, la producción de cal, así como los arrieros, los mercados estacionales, el trueque, etcétera. Hasta hace unas pocas décadas, el gobierno mexicano todavía alentaba ocasionalmente a los pequeños y medianos productores de sal. Pero durante la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, el clima económico y social fue más riguroso. En 1994 la ratificación del Tratado de Libre Comercio también afectó a las plantas salineras. Se había exigido la modernización de todas las plantas solares, pues sólo manteniéndose al frente de la tecnología internacional y reduciendo los costos se podía eliminar a los competidores extranjeros del mercado interno. De igual manera, sólo con bajos precios podía México seguir siendo competitivo en el mercado de exportación de este producto. Todo esto implica cada vez menos trabajo manual con técnicas tradicionales, así como el cierre de plantas consideradas “anticuadas” (Ewald 1997: 261). Después de este breve repaso histórico, en el siguiente capítulo nos vamos a enfocar sobre el tema central de este estudio: las actividades productivas de los salineros y el papel de la sal en la economía y cultura de las áreas cubiertas por la investigación: el Lago de Cuitzeo y la costa michoacana.

137

23. Mapa del Occidente de México mostrando los sitios arqueológicos mencionados en el texto (para Michoacán ver la Figura 25).

Figura 24. Principales cuencas lacustres del Occidente de México. Las áreas sombreadas muestran las cuencas de drenaje interior; se incluyen los principales sitios arqueológicos: (1) Capacha; (2) Chupícuaro; (3) El Opeño; (4) Ihuatzio; (5) Loma Alta; (6) Loma Santa María; (7) Pátzcuaro; (8) Queréndaro; (9) Teuchitlán/Etzatlán; (10) Tinganio; (11) Tres Cerritos; (12) Tzintzuntzan; (13) Urichu. (Mapa base adaptado de Tamayo y West 1964: Fig. 4).

138

Figura 25. Mapa del territorio tarasco en el periodo Protohistórico (ca. 1450-1530 d.C.), mostrando los principales sitios arqueológicos y la máxima área de expansión territorial, así como el territorio bajo dominio tarasco en el momento de la conquista española en 1522 (adaptado de Pollard 2000: Figuras 5.1 y 6.2).

139 CAPÍTULO IV LA PRODUCCIÓN DE SAL EN EL ÁREA TARASCA Y SU HINTERLAND En este capítulo discutimos el tema principal del presente estudio: la producción de sal en la cuenca del Lago de Cuitzeo y en la costa michoacana. Los propósitos principales de esta parte del libro son describir las técnicas salineras antiguas y modernas, así como el papel que tuvo este bien estratégico a nivel regional; finalmente hacemos un análisis de las implicaciones arqueológicas de estas observaciones. Producción de sal en el Lago de Cuitzeo

Marco geográfico y cultural de la cuenca de Cuitzeo La cuenca del Lago de Cuitzeo ocupa una superficie de 3,618 km2 en el estado de Michoacán (Figura 26). Sus principales afluentes son los ríos Grande de Morelia y Queréndaro; este último nace en la Sierra de Oztumatlán y recibe la descarga de los ríos San Lucas y Zinapécuaro; este lago se considera el mayor cuerpo de agua en el estado de Michoacán (Guevara Fefer 1989: 24-25). El Lago de Cuitzeo ocupa una cuenca cerrada naturalmente, la cual sin embargo puede considerarse subcuenca del sistema del río Lerma, pues se une a este último a través de dos sistemas de canales alimentadores, comunicando al Lago de Cuitzeo con el de Yuriria, y a este último con el río Lerma en el estado de Guanajuato. Además, el lago recibe la descarga de varios pequeños arroyos, como el Carucho y el Colorado (Maderey y Correa 1974: 217) y otros de tamaño mediano, conocidos con los siguientes nombres: Chucándiro, Salitre, Blanco, Capacho, Oncho, Grande y Sanjón Blanco (Corona Núñez 1979: 15). El Lago de Cuitzeo tiene un alto grado de evaporación debido a su enorme superficie. Este hecho, junto con el azolve causado en parte por la deforestación de la cuenca, ha reducido considerablemente la profundidad, la cual no es mayor a 50 cm en su punto más hondo. Cuando la lluvia es escasa zonas completas del lago se secan, dejando expuestas grandes planicies de sal, salitre, potasa y tequesquite (Macías Goytia 1990: 18). El salitre y el tequesquite (sal natural usada en México como condimento para la comida desde tiempos antiguos; sus componentes son bicarbonato de soda y sal

140 común, o cloruro de sodio) se recolectan en las márgenes lacustres. El primero se usa para alimentar al ganado, mientras que el segundo lo llevan los muleteros a la Tierra Caliente (la cuenca del Río Tepalcatepec, Michoacán) en donde se cambia por fruta y cascalote, una planta leguminosa (Caesalpinia coriaria) usada en la manufactura de taninos para procesar pieles de animales. Otro mineral importante explotado en esta región es la cal, que se extrae del lecho lacustre. Antes había hornos para procesar la utilizada en la elaboración del nixtamal, que se vendía exclusivamente dentro de la cuenca lacustre (Corona Nuñez 1946: 43). Una descripción del Lago de Cuitzeo escrita en el siglo XVIII es bastante interesante: “no hay en todo el circuito de la laguna para transitar de unos pueblos a otros ríos, ni lago de magnitud considerable, sino son los arroyos pequeños, que con las lluvias bajan de los cerros que circundan la laguna a incluirse en ella; su agua más salobre, sin servir de provecho alguno, y solamente cría un pescadillo pequeño, que llaman charare, con que se sustentan y tratan indios de toda su circunferencia[...]” Sigue diciendo esta fuente histórica que “es tanta la esterilidad del pueblo [de Cuitzeo] y la escasez de agua, que aún para beber los habitantes no tienen más providencia que la de sus pozos, salada y de muy mal gusto, y por consiguiente carecen de ella para fertilizar las pocas plantas que con trabajo cultivan en sus casas, y así las plantas y frutas que en el pueblo se hallan son muy escasas[...]” eran bastante “escasos los árboles, los cuales son mezquite, zapote blanco y nopaleras, cuyas tunas no son de particular gusto ni aprecio[... también hay] magueyes, y esto es de lo que hay mayor abundancia, de cuyo sumo se produce el pulque, bebida muy saludable tomada con moderación” (de Voto 1777). Actualmente la contaminación del agua y la reducción del espejo por la sedimentación y el reducido flujo de los ríos y arroyos son serios problemas (Ávila 2002). Este cuerpo de agua incluso “llega a secarse en su mayor parte cuando las sequías son continuadas… las aguas de esta laguna son completamente saladas” (Corona Núñez 1946: 16). Este gran cuerpo de agua se localiza a una altura sobre el nivel del mar de 1820 m, con un área estimada de 420 km2. A fines de los años setenta del siglo XX se le atribuían medidas máximas de 51.3 km de largo, 12.3 km de ancho y 1.15 m de profundidad promedio. Más recientemente, entre 1986 y 1988, se hablaba de “la desecación casi permanente de más de dos terceras partes de la superficie del lago y una profundidad que apenas alcanza un metro” (Rojas y Novelo 1995: 3).

141 En el área centro-norte de Michoacán, donde se encuentra ubicado el Lago de Cuitzeo, hay abundantes tierras agrícolas, usadas principalmente para producción de temporal, así como tierras irrigadas que producen buenas cosechas. Entre los granos que se cultivan aquí están el maíz, el trigo, el sorgo, el frijol, el garbanzo, la alfalfa y la caña de azúcar. La ganadería, incluyendo vacas y cerdos, se practica en las áreas con pastos naturales, y también se crían gallinas. Finalmente, los bosques circundantes -principalmente coníferas y vegetación mixta-- también son explotados (Atlas geográfico 2000: 128). Los árboles que predominan en el paisaje de esta región son los mezquites, seguidos en importancia por los pirules. Entre los arbustos comúnmente encontrados están el huizache y el cazahuate, mientras que las plantas incluyen al maguey y la sábila (Corona Núñez 1946: 18). En la primera mitad del siglo XX Corona Núñez reportó que el cultivo del maguey había invadido buena parte de la región lacustre, mientras que “los tulares que existían frente a Chucándiro y Huandacareo han casi desaparecido… por la explotación inmoderada y porque parece que con el transcurso de los años, se acentúa más la desecación de esta laguna” (Corona Núñez 1946: 24). En el Lago de Cuitzeo hay una vegetación con características distintivas. Hay varias comunidades, entre las cuales la mejor representada es la llamada “tular” que se distribuye preferentemente en la región oriental. Sus elementos principales son Typha dominguensis, T. latifolia, Scirpus validus, S. americanus y S. californicus, entre otros (Rojas y Novelo 1995: 5). En cuanto a la flora, se ha dicho que tanto la extensión como la variedad de condiciones naturales del lago (v. gr. escasa profundidad, existencia de manantiales, una columna de agua variable y distintos tipos de sedimentos y de rocas) han originado una considerable diversidad de hábitats, que resulta en una muy grande riqueza florística compuesta por 40 familias, 70 géneros y 92 especies de plantas acuáticas y tolerantes; número superior al de otros cuerpos lénticos de México (Rojas y Novelo 1995: 11). Esta riqueza florística, sin embargo, se ve amenazada por la deforestación que afecta la cuenca de Cuitzeo en la actualidad. Según un reciente estudio, los crecientes asentamientos humanos en torno al lago, la destrucción de los bosques cercanos y el aumento de la demanda de recursos (particularmente del agua) de las grandes ciudades como Morelia o de los distritos de riego de la zona, han acelerado de manera inusitada el desbalance hidrológico de la cuenca. Por la considerable disminución de la descarga de agua que recibe el lago, es notable la pérdida en la profundidad y en la extensión que

142 se inunda, así como la pérdida de los hábitats y de las comunidades acuáticas que en ellos habitan (Rojas y Novelo 1995: 15). La población total de la cuenca de Lago de Cuitzeo era de 176,470 personas en 2000, distribuidas en varios pueblos y aldeas alrededor del lago y por toda la cuenca (Atlas geográfico 2000: 94). A diferencia del Lago de Pátzcuaro al oeste, no hay comunidades tarascas o de otros grupos indígenas en la cuenca de Cuitzeo, sino que todos los habitantes son mestizos. 1 La pesca es una actividad común entre las comunidades lacustres, particularmente en la parte oriental del lago. Se practica principalmente para el consumo doméstico, aunque también hay comercio entre las comunidades y fuera de la cuenca (Peña de Paz 2003: 277). Los principales rasgos organizativos de esta actividad se mantuvieron sin grandes cambios hasta la década de 1980, cuando el gobierno mexicano se involucró en la regulación de la pesca y promovió la organización de sindicatos y cooperativas. La pesca ya no es la principal actividad económica alrededor del lago, ya que la mayoría de la gente trabaja en la agricultura, como trabajadores asalariados o en el comercio. Sin embargo, la agricultura y la pesca se complementan mutuamente, ya que la primera no es una actividad de tiempo completo y la segunda no se limita a un sector específico de la población (Peña de Paz 2003: 277-281). Esta área del oriente de Michoacán, que incluye los valles aluviales y cuencas lacustres de la cuenca del río Lerma y del Bajío, sirvió como corredor natural entre el centro y el noroccidente de México en tiempos antiguos (Healan 1994: 273; Boehm de Lameiras 1988; Williams 1996). Pocas investigaciones arqueológicas se han llevado a cabo en el área de estudio, pero tenemos por lo menos un bosquejo general del desarrollo prehispánico en la cuenca (cf. Macías Goytia 1989, 1990, 1997). Como vimos en el anterior capítulo, para el período Formativo tardío (ca. 600 a.C.- 0 d.C.) la mejor conocida cultura arqueológica en Michoacán es la de Chupícuaro, que se ha documentado en la cuenca del Lerma medio del sur de Guanajuato, en la cuenca del Lago de Cuitzeo, y cerca de Morelia. Las comunidades Chupícuaro parecen haber estado adaptadas a ecosistemas lacustres, ubicando sus aldeas en islas entre pantanos o a lo largo de las márgenes de lagos o ríos; de estos últimos sitios hay varios dentro de la cuenca de Cuitzeo (Pollard 1993: 6-7; cf. Healan y Hernández 1999). 1 Varios documentos históricos de fines del siglo XIX hablan de conflictos entre comunidades indígenas y las haciendas en esta cuenca, lo cual indica que todavía había poblaciones nativas, aunque ignoramos el grupo étnico al que pertenecían (Williams 2014a: 254-255).

143 El período Clásico (ca. 200-900 d.C.) en la cuenca de Cuitzeo está representado por las cerámicas de Queréndaro, que tienen una técnica decorativa que no se conoce ampliamente en Mesoamérica, involucrando aplicación postcocción de pigmento con diseños geométricos raspados. Las figurillas son similares a las de Chupícuaro, por lo que su desarrollo se ha rastreado hasta el Formativo. Este tipo de cerámica es diagnóstico del Bajío y de parte del Occidente de México (Macías Goytia 1989: 174). En Tres Cerritos, otro sitio en la cuenca de Cuitzeo también perteneciente al período Clásico, se han encontrado materiales culturales íntimamente relacionados con Teotihuacan, como mencionamos en el capítulo III. La presencia teotihuacana en Tres Cerritos y en otros sitios michoacanos podría sugerir la función de estos asentamientos como puntos intermedios para las rutas de comercio entre el centro de México y el noroccidente (llegando por lo menos hasta Alta Vista, Zacatecas). Estados como el teotihuacano que incursionaron en diversas áreas del Occidente estaban probablemente buscando el acceso a bienes estratégicos (¿incluyendo la sal?) o a rutas de comercio. Según Guillermo Algaze, los puntos de avanzada (como serían Alta Vista, Zacatecas, o Tres Cerritos, Michoacán), son un rasgo común en la expansión de los Estados tempranos, pues representan una forma eficiente de canalizar el intercambio entre distintas sociedades con niveles de complejidad sociopolítica marcadamente distintos. Estos puestos de avanzada reflejan un sistema de hegemonía económica en el cual los Estados emergentes tempranos trataron de explotar a sistemas políticos menos complejos, localizados fuera de los límites del área bajo su control político (Algaze 1993: 304; cf. Williams 1996). Durante el Postclásico tardío (ca. 1200-1520 d.C.) el sitio de Huandacareo floreció en la parte occidental de la cuenca; fue un centro administrativo tarasco de gran importancia. Entre los materiales arqueológicos excavados en el lugar hay cerámica y objetos de metal, cuyos tipos corresponden con los estilos diagnósticos tarascos que se conocen en otras áreas de Michoacán. Las cerámicas incluyen cuencos policromos con pintura al negativo, cuencos trípodes con enormes soportes, ollas con asa estribo, miniaturas, pipas, etc. Los objetos de metal incluyen los ornamentos ilustrados en la Relación de Michoacán (Alcalá 2008), que se identifican íntimamente con la elite gobernante tarasca, como pinzas campaniformes con espirales laterales (Macías Goytia 1990; Franco y Macías 1994). A raíz de la construcción de la autopista Guadalajara-México D.F. a principios de los noventa, se realizó un salvamento arqueológico, que cubrió entre otras áreas la

144 porción sur de la cuenca de Cuitzeo. Se reconocieron un total de 89 sitios, 22 de ellos con estructuras ceremoniales. Los restantes comprenden desde áreas de concentración de materiales hasta sitios con plataformas habitacionales (Pulido et al. 1996: 36). Se observó la presencia de cerámica de la tradición Chupícuaro, encontrándose además tiestos procedentes del Altiplano central de México (Ticomán, Cuicuilco, etc.). Según estos autores, destaca la presencia de rasgos teotihuacanos en la región (Pulido et al. 1996: 39), lo cual ya había sido señalado por Macías Goytia (1990). Por otra parte, en colecciones particulares de Araró y Zinapécuaro hemos visto material cerámico procedente de la región, que corresponde a los complejos cerámicos de Chupícuaro, teotihuacano y tarasco, entre otros. Zinapécuaro y Araró, comunidades en la cuenca de Cuitzeo, fueron importantes centros religiosos durante tiempos tarascos, según la Relación de Michoacán. El primero estuvo dedicado a Cueraváperi, la más ampliamente venerada diosa tarasca, mientras que Araró y Ucareo fueron sitios donde tuvieron lugar varios eventos legendarios. Además, se efectuaron actividades rituales en los manantiales termales del área (Healan 1994: 273-274; Pollard 1993: 136-137). Según Corona Núñez, era muy grande la importancia religiosa de las fuentes termales entre los tarascos antiguos, pues pensaban que de ellas nacían las nubes creadas por la diosa Cueraváperi. La Relación de Michoacán dice lo siguiente: “sacando los corazones hacían sus ceremonias con ellos y así calientes como estaban los llevaban a las fuentes calientes del pueblo de Araró desde el pueblo de Tzinapécuaro, y echábanlos en una fuente caliente[...] y echaban sangre en todas las otras fuentes que están en dicho pueblo que eran dedicadas a otros dioses que estaban ahí, y que aquellas fuentes echan vao de sí [...]” Los michoacanos antiguos pensaban “que de ahí salían las nubes para llover y que las tenía en cargo esta dicha diosa Cueraváperi y que ella les enviaba de oriente donde estaba y por este respecto echaban aquella sangre en las dichas fuentes[...]” (Alcalá 2008: 11; ver también Corona Núñez 1948: 137). La explotación prehispánica de obsidiana en la cuenca de Cuitzeo es evidente por la presencia de tres tipos de minas antiguas (Healan 1994: 274, 1997), que fueron descritas brevemente a principios de siglo por Adela Breton (1905; cf. Weigand y Williams 1997). La obsidiana de esta fuente era de excelente calidad, y se comerció con ella ampliamente en el Occidente de México y otras áreas de Mesoamérica (Pollard y Vogel 1994). Aparte de la obsidiana, la sal fue un recurso estratégico de primera

145 importancia para los habitantes de esta parte de Michoacán, como se discute a continuación. Producción de sal en la cuenca de Cuitzeo: sitios y cultura material En el extremo oriental de la cuenca de Cuitzeo hay depósitos naturales de sal y manantiales termales con alto contenido mineral. Estos últimos se describieron en el siglo XVIII de la siguiente manera: Se pasa de inmediato a un pueblo que llaman Arharhón [sic], donde se venera un crucifijo muy milagroso[...] Cerca de este pueblo, y a corta distancia de la gran laguna de Cuiseo, en un valle árido, seco, triste y melancólico, hay muchos hervideros de agua azufrosa, que sale hacia arriba con furioso ímpetu, hirviendo a borbotones, y tan caliente, que no se puede sufrir; al mismo tiempo despide un humo fétido de intolerable hedor. Estos humeros se ven por todo el valle, y es muy excesivo el calor que se siente en todo su recinto; de donde se infiere que aquí hay fuego subterráneo cerca de la superficie de la tierra (Ajofrín 1995: 141). El pueblo al que se refiere Ajofrín es Araró, que se localiza en el margen oriental del Lago de Cuitzeo, y que ha sido famoso por la alta calidad de su sal desde el siglo XVI. El “agua azufrosa” descrita por el autor se utiliza actualmente en el proceso de elaboración de sal, como se describe más delante. A principios del período colonial se estaba pagando sal de Araró como tributo y además se estaba transportando a otras partes de México, para usarse en las minas de plata o para el consumo humano. La fuente conocida como Suma de visitas de pueblos, manuscrito anónimo de mediados del siglo XVI, menciona lo siguiente: Araró, en Michoacán[...] tiene este pueblo tres barrios y son todos 60 casas y en ellas 255 personas de tres años para arriba, y dan de tributo cada año 150 pesos de oro común y 500 hanegas de maíz y 30 cargas de sal y 30 de ají. Está asentado en llano entre dos cerros. Es tierra templada, tiene un río de agua caliente y otro de agua fría: puédese regar mucha tierra, hay muchos morales; en la cabecera de Araró hay una laguna en que hay mucho pescado y hay salinas[...] y aguas calientes[...] (Paso y Troncoso 1905: 32). En la cuenca de Cuitzeo existieron a mediados del siglo XVI, al menos dos importantes productores de sal: Araró y Chucándiro. Además, otros pueblos (por ejemplo: Acámbaro, Zinapécuaro, Huango y Puruándiro) no tan cercanos a la laguna podían obtener el producto fácilmente, al estar sus sujetos o tributarios dentro de la cuenca de Cuitzeo (Escobar 1998) (Cuadro 2).

146 Cuadro 2. Cantidad de sal tributada por los pueblos de la cuenca de Cuitzeo, durante la primera mitad del siglo XVI (según Paso y Troncoso 1905 y Escobar 1998). PUEBLO

CANTIDAD TRIBUTADA 2

FRECUENCIA

Amocotín

seis panes

cada 20 días

Araró

30 cargas

cada año

Atacorin

seis panes

cada 20 días

Chucándiro

seis cargas

?

Cuitzeo

cuatro cargas

?

Emenguaro

Seis panes

Cada 20 días

Huango

una hanega y tres almudes

cada 20 días

Puruándiro

15 almudes

cada 20 días

Taimeo

20 panes

cada 30 días

Tarímbaro (o

cuatro cañutillos

diariamente

Ucareo

54 cargas

?

Yrameo

Seis cargas

cada 20 días

Yuririapúndaro

seis cargas

cada 20 días

Zinapécuaro

30 cargas

?

Yztapan)

El Libro de tasaciones de pueblos de la Nueva España menciona que Araró y Zinapécuaro formaban una unidad tributaria; antes de 1535 estaban obligados a sembrar para su encomendero varias sementeras de maíz, ají, frijoles y trigo. Además debían de entregarle periódicamente doscientas jícaras, doscientos pares de cotaras (sandalias), 30 tamemes de sal y 30 pescados, todo ello para ser entregado en las minas de La Trinidad (Sultepec, estado de México) (González de Cosío 1952; Escobar 1998). Las Relaciones geográficas también asientan la importancia de Araró como productor de sal en el siglo XVI: “la sal que han menester la compran de un pueblo llamado Araró, que es a dos leguas desta dicha cabecera” (Relación de la provincia de 2

Es muy difícil convertir las pesas y medidas encontradas en documentos coloniales tempranos a sus equivalentes modernos; cualquier estudio cuantitativo debe hacerse con la mayor precaución (Ewald 1997). De los términos mencionados en este cuadro, por ejemplo, tameme o tlameme quiere decir en náhuatl “cargador”. Un tameme usualmente cargaba un peso de aproximadamente dos arrobas, o sea 23 kg (Hassig 1986: 136). Una hanega o fanega pesaba aproximadamente 70 kg, y una carga 140 kg (aunque en algunas partes de Jalisco la carga pesaba 50 kg [Phil Weigand, comunicación personal]). El término “pan” se refiere a una “hogaza” de sal de tamaño variable, producida con un molde de barro cocido (Ewald 1997).

147 Acámbaro [1570]; Acuña 1987: 67). También: “se proveen estos naturales de sal, del pueblo de Chucandiro, que es a cuatro leguas[...] y ansimismo se proveen del pueblo de Araró, que está a otras cuatro leguas. Y esta sal la traen en cantidad, a trocar por el pescado que toman de su laguna[...]” (Relación de Cuiseo de la Laguna [1579]; Acuña 1987: 88-89). La recolección de tequesquite, que tradicionalmente se ha llevado a cabo en el área de estudio desde épocas remotas, ha sido descrita de la siguiente manera: “el salitre y tequesquite lo recolectan a la orilla del lago. Para el tequesquite limpian un pedazo de playa y lo riegan con agua, y después recogen la tecata que se forma de tequesquite. Este sale llevado por los arrieros hasta la tierra caliente, a donde lo cambian por fruta o cascalote para curtir pieles” (Corona Núñez 1979: 43). Aunque las salinas pertenecientes al pueblo de Araró no han estado en producción durante los últimos años, el pueblo vecino de San Nicolás Simirao ha seguido con esta actividad. 3 Lo que sigue a continuación es una breve descripción de los sitios productores de sal, del proceso de producción, de la cultura material en contexto sistémico y de la organización social del trabajo. Finalmente se discutirán las posibles implicaciones arqueológicas de estas observaciones. Como ya se mencionó, hay varios manantiales termales en el extremo oriental del Lago de Cuitzeo, en un área relativamente restringida, alrededor de los pueblos de Araró y de San Nicolás Simirao. Estos manantiales se utilizan en varios balnearios, para baños de vapor y albercas. Esta agua, que tiene alto contenido mineral (Cuadro 3), también se usa en el proceso de elaboración de sal. Varios canales conectan a los manantiales con las salinas, y el flujo constante de agua entre ambos es crítico para la producción de sal, como se discute abajo. Cuadro 3. Composición química del agua de los “hervideros” de Araró, que se utiliza en la elaboración de sal. Mineral

Cantidad (miligramos por litro)

Sodio

316.00

3 Tradicionalmente se ha conocido en la región a estos pueblos, que están contiguos uno al otro, como “Araró de Arriba” (Simirao) y “Araró de Abajo” (Araró).

148 Potasio

30.00

Litio

2.50

Calcio

27.00

Magnesio

2.20

Rubidio

0.20

Cesio

0.20

Sílice

187.00

Cloruros

293.00

Sulfatos

60.00

Bicarbonatos

189.00

Boro

0.10

*Datos proporcionados por la administración del Balneario Huingo de Araró, Michoacán.

Las fuentes de agua termal frecuentemente tienen un alto grado de salinidad. Subiendo por efecto de su calentamiento desde capas profundas, las aguas termales pueden tener una alta carga de elementos disueltos que pueden precipitarse como sales. El origen de las altas cargas se debe a la fuerte presión del dióxido de carbono y a las altas temperaturas que facilitan la hidrólisis. A veces se le atribuye también a la presencia de sedimentos marinos en profundidad (Grumberger 1995: 260). Por otra parte, la mayoría de los suelos salinos, como los existentes en el área de estudio, provienen de la subida por evaporación de aguas de acuífero. Una capa freática de poca profundidad sube por capilaridad en los primeros horizontes del suelo. La fuente principal es el acuífero, que debe tener algo de salinidad propia. Se trata generalmente de suelos planos de playa, puntos bajos del paisaje. Lo difícil de este tipo de yacimiento es depurar la sal de la tierra de superficie; se hace filtrando con agua las tierras cosechadas, obteniendo una salmuera con una alta carga de sales, limpia de tierra, para que se pueda concentrar otra vez por evaporación solar o por calentamiento (Grumberger 1995: 263). Cada unidad de producción de sal, conocida en Simirao como “finca” (Figura 27), consta de dos o más “estiladeras”, estructuras de madera que se usan como filtros para extraer la sal de la tierra. La estiladera es de forma oval en la parte superior, y mide unos 1.6 m de altura (Figura 28). Dentro tiene una capa de tierra cerca de la parte superior, después una capa de dos tipos de pasto (fino y grueso), y finalmente una

149 especie de coladera hecha de pequeños palos (el “cedazo”) (Figuras 29 y 30). El fondo de la estiladera descansa sobre un tablón grueso de madera, el “queso”, el cual a su vez se apoya sobre un elemento en forma de abrevadero, llamado “banco”, donde cae la salmuera. El “terrero” es el montículo de tierra alrededor de la estiladera, el cual se forma de los suelos desechados una vez que han sido lixiviados (Figura 31). En cada finca hay varias “canoas” de madera (Figura 32 y 33), que miden entre 6 y 10 m de largo, donde la salmuera que se ha filtrado a través de la estiladera es evaporada por el sol. Antes se traían de la sierra tirados por bueyes grandes troncos de pino para hacer las canoas, algunas de las cuales tienen hasta 90 o más años de antigüedad, 4 y hay que repararlas de vez en cuando, usando cemento para “parchar” las fugas. Las canoas de madera están siendo reemplazadas por otras de concreto, puesto que ya no hay grandes árboles en el área. Las canoas de concreto se empezaron a utilizar alrededor de 1990, y algunos salineros dicen que son más productivas que las de madera, pues retienen el calor más eficientemente, además de tener mayor capacidad. Aparte de los elementos ya mencionados, cada finca tiene un área de unos 400 m2 donde se excavan y se mezclan los suelos que contienen la sal (Figuras 34 y 35). En las Figuras 36-38 se ilustran varios rasgos diagnósticos del “paisaje salinero” que pueden observarse actualmente en las fincas de Simirao. También es importante mencionar que existe en las fincas una red de canales (Figuras 39 y 40) que traen el agua de los manantiales; tienen alrededor de 50-80 cm de profundidad y varios metros de longitud. En algunos casos el agua de los manantiales, por su alto contenido mineral, ha “fosilizado” varios de los canales, quedando así como evidencia material de la producción salinera (Figura 41). También observamos canales que han sido reforzados con mampostería (Figura 42). Las herramientas utilizadas por los salineros son bastante sencillas: palas, azadones y picos para excavar el suelo, carretillas para llevarlo hasta arriba de la estiladera, cubetas para llevar el agua al banco y de éste a la canoa. Los útiles que se usaban antiguamente eran un tipo de costal de yute llamado “guangoche” (Figura 43) para transportar la tierra, y vasijas de barro llamadas “chondas”, en las que se acarreaba o almacenaba el agua (Figura 44). Estas últimas se hacían en el barrio de San Juan, en Zinapécuaro (se siguen haciendo objetos de barro en este pueblo, pero ya no se elaboran las “chondas” para usarse en las salinas). 4 Un informante de edad avanzada asegura que sus canoas ya estaban en uso desde que su padre era un niño, lo cual representa una probable edad de 150 años para las canoas.

150 En uno de los talleres alfareros de Zinapécuaro (Figuras 45 y 46) se recabó información sobre el proceso de elaboración de las “chondas” (Williams 2001). Primero se hace una de las mitades de la vasija, utilizando el molde en forma de “hongo”. Posteriormente se elabora la otra mitad con el mismo método, luego se unen ambas. Se corta el barro en la parte superior para hacer la “boca” de la vasija, luego se pone el “cuello” que es hecho por “enrollado”. 5 Cuando la pieza está formada y lista para quemarse, se mete al horno, donde permanece por varias horas hasta que está cocida. Antiguamente en Zinapécuaro “hacían plaza” (es decir, iban al mercado) los alfareros, y en ese lugar vendían sus “chondas”. También las llevaban a vender fuera, por ejemplo a Queréndaro y a Tierra Caliente, durando hasta dos días en burro para ir a esta última región. Anteriormente se hacían en promedio 10-12 “chondas” por día en este taller, pero alrededor del año 1980 se dejaron de hacer, porque la gente ahora prefiere recipientes de plástico, como las cubetas usadas en las salinas. Regresando al tema central de este estudio, el proceso de producción de sal en el área de estudio puede dividirse en cuatro etapas secuenciales: 1) se extrae, prepara y mezcla la tierra; 2) se obtiene la sal de la tierra por lixiviado en la estiladera con agua de los manantiales; 3) se evapora la salmuera en las canoas y se recoge la sal; 4) el producto terminado se empaca y se vende. Las actividades salineras en los sitios estudiados son desarrolladas casi exclusivamente por hombres, 6 y son de tipo marcadamente estacional. Durante los meses de septiembre-abril, o sea durante la época de secas, es cuando se intensifica el trabajo en las salinas, llegando incluso a interrumpirse por completo durante la época de lluvias, cuando los salineros trabajan en sus campos de cultivo. Esto se debe a que la lluvia dificulta la extracción de la tierra, y la menor intensidad solar debido a lo nublado hace más difícil la evaporación del agua en las canoas. 7 Por otra parte, con las lluvias el agua dulce en abundancia hace que la tierra salada “pierda su fuerza”, según palabras de los salineros. La mayoría de esta gente tiene tierras de cultivo donde siembra maíz, frijol y otros productos agrícolas para el autoconsumo o la venta, o bien algunas cabezas de ganado. Durante la época de lluvias (alrededor de junio-septiembre, aunque es muy

5 Tanto el molde en forma “de hongo” como el enrollado son métodos de elaboración de cerámica de posible origen prehispánico, como se menciona en Williams (1995). 6 Las actividades de producción de sal se organizan por género en muchas áreas, siendo en ocasiones las mujeres las que se encargan de esta actividad, a diferencia de lo observado en Simirao y Araró. Según un reciente estudio, “datos de Colombia, Guatemala y México apoyan la hipótesis de que las operaciones en manantiales salitrosos de tierras altas fueron típicamente dirigidas por mujeres en el norte de los Andes y las tierras altas mayas. Parece haber una fuerte correlación entre manantiales salitrosos, refinación de sal por cocimiento y control femenino de la producción en estas dos áreas” (Pomeroy 1988: 149). 7 Un similar régimen estacional de “lluvias-secas” ha sido observado entre comunidades de alfareros en Michoacán (Williams 1994).

151 variable) las salinas se encuentran fuera de producción. La migración estacional hacia los Estados Unidos también es un fenómeno importante en esta área, como en otras regiones de Michoacán. Hay dos tipos de tierra usada en el proceso de elaboración de sal: “tierra tirada” y “tierra picada”, ambas se encuentran en la finca. La primera se recicla de operaciones previas; una vez que su contenido de sal se ha agotado al pasar el agua por la estiladera, se saca de la misma y se pone en el terrero. Después de un tiempo, cuando esta tierra se acumula, se retira con palas y carretillas (Figura 47), se tiende sobre el suelo de la finca (Figura 48), se moja con agua salitrosa de los manantiales (Figura 49) y se deja por espacio de uno o dos días para volver a usarse, tras haber sido mezclada con tierra del otro tipo, “tierra picada”, la cual ha sido extraída con pala o azadón de la capa superior de suelo de las fincas (Figuras 50 y 51). Pueden observarse muchos montoncitos de tierra picada en la finca, y un gran montículo de tierra tirada. Cuadro 4. Composición química de la sal obtenida en Simirao, Michoacán. (A) Mineral

Porcentaje de concentración

Cloro

55

Sodio

35

Azufre

1.5

Potasio

2.0

Calcio

1.1

Aluminio

0.44

Fósforo

0.11

Silicio

0.09

Arsénico

0.09

Bromo

0.08

Estroncio

0.038

Cesio

0.009

Rubidio

0.008

Titanio

0.004

Molibdeno

0.003

152 Bario

0.002

Hierro

0.001 (B)

Principales componentes (minerales) en la muestra Halita, cloruro de sodio (impurezas de K, Br)

92

Yeso, Sulfato de calcio

5

Cuarzo y silicatos

1

* Análisis realizado en el Departamento de Geología, Universidad de Tulane, Nueva Orléans. (Método: [A] fluorescencia de rayos x, y [B] difracción de rayos x).

El color de la sal (amarilla o blanca) (Cuadro 4) depende del tipo de tierra que se use; la sal amarilla es más buscada por los clientes, principalmente fabricantes de queso, porque se supone que sirve mejor para conservar este producto. Una vez que ambos tipos de tierra (“picada” y “tirada”) se han mezclado en las proporciones apropiadas (dependiendo del color final que se desee para la sal), varias carretillas de tierra se ponen en la estiladera (la capacidad de una carretilla es de ca. 100 kg) esta se acomoda cuidadosamente (Figura 52) y se “apisona” para hacerla compacta (Figura 53); la cantidad de tierra utilizada es muy variable (ver la Figura 54). Posteriormente se vierte agua del manantial en la estiladera (Figura 55) (también la cantidad de agua es variable; ver la Figura 56), la cual empieza a escurrirse y a caer en el banco. 8 Una vez lixiviada con el agua, se saca la tierra de la estiladera y se apila en el “terrero” (Figura 57), de donde posteriormente se extraerá para usarse de nuevo como “tierra tirada” reciclada. El agua dura unas 24 horas en la estiladera, de donde se pasa a las canoas (Figura 58) para quedarse en ellas unos 15 días hasta que se evapore por completo. A cada canoa del tipo antiguo (de madera) le caben entre cuatro y ocho cubetas de salmuera (la capacidad de una cubeta es de unos 20 litros), mientras que las del tipo nuevo (de concreto) pueden contener hasta 14-16 cubetas. Se obtiene una cubeta de salmuera por cada carretilla de tierra que se pone en la estiladera, o dos cubetas si es tierra de muy buena calidad. El rendimiento final es variable, pero una canoa de regular tamaño puede producir un costal de 65 kg de sal cada 15 días (Figura 59).

8 En otras partes de Mesoamérica se han usado desde la antigüedad muy variadas formas de filtros para el lixiviado de la sal, pero en esencia el proceso es el mismo: se obtiene cloruro de sodio filtrando agua y tierra salitrosas, aunado a la evaporación solar.

153 Si bien las herramientas y elementos usados actualmente para la producción de sal en el área de estudio no son los mismos que se utilizaron en la época colonial temprana, pues se han modificado en los últimos siglos, el proceso básico es muy similar al descrito para el siglo XVI en algunas fuentes documentales antiguas (Williams 1998a). Tanto las salinas antiguas como las modernas requieren de extracción de tierra, mezcla de varios tipos de suelo y añadirles agua salada, para luego realizar el lixiviado y la evaporación. Los aspectos comerciales de la producción, sin embargo, han cambiado considerablemente en las últimas décadas. La construcción de caminos (principalmente la autopista Guadalajara- Morelia- México que atraviesa las salinas) ha hecho a San Nicolás Simirao más accesible a los compradores de fuera, y ahora llega gente de Morelia, de Guadalajara o de tan lejos como Veracruz a comprar sal, la cual se utiliza principalmente para la elaboración de queso (Figura 60). Según un informante, antes había toda una red de comercio que unía a Araró y San Nicolás Simirao con otros pueblos de la región, como Huajúmbaro, Jeráguaro, Ucareo, Acámbaro y Queréndaro. Los vendedores de sal iban a Acámbaro y a Morelia a comprar cal para preparar el nixtamal, la cual se vendía junto con sal en la plaza de Queréndaro, todas las semanas. La unidad de medida usada anteriormente para vender sal era el “cuarterón”, que equivale aproximadamente a 3.5 kg. También se podía hacer intercambio de sal por fruta, por ejemplo pera. Gente de toda la región iba a Queréndaro a comprar cal y sal; esto persistió hasta hace unos 80 años. Por otra parte, antes había arrieros que llevaban sal de Simirao a otros lugares, entre ellos Zitácuaro, donde se embarcaba en el tren para el estado de México. Actualmente se sigue recolectando tequesquite en Estación Queréndaro. La comunidad agraria hace un sorteo cada año entre sus integrantes, para ver quien queda como encargado de los terrenos donde brota el mineral. Viene gente de toda la región para recolectarlo; lo usan para “purgar” al ganado. Al tequesquite que brota sobre la superficie de la tierra le nombran “flor”, es más abundante mientras más fuerte esté el sol, y empieza a brotar de nuevo a los tres días de haberlo “cosechado”. En este lugar puede verse que se ha excavado hasta una profundidad de 60 cm al sacar el tequesquite. No es raro que una sola persona se lleve hasta diez costales de este producto, el cual se extrae raspando la tierra con un “tejamanil” (Figura 61). Cada costal se debe pagar a la persona encargada del predio, de acuerdo a una tarifa previamente establecida. Existen varias capas de tequesquite, siendo la más superficial la mejor. Según mencionó la persona encargada de cuidar el terreno, se podría producir

154 sal en este lugar (ya que es el mismo tipo de tierra que en Araró, y también hay “hervideros” de agua salitrosa), pero prefieren tenerlo como agostadero de ganado; a los animales les dan a comer el tequesquite sin procesar.

Implicaciones para la arqueología La ocupación humana de la cuenca de Cuitzeo se remonta por lo menos hasta el período Formativo, y durante el Postclásico el área estuvo bajo el control político del Estado tarasco. Durante el período colonial temprano Araró, Chucándiro, Zinapécuaro y otros lugares se citan como áreas donde la sal estaba siendo producida y/o redistribuida y pagada como tributo (cf. Escobar 1998). Es probable que la producción de cloruro de sodio en el área durante el período prehispánico haya tenido la misma intensidad que en la Colonia, si no es que mayor, pues sabemos que la cuenca de Cuitzeo estuvo bastante poblada en el siglo XVI. Según asentó Matías de Escobar en su obra Americana thebaida [1729], “hacia el oriente está la laguna de Cuitzeo, tan grande que tiene circuito más de veinte leguas, toda su orilla está avecindada de pueblos[...] tanta era la muchedumbre que tenía que desde Cuitzeo hasta Guandacareo, que es distancia poco más de dos leguas, en tiempos pasados todo era una calle.” Sin embargo, después de la conquista española esta región “con las grandes pestes se ve despoblada, las ruinas nos dicen lo que fue en la antigüedad. Hoy se ara y se siembra donde antes se veían y admiraban los edificios” (Escobar 1970: 40-41, 356, citado en Macías Goytia 1997: 444-445). Los sitios antiguos de producción salinera, sin embargo, están todavía por descubrirse. Para poder identificar sitios arqueológicos que representen localidades prehispánicas de producción salinera, es importante entender los procesos involucrados en esta industria, así como conocer los restos materiales o huellas que estas actividades dejan en el paisaje. En vista de los datos etnohistóricos existentes, es posible que las salinas prehispánicas, al menos durante el Postclásico, llevaran a cabo básicamente las mismas funciones y tuvieran las mismas herramientas y elementos (con piedra, madera y barro en vez de metal, plástico y otros materiales modernos) como los que hoy vemos en el área de estudio: pisos usados en la preparación y mezcla de la tierra; filtros (pozos?) o estiladeras; vasijas para almacenar el agua, la salmuera y el salitre y otras más pequeñas para transportarlos dentro del sitio; áreas para almacenamiento de tierra;

155 elementos para la evaporación del agua; grandes montículos de tierra desechada (Cuadro 7; ver también Parsons 1996: Cuadro 2) . Los restos arqueológicos de actividades salineras que esperaríamos encontrar en la cuenca de Cuitzeo, tal vez no serían muy distintos de los reportados para la cuenca de Sayula, Jalisco, puesto que las técnicas empleadas fueron similares en las dos áreas. Según Liot, el primer rasgo que puede ser considerado como diagnóstico de la producción de sal son los montículos cubiertos por una gran cantidad de tiestos cerámicos o tepalcates, llamados “tepalcateras”. El reconocimiento de tales tipos de montículos se relaciona con el proceso básico de extracción de las sales de tierras salitrosas. Al igual que en la cuenca de Cuitzeo, en la de Sayula en la temporada seca la superficie de los suelos de playa se enriquece en sal; estas costras superficiales se llaman salitre o tequesquite. El salitre se recupera y se lava con agua dulce y los desechos se acumulan y forman con el tiempo montículos de varios metros de alto, que constituyen el marcador común de varias regiones salineras del México prehispánico (Liot 1998; ver también Charlton 1969, 1971; Noguera 1975). Como señalamos en el Capítulo II, Eduardo Noguera (1975: 117, 138) realizó un estudio sobre la producción de sal prehispánica en la cuenca de México, donde identificó los “tlateles” o “saladeras”, montículos formados por el proceso de producción de sal por lixiviado. Posteriormente, en su estudio del patrón de asentamiento prehispánico en la cuenca de México, Sanders et al. (1979) reportaron una gran variedad de sitios, entre ellos los que se dedicaban a la producción de sal. Cada uno de estos sitios salineros, cuya ocupación fue estacional, está formado por un montículo bajo de tamaño variable y relleno homogéneo de tierra. Estos sitios están distribuidos en la franja de tierra que se inundaba estacionalmente. Aparentemente el proceso de extracción de sal se basaba en el lixiviado de suelos altamente salinos, y los montículos son los restos acumulados de este proceso (Sanders et al. 1979). Aparte de los montículos de tierra lixiviada o “terreros” (Figura 62a-c), hay que mencionar como indicadores de elaboración de sal los canales “fosilizados” por el alto contenido de minerales en el agua salitrosa que va de los manantiales a la finca, como varios que se pueden observar actualmente en las salinas de Simirao y de Araró (Figura 63). Se han encontrado en contexto arqueológico sitios productores de sal con canales o acueductos, tinas de evaporación y presas en el valle de Tehuacán, Puebla (MacNeish et al. 1972: 443) y en el valle de Oaxaca, como se discute en el capítulo II.

156 Todavía no hemos encontrado eras de evaporación prehispánicas en contextos arqueológicos en la cuenca de Cuitzeo. Durante el trabajo de campo cerca del pueblo de Chucándiro, en el extremo occidental del lago, encontramos unos rasgos que pudieron haberse empleado para la evaporación solar de salmuera, aunque pueden ser de origen reciente (Williams 2005b). En esta etapa del proyecto (en la primavera de 2003) realizamos trabajo etnoarqueológico, incluyendo entrevistas con varios informantes de la localidad, principalmente gente de edad avanzada quienes nos dijeron que hacía muchos años se elaboraba sal en esta parte de la cuenca. Los mismos informantes dijeron que cerca de un pueblo llamado El Salitre había unos sitios salineros abandonados desde muchos años atrás. La prospección arqueológica de esta área reveló la existencia de varios elementos excavados en la roca madre que asemejan tinas o “eras” poco profundas de forma irregular, mismas que pudieron haberse empleado para la evaporación solar de salmuera (Figuras 64 a-c). A fin de entender mejor el proceso de elaboración de sal (tanto moderno como antiguo) llevamos a cabo un estudio (Williams 2005b) de los distintos tipos de tierra encontrados en los sitios salineros de Simirao: tierra tirada, tierra picada y la tierra desechada en el terrero; los resultados de este estudio aparecen en el Cuadro 5. Este tipo de análisis de suelos realizado en contexto arqueológico podría contribuir a la identificación de sitios salineros del pasado. Esta investigación, sin embargo, sigue pendiente en el área de estudio. Cuadro 5. Análisis de las tierras usadas en la elaboración de sal en Simirao, cuenca del Lago de Cuitzeo.* Elementos

Tipo de tierra

presentes en la muestra ** Tierra tirada

Tierra picada

Tierra lixiviada, desechada en el terrero

Aluminio

28.457

19.819

20.725

Silicón

36.542

57.526

57.183

Cloro

9.400

5.393

5.476

157 Potasio

5.766

2.818

4.633

Calcio

5.906

5.582

3.745

Titanio

1.703

1.114

.978

Manganeso

.340

.217

.191

Hierro

10.620

6.816

6.411

Zinc

.020

.015

.017

Galio

.008

.006

.006

Germanio

.020

.017

.012

Arsénico

.440

.137

.213

Bromo

.094

.044

.017

Rubidio

.130

.074

.078

Estroncio

.490

.372

.280

Itrio

.030

.015

.016

Zirconio

.030

.032

.016

Plomo

.004

.003

.003

*Análisis multi-elemental de Fluorescencia de Rayos X, realizado en el Instituto de Investigaciones Nucleares, Ocoyoacac, Estado de México. ** Concentración relativa, considerada al 100%.

La prospección arqueológica del área alrededor de Araró y Simirao en el extremo oriental del Lago de Cuitzeo, llevada a cabo por el autor en 2003 (Williams 2005b: 224), reveló la existencia de varios sitios arqueológicos (Figura 65). Uno de ellos es Tierras Blancas (Figura 65: B), una plataforma prehispánica de gran tamaño con muchos muros de retención y cimientos de piedra visibles en la superficie, así como abundantes restos cerámicos y líticos. Este sitio está ubicado sobre un promontorio natural, bordeado en un extremo por una barranca y en una posición estratégica para controlar el acceso al área donde se concentran las salinas. Otro sitio se localiza enfrente de las salinas de Simirao, sobre la ladera de un cerro que domina toda el área inmediata (Figura 65: A). Este es un sitio muy grande con muchas terrazas y montículos, así como abundante material cerámico en la superficie. En el área donde están los balnearios (Figura 65: C) y el área de las salinas abandonadas (Figura 65: D) los materiales arqueológicos también son muy abundantes en superficie, principalmente tiestos (Figura 66) y fragmentos de obsidiana, lo cual sugiere que existió una población de gran tamaño en el área. Todos estos sitios, al igual que muchos otros localizados por el autor (Figura 65: E, F y G) en el área de las salinas, formaron parte del contexto social

158 de la producción salinera durante la época prehispánica (los periodos Formativo tardío, clásico y Postclásico están bien representados en la cerámica recolectada de la superficie).

La sal de Cuitzeo como recurso estratégico a nivel regional A fin de determinar qué tan importante fue el papel de la sal como recurso estratégico para el desarrollo cultural prehispánico en la cuenca de Cuitzeo y la vertiente del Río Lerma, es necesario echar un vistazo a la historia cultural de la región. Los testimonios que poseemos sobre los habitantes indígenas del Bajío en el momento de la Conquista nos hablan de grupos de “chichimecas”, o sea cazadores recolectores no agrícolas, que tenían “la asombrosa habilidad[...] de vivir a su aire[...] [sin] pueblos ni ciudades, sino extenderse y vagar por tierras que reconocían como suyas y pertenecientes a su natural habitación” (Carrillo 1999: 287). Pero la situación en nuestra área no siempre fue así. Estos grupos que no eran plenamente partícipes de la civilización mesoamericana aparecen en la escena tras el colapso de la cultura del periodo Clásico en la región, hacia el siglo X de nuestra era. El escaso nivel de complejidad social de estos “bárbaros” o “chichimecas” contrasta marcadamente con el elevado grado de civilización alcanzado en tiempos anteriores, principalmente durante el periodo Clásico (Braniff 2000; Cárdenas 1999b, 1999c; Wright 1999), como vimos en el anterior capítulo. Aunque el Bajío es una de las regiones de Mesoamérica que menos conocemos arqueológicamente, en últimos años nuestro conocimiento sobre las culturas prehispánicas de la región se ha incrementado considerablemente (ver, por ejemplo, Williams y Weigand [editores] 1999). El núcleo del Bajío es un sistema de ríos perennes y tributarios, de grandes pantanos, de lagos y de tierras planas flanqueadas por cerros y bajas montañas en el área inmediata. Aunque el Bajío no es una región grande en términos territoriales, realmente fue única; a través de ella fluye sin interrupciones uno de los principales ríos de Mesoamérica, sobre valles amplios y planos, bordeando grandes pantanos y numerosos lagos, y cuenta con tierras agrícolas insuperables. Aparte del extremadamente rico perfil de agua y de suelos, la riqueza natural incluía abundantes especies acuáticas, yacimientos de obsidiana cercanos y bosques de roble y pino en los cerros y en las tierras altas adyacentes. Realmente es difícil imaginar un paisaje natural más fértil y abundante (Weigand y Williams 1999: 17).

159 Según Braniff (2000: 35), las culturas que habitaron el Bajío parecen haber alcanzado su mayor grado de desarrollo y de complejidad durante el primer milenio de nuestra era. Después de la colonización original y difusión de las culturas relacionadas con la tradición Chupícuaro, en la región del Bajío florecieron ciudades y pueblos con arquitectura ceremonial y monumental, que dominaban a pueblos menores y aldeas (Braniff 2000: 39). Sabemos que hubo una presencia de la cultura teotihuacana en esta región, evidenciada por cerámica Anaranjado Delgado; esto puede representar un corredor cultural que unía al centro de México con la región lacustre de Michoacán. La influencia del Occidente también puede verse, sobre todo en la arquitectura: estructuras circulares de la tradición Teuchitlán se han encontrado en el oeste de Guanajuato y en la vertiente del Río Lerma (Braniff 2000: 39-40; cf. Cárdenas 1999b, 1999c). Los recursos naturales presentes en esta región han sido clasificados por Cárdenas (1999b: 99-100) en dos grandes grupos: (a) recursos esenciales para la subsistencia, que incluyen la pesca en los ríos, pantanos y lagos que abundaban en la región, la caza de aves y la extracción de fibras naturales (juncos, tules, etc.); (b) recursos estratégicos, como obsidiana, riolita, calcedonia, caolín, arcilla y cinabrio. A esta lista habría que añadir el cloruro de sodio. En la vertiente del río Lerma, durante el periodo Clásico se tuvo una población bastante densa, que se estableció en asentamientos que basaban su subsistencia en la agricultura. Entre ca. 600 y 850 d.C. observamos la rápida extensión de una red de asentamientos dispersos que acaba por cubrir toda la región. Es probable que existieran sitios de elite, así como centros religiosos y mercados, aunque tanto la dispersión de los sitios como la presencia de muchos pueblos y aldeas parecen representar una organización social con poder relativamente poco centralizado (Faugere-Kalfon 1996: 130). Entre los siglos IX y XIII se produjeron ciertas modificaciones, que se reflejan en la reestructuración de la red de asentamientos. Aparecen los primeros sitios defensivos y se incrementa la concentración de la población, proceso que se irá acentuando durante el Postclásico temprano. El conjunto de elementos arqueológicos sugiere una continuidad cultural en la región de la vertiente Lerma, sobre todo entre el Clásico y el Postclásico temprano (Faugere-Kalfon 1996: 133, 142). Como ya quedó asentado en páginas anteriores, recientes investigaciones arqueológicas han puesto en relieve la importancia de la cuenca de Cuitzeo para la

160 economía prehispánica no sólo del área inmediata, sino también de gran parte del Occidente de México y del resto de Mesoamérica. Durante el periodo Protohistórico (ca. 1450-1530) el norte de Michoacán y el sudeste de Guanajuato se caracterizaron por una gran diversidad cultural en la presencia de matlatzincas, mazahuas, otomíes, pames, guamares y otros grupos (Healan y Hernández 1999: 133). Se han señalado varios nexos entre esta área y Tula, Hidalgo; este sitio fue uno de los principales consumidores de la obsidiana de Ucareo durante el Epiclásico y el Postclásico temprano. Parece que los nexos que existieron entre Tula y nuestra área son una manifestación indirecta de relaciones entre ese sitio y el noreste de Michoacán con el Bajío (Healan y Hernández 1999: 141-142; Hernández 2016). La obsidiana de Ucareo y Zinapécuaro fue de muy alta calidad, contándose entre las más codiciadas de todo Mesoamérica (Healan 1997; Pollard y Vogel 1994), por lo que se exportó a muchas regiones de esta área cultural, ampliamente distribuidas en el tiempo y el espacio. El material procedente de estos yacimientos constituyó la principal fuente de abasto de obsidiana en muchos sitos del centro de México, así como de Oaxaca y del área maya (Healan 1997: 77, 2004, 2011). Pero no solamente los yacimientos de obsidiana, sino también los de sal, hicieron de la cuenca de Cuitzeo un área estratégica en tiempos prehispánicos (Williams 2009), amén de otros recursos naturales presentes en la cuenca y aprovechados en la época antigua: el cinabrio, el caolín y la calcedonia (Cárdenas 1999b). Las densas concentraciones de asentamientos –centros urbanos, sitios ceremoniales, pueblos, aldeas—necesitaron de enormes cantidades de sal para la subsistencia. Las principales fuentes naturales de este recurso en el área del río Lerma se concentran casi en su totalidad dentro de la cuenca del Lago de Cuitzeo (ver el mapa de Mendizábal [1928] adaptado por Valdez et al. 1996: Figura 4; ver también Ewald 1997: mapa 14), por lo que los sitios salineros constituyeron un factor determinante para la estrategia económica, política y militar de las sociedades que se asentaron en el Bajío y su hinterland desde el Formativo y Clásico. En el periodo Protohistórico el Estado tarasco tuvo una fuerte presencia en la cuenca, que se encontraba firmemente bajo el dominio del cazonci, con el fin de controlar el acceso a los yacimientos de sal y de obsidiana, fuente de riqueza para el imperio (cfr. Williams 2009).

161

Figura 26. Mapa del Lago de Cuitzeo, mostrando los sitios de producción de sal en el siglo XVI (triángulos), los sitios arqueológicos (cuadrados) y los pueblos modernos (círculos).

Figura 27. Sitio de producción de sal conocido como “finca” en Simirao, cuenca del Lago de Cuitzeo. Pueden verse todos los elementos y las áreas de trabajo.

162

Figura 28. Elemento de filtración conocido como “estiladera”, usado para llevar a cabo la lixiviación de suelos y agua de los manantiales para obtener salmuera.

Figura 29. Dibujo de una estiladera que muestra las partes que la componen. En la parte superior tiene las tierras salinas y el agua de los manantiales, debajo hay varias capas de material de filtración: grava, dos tipos de pasto (fino y grueso) y ramas entrelazadas que se llaman “sedazo”. La base de la estiladera descansa sobre una gruesa tabla de madera llamada “queso” que a su vez está colocada sobre un medio tronco de pino ahuecado llamado “banco” donde cae la salmuera obtenida en el proceso de lixiviación.

163

Figura 30. Construcción de una estiladera. Nótense las tablas de madera y los troncos utilizados para soportar la estructura.

Figura 31. Estiladera abandonada en proceso de desintegración después de varios años de no utilizarse. Está descansando sobre el terrero, o montículo de tierra lixiviada.

164

Figura 32. Salinero frente a sus “canoas”, troncos ahuecados donde se pone la salmuera para que el sol evapore el agua y quede la sal cristalizada. El costal sobre la canoa contiene sal cristalizada.

Figura 33. Los botes de salmuera se vacían en la canoa para que los rayos del sol evaporen el líquido y se obtenga sal cristalizada.

165

Figura 34. Distintos elementos del paisaje salinero de Simirao. En primer plano está la “tierra picada”, en la parte media los montoncitos de tierra picada, al fondo a la izquierda y a la derecha aparecen los “terreros”, montículos de tierra desechada que ha sido filtrada en la estiladera.

Figura 35. Salinero en la finca, mostrando la pala de madera que usa para hacer los montones de “tierra picada” que se ven alrededor. Nótese el terrero (que consiste en “tierra tirada”) en el fondo a la izquierda.

166

Figura 36. Elementos del paisaje salinero: superficie de la finca en donde se obtiene la tierra picada, con montoncitos de la misma esperando ser utilizados para elaborar sal. También se observan el pozo y el canal que abastecen el agua salobre, indispensable para el trabajo de los salineros en la finca.

Figura 37. Elementos del paisaje salinero: pueden verse las canoas en donde la salmuera se está calentando para transformarse en sal cristalizada. La canoa de la derechas está cubierta con las tablas llamadas “tejamaniles” y piedras. Al frente de la imagen pueden verse los montones de tierra picada.

167

Figura 38. Elementos del paisaje salinero: estiladera con la tierra desechada que forma parte del terrero. Este es uno de los rasgos diagnósticos de la industria salinera tradicional en el Lago de Cuitzeo.

Figura 39. En las fincas pueden verse pozos y canales que se usan para extraer el agua del subsuelo y llevarla a los lugares de trabajo. Arriba a la derecha puede verse una canoa cubierta con las tablas de madera llamadas “tejamaniles” y piedras, para proteger la salmuera en caso de lluvia.

168

Figura 40. Salinero tomando el agua de uno de los pozos en la finca. Esta agua termal tiene un alto contenido de minerales, por lo que es ideal para elaborar el cloruro de sodio.

Figura 41. Los canales que se usan para llevar el agua de los manantiales a las fincas a veces se “fosilizan” por el alto contenido mineral, quedando como parte del paisaje salinero durante mucho tiempo.

169

Figura 42. En algunos casos los canales se refuerzan con cemento y piedra, lo cual hace más probable que perduren durante largo tiempo como evidencia arqueológica de producción salinera.

Figura 43. El costal conocido con el nombre tarasco de guangoche es hecho de fibra de maguey, y se utiliza para llevar la tierra a la estiladera, entre muchas otras funciones. Aquí el salinero está juntando “tierra tirada” del terrero con el “tejamanil” para reciclarla.

170

Figura 44. Las vasijas de barro llamadas “chondas” se usaban antiguamente para transportar y guardar el agua y la salmuera dentro de las fincas. Las chondas ya no se usan, ahora los salineros trabajan con botes de plástico.

Figura 45. Alfarero haciendo una chonda en su taller en Zinapécuaro, cuenca de Cuitzeo. Está dando forma al cuello de la vasija.

171

Figura 46. El siguiente paso en la manufactura de la vasija consiste en alisarla con un trapo mientras la arcilla todavía está fresca.

Figura 47. La tierra se saca del terrero para llevarla en la carretilla y usarla de nuevo en el proceso de elaboración dentro de la finca.

172

Figura 48. La “tierra tirada” que se saca del terrero se pone sobre la superficie de la finca para volverse a utilizar (puede verse abajo a la izquierda), como tierra reciclada mezclada con la “tierra picada”.

Figura 49. Una vez tendida sobre la finca la tierra tirada se moja con agua de los manantiales para que recupere la salinidad que perdió durante el proceso de lixiviado en la estiladera. Esto se hace con cubetas de plástico, antes se usaban las chondas de barro.

173

Figura 50. La tierra salada de la finca se excava con el azadón y luego se junta en montoncitos de “tierra picada” como se pueden ver a la izquierda de la imagen.

Figura 51. El salinero está sacando la tierra picada que posteriormente mezcla con tierra tirada para ponerla en la estiladera y realizar el lixiviado que tiene como resultado la salmuera.

174

Figura 52. Una vez puesta la tierra en la estiladera hay que acomodarla cuidadosamente con la tabla pequeña llamada “tejamanil” antes de iniciar el proceso de lixiviado.

Figura 53. El salinero camina sobre la tierra en la estiladera para “apisonarla” y hacerla más compacta antes de iniciar el proceso de lixiviado.

175

Figura 54. Cantidad de tierra (mezcla de tierra picada con tierra tirada) que se pone diariamente en la estiladera (medida en carretillas, cada una de ca. 100 kg).

Figura 55. Salinero poniendo el agua de los manantiales sobre la tierra en la estiladera, para iniciar el proceso de lixiviado. Nótese el pasto que se pone sobre la superficie de la tierra en el lugar donde cae el agua, para evitar que se filtre demasiado rápido.

176

Figura 56. Cantidad de agua de los manantiales de Simirao que se pone en la estiladera diariamente (medida en cubetas de ca. 18 litros cada una).

Figura 57. Después de llevarse a cabo el lixiviado en la estiladera la tierra se saca y se coloca en el terrero, en donde se acumula con el paso del tiempo, formando grandes montículos.

177

Figura 58. Una vez que la salmuera se ha evaporado la sal cristalizada se recoge con la pala. Nótense las tablas llamadas “tejamaniles” y las piedras, que se utilizan para cubrir la canoa en caso de lluvia.

Figura 59. Cantidad de sal producida semanalmente por cada finca de Simirao (medida en costales de ca. 65-70 kg).

178

Figura 60. El característico color amarillo de la sal de Simirao se debe al contenido de sustancias químicas en los suelos y el agua utilizados en el proceso de elaboración. (Compárese con el blanco de la sal de la costa de Michoacán, en la Figura 81).

Figura 61. La tierra salada llamada “tequesquite” se recoge para usarse como alimento para ganado. El objeto que se usa para esto es un “tejamanil” (Estación Queréndaro, cuenca de Cuitzeo).

179

Figura 62. Los terreros son acumulaciones de tierra lixiviada alrededor de la estiladera, que quedan en el paisaje durante mucho tiempo. Son los principales marcadores arqueológicos de las actividades salineras.

180

Figura 63. Canal utilizado para llevar el agua de los manantiales a las fincas. Ha sido “fosilizado” por el alto contenido mineral del agua termal, y quedará como marcador arqueológico de esta actividad durante mucho tiempo.

(a)

181

(b)

(c) Figura 64. Elementos excavados en la roca madre; parecen “tinas” o eras de poca profundidad y de forma irregular, que pudieron usarse en el pasado para evaporación solar de salmuera. Fueron reportados por informantes de Chucándiro, al oeste del Lago de Cuitzeo. Medidas: (a) 2.59 x 1.80 m; (b) 3.14 x 1,90 m (vista parcial); (c) 3.38 x 1.83 m.

182

Figura 65. Mapa que muestra varios sitios arqueológicos alrededor de los pueblos de Araró y San Nicolás Simirao, en el extremo oriental del Lago de Cuitzeo, recorridos por el autor en 2003.

Figura 66. Tiestos encontrados en la superficie alrededor de Araró y Simirao (ver la figura anterior). Algunos tipos de cerámica encontrados en esta área de la cuenca de Cuitzeo pudieron haberse empleado en la producción de sal en la época prehispánica.

183 Producción de sal en la costa de Michoacán En esta sección discutimos la elaboración y comercio de cloruro de sodio en la costa de Michoacán, un tema que nunca se ha estudiado con profundidad en esta parte de la entidad. De hecho, la región costera de Michoacán es una de las áreas menos conocidas en todo Mesoamérica. Como ya mencionamos para el Lago de Cuitzeo en la sección anterior, los objetivos principales de este estudio fueron documentar las técnicas tradicionales que usan los salineros en su trabajo, en particular la cultura material, la organización del trabajo, y los niveles de producción de las salinas costeras, al igual que la importancia de la elaboración y comercio salineros para la cultura y economía regionales a lo largo del tiempo. Las observaciones etnográficas conjuntamente con los datos etnohistóricos y arqueológicos, nos han permitido arrojar algo de luz sobre la producción, uso y comercio de este valioso recurso el la costa de Michoacán durante la época prehispánica. Por otra parte, la información etnográfica recabada durante nuestro trabajo de campo 1 presenta paralelos a las actividades prehispánicas que nos permiten llegar a un entendimiento más completo y profundo de esta industria en la antigüedad.

Antecedentes geográficos y culturales de la costa michoacana La presente investigación se llevó a cabo en La Placita, una de las pocas comunidades en México que seguían usando hasta hace poco tiempo técnicas tradicionales (en parte prehispánicas) para elaborar sal (ver Williams 2002, 2003, 2004a, 2010). También se incluyeron en el estudio las salinas cercanas de Salinas del Padre, Michoacán, y de El Ciruelo, cerca de Cuyutlán, Colima (Figuras 67 y 68). Las condiciones ecológicas de la franja costera que se extiende desde Cuyutlán en el norte hasta Maruata en el sur son ideales para hacer sal; el cloruro de sodio es abundante en el agua de mar, y la luz solar –esencial para la preparación de la salmuera—es constante e intensa a lo largo del año, especialmente durante la época de secas (Figura 69). El área bajo discusión se incluye dentro de la Provincia Biótica NayaritGuerrero, la cual se extiende por la región costera dentro de la zona árida tropical, desde el sur de Sinaloa hasta el sur de Guerrero. Esta área se caracteriza por marcadas estaciones de lluvias y de secas; las lluvias inician en mayo o junio y terminan en

1 Esta investigación se realizó en mayo de 2000. En marzo de 2016 regresamos al área de estudio en la costa y nos encontramos con que las salinas ya no se trabajan desde hace unos 10 años, y la mayoría de los salineros tuvieron que abandonar esta actividad, pues ya no es redituable.

184 noviembre o diciembre. El resto del año es generalmente seco, y como consecuencia la mayor parte de la vegetación pierde el follaje (Brand 1960: 275). Desde el punto de vista de la flora (Figura 70), el área bajo discusión podría clasificarse como bosque espinoso deciduo tropical. Las principales comunidades florísticas son las siguientes (Brand 1960: 276): 1. manglares; 2. matorral espinoso (arena de playa árida); 3. selva de matorral espinoso; 4. bosque de árboles cortos; 5. bosque de palmeras; 6. selva de arbustos y árboles. En cuanto a la fauna de la zona, son pocos los estudios que se han llevado a cabo. Según Brand (1960: 296), las playas de Michoacán tienen por lo menos unas 600 especies de moluscos marinos. Esta abundancia biótica se debe a que la zona costera tiene una gran variedad de nichos ecológicos, que por cierto fueron aprovechados por el ser humano desde tiempos remotos (Figura 71). Según Correa Pérez (1974), algunas de las especies animales endémicas de la zona de estudio, (varias de las cuales contribuyeron a la dieta y economía indígena) son las siguientes: Mamíferos: tlacuache (Didelphis marsupialis); armadillo (Dasypus novemcinctus); conejo (Sylvigalus cuniculuarius); ardilla (Sciurus colliaei); puerco espín (Coendu mexicanus); coyote (Canis latrans); cacomixtle (Bassariscus astutus); mapache (Procyon lotor); tejón (Nasua nasua); comadreja (Mustela frenata); jaguar (Felis onca); ocelote (Felis pardalis); jabalí (Dicotyles tajacu); venado de cola blanca (Odocoileus virginianus). Reptiles: tortuga marina (Chelonia agasizii); tortuga de carey (C. imbricata); tortuga verde (C. viridis); y varias especies de lagartijas, serpientes, camaleones e iguanas (Correa Pérez 1974: 389-433). Algunas especies de reptiles como el caimán ya han desaparecido, pero los informantes de edad avanzada recuerdan muy bien su abundancia sobre los bancos de los ríos y esteros. Debido a la abundancia y variedad de recursos de flora y fauna en el entorno costero, esta región fue privilegiada para la habitación humana en tiempos prehispánicos. Los pocos proyectos arqueológicos llevados a cabo en la costa de Michoacán han reportado una gran cantidad de sitios pequeños desde Colima en el norte hasta el río Balsas en el sur (Cabrera 1989; ver también Novella y Moguel 1998;

185 Novella et al. 2002). Durante el periodo Postclásico (ca. 1250-1521 a.C.) encontramos en nuestra región elementos de las culturas tarasca y azteca, como fragmentos de pipas, cerámicas diagnósticas, figurillas de barro que representan deidades del panteón del centro de México, y prácticas funerarias como la cremación (Cabrera 1989: 147). A continuación presentamos información histórica y antropológica sobre la costa michoacana, tomada de Gledhill (2016). En los inicios de la época colonial Hernán Cortés pensaba usar Zacatula, en la desembocadura del Río Balsas, como base para la exploración de la costa del Pacífico de Michoacán. Los indígenas tarascos que vivían en el interior del actual estado de Michoacán –que todavía no eran conquistados por los españoles—les dijeron a los invasores que había grandes cantidades de oro en la costa. Las primeras exploraciones en la región (que sería conocida como la Provincia de Motines del Oro) iniciaron en 1524, pero las minas fueron abandonadas casi por completo alrededor de 1536. Los españoles se enfrentaron a una enconada resistencia por parte de los indígenas al trabajo forzado, misma que se manifestó por varias rebeliones realizadas en la primera mitad del siglo XVI. Además en esta época se generaron grandes movimientos migratorios hacia el exterior de la región, con el fin de escapar de la esclavitud (Gledhill 2016: 1). Una vez que los españoles vieron que las reservas de oro en esta parte de Michoacán no eran tan abundantes como se habían imaginado, optaron por dedicarse al cultivo del cacao, que era mucho más redituable que la minería en la costa. El mercado de este cultivo se expandió en la segunda mitad del siglo XVI, pues su uso como moneda, a la antigua usanza mesoamericana, continuó durante el periodo colonial. Las gentes indígenas se vieron obligadas a trabajar en las plantaciones y además tenían que pagar cacao como tributo a la Corona. La región de la costa estaba alejada de los centros de poder colonial, lo que facilitó la esclavitud ilegal de los grupos autóctonos por parte de los colonos españoles, así como la extracción (también ilegal) de tributo de las comunidades y la usurpación de sus tierras (Gledhill 2016: 2-5). Sabemos que en el siglo XVII los pobladores indígenas del área bajo discusión practicaban un sistema de explotación de “espectro amplio”, ya que cada familia tenía acceso a múltiples zonas ecológicas. Existía una explotación intensiva de recursos tanto marítimos como forestales, al igual que la agricultura (algodón, verduras, árboles frutales y maíz) con algo de irrigación, y finalmente la cría de ganado, amén de la caza, la pesca y la recolección. Muchas comunidades se dedicaron a producir incienso de

186 copal y velas de cera a escala comercial, pero la más importante actividad económica a nivel regional fue la producción de sal, que se intercambiaba en grandes cantidades con el mundo exterior (Gledhill 2016: 5). El municipio de Aquila es el más grande del estado de Michoacán en cuanto a su territorio, pero su población total en 2000 ascendía a tan sólo 22,152 habitantes. De los 112 municipios en que se divide el estado de Michoacán, Aquila está en el séptimo lugar menos deseable, de acuerdo con los indicadores de bienestar social (Gledhill 2016: 8). El pueblo de La Placita de Morelos se encuentra ubicado en el margen izquierdo del río Maquilí (Figuras 67 y 68). Este fue un importante asentamiento en tiempos prehispánicos, como demostró la prospección arqueológica realizada por Corona Núñez hace unos 60 años. Varias casas modernas, al igual que la escuela, fueron construidas sobre montículos prehispánicos. En todas las calles del pueblo y en las áreas circundantes hay cimientos de piedra de estructuras cuadradas, que pudieron haber sido viviendas. Estos consisten en alineamientos de roca con una orientación distinta de las casas modernas. También reportó Corona Núñez un gran montículo hecho con grandes rocas con una altura de cinco metros, que había sido severamente saqueado para el tiempo de su investigación, y que hoy se encuentra casi completamente destruido. A una distancia de unos 20 ó 30 m de esta estructura había un montículo alargado cubierto de vegetación, así como una enorme plataforma artificial, sobre la cual se construyó el pueblo moderno (Corona Núñez 1960: 374-375; lámina 13). El actual poblado de La Placita se construyó originalmente junto a un estero; el pueblo viejo tenía solamente una calle, rodeada de ranchos ganaderos y de palmeras. Las casas estaban hechas en su mayoría de bajareque con techos de palapa, aunque algunas tenían techo de tejas. La población era bastante heterogénea, incluyendo aparte de los residentes locales a “indios de otras comunidades, al igual que arrieros y comerciantes de otras latitudes” (Méndez Acevedo 1999). La población de La Placita aumentaba considerablemente durante la época de hacer sal (desde fines de marzo hasta principios de junio), pues mucha gente venía de distintos lugares para trabajar en las salinas, asentándose en un patrón disperso alrededor del estero durante esta parte del año. Según don Francisco Gregorio, uno de los más viejos salineros de La Placita, los habitantes de este pueblo solían vivir casi exclusivamente de la sal, practicando casi nada de agricultura y nada de ganadería. Todo lo que necesitaban para la subsistencia lo

187 podían obtener a cambio de sal, y durante la parte del año cuando no estaban produciendo, se mantenían explotando recursos silvestres: cazaban venados en el monte, sacaban huevos de tortuga de la playa, pescaban en el estero y aparte obtenían del mismo abundantes cantidades de chacal (camarón), moyo (cangrejo) y jaiba (langostino). Muchas de las especies vegetales y animales explotadas para la alimentación eran estacionales, pero otras se encontraban todo el año, como el chacal. En resumen, se practicaban la pesca, la caza y la recolección, junto con algo de agricultura, y algunos productos alimenticios, como el frijol, se obtenían a través del intercambio con otras comunidades de la región. A una distancia de aproximadamente tres kilómetros del estero de La Placita se encuentra otro estero, conocido como Salinas del Padre, 2 donde también se elabora cloruro de sodio. Entre ambos esteros hay un tercero, conocido como El Presidio, en donde se produjo sal hasta hace unos 60 años. Alrededor de esa época venían familias enteras desde Maquilí hasta Salinas del Padre para trabajar la sal; incluso traían al maestro de escuela para la educación de los niños durante la estación de producción. Toda la gente se juntaba para abrir el estero con palas, y una vez que se llenaba de agua salada lo cerraban. Venían hasta 40 familias, que tenían que traer su propia agua para tomar, pues no había agua potable en el área. La unidad de tenencia de la tierra recibía el nombre de “hijuela”, y consistía de lo siguiente: 1) pozo de sal (así se nombraba a la unidad productora); 2) terreno para sembrar; 3) terreno para cría de ganado; 4) solar para la casa. Para finales del siglo XVI muchos pueblos de la costa ya no estaban habitados, debido a un dramático colapso demográfico causado principalmente por el hambre y las epidemias. Es por esto que la mayor parte de las comunidades salineras antiguas se habían extinguido poco tiempo después de la conquista española, y no fueron registradas por los funcionarios de la Corona que escribieron las Relaciones geográficas. La dramática situación de los siglos XVI y XVII se ha descrito de la siguiente manera: “La gran epidemia de 1576-78 fue seguida por el año de epidemia y hambruna de 1588, y después vinieron más epidemias en 1595-96. El resultado fue una gran disminución en la población indígena, que conjuntamente con factores políticos y económicos contribuyó a la adopción de la política de congregaciones durante el 2 Existen conflictos entre la gente de La Placita y la de Maquilí sobre la tenencia del estero. Los primeros quisieran dedicarse a la pesca del camarón (una actividad mucho más lucrativa que la producción de sal), mientras que los últimos insisten en usar el estero exclusivamente para hacer sal. Las Salinas del Padre pertenecen al ejido de Maquilí, pero la comunidad indígena de Maquilí se dividió en varios ejidos, y como resultado de esto los límites territoriales entre los pescadores y los salineros no quedaron bien definidos.

188 período 1592-1606[...]” Durante el siglo XVII los problemas persistieron: “El año de 1613 también se sabe fue de hambre generalizada[...] En 1643 hubo una epidemia que casi terminó con los indios que no habían sucumbido a las anteriores pestilencias. Algunos cálculos de la mortandad son tan altos como 5/6 de los indios[...] Los años de 1692-1696 fueron años de hambre[...]” (Brand 1960: 72-74). A pesar del descenso demográfico y los problemas mencionados anteriormente, la industria salinera artesanal persistió hasta hace unos 10 años, como se discute a continuación.

Producción de sal en la costa michoacana: sitios y cultura material En esta sección se presenta brevemente una descripción del proceso contemporáneo de elaboración de sal en la zona de estudio como lo observamos en 2000 (Williams 2002, 2003), para luego pasar a discutir las implicaciones arqueológicas de estas observaciones. 3 Este proceso en La Placita tradicionalmente ha consistido en filtrar el agua salobre del estero a través de una capa de tierra salitrosa (conocida localmente como “salitre”) obtenida de las inmediaciones del mismo estero, para obtener salmuera por lixiviación. Para llevar a cabo este proceso se utiliza el tapeixtle, elemento que se describe en páginas posteriores (Figuras 72-75). Una vez que se obtiene la salmuera por lixiviación, se pasa a las “eras” o tinas de evaporación, donde el agua desaparece por acción solar y queda la sal cristalizada. Cuando está bien seca la sal, el siguiente paso es empacarla para llevarla a vender. A la unidad de producción le llaman “plan”; mide aproximadamente unos 400-600 m2, y consta de un tapeixtle, varias eras, y por lo menos un “terrero” donde se va acumulando la tierra lixiviada, para usarse posteriormente. Durante la época en que se estuvo realizando el trabajo de campo (abril y mayo del 2000) solamente se estaban trabajando cuatro “planes”, pero hay muchos más junto al estero de La Placita, los cuales no se trabajan todos los años, por estar ausentes sus dueños, o por falta de interés debido al bajo precio de la sal. La temporada de trabajo en las salinas se limita a una parte de la época de secas (de principios de abril a mediados de junio), pues al empezar las lluvias el agua dulce reduce drásticamente la salinidad del estero y del salitre; además la mayor cobertura de nubes dificulta la evaporación solar de la salmuera. Los salineros se dedican a otras 3

Donald Brand (1958) hizo una breve descripción de las actividades salineras en La Placita, pero sin una información detallada sobre todos los aspectos aquí discutidos.

189 actividades cuando no les es posible hacer sal, por ejemplo la pesca, la agricultura o como mano de obra asalariada, ya sea dentro de la región o fuera de ella (muchos de ellos migran cada año hacia las grandes ciudades del país, o bien a los Estados Unidos). En los últimos años se ha registrado un dramático descenso en el precio de la sal a nivel nacional, 4 lo que ha hecho que cada vez menos salineros se dediquen a esta actividad; según se pudo observar en La Placita, obtienen más ganancias en otros tipos de trabajo, que implican menos esfuerzo físico. Siempre son hombres los que trabajan en las salinas, porque según ellos mismos dicen, este trabajo es muy pesado para las mujeres. 5 Ellas sólo vienen a “pizcar” la sal, y se les paga con el mismo producto. Todos los salineros están emparentados entre sí, y las mujeres que realizan la “pizca” también son sus parientes, ya sea consanguíneos o por afinidad. La recolección del producto final muchas veces es una actividad social en la que intervienen todos los miembros de las familias de los salineros (Figura 76). La mayoría de artefactos y elementos usados en la manufactura de sal en La Placita ya no se utilizan en otros sitios salineros cercanos, como Cuyutlán, Colima, y aparentemente e sólo cuestión de tiempo para que desaparezcan de La Placita también. La elaboración de sal en La Placita se basa en el lixiviado de los suelos de la playa alrededor del estero. En la época de secas este cuerpo de agua se encoje bastante en sus dimensiones, dejando una capa salina sobre la tierra, que se conoce localmente como “salitre”. Esta tierra salobre se somete a un proceso de lixiviado con agua salada del estero, con lo que se obtiene una salmuera concentrada que posteriormente se evapora por el sol para obtener el producto final: sal cristalizada (el Cuadro 6 muestra la composición química de una muestra de sal de La Placita). Cuadro 6. Composición química de una muestra de sal de La Placita, Michoacán. Análisis por fluorescencia de rayos X (A) y por difracción de rayos X (B).* (A) Concentración de elementos**

4

Elemento

Concentración

Azufre

2,820+/-83

La mayoría de los informantes se refiere a un período de hace unos 60 años como el inicio de un aparente proceso de crisis en la industria de la sal a nivel regional: una baja de precio y como consecuencia abandono de las salinas por los salineros. 5 Esto contrasta con lo reportado para la Costa Chica de Guerrero, donde son mujeres las que realizan casi todos los trabajos relacionados con la producción de sal (Good 1995; Quiroz Malca 1998).

190 Cloro

54,064+/-145

Potasio

452+/-11

Calcio

922+/-17

Fierro

17.7+/-1.0

Cinc

3.95+/-0.31

Bromo

376+/-2

Rubidio

4.21+/-0.50

Estroncio

35.07+/-0.42

(B)Elementos presentes*** Cloruro de sodio (halita) NaCl Sulfato de calcio (yeso) CaSO4 Cloruro de magnesio (bischofita) MgCl2 *Estudios realizados en el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (México, D.F.) por la Dra. Dolores Tenorio y el Dr. Rodrigo Esparza. **Todas las concentraciones están en mg/Kg (ppm) ***El NaCl aparece en 95%; el resto corresponde a los otros compuestos mencionados.

Como ya señalamos, dentro de la unidad de producción llamada “plan” (Figura 77) el tapeixtle es el elemento utilizado para filtrar el agua del estero a través del salitre y obtener así una salmuera de alto contenido salino. A la parte superior del tapeixtle le llaman “cajete”, a la inferior “taza”; al conjunto de cajete y taza le llaman “pozo”. El cajete se hace de lodo (o sea tierra que ha quedado del proceso de lixiviación), sobre un anillo hecho de ramas (llamado ñagual). Como material para filtración se usan zacate, piedra “boloncha” y arena. Para levantar un tapeixtle tienen que trabajar unos tres hombres por espacio de tres días; para subir las vigas de palma, que son la parte más pesada, intervienen hasta ocho personas. Para reparar el tapeixtle se necesita una semana con tres peones; hay que conseguir la madera del cerro, pagando por cortarla y acarrearla. Por lo menos cada tercer año hay que cambiar el zacate, las varas y la arena del cajete. Para realizar el proceso de lixiviación se ponen el agua salada (Figura 78) y el salitre del estero en el cajete, donde se deja que estile el agua a través del salitre y que caiga en la taza por espacio de unas cuatro ó cinco horas. La capacidad de la taza es de 6,000-8,000 litros de salmuera.

191 Se desconoce la antigüedad del tapeixtle en Mesoamérica; 6 no tenemos datos arqueológicos que confirmen su uso en la época prehispánica, y en las fuentes del siglo XVI no aparece mencionado. 7 Sin embargo, las Relaciones geográficas del siglo XVI documentan algunas técnicas de elaboración de sal donde se utiliza un tipo de filtración y lixiviación similar al que se realiza hoy día con el tapeixtle (Williams 1998a). En La Placita la tierra (salitre) que se pone en el cajete se transporta con caballo; le ponen 70 chiquihuites de tierra (de 20 kg cada uno) y 40 “paradas” (o sea 80 botes de 18-20 litros cada uno) de agua salada del estero cada día; con esto alcanza para llenar unas 15 eras. Anteriormente acarreaban la tierra a pie, usando canastos sobre la cabeza, y tenían que hacer hasta 70 viajes entre el estero y el tapeixtle. El salitre se extrae de los “comederos”, que es el área adyacente al estero, donde se concentra la salinidad en el suelo. Para hacer esta tierra menos compacta y poder retirar la capa superior y formar pequeños montoncitos se usa la “gata” (artefacto triangular de madera, con picos de hierro que al ser tirado por el caballo, va arañado la tierra –de ahí su nombre—para poder sacarla con la pala y hacer los montoncitos) (Figura 79). La tierra que ya ha sido lixiviada se saca del cajete y se echa en el “terrero”, donde se va acumulando hasta que se retira con la pala y se tiende en el comedero para que vuelva a cargarse de sal, y usarse de nuevo. Las tinas de evaporación o “eras” están hechas de arena de la playa mezclada con cal (Figura 80). Anteriormente, cuando no se conseguía cal producida industrialmente, tenían que quemarla en hornos; la obtenían de un arroyo donde había piedras calizas. Ahí hacían los hornos y llevaban la cal a las salinas para encalar las eras. Había especialistas que trabajaban los hornos de cal, pues no cualquiera podía hacerlo. Algunos hornos grandes duraban varios días prendidos para quemar entre dos y tres toneladas de este mineral (para encalar 20 eras se necesita una tonelada). La cal fue un recurso de gran importancia en la época prehispánica, pues aparte de usarse para recubrir las eras se utilizaba en la preparación del nixtamal. Existen pocos estudios sobre producción de cal en Mesoamérica, y ninguno para el Occidente. Recientemente Barba y Córdova (1999) han presentado datos muy interesantes sobre los

6 Se han utilizado elementos parecidos al tapeixtle en una gran área de Mesoamérica, y aunque en esencia se trata del mismo principio de lixiviación de salmuera por filtrado a través de suelos salinos, el nombre del aparato cambia en cada región, conociéndose como: tapeite, tapestle, tapesco, tapanco, entre otros. 7 En Indonesia se usan elementos y técnicas salineros muy parecidos a los de México (tapeixtles o estiladeras). Esto puede ser parte de una herencia compartida entre México y la cuenca del Pacífico, tal vez relacionada con la expansión de los imperios español o portugués (Anne Tilbaum, comunicación personal 1999). Desgraciadamente, no he encontrado hasta ahora ninguna publicación sobre este tema. Según la opinión de Juan Carlos Reyes (comunicación personal), el tapeixtle pudo haber sido introducido a México de Las Filipinas durante la época colonial.

192 aspectos energéticos de la producción de cal en Teotihuacan. Según estos autores, las etapas de transformación química de la cal se inician con la descomposición de la roca caliza a un óxido (la cal viva) mediante el uso de calor. En esta transformación destaca la gran necesidad de energía requerida y en consecuencia la gran cantidad de combustible que se necesitaba. Hasta el momento no se tiene evidencia del uso de hornos en Teotihuacan, pero éstos no son requisito indispensable para hacer cal, ya que la quema puede hacerse en hogueras abiertas o en emparrillados. La producción requiere un alto nivel de capacitación para la selección de la roca en el lugar de extracción, para el quemado de la piedra, para su apagado con agua y para su aplicación en el lugar de uso (Barba y Córdova 1999: 174, 176). Es bien sabido que en Teotihuacan y en otras ciudades mesoamericanas se usó la cal para elaborar los estucos o aplanados que cubrían la mayor parte de los edificios. Lo que ha sido menos documentado es el uso de cal para otros fines, por ejemplo la construcción de tinas de evaporación solar usadas en la producción de sal. Regresemos al tema de este capítulo, para decir que una vez terminada de construir la era (o de repararla, si ya se usó en la temporada anterior), hay que “redamarla” (o sea llenarla) con unos 20 botes de salmuera, la cual debe tener por lo menos 20º de salinidad, de lo contrario no cristaliza la sal; después hay que echarle dos o tres botes por día. A los cinco días ya se puede “pizcar” la sal cristalizada, y después se saca cada tercer día, obteniendo 25-30 kg por cada era en cada pizca. Durante la temporada de trabajo en las salinas el total de sal producida es de aproximadamente siete toneladas, habiendo buen temporal. Para pizcar la sal se usan vainas de la palmera (llamadas “cayucos”), para no dañar la superficie de las eras (Figura 81). Estas nunca deben quedarse sin agua, porque se deforma la capa de cal y arena, o bien puede resquebrajarse y echarse a perder. Cada año, al inicio de la temporada de producción salinera (en el mes de abril) se reparan las eras que quedaron en desuso desde el año anterior (Figura 82) y también se pone una nueva capa de cal en la “taza” o tanque que está debajo del tapeixtle, para hacerlo impermeable (Figura 83). La reparación de las eras le lleva al salinero unos tres días, con ayuda de un mozo. Hay que ponerle a las eras una nueva capa de cal y arena cada vez que inicia la temporada (Figura 84), lo que hace que tengan varias capas, una por cada año de uso (contamos hasta 20 capas en un caso), las cuales podrían ser buenos indicadores en contextos arqueológicos, permitiendo ver cuántas temporadas se usó determinada era (Figura 85).

193 Las eras miden en promedio 6 por 3 m, y cada plan tiene alrededor de 18 eras (aunque por lo general no todas se utilizan a la vez). Para echar la mezcla de arena y cal en la se era usa la pala (Figuras 86 y 87), posteriormente con una tabla de unos 20 cm de largo llamada “paleta” se distribuye el aplanado de manera uniforme sobre toda la era (Figuras 88 y 89); después se aplana el recubrimiento de arena y cal con una herramienta de madera llamada “menapil” (Figuras 90 y 91) (similar a la que emplean los albañiles para aplicar el enjarre de cemento), y finalmente para alisar la superficie de la era utilizan una piedra de río, que se va desgastando por el uso (Figuras 92 y 93). Dos veces por temporada tienen que limpiar las eras, porque se les forma un “atolillo”, o sea acumulaciones de sedimentos (Figura 94). A continuación se describen brevemente varios artefactos usados por los salineros en La Placita, así como algunas de las actividades más relevantes (ver el Cuadro 7): Cubetas se utilizan para llevar el agua del estero al cajete y llevar la salmuera de la taza a las eras (Figura 95). Antiguamente los salineros usaban “balsas” (bules o guajes) (Figura 96) para acarrear el agua, o bien cántaros. Cuando venía gente de otras partes a trabajar la sal, dejaban los cántaros enterrados para cuando regresaran el año siguiente. Los propios salineros sembraban la “mata de bule” para obtener balsas, mientras que los cántaros y comales los hacía la misma gente de La Placita. Canastos chicos o chiquihuites: utilizados para sacar la sal cristalizada de las eras y ponerla en un montón para que se seque, de donde se pasará a empacarla (Figuras 97 y 98) (el chiquihuite tiene una capacidad aproximada de 20 kg). Sacos grandes o huiriles: sirven para llevar la tierra de los “comederos” al tapeixtle a lomo de caballo (cada huiril tiene una capacidad aproximada de 80 kg) (Figura 99). Guaje o bule: recipiente de origen vegetal (probablemente del género Leucaena o Lagenaria) usado para almacenar y transportar agua potable (Figura 100). Guancipo: anillo hecho de vástago, de unos 10 cm. de circunferencia, usado para colocar el chiquihuite sobre la era sin dañar la delicada superficie de esta. Vaina de palma de coco (cayuco): sirve para recoger la sal cristalizada de las eras. Rodillo de palma: sirve para romper los terrones que se forman en la capa de salitre (es tirado por un caballo, al igual que la gata). En la época prehispánica los antiguos habitantes de la costa utilizaron recipientes de barro para guardar agua, alimentos y otras sustancias indispensables, como muestran las vasijas observadas por el autor en La Placita (Figura 101).

194 Después de esta breve descripción de los procesos de trabajo y la cultura material en los sitios salineros, a continuación pasamos a discutir de qué manera esta información etnográfica puede contribuir a la interpretación arqueológica.

Implicaciones para la arqueología Lo que sigue a continuación es una discusión de las implicaciones arqueológicas que las observaciones etnográficas presentadas arriba tienen para nuestro entendimiento de los procesos relacionados con la producción prehispánica de sal en el área costera de Michoacán. El objetivo de esta sección es subrayar los paralelos entre las actividades salineras contemporáneas y las antiguas, a través de una correlación sistemática de los restos materiales asociados con la producción prehispánica y moderna (ver el Cuadro 7). Desde tiempos prehispánicos hasta hace unos 60 años, la parte de la costa de Michoacán y Colima que va de Cuyutlán en el norte a Maruata en el sur (Figura 67), ha sido un verdadero emporio salinero con un sinnúmero de sitios, grandes y pequeños, donde se elaboraba sal. Fueron tres los tipos de sitios encontrados durante la prospección de la costa: 1) Sitios donde actualmente se está produciendo sal (la presencia de materiales prehispánicos, principalmente cerámica, en la superficie habla de su ocupación en tiempos antiguos); 2) Sitios donde la producción se llevó a cabo hasta hace unos 50 años, pero que ahora están abandonados (en la mayoría de estos sitios también encontramos abundante material prehispánico en superficie); 3) Sitios arqueológicos donde se pudo haber producido sal en tiempos antiguos; algunos de estos parecen ser lugares de habitación permanente al igual que de producción. Cuadro 7. Resumen de las actividades salineras y de sus posibles marcadores arqueológicos en La Placita y en Simirao, Michoacán (ver también Parsons 1996: cuadro 2). Actividad Lixiviación de la

Herramienta o

Herramienta o

Marcadores

elemento moderno

elemento antiguo

arqueológicos

Tapeixtle

Pozos o aparatos de

Pozos, alineamientos

salmuera

filtrado de naturaleza de piedras, Estiladera

indeterminada

concentraciones de tierra lixiviada

195 (montículos o terreros) Circulación del agua

canales

canales

Canales fosilizados

salobre de los

por la acumulación

manantiales

de sedimentos

Transportación y

Cubetas

Vasijas de barro

Tiestos, vasijas

almacenamiento de

completas de tipos

agua y de salmuera

específicos

Evaporación solar de Eras y

Eras, canoas, vasijas

Alineamientos de

la salmuera

grandes

piedra, superficies

“canoas” de madera

planas cubiertas de cal, grandes cantidades de vasijas llanas grandes de barro Manufactura de cal

Hornos

Hornos

(para cubrir las eras)

Hornos, concentraciones de cal, tierra quemada o de ceniza

Mezclar la cal con la

Paleta, menapil

?

?

Canto rodado

Canto rodado

Cantos rodados o

arena, cubrir las eras Pulido de la superficie de las eras

piedras pulidas por el uso, ya sea completas o quebradas

Acarreo de la sal de

Canastas

Canastas

Restos de textiles

la era o canoa

(chiquihuites)

(chiquihuites)

preservados por la sal

Mover el salitre de la Grandes costales

Bolsas o costales de

Restos de textiles

playa al tapeixtle/

(huiriles)

textil

preservados por la sal

Gata, palas

Artefactos de piedra

Artefactos de piedra

de la tierra, escarbar

como cuchillos o

con huellas de uso

y cortar la costra de

raspadores de

(superficies

estiladera Raspar la superficie

196 salitre

obsidiana o de otro

desgastadas) e

material

incrustaciones de carbonatos

Transportación y

Recipientes de textil

Vasijas de barro

Fragmentos o vasijas

almacenamiento de

o de cestería (sacos,

(producidas en masa, completas de tipo

sal cristalizada

canastas)

por lo tanto de baja

“desechable”

calidad) Residencia temporal

“Parajes” o chozas

Casas, talleres,

Alineamientos y

junto a los sitios

hechas de ramas,

construcciones para

cimientos de piedra,

salineros

paja, etc.

el almacenamiento

concentraciones de desechos domésticos (lítica, cerámica, etc.)

A principios del siglo XIX la población permanente del área salinera de la costa de Colima no llegaba ni siquiera a 50 personas, pero durante la época salinera se concentraban en estos sitios hasta 5,000 personas (esto se observó desde el siglo XVI). A los salineros que llegaban de toda la provincia se sumaban los arrieros y comerciantes que venían principalmente de Nueva Galicia y de regiones más distantes, como la ciudad de México, Querétaro, Guanajuato y Taxco, Guerrero (Reyes 1995: 149). En El Ciruelo, cerca de Cuyutlán, Colima, el autor visitó uno de estos asentamientos estacionales. Los salineros vienen cada año a vivir en sus chozas, pero sólo se quedan durante la época de hacer sal (de febrero a mediados de junio); el resto del año este sitio está desocupado. Este asentamiento temporal no tiene electricidad, agua potable ni otros servicios, pero sí tiene una capilla donde se celebra la misa el día de la Santa Cruz (3 de mayo), que es el día de los salineros. El resto del año se regresan a sus hogares permanentes, donde practican la agricultura sembrando maíz, caña de azúcar u otros productos, o bien trabajan en los pueblos de la región. Esta misma situación fue común en Salinas del Padre, de acuerdo con los informantes. Durante la época de hacer sal se establecía un asentamiento temporal consistiendo de 40 ó 50 chozas pequeñas hechas de pasto o paja, que se conocían como “parajes” (Figuras 102 y 103). Después de conversar con los informantes y de examinar las evidencias materiales en la superficie, se identificaron 16 sitios salineros abandonados, pertenecientes al tipo 2 de los discutidos anteriormente, pero el total fue probablemente mucho mayor en tiempos prehispánicos. Alrededor de todos los esteros en esta parte de

197 la costa hay muchos sitios salineros con restos de eras y de tapeixtles, los cuales tienen por lo menos 60 años de haber sido abandonados. Varios sitios antiguos se encontraron asociados a salinas en el área entre Salinas del Padre y Maruata. En el lado noroeste del estero en Salinas del Padre, por ejemplo, encontramos un sitio arqueológico de gran tamaño, con varios montículos y abundante material en la superficie. Al caminar por las calles de La Placita encontramos bastante material prehispánico, lo que sugiere que ambas salinas –La Placita y Salinas del Padre—contaban con asentamientos grandes y contiguos en tiempos antiguos (Figura 68). De todos los sitios arqueológicos que encontramos en el área de estudio el más grande es Pueblo Nuevo, el cual tiene por lo menos 40 montículos y muchos cimientos de casas hechos de piedra, así como bastante material arqueológico en la superficie: cerámica, concha, obsidiana, hueso, etcétera. Uno de los habitantes locales mostró al autor varios tepalcates, un hacha de piedra y dos cinceles de cobre, todos pertenecientes al periodo Postclásico. Pueblo Nuevo está ubicado en el viejo camino que va a Coalcomán, en una ubicación estratégica con respecto al área de las salinas, ideal para controlar las rutas de comercio por las que se exportaba la sal a la Sierra de Coalcomán y más allá. Como hemos señalado reiteradamente, el cloruro de sodio es un bien invisible para nosotros pues no se preserva en el registro arqueológico, a diferencia de otros bienes estratégicos que fueron producidos e intercambiados entre los grupos indígenas de la costa –por ejemplo conchas marinas, obsidiana, metales, piedras semipreciosas, entre muchos otros— por eso la identificación de los sitios antiguos donde se producía, se almacenaba o se comerciaba la sal es algo difícil. Sin embargo, a la luz de la información etnográfica discutida anteriormente, podemos postular la existencia de varios tipos de marcadores arqueológicos, o sea evidencia material que indica la realización de actividades salineras en un sitio específico (ver el Cuadro 7). Los principales indicadores de producción salinera usando técnicas prehispánicas en el área de estudio son los siguientes: los montículos de tierra lixiviada llamados “terreros”; las “eras” de evaporación y los tipos cerámicos especializados asociados con los sitios de producción. A continuación se discute brevemente cada uno de ellos. Terreros. Como ya quedó mencionado para la cuenca de Cuitzeo, este término se aplica a los montículos (Figuras 104-106) que se encuentran en muchos sitios salineros por

198 todo Mesoamérica, que consisten en tierra lixiviada que ha sido desechada. Al igual que muchos otros elementos arqueológicos, los terreros están sujetos a la destrucción. Durante la prospección de la zona salinera en la costa de Colima y Michoacán, el presente autor encontró que los terreros de Boca de Pascuales han sido destruidos para plantar palmeras en los terrenos donde se encontraban. En El Real, sin embargo, encontramos un área con muchos terreros junto a la carretera. Hasta hace unos 45-60 años se producía sal en este lugar; los salineros hacían campamentos temporales junto a los “pozos”. También observamos abundantes restos materiales prehispánicos en la superficie. En Colola varios terreros y parte de un tapeixtle abandonado atestiguan las actividades salineras que se llevaron a cabo aquí hasta hace unos 60 años, aunque su antigüedad es desconocida. También encontramos eras abandonadas, parcialmente cubiertas de tierra, al igual que en Ixtapilla y en otros sitios cercanos, discutidos a continuación. Eras. Aunque no tenemos pruebas de que se hayan utilizado “eras” para la evaporación de la salmuera en la costa de Michoacán en tiempos prehispánicos, sabemos que estos elementos se usaron en Mesoamérica antes de la llegada de los españoles. Por ejemplo, la Relación geográfica de Coxcatlán (Puebla, siglo XVI) muestra elementos rectangulares llamados “pilas de sal” (Sisson 1973). De acuerdo con Sisson (1973: 83), la evidencia arqueológica ha demostrado que estas “pilas” eran de hecho estanques poco profundos utilizados para la evaporación solar de salmuera, idénticas a las eras discutidas previamente. Sisson indica que estas eras probablemente se cubrían de cal, por lo que otros elementos arqueológicos que habría que buscar serían los hornos utilizados en la preparación de la cal (Sisson 1973: 91). En el área maya también se ha documentado la evaporación solar de salmuera en la época prehispánica, usando elementos parecidos a las “eras” discutidas aquí, desde por lo menos el periodo Formativo tardío (Andrews 1983: 31, 109); Kepecs (2000) muestra abundantes tinas de evaporación en el sitio de Emal, en el norte de la península de Yucatán durante el Epiclásico-Postclásico tardío, donde según la autora existió una producción de sal a gran escala, con infraestructura de tipo “industrial”. También se tienen evidencias de evaporación solar de salmuera en San Miguel Ixtapan, estado de México; esta evidencia arqueológica data por lo menos desde el periodo Epiclásico. El procedimiento es muy semejante al descrito por Besso Oberto (1980) para Alahuiztlan, Guerrero. En San Miguel Ixtapan se siguen usando las mismas

199 técnicas prehispánicas todavía hasta la actualidad sin grandes modificaciones (Morrison Limón, comunicación personal, 20 de julio del 2001; ver Mata Alpuche 1999). Finalmente, en la cuenca de Sayula también se utilizaron tinas de evaporación en la época prehispánica, las cuales han sobrevivido hasta nuestros días, aunque ya no se siguen usando (Phil Weigand, comunicación personal, 7 de septiembre del 2001). En muchos sitios dentro de la costa michoacana estudiados por el autor encontramos eras abandonadas; usualmente aparecen como depresiones poco profundas esbozadas por sus bordes (Figuras 107 y 108), aunque en muchos casos han sido destruidas, y no queda nada sino pequeños pedazos de tierra endurecida cubierta de cal. Sin embargo, debe mencionarse que hasta ahora no se han encontrado eras de indiscutible origen prehispánico en la costa de Michoacán. Según ha demostrado el estudio de Salazar Cárdenas (1999), la desaparición de las salinas en esta área de la costa tuvo lugar debido a que al iniciar los trabajos agrícolas en los terrenos situados junto a las salitreras, parte de la producción agrícola iba a descargar a los esteros, imposibilitando el proceso de producción de sal. Todavía en 1945 se trabajaron las salinas con buen rendimiento, pero en 1946 ya eran incosteables y en 1947 se dejaron de trabajar definitivamente. Las salinas existentes en la antigüedad en el municipio de Tecomán eran las siguientes (de norte a sur): Pascuales, San Juan de Dios, El Real de San Pantaleón, Guazango, Tecuanillo, El Tecuán, El Guayabal, Lo de Vega, La Manzanilla, El Chococo y El Caimán. Las primeras salinas en desaparecer fueron las de El Chococo y El Caimán, cercanas a Boca de Apiza, que ya para 1930 habían dejado de trabajarse (Salazar Cárdenas 1999: 199). Cerámica. Las técnicas salineras prehispánicas, particularmente la de tipo “sal cocida” (que consiste en cocer la salmuera a fuego para evaporarla) requerían de enormes cantidades de vasijas de barro (Figura 109). La cerámica salinera mejor conocida en Mesoamérica tal vez sea la ya mencionada Texcoco Fiber Marked (Texcoco con impresión textil), utilizada en la cuenca de México durante el periodo Postclásico (Charlton 1969, 1971; Sanders et al. 1979; Parsons 1994), aunque ahora se piensa que estas vasijas de barro no se usaron realmente para cocer la salmuera, sino más bien para preparar y transportar los “panes de sal” que eran tan comunes en los mercados aztecas (Parsons 1996: 446; Smith 1998: 131). Hasta el momento no hemos podido identificar la cerámica utilizada para hacer sal en la costa michoacana durante la época prehispánica; esta tarea sigue pendiente

200 para investigaciones futuras. 8 De todos los salineros activos entrevistados en el área de estudio, ninguno recordaba haber utilizado o siquiera visto recipientes de barro en las salinas; la mayoría reportó que ni sus padres ni sus abuelos utilizaron ese tipo de objetos para hacer sal. Sin embargo, al entrevistar a los salineros de mayor edad (80-90 años) que se retiraron hace mucho tiempo, al igual que analizando los tiestos encontrados en la superficie de la mayoría de los sitios salineros, así como por comparación con algunos especímenes en el Museo de la Sal de Cuyutlán (Figura 110), fue posible establecer que un tipo de olla de barro que todavía se elabora en varias comunidades de la costa (Ostula, La Ticla, Huizontla, Coire, Pómaro y Maruata) se asemeja a las vasijas salineras antiguas (Hernández Valencia 1997; ver también Williams 2001). El autor observó la elaboración de este tipo de enseres en una casa de Maruata; a continuación se presenta una breve descripción del proceso, el cual siempre es llevado a cabo por mujeres. Primeramente se amasa el barro, y se le añade tierra más burda como desgrasante. (Anteriormente, dado que no había molino, había que preparar la tierra a mano y quitarle las piedras y otras impurezas.) Para dar forma a la vasija se utiliza un molde convexo en forma de olla, al que llaman “moldero”. Primero se cubre este molde con un trapo, para luego colocar encima la “tortilla” de barro fresco (Figura 111 a). Acto seguido se pone bajo el sol por espacio de una hora para que seque, y luego se forma la parte superior de la vasija con el método de “enrollado”. Posteriormente se alisa con una piedra (llamada larusha), o con una semilla de “palma de cayaco” (Orbygnia guacoyule) (Figura 111 b). Después de secar la pieza al sol, se pone boca arriba en una tabla, se le pellizca el borde y se empieza a alisar con un olote. Luego se le añaden dos “tortillas” de barro (Figura 111 c) y se alisan las junturas con el olote. Con la mano y el olote se va dando forma a la parte superior de la olla, subiendo las paredes y el borde (Figura 111 d). Una vez que se tiene la forma del cuerpo de la olla, se hace un “rollo” de barro, aplanándolo y alisándolo para que quede en forma de listón: luego se coloca sobre la boca de la pieza y se le va dando forma con el olote y la mano, para que quede listo el cuello de la vasija (Figura 111 e); aparte del olote se usa una hoja de guayabo para alisar el borde de la pieza. Anteriormente se quemaban las ollas en un pozo, actualmente se usa el horno de alfarero. En Ostula se observó un horno de alfarero excavado en una pared natural de tepetate (Figura 112).

8

El método de tapeixtle no requiere de recipientes para cocción; sólo se necesitan vasijas para acarrear la salmuera, y esto podría explicar la ausencia de este tipo de cerámica en el área de estudio, aunque las futuras investigaciones podrían cambiar este punto de vista.

201

Intercambio de sal y rutas de comercio Desde hace unos cincuenta años, la sal ha perdido casi todo su valor monetario en México, ya que se produce a nivel industrial y su precio está regulado por el gobierno (Ewald 1997: 261). Esto ha hecho que actualmente hayan desaparecido las salinas de La Placita, como ya señalamos, y queden muy pocos de los salineros (Figura 113). Sin embargo, este no ha sido siempre el caso; de acuerdo con un informante, alrededor del año 1925 la sal era el “oro blanco” de la costa. Durante la época de trabajo en las salinas La Placita tenía un mercado estacional, al cual acudían comerciantes de muchos lugares distantes. En este mercado era posible encontrar los siguientes productos, entre muchos otros: loza de Patamban, cuchillos de Sayula, machetes de Coalcomán, dulces de Colima, sombreros de Sahuayo, huaraches de Pihuamo, cobijas y jorongos de Tapalpa, colchas de San Juan Parangaricutirimícuaro (Paricutín, o San Juan de las Colchas), y muchos puestos de otros artículos de consumo. Entre todo este comercio no podían faltar las famosas “caneleras” (mujeres que se dedicaban a vender tazas de canela con alcohol), ni la modesta cantina donde se ejercía la prostitución (Méndez Acevedo 1999). Según un informante de Maquilí, la sal que se producía en Coalcomán se cambiaba por maíz, frijol, jitomate, y otros productos agrícolas. A los salineros no les hacía falta el dinero, pues todo podían pagarlo con sal, hasta pistolas. Los arrieros venían de Tepalcatepec, de Apatzingán y de Uruapan; traían hasta 60 mulas. Había un camino real que iba de Los Reyes a Peribán y de ahí a Pueblo Nuevo. Los arrieros traían su propia comida para el viaje hasta Coalcomán, que duraba tres días. A este pueblo llevaban sal, plátanos y cocos. Algunos arrieros compraban y vendían sal, la cual almacenaban en algún pueblo cercano. Todavía viene gente a comprar esta mercancía a La Placita de la zona ganadera en las montañas entre Jalisco y Michoacán; antes llegaban a este centro salinero compradores de Aguililla, Huizontla, El Otate, El Rincón, San José de la Montaña, Coalcomán, Pómaro, Coire y Ostula. Intercambiaban sal por varios productos: maíz, frijol, piloncillo, jabón, queso, garbanzo, papa, mango, plátano, mamey, ciruela, cebolla, azúcar, leña, etcétera. Una medida de frijol o de ciruela, por ejemplo, valía lo mismo que una de sal. Al pueblo de Ixtapilla venía gente desde Chacala (a tres horas de camino, en la sierra) en busca de sal, la cual intercambiaban por gallinas, mango y carne de venado; por esta última obtenían bastante sal. En abril venía gente de Cofradía a Ixtapilla, y se

202 regresaban a su casa cuando la temporada de producción terminaba. Existía una buena red de comunicación, gracias a lo cual los arrieros sabían si había sal por ejemplo en Ixtapilla, y venían a recogerla si en La Placita no habían producido lo suficiente. La información que tenemos para otras áreas costeras del Occidente es útil para arrojar luz sobre el comercio salinero en la costa de Michoacán. En la Costa Chica de Guerrero, por ejemplo, este producto sigue siendo utilizado como unidad de intercambio, según lo demuestra el trabajo de Haydée Quiroz Malca: “la expresión ‘con nuestras salinas no nos falta que comer’ es una manifestación de que la producción de sal responde a una forma de vida, y que este artículo se convierte en valor de cambio, por medio del cual es posible acceder a una considerable variedad de bienes de consumo (regionales e importados) que van desde agua fresca, chilate, comidas preparadas[...]” También se consiguen a cambio de cloruro de sodio “productos alimenticios semipreparados de origen industrial, maíz, frutas, ropa, cosméticos, joyas de oro, bicicletas, grabadoras, ventiladores y otros” (Quiroz Malca 1998: 347). En las regiones vecinas al área de estudio (Colima en el norte y Guerrero en el sur) los arrieros transportaron sal a grandes distancias, hasta que fueron reemplazados por el ferrocarril hace algunos 60 años. En Guerrero, por ejemplo, hasta 1939 los nahuas del valle del río Balsas comerciaban este producto de la Costa Chica como vendedores itinerantes. Durante varias generaciones habían combinado el comercio en las secas con la agricultura durante la época de lluvias (entre junio y octubre). Para obtener la sal estos comerciantes nahuas formaban caravanas de hasta 20-25 burros o mulas conducidos por 10-12 hombres. El viaje desde el Balsas hasta la costa duraba varios días, ya que la ruta es de unos 150 km atravesando por terreno montañoso. Los informantes de la costa recordaban las constantes llegadas y salidas de trenes de mulas con cientos de bestias de carga de varios pueblos de las tierras altas (Good 1995: 8-10). Los medios de transporte disponibles en la época colonial (trenes de mulas, carretas y barcos) necesitaron de muchas actividades o industrias paralelas para proporcionar los bienes y servicios necesarios en cada caso, como mantenimiento de caminos, construcción y mantenimiento de posadas, abasto de pastura, fabricación de arneses y de cuerdas, construcción y reparación de carretas, botes, etcétera (Reyes 1998: 150). Los arrieros tuvieron un excepcional impacto económico y social en Colima. El comercio y transportación de sal por medio de trenes de mulas se convirtió en una de las actividades de mayor importancia dentro de la economía de la región. El abasto de

203 muchos productos indispensables dependía de los arrieros que llegaban o salían de Colima, llevando sal a los centros de distribución o de consumo. Debido a su considerable cantidad, tanto los arrieros como sus animales se convirtieron en los principales consumidores de bienes y servicios, así como los principales contribuyentes de alcabalas (Reyes 1998: 151). En la costa de Michoacán se observó una situación similar a la descrita para Guerrero y Colima. En la época colonial y hasta bien entrado el siglo XIX, fue el oficio de la arriería uno de los pilares más importantes de la economía michoacana, al igual que del resto del país. En Michoacán fueron los arrieros de Zamora, Purépero y Cotija, entre otros, quienes hacían incursiones hacia el centro y norte de México, así como a Jalisco, Guanajuato, Veracruz y Tabasco (Sánchez 1984: 41, 47). Durante el siglo XVI en Colima los encomenderos y corregidores se valieron casi exclusivamente de tamemes para el transporte de la sal; esta práctica persistió hasta bien entrado el siglo XVII. Esta mercancía se transportaba a varios lugares, algunos bastante distantes de la costa de Colima, como la ciudad de México. Eventualmente el virrey de la Nueva España intentó prohibir el uso de tamemes, pero lo que realmente terminó con esta inhumana costumbre fue la escasez de mano de obra indígena debida a las epidemias y al hambre, así como la creciente necesidad de mover mayores volúmenes de sal de manera más rápida (Reyes 1998: 152). Aunque la costa norte de Michoacán nunca estuvo completamente incorporada al imperio tarasco (Pollard 1993: mapa 8:1; Beltrán 1994), la sal producida en esta región seguramente llegó a la zona nuclear tarasca en la cuenca de Pátzcuaro, junto con otros muchos productos de la costa, como conchas marinas que eran consideradas preciosas. Estos contactos entre la costa y las tierras altas de Michoacán en tiempos prehispánicos se atestiguan por artefactos hechos de conchas marinas que se han encontrado tierra adentro, por ejemplo en Tingambato (Piña Chan y Oi 1982: Figura 26); Huandacareo (Macías Goytia 1989: 182-184), y en la cuenca de Zacapu (Arnauld et al. 1993: 163-167), entre otros. En Uricho, un importante sitio excavado por Helen Pollard en la cuenca de Pátzcuaro, se han reportado artefactos hechos de concha marina (placas, cuentas, brazaletes y aretes). Estos objetos se depositaron como ofrenda en entierros de la elite pertenecientes a los periodos Epiclásico y Postclásico tardío (Pollard 1996: cuadros 3 y 4). El Occidente de México fue similar al resto de Mesoamérica en el uso de conchas marinas como una mercancía de acceso restringido, que sólo unos pocos

204 miembros de la sociedad podían adquirir. Las conchas eran altamente valoradas por su significado simbólico, y se comerciaban en redes tanto regionales como de larga distancia. Este intercambio era principalmente de objetos terminados, pero la materia prima a veces también se llegó a comerciar (López Mestas 2004: 207-208). De acuerdo con Pollard, “la cuenca del lago de Pátzcuaro carece de fuentes naturales de sal, obsidiana, pedernal y cal, todos ellos productos que se usaban por la mayoría de los hogares en el periodo Protohistórico” (Pollard 1993: 113). Así pues, el área nuclear del Estado tarasco en el siglo XVI no fue una entidad viable económicamente, sino que dependía para la subsistencia del intercambio de bienes y servicios dentro de patrones regionales y suprarregionales (Pollard 1993: 113). La sal debió haber sido uno de los más importantes bienes de intercambio entre la costa y las tierras altas de Michoacán durante el periodo Protohistórico. No hay mucha información acerca de estos patrones de intercambio, pero las tradiciones orales en algunas de las aldeas indígenas de la costa mencionan varios aspectos de este comercio. Por ejemplo, en la comunidad nahua de Pómaro un hablante de tarasco de edad avanzada que era miembro importante de la comunidad describió (en mayo de 1990) una ruta de comercio por la que viajó en su juventud, transportando sal desde la costa hasta el lago de Pátzcuaro. Pómaro era el último pueblo costero atravesado por los arrieros antes de internarse en la Sierra Madre del Sur en su ruta hacia el área lacustre de las tierras altas de Michoacán (Efraín Cárdenas, comunicación personal, noviembre 22 del 2000). Por otra parte, de acuerdo con la Relación de la provincia de Motines [1580], en el siglo XVI existía una bien establecida ruta de comercio que iba desde la provincia de Motines hasta Pátzcuaro. Este camino pasaba por Uruapan, cubriendo una distancia de 37 ó 38 leguas. Era relativamente recto, pero iba por terreno accidentado y había que cruzar muchas barrancas. Había otra ruta que pasaba por Peribán, Santa Ana y San Pedro (ver mapa, Figura 67), que iba por terreno más fácil, con longitud de 40 leguas (Acuña 1987: 179). En tiempos coloniales había una red de caminos que iba de Coahuayana a Zacatula a lo largo de la zona costera, así como de Zacatula a Uruapan y Pátzcuaro. Muchos de estos caminos existieron desde tiempos prehispánicos (Espejel 1992: mapas 3 y 4). La costa norte de Michoacán y áreas adyacentes de Colima deben mencionarse como un área que produjo grandes cantidades de sal. Con base en las cifras de

205 producción reportadas por los informantes para el periodo anterior a 1950, 9 podemos pensar en cientos de toneladas de sal extraída de los esteros antes de la llegada de los españoles. Aunque no contamos todavía con información arqueológica, podemos sugerir como hipótesis sujeta a comprobación que parte de esta sal se intercambiaba o se pagaba como tributo al Estado tarasco. El autor ha señalado en otra parte que “en años recientes la producción salinera como actividad económica ha disminuido de manera considerable en el área de estudio, tanto así que es posible pensar que se extinga en el futuro no muy lejano” (Williams 2015: 95). Durante nuestro trabajo de campo de 2000, por ejemplo, solamente cuatro salineros estaban trabajando en La Placita, mientras que los productores en Salinas del Padre ya han incorporado las técnicas modernas de Cuyutlán, Colima, que usan grandes lienzos de plástico en lugar de la cubierta de arena con cal para cubrir las eras, así como motores o bombas de gasolina y mangueras de hule y cubetas para mover el agua y la salmuera. Las técnicas, herramientas y elementos que se han descrito en estas páginas probablemente van a abandonarse por completo en La Placita cuando los últimos salineros desaparezcan y todos sus conocimientos y tradiciones sean olvidados. Si bien existió la producción a pequeña escala en Michoacán para el abasto local de las necesidades de cloruro de sodio, esto no contradice la coexistencia del comercio a larga distancia. Como se ha postulado para la península de Yucatán en tiempos prehispánicos, se trataba realmente de una cuestión de calidad de sal y de estructura de clases sociales. La sal blanca de la costa pudo haber sido una mercancía reservada a las elites, mientras que las sales de menor calidad y de producción a nivel local servían para saciar las necesidades de los plebeyos (MacKinnon y Kepecs 1989: 523). Esta idea se ve apoyada por el hecho de que no en todos los lugares se producía esta mercancía con las mismas características; compárense, por ejemplo, los Cuadros 4 y 6. A lo largo de este libro nos hemos referido en varias ocasiones al “paisaje salinero”, concepto que corresponde a uno de los temas subyacentes a esta investigación: el paisaje cultural. Phil Weigand (2011) opina que el paisaje cultural es el más grande artefacto que los seres humanos son capaces de construir dentro de cualquier región. Estas construcciones están en constante evolución, y nunca se quedan estáticas durante mucho tiempo. Los estudios culturales de arquitectura, de cerámica y de lítica sin esta contextualización mayor --aunque por supuesto son básicos en la 9

Hace unos 45 años los automóviles empezaron a llegar a las Salinas del Padre por un camino de terracería. Esto ayudó a incrementar la producción, ya que la transportación a los consumidores se hizo más fácil. En uno de los mejores años se produjeron 20,000 toneladas por todos los salineros.

206 arqueología-- carecen del entorno total en el que los seres humanos han creado y plasmado sus vidas sociales. Sin lugar a duda, entender los paisajes culturales es la clave para entender las estructuras sociopolíticas del pasado; sin embargo en México los estudios del paisaje no recibieron una cálida bienvenida cuando fueron propuestos inicialmente por Pedro Armillas en los años cuarenta (cfr. Armillas, 1981). La tradición arqueológica vigente en esa época estaba muy orientada hacia la historia del arte, la “civilización elitista” y la arquitectura monumental (Weigand, 2011). Con las palabras “patrimonio olvidado” nos referimos en otro lugar (Williams 2013) a elementos de cultura material que usualmente no tomamos en cuenta o que no son indispensables para desarrollar nuestras actividades cotidianas, en el contexto de la cultura urbana “moderna”. Las palabras de Iain Davidson sirven muy bien para entender este concepto: “el manejo de la herencia cultural se enfoca mayormente a la preservación y la conservación de[…] edificaciones y de paisajes elaborados. En contraste, los arqueólogos a menudo trabajan con materiales adicionales que no fueron hechos con intención sino que son más bien productos incidentales del comportamiento humano” incluyendo objetos que simplemente fueron abandonados por sus creadores, y que representan “la evidencia arqueológica hallada en la superficie del suelo, o en las casas de la gente común y corriente en cualquier localidad que nos venga a la mente” (Davidson, 2008: 317). Esto que hemos llamado “patrimonio olvidado” (Williams 2013) es muy importante para la etnoarqueología. Como ya señalamos, esta disciplina consiste en el estudio de patrones culturales modernos para interpretar el registro arqueológico a través de la analogía etnográfica, por lo tanto establece un vínculo entre la sociedad contemporánea y las sociedades antiguas. Ambos conceptos, patrimonio olvidado y etnoarqueología, se pueden entender mejor si consideramos los ejemplos discutidos a lo largo de este texto. La perspectiva etnoarqueológica seguida en esta investigación se centra en la creación, uso y descarte de los distintos elementos de cultura material relacionados con las actividades de subsistencia. Se trata del estudio de las transformaciones que van del contexto sistémico al contexto arqueológico, y que tienen como resultado la formación de un paisaje cultural relacionado con las actividades productivas. Ejemplo de esto último es el “paisaje salinero”, que consiste en los montículos de tierra lixiviada llamados “terreros”, las canoas, eras o tinas de evaporación, los canales, los fragmentos de cerámica salinera encontrados sobre la superficie de las

207 fincas, los canastos, las palas, etcétera. Ewald describe este paisaje de la siguiente manera: “las salinas en donde se obtiene la sal solar constituyen uno de los rasgos más distintivos del paisaje cultural. Con su gran variedad de métodos para la recuperación del cloruro de sodio, lo más probable es que México ofrezca hoy los mayores contrastes de paisajes salineros del mundo” (p. 259). Esta autora piensa que el “paisaje salinero” tal vez sea el ejemplo más extraordinario, pero también el más desconocido, de un paisaje cultural que pueda encontrarse en México. Ewald sugiere que “tal vez algunas de las antiguas salinas podrían conservarse y operarse en forma de museos al aire libre, como extraordinarias reliquias de la pasada historia económica de México[…]” Esto sería algo muy benéfico para la conservación y difusión de un singular componente de nuestro patrimonio cultural, ya que en nuestro país “los distintos tipos de salinas rinden homenaje al ingenio y a la inventiva de sus habitantes, así como a la dura labor que, a lo largo de los siglos, ha sido indispensable para satisfacer una necesidad de la vida[…]” (Ewald 1997: -260). Por otra parte, según Parsons (2006, 2011), los extensos charcos y pantanos salinos de la cuenca de México deberían tomarse en cuenta de la misma manera que las tierras agrícolas en términos de su contribución a la subsistencia prehispánica. No solamente por la obtención de sal sino también por los recursos acuáticos que se conseguían por medio de la pesca, la caza y la recolección. Con base en datos arqueológicos, etnográficos y etnohistóricos, Parsons también sugiere que el papel de los pantanos salinos dentro de la economía cambió de manera importante después del periodo Postclásico temprano (ca. 950-1150 d.C.). Todavía es difícil precisar con exactitud la naturaleza de estos cambios mayores, o explicarlos, pero sin duda tuvieron que ver con la creciente especialización productiva y las nuevas formas de distribución a nivel regional. Muchos de los paisajes antiguos documentados por Parsons y otros autores (cfr. Sanders et al., 1979) en la cuenca de México han sido modificados o destruidos por los procesos de urbanización, desecación y contaminación, provocados por el incremento demográfico en esta región desde inicios del siglo XX. Este paisaje se ha convertido en un patrimonio cultural que en su mayor parte queda tan sólo como recuerdo. Un proceso similar de deterioro ecológico y de cambio social puede observarse en el Lago de Cuitzeo y en la costa michoacana, con la consecuente pérdida de un paisaje cultural de singular relevancia.

208 Las actividades tradicionales discutidas en este trabajo, que son herencia o pervivencia del pasado prehispánico, han sido realizadas en un entorno físico y en un paisaje cultural concreto, y ofrecen la posibilidad de reconstruir la vida precolombina por medio de la analogía etnográfica. De esta manera tanto la etnoarqueología como la etnohistoria son fundamentales para la interpretación del registro arqueológico, como se discute en otro lugar (Williams, 2005a). Ciertamente el trabajo del arqueólogo resulta indispensable para la divulgación de conocimientos sobre actividades en contexto sistémico, que contribuyen a una puesta en valor de los vestigios de cultura material que representan elementos de la vida cotidiana. Estos vestigios usualmente son ignorados por la mayor parte de los investigadores y el público en general, por lo que forman parte de lo que hemos llamado el “patrimonio olvidado” (Williams 2013). Para ejemplos del paisaje salinero en la cuenca de Cuitzeo, ver las figuras 34-42, para la costa de Michoacán ver las Figuras 104-107 y 114-119a.

209

Figura 67. Mapa de la costa de Michoacán mostrando los sitios salineros (triángulos), los sitios arqueológicos (cuadrados) y los pueblos modernos (círculos).

Figura 68. Mapa del área alrededor de La Placita, en la costa de Michoacán, mostrando el pueblo moderno, los esteros, los sitios salineros (círculos) y los sitios arqueológicos (triángulos).

210

Figura 69. Vista de la costa cerca de La Placita, a lo lejos puede verse uno de los esteros en donde se producía sal.

(a)

211

(b) Figura 70 a-b. El entorno natural alrededor de los esteros en la costa michoacana ofrecía todo tipo de recursos para la pesca, la caza y la recolección, además de favorecer la elaboración de cloruro de sodio.

Figura 71. El estero de La Placita, escenario de una de las actividades económicas más importantes a lo largo de la historia, la elaboración de sal.

212

Figura 72. Elemento de filtración llamado “tapeixtle”, hecho de troncos, madera y ramas, usado para el lixiviado de la tierra y el agua en el estero de La Placita y en otros sitios de la costa de Michoacán y Colima.

Figura 73. Dibujo de un tapeixtle mostrando las partes que lo componen. Esta estructura, cuyo nombre quiere decir “cama” en náhuatl, consiste en una plataforma plana hecha de ramas y de carrizos que descansan sobre troncos de árbol.

213

Figura 74. Tapeixtle en construcción en La Placita. Aunque esta actividad usualmente es realizada por hombres solamente, en este caso la esposa y el hijo del salinero están ayudando a darle forma al “cajete” hecho de barro.

Figura 75. El trabajo más difícil o pesado en la construcción del tapeixtle es responsabilidad de los salineros más experimentados, en este caso están colocando la “varazón”, nombre dado a las ramas y troncos de arbustos que forman el elemento filtrador para la lixiviación.

214

Figura 76. En ocasiones los familiares de los salineros, en este caso esposas e hijos, ayudan en la “pizca” o recolección del producto de las eras.

Figura 77. Plano de una unidad productora de La Placita, conocida como “plan”, indicando los principales elementos y áreas de trabajo.

215

Figura 78. El agua salada del estero se lleva al tapeixtle en botes de plástico, anteriormente se utilizaban vasijas de barro o “guajes” de origen vegetal, conocidos en la región como “balsas”. El palo con cuerdas que usan para sostener las cubetas se llama “burra”.

Figura 79. Una actividad salinera en la que interviene el caballo consiste en arrastrar la “gata” (objeto de madera de forma triangular con clavos de hierro de gran tamaño en la parte inferior) sobre la playa, para “aflojar” la tierra de la superficie y facilitar su recolección para llevarla al tapeixtle.

216

Figura 80. Las tinas de evaporación se conocen como “eras” en La Placita. En esta imagen puede observarse la salmuera en las eras, el salinero trabajando al fondo y a la izquierda el montón de sal cristalizada.

Figura 81. Salinero recolectando la sal cristalizada de la era, utilizando el “cayuco” (parte de la vaina de la palmera). El color de este mineral contribuyó a que fuera considerado el “oro blanco” dentro de la economía regional. Compárese con el amarillo de la sal de Simirao (Figura 60).

217

Figura 82. Las eras de La Placita reciben una nueva capa de aplanado de arena con cal cada año, al inicio de la temporada de trabajo.

Figura 83. El salinero aplica regularmente una nueva capa de cal a la taza (el tanque debajo del tapeixtle donde cae la salmuera), para hacerla impermeable.

218

Figura 84. El salinero está preparando la cal para hacer el aplanado que cubre las eras. Anteriormente esta labor estaba a cargo de especialistas que obtenían las rocas calizas, las quemaban en hornos especiales y “encalaban” las eras.

Figura 85. La aplicación de una nueva capa de aplanado cada año sobre las eras tiene como resultado una “estratigrafía” que puede observarse en algunos casos, lo que podría usarse para determinar cuántos años de vida productiva tuvo cada elemento.

219

Figura 86. La pala se utiliza para cubrir la era con la mezcla de arena y cal. Este es un trabajo muy pesado y a la vez delicado pues la cubierta tiene que ser firme y uniforme.

87. Pala de madera encontrada recientemente en La Placita (foto de Teddy Williams, marzo 2016).

Figura 88. La “paleta” se emplea para distribuir el encalado de manera uniforme sobre la era.

220

Figura 89. Paleta encontrada en La Placita en marzo de 2016 (fotografía de Teddy Williams).

Figura 90. Una vez cubierta la era del aplanado hecho de arena con cal, el salinero usa el “menapil” para alisar la superficie con mucho cuidado, ya que debe quedar libre de ondulaciones y grietas.

221

Figura 91. Menapil econtrado en La Placita en marzo de 2016 (fotografía de Teddy Williams).

Figura 92. El siguiente paso en el proceso de acondicionamiento de la era consiste en pulir la superficie con una piedra especial, para que adquiera mayor consistencia y se vuelva impermeable. El salinero apoya los pies sobre unas tablas pequeñas para no dañar la delicada superficie donde está trabajando.

222

Figura 93. Piedras utilizadas para pulir la superficie de la era, encontradas en La Placita en marzo de 2016 (fotografía de Teddy Williams).

Figura 94. Antes de poner la salmuera en la era hay que barrerla con cuidado, para evitar el polvo y otras impurezas que pueden afectar la calidad del producto final.

223

Figura 95. Salinero vaciando un bote de salmuera en la era. Nótese la canasta (llamada “chiquihuite”) que se usa para amortiguar el impacto del líquido sobre la delicada superficie.

Figura 96. Estas “balsas” eran usadas antiguamente en la costa de Michoacán y Colima para llevar el agua salada del estero al tapeixtle. Son recipientes elaborados de “bules” o “guajes” (planta de la familia Cucurbitaceae). (Museo de la Sal, Cuyutlán, Colima).

224

Figura 97. Una vez que la sal ha cristalizado se saca de la era y se pone en un canasto o “chiquihuite”. Los salineros obtenían canastos y muchos otros enseres indispensables para su trabajo a través del intercambio a nivel regional.

Figura 98. Después de recolectarla de la era, la sal cristalizada se pone en un sitio cercano para que termine de secarse bajo los rayos del sol.

225

Figura 99. Los sacos o costales que se usan para transportar la tierra de la playa al tapeixtle se llaman “huiriles”. Esta tarea se facilita mucho por el uso del caballo.

Figura 100. El “guaje” o “bule” es un recipiente de origen vegetal (probablemente del género Leucaena o Lagenaria) usado para almacenar y transportar agua potable.

226

Figura 101. En la época prehispánica los antiguos habitantes de la costa utilizaron recipientes de barro para guardar agua, alimentos y otras sustancias indispensables, como muestran estas vasijas observadas por el autor en La Placita.

Figura 102. Durante la época de producción (entre noviembre y mayo) en El Ciruelo, cerca de Cuyutlán, Colima, los salineros se establecen en asentamientos temporales junto a las salinas.

227

Figura 103. Los salineros y sus familias viven en construcciones bastante rudimentarias en El Ciruelo; en esta imagen puede verse parte de una vivienda con la estufa hecha de ramas y barro.

Figura 104. Los montículos de tierra lixiviada, conocidos como “terreros”, quedan como evidencia de las actividades salineras en La Placita y en muchos otros sitios a lo largo de la costa.

228

Figura 105. En el terrero se va acumulando la tierra desechada cada día, en ocasiones durante varios años. Aquí puede verse la tierra tirada más recientemente, en la parte central del montículo.

Figura 106. Los terreros pueden ser difíciles de observar en el paisaje a causa de la vegetación que crece en los sitios salineros abandonados. Aquí puede verse una leve elevación del terreno a la izquierda de la imagen.

229

Figura 107. En los sitios salineros abandonados las eras quedarían visibles, ya sea sobre la superficie (como en este caso en Salinas del Padre), o en una excavación arqueológica.

Figura 108. En este caso una era ha sido destruida casi por completo en un sitio salinero abandonado, pero todavía puede percibirse su contorno y se conservan fragmentos de la “costra” endurecida de lodo cubierto de cal.

230

Figura 109. Esta vasija de barro elaborada en Maruata, comunidad nahua en la costa michoacana, es similar a las que se usaban en las salinas antiguamente.

Figura 110. Vasijas de barro utilizadas por los salineros de Cuyutlán, Colima, en tiempos recientes. Probablemente se usaron para acarrear la salmuera o para guardar y transportar el producto ya cristalizado. (Museo de la Sal, Cuyutlán, Colima).

231

(a)

(b)

232

(c)

(d)

(e) Figura 111 (a-e). Elaboración de una vasija en un taller alfarero de Maruata, en la costa michoacana: a) la parte inferior de la vasija se forma utilizando un molde convexo llamado “moldero”; b) la alfarera da forma a la vasija usando ambas manos; c) la superficie de la pieza se alisa con un “olote”; d) el cuello y borde de la olla se forman con las manos; e) hay que dar un alisado final a la olla antes de quemarla en el horno.

233

Figura 112. Horno de alfarero excavado en la roca, observado por el autor en Maruata, en la costa michoacana.

Figura 113. Don Lucas Miranda, uno de los últimos salineros de La Placita, ha tenido que abandonar esta actividad pues ya no es redituable económicamente (foto de Teddy Williams, marzo de 2016).

234

Figura 114 a-b. Eras y terrero abandonados, en uno de los sitios estudiados por el autor en La Placita en 2000 (fotografía de Teddy Williams, marzo de 2016).

235

Figura 115. Terrero abandonado hace unos 10 años; al frente pueden verse las eras que han quedado como mudos testigos de las actividades salineras realizadas en este lugar (fotografía de Teddy Williams, marzo de 2016).

Figura 116. Tapeixtle abandonado hace unos 10 años en La Placita. Es poco probable que sobreviva muchos años más, pues la madera se deteriora rápidamente en la intemperie (fotografía de Teddy Williams, marzo de 2016).

236

Figura 117. Los terrenos abandonados donde trabajaban los salineros hace algunos años (los terreros y eras se ven al fondo) ahora son ocupados por el panteón de La Placita (fotografía de Teddy Williams, marzo de 2016).

Figura 118. En esta imagen pueden apreciarse las eras abandonadas (a la derecha), al fondo el panteón y a la izquierda la maleza que está invadiendo los terrenos antes usados para elaborar sal (fotografía de Teddy Williams, marzo de 2016).

237

Figura 119a. Elementos del paisaje salinero todavía perceptibles en los terrenos abandonados por los salineros: al frente a la izquierda se ven restos de eras sobre la superficie, y al fondo el terrero con fragmentos del tapeixtle (fotografía de Teddy Williams, marzo de 2016).

Figura 119b. En el mismo sitio de la figura anterior está don Francisco Gregorio, uno de los salineros que trabajaban en La Placita hasta hace poco años. A la derecha puede apreciarse el “horcón”, o poste de madera que sostenía a un tapeixtle, ahora desaparecido (fotografía de Teddy Williams, marzo de 2016).

238 Fuentes de información sobre la sal en el Michoacán antiguo Existen datos arqueológicos y etnohistóricos para prácticamente todas las regiones de Mesoamérica sobre la extracción, comercio e intercambio de varios bienes escasos o estratégicos –entre otros obsidiana, turquesa, jade, conchas, metales (cobre, oro, plata, etc.). Con la obvia excepción de los metales, los demás elementos del comercio indígena no interesaron mayormente a los españoles, por lo que casi no se mencionan en los documentos administrativos o relaciones geográficas de la época colonial. No así la sal, que fue muy importante en la época prehispánica y colonial, por lo que aparece en varios documentos del siglo XVI, por ejemplo listas de tributos (Williams 1998a). En comparación con otras áreas de Mesoamérica, en particular el centro de México, para el Michoacán antiguo (Figura 120) contamos con una cantidad relativamente escasa de textos tempranos que hablen sobre aspectos de la economía durante la época prehispánica o los primeros siglos posteriores a la Conquista. De particular interés para el tema que nos ocupa en el presente trabajo son las Relaciones Geográficas. Compiladas por orden de Felipe II a fines del siglo XVI (ca. 1580), las Relaciones Geográficas han sido reconocidas desde hace mucho tiempo por los historiadores como un importante corpus de fuentes sobre las Indias españolas del siglo XVI. Estos textos consisten en las respuestas que dieron los funcionarios locales españoles en la América media y del sur a un cuestionario estandarizado, diseñado por los burócratas españoles en Madrid. Contiene el cuestionario 50 preguntas generales, que se aplicaban por igual a las comunidades europeas, indígenas o marítimas en los reinos de ultramar (Cline 1972: 183). Por este medio el Consejo de Indias recabó 189 relaciones, de las cuales varias lamentablemente se han extraviado, entre ellas algunas -como la de Colima y la de Sayula-- que habrían sido muy útiles para reconstruir la historia de la sal en el Occidente de México (Reyes 1993: 221). Las Relaciones venían acompañadas de una “instrucción y memoria”, que comienza de la siguiente manera: “primeramente, los gobernadores, corregidores o alcaldes mayores, a quien los virreyes, audiencias y otras personas del gobierno enviaran estas instrucciones y memorias impresas, ante todas las cosas, harán lista y memoria de los pueblos de españoles y de indios que hubiere en su jurisdicción[...] y luego la enviarán a las dichas personas del gobierno, para que, juntamente con las

239 relaciones que en los dichos pueblos se hicieren, la envíen a su Majestad y al Consejo de Indias” (Acuña 1987: 17). Evidentemente, el objetivo de las Relaciones era el de obtener un censo lo más exacto posible sobre las actividades económicas y productivas, así como los recursos estratégicos existentes en diversas partes de la Nueva España, para su mejor explotación y aprovechamiento por parte de la Corona española. La pregunta que nos interesa para el presente trabajo es la número 30 del cuestionario, que dice así: “Si hay salinas en el dicho pueblo o cerca de él, o de dónde se proveen de sal y de todas las otras cosas de que tuvieren falta para el mantenimiento o el vestido” (Acuña 1987: 21). A principios del siglo XVII (1607-1610) el gobierno español formuló otro cuestionario, aún más minucioso, que contiene preguntas sobre los recursos salineros, los procedimientos de explotación y las condiciones del tráfico (Mendizábal 1928). La razón para que se diera tanta importancia a la localización de nuevas fuentes salineras fue el interés de los españoles por controlar su producción, para acrecentar los ingresos de la Corona. El desequilibrio que existió entre suministro y demanda de este mineral en las últimas décadas del siglo XVI se debió al descenso demográfico sufrido por la población indígena y a la creciente demanda de cloruro de sodio tras la invención del proceso “de patio” para producir plata (Reyes 1993: 221). Según Mendizábal (1928: 115), podemos tomar la consignación de tributos de cloruro de sodio como declaración implícita de la existencia de salinas en las jurisdicciones tributarias, o por lo menos, de salitrales de donde sacarla, no importa en qué cantidad. 1 Lo anterior se fundamenta en las Reales Órdenes del Emperador Carlos V (1528), que dicen lo siguiente: “los indios que estuvieren puestos en nuestra Real Corona, y encomendados a españoles y personas particulares, paguen los tributos, que deriven a Nos., y a sus encomenderos en los mismos frutos que criaren, cogieren, y tuvieren en sus propios pueblos, y tierra donde fueren vecinos, y naturales, y no en otra cosa alguna, ni se dé lugar a que sean apremiados a buscar, ni rescatar tributos en otra ninguna parte” (Reales Ordenes del Emperador Don Carlos[...] en Mendizábal 1928: 114-115). El oidor Alonso de Zorita recoge una legislación real que es importante en este respecto: “Ley 8. Que las tasaciones se hagan vistos los pueblos y entendiendo bien la 1 Hay que señalar, sin embargo, que en muchas ocasiones los pueblos que tributaban sal no la producían, sino que a su vez la obtenían como tributo de otras localidades.

240 calidad y posibilidad de ellos[...] Mandamos a los dichos nuestros visorreyes y audiencias de las dichas nuestras Indias que provean que los visitadores que fueren a hacer las tasaciones vean los pueblos por si mismos y la posibilidad de ellos porque más justamente hagan las dichas tasaciones” (Zorita 1984: 70). A continuación se menciona la información encontrada en las Relaciones Geográficas sobre varias localidades donde se producía sal en el estado de Michoacán, así como otras que tenían que importar este producto desde otras regiones: Acámbaro: “La sal que han menester la compran de un pueblo llamado Araró, que es a dos leguas desta dicha cabecera” (Relación de la provincia de Acámbaro [1570]; Acuña 1987: 67). Chilchota: “No hay salinas en esta tierra ningunas; provéense en este pueblo y sus sujetos de sal de la mar que se trae de acarreto de la villa y provincia de Colima[...]” (Relación del partido de Chilchotla [1579]; Acuña 1987: 112). Chocandiran: “En este dicho pueblo no hay salinas; provénse los naturales de sal, de otro pueblo que se dice Chilatlán, que son trece leguas desde este pueblo (Relación de Chocandiran [1579]; Acuña 1987: 423). Cuiseo de la Laguna: “Se proveen estos naturales de sal, del pueblo de Chucandiro, que es a cuatro leguas[...] y ansimismo se proveen del pueblo de Araro, que está a otras cuatro leguas. Y esta sal la traen en cantidad, a trocar por el pescado que toman en su laguna[...]” (Relación de Cuiseo de la Laguna [1579]; Acuña 1987: 88-89). Epatlán: “[...]tiene salinas donde antiguamente estaban poblados, y el día de hoy usan de hacer allí sal, que de una fanega de tierra, sacan el cuarto de sal[...] así mismo la hacen con el mismo trabajo de la arena de la playa de la mar.” (Relación de la provincia de Motines [1580]; Acuña 1987: 152). Peribán: “En este dicho pueblo no hay salinas; provéense los naturales de sal de la que se hace en el pueblo de Chilatlan, al que hay 12 leguas de camino[...]” (Instrucción del pueblo de Perivan y sus sujetos [1579]; Acuña 1987: 30). Querétaro: “[...]Todos los naturales de estos pueblos y comarca se sustentan de la sal de la ciudad de México, que allí se hace muy buena en panes[...] Traen de Mechuacan algunos panes de sal, más blanca que la de México: sirve a los españoles para el salero, y no sala tan bien como la otra” (Relación de Querétaro [1582]; Acuña 1987: 246). Tamazula: “En este pueblo no hay salinas; provéense della [sal], y de algodón, de la villa de Colima” (Relación de Tamazula [1580]; Acuña 1987: 400).

241 Tarecuato: “Los naturales deste dicho pueblo y sus sujetos no tienen salinas: provéense de sal, de la que traen de acarreto de la villa de Colima, que es de españoles, la cual está a 30 leguas deste dicho pueblo”. (Instrucción del pueblo de Tarequato y sus sujetos [1579]; Acuña 1987: 427). Tingüindín: “Dicen que la sal se provee de la provincia de Colima y de otras partes, de veinte a treinta leguas deste pueblo[...]” (Relación de Tingüindín [1581]; Acuña 1987: 326). Tiripitío: “En este pueblo[...] no hay salinas ni tienen cosa de que hacer sal; pero a tres leguas desta cabecera hay un pueblo que se dice Iztapa en lengua mexicana y en tarasco Etuquaro, que lo uno y lo otro, quiere decir “lugar de sal”[...] se hace mucha sal, granada como la nuestra, y la más cuaja y hacen della unos cañutos de a palmo[...]” (Relación de Tiripitío [1580]; Acuña 1987: 359). Tuxpan: “En este pueblo no hay salinas, provéense de sal de la provincia de Colima, comarcana a este pueblo” (Relación de Tuchpan [1580]; Acuña 1987: 388). Tuzantla: “Hay en dos pueblos sujetos a este de Tuzantla que uno se llama Tiquisco y el otro Achiricato, hay salinas donde hacen sal mas en tan poca [cantidad] que para sustentarse no alcanza y se proveen de fuera”. (Relación de Tuzantla [1579]; Cline 1965: 70). Xiquilpan: “En este pueblo no hay salinas; provéense de sal los naturales, de la que traen de Colima, que es a veinte leguas deste dicho pueblo, y de la provincia que se dice de Avalos, que serán quince leguas” (Relación de Xiquilpan y su partido [1579]; Acuña 1987: 415). Yurirapundaro: “Tienen falta de sal, que la compran a seis leguas del pueblo”. (Relación del pueblo de Yurirapundaro [1570]; Acuña 1987: 71). Zapotlán: “En este pueblo no hay salinas; provéense de sal de Atoyaque y Sayula, que son pueblos de la provincia de Avalos que están a cuatro y cinco leguas deste pueblo[...]” (Relación de Zapotlán [1580]; Acuña 1987: 394). Además de las Relaciones Geográficas, una fuente invaluable para entender la producción y tributación de sal en el antiguo Michoacán es la Suma de visitas de pueblos por orden alfabético. Esta fuente histórica consiste en un manuscrito inédito de mediados del siglo XVI, encontrado por Francisco del Paso y Troncoso en la Biblioteca Nacional de Madrid, donde se le conocía como “Manuscrito 2800” (Gibson 1973: 16; Cline 1973: 391). Paso y Troncoso lo copió y editó, publicándolo en 1905 como primer volumen de la serie Papeles de Nueva España (Paso y Troncoso 1905). A continuación

242 se transcribe la información que sobre tributación de sal en Michoacán puede encontrarse en el citado libro: Acámbaro (incluye las siguientes cabeceras sujetas: Yrameo, Amocotín, Atacorín, Emenguaro): “[...]dan todos juntos[...] cada 20 días 24 panes de sal[...]” (p. 33); Araró: “[...]dan de tributo cada año[...] 30 cargas de sal” (p. 32); Atapan: “[...]dan cada 80 días dos panes de sal” (p. 179); Coyuca: “[...]dan de tributo[...] cada 80 días[...] cuatro talegas de sal” (p. 80); Cutzamala: “[...]dan de tributo[...] cada domingo una hanega de sal” (p. 81); Cuyseo: “[...]dan de tributo[...]12 taleguillas de sal” (p. 80); Charapan: “[...]dan cada 80 días dos panes de sal” (p. 179); Chocándiro: “[...]dan sal conforme a la tasación[...] y házese sal, alcanzan parte de la laguna de Cuiseo[...]” (p. 77); Guango: “[...]dan cada 20 días una hanega y tres almudes de sal[...] (p. 116-117); Huacana: “[...]dan de tributo cada 40 días[...] sal[...]” (p. 294); Jacona: “[...]alcanzan parte de una laguna salada[...] (p. 302); Peribán: “[...]dan cada 80 días[...] dos panes de sal[...]” (p. 179); Puruándiro: “[...]dan cada 20 días 15 almudes de sal (p. 117); Tarímbaro: “[...]dan cada día[...] cuatro canutillos de sal[...]” (p. 251). Uruapan: “[...]dan cada año 10 panes de sal[...]” (p. 122); Xaratango (El Salitre): “[...]dan cada 80 días dos panes de sal[...]” (p. 179); Zacapu: “[...]dan cada año 24 panes de sal[...]” (p. 79); Zinapécuaro: “[...]dan de tributo[...] 30 cargas de sal[...]” (pp. 77-78).

Salinas antiguas y técnicas de extracción En un estudio sobre la obtención de cloruro de sodio en el Occidente de México durante las épocas prehispánica y colonial, Weigand y Weigand (1997) identificaron tres tipos básicos de sitios o áreas para la obtención de la sal, íntimamente relacionados con la ecología de cada localidad. También se detectaron variaciones temporales en la intensidad de utilización de cada uno de los distintos tipos. La información presentada por los citados autores se puede sintetizar de la siguiente manera: 1. En las áreas costeras (p.ej. Marismas Nacionales, San Blas y Mezcaltitán, Nayarit, y Cuyutlán, Colima), como es de esperarse, los estuarios salobres son el foco de todas las actividades de elaboración de sal.

243 2. En los valles de tierras altas (p.ej. Atoyac-Sayula, Zacoalco-San Marcos, Jalisco e Ixtlán de los Hervores, Michoacán), las cuencas lacustres cerradas presentan excelente evidencia de producción prehispánica de sal. 3. En un nivel inferior de producción estaban los múltiples manantiales, pequeños géisers y escurrimientos de sal (área de Amarillo, cerca de Ahualulco, Jalisco). Según Reyes (1993) no hay constancia sobre la explotación prehispánica de los yacimientos de “sal de roca”, a pesar de su existencia en México. Según este autor, fueron dos las fuentes para obtención de cloruro de sodio dentro del repertorio indígena mesoamericano: las salmueras naturales (esteros marinos, lagunas interiores y manantiales) y las tierras saturadas producidas por la evaporación natural de cuerpos de agua efímeros en cuencas cerradas (Reyes 1993: 222, 224, 229). Las áreas grandes de producción que se mencionan tanto para las tierras altas como para la costa, produjeron sal para el consumo local, al igual que para la exportación, en contraste con los pequeños escurrimientos o filtraciones de las tierras altas, que solamente pudieron haber sido útiles en un nivel enteramente local (Weigand y Weigand 1997). En varias de las Relaciones Geográficas se presenta información más o menos detallada sobre las técnicas empleadas por los indígenas para elaborar este bien estratégico en el siglo XVI, que suponemos fueron las mismas o muy parecidas a las existentes en la época prehispánica (Figura 121). Por ejemplo, la Relación de Ajuchitlán y su partido 1579 dice lo siguiente: “hay unas salinas en el término de Cuzamala, y hácese la sal de esta manera: tienen un pozo, de dos sacan el agua, y cavan la tierra por sus eras y riéganla con aquella agua, muy regada, y déjanla después secar. Y, desque está seca, tórnanla a mojar muy bien, y échanla en unos cestos que hacen, con punta abajo, a manera de nasas, y por ahí destila, hasta que se cuaja y hace sal. Es poca la que se hace, aunque para la comarca basta; y si hay falta, tráenla de la costa, de Zacatula, que está a 30 leguas” (Acuña 1987: 43). Por otra parte, la Relación de la Provincia de Zacatula 1579 menciona que: en el pueblo de Asuchitlán, que es a 21 leguas desta villa Zacatula, está una laguna junto a la mar, que entra el agua de la mar en ella en tiempo de aguas y, en el verano, cierra la boca con arena. En esta laguna, algunos años cuando llueve poco, se cuaja sal en algunas partes della. Es la sal muy granada y blanca; es muy buena sal. Es la laguna muy grande. A cuatro leguas desta laguna, junto al pueblo que llaman de Xolochucan, hay otra laguna grande. Y entra el agua de la mar en ella y, ansimismo, se cuaja sal en ella; no tan gruesa como la otra, mas muy buena sal. En estas dos salinas,

244 al tiempo que se quieren cuajar, muere mucha cantidad de pescado en ellas, por causa de estar el agua muy caliente. Sacan la sal debajo del agua, y destas lagunas se proveen de sal en toda esta provincia, ansí los españoles que en ella hay como los naturales, y se saca fuera della para las minas y para otros pueblos (Acuña 1987: 459). Otro dato interesante sobre los métodos empleados para obtener sal durante el primer siglo de la Colonia lo proporcionan la Relación Geográfica de Oztuma y la Relación Geográfica de Alahuiztlán: Hay en algunos pueblos[...] salinas de unos pozos de agua salada que hacen en cantidad de más de 2 mil hanegas cada un año, la manera como la hacen es que sacan el agua y la echan encima de unas losas que tienen cercadas de un borde de tres dedos de alto, hecho de un betún de trementina, por lo que no se puede hacer otra cosa porque lo come la sal por la gran fuerza que tiene, y cada día van cebando con la dicha agua, y en tiempo de seca está cuajado en siete días. Aprovéchanse de esta sal para su sustento y tributo y la llevan a vender a las minas de Zacualpa, Taxco y Sultepec[...] (Paso y Troncoso 1979: 104). En la Relación de Motines [1580] se describe la forma en que se fabricaba esta mercancía indispensable en la zona costera de Michoacán: hacen sal, y en poca cantidad y con alguna dificultad, regando primeramente la playa con cántaros con agua de la mar, y, dados dos o tres riegos, amontonan aquella arena regada; y hechos sus montones, toman dos ollas o tinajas y, puesta una sobre otra, la de encima tiene en el suelo unos agujeros sutiles como de flauta; y puestos encima de aquellos agujeros unos petates, echan en la tinaja de arriba de aquella arena regada, como hasta poco más de medio de la tinaja, y luego le tornan a echar agua de la mar, y destila esta agua a la tinaja de abajo. Y esta agua destilada sale salobrísima, y ésta apartan de sus cántaros y la llevan a sus casas a cocer, dándole fuego hasta que se cuaja y convierte en sal. Este es el arte y modo de hacer sal que en este pueblo tienen, y en el de Motín, Maruata, Pasnori y Cachán[...] (Acuña 1987: 171). La misma relación geográfica citada arriba menciona otros pueblos costeros donde se producía cloruro de sodio, entre ellos Tlatictla (el actual La Ticla, ver el mapa en la Figura 67) en donde “se obtenían mariscos y peces, y se hacía algo de sal” (Acuña 1987: 164). Finalmente, en la Tierra Caliente michoacana (cerca del Río Balsas) las tasaciones tributarias que se reportan en los códices de Cutzio y de Huetamo para el pueblo de Cutzio incluyen las siguientes cantidades de sal: 10 talegas cada 60 días (en el periodo 1542-1552) y 12 taleguillas cada 60 días (1548), además de ocho taleguillas cada 60 días como “pago de deuda” (1552). En cuanto a Huetamo, pueblo sujeto a Cutzio, sabemos que pagaba cuatro talegas de sal cada 60 días (1542-1552) y cuatro taleguillas como “pago de deuda” cada 60 días (1552). Otros bienes tributados a la

245 Corona por estas poblaciones incluían los siguientes: mantas, camisas, enaguas, “zaragüelles (calzones) para negros” , ají, pepitas, algodón, jícaras comunes, jícaras grandes y pintadas, plátanos secos, miel, guajolotes, maíz, pescado seco y gallinas (Roskamp 2003: 117). Algunos sitios salineros de la costa michoacana han sido descritos brevemente en documentos coloniales; a continuación se transcriben los datos encontrados en uno de estos textos: “Las seis leguas de distancia que hay de Sacatula [sic] a la hacienda [de Alpica][...] están pobladas de rancherías que tienen por oficio sus vecinos sembrar algodón y beneficiar cera de colmenas, y otros retirarse a los esteros de los ríos a beneficiar sal que es el trato de que se compone este partido[...]” Otra población costera mencionada es La Salada; en donde había “como 15 ó 16 familias muy dispersas a dos y tres leguas a causa de que está centrado en este medio el río de Camuta, el que en su ribera se beneficia de sal que es el único trato que tiene esta ranchería y el ser estos habitantes criadores de ganado mayor[...]” (Zacatula 1765). Con base en esta información documental, podemos postular la existencia de varias técnicas de extracción de sal, así como varios niveles de producción, en Michoacán y otras partes del Occidente de México durante la Colonia y posiblemente también en la época prehispánica. Las técnicas extractivas podían ser relativamente simples, como la evaporación por calor solar, o más sofisticadas, utilizando fuego o filtrando las tierras que contenían el mineral deseado (Cuadro 8). Cuadro 8. Fuentes de sal y tecnología de extracción en Michoacán y áreas vecinas durante el siglo XVI, según las Relaciones Geográficas.*

Alahuistlan,

x

x

x

Guerrero Apozolco,

x

Jalisco Asuchitlán,

x

x

x

x

pan

grano

cocción

solar

lixiviado

final

artificiales

Producto

charcos

Método de cristalización

naturales

Obtención de salmuera saturada

charcos

saturada

tierra

pozo

manantial,

interior

lago

Fuente salina

mar, estero

Lugar

246 Guerrero Atoyac,

x

Jalisco Chametla,

x

x

x

x

x

x

Jalisco Chola, Jalisco Cuzamala,

x

x

x

x

Guerrero Etuquaro,

x

x

Michoacán Ixtapa,

x

x

x

x

Michoacán Motín,

x

Michoacán Oztuma,

x

x

x

Guerrero Piloto,

x

Jalisco *Adaptado de: Reyes 1993, Anexo I.

Por lo que respecta a los niveles de producción, este es un punto muy problemático, pues los datos que tenemos para la Colonia muchas veces no son lo suficientemente exactos, aparte de que su proyección al pasado prehispánico no siempre se justifica sin una mayor contextualización. Sin embargo, en términos generales algunas ordenanzas reales, como la recabada por Zorita en 1574: “[...]que los tributos sean menos que lo que solían pagar en tiempo de su infidelidad [...]” (Zorita 1984: 70) permitirían suponer por lo menos que la cantidad tributada en la época colonial era similar a la prehispánica, permitiendo la comparación entre ambas. En términos generales podemos hablar de tres niveles de producción de sal enlas diferentes regiones del Michoacán antiguo: I. Se elaboraba suficiente cantidad como para exportar a otras partes de Michoacán (¿o incluso más distantes?); II. Bastaba solamente para el autoconsumo; III. No era suficiente para el autoconsumo, había que complementarla con importación de otras regiones (de Michoacán o de fuera, p.ej. Colima).

247

Producción de sal en Jalisco, Colima y Guerrero

La costa del Pacífico al norte de Colima El extenso litoral del Océano Pacífico en el oeste de Mesoamérica fue una zona favorecida para la habitación humana, por su enorme cantidad de recursos para la subsistencia, entre los cuales siempre ha destacado la sal. Sin embargo, han sido muy pocas las investigaciones de campo enfocadas hacia el entendimiento de la explotación prehispánica de este recurso. Phil Weigand ha examinado ocho sistemas de esteros donde se extrajo sal en tiempos prehispánicos: Marismas Nacionales, Sinaloa; Mezcaltitán, San Blas y Laguna Quelote, Nayarit; Tenacatita y Barra de Navidad, Jalisco; y finalmente Laguna Potrero Grande y Laguna Cuyutlán, Colima (Weigand y Weigand 1997: 6). Según James Moriarty (1965), la producción de sal solar a partir de agua marina requiere de un área particularmente favorecida, donde se encuentren todos los factores necesarios. La costa de Nayarit es excepcional en este sentido, pues posee todas las condiciones metereológicas y oceanográficas que se requieren para elaborar sal solar. El origen de la producción en la costa de Nayarit parece remontarse a algún momento después del establecimiento de los primeros asentamientos permanentes de pescadores. Una vez que aumentó el contacto y comercio con los pueblos de las áreas vecinas de tierra adentro, los habitantes de la costa descubrieron el verdadero valor que sus vecinos daban a la sal. Al principio los sitios de evaporación natural podían ampliarse simplemente escarbando para acrecentar su área, y se podían construir canales para conducir hacia ellos mayores volúmenes de agua marina (Moriarty 1965: 66-67). La gran relevancia estratégica que revistieron las salinas en la costa del Occidente ha sido demostrada por las investigaciones de Mountjoy (2000), quien reporta un crecimiento demográfico sostenido a lo largo de la costa sur de Nayarit desde ca. 300 a.C. hasta el periodo Postclásico, cuando la tradición Aztatlán se extendió sobre una considerable área del litoral del Occidente de México. Según este autor, existía por lo menos un centro cívico-ceremonial perteneciente a esta tradición arqueológica en cada valle fluvial de la zona costera, al igual que en localidades estratégicas a lo largo de rutas de comunicación y de comercio en muchas áreas de las tierras altas (Mountjoy 2000: 95-96).

248 La ubicación de muchos centros habitacionales del complejo Aztatlán que dominaban grandes áreas sugiere la existencia de una agricultura más extensa y posiblemente más intensiva en la porción sur de la costa, lo que indicaría la existencia de grandes núcleos de población. Esto último se ve reforzado por las grandes cantidades de piedras de molienda, de comales y de molcajetes de barro, que indican el uso continuo y la creciente importancia de plantas alimenticias como maíz, calabaza, frijol y chile. Por otra parte, asociado con los tiempos posteriores a Aztatlán en la costa nayarita tenemos un aparente crecimiento de la población, y en algunos casos una dispersión de la misma hacia áreas mucho más marginales para la agricultura (Mountjoy 2000: 96, 100). Para abastecer de sal a todos estos asentamientos existieron en la época prehispánica a todo lo largo del litoral y también tierra adentro abundantes sitios salineros, cuya importancia se ha documentado a través de datos arqueológicos (Mountjoy 2000: 102) y de fuentes documentales del siglo XVI y posteriores (Mendizábal 1928). Para la costa sur de Nayarit hay datos etnohistóricos del siglo XVI y posteriores que hablan de una explotación salinera muy abundante, que fue actividad importante para los habitantes indígenas de la región (Mountjoy 2000: 102). Los documentos del periodo colonial temprano mencionan numerosas salinas a lo largo de toda la costa sur, que se han ligado arqueológicamente con tradiciones posteriores al complejo Aztatlán (ca. 800-1400 d.C.), en lugares como las de Zapotillo, al norte de San Blas. En esta área se encontraron más de 150 montículos de tierra, que parecen ser restos de estaciones para extraer y procesar el cloruro de sodio. Mountjoy (2000: 102) reporta haber encontrado un sitio grande de la fase Santa Cruz (posterior al complejo Aztatlán), asociado con estos montículos salineros. De acuerdo con Mountjoy las costas del Pacífico de Jalisco y Nayarit, así como las áreas tierra adentro, estuvieron pobladas por grupos humanos que vivían en aldeas permanentes con un nivel “neolítico” de desarrollo cultural. Estas gentes eran agricultores que sembraban maíz, frijoles y calabazas, entre varios otros cultivos, y también practicaban la recolección de plantas silvestres y cazaban animales del monte (Mountjoy 2013). Estos pueblos seguramente comerciaban con los salineros de la costa,

249 intercambiando el “oro blanco” tan codiciado por cerámica, productos agrícolas, y otros bienes. 2

Cuyutlán, Colima Desde tiempos prehispánicos los habitantes del actual estado de Colima se dedicaron al beneficio de la sal, “especialmente en las tierras que bordean la Laguna de Cuyutlán y en las cercanías de Tecomán e Ixtlahuacán. De igual manera, en tiempos virreinales entre los tributos que debían pagar los indígenas figuraba de manera principal la sal” (Figura 122) (Gómez Azpeitia 2006: 199). Otro recurso de importancia, aunque de escaso valor monetario era el salitre, “utilizado para la elaboración de pólvora y lejías. Se obtenía principalmente de los cerros cercanos al actual pueblo de Los Asmoles, con una pureza que prácticamente no requería mayor tratamiento para su utilización” (Gómez Azpeitia 2006: 198). Uno de los pocos trabajos de prospección arqueológica en la laguna de Cuyutlán fue el realizado por Phil Weigand. Este investigador examinó el área costera desde Cuyutlán hacia el noroeste por espacio de unos 10 km, descubriendo que el lado de la barra tiene la mayoría de sitios antiguos de obtención de sal. Se encontraron muy pocos sitios de tipo conchero en esta parte del estero, en contraste con el lado de la tierra firme, donde aparecen con cierta regularidad (Weigand y Weigand 1997: 6). Existen cientos de sitios pequeños junto al estero, la mayoría del lado de la barra. Predominan las pequeñas concentraciones de tiestos y de lítica, distribuidas a lo largo de la playa superior del estero, ubicadas a intervalos de aproximadamente 100-200 m, dentro de las plantaciones modernas de plátanos. También se encontraron sitios mucho más grandes, que aparecen a una distancia de 800 ó 1000 m uno de otro. Estos sitios miden aproximadamente una hectárea de extensión, y cuentan con pequeñas plataformas. Se trata de áreas residenciales del periodo Postclásico, mientras que la obtención de sal se efectuó en los sitios del interior del estero (Weigand y Weigand 1997: 7). Actualmente la sal en Cuyutlán se produce mediante la técnica de evaporación solar, en grandes piletas densamente distribuidas alrededor de pozos de donde se extrae el agua salina por bombeo mecánico. La producción tradicional indígena parece haber 2

Según Mountjoy (2016: 63) “la producción de sal fue muy importante en la costa de Jalisco, así como en muchos lugares en el interior[…] fue entregada como tributo en una forma estándar llamada[…] ‘pan’[…] la sal en la costa pronto llegó a ser muy importante[…] por su uso en la explotación minera de los españoles”. El mismo autor señala que “la extracción de sal para los nativos que vivían en la costa de Nayarit fue registrada en[…] 1531” mientras que en Piaztla, Sinaloa, había “un pueblo llamado La Sal” en donde “los españoles encontraron una pila de sal muy grande”. Esta sal se usaba “para conservar pescados para su exportación”. También se mencionan “pueblos pequeños en la costa[…] del Pacífico” en donde “hacían sal en los esteros y enviaban parte de este producto a Compostela” (Mountjoy 2016: 63).

250 sido similar a la actual, excepto que las piletas eran menos regulares y el agua se hacía llegar a ellas a través de canales y pozos o zanjas poco profundos. Algunos restos de zanjas antiguas todavía pueden observarse, pero la identificación de las piletas es problemática (Weigand y Weigand 1997: 7-8). La sal fue el producto más importante para la economía de Colima, hasta por lo menos la segunda mitad del siglo XIX. Los centros salineros de la provincia estaban distribuidos a lo largo de la costa, principalmente al sur de la bahía de Manzanillo; llegaron a sumar 1,500 pozos de explotación, pero sólo han persistido hasta hoy los ubicados en el extremo sur de la Laguna de Cuyutlán y áreas vecinas (Reyes y Leytón 1992: 121-122). Con sus 35 kilómetros de largo, la Laguna de Cuyutlán abarca el 22% de la costa colimense. La pesca en sus riberas, que por siglos fue también importante para la región, hoy se realiza en cantidades mínimas, debido principalmente a la contaminación y al azolve sufrido por el vaso lacustre como consecuencia de la desaparición de los tupidos bosques de coquito de aceite que cubrían las tierras adyacentes y que se dedican ahora a la agricultura. Hacia fines del siglo XVI la importancia económica de la sal para la región era ya manifiesta. Indígenas, criollos y españoles pagaban sus tributos a la Corona y diezmos a las cofradías religiosas, algunas de las cuales eran por sí mismas dueñas de las salinas, adquiridas las más de las veces como donaciones testamentarias. Los hospitales de indios de Ixtlahuacán, Tecomán y Almoloyan, obtenían buena parte de sus ingresos por este concepto (Reyes y Leytón 1992: 122, 124). Aunque las salinas están junto al mar, la sal no se extrae directamente del agua marina, sino de los depósitos que ésta deja secarse en las tierras de esteros y lagunas que se conectan con él en la temporada de lluvias. Es posible que en Colima durante la época prehispánica, y hasta mediados del siglo XVI, se utilizasen las mismas técnicas descritas para Motines en páginas anteriores. Es hasta 1777 cuando aparece por primera vez descrita la técnica que, con muy pocas modificaciones, continúa en uso hasta el día de hoy (Reyes y Leytón 1992: 137): [...] “El modo de fabricar un pozo es abriéndole, al que se le pone un tapestle encima, el que se llena de tierra salitrosa, que se le echa agua para que destile en dicho pozo y de allí se va sacando la salmuera, y [se] extiende en las eras que están preparadas con el plan bien nivelado de cal, esperando el beneficio que allí les comunica el sol para cuajar la sal[...]” (Pérez, 1777, en Reyes y Letytón 1992: 138).

251 El “pozo” es el elemento fundamental del proceso; todas las actividades giran en torno a él. El pozo es una construcción que comprende al filtro y al depósito de salmuera, 3 es una construcción rectangular de dos niveles, de aproximadamente 5 m de frente por 3 m de fondo. La parte superior comprende el “cajete”, que tiene como piso al “filtro”, abajo está la “taza” o pila donde cae la salmuera. En la parte posterior está el “terrero”, formado con el desperdicio de tierra salitrosa ya lixiviada (Figura 123). A un costado del pozo está el “tajo”, una perforación excavada en el suelo con dimensiones de 2 por 3 m aproximadamente, y una profundidad generalmente no mayor a 2 m, pues en este lugar junto a la laguna el nivel freático está muy cercano a la superficie. Frente a la “taza” se encuentran, formando un rectángulo, las “eras” o patios de evaporación, de 5 por 5 o 7 por 7 m cada una, con 15 cm de profundidad. Un pozo puede tener 36 eras o más, dependiendo de la capacidad de trabajo del propietario y de la calidad de la tierra donde está ubicado. Las eras se conectan entre sí por pequeños canales y se construyen en desnivel para facilitar su llenado por gravedad. Junto a las eras está el “asoleadero”, donde se apila la sal extraída para que se escurra el exceso de agua. Alrededor del “plan” se encuentran los “comederos”, o sea los terrenos donde se obtiene la tierra salitrosa. La medida promedio de los “comederos” es de dos hectáreas, pero varía de acuerdo a la calidad de la tierra donde se encuentra el pozo. Un mismo pozo puede ser utilizado durante un número indeterminado de años, pero debe reconstruirse al inicio de cada zafra, pues al subir el agua de la laguna lo cubre totalmente, con el consiguiente deterioro (Reyes y Leytón 1992: 138-139). El filtro, que es el elemento principal y más complejo, se compone de sucesivas capas de palos de madera de aproximadamente 7 cm de diámetro, que llevan intercalados otates a los que llaman tapioles. Transversal a éstos va un tepextle o tapeixtle de carrizo u otate; luego lleva una capa de zacate, después un tendido de cayaco o huesillo (la cáscara dura del coquito de aceite quebrada) y carbón; a lo anterior le sigue una capa de arena de mar apisonada, y por último una de “polvillo” o “tierra muerta”, que es la misma de los comederos pero tomada de los lugares donde se encuentra más pulverizada (Reyes y Leytón 1992: 139). El proceso de elaboración de la sal se inicia con la recolección de tierra salitrosa de los “comederos”, utilizando solamente la capa superficial del suelo. Posteriormente se procede a juntar la tierra en montones, utilizando un rastrillo de madera. Esta tierra se 3

Hay que aclarar que recibe el mismo nombre de “pozo” el conjunto formado por el pozo, las pilas de evaporación y los terrenos adyacentes de donde se recoge la tierra salitrosa. En esta segunda acepción, “pozo” es sinónimo de unidad de producción.

252 deposita en el cajete y se mezcla con agua del tajo, con lo cual se inicia el filtrado por gravedad. La salmuera cae en la taza, donde se acumula para ser vertida después en las eras. Conforme la sal va cristalizando, se junta dentro de la era, se recoge con paletas de madera y se lleva al asoleadero, donde se va apilando en un gran montón cónico. El acarreo de las eras al montón hoy se hace en carretilla, mientras que antes se hacía en “chiquihuites” de carrizo (Reyes y Leytón 1992: 140-141). Para la minería de Nueva España las salinas de las costas colimenses tuvieron especial importancia como proveedoras de este elemento, que fue tan indispensable como el azogue para el beneficio de la plata, durante los tres y medio siglos en que se utilizó el sistema conocido como “beneficio de patio”. También la ganadería, las industrias de curtiduría y tintorería, así como la salazón de carnes y pescados, entre otras, consumían grandes cantidades de cloruro de sodio, amén del que era particularmente apreciado como condimento. Siendo la sal el producto colimense que mayor demanda tuvo en el mercado novohispano, a partir de la segunda mitad del siglo XVI se convirtió en el elemento clave de la economía local, y se sostuvo como tal cuando menos hasta finales del siglo XIX (Reyes 1995: 145-146). En 1576 los pueblos de Petlazoneca y de Tecomán, en la jurisdicción del alcalde mayor de la villa de Colima, tuvieron un enfrentamiento por unas salinas en la costa. Esta rivalidad, que había durado mucho tiempo, se recrudeció al desaparecer las mojoneras que había puesto hacía ya más de 25 años el licenciado Lebrón de Quiñones (visitador de la provincia), para dividir y señalar las salinas pertenecientes a cada uno de los dichos pueblos. Los indios del pueblo de Tecomán declaraban que todas las salinas eran suyas, pero los de Petlazoneca los contradecían, pues dentro de las salinas había una que era de Juan Antonio, “indio natural del dicho pueblo de Petlazoneca” a quien se las había dejado por herencia su padre. Habiendo existido entre ambos pueblos muchas demandas y debates acerca de las mencionadas salinas, lograron eventualmente acordar que se le diesen a Juan Antonio las que reclamaba y el resto quedase como salinas y tierras de los indios de Tecomán como antes las tenían “con las tierras y salinas y salitrales hasta el agua de dicho estero” (Barlow 1949: 42-46). Al finalizar el primer tercio del siglo XIX la población permanente del conjunto de sitios salineros existentes en la costa de Colima no llegaba a 50 individuos. Por otra parte, desde fines del siglo XVI durante la temporada de zafra de sal llegaban a congregarse en esos mismos sitios hasta cinco mil personas. A los salineros de todos los rumbos de la provincia se sumaban arrieros y comerciantes, procedentes la mayoría de

253 Michoacán y de Nueva Galicia, pero muchos también de regiones relativamente lejanas, como la ciudad de México, Querétaro, Guanajuato y Taxco (Reyes 1995: 149). En el aspecto tecnológico, la influencia de las salinas colimenses se extendió desde el sur de Sinaloa hasta el norte de Oaxaca. En la época prehispánica la técnica más común para la obtención de sal fue por cocimiento. Básicamente, cuando no se utilizaba de manera directa el agua de mar o de pozos salinos, primero era necesario conseguir un agua de alto contenido salino, o salmuera, a través de diversos procesos de lavado y filtrado de tierras salitrosas, para después ponerla a cocer hasta obtener la sal cristalizada por evaporación. Ambos procesos, filtrado y evaporación, se realizaban usando ollas de barro. Aunque efectivo, este método resultaba poco práctico si se pretendía obtener grandes volúmenes de producto. En consecuencia, ante el incremento en la demanda hubo la necesidad de desarrollar una nueva tecnología. Fue en la segunda mitad y más probablemente hacia finales del siglo XVI cuando se comenzaron a utilizar en Colima los “tapeixtles” que permitían el lixiviado de grandes volúmenes de tierra y la obtención de igualmente grandes volúmenes de salmuera de muy alta concentración salina, de la que ya no se obtuvo la sal por cocimiento sino por evaporación solar (Reyes 1995: 152). Esta técnica es utilizada hasta la actualidad por los salineros de Colima, Michoacán y Guerrero. Sin embargo, el tapeixtle parece no ser indígena a esta región. Pudo haber sido un desarrollo local, o bien haber sido introducido de las Filipinas. En apoyo a esta hipótesis está el hecho de que su difusión se limitó a la costa del Pacífico (Reyes 1995: 152-153). En Colima existieron muchos asentamientos de gran tamaño durante la época prehispánica, que seguramente necesitaban la sal producida en la región para su abasto diario. Uno de estos sitios es El Chanal, que floreció durante el periodo Clásico tardío, y que fue parte de una red de intercambio muy extensa, por lo que es probable que sus habitantes podían obtener éste y otros productos de la costa, como las conchas que reporta Ángeles Olay (2004: Figura SF 86 a).

La cuenca de Sayula, Jalisco La cuenca de Sayula se encuentra en la parte media del estado de Jalisco, aproximadamente a unos 70 km de la ciudad de Guadalajara, dentro del Eje Neovolcánico. Esta cuenca es de tipo endorréico, pues está cerrada al este y al oeste por

254 dos cadenas montañosas, las sierras del Tigre y de Tapalpa, que impiden su drenaje natural. Las salidas de agua ocurren en forma de evaporación bajo la acción del sol y del viento. La parte baja de la cuenca, conocida como playa de Sayula, con elevación de 1,350 metros sobre el nivel del mar, constituye la zona activa de la cuenca. La superficie relativamente plana de la cuenca mide 30 km de largo por 10 km de ancho; la escasa cobertura vegetal sobre el lecho lacustre es de tipo halófilo. La playa es el receptáculo de las aguas y de los sedimentos procedentes de la erosión de las rocas de las dos sierras y sus vertientes. Las aguas que llegan a la playa están cargadas de sales solubles procedentes de la alteración química de las rocas. Los procesos de alteración se favorecen por las aguas de lluvia cargadas de dióxido de carbono y las aguas termales de origen volcánico. La acumulación de sales solubles asociada con un índice de evaporación elevado, acarrea un aumento de las concentraciones y una precipitación de minerales salinos en los sedimentos de superficie de la playa (Liot 1995: 8-9). La cuenca de Sayula cuenta con diversos recursos dentro de cada micro-nicho ambiental. El potencial de los recursos es rico, variable y en muchos casos estacional. La variedad de fauna incluye venados, puercos silvestres, coyotes, y un gran número de roedores, así como aves migratorias. Igualmente hay una gran abundancia de rocas y minerales que se usaron para elaborar herramientas y ornamentos. La agricultura se practicaba en las laderas menos empinadas, probablemente de manera marginal (Valdez 1998: 219). El aprovechamiento de los recursos disponibles se refleja en la manera en que las comunidades prehispánicas se organizaron dentro del espacio de la cuenca. El lecho del lago no es propicio para la agricultura; en época de secas, cuando el agua del lago se evapora, afloran por capilaridad sales que imposibilitan todo cultivo. Es entonces que aparece uno de los recursos más importantes de la cuenca: la sal. La desecación estacional del lago ha permitido la recolección de sedimentos salitrosos o tequesquite, que luego de un proceso de purificación se convierten en sal (Valdez et al. 1996b: 328-329). Se han localizado en la parte baja de la cuenca de Sayula estaciones de extracción de sal, conocidas localmente como “tepalcateras” (cf. Valdez et al. 1996b: Figura 6) y “salinas”; se trata de sitios especializados en la obtención del cloruro de sodio. Al parecer las cuencas del sur de Jalisco (Zacoalco, San Marcos y Sayula) fueron un gran lugar de abastecimiento para los alrededores meridionales, occidentales y hacia la región tarasca de Michoacán. Los factores que influyeron para que se diera en estas cuencas un “desarrollo industrial” de la extracción de sal fueron su riqueza relativa en

255 sales, su proximidad a la zona oriental de la región tarasca, y su ubicación en un corredor natural para llegar hacia la costa. Sin embargo, el mercado de este compuesto químico fue compartido en esta amplia región con los lugares costeros de Colima (Valdez et al. 1996b: 337). Fue tan importante la industria salinera para esta área en tiempos prehispánicos, que se ha afirmado que “si no se investiga la producción de la sal, no se puede entender la organización socioeconómica de esta cuenca” (Weigand 1996a: 16). Los trabajos arqueológicos en la región parecen confirmar la importancia de la industria salinera para la cuenca de Sayula, así como su activa participación en el mercado de la porción central del Occidente de México. Para comprender mejor el proceso de extracción, Valdez et al. (1996b) hacen una presentación de cómo se dio ésta hasta los años sesenta: 1. En la temporada de secas, cuando la superficie de los suelos se enriquece con el afloramiento de sales, se cosecha el tequesquite (salitre); 2. El salitre se amontona para dejarlo secar antes de ser lavado o lixiviado en un filtro sostenido por horquetas de troncos de madera, que se compone de una base rectangular de palos, en la que se colocan carrizos, zacate y arena; 3. Se echan sobre el filtro varias capas de un sedimento compactado que llaman “lodo” (arcilla mojada), luego ponen cierta cantidad de salitre y lo lavan con agua; 4. Recuperan el agua salada debajo del filtro en un estanque llamado “taza”; 5. Del estanque el agua o salmuera es transportada hacia las eras (grandes tinas de evaporación) para que se evapore el agua y se cristalice la sal. En las fuentes no se hace referencia a la evaporación solar en esta región; se menciona la cocción del líquido obtenido, ya sea por filtración o por decantación. No se presentan tampoco descripciones de los filtros. Sin embargo, siempre hay la necesidad de una filtración, un lavado, o una decantación de los sedimentos salinos, ya que el agua de la cuenca no está lo suficientemente cargada de minerales como para poder obtener sal sólo a partir de este líquido (Valdez et al. 1996b: 337-340). Las Relaciones geográficas de los pueblos ribereños del lago de Sayula se han perdido, pero las relaciones de otros pueblos más o menos cercanos mencionan la importancia de la cuenca de Sayula como proveedora de sal. Entre otros, algunos pueblos del antiguo reino tarasco informaron sobre el papel de Sayula como abastecedora de cloruro de sodio para ciertas provincias que no contaban con este recurso: en la Relación de Zapotlán se asentó que “en este pueblo no hay salinas;

256 proveénse de sal de Atoyaque y Sayula[...]” La Relación de Xiquilpan, por otra parte, menciona igualmente que obtenía sal de la provincia de Ávalos, que estaba a 15 leguas del lugar. De Tenamaztlán tenemos noticia de que en la provincia de Ávalos conseguían panes de sal blanca o morena; cada pan costaba entre dos y medio y tres tomines. También se enviaba esta mercancía de Atoyac al pueblo de Cuiseo, cerca de Poncitlán en la ribera del lago de Chapala (Liot 1995: 12-13; cf. Acuña 1987). También contamos con el relato del fraile Alonso Ponce, quien visitó esta región a fines del siglo XVI y nos dejó la siguiente descripción de la producción de sal en el pueblo de Atoyac: Los indígenas de Atoyaque me ofrecieron muchos panes de la sal que se hace en aquella laguna junto a aquel pueblo, la cual es muy blanca, limpia y buena, y acuden a comprarla españoles de muchas partes, y por eso se hace ahí en Atoyaque de cinco en cinco días un mercado o tianguez, y lo principal que en él se vende es sal; llévanla hasta México por ser muy buena y hacerse con mucha limpieza. El orden que tienen los indios en hacerla es el que sigue: de aquellos salitrales allegan muchos montones de polvo y salitre que está encima y echándolo en tinajones, le van echando agua, meneándolo y removiéndolo muchas veces y cebándolo siempre con agua hasta la cantidad que ellos saben, y de esto sacan lejía, como se saca de la ceniza mezclándole agua; junto a estos tinajones hacen en el suelo un horno redondo, a manera de calera, no muy hondo, y menos de una vara de medir alto del suelo, y dejando hueco y concavidad donde echar leña y lumbre, ponen encima muchas ollas chicas y grandes, asidas y trabadas unas con otras, puestas por orden y concierto, de manera que queda cerrado todo el redondo del horno; luego hinchen las ollas de aquella lejía, y vánles dando fuego por abajo por unas bocas grandes que dejan a los lados, y con este fuego se va cuajando la lejía y convirtiendo en sal, y poco a poco van añadiendo lejía hasta tanto que todas las ollas quedan llenas de sal cuajada y echan esta lejía atentadamente, que todas juntas vienen a quedar llenas de sal cuajada a un punto; luego quitan el fuego, y después las ollas, y quedan los panes de sal enteros, blancos y muy vistosos, y entre estos sacan hombres de sal y medios hombres y cabezas, y otras figuras, según lo que estaba figurado en cada una de las ollas las cuales sirven de moldes... (Ponce 1973: 120-121). Excepto por la cosecha de salitre para el ganado en las playas de Poncitlán, El Zapote y Cofradía, la producción de sal en la cuenca de Sayula se abandonó hace unos 60 años. Lo que nos queda en este lugar después de décadas de abandono es bien poco; sin embargo, los restos arqueológicos, aunque escasos, nos presentan huellas bastante características de esta actividad (Liot 1995: 14-15). Los sitios que sugieren una relación estrecha con la actividad salinera se encuentran a las orillas del lago, en las zonas norte y oeste de la cuenca. La mayoría de las localidades de manufactura salinera están caracterizadas por una serie de montículos

257 cubiertos por grandes cantidades de tepalcates muy erosionados, y por la presencia ocasional de elementos circulares en la playa (Figura 124). La actividad salinera del pasado no solamente dejó artefactos arqueológicos, sino también unos elementos especiales en el paisaje de las orillas lacustres: montículos de varios tamaños y formas que se han formado por la acumulación progresiva de los desechos del lixiviado, y que en la cuenca de Sayula se conocen como tepalcateras (Liot 1995: 16). Hasta el momento, el rasgo dominante que se comparte por la mayoría de los sitios de playa, es la cerámica que fue probablemente usada en los procesos de concentración de la salmuera (Figuras 125-127). Estas vasijas fueron denominadas “cuencos salineros de Sayula” (Sayula salt pans) por Isabel Kelly, quien fue la primera en reconocer su forma y sugerir su uso hace ya más de 50 años. Otro tipo cerámico probablemente ligado a la manufactura de sal fue encontrado en Atoyac, no lejos del área habitacional y junto a una zona de enterramientos. Se trata de 21 recipientes grandes, cinco de los cuales estaban completos y 16 incompletos. Los completos estaban enterrados y cuatro de ellos formaban una agrupación. Una característica de estos recipientes es su fragilidad, la cual impide su uso para el transporte. Por otra parte, el hecho de que aparezcan enterrados y agrupados en conjuntos se debe probablemente a su función (Liot 1995: 19-21). La misma Kelly (1941-44, citada por Liot 1995: 19-21) ha sugerido que las vasijas de tipo “cuencos salineros” pudieron haber servido para la concentración de salmuera bajo cocción con fuego. La misma hipótesis se plantea para los otros tipos en forma de cajete, ya que ambos se presentan en grandes cantidades asociados con estructuras específicas y “tepalcateras” en áreas de actividades especiales. De hecho, la identificación de las vasijas utilizadas para la cocción de la salmuera constituye uno de los puntos más problemáticos del estudio arqueológico de esta tecnología, y mucho más cuando no se encuentran directamente asociadas con estructuras de combustión. Resulta difícil encontrar rasgos diagnósticos de utilización de las vasijas, así como las características de la pasta (porosidad, rugosidad, etc.) o del tamaño y formas necesarios para una buena evaporación de la salmuera (Liot 1995: 26). Otro problema radica en el reconocimiento de evidencias de contacto con el fuego. De hecho la mayor parte del material no presenta manchas negras. Experimentos realizados muestran que la salmuera debe ser expuesta a un calor bajo y progresivo, ya que una temperatura demasiado alta causa la formación de cristales gruesos que se dilatan y revientan (Liot 1995: 26-27).

258 Un reconocimiento arqueológico realizado en la zona de los lagos San Marcos, Zacoalco y Sayula en los años sesenta reveló una gran cantidad de sitios prehispánicos, incluyendo no sólo concentraciones de cerámica en la superficie, sino también localidades donde abundaban los artefactos líticos, aparentemente asociados con la presencia de restos de fauna extinta, sobre las márgenes de lo que habían sido en alguna ocasión enormes lagos (Sleight 1965: 156-157). Las exploraciones incluyeron excavaciones de prueba en una serie de sitios en las inmediaciones de los lagos Zacoalco y Sayula; se excavaron pozos de 2 m2 con niveles estratigráficos arbitrarios de 20 cm hasta llegar a la capa estéril. Los sitios excavados de esta manera resultaron ser aldeas con áreas asociadas de desecho y de enterramientos (Sleight 1965: 157). Según el autor de esta investigación, probablemente la interpretación más interesante resultó del sitio de Sayula Norte, así como del sitio de Cerro Rojo sobre la antigua playa noreste del lago de Sayula, y de otro cerca del asentamiento histórico de Atoyac, al oriente de Sayula: “durante nuestro reconocimiento inicial, no pudimos menos que impresionarnos por los extensos montículos de tiestos utilitarios color rojo encontrados en las antiguas orillas de los lagos. Aparte de estas obvias acumulaciones de tiestos, había docenas de círculos de tiestos colocados manualmente, con un diámetro promedio de un metro, descubiertos en las cuencas de los lagos y especialmente sobre las viejas líneas de playa” (Sleight 1965: 158). Estas investigaciones determinaron que los habitantes prehispánicos del área habían descubierto las potenciales fuentes de sal, y en algún momento de la prehistoria buscaron la forma de recolectar este vital recurso. Al tratar de interpretar la función de los elementos excavados durante este proyecto de investigación, fue importante tomar en cuenta las referencias que el padre Alonso Ponce hace de “pilas de tierra”, “hornos redondos” y las “muchas vasijas, grandes y pequeñas”. Lo único que no se encontró fueron los moldes que menciona Ponce en forma de hombres para hacer los panes de sal (Sleight 1965: 158). Las excavaciones de prueba practicadas en Sayula Norte, Cerro Rojo y Atoyac indicaron que los “millones de tiestos color rojo ladrillo” eran fragmentos de vasijas utilitarias de paredes gruesas, cuya forma original era la de cuencos poco profundos. Muchos de ellos mostraron evidencia de vidriado accidental en partes, llevando al autor a concluir que “sin duda habíamos encontrado restos de ollas y cuencos idénticos a los descritos en el reporte de Ponce[...] llenos de agua alcalina y colocados alrededor de un horno para evaporar el agua de la sal” (Sleight 1965: 158-160).

259 En el sitio de Sayula Norte se descubrió un horno enterrado hecho de tiestos y adobe, sin duda el mismo elemento reportado por Ponce para el proceso de evaporación. El horno tenía forma de barril, con cuello en la parte superior que terminaba en un borde de tiestos planos cuidadosamente colocados, con aproximadamente un metro de diámetro y un metro de altura. El relleno de tierra dentro del horno, al igual que los tiestos y tierra circundantes, tenía evidencia de cenizas y huellas de fuego. De esa manera, se comprobó que el montículo de tiestos no era solamente una acumulación de vasijas salineras quebradas, sino también un taller de elaboración de sal con la técnica de evaporación en horno. Se excavó el círculo encontrado en la superficie, seccionando el relleno interior centímetro a centímetro, sin encontrar restos culturales. Esta estructura cilíndrica continuaba hacia abajo, hasta llegar a un cuenco con piso de tiestos fijados en adobe. Concluye el autor que “sin duda estos eran cuencos de evaporación accesibles al agua salada del viejo nivel lacustre, las ‘pilas de tierra’ del reporte de Ponce” (Sleight 1965: 160). Los sitios que producían sal durante las diversas fases de ocupación dentro de esta cuenca lacustre fueron muy abundantes (Neal 1989: 8-9, mapas 1-7; Liot 2000: Figuras 92, 94). Según Phil C. Weigand (1993a), los depósitos de playa del lago de Sayula ricos en sal y salitre, se convirtieron en el blanco de ataques tarascos una vez que la región de Acoliman se independizó. Por ser una fuente de cloruro de sodio en tierras altas tan cerca de sus principales concentraciones de población, el área tenía un enorme potencial para ser explotada por el Estado tarasco. De hecho, entre las principales características arqueológicas de la cuenca de Sayula/Techaluta están los restos de localidades de manufactura salinera, con frecuencia de dimensiones monumentales. Todas las ruinas importantes en la cuenca están asociadas con estos extensivos talleres. El complejo arquitectónico más grande que no ha sido cubierto por un asentamiento moderno es Techaluta. Tres áreas dentro de la zona habitacional muestran fuertes indicios de especialización ocupacional, como los talleres de obsidiana, las áreas con cuencos de evaporación de sal (en la playa) y las zonas de producción salinera, que se caracterizan por enormes concentraciones de tiestos cubiertos de sal formando montículos. A esto último debemos agregar una industria cerámica importante, que abastecía las necesidades de loza para el procesamiento de sal. Este recurso, al igual que otros en la cuenca, debió ser un incentivo para la expansión tarasca dentro de la región (Weigand 1993b: 201).

260 El primer rasgo en la cuenca de Sayula que puede ser considerado como diagnóstico de la producción salinera son los ya mencionados montículos cubiertos por una gran cantidad de tiestos cerámicos o tepalcates, llamados “tepalcateras”, similares a los que ya se conocen en otras zonas. El reconocimiento de tales tipos de montículos se relaciona con el proceso básico de extracción de las sales de tierras salitrosas. Los desechos de salitre lavado se acumulan y forman con el tiempo montículos de varios metros de alto, que constituyen el marcador común de varias regiones salineras del México prehispánico (Liot 1998). El segundo tipo de evidencia del cual se deduce la presencia de sitios de producción de este recurso, son los numerosos círculos o siluetas formados por fragmentos de cerámica, enclavados antaño en el suelo del lago. Carl Lumholtz excavó cuatro de estos círculos cerca del caserío de El Reparo en el sudeste de la cuenca, identificándolos como vasijas acomodadas en hileras y enterradas hasta el borde, subrayando que estas vasijas eran demasiado débiles como para ser transportadas (Figura 128). Durante las excavaciones realizadas en los años noventa en el fraccionamiento San Juan de Atoyac se encontraron recipientes similares en un sector no lejano a la zona habitacional y próximo a una zona de enterramientos. Por otra parte, en los años 40 Kelly hizo un sondeo en uno de estos círculos, observando un piso de tepalcates puestos horizontalmente en el fondo de la estructura, a 10 cm de profundidad y con un revestimiento de tierra blanca de un centímetro de espesor. Además, esta autora describe varias formas para estas siluetas: doble círculo, ovalada, forma de pera, etc. También reportó Kelly variantes que no se delimitan con tepalcates, sino con una diferencia de color y de textura en relación al estrato circundante. Notó que tales figuras se observan generalmente en el suelo de playa, aunque también había algunas en los flancos de ciertos montículos (Kelly 1944: 40-41, citada por Liot 1998). En su discusión del material cerámico encontrado durante las excavaciones del fraccionamiento San Juan de Atoyac, Andrés Noyola menciona la presencia de restos cerámicos que describe como “grandes cajetes de fondo plano y paredes rectas con el interior pulido y la base rugosa, algunos de los cuales tienen manchas blancas en su interior que podrían corresponder a restos de salitre[...] estos recipientes tendrían una función relacionada a la producción de sal durante la época tardía” (Noyola 1994: 6465). Las excavaciones realizadas durante las temporadas 1994 y 1995 en varios sectores de los sitios Cerritos Colorados y La Motita descubrieron varios elementos

261 relacionados con la elaboración de sal en la cuenca de Sayula (Figura 129). El sitio Cerritos Colorados es un conjunto de montículos cubiertos de tepalcates, con estructuras asociadas, considerado como un “taller” cuya función era la fabricación de esta mercancía. En los flancos del montículo se excavaron cinco estructuras circulares, de las cuales tres presentan un mismo rasgo. Son fosas cilíndricas de 75 cm de diámetro, con una profundidad media de 50 cm; en las restantes no se pudo distinguir el fondo. Todas tenían un revestimiento de arcilla, aparentemente quemada, que cubría una pared de tepalcates. En donde fue posible distinguir el fondo, se observó un piso de tepalcates igualmente revestido con arcilla quemada. El interior de las estructuras presentaba un relleno de limo y arena de playa, a excepción de una que contenía numerosos tiestos con un sedimento endurecido de color negro y crema (Liot 1998). No todas las “tepalcateras” están directamente asociadas con la actividad salinera, pues varias presentan artefactos diversos: material cerámico decorado, artefactos líticos (obsidiana y basalto), entierros, y en las más grandes, alineamientos de piedra. El hecho de ubicarse en las inmediaciones de la playa junto a los yacimientos de sal, sugiere que se trata de lugares donde se organizaba de manera indirecta el control de la producción y probablemente de la distribución de este recurso. La presencia de estos grandes centros (Guffroy y Gómez 1996) señala entonces que la fase Sayula se caracterizó entre otras cosas por el desarrollo de lo que se puede llamar una “industria salinera” a gran escala. A un lado de estos grandes sitios se encuentran pequeñas tepalcateras caracterizadas por la presencia en cantidad masiva de cuencos salineros (Liot 1998). Son cuatro las fases arqueológicas definidas para la zona bajo discusión, cada una con un particular tipo y escala de producción (Liot 2000). En la primera fase, llamada Usmajac (300 a.C.-300 d.C.), no hay indicios de producción de sal, aunque esto podría deberse a que los restos de fases posteriores han destruido la evidencia. En la siguiente fase, Verdía (300-600 d.C.), se registró una actividad artesanal de producción, mientras que en la fase Sayula (600-1100 d.C.) ya contamos con una actividad a nivel “industrial” de manufactura salinera, asociada con el surgimiento de sociedades complejas. Según Liot (2000: 222), la fase Sayula corresponde a un periodo de expansión demográfica y al desarrollo de una identidad regional. Finalmente, en la última fase de ocupación, llamada Amacueca (1100-1520 d.C.), a pesar de que se desarrollaron técnicas estandarizadas y aparecieron nuevos elementos tecnológicos, se tuvo una industria aparentemente de menor envergadura; es

262 probable que se haya controlado la producción desde fuera de la cuenca (Liot 2000: 229). Según Valdez et al. (1996a), la aparente disminución de evidencias arqueológicas de producción salinera para esta fase podría explicarse por transformaciones en el proceso de explotación, así como por movimientos de población hacia las terrazas superiores de la cuenca. Durante esta fase la gente vivía en las laderas y bajaba esporádicamente en la temporada de secas. Además, sus campamentos temporales y talleres se han opacado por el gran volumen de materiales de la fase Sayula (Valdez et al. 1996a: 182). Ciertamente, a pesar de este hiatus en los datos arqueológicos, las fuentes documentales del siglo XVI no dejan duda sobre la importancia de la industria salinera para la cuenca de Sayula durante el periodo Postclásico.

263

Figura 120. Mapa del territorio tarasco durante el periodo Protohistórico (ca. 1450-1530 d.C.), mostrando los pueblos principales identificados en el área (adaptado de Pollard 2011: Figura 1).

Figura 121. Reconstrucción hipotética de las técnicas de producción utilizadas en Michoacán durante el siglo XVI, de acuerdo con las Relaciones geográficas (adaptado de Reyes 1993: Figuras 4 y 5).

264

Figura 122. Mapa que muestra los principales sitios de producción salinera en la provincia de Colima durante el Virreinato: 1) Cualata; 2) Cualatilla; 3) Los Reyes; 4) El Ciruelo; 5) La Isla; 6) Cuyutlán; 7) Palo Verde; 8) Cuyutlancillo; 9) Pascuales; 10) Teapa; 11) Petlazonecatl; 12) Real de San Pantaleón; 13) Tecuanillo; 14) Guazango; 15) Guayabal; 16) La Manzanilla; 17) Lo de Vega; 18) Carrizal; 19) Caimanes; 20) El Padre; 21) Apiza (adaptado de Gómez Azpeitia 2006: Figura en la p. 203).

Figura 123. Plano de una unidad de producción de sal en Cuyutlán, llamada “pozo”, mostrando las partes que la componen (adaptado de Gómez Azpeitia 2006: Figura en la p. 202).

265

Figura 124 (a y b). Elementos circulares hechos de fragmentos de cerámica, usados para elaborar sal en la época prehispánica en el Lago de Sayula, Jalisco (adaptado de Valdez y Liot 1994: p. 289).

266

Figura 125. Tipos cerámicos salineros de la cuenca de Sayula: (a) cuencos burdos; (b) cajetes rectos Amacueca (adaptado de Liot 2005: Figura 1).

Figura 126. Tipos cerámicos salineros de la cuenca de Sayula (a-k): cuencos hemisféricos con líneas rojas; (l-o): Cuencos salineros Sayula (adaptado de Liot 2005: Figura 3).

267

Figura 127. Vasija salinera de la cuenca de Sayula: (a) cajete con impresión de petate en el fondo; (b) cajete con cubierta de arcilla color crema y restos de paja (adaptado de Valdez et al. 1996a: Figura 10).

Figura 128. Vasijas salineras excavadas por Carl Lumholtz a fines del siglo XIX cerca del pueblo El Reparo, en el sur de la cuenca de Sayula (adaptado de Lumholtz 1986, Vol. II: p. 315).

268

Figura 129. Elementos prehispánicos (pozos de combustión con vasijas de cerámica) relacionados con la industria salinera en la cuenca de Sayula (adaptado de Liot 2000: Figura 83).

La costa de Guerrero y la región del Balsas En la costa de Guerrero existen varios sitios donde se produce sal, en pantanos y esteros sobre el litoral al sur de Acapulco. En cuatro de estas localidades (Tecomate, Los Tamarindos, Chautengo y Pozahualco) (Figura 2) las salinas son explotadas durante la época de secas a escala doméstica de manera independiente, con base en el trabajo familiar (Good 1995: 1). En los tres primeros sitios la sal es extraída por lixiviado de los suelos donde los pantanos salinos se secan durante la larga y calurosa época de secas. Los salineros rompen con cuidado la delgada costra superior de tierra y la llevan en costales o cubetas a las salinas, donde la depositan en un gran filtro llamado “tapeite” (variante del término tapeixtle ya mencionado anteriormente). El tapeite se construye

269 sobre una base de tablas de madera o de carrizo, cubiertas de palma o de pasto grueso. Los lados son de adobe y forman un cuenco rectangular cubierto de arena gruesa y una segunda capa de arena fina, pasada por un arnero. De un pozo poco profundo excavado junto al tapeite se extrae agua salobre y se vierte sobre la tierra salina. Después de estilarse a través del filtro el agua se canaliza hacia un tanque recubierto con una mezcla de arena y cal (Good 1995: Figuras 4 y 5).

Figura 130. Sitio de elaboración de sal en la costa de Guerrero, mostrando las áreas de trabajo: lixiviación de salmuera en el tapeite y evaporación solar en las eras (adaptado de Quiroz Malca 1998: Figura 6).

La salmuera concentrada que cae al tanque se pasa a las “eras” o patios de evaporación solar, donde se evapora hasta convertirse en cristales granulares de color blanco, que reciben el nombre de “la flor de la sal”. Los patios de evaporación son cuadrados o rectangulares, construidos cuidadosamente de barro cubierto de cal, y distribuidos en hileras sencillas o dobles llamadas “mecates”. Las eras tienen una profundidad de aproximadamente 15 cm; en cada salina son de tamaño uniforme, y en general oscilan entre 1.2 y 2.2 m por lado. En ocasiones los salineros también construyen un patio circular independiente llamado comalli o “comal”. La sal que se obtiene en éste se utiliza para satisfacer compromisos ceremoniales.

270 Los salineros llenan el tapeite dos veces al día (Figura 130), retirando cada vez el grueso lodo de tierra lixiviada, arrojándolo sobre los montículos de tierra desechada llamados “muros de tierra”, que se levantan a ambos lados del tapeite hasta una altura de 2 m o más. La sal puede cosecharse diariamente de los patios más pequeños si la salmuera es lo suficientemente salina y el sol lo suficientemente intenso a lo largo del día. El producto se recolecta temprano en la tarde usando implementos de madera en forma de azadón y cubetas, tras lo cual se deposita en un área de almacenamiento circular donde la humedad excesiva se escurre y los granos se secan por completo. Cada salina tiene una o dos pilas de sal de forma cónica, llamadas “muros de sal” (Good 1995: 2). Tanto en la actualidad como en tiempos históricos, en esta área el trabajo en las salinas se considera como ocupación femenina. Los conocimientos técnicos de cada familia usualmente se pasan por las mujeres a sus hijas o nietas (Good 1995: 3). Los hombres contribuyen a la industria salinera principalmente construyendo los tapeites, los tanques y los patios de evaporación, pero las tareas diarias de recolectar y transportar la tierra salina, llenar y vaciar los tapeites dos veces al día, echar la salmuera a los patios y cosechar la sal, usualmente son realizadas por las mujeres y los niños. Se requieren entre 14 y 18 días de trabajo para preparar el tapeite, los pozos de almacenamiento y los patios de evaporación (Good 1995: 3-4). La producción en estas salinas costeras depende del manejo de varios elementos. Este conocimiento se obtiene y se transmite a través de la práctica colectiva; por ejemplo, la selección de la tierra que va a filtrarse es crucial para obtener salmuera con el nivel de salinidad apropiado. El sistema de tapeite requiere que las unidades de producción individuales estén dispersas, para poder obtener cantidades adecuadas de sal a poca distancia. La misma área puede cosecharse aproximadamente una vez al mes, puesto que el intenso sol hace que la sal salga constantemente hacia la superficie (Good 1995: 5). Existen varios factores ecológicos que limitan la cantidad de sal producida; los patrones de precipitación pluvial son especialmente cruciales. Donde se usa el sistema de tapeite aunado a la evaporación solar, la producción no puede comenzar hasta que los niveles de agua dulce hayan disminuido, se haya secado la tierra y se tenga un clima caluroso con intensa irradiación solar. Los períodos de clima nublado hacen más lenta la evaporación y reducen considerablemente la producción (Good 1995: 6).

271 La laguna de Pozahualco es mucho más extensa y menos profunda que las de Tecomate y Chautengo, y tiene una gran concentración salina en sus aguas, por lo que no es necesario filtrar la tierra ni tampoco construir pilas o pozos, ni acarrear salitre. En este caso el trabajo que se realiza es la limpieza del canal principal y de los secundarios para llevar el agua desde la laguna hasta donde se ubican las salinas. En estos lugares se construyen los “paños” (patios de evaporación) que tienen los mismos principios que las eras, aunque son de forma rectangular y un poco más pequeños. Los paños se alimentan con agua que el canal común trae directamente de la laguna. La limpieza de este canal se realiza de manera comunitaria, mientras que la serie de canales pequeños que se derivan de éste son limpiados por los propietarios de las salinas aledañas. El número de personas involucradas en la producción de sal en Pozahualco es aproximadamente el triple de las que trabajan en los tapeites, y las salinas se encuentran más cercanas una de otra (Quiroz 1995: 194-195). En contraste con los lugares donde se usa el tapeite, en la laguna de Pozahualco el agua puede llevarse directamente a los patios de evaporación solar. Cada hogar cuenta con un número considerable de patios (hasta 72), y las unidades de producción se encuentran más cercanas unas de otras, separadas solamente por senderos estrechos. Cada año los salineros construyen un sistema de canales para llevar agua de la laguna directamente a las salinas. Cada familia construye sus propios patios, pero el proceso usado aquí permite una producción más intensiva, y a veces se usa mano de obra asalariada. Dado que no se depende de filtración para obtener salmuera, este proceso es menos vulnerable a la lluvia (Good 1995: 7). Una gran parte de la sal de la Costa Chica circula dentro de redes de intercambio; en algunos casos éste es el principal mecanismo de comercialización de la producción. La mayor parte del trueque es controlado por mujeres, y se incluyen en él una cantidad asombrosa de mercancías: maíz, frijol, fruta, queso, carne, pescado, azúcar, canastas, “petates” y sombreros de palma, cerámica, mantas y artículos de madera (Good 1995: 10; ver también Quiroz 1998). Existe en esta área de la costa una excelente preservación de los elementos materiales usados en la producción salinera, a pesar de las inundaciones que cada año se registran en los pantanos durante la estación de lluvias. Los tanques de almacenamiento y fragmentos de postes de madera que sostienen a los tapeites pueden observarse, pero

272 el vestigio más duradero de la producción salinera son los montículos de tierra desechada, que han sobrevivido por espacio de décadas (Good 1995: 10). En el área bajo discusión tanto la producción salinera como la pesca son las actividades básicas, aunque existen otras ocupaciones, como el comercio a pequeña escala y el trabajo asalariado (dentro de la región o fuera de ella) que se utilizan como estrategias opcionales alternativas y complementarias. Durante la época de lluvias las familias se dedican básicamente a la pesca y en algunos casos a la agricultura. En la temporada de secas una parte de la población se ocupa en la producción de sal (Quiroz 1995: 187). La cuenca del río Balsas, que actualmente separa a los estados de Michoacán y Guerrero, en la época prehispánica fue una zona fronteriza entre los imperios tarasco y azteca. A continuación se discuten varios ejemplos de la industria salinera indígena procedentes de esta región. A finales de 1978 se efectuó en el área cultural “Norte de Guerrero” un recorrido de reconocimiento, dentro del proyecto de investigación arqueológica “Minas Prehispánicas y del Siglo XVI”. Como parte de este proyecto se estudió la manufactura de sal con técnicas tradicionales en el pueblo de Alahuiztlan. Todo lleva a suponer que las técnicas ahora utilizadas para la obtención de cloruro de sodio en este lugar son las mismas que se emplearon en tiempos prehispánicos para explotar este tipo de yacimientos. Dentro de los terrenos de una hacienda hay cuatro pozos de donde se extrae agua salada para obtener mineral de sal. El pozo principal, llamado Hueycollonqui (“el gran agujero”), mide 5.5 m de largo por 4.50 m de ancho y 12.15 m de profundidad; tiene por el lado sur una escalinata de mampostería, la cual, al igual que el muro vertical del pozo, conserva restos de un aplanado a base de cal y arena. Sólo se puede llegar al fondo del pozo cuando el nivel freático desciende, usando escaleras de madera (Besso-Oberto 1980: 23-31). Es probable que lo que motivó la construcción de los pozos haya sido la presencia a flor de tierra de pequeños manantiales de agua salitrosa; se excavó para alcanzar el manto acuífero y poder así disponer, en forma más o menos permanente, de mayor cantidad de agua salada. Aún ahora, y a pesar de la profundidad de los pozos, durante la cuaresma escasea esta agua y por eso se torna problemática la obtención de sal. También es difícil sacar sal en la temporada de lluvias, pues los pozos se anegan de agua dulce (Besso-Oberto 1980: 32, 35).

273 Para extraer el agua salada se utilizan recipientes elaborados a partir de plantas de la familia Bienoniaceae (Crescentia cujete) denominados tecomates. Baja una persona al pozo con dos de estos tecomates, los llena de agua salada y sale del pozo, para permitir que otra persona baje a realizar la misma operación. Una vez afuera, los salineros vierten el agua de los tecomates en los llamados cajetes, que están colocados sobre las “macetas” o bases circulares hechas con piedras amontonadas, que se encuentran sobre terrazas curvas. Los cajetes están formados por lajas de piedra verde, a las que se ha añadido un pretil hecho con una pasta de trementina de ocote mezclada con tierra cernida y ceniza. Para preparar esta pasta, los salineros colocan la resina en un apaste (vasija de barro, su nombre se deriva del náhuatl apaztli) puesto al fuego, y cuando la trementina se ha derretido completamente, con un chiquihuite utilizado a modo de arnero se le espolvorea tierra y se le añade un puñado de ceniza, mezclándolo todo con una pala de madera. La mezcla se deja al fuego hasta que adquiere la consistencia deseada, después se pasa a otro apaste que se ha espolvoreado con ceniza para que la pasta no se pegue al recipiente o a las manos mientras se amasa. La pasta se modela y se va colocando en círculo sobre la laja de piedra verde; se vierte luego trementina líquida en las junturas, para que el pretil se adhiera bien a la laja. Cuando la pasta y la trementina se han endurecido, adquieren casi la consistencia de la piedra. Una vez que los cajetes están llenos de agua salada, el calor del sol va evaporando el líquido y se van cristalizando los minerales salinos. Pero hay que llenar de agua varias veces los cajetes, hasta obtener una capa de sal que se pueda raspar con una cuchara. El mineral raspado se va depositando en el cajete central de cada “maceta” al que llaman tenepantle (“piedra de en medio”). Cuando los tenepantles están llenos de sal, el salinero pasa con un chiquihuite para recoger el mineral, que después deja un rato al sol, a fin de que se escurra el remanente de agua; luego la sal se pasa a un costal para poder transportarla a lomo de burro hasta el domicilio de los salineros. El mercado principal para la venta del producto está en Teloloapan, Guerrero, donde se vende por cargas, por medias cargas y por cuartillos: una carga equivale a 50 cuartillos, y un cuartillo a 1.5 kg aproximadamente. Ha disminuido bastante el mercado de consumo, ya que las ventas sólo se realizan ahora en Teloloapan y durante los días de plaza, mientras que antiguamente los tamemes o cargadores llevaban el producto a otros mercados, como los de Acapetlahuaya, Ixcaputzalco, Ixcateopan, Arcelia, Taxco e Iguala (Besso-Oberto 1980: 35-36).

274 Pasemos ahora a hablar sobre el área sureste del estado de México, en donde encontramos algunos parajes salineros de los que todavía se extrae este producto. En el poblado de San Miguel Ixtapan (Figura 2) hay 29 jefes de familia que conforman el grupo de salineros del pueblo y otros tantos retirados. Dentro del “Proyecto Arqueológico San Miguel Ixtapan” se llevó a cabo un registro etnográfico que da cuenta del trabajo tradicional, sus técnicas, los recursos naturales, las instalaciones, así como las rutas de comercio, los sistemas sociales de organización y de conocimientos (Mata Alpuche 1999). Uno de los objetivos principales del estudio fue relacionar el sitio arqueológico de Ixtapan --cuyo momento de auge se remonta al período Epiclásico (ca. 750-900 d.C.)-- con las salinas modernas y con esta comunidad especializada. De esta manera se lograron reconstruir comportamientos desarrollados por los pobladores en un pasado remoto de esta parte de la cuenca del Balsas (Mata Alpuche 1997: 59). Dentro de la riqueza mineral de esta región abunda el cloruro de sodio en forma de halita (sal gema) en el subsuelo, alternando con otros minerales. En esta zona de abundantes arroyos y de ríos caudalosos el salitre brota en el suelo, alimentando los pozos y veneros de las salinas de Ixtapan (Mata Alpuche 1997: 60). El método tradicional de obtener la sal es muy similar al mencionado para Alahuistlan: del pozo se obtiene el salitre, que es llevado a un tecajete o patio para que sedimente, obteniéndose salmuera. De ahí es acarreado a unas terrazas sobre las que se colocan unas lajas de piedra en cuyo borde circular hay adherido un aro de trementina que hace las veces de recipiente, llamado poche. Ahí se deja la salmuera durante cuatro días expuesta al sol, hasta que se evapora el agua y aparecen los granos de sal blanca cristalizada (Mata Alpuche 1997: 60). La Relación de las minas de Temascaltepec es una de las pocas fuentes que nos hablan sobre la industria salinera de la época colonial en el actual estado de Guerrero. Este texto dice lo siguiente: “no hay en Texcaltitlán y sus sujetos ningún género de sal. Provéense de Tejupilco, en el cual hay un sujeto que se llama Ixtapa a dos leguas de dicho pueblo, en el cual hay unas salinas de unos pozos de agua salada que la sacan de un arroyo que baja por una quebrada honda y echan el agua en unos hoyos que hacen en unas piedras, en los cuales se cuaja y cogen la sal con que se sustentan, y suelen vender alguna: sacan de cuatro a cuatro días media hanega de ella. Esto es en tiempo de seca, que durará cuatro meses que es poca cantidad”. Más adelante se lee en el miso documento que “no les falta cosa de comida ni vestido, que todo lo cogen de su

275 tierra[...] En un sujeto que se llama Ixtapa, cuatro leguas del dicho pueblo donde hay algunos pozos de agua salobre, pocos, hacen alguna sal para su propio sustento y por ser poca no alcanza para mas en sustentarse los naturales de ella[...]” (García Payón 1933: 50). La región de “tierra caliente” de Guerrero en épocas prehispánicas fue escenario constante de luchas territoriales entre aztecas y tarascos, por estar situada estratégicamente entre ambos dominios, aparte de contar con abundantes recursos minerales y agrícolas. Durante la Colonia existieron centros mineros importantes como Sultepec, Taxco y Temascaltepec, entre otros, así como haciendas ganaderas y cañeras. Esta región, unto con el sur del estado de México, ha estado desde tiempos muy antiguos íntimamente ligada con los procesos socioeconómicos y culturales de las poblaciones guerrerenses y michoacanas, a través de sus ferias religiosas y comerciales, integrándose al espacio cultural mayor de la cuenca del Balsas (Mata Alpuche 1997: 6162). Para los salineros de Ixtapan el “ciclo de la sal” comienza con la cuaresma. Desde fines de enero se comienzan a desyerbar las fincas salineras, tras de seis meses de inactividad; esta tarea la realizan grupos familiares. Durante el mes de febrero se desazolvan los pozos de salitre y los tecajetes, sacándoles del fondo toda el agua dulce, la arena y piedras, para que se llenen con salitre. Gradualmente va aumentando la temperatura hasta alcanzar 40o C en los meses de marzo y abril, suficiente calor para que cuaje la sal. Las jornadas son de aproximadamente siete horas al día, mañana y tarde, y siguen así hasta mediados de mayo, cuando ya es inminente la entrada del temporal de lluvias. En este lugar hay una docena de salinas en un radio aproximado de 10 km2. El método de evaporación solar tiene dos variantes a partir de las cuales se utilizan recipientes distintos para evaporar el agua salada: uno es el tradicional “poche”, y el otro, llamado “patio”, consiste en un piso firme y pulido de cemento hasta de unos 20 m2, cuya superficie se cuadricula con un pretil de 6.8 cm de alto, con las subdivisiones de aproximadamente 1 m2 cada una (Mata Alpuche 1997: 64). El trabajo tradicional de la sal se realiza en la época de secas, durante los meses de febrero a mayo. La recolección de la sal ya cristalizada se hace por la madrugada, cuando el sereno nocturno la mantiene húmeda y ello permite que se remueva fácilmente. Posteriormente se deposita en un chiquihuite para que escurra el agua que todavía contiene. Más adelante, se extiende en una superficie plana --normalmente una

276 gran piedra de las que están junto al río-- para el secado final, que lleva sólo unas cuantas horas (Mata Alpuche 1997: 65-66). Resumen y conclusiones En este capítulo hemos visto que los yacimientos de obsidiana y de sal hicieron de la cuenca de Cuitzeo en tiempos prehispánicos un “área económica clave” (cf. Weigand 1996b; Williams 2009, 2010) o estratégica. Tenemos un ejemplo de este mismo proceso en otra región del Occidente. En la zona lacustre del centro de Jalisco, al igual que en la cuenca de Cuitzeo, se han encontrado “aparte de los enormes talleres de obsidiana[...] cerca de Teuchitlán[...] otras evidencias de especialización. La sal del valle de AtoyacSayula parece ser otro recurso escaso que estaba siendo explotado en una escala masiva, a juzgar por las grandes cantidades de pozos para la evaporación[...] los niveles de producción[...] indican fuertemente que no se estaba produciendo solamente para el consumo local [...]” según Weigand “los ‘monopolios’ (el término indica acceso preferencial a la obtención de bienes para uso regional e intercambio) sobre la adquisición de obsidiana de alta calidad y de sal, pueden haber ayudado a la formación de bases económicas de los sistemas políticos evidentes en la zona nuclear.” Finalmente, este autor piensa que “la especialización en la adquisición y producción de estos dos recursos (desde la extracción y evaporación hasta el procesamiento y distribución) también se sugiere fuertemente[...]” (Weigand 1996b: 199). Las densas concentraciones de asentamientos en la región del río Lerma–centros urbanos, sitios ceremoniales, pueblos, aldeas, etcétera (cf. Weigand y Williams 1999)— necesitaron de enormes cantidades de sal para la subsistencia. Las principales fuentes naturales de este recurso se concentran casi en su totalidad dentro de la cuenca de Cuitzeo, por lo que los sitios salineros constituyeron un factor determinante para la estrategia económica, política y militar de las sociedades asentadas en esta parte del Bajío durante el periodo Clásico. Posteriormente, en el periodo Postclásico, el Estado tarasco tuvo control político sobre la cuenca (cf. Macías Goytia 1990), lo que le permitía al cazonci explotar para su beneficio los yacimientos de obsidiana y de sal (Williams 2009, 2010). Se han efectuado muchos cambios tecnológicos, ambientales y sociales en la cuenca de Cuitzeo y en la costa michoacana desde la conquista española, y el presente estudio etnoarqueológico debe de considerarse en el contexto de esos cambios culturales

277 para ser de alguna utilidad para las futuras investigaciones arqueológicas en el área (cf. Parsons 1989: 70-71, 1994, 1996, 2001, 2010, 2011). Con estudios como el presente se consigue información procesal que puede ayudarnos a entender mejor la industria salinera del área de estudio en la antigüedad, así como a identificar e interpretar las localidades prehispánicas procesadoras de este vital recurso. Las evidencias materiales de actividades salineras en la cuenca de Cuitzeo y la costa michoacana --tanto las recientes como las más antiguas-- han ayudado a constituir lo que Ewald (1997: 259-260) llama un “paisaje salinero”, que puede contribuir a la identificación de los sitios prehispánicos de producción de sal en el área de estudio. El material arqueológico (principalmente cerámica y lítica) observado en la superficie de la actual zona de salinas en Cuitzeo es muy abundante; este hecho aunado a la información etnohistórica que habla de la gran producción de sal en esta cuenca durante la primera mitad del siglo XVI, permite sugerir que esta actividad tiene raíces prehispánicas en la región, aunque aún no sepamos qué tan antiguas. Lo mismo podría sugerirse sobre la costa michoacana, aunque para asegurarlo harían falta más investigaciones arqueológicas de las realizadas hasta hoy. Como ya quedó dicho, los abundantes y densamente poblados asentamientos prehispánicos del Bajío y especialmente de la cuenca del río Lerma, a partir del Formativo y en mayor número durante el Clásico, seguramente encontraron en las salinas de la cuenca de Cuitzeo el abasto necesario de sal para cubrir sus necesidades alimentarias y de otro tipo, por ejemplo para curtir pieles, elaborar colorantes y conservación de alimentos, en especial el pescado, tan abundante en los ríos y lagos de la región. Durante el periodo Protohistórico el imperio tarasco buscó abastecerse del tan necesario cloruro de sodio en varias regiones, unas cercanas a la zona nuclear del Estado, como la cuenca de Cuitzeo, y otras más lejanas, como Sayula y la costa de Michoacán. La producción salinera en la costa michoacana se ha visto muy disminuida. Durante la temporada de campo del 2000, por ejemplo, solamente cuatro salineros estaban trabajando en La Placita, mientras que en las Salinas del Padre ya se han incorporado las mismas técnicas modernas que pueden verse en Cuyutlán, Colima, donde se usan lienzos de plástico en lugar de cal para cubrir las eras, y bombas de gasolina y mangueras de hule en lugar de cubetas para mover el agua y la salmuera. Las herramientas y técnicas tradicionales que se reportan en este trabajo probablemente desaparecerán de La Placita al morir los últimos salineros y olvidarse sus conocimientos

278 y tradiciones, ya que las generaciones más jóvenes no parecen interesarse en esta actividad. El estudio de producción de sal en la cuenca de Cuitzeo y la costa de Michoacán ha subrayado el valor de la etnoarqueología como herramienta para comprender las actividades salineras antiguas. Se ha discutido un complejo tecnológico tradicional con variantes que ilustran la adaptación cultural a distintos entornos ecológicos. A través del uso de datos etnográficos, arqueológicos y etnohistóricos, este estudio ha revelado que algunos métodos, herramientas y elementos todavía en uso tienen un notable parecido con los reportados en el siglo XVI. Los elementos y artefactos diagnósticos discutidos aquí pueden utilizarse para identificar sitios salineros en el registro arqueológico, de tal manera aumentando nuestra capacidad de detectar esta actividad, ya que la sal usualmente no se conserva por largos periodos. Con base en la información documental que pudimos localizar y analizar, es factible postular la existencia de varias técnicas de extracción de sal, así como varios niveles de producción, en Michoacán y otras partes del Occidente durante la Colonia y la época prehispánica tardía. Las técnicas extractivas podían ser relativamente simples, como la evaporación por calor solar, o más sofisticadas, utilizando fuego o filtrando las tierras que contenían el mineral deseado (Cuadro 8). Por lo que respecta a los niveles de producción, este es un punto muy problemático, pues los datos que tenemos para la Colonia muchas veces no son lo suficientemente exactos, aparte de que su proyección al pasado prehispánico no siempre se justifica sin una mayor contextualización. Otro problema es la dificultad para convertir las unidades de pesas y medidas empleadas en el siglo XVI a sus equivalentes modernos. Sin embargo, en términos generales algunas ordenanzas reales, como la recabada por Zorita en 1574: “[...]que los tributos sean menos que lo que solían pagar en tiempo de su infidelidad [...]” (Zorita 1984: 70) permitirían suponer por lo menos que la cantidad tributada en la época colonial no sería tan distinta de la prehispánica como para impedir cualquier intento de comparación. En términos generales podemos hablar de tres niveles de producción de sal en el antiguo Michoacán: en el primero se elaboraba suficiente cantidad como para exportar a otras partes de Michoacán, o incluso más distantes; el segundo nivel de producción bastaba solamente para el autoconsumo de los salineros y sus vecinos dentro de las comunidades; y finalmente, las fuentes registran pueblos en los que la sal no era

279 suficiente ni siquiera para el autoconsumo, por lo que había que complementarla con importación de otras regiones (de Michoacán o de fuera, p.ej. Colima). El estudio de los casos etnográficos y arqueológicos del Occidente y regiones cercanas discutidos en las páginas anteriores –Cuyutlán, Sayula, la costa guerrerense y la región del Balsas— permiten formular varias conclusiones generales, que se presentan a continuación. Primeramente, hay que señalar que los dos principales complejos de técnicas salineras usados en Mesoamérica, la cocción de la salmuera a fuego, o sal cocida, y evaporación bajo el sol, o sal solar, tiene cada uno un inventario de artefactos bastante distintivo (ver Parsons 1996, cuadro 2). Por ejemplo, sabemos que para la elaboración de sal cocida fue necesaria la utilización de grandes cantidades de recipientes de barro, como se ha señalado para Sayula y para otras regiones de Mesoamérica (Williams 2001a). En regiones fuera de Mesoamérica también se usaron grandes cantidades de recipientes de barro para la elaboración de cloruro de sodio. En las salinas de Zipaquirá, Colombia, los indígenas evaporaban la salmuera en ollas con capacidad de dos o tres arrobas (1 arroba= ca. 11.5 kg), y luego tenían que romperlas para extraer la sal (Cardale de Schrimpff 1981: 247). La fecha más temprana para producción de sal en Zipaquirá es de 150 a.C. Los enormes montones de fragmentos de vasijas de barro de burda manufactura permiten asegurar que el método empleado fue básicamente el mismo que todavía usaban los muisca casi 1,600 años después. Estas vasijas tenían el interior cuidadosamente alisado y bruñido para impedir que la salmuera se filtrara por los poros y reventara la vasija. En la superficie exterior eran completamente burdas, con las junturas entre los “rollos” de barro alisadas solamente en parte, para que fuera más fácil quebrarlos al momento de extraer el bloque de sal (Cardale de Schrimpff 1981: 248). Se han hecho cálculos aproximados sobre la cantidad de vasijas desechadas: en un área de 150 por 30 metros, se encontraron algo así como 400 ó 500 toneladas de tiestos. Parece probable que en Zipaquirá se utilizó algo más sofisticado que el fogón doméstico para cocer la salmuera (¿probablemente parecido a los hornos de Sayula?). El proceso casi con seguridad requería de todo un día; el color anaranjado de los tiestos sugiere que se vieron expuestos a temperaturas altas durante períodos considerables (Cardale de Schrimpff 1981: 248). Algunas estrategias de organización del trabajo que observamos ahora –por ejemplo en la costa guerrerense-- son muy interesantes, aunque su proyección al pasado prehispánico sea problemática. Por ejemplo, la división del trabajo en las salinas de la

280 costa de Guerrero es tal que las mujeres hacen casi todas las labores, y además son ellas las que transmiten los conocimientos a las hijas. También la estacionalidad es digna de tomarse en cuenta, pues en todo Mesoamérica las actividades salineras se llevan a cabo exclusivamente durante la época de secas; de esta manera no se compite con la agricultura o con otras actividades productivas propias de la estación lluviosa. Las redes de intercambio, que también están bajo control femenino en la costa de Guerrero, tienen a la sal como principal bien de comercialización, en ocasiones sirviendo como una unidad estandarizada de intercambio. Finalmente, en todos los casos etnográficos observamos una infinidad de artefactos y elementos de la cultura material (canastas, “guajes” o recipientes de origen vegetal, tapeixtles, etcétera) que por estar hechos de madera, de fibras vegetales o de otras sustancias orgánicas raramente se conservarían en el registro arqueológico, y otros (pozos, terreros, canales, etcétera) que serían difíciles de interpretar en contextos prehispánicos sin el apoyo de los datos etnográficos. Esto permite afirmar que la arqueología por sí sola difícilmente es capaz de darnos una visión realmente completa de todas las actividades que giraron en torno a la industria salinera en la época prehispánica. Pero la información que tenemos para áreas fuera del Occidente no es menos importante para complementar nuestros puntos de vista sobre producción e intercambio en nuestra región de interés. Por ejemplo, sabemos que en la cuenca de México el control de la industria salinera y de las rutas y mecanismos de distribución a larga distancia hizo necesaria una cada vez mayor complejidad sociopolítica (Parsons 1994). A partir del año 1200 d.C. el crecimiento demográfico a nivel regional en la cuenca hizo necesarias mayores cantidades de sal. Procesos similares se han detectado en Oaxaca (Peterson 1976) y en las Tierras Bajas del área maya (Andrews 1983, 1984). En Michoacán los Estados anteriores al tarasco, como los sistemas políticos de Las Lomas, en la ciénega de Zacapu (Arnauld et al. 1993) pudieron haber sufrido transformaciones similares, aunque nuestro conocimiento sobre el periodo pretarasco en Michoacán es todavía bastante incompleto. Los datos recabados por Parsons (1996) en la cuenca de México son relevantes para el análisis de la producción salinera prehispánica tanto en la cuenca de Cuitzeo como en la costa michoacana; esta perspectiva permite postular con base en información arqueológica, etnográfica y etnohistórica los rasgos y elementos diagnósticos que podríamos encontrar en sitios antiguos de producción. Las actividades asociadas con

281 manufactura de sal y sus probables manifestaciones arqueológicas han sido resumidas por Parsons (1996: cuadro 2) de la siguiente manera: A. Método de lixiviación y cocción 1. Excavar suelo salino. Esta actividad se asocia con localidades dispersas cambiantes de ubicación (según cambios en niveles del agua y de la playa); concentraciones difusas de restos cerámicos y líticos asociadas con campamentos temporales; implementos para preparación de alimentos (comales, ollas, piedras de fogones, etc.); implementos parecidos a “palas” para mover tierra; estructuras rudimentarias para abrigo temporal. 2. La transportación de tierra al taller requiere de accesibilidad para las canoas, especialmente a las fuentes salinas más distantes. 3. Procesamiento del salitre. Esta actividad requiere de talleres bien definidos, probablemente con una importante función residencial, incluyendo arquitectura de piedra o adobe y superficies grandes para mezclar distintos tipos de tierra; estructuras para llevar a cabo el lixiviado; restos de combustible y ceniza, grandes cantidades de ollas para cocer la salmuera (el análisis químico podría mostrar impregnación de sal); grandes piedras para los fogones; evidencia de mezcla de tierras a gran escala. 4. Empaque de la sal. Probablemente se llevó a cabo en el taller o cerca de él. Esta actividad tendría como probable marcador arqueológico grandes cantidades de recipientes de barro de baja calidad. También podrían encontrarse los talleres donde se elaboraba esta cerámica “desechable”. 5. Consumo de sal. Pequeñas cantidades de la loza salinera usada para empacar la sal cristalizada, encontradas en toda la región abastecida por las salinas. B. Método de evaporación solar 1. La evaporación de la salmuera pudo haberse facilitado con estanques artificiales (visibles en el registro arqueológico como muros pequeños de tierra o de piedra), así como grandes cantidades de cuencos cerámicos grandes y llanos, que no mostrarían indicios de calentamiento. Las localidades de producción pueden caracterizarse por una mayor concentración salina en la superficie, lo cual podría verse en fotografías aéreas. Otros rasgos diagnósticos serían concentraciones dispersas de restos cerámicos y líticos en la superficie, asociados con asentamientos estacionales con artefactos para la preparación

282 de alimentos (comales, ollas), pero probablemente sin arquitectura permanente ni fogones. 2. Excavación de la costra de salitre. Esta actividad puede manifestarse arqueológicamente por “cuchillos” de piedra quebrados, por implementos para la talla de piedra, o bien “raspadores” desgastados. 3. Procesamiento de la sal. Los talleres de procesamiento probablemente se localizaban cerca de las fuentes salinas. Lo que desconocemos es la proporción entre matriz de tierra y procedimientos de limpieza requeridos para quitar el polvo y otras impurezas; no sabemos hasta qué punto el producto pudo haberse transportado a talleres más permanentes para pulverizarse, limpiarse, etcétera. Si esta transportación era a granel, entonces sería importante tener acceso en canoa al área de talleres. Los artefactos y elementos asociados a estas actividades son difíciles de predecir. 4. Empaque del producto. Esto pudo no haber sido necesario si la sal se transportaba en forma de “bloque”, pero si se pulverizaba antes de transportarla, sería necesario algún tipo de recipiente barato (barro, textil, cestería). 5. Residencia de los salineros. Para la producción estacional, cualquier lugar a una distancia aproximada de un día de camino de las salinas, para la producción permanente, probablemente dentro de la misma parte de la costa donde estaban los talleres (los talleres más grandes podrían mostrar evidencias de residencias permanentes). 6. Finalmente, el consumo de sal es incierto en cuanto a los restos arqueológicos que dejaría; si se estaba empacando la sal, se encontrarán pequeñas cantidades de vasijas especializadas en sitios de consumo en toda la región de estudio. Esta información de Parsons nos presenta una perspectiva procesal para integrar la información etnográfica y arqueológica a un caso concreto. Los datos de Parsons (1994, 1996, 2001) sobre la cuenca de México son muy relevantes para el resto de Mesoamérica, incluyendo Michoacán. Habrá que tomar en cuenta esta información etnoarqueológica al diseñar investigaciones de campo orientadas hacia el tema de la industria salinera. Para cerrar este capítulo mencionaremos brevemente el trabajo de Pétrequin et al. (2001), quienes realizaron una investigación etnoarqueológica basada en la búsqueda y documentación de ejemplos actuales de producción en manantiales salinos por grupos de agricultores, que usan el fuego pero no utilizan recipientes de barro cocido para realizar el proceso. Este trabajo se llevó a cabo en Irian Jaya, en el oeste de Nueva

283 Guinea, con el objetivo de elaborar un modelo que ayudara a comprender por analogía esta industria en otras partes del mundo. También se analizaron el contexto social y el significado ideológico del intercambio de “panes de sal” para producir “un modelo etnográfico de producción de cloruro de sodio que usa fuego pero no usa cerámica” (Pétrequin et al. 2001: 40). Para llevar a cabo la producción de “sal negra” en las tierras altas orientales de Nueva Guinea los hombres y mujeres llegan a un valle a pocas horas de sus aldeas, para dedicar varios días a la explotación de las fuentes salinas. La técnica consiste en mojar fibras y tiras de troncos de bananos (que previamente han sido cortadas, golpeadas, machacadas) en salmuera por varias horas. Posteriormente las fibras saladas se tienden a secar sobre bloques de piedra arenisca junto al manantial, para luego hacer madejas y llevarlas en un palo a la aldea. Una vez ahí pasan varios días bajo el sol y se envuelven en paquetes ovalados para quemarlas y transformarlas en carbón sobre un fuego pequeño que tienen en una roca. Las cenizas saladas resultantes, que tienen un alto contenido de carbón, se envuelven de nuevo para intercambiarse a cortas distancias (Pétrequin et al. 2001). Dicen los autores que “los restos ‘arqueológicos’ de esta forma de explotación de manantiales salinos son[…] leves y eminentemente frágiles. Aparte de [una] presa hecha de piedras sueltas y aluvión, que marca el límite de la alberca en la que se remoja la materia vegetal[…] el lento quemado de los paquetes de plantas impregnadas en sal deja muy poco carbón, que tiene pocas probabilidades de quedar atrapado en los sedimentos[…]” Lo mismo pasa con la madera “que se usa como combustible, para la construcción de las casas y hacer las cercas[…] Es probable entonces que los restos arqueológicos asociados con la manufactura de sal ni siquiera serían detectados por el arqueólogo” (Pétrequin et al. 2001: 43-44). En esta región también se produce sal blanca, en manantiales que actualmente se explotan a una escala muy grande para la producción de “panes” destinados al comercio a larga distancia, hasta 270 km en línea recta. Las técnicas de elaboración son un tanto diferentes a las mencionadas arriba. Pétrequin et al. (2001) dicen que “a fin de poder remojar las plantas en salmuera, siempre es necesario construir un cuenco de contención, directamente junto a la fuente del manantial salino”. Esta presa es una estructura hecha “con tablas horizontales sostenidas por estacas y cubiertas de tierra en su parte interior, que se ha construido según un tipo clásico de terraza agrícola sobre una gradiente empinada”[…] Según los autores citados, “la construcción y mantenimiento

284 de estos cuencos permanentes son responsabilidad del ‘dueño’ del manantial salino” -con este término se refieren al “representante del linaje a quien[…] los primeros antepasados le enseñaron los rituales que hacen que fluya la salmuera del cuerpo de un ser sobrenatural” (Pétrequin et al. 2001: 45-46). Los cuencos tienen que reconstruirse periódicamente, y el más bajo siempre consiste en tan sólo una hilera de piedras y por lo menos una concavidad; además tiene que haber una superficie seca y plana (usualmente una terraza de por lo menos 100 m2) para apilar la leña y quemar las plantas remojadas en salmuera. Cuesta abajo de esta terraza los restos de carbón de los grandes fuegos que se usan para “cocinar la sal” son decantados diariamente. Las observaciones etnográficas discutidas arriba son usadas por Pétrequin y sus colaboradores para desarrollar un modelo etnográfico aplicable a la producción salinera de la prehistoria. Este modelo consta de ocho “puntos clave”, resumidos a continuación: 1) la atracción que los manantiales salinos ejercían sobre los habitantes de la región estaba basada en la capacidad de explotar las fuentes salinas y de organizar el comercio a larga distancia de panes de sal; 2) la construcción de un sistema para recolectar la salmuera y de los cuencos en donde se remojan las plantas, dejarían huellas arqueológicas perdurables; 3) los restos de edificios construidos en los sitios salineros, para usarse por los productores en sus visitas eventuales deben ser visibles desde las salinas y son erigidos sobre terrazas preparadas, además es indispensable que dejen huellas arqueológicas visibles; 4) concentraciones de carbón acumulado como resultado de la producción de sal. Según Pétrequin et al. (2001: 51), “en Nueva Guinea cientos de metros cúbicos de leña se queman cada año frente a los edificios usados para extraer sal, y el carbón se tira cuesta abajo”; 5) el análisis del polen (como parte del estudio de los sedimentos depositados debajo del área de explotación) permite “leer” la historia de la deforestación del área --tanto con fines agrícolas como de producción de sal; 6) las variaciones relativas en las condiciones de sedimentación en el lugar de explotación o corriente abajo. La elaboración por medio de fuego necesariamente implicaba el uso de grandes cantidades de leña para la combustión (ver el punto 4), y la deforestación a gran escala durante muchas generaciones afecta la manera en que se capta y se corre el agua de lluvia, creando nuevos tipos de erosión;

285 7) las consecuencias sociales y económicas asociadas a la producción e intercambio de panes de sal. En términos arqueológicos, buscaríamos en la vecindad de las fuentes salinas concentraciones inusuales de riqueza tales como acumulaciones de bienes importados o de ofrendas funerarias; 8) el último punto clave tiene que ver con determinar la relación que pudiera existir entre la elaboración y distribución del producto por una parte y la densidad poblacional por la otra. Haciendo referencia al caso de Irian Jaya, los autores comentan que “parece que la sal, ya sea extraída del mar o de manantiales salinos, solamente es codiciada en las regiones con densidad poblacional alta” e incluso se usa como una forma de riqueza o para el intercambio (Pétrequin et al. 2001: 52). El interés de los autores citados arriba por realizar investigaciones etnográficas entre los indígenas de Nueva Guinea estuvo orientado hacia la adquisición de información de primera mano para llevar a cabo analogías y así construir tanto “argumentos puente” como una “teoría de alcance medio” para ligar los objetos del contexto arqueológico con la teoría social usada para explicarlos. Sin embargo, Pétrequin y sus coautores reconocen que las comunidades de Irian Jaya no tienen ninguna relación social o histórica con las poblaciones prehistóricas que ellos estudian en Europa occidental. Dicen además que no podemos obtener conclusiones razonables acerca del pasado a partir de situaciones particulares de sociedades contemporáneas. Es cierto que el enfoque etnoarqueológico seguido por estos autores no está basado en comparaciones primarias, pero lo que ellos buscan es proponer hipótesis de trabajo, desarrolladas a partir de la observación de ejemplos del presente. Los modelos resultantes se someterán a prueba y servirán para “dar un aliento renovador a los procesos de pensamiento de los arqueólogos, y hacerlos pensar fuera de sus límites culturales tradicionales” (Pétrequin et al. 2001: 50). Este objetivo es el mismo que hemos perseguido a lo largo de toda la investigación que presentamos en este libro.

286 CAPÍTULO V LA SAL COMO FACTOR EN LA EXPANSIÓN DEL IMPERIO TARASCO En este capítulo se usa información arqueológica, etnohistórica y etnográfica de la zona tarasca, del centro de México y de otras partes de Mesoamérica, para ayudar a comprender el sistema social, político y económico del Estado tarasco, a fin de poder contextualizar el comercio y tributación de sal, junto con otros recursos estratégicos, y entender su papel en la expansión del imperio. Antecedentes A principios del siglo XVI una buena parte del Occidente de México se encontraba bajo el dominio político del imperio tarasco, Irechecua Tzintzuntzani, el segundo imperio más poderoso de Mesoamérica después de la Triple Alianza de los aztecas (Pollard 1993, 2009). En 1522 el rey (llamado irecha, o cazonci) gobernaba sobre un dominio de más de 75,000 km2, abarcando la mayor parte del actual estado de Michoacán y porciones de Jalisco, Guanajuato, Guerrero y Colima (Pollard 1993: mapa 12). El Estado tarasco del periodo Protohistórico (ca. 1450-1530 d.C.) fue quizás el sistema sociopolítico más fuertemente centralizado en Mesoamérica en su época. El reino tarasco es un ejemplo de formación estatal que exhibe características comunes a las sociedades complejas antiguas: una alta centralización del poder y de las actividades económicas y una rápida expansión. Esta formación estatal no puede entenderse fuera de su contexto histórico y ecológico (Pollard 1993: 181). El área nuclear geopolítica del imperio tarasco se encontraba en la cuenca del Lago de Pátzcuaro, donde había más de 90 comunidades, con una población total calculada entre 60,000 y 105,000 personas (Pollard 2003a). En algún momento alrededor del año 1440, se dieron los primeros pasos para institucionalizar las conquistas militares y producir un Estado tributario (Pollard 1995); esto implicó la creación de una burocracia administrativa y la asignación a los miembros de la nobleza de los territorios conquistados. En las siguientes décadas el Estado realizó una expansión militar que conquistó y anexó la porción central de Michoacán por parte de la elite gobernante (Pollard 2003a).

324 CAPÍTULO VI CONCLUSIONES GENERALES Para entender la relevancia del cloruro de sodio dentro de la economía política del imperio tarasco, es necesario recordar que la cuenca de Pátzcuaro, donde se asentaba la sede del poder político, carece de fuentes naturales de sal, de obsidiana, de pedernal y de cal, productos indispensables para la supervivencia y reproducción de todos los hogares dentro del periodo Protohistórico; también hacían falta muchos bienes suntuarios codiciados por la elite (Pollard 1993: 113). Las áreas de aprovisionamiento de sal para el imperio tarasco fueron la cuenca de Cuitzeo –de hecho, desde el periodo Clásico (ca. 300-900 d.C.) las comunidades que poblaron la vertiente del río Lerma tenían a esta fuente como la más cercana y productiva--, la cuenca del Lago de Sayula (Jalisco) y la costa de Michoacán. Los mecanismos para el intercambio de este y otros muchos bienes escasos fueron los mercados regionales, el comercio a larga distancia y el pago de tributos por los pueblos sometidos por el imperio. Si bien la costa de Michoacán no formó parte del imperio tarasco –salvo por la desembocadura del río Balsas durante la época de mayor expansión territorial (Pollard 2000: Figura 5.1)--, tanto los datos etnohistóricos (y recientes) que mencionan la gran productividad salinera de la región, como la analogía con otras partes del litoral del Pacífico, desde Sinaloa hasta Guatemala, permiten sugerir que las zonas costeras del norte del estado de Michoacán y sur de Colima estuvieron de hecho entre los principales abastecedores de cloruro de sodio de la capital tarasca y los numerosos asentamientos de la cuenca del Lago de Pátzcuaro. Para evaluar el posible papel de la industria salinera de la costa michoacana también resulta ilustrativo examinar varios casos de otras regiones de Mesoamérica. Por ejemplo, las salinas más productivas de la zona maya eran las costeras, que proporcionaban la sal más pura y codiciada. Es posible sugerir una situación análoga en el Occidente, con explotación salinera tanto en las tierras altas del interior como de las zonas costeras. La blanca sal de Colima fue durante la Colonia y sigue siendo en la actualidad una de las más preciadas de México, lo cual confirma la predilección por el producto de salinas costeras. Las fuentes etnohistóricas del siglo XVI reflejan una gran productividad en la zona litoral del Occidente. Sin embargo, estas regiones fueron

325 prácticamente despobladas a raíz de la Conquista, lo cual dificulta establecer con certeza continuidades culturales entre el pasado prehispánico y la situación descrita por las fuentes del siglo XVI y posteriores. El comercio en general y la tributación de bienes escasos y recursos estratégicos fueron muy importantes para todos los Estados arcaicos. En el caso del Occidente de México, las ideas de Phil Weigand (derivadas de los estudios de Fernand Braudel, 1980) son bastante relevantes. Según este autor, el intercambio de recursos escasos se expresa en dos niveles de interacción distintos pero interrelacionados. El aspecto más generalizado y perdurable se llama estructura comercial e incluye materiales (ya sea recursos básicos o de lujo) que son tan necesarios, ya sea a nivel práctico o de status, que circularán sin importar la configuración política o económica particular existente en un periodo específico. Weigand propone que la obsidiana y la sal son buenos ejemplos de un recurso escaso básico que simplemente tenía que circular continuamente para que prosperara el sistema social del ecúmene, o cualquiera de sus componentes. La turquesa por otra parte es ejemplo de un recurso escaso de lujo que circulaba constantemente para satisfacer los deseos de señalar el status y las necesidades religiosas de las elites dentro del ecúmene. Sin importar lo que suceda a uno o a varios de los participantes, estos bienes seguirán fluyendo, por su valor intrínseco dentro del sistema mayor. Este autor piensa que la estructura comercial está constituida por una serie entrecruzada de redes comerciales que son bastante vulnerables a cambios en la composición de sus participantes. Cuando uno o varios de ellos se colapsan, se retiran o dejan de participar, toda la red deja de funcionar. Las redes comerciales son particularizadas y especializadas, mientras que la estructura comercial es envolvente y generalizada (Weigand 1982, 1993b; Williams y Weigand 2004). El flujo de bienes escasos y estratégicos desde las zonas de obtención hasta el núcleo del Estado tarasco fue asegurado por el cazonci siguiendo una estrategia geopolítica que mantenía a los pueblos productores bajo la obligación de pagar el tributo, y a las líneas de comunicación con la capital siempre abiertas. Esta estrategia explica en parte cómo es que este imperio hegemónico llegó a ser uno de los más poderosos del México antiguo, rivalizando incluso con los aztecas. Como ya ha quedado establecido en las páginas anteriores, la producción, la distribución comercial, el control militar del acceso a las

326 fuentes productivas y finalmente la tributación de sal fueron aspectos críticos de gran relevancia estratégica dentro de la vida económica y social de los tarascos. La expansión del Estado hacia zonas alejadas de la capital –la cuenca de Cuitzeo, la cuenca de Sayula y la costa de Michoacán- se explica por la necesidad de obtener bienes escasos y recursos estratégicos, entre los cuales siempre sobresalió cloruro de sodio. Este compuesto químico tuvo un papel primordial dentro de la economía mesoamericana por la sencilla razón de que las fuentes de abasto salino no estaban distribuidas de manera uniforme en el paisaje, por lo que desde tiempos tempranos se crearon mecanismos de distribución como mercados regionales, comercio a larga distancia y un complejo sistema tributario. Los imperios hegemónicos como el azteca y el tarasco obtuvieron recursos estratégicos o escasos (sal, metales, obsidiana, turquesa, jade, piedras semipreciosas, pieles, cacao, algodón, textiles, plumas, cerámica, entre muchos otros) a través de una vasta red tributaria. La economía política de estos imperios mesoamericanos se basó en una forma de organización que incluía complejos sistemas para la recaudación de impuestos, así como almacenes reales, obras públicas a gran escala y tierras reales. La economía se vio dirigida y regulada por el organismo político, a través del control por la elite de los medios fundamentales de producción (tierra y trabajo). El enfoque comparativo seguido en el presente estudio ha sido muy esclarecedor, al permitir comparaciones que complementan la información para el Occidente, muchas veces fragmentaria debido a la falta de investigaciones. Hemos visto que en el Viejo Mundo aparecieron asentamientos alrededor de manantiales salinos desde por lo menos el periodo Neolítico (ca. 7000-2000 a.C.), en los que se obtenía sal por cocción. Posteriormente, la industria salinera fue muy importante para el desarrollo económico y social de muchos Estados arcaicos, por ejemplo China, donde existieron grandes monopolios para la producción y comercio de cloruro de sodio desde por lo menos hace unos 2,000 años. Tanto la tecnología de extracción como los sistemas tributarios chinos fueron los más desarrollados de su época. Dos ejemplos tomados de la literatura histórica --de Europa y África respectivamente-- sirven muy bien para ilustrar el papel fundamental que jugó la sal en la economía de prácticamente todo el mundo antiguo, especialmente entre las sociedades

327 agrícolas de la antigüedad. La pesca fue una de las principales fuentes de alimentos para el norte de Europa durante la Edad Media, y el procesamiento de pescado requería de enormes cantidades de sal para su conservación. Grandes imperios marítimos y comerciales como el de la Liga Hanséatica prosperaron gracias al comercio de pescado, que hubiera sido imposible sin salarlo para transportarlo. Por otra parte, en amplias regiones de África donde escaseaba el cloruro de sodio surgieron extensas redes de comercio que atravesaban enormes distancias, usando a esta mercancía como bien de intercambio por productos como oro, marfil y esclavos. De hecho, en partes remotas de África la sal tenía más valor que el oro, y todavía hasta nuestros días sigue haciendo las veces de unidad de intercambio, lo cual es algo que tiene raíces muy antiguas en la región. Al igual que en el resto del mundo antiguo, en Mesoamérica el cloruro de sodio también fue un recurso vital para la subsistencia, y lo siguió siendo durante la Colonia y hasta la actualidad. Los datos arqueológicos y etnohistóricos con que contamos principalmente para los aztecas y los mayas, nos permiten asegurar que este recurso estratégico fue un bien de comercio y de tributo muy codiciado desde tiempos más remotos en el pasado prehispánico. Los datos comparativos presentados incluyen al centro de México, Oaxaca, Puebla y el área maya, además de las principales regiones del Occidente para las que tenemos datos sobre explotación salinera en la antigüedad. Esta perspectiva comparativa resulta muy útil para comprender mejor varios aspectos de las técnicas salineras, así como el papel jugado por este bien indispensable dentro de la economía de los grupos humanos que habitaron el Occidente, pues la información arqueológica y etnohistórica a nuestra disposición en esta área cultural es fragmentaria. Dentro de la tecnología mesoamericana se hizo uso de la sal para varios fines, principalmente en la industria textil, como mordiente para fijar colorantes. A este uso hay que añadir otros igual de importantes, por ejemplo la conservación de alimentos (principalmente pescado) y su utilización en rituales y prácticas curativas. Finalmente, sabemos que la sal se empleó como unidad de intercambio, lo cual sigue todavía vigente en varias regiones de México y Centroamérica. Pero fue el papel de este compuesto químico dentro de la dieta lo que le dio su mayor valor como recurso estratégico.

328 La dieta de los primeros pobladores de la parte de México y Centroamérica que eventualmente se conocería como Mesoamérica hace unos 10,000 años consistió principalmente en animales y plantas silvestres. Los animales disponibles al ser humano en la época prehistórica, particularmente los herbívoros como el búfalo, el venado y el alce, tenían un gran gusto por la sal 1 y viajaban grandes distancias para obtenerla. Los salegares o lamederos 2 eran lugares favoritos en la época prehistórica para cazar estos animales y otros, incluyendo varios hoy extintos, como el mamut (Dauphinee 1960: 397). En el caso de animales y seres humanos el gusto por el cloruro de sodio es más pronunciado entre aquellos que llevan una vida mayoritariamente vegetariana, en comparación con los cazadores que se nutren principalmente de carne. Podemos entonces suponer que los grupos humanos de la prehistoria al irse volviendo cada vez más sedentarios y basar mayor parte de su subsistencia en el cultivo de plantas alimenticias, empezaron a experimentar carencia de este mineral y se vieron en la necesidad fisiológica de añadirla a la comida. El resultado de esto fue un gusto o apetito por la sal que sigue hasta nuestros días (Dauphinee 1960: 399). La domesticación de plantas alimenticias fue un proceso largo, que inició en Mesoamérica a finales del Pleistoceno (hace unos 10,000 años; Flannery 1986: 14) y abarcó la totalidad del periodo Arcaico (ca. 7,000-2000 a.C.). Durante este tiempo el consumo de plantas domesticadas –maíz, frijol, jitomate, calabaza, chile, etcétera—fue aumentando cada vez más, mientras que el consumo de animales silvestres –en particular especies grandes-- perdía cada vez más la importancia en comparación con la incipiente agricultura. Los animales cazados antes de ca. 7000 a.C. incluían al caballo y al berrendo, aunque más de la mitad de las especies consumidas eran conejos y otros animales pequeños (zorro, zorrillo, coyote, ardilla, pájaros, tortugas, lagartijas y roedores). Algunas plantas silvestres como el mezquite también se aprovechaban. En el medio ambiente posterior al Pleistoceno (ca. 6500 a.C.) el caballo ya se había extinguido y los berrendos se habían reducido en número; la adaptación para la subsistencia estaba ahora más orientada hacia la explotación de varias plantas silvestres (setaria, amaranto, tunas, aguacate y chupandilla) (Bray 1977: 227; cf. Flannery y Wheeler 1986: 286). Finalmente, al establecerse plenamente la vida 1 Experimentos realizados con ganado moderno han demostrado que la falta de sal en la dieta durante varios meses conduce invariablemente a la enfermedad y eventualmente a la muerte (Dauphinee 1960: 398). 2 Lugares con abundante sal en el suelo donde se reúnen los animales a lamerla.

329 aldeana sedentaria alrededor del primer milenio antes de nuestra era, el consumo adicional de sal fue cada vez más indispensable. El deseo de comer este mineral es análogo a la sed o el hambre; son sensaciones responsables de la regulación de la ingesta mínima requerida de nutrientes y de agua para mantener la vida en el organismo (Dauphinee 1960: 401). Posteriormente, en el periodo Clásico (ca. 200-900 d.C.) y Postclásico (ca. 9001521 d.C.) existieron en el Occidente grandes concentraciones de población, que hicieron necesario el abasto salinero por parte de los sistemas políticos de las distintas regiones. En resumen, con base en la información arqueológica disponible para el Occidente, podemos suponer que durante los periodos Arcaico y Formativo existieron concentraciones de población relativamente pequeñas –aldeas y pueblos—para las que bastaba la explotación de salinas a nivel local o doméstico, con poco comercio interregional. Durante el Clásico y Postclásico, por otra parte, los grandes asentamientos –ciudades, centros administrativos, centros ceremoniales, etcétera—hicieron necesaria una explotación de salinas a nivel regional y a escala industrial. El comercio y la tributación igualmente fueron a gran escala, vinculando a las áreas productoras de varias regiones con los principales centros urbanos. Como señalamos anteriormente en este libro, los arqueólogos dependen para construir sus modelos del conocimiento con que se cuenta actualmente sobre los rangos de variabilidad en la forma, estructura y funcionamiento de los sistemas culturales. Gran parte de esta información ha sido proporcionada por investigaciones etnográficas; es la información básica que sirve para ofrecer proposiciones explicativas sobre el registro arqueológico (Binford 1972: 69). En los últimos años los arqueólogos han reconocido con renovado interés la necesidad de obtener datos comparativos del mundo moderno; esto lo explica Lewis Binford de la siguiente manera: “el registro arqueológico[...] es un fenómeno contemporáneo, y las observaciones que hacemos acerca de él no son enunciados “históricos”. Necesitamos sitios que preserven cosas del pasado, pero igualmente necesitamos las herramientas teóricas para dar significado a estas cosas cuando las encontramos. El identificarlas acertadamente y reconocer sus contextos dentro del comportamiento antiguo depende de un tipo de investigación que no puede realizarse en el mismo registro arqueológico.” Con base en las ideas expresadas aquí, Binford llega a la siguiente conclusión: “si pretendemos investigar las relaciones entre lo estático y lo

330 dinámico, debemos de poder observar ambos aspectos simultáneamente, y el único lugar donde podemos observar el aspecto dinámico es en el mundo moderno, en este momento y en este lugar” (Binford 1983: 23). La etnoarqueología se desarrolló como una disciplina que buscaba integrar los hallazgos y contextos arqueológicos con la información etnográfica (Willey y Sabloff 1980: 185). Específicamente, surgió desde una perspectiva arqueológica para mejor interpretar la cultura material, de esa manera obteniendo información sobre artefactos y tecnologías directamente de los individuos que estaban involucrados en su producción. Los estudios etnoarqueológicos tienen como objetivo un mejor entendimiento de las relaciones entre el comportamiento humano y los contextos de cultura material (Kolb 1989: 292-293; Williams 2005b). Un primer paso en la investigación etnoarqueológica de la producción de sal en la cuenca de Cuitzeo y en la costa de Michoacán ha sido identificar las huellas que dejan sobre el paisaje las actividades salineras. Podemos mencionar principalmente los canales que llevan el agua salobre de los manantiales a las “fincas”, y que han sido “fosilizados” por la acumulación de sustancias minerales, también las “eras” o tinas de evaporación pueden preservarse en el registro arqueológico. Otros elementos del “paisaje salinero” (cf. Ewald 1997) bastante visibles son los “terreros”, acumulaciones de tierra lixiviada que abundan en las áreas de trabajo de los salineros. Finalmente hay que mencionar la cerámica especializada, que desde la época prehispánica hasta tiempos recientes ha sido uno de los principales elementos diagnósticos de la industria salinera tradicional. Si bien ahora se piensa que tipos cerámicos como el Texcoco Fabric Marked se utilizaron más para el empaque y transportación que para la cocción de salmuera (Parsons 2001: 251), tenemos datos etnohistóricos y arqueológicos que hablan de recipientes de arcilla usados para cocer la salmuera y obtener sal cristalizada en muchas partes del Occidente, así como del resto de Mesoamérica y fuera de ella (Williams 2001). Una de las observaciones etnográficas realizadas en los sitios salineros michoacanos que tiene relevancia para la arqueología es que los movimientos de tierra dentro de los talleres, por ejemplo al mezclar los distintos tipos de tierra antes de lixiviarla, así como el

331 uso constante de tierras “recicladas” ocasiona una mezcla de los materiales arqueológicos, por lo que la excavación en uno de estos sitios tal vez no sería útil para definir una secuencia estratigráfica con base en la cerámica. Otro factor que habría que tomar en cuenta para un estudio arqueológico sobre sitios salineros, es la gran cantidad de artefactos utilizados actualmente que por estar hechos de materiales perecederos (madera, fibras, cestería, pieles, etcétera), difícilmente dejan huella en el registro arqueológico (ver el Cuadro 7). Es por esto que las observaciones etnográficas de contextos sistémicos (cf. Schiffer 1988) son indispensables para formarnos una idea lo más completa posible sobre las actividades salineras antiguas. La excavación arqueológica por sí misma difícilmente podría darnos una visión realmente completa de esta industria. La información documental que estudia la etnohistoria nos habla de las técnicas utilizadas por los salineros al momento de la Conquista y entrado el siglo XVI, que pensamos son iguales o muy parecidas a las prehispánicas. Sabemos, por ejemplo, que las fuentes salinas explotadas en la época prehispánica fueron principalmente de los siguientes tipos: estanques naturales o charcos salinos, esteros marinos, lagunas interiores, manantiales, pozos y tierras saturadas de sal (Reyes 1993); las técnicas se redujeron principalmente a dos tipos: sal solar, que utilizaba el calor del sol para evaporar la salmuera y obtener sal cristalizada, y sal cocida, en la que la evaporación se lograba calentando la salmuera bajo fuego directo, en recipientes de barro. Los datos presentados en este libro se refieren tan sólo al inicio de una investigación a largo plazo sobre las actividades ligadas a la subsistencia en regiones del territorio tarasco que hasta ahora han sido poco estudiadas. La producción de sal es tan sólo una faceta del conjunto de actividades que conformaron a través de los siglos las estrategias de adaptación al medio en una muy extensa región del actual estado de Michoacán. Queda todavía mucho por hacer en el campo de la etnoarqueología y la etnohistoria de esta región. La cuenca del lago de Cuitzeo y la costa michoacana ofrecen la oportunidad de estudiar aspectos de la vida humana en contextos que se han mantenido relativamente poco alterados, o que por lo menos todavía conservan bastantes vestigios de las costumbres antiguas. Investigaciones realizadas recientemente en regiones cercanas a la cuenca de Cuitzeo, como la zona de

332 ciénagas del Alto Lerma, ponen de manifiesto la riqueza de información que puede obtenerse a través de investigaciones etnoarqueológicas en contexto palustres y lacustres (Sugiura et al. 1998; Williams 2014a, 2014b). Las actividades de subsistencia tradicionales que han persistido hasta nuestros días en lugares como la cuenca de Cuitzeo o la costa michoacana son importantes pues nos presentan con material comparativo para realizar inferencias sobre la adaptación humana a estos entornos ecológicos en la época prehispánica. Este tipo de investigación es urgente, porque la rápida transformación cultural y económica visible en estas y otras partes del México moderno amenaza con borrar para siempre los últimos vestigios de formas de vida que se originaron en el pasado prehispánico. Entre las prioridades para las futuras investigaciones etnoarqueológicas y arqueológicas podemos mencionar las siguientes: (1) localizar los sitios salineros prehispánicos en el área de investigación, y realizar excavaciones de prueba en una muestra representativa de ellos; (2) hace falta más trabajo en archivos, para complementar nuestros conocimientos sobre producción y tributación de sal en Michoacán durante el siglo XVI hasta fines de la Colonia; (3) son necesarios más estudios cuantitativos sobre producción, incluyendo la lixiviación de salmuera, ya que esta información es muy limitada en los estudios existentes. Nos interesaría principalmente la inversión de energía, de materias primas (salitre, agua), así como el tiempo necesario para la evaporación, la cantidad de sal producida por unidad de tierra, de salmuera, de trabajo y de tiempo; (4) cantidad de restos materiales producidos en las salinas; (5) territorialidad entre los salineros: ¿cómo se divide el paisaje entre los productores? (6) finalmente, hacen falta estudios detallados sobre la geoquímica en diferentes etapas del proceso de elaboración, desde las materias primas hasta el producto terminado. Las artesanías que giran en torno a la producción de sal con técnicas tradicionales – alfarería, cestería, elaboración de cal-- así como la arriería y el trueque (Williams 2014a, 2014b), son actividades que han desaparecido casi en su totalidad dentro de las zonas salineras discutidas en este trabajo. Su estudio resulta prioritario, para rescatar aspectos poco conocidos de una forma de vida que es importante para la construcción de nuestra memoria colectiva.

287 El Estado tarasco del siglo XVI tuvo una alta centralización política y un control casi absoluto sobre su territorio. La administración central del Estado estaba localizada en Tzintzuntzan, la ciudad capital, donde el rey tenía su corte, y desde donde administraba justicia y recibía a los emisarios de fuera de su territorio. La corte incluía miembros de la nobleza tarasca en una serie de cargos organizados jerárquicamente. Debajo de esta corte real se encontraba una numerosa burocracia formada tanto por miembros de la nobleza como por plebeyos (Pollard 2003a). La “nación” tarasca estaba dividida en dos grupos principales: por una parte la “nobleza” que consistía en dos familias interrelacionadas, miembros del linaje real, y por otra parte el pueblo. Dentro de la nobleza había varios estratos: administradores civiles, diferentes tipos de artesanos, y probablemente un grupo de mercaderes profesionales (Beltrán 1982: 79). En la cima de la estructura social tarasca estaba el irecha o rey con su corte. El palacio real era el centro de actividades y punto focal de las redes tributarias y de los sistemas de redistribución. La nobleza parece haberse dividido en dos segmentos: aquellos que servían en la corte del irecha, y los administradores del sistema tributario. En segundo lugar estaba el “capitán general para las guerras” que organizaba las campañas militares del irecha. En tercer lugar estaba el sacerdote principal o petámuti, quien tenía muy alto status dentro de la sociedad tarasca (Beltrán 1982: 84-85). Puesto que el palacio era el centro de las actividades fiscales del reino, el cargo de ocambecha, recolector general de tributos, era muy importante. Este funcionario supervisaba el pago de impuestos de cada barrio. Aparte de los anteriores funcionarios, cuatro señores destacados – que pueden haber sido parientes del irecha-- administraban el reino, que estaba dividido en otras tantas provincias. La corte incluía otros señores, llamados achaecha, quienes frecuentemente acompañaban al irecha y pueden haber sido sus parientes directos, aunque su función dentro del gobierno no es clara. Otro grupo era el de los guanguariecha, o guerreros. Finalmente, los caracha capacha eran caciques que el rey nombraba para gobernar los pueblos dentro del territorio; su función principal era asegurarse del pago del tributo (Beltrán 1982: 85-88). Según David Haskell (2008), en el reino de los tarascos prehispánicos la autoridad y legitimidad de los gobernantes se establecía a través de la capacidad que tenía el rey de cooptar a los caciques subordinados de su reino, convirtiéndolos en reflejo de su propia

288 persona, más que en agentes autónomos. El rey tarasco podía hacer esto gracias a las percepciones de otros entes sociales, principalmente los plebeyos que estaban sujetos a los caciques. El dirigente del Estado tarasco participaba en relaciones de intercambio unilateral o asimétrico con los caciques subordinados de todo el imperio, con lo cual lograba que los plebeyos vieran al rey como principal agente a quien los demás gobernantes –y el pueblo-estaban obligados a servir. Entre los motivos que podrían explicar la expansión del imperio tarasco se encuentra el de la presión demográfica. La población del territorio durante el periodo Protohistórico excedía con mucho la capacidad de sustentación de la cuenca de Pátzcuaro, por lo que hubo que importar alimentos a través de mecanismos de tributo. El deseo de obtener una gran gama de productos escasos o exóticos también fue un factor que motivó la expansión del Estado. Entre estos bienes estaban los siguientes: sal, cobre, oro, plata, cinabrio, chalchihuites (piedras verdes), miel, cera, cacao, algodón, plumas, pieles, axin, grasas y gomas vegetales, resinas (como el copal), todo lo cual abundaba en los territorios conquistados (Smith 1996: 139). El control administrativo se llevaba a cabo a través de una serie de centros, cada uno con varias comunidades dependientes. Los centros administrativos tenían que reportar directamente al palacio en Tzintzuntzan, y ellos a su vez tenían bajo su control pueblos, aldeas y caseríos dispersos. La jerarquía administrativa estaba dividida en cinco niveles. El poder de la dinastía central estaba ligado directamente a los caciques en cada uno de los centros administrativos menores, y el control directo de la toma de decisiones podía llegar hasta el nivel de aldea (Pollard 2003a). Al ampliarse el territorio bajo el control directo del Estado, el éxito político y económico de los tarascos durante el Protohistórico hizo necesaria la integración de muchas comunidades diferentes entre sí, para asegurar la explotación económica tanto de los pueblos como de los recursos naturales, y para proteger la integridad de las fronteras del Estado. Dentro del área nuclear (la cuenca del Lago de Pátzcuaro) los jefes locales se ocupaban directamente de la administración centralizada; esta región parece haber estado bajo el control directo de la capital política (Pollard 2003a). En torno a esta zona nuclear había otra, una “zona de asimilación” que presentaba al gobierno una problemática bastante diferente a la anterior. Muchos recursos que eran básicos para forjar la identidad de la elite

289 venían de esta zona, incluyendo frutas tropicales, cacao, algodón, copal, pieles de jaguar, plumas tropicales, oro, plata, cobre y estaño. Esta zona –absorbida por la expansión del Estado a mediados del siglo XV—se volvió cada vez más estratégica para el mantenimiento de la sociedad elitista tarasca (Pollard 2003a). Dentro del imperio tarasco existieron varios canales que facilitaban la circulación de bienes y servicios, bajo la constante supervisión del Estado. Estos mecanismos incluían a los mercaderes a larga distancia, al sistema de tributo, y a varios tipos de asignación de recursos lacustres y terrestres que la dinastía real hacía a algunos miembros de la población. Además existieron mercados locales y regionales, que parecen haber abastecido a territorios grandes que en ocasiones rebasaban los propios límites del Estado (Pollard 2000: 77). La importancia que tuvo el tributo dentro de la economía de Estados prehispánicos como el tarasco o azteca, sobre todo durante el periodo Protohistórico, no puede exagerarse. Para Eric Wolf existieron tres modos de producción: el capitalista, el tributario y el basado en el parentesco (Wolf 1982: 76). Al hablar del modo de producción tributario, que corresponde a la situación vigente en Mesoamérica a vísperas de la Conquista, Wolf señala que en el siglo XV las principales áreas agrícolas del mundo estaban bajo el control de Estados cuya existencia se basaba en la extracción de excedentes de los productores primarios, por parte de gobernantes políticos o dirigentes militares. En el vértice del sistema estaba una elite gobernante extractora de los excedentes, que controlaba los aspectos estratégicos del proceso de producción, por ejemplo sistemas de irrigación, y que tenía control sobre algún mecanismo coercitivo, como podría ser el ejército (Wolf 1982: 80). Por otra parte, al hablar de la economía política azteca, Pedro Carrasco menciona que en el México prehispánico “tuvo una gran importancia la forma política de la organización económica: un desarrollado sistema tributario, enormes almacenes reales, grandes obras públicas organizadas por el Estado, tierras públicas del rey o de otras entidades[...]” Según Carrasco “lo más importante en la organización económica del México antiguo era el hecho de que había una economía dirigida y regulada por el organismo político. La base de la economía era una estructura de dominación definida por la existencia de dos estamentos fundamentales: los nobles que formaban[...] la clase dominante que controlaba los medios materiales de producción”, y por otra parte estaban

290 “los plebeyos, que eran la clase trabajadora, dependiente política y económicamente de la nobleza[...] los medios fundamentales de producción [tierra y trabajo] estaban controlados por el organismo político” (Carrasco 1978: 15, 23-24). Según Kenneth Hirth, en arqueología entendemos por “economía política” la creación de riqueza bajo el control de la elite dominante, o para el uso del Estado con la finalidad de sostener el sistema político, sus instituciones primarias, las familias de la elite y todas las personas que dependen de ellas (Hirth 2009: 17). Según este autor, muchos de los modelos de economía política que usamos en el contexto de Mesoamérica están demasiado enfocados y atados a visiones de la estructura política, es decir del Estado, pero en realidad la estructura de la política económica en la mayoría de las sociedades mesoamericanas era relativamente simple. Una fuerte centralización política no produce de modo automático una economía política altamente centralizada (Hirth 2009 b: 18); ejemplo de ello es el imperio romano, sin duda “uno de los sistemas políticos centralizados más fuertes del mundo antiguo. Aunque la economía política de Roma era de una escala enorme, se hallaba considerablemente descentralizada en cuestión de control y de movilización de los bienes de subsistencia y de lujo” (Hirth 2009 b: 18). La forma en que se organizaron muchos Estados arcaicos para hacer más eficiente la obtención de tributos fue formando imperios. Según Robert McC. Adams, por “imperio” debemos entender un particular tipo de sistema estatal cuyo principal objetivo es la canalización de recursos de los sistemas políticos sujetos hacia un estrato gobernante cuya autoridad emana del uso de la fuerza militar. Un rasgo distintivo del imperio es su intento de monopolizar el flujo de bienes dentro de una región grande, a través de estrategias económicas como el control de los mercados y de las rutas de comercio, o bien del uso de la fuerza (Adams 1979: 59, citado en Hodge 1996). La principal preocupación de los imperios es la expansión territorial, el control interior, y el mantenimiento de fronteras seguras, lo cual implica la existencia de un ejército de tiempo completo, así como de fortificaciones para resguardar la integridad del territorio (Hassig 1985: 90). Ante la falta de un ejército formal de planta, 1 los Estados mesoamericanos del Postclásico no establecieron fronteras formales, ni ocuparon la 1 Los guerreros aztecas no se han considerado soldados profesionales, pues no se dedicaban a esta actividad de tiempo completo. Cada vez que se necesitaba, el “ejército” se formaba a partir del pueblo. Esta falta de una fuerza militar de planta dificultaba a la capital imponer sus directivas políticas sobre los territorios conquistados, lo cual imposibilitaba la centralización (Hassig 1985: 90-91).

291 totalidad del territorio bajo su dominio; en esto se parecieron al imperio romano, el cual no fortificó y resguardó la extensión total de sus territorios, sino que formó una zona nuclear de control directo (el “imperio territorial”) en torno a la cual había dos zonas de control diplomático, una interior compuesta de “Estados clientes”, y otra exterior formada por “tribus clientes”. Las tropas romanas funcionaban como ejército de campaña, disponible para responder a las amenazas, más que como una fuerza atada a la defensa del territorio. El imperio estaba basado en el control político más que en el control territorial (Hassig 1985: 92). Al igual que el imperio romano, el azteca no tuvo que asegurar la constante presencia de su ejército en los territorios conquistados, sino que la amenaza de su fuerza era usualmente más que suficiente para asegurar la obediencia de los Estados clientes (Hassig 1985: 93). El sistema imperial azteca estaba basado más en la influencia y dominio político que en el control territorial. Este hecho se explica en parte por las limitaciones de la tecnología mesoamericana. Los sistemas políticos en esta superárea cultural carecieron de medios de transporte eficientes, lo cual limitaba el área de la que podían extraer tributos de manera redituable, reduciendo los beneficios económicos de incorporar regiones muy grandes. Los aztecas optaron por ejercer un control hegemónico más que territorial, produciendo un aparato imperial de características singulares. Este imperio hegemónico era más bien una alianza de Estados, con la finalidad de obtener tributo de los pueblos conquistados (Hassig 1988: 17, 26). Entre los aztecas el control imperial de los territorios conquistados se logró en diferentes grados de intensidad y con una variedad de métodos. El resultado no fue una entidad uniforme o monolítica, sino una compleja red de relaciones políticas, sociales y económicas, forjadas a través de varias estrategias, mismas que se han resumido de la siguiente manera: (1) estrategias políticas: a través de ellas el Estado pudo consolidar su poder y controlar el área nuclear del imperio, por ejemplo estableciendo alianzas con Estados vecinos; (2) estrategias económicas: tenían como objetivo principal la obtención de riquezas para el Estado. El elemento más evidente de estas estrategias era el sistema de tributos; (3) estrategias de frontera: los Estados clientes en las provincias estratégicas ayudaban a repeler los ataques de los enemigos del imperio creando zonas de “colchón”. Otro elemento de esta estrategia era la creación y mantenimiento de fortalezas a lo largo de

292 las fronteras; (4) estrategia elitista: pretendía crear una red interrelacionada de elites que vinculaba a casi todo el imperio. Su desarrollo se veía promovido por el Estado y por los miembros de las elites, quienes se beneficiaban a través de esas relaciones (Smith y Berdan 1996: 1, 8). En la estructura de su imperio y en otros importantes detalles los incas se diferenciaron de los Estados mesoamericanos del periodo Protohistórico, como los aztecas y los tarascos. Los incas sí conformaron un imperio territorial, en el cual la tierra y la fuerza de trabajo fueron las dos principales fuentes de riqueza. Las comunidades locales se vieron incorporadas al Estado imperial, el cual impuso gravámenes sobre las diversas fuentes de su riqueza. El Estado incaico expropió parte de las tierras de cultivo, de las pasturas y de los rebaños pertenecientes a las comunidades, poniendo todo esto a disposición de la realeza. Finalmente, comunidades completas se vieron reubicadas, para satisfacer las necesidades estratégicas y económicas de la autoridad estatal. El objetivo de las estrategias de dominio del imperio inca era despojar a las comunidades sometidas de sus medios de producción (Patterson 1991: 99-101). Para hacer esto, el imperio contó con un ejército formal de soldados profesionales de tiempo completo, a diferencia de lo que sucedió en Mesoamérica (Patterson 1987: 119). Como ejemplo de este proceso podemos mencionar que una buena parte de la fuerza de trabajo del Estado inca que residía en la ciudad capital de Cuzco consistía en mitimaes, es decir gente de otras regiones transportada en masa al Valle de Cuzco. Estos migrantes forzados formaban parte de la fuerza de trabajo, y también cuidaban los enormes rebaños del emperador. Esto realmente era una forma de “ingeniería social”, en la cual los mitimaes tenían un papel vital para el proceso de conquista, ya que ayudaban a pacificar los territorios recién conquistados al remover a los residentes problemáticos para reemplazarlos con súbditos leales (Davies 2010: 235-236). Este grado de control centralizado y de planificación social sobre los territorios conquistados nunca se dio en la Mesoamérica antigua. Comercio, tributo y transportación dentro del Estado tarasco Regresando a Mesoamérica y al tema de los recursos, vemos que Según Phil Weigand es necesario distinguir entre los diferentes tipos de recursos. Los llamados “estratégicos” son

293 aquellos “que se refieren a los bienes más básicos e imponderables disponibles para entidades socioculturales específicas: agua, tierra y el perfil demográfico per se[...]” Los recursos escasos, por otra parte, “son bienes definidos culturalmente, disponibles en la naturaleza ya sea directamente o a través del comercio o intercambio[...]” (Williams y Weigand 2004). Recordemos que la cuenca de Pátzcuaro, el núcleo político del imperio tarasco, carece de fuentes naturales de sal (Pollard 1993: 113), lo cual hizo de este bien un recurso estratégico que el Estado debía de conseguir fuera del área inmediata, transportarlo hasta donde se encontraba la mayoría de su población, regular su consumo y cuidar el abasto constante e ininterrumpido. En esta sección se discuten tres de los más importantes mecanismos para el intercambio de sal y de otros recursos escasos o estratégicos: el mercado, el comercio a larga distancia y el sistema tributario. El Occidente fue parte integral de Mesoamérica, por lo que el estudio de la producción e intercambio de bienes escasos y de recursos estratégicos en esta región debe hacerse dentro del contexto cultural e histórico del área mesoamericana (Williams 2004b). La gran diversidad ecológica y geográfica de Mesoamérica hizo indispensable el comercio e intercambio entre regiones desde tiempos muy remotos, ya que en casi ninguna área se producían todos los elementos indispensables para la subsistencia. Destacan principalmente las diferencias ecológicas entre las frías tierras altas y las cálidas tierras bajas y costas (Sanders y Price 1968). El comercio y la imposición de tributos a través de la guerra sirvieron desde tiempos muy tempranos en Mesoamérica como mecanismos para el intercambio de gente, de información y de bienes entre una región y otra, en condiciones de fronteras dinámicas y mal definidas entre los distintos sistemas sociales (Blanton et al. 1981: 60).

El mercado La existencia de días dedicados al mercado y de regulaciones para el comercio en los asentamientos tarascos puede inferirse de la lectura de algunas fuentes del siglo XVI, aunque los mercados en sí son escasamente mencionados. Muy probablemente hubo un sistema de mercados que integraba a las comunidades alrededor del lago de Pátzcuaro, incluyendo a la ciudad de Tzintzuntzan. Según la Relación de Michoacán, había un

294 funcionario del palacio que tenía bajo su cargo todos los mercados, y aparte tenía la obligación de conseguir bienes suntuarios como plumas finas y oro para el rey (Beltrán 1982: 163). Dentro de la cuenca de Pátzcuaro las redes económicas se definieron por la presencia de mercados; en la Relación de Michoacán se mencionan dos de ellos: Tzintzuntzan y Pareo. Por otra parte, tres mercados además de los ya mencionados también aparecen en la Relación: Uruapan, Naranjan y Asajo. Los dos primeros estaban bastante lejos de la cuenca, por lo que sólo afectaban las redes comerciales lacustres de manera periférica. Asajo, sin embargo, se encontraba justo en la periferia noroeste de la cuenca, por lo que incorporaba a varios asentamientos lacustres dentro de su órbita (Gorenstein y Pollard 1983: 38-40). La fuente de información más importante sobre las redes económicas tarascas durante el periodo Protohistórico es la Relación de Michoacán (escrita alrededor de 1540; Alcalá 2008). Aunque este libro dice relativamente poco sobre mercados, en él encontramos suficiente información para identificar y localizar (conjuntamente con las Relaciones geográficas de 1579-1581) los mercados que se han mencionado arriba. De hecho, la Relación incluye una imagen del mercado de Asajo, que recuerda en muchos sentidos a los mercados regionales modernos. Carecemos casi por completo de información sobre el tamaño de los mercados tarascos, o sobre el papel del gobierno dentro de su funcionamiento y control. Podemos suponer, sin embargo, que en Tzintzuntzan el mercado contaba con bienes manufacturados y de elite, asociados con la gran cantidad de artesanos que vivían en la ciudad capital (Gorenstein y Pollard 1983: 98). Aunque se ha dicho que la falta de referencias claras en la literatura etnohistórica y de evidencias arqueológicas sobre mercados sugiere que estos no fueron tan importantes para la estructura económica de Tzintzuntzan como para los centros urbanos contemporáneos del Altiplano central (Pollard 1980: 682). Esta aparente carencia puede deberse a que los mercados son particularmente difíciles de identificar en los sitios mesoamericanos, porque las relaciones de intercambio generalmente son invisibles el registro arqueológico (Hirth 2009b). Es muy probable que en la cuenca del Lago de Pátzcuaro muchos bienes y servicios de hecho sí fluían por medio de los mercados. La siguiente es una lista de mercaderías para las que tenemos datos documentales: maíz, frijol,

295 chile, amaranto, frutas de la localidad, patos, plumas de aves de la localidad, pescado, algodón, telas, ropa, esclavos, alimentos preparados, y servicios domésticos. Varios bienes usados por la población general, pero que no estaban disponibles localmente, se importaban a través de las redes del mercado regional. Estos incluían obsidiana (roja y negra), pedernal, jaspe, ágata, ópalo, cal y sal. Se han identificado como importaciones a través del mercado porque no aparecen en las listas de tributos (Gorenstein y Pollard 1983: 100-101). Según Ross Hassig, los mercados regionales jugaron un papel muy importante en la economía mesoamericana. En ellos se podían encontrar tanto mercancías exóticas como otras más ordinarias, por lo que tenían una posición de mayor relevancia dentro de la jerarquía que los mercados ordinarios de las cabeceras, algunos de ellos llegaban a alcanzar tal prominencia que se volvían famosos por vender algún producto en particular (Hassig 1985: 110). El reciente estudio de Feinman y Garraty (2010) sobre mercados en Mesoamérica puede darnos perspectivas para entender mejor al comercio e intercambio entre los tarascos. En el caso de los aztecas, por ejemplo, el mercado de Tlatelolco siempre estaba lleno de gente, que acudían a él por su extensa gama de productos, tanto de origen local como exótico. Tlatelolco estaba en el vértice de una red jerárquica de mercados, en los que circulaban varias monedas, como hachas de cobre, cortes de telas finas y semillas de cacao (Feinman y Garraty 2010: 168). En Mesoamérica, al igual que en otras partes del mundo, todas las transacciones mercantiles implicaban relaciones sociales entre las partes, por lo que se encontraban englobadas en un contexto social mayor. En todas las economías, tanto antiguas como modernas, el intercambio en los mercados incluye varias formas de interacción, como el trueque, que se ha definido como “transacciones interpersonales sin medios formales de intercambio”, como la moneda (Feinman y Garraty 2010: 171).

El comercio a larga distancia El intercambio de bienes a larga distancia fue una de las actividades económicas más importantes para los Estados mesoamericanos. Las fuentes etnohistóricas que hablan sobre los aztecas nos permiten ver cómo durante el Postclásico tardío esta actividad comercial

296 contribuyó a la prosperidad de Tenochtitlan. En el mercado de esta ciudad se encontraban mercancías exóticas procedentes de toda Mesoamérica; los comerciantes a larga distancia aztecas, conocidos como pochteca, comerciaban tanto dentro como fuera del territorio azteca. Esta actividad estaba íntimamente relacionada con el imperialismo, y los bienes suntuarios jugaron un papel sociopolítico fundamental en la sociedad. El intercambio de bienes suntuarios entre las elites del Postclásico tardío tuvo un papel integrador, contribuyendo a la comunicación interregional, a la estratificación social y a la política (Smith 1990: 153-163). Los datos arqueológicos sobre el comercio azteca con las varias zonas de Mesoamérica presentados por Smith (1990) sugieren la existencia de mercaderes y de sistemas de mercados que funcionaron como mecanismos de dispersión de cerámica de lujo azteca y otras mercancías, llegando a distantes regiones, incluyendo territorios que estaban bajo el dominio de los enemigos, o que nunca habían sido conquistados por la Triple Alianza. Estos hallazgos apuntan hacia una actividad comercial independientes del control estatal (Smith 1990: 165). Los pochteca se encargaban de transportar desde los confines del imperio mexica una gran gama de bienes de status y de recursos escasos y estratégicos, entre los que podemos mencionar los siguientes: capas y faldas ricamente decoradas, plumas de aves tropicales, objetos de oro, collares, orejeras, navajas y cuchillos de obsidiana, conchas, corales, agujas, pieles de animales, hierbas y tintes, esclavos y finalmente joyería fina de jade, jadeita y turquesa (Smith 1998: 123). De acuerdo con el Códice mendocino, cada año un total de 10 máscaras y cinco objetos hechos de turquesa llegaban a la capital azteca, entregados como tributo por varias provincias del imperio (Smith 1998: Cuadro7.2; ver también Ross 1984: 53, 56, 58, 59, 61 para ejemplos de cuentas de turquesa). También entre los tarascos un mecanismo institucional por medio del cual fluían bienes hacia la capital imperial fue el de los mercaderes a larga distancia patrocinados por el Estado, a quienes la casa real comisionaba la obtención de mercancías escasas, que sólo podían encontrarse en los confines más remotos del imperio, o bien fuera de sus límites territoriales (Pollard 1993: 119). Entre estos bienes suntuarios podemos mencionar los siguientes: cacao, pieles de animales, conchas marinas, plumas de aves tropicales, turquesa, peyote, cristal de roca, serpentina, ámbar, pirita, jadeíta, oro, plata, copal, obsidiana verde,

297 roja y finalmente esclavos (Pollard 2003a: 8, 1993: 119). Mientras más distante se encontrara la fuente de obtención de algún producto, tendría menos canales de adquisición y más raro sería su uso. La función de estas importaciones suntuarias era en gran medida mantener las diferencias de status que existían entre los miembros de la elite y el resto de la sociedad (Pollard 2003a). Los mercaderes a larga distancia viajaban regularmente hasta los límites del territorio tarasco, incluyendo Zacatula en la costa del Pacífico y Taximaroa sobre la frontera con los aztecas, sus enemigos mortales. No hay evidencias de que hayan cruzado las fronteras para realizar sus actividades comerciales (Pollard 2000: 171). Es bien sabido que en el Postclásico las rutas de comercio eran muy extensas, atravesando todo Mesoamérica. Por ejemplo, los pochteca viajaban regularmente desde el valle de México hasta Guatemala en el sur y hasta Chaco Canyon (Nuevo México) en el norte 2 (Hassig 1985: 116), por lo que no debería sorprendernos que los comerciantes tarascos hubieran cubierto territorios igualmente extensos, como se discute posteriormente. Sin embargo, no todo el comercio a larga distancia estuvo sancionado por el Estado. Había un alto nivel de intercambio de productos entre las aldeas de pescadores y los pueblos de las tierras altas, particularmente de la Tierra Caliente (la llanura del río Tepalcatepec). No queda claro cómo o dónde se llevó a cabo este intercambio, pero no se menciona en las fuentes ningún tipo de intervención por parte del gobierno para este tipo de comercio informal (Beltrán 1982: 165). Entre las fuentes de información que hablan del comercio a larga distancia sobresale el Lienzo de Jucutacato, estudiado por Hans Roskamp (2001). Según este autor, en el lienzo se describen rutas de comunicación entre la Tierra Caliente de Michoacán y la capital del Estado tarasco. En la época prehispánica, la Tierra Caliente era muy apreciada por su riqueza en recursos naturales como oro, plata, cobre, sal, plumas de aves preciosas, cacao y algodón. Los minerales de cobre se encontraban en grandes cantidades cerca de los ríos Tepalcatepec y Balsas (Roskamp 2001: 119). 3 A mediados del siglo XV los cacicazgos

2

Si bien no hay datos etnohistóricos que apoyen la presencia de mercaderes aztecas en el sudoeste de Estados Unidos, esto se ha sugerido tentativamente con base en evidencia arqueológica (Reyman 1978). 3 El estudio de Roskamp en la región de Jicalán el Viejo, en la Tierra Caliente de Michoacán (la cuenca del Río Tepalcatepec), descubrió bastante evidencia indirecta para la metalurgia, lo cual ya conocíamos gracias a las fuentes documentales (Roskamp 2003). Esta evidencia arqueológica consiste en artefactos líticos asociados con actividades de molienda, así como posibles moldes de piedra utilizados para hacer piezas de cobre fundido (Roskamp y Retiz 2013: Figuras 2.11-2.13).

298 independientes del área del Río Balsas fueron incorporados gradualmente al imperio tarasco. En la misma época los aztecas mostraron gran interés en esa región y alrededor de 1476-1477 penetraron al territorio tarasco hasta la vecindad de actual ciudad de Morelia, donde fueron vencidos y se les obligó a retirarse (Roskamp 2003: 64-65). Los costos de transportación relativamente altos en Mesoamérica sin duda hicieron una economía alimentaria a nivel macro regional algo más difícil de lo que fue en Europa o en China (Blanton et al. 1981: 248). La transportación de mercancías en Mesoamérica siempre se realizó con base en cargadores humanos, debido a la falta de bestias de carga. Estos cargadores, conocidos como tlamemes en el centro de México, llevaban de un lado a otro mercaderías de muy diversa índole. No sabemos con exactitud a cuánto ascendía la carga que habitualmente llevaban estos portadores; Bernal Díaz del Castillo afirmó en el siglo XVI que cada tlameme llevaba una carga de dos arrobas (alrededor de 23 kg) a una distancia de cinco leguas (aproximadamente 21-28 km) antes de ser relevado (Hassig 1985: 28-32). Estas cifras, sin embargo, deben considerarse con cuidado, ya que hay mucha variedad en las cargas registradas en los documentos de la época, y las distancias también variaban, sobre todo de acuerdo al tipo de terreno (montañas, barrancas, selva, bosque, desierto, etcétera), a las condiciones climáticas y otros factores que podrían dificultar la circulación de los tlamemes (Hassig 1985: 33). Lawrence Feldman (1985) acuñó la frase tumpline economy (economía del mecapal) para referirse al transporte mesoamericano que estaba basado en la carga por tierra a lomo de seres humanos, algo que subsistió en partes de Mesoamérica hasta entrado el siglo XX. Según este autor, el peso de las mercaderías descansaba sobre los hombros de los cargadores, quienes usando el mecapal (una banda de piel de tres pulgadas de ancho) llevaban grandes cargas a una distancia de dos o tres leguas, colgadas de la cabeza y apoyadas sobre la espalda dentro de redes o en recipientes de fibra de palma o de carrizo. Los cargadores iban con su mecapal por rutas bien definidas (Feldman 1985: 13, 15). Los tlamemes en la época prehispánica formaron un estrato ocupacional de bajo status, trabajaban como cargadores profesionales organizados, con estándares generales para el tipo y peso de las cargas, descansos periódicos y cargas apropiadas según la

299 distancia y condiciones de los caminos. No solamente llevaban bienes de elite como cacao y oro, sino también mercancías ordinarias como maíz y algodón (Hassig 1985: 39). La distancia a recorrer y el peso de la carga tienen una relación inversamente proporcional. Aunque pudieron haberse transportado cargas muy pesadas en tiempos prehispánicos, esto no necesariamente significaba mayor eficiencia, ya que se necesitaría de más cargadores para llevarlas a una misma distancia (Hassig 1985: 33). Según Drennan (1984a), una carga de 20 kg sería la más eficiente, aunque se mencionan cargas de hasta 50 kg para Mesoamérica. Los tlamemes de los pochteca aztecas no llevaban cargas muy pesadas; Drennan (1984a: 105) propone un peso promedio de 30 kg, transportado a una distancia de 36 km. De acuerdo con el mismo autor, los costos de transporte durante el Formativo medio y Clásico sugieren que el movimiento de comida nunca pudo haber sido la principal razón para utilizar la fuerza de trabajo de los tlamemes, sino que eran exclusivamente los bienes de elite, de lujo o de carácter ritual, o bien de importancia estratégica como la obsidiana los que se transportaban a grandes distancias. De acuerdo con el citado autor, si transportara maíz a larga distancia, el cargador terminaría consumiendo mucha más energía de la que representaba el alimento que llevaba a cuestas (Drennan 1984b: 39). Sin embargo, los datos etnográficos recabados por Carl Lumholtz hace unos cien años contradicen muchos aspectos de las reconstrucciones teóricas sobre capacidad de carga y distancias máximas recorridas por los tlamemes prehispánicos hechas por Drennan (cf. Sluyter 1993) 4 . En sus viajes por Michoacán Lumholtz se topó en una ocasión con un huacalero o cargador-comerciante a larga distancia, que llevaba mercancías a través de la sierra. Según Lumholtz, los huacaleros viajaban regularmente a pie, cubriendo el trayecto desde la sierra tarasca hasta la ciudad de México, así como Guadalajara, Acapulco, Colima y Tepic. Antiguamente estos comerciantes tarascos acostumbraban llegar por el norte hasta Nuevo México, y por el sur hasta Guatemala y Yucatán. Como ejemplo, el viaje de Paracho a la ciudad de México exigía un mes para ir y volver (una distancia en línea recta de aproximadamente 400 km); la distancia promedio que se recorría en una jornada era de

4 Sluyter (1993) propone que, aunque siempre se ha pensado que en la época prehispánica los productos para la subsistencia (p. ej. maíz) sólo se transportaban a cortas distancias, mientras el transporte a larga distancia se reservaba para los bienes de lujo o de elite, como el cacao y la jadeita, en realidad se puede demostrar la posibilidad de transporte a larga distancia de bienes de consumo cotidiano, a través de modelos matemáticos.

300 entre 48 y 64 kilómetros, con una carga de unos 63 kg. 5 (Lumholtz 1986: 358-360). Para J. Charles Kelley este ejemplo nos da muy valiosa información sobre la capacidad de carga y la distancia probablemente recorrida por los tlamemes prehispánicos. En ambos casos las cifras son mucho más grandes de lo que algunos arqueólogos han planteado. También es importante que los huacaleros no “consumían” las mercancías que llevaban a cuestas, sino que sobrevivían durante sus recorridos aprovechando los alimentos silvestres a su disposición y la hospitalidad de los habitantes de cada localidad por la que pasaban (Kelley 2000: 137).

El sistema tributario La red tributaria del Estado tarasco fue la más importante institución para la captación de riquezas; a través de ella los tributos fluían desde todos los confines del imperio hasta las arcas reales en Tzintzuntzan. Según Pollard (1993: 116), esta red estaba centralizada, organizada jerárquicamente, y era fundamentalmente una institución política. Los bienes que fluían por las redes tributarias pasaban por varios niveles, hasta llegar finalmente a la capital. El tributo circulaba desde los productores dispersos en todas partes del reino hacia centros de recolección de tamaño mediano, llamados “cabeceras” en los documentos del siglo XVI, para finalmente llegar a Tzintzuntzan. Ciertos bienes eran posteriormente comercializados a través del mercado o redistribuidos en otras direcciones, por ejemplo los artefactos de obsidiana, la cerámica fina y objetos de metal (cobre, bronce, plata, oro). Con la posible excepción de los textiles y la comida que se distribuían durante ocasiones de importancia ritual, la mayor parte del tributo era consumido por la clase gobernante (Beltrán 1982: 161-162). El sistema tributario era en efecto un excelente mecanismo integrador de varias regiones geográficas y distintos ámbitos ecológicos. Al hacer que circularan los bienes de distintas provincias, tenía un carácter integrador entre las distintas zonas ecológicas dentro del territorio tarasco, particularmente la Tierra Caliente con las tierras altas templadas. Este sistema estaba diseñado para facilitar la circulación de bienes de elite, por lo que resultó en 5

Un huacalero, sin embargo, informó a Lumholtz que en una ocasión había llevado una carga de 86 kilos desde Colima hasta Morelia, en

301 la acumulación de riquezas en el sector dominante de la sociedad. Sin embargo, las obligaciones ceremoniales y el control político por parte de las autoridades sobre la distribución de estas riquezas limitaron en gran medida el posible enriquecimiento de una minoría a expensas del pueblo a través exclusivamente del tributo (Beltrán 1982: 162-163). Según Pollard (2003a), aparte de las redes de tributo había otros canales institucionales a través de los que fluían bienes y servicios: estos eran los comerciantes a larga distancia, las tierras agrícolas propiedad del Estado, las minas y el intercambio de regalos. Pero los impuestos –pagados tanto en bienes como en servicios-- eran los más importantes para la economía, pues proporcionaban en gran medida el sustento del aparato estatal. Es por eso que el sistema tributario estaba totalmente bajo el control de la dinastía real, que se valía de una extensa burocracia para administrar la tasación y el oportuno cumplimiento de las obligaciones. Los bienes que más frecuentemente aparecen en listas de tributos del siglo XVI incluyen los siguientes: maíz, tela y ropa de algodón, esclavos, víctimas para el sacrificio, servicios domésticos, objetos de metal, armamentos, frutas tropicales, cacao, algodón sin procesar, guajes, pieles de animales, plumas de aves tropicales, oro, plata, cobre, sal, frijol, chile, conejos, pavos, miel, vino de maguey, plumas de aves de la localidad y vasijas de barro (Pollard 2003a). La obtención de tributos era el propósito final de la conquista militar. El sistema estaba organizado como una pirámide, con Tzintzuntzan en la cúspide y numerosas “cabeceras” directamente debajo; los “caciques” tenían la obligación de recolectar el tributo de sus respectivos pueblos sujetos para enviarlo a la capital con regularidad, bajo la directa supervisión del ocambecha. Los artesanos y los comerciantes pagaban tributo en especie de sus respectivas artesanías o mercaderías, estando exentos del pago de servicios, salvo en casos de extrema necesidad (Beltrán 1982: 154-156). En el centro de México durante el Postclásico tardío, y por extensión en otras áreas de Mesoamérica, el tributo se veía afectado por varios factores principales, que según Hassig (1985: 107) son los siguientes: (1) antigüedad de una conquista y distancia de la capital. Las provincias más cercanas pagaban alimentos y ropa; (2) disponibilidad de los bienes requeridos. El tributo por lo general se pagaba en bienes disponibles en cada provincia tributaria; (3) resistencia a la conquista o rebelión. Si los pueblos se resistían a la seis días (Lumholtz 1986: 360).

302 conquista, o si trataban de liberarse del yugo, sus impuestos se veían incrementados como castigo. Según el mismo autor, ordinariamente las comarcas tributarias más cercanas a la capital tributaban bienes de bajo valor y de gran volumen, mientras que las más distantes enviaban bienes de elite, de alto valor y bajo volumen (Hassig 1985: 109). Para comprender la naturaleza del sistema tributario mesoamericano, primero hay que entender la propia naturaleza de la guerra en nuestra área, pues el enfrentamiento bélico era el principal mecanismo de asegurar el flujo de bienes hacia las capitales de imperio, como ya quedó dicho en páginas anteriores. Las conquistas militares, sin embargo, no buscaban el dominio absoluto de un gran territorio, sino más bien la dominación de los centros políticos. Una vez que la cabecera era sometida, lo mismo pasaba con todas sus dependencias, y el tributo podía ser captado de toda una región simplemente al dominar al centro de gobierno regional; muchas veces la estructura de poder a nivel local no tenía que ser modificada (Hassig 1985: 103). En su reciente estudio de la economía política azteca, Smith (2015: 71, 72) nos dice que el sistema político azteca consistía en varios cientos de ciudades-Estado integradas por una cultura común; estas eran gobernadas por un rey o tlatoani, con ayuda de un consejo de gobernantes formado por nobles destacados. La sociedad azteca tenía dos clases sociales: por una parte una nobleza hereditaria que manejaba el gobierno de la ciudad y controlaba todas las tierras de cultivo, y por la otra estaban los plebeyos. Ambas clases tenían gradaciones internas en cuanto a la riqueza, el poder y otros atributos sociales. Acerca del flujo de ingresos fiscales para las elites, Smith dice que los aztecas tenían un verdadero sistema de impuestos. Según este autor a diferencia de los tributos, los impuestos usualmente son recurrentes, predecibles, rutinarios y están basados en obligaciones estatutarias. Aunque la situación en el reino tarasco no fue necesariamente igual a la mencionada por Smith para el centro de México, estos datos pueden ayudarnos a comprender mejor la economía durante el Postclásico, incluyendo a Michoacán. Circulación de recursos escasos y estratégicos dentro del Estado tarasco En las siguientes líneas se aborda el tema de la circulación dentro del territorio tarasco de varios bienes escasos y estratégicos para los que tenemos información arqueológica, y en

303 algunos casos documental: obsidiana, metales (principalmente cobre) y turquesa. 6 El objetivo es reconstruir aunque sea en parte el sistema distributivo, ya sea comercial o tributario, por medio del cual la sal pudo haber fluido desde los centros de producción hasta la capital del Estado. Este enfoque es necesario puesto que la sal, como ya quedó dicho, es un elemento “invisible” para el arqueólogo, al no dejar restos o huellas en el registro material de la antigüedad. Obsidiana La tecnología del México antiguo sufrió de una serie de limitaciones en comparación con el Viejo Mundo. Las principales características tecnológicas que hay que mencionar son la carencia por una parte de animales de carga y por otra del complejo tecnológico derivado de la fundición del hierro. Por eso puede decirse que nunca se llegó más allá de un nivel “neolítico” de desarrollo (cfr. Clark 1977), en el cual fueron rocas como la obsidiana las que sirvieron como materia prima para hacer todo tipo de útiles: hachas, cuchillos, navajas, puntas de proyectil, etcétera. Una actividad patrocinada por el Estado que requería de enormes cantidades de objetos de obsidiana era la manufactura de armamento para la guerra. Todos los casos en que se reporta obsidiana tributada a los aztecas, especifican que se empleaba para la elaboración de diferentes tipos de armas, principalmente el macuahuitl, una especie de espada o macana con filosas navajas de obsidiana insertadas a todo lo largo (Healan 1993: 460). El territorio michoacano es una zona eminentemente volcánica, por lo que abunda en productos de la actividad ígnea, como la obsidiana. Desde tiempos muy tempranos los habitantes de Mesoamérica descubrieron las virtudes de este material, y Michoacán no fue la excepción. Sin embargo, no toda la obsidiana tenía la misma calidad, por lo que surgieron sistemas y rutas de intercambio entre las diversas regiones dentro y fuera del actual estado. Por ejemplo, la obsidiana de los yacimientos alrededor de los actuales pueblos de Ucareo y Zinapécuaro, en el noroeste de Michoacán, ha sido identificada en contextos arqueológicos ampliamente distribuidos tanto en el tiempo como en el espacio. Parece haber sido un importante componente de los assemblages líticos del Formativo temprano en la cuenca de México, en el valle de Oaxaca y hasta en San Lorenzo, Veracruz. 6 No existen yacimientos naturales de turquesa dentro del territorio dominado por el imperio tarasco, de hecho los principales yacimientos están fuera de Mesoamérica, en el Sudoeste de los Estados Unidos. Sin embargo, hemos incluido a esta piedra porque su comercio a larga

304 En periodos posteriores siguió siendo importante en el centro de México, Oaxaca y otras regiones, llegando incluso hasta las tierras bajas mayas. Durante los periodos Clásico tardío y Epiclásico Ucareo-Zinapécuaro parecen haber sido la principal fuente de obsidiana para Xochicalco, Morelos, Tula, Hidalgo y muchos sitios dentro de la cuenca de México, así como en la costa de Oaxaca y el norte de Yucatán (Healan 2004). Sabemos poco sobre los mecanismos por medio de los cuales se movió la obsidiana por tan grandes distancias, pero Pollard ha sugerido el siguiente escenario: con base en la distribución de artefactos y debitage 7 de obsidiana dentro de Tzintzuntzan, así como en datos etnohistóricos, se piensa que esta mercancía obtenida dentro del imperio se distribuyó a través de sistemas de mercado regional, mientras que el material que venía de fuera del territorio fue adquirido por mercaderes a larga distancia, probablemente bajo control directo del Estado (Pollard et al. 2001: 292). Si bien los yacimientos de Zinapécuaro y Ucareo estaban dentro de la zona bajo dominio de la dinastía real de Tzintzuntzan, casi no se ha encontrado material cerámico tarasco en el área de extracción de la obsidiana. Según Healan (2004), esto concuerda con la información etnohistórica, que menciona la presencia de una población relativamente pequeña de hablantes de tarasco en la región al momento de la conquista española. Propone el citado autor que esta situación podría reflejar la habilidad del imperio tarasco de explotar el recurso a través de la imposición de cargas tributarias, como hemos visto hacen los imperios hegemónicos, sin la necesidad de un contingente numeroso de tarascos en los sitios productores (Healan 2004, 1997). Aparte de los yacimientos de Ucareo-Zinapécuaro, existieron otros igual de importantes, como Zináparo-Varal, en el noroeste del territorio tarasco (Darras 1994). Según Pollard y Vogel (1994), el uso de estas canteras parece reflejar tanto la regionalización de mercados como la especialización en la distribución de la obsidiana. Tanto la capital como los sitios de la frontera oriental obtenían obsidiana gris-negra de Ucareo-Zinapécuaro, mientras que otras regiones dentro del territorio se abastecían de Zináparo-Varal. Lo anterior podría sugerir que para la mayor parte de la obsidiana existieron distritos regionales de comercio, que trascendían los límites territoriales del distancia muy probablemente estuvo influenciado, si no es que controlado, por el Estado tarasco, pues las principales rutas de comercio circulaban por el corazón del territorio tarasco. 7 Debitage: restos producidos por el trabajo de la obsidiana.

305 Estado. Esto sucedió gracias a los patrones de mercado, y no al tributo o a los comerciantes a larga distancia. Por otra parte, la obsidiana verde probablemente fue adquirida, a diferencia de la gris-negra, por comerciantes a larga distancia a través de intermediarios o de otros comerciantes que juntaban piedras de varias fuentes (Pollard y Vogel 1994: 171173). Healan (2011) sostiene que si bien con frecuencia se afirma que el control de las fuentes de obsidiana jugó un papel importante en la economía política de muchas sociedades mesoamericanas, realmente existe poca evidencia en la literatura arqueológica acerca de acceso restringido a estas fuentes. Aparentemente el indicador más convincente de control monopolista de este recurso en el Occidente viene de Teuchitlán y de las canteras de obsidiana en La Mora, Jalisco (Weigand et al. 2004). Sin embargo, debemos recordar que esta obsidiana se encuentra en los sitios contemporáneos de una manera que sugiere que se obtenía directamente de la misma fuente, más que de los talleres de Teuchitlán (Healan 2011: 200). El principal uso dado a la obsidiana en Mesoamérica fue como materia prima para hacer instrumentos de corte de muchos tipos diferentes. Pero también fue codiciada como elemento suntuario, ya que con ella se elaboraron adornos corporales y otras piezas decorativas. En el sitio de Los Guachimontones (Teuchitlán, Jalisco) Rodrigo Esparza (2016) excavó recientemente objetos de joyería hechos en obsidiana, los cuales llaman la atención por sus características de manufactura y diseño. Estos objetos de joyería no están hechos sobre lascas, navajas o navajillas, sino que al parecer es una técnica diferente, nunca antes reportada. Según Esparza, los estudios sugieren una técnica de especialización regional única en toda Mesoamérica para el trabajo de la obsidiana, así como un acceso controlado probablemente por la elite local durante las fases tempranas de la tradición Teuchitlán.

Metales: cobre, bronce, plata y oro Se piensa que la metalurgia apareció en el Occidente mucho antes que en el resto de Mesoamérica, desde el Clásico tardío (entre los años ca. 600 y 800 d.C.) (Hosler 1998: 321, 1994a: 263). Los objetos de metal (cobre, bronce, oro y plata) fueron elementos

306 fundamentales para comunicar el simbolismo del poder social y político, además fueron marcadores de elite social, objetos sagrados indispensables para realizar las ceremonias religiosas, y finalmente bienes de riqueza que se podían almacenar y transportar. El control de la producción, distribución y consumo de objetos de metal, tanto utilitarios (agujas, punzones, pinzas, hachas, buriles, anzuelos, etcétera) como ornamentales (cascabeles, cuentas, pendientes, anillos y alfileres) fue de importancia estratégica para las elites gobernantes, contribuyendo a la centralización de su poder (Pollard 1987: 741, 2011). Grandes cantidades de objetos de oro, plata y cobre se encontraban almacenados en el palacio real. De hecho, la gran mayoría de los objetos de metal se encontraban en la ciudad de Tzintzuntzan, y en las tesorerías reales dentro de la cuenca de Pátzcuaro. Los objetos de metal (ya fuera artículos terminados o lingotes) llegaban a las arcas reales a través de varios canales: (1) regalos presentados al rey por visitantes extranjeros; (2) objetos adquiridos por los comerciantes a larga distancia, actuando en nombre del Estado; (3) lingotes o artículos terminados de oro, plata y cobre pagados como tributo a los caciques (que luego mandaban una parte a la capital); (4) el flujo directo de lingotes de cobre desde las minas controladas por el Estado hasta las bodegas reales; (5) finalmente, al menos una parte de los objetos de metal probablemente circularon por las redes de mercados locales o regionales 8 (Pollard 1987: 744-745). Los datos etnohistóricos (la Relación de Michoacán y las Relaciones Geográficas, entre otros documentos) indican que parte de las actividades mineras, así como la fundición y producción de objetos de metal se llevaron a cabo por especialistas de tiempo completo bajo el control directo del gobierno. La producción de lingotes de mena fundida se llevó a cabo entre otros lugares en centros de fundición en la Sierra Madre del Sur y en el drenaje del Río Balsas, en el actual estado de Guerrero (Hosler 2004), mientras que una parte de la manufactura de los objetos se efectuaba en la capital tarasca, probablemente en instalaciones dentro del palacio del cazonci (Pollard et al. 2001: 295). Se han realizado muy pocos trabajos de prospección arqueológica para ubicar tanto las minas donde se extrajeron los metales como los talleres donde se procesaron en la época prehispánica. A mediados de los años ochenta Dora Grimberg (1995) realizó un recorrido 8 La mayor parte del oro y la plata que llegaba a la cuenca de Pátzcuaro, lo hacía a través del sistema de tributo. Este material procedía de regiones distantes: la frontera sudoeste y el extremo occidental del reino; las cuencas del Tepalcatepec y del Balsas, y posiblemente pequeñas cantidades de plata venían de la cuenca del lago de Cuitzeo (Pollard 1987: 747).

307 en el área de la cuenca del Río Balsas, con el fin de encontrar las minas de cobre mencionadas en el Lienzo de Jucutacato (cf. Roskamp 1998, 2001) y en algunos documentos españoles del siglo XVI en el Archivo General de Indias de Sevilla. Según esta autora, los mineros tarascos vivían al pie de los cerros donde estaban las minas. Se dedicaban principalmente a la agricultura, obteniendo cobre sólo cuando el Estado se los requería. Mandaban el metal a la capital en forma de tejuelos de dimensiones preestablecidas, que primero eran recolectados por el ocambecha y luego llevados hasta Xiuhquilan (Jiquilan), donde los orfebres los transformaban en herramientas que posteriormente eran llevadas hasta Tzintzuntzan (Grimberg 1995: 262). Roskamp (2003) piensa que a partir de la segunda mitad del siglo XV el imperio tarasco logró imponer un control directo sobre buena parte de la Tierra Caliente, y empezaron a cobrar tributos a los pueblos de la región, asegurando de esta manera el flujo constante de todo tipo de bienes y productos que no existían en la zona lacustre de Pátzcuaro. En la cuenca del Río Balsas se erigieron fortalezas y existieron guarniciones de los tarascos y otros grupo étnicos (nahuas, otomíes y matlatzincas) que repelieron las incursiones mexicas a la región (Roskamp 2003). El Estado tarasco vio como interés estratégico el control político de las principales zonas metalíferas del Occidente; no es coincidencia que las dos zonas más abundantes en yacimientos de oro y plata (en los extremos sudeste y oeste del reino respectivamente) se encontraban sobre las fronteras militares del territorio (Pollard 1987: 750). El análisis de los artefactos de metal encontrados en las excavaciones realizadas en Atoyac (Jalisco) sugiere que las fuentes de obtención de cobre se encontraban en Jalisco y Michoacán. No sabemos, sin embargo, dónde se hicieron los artefactos, ni quién los elaboró; en Atoyac no se han encontrado evidencias del proceso metalúrgico (escoria, hornos para fundición, etcétera). Algunos objetos, en especial las pinzas de estilo tarasco, probablemente fueron elaborados en Michoacán, pero todavía no se han identificado los talleres de producción en ese estado (Hosler 1998: 325). Muchos objetos de cobre o de aleaciones que se han encontrado en sitios arqueológicos del centro, sur y este de Mesoamérica fueron producidos en el Occidente,

308 específicamente en Jalisco y Michoacán (Hosler 1998: 319). 9 Por ejemplo, los artefactos de los centros huastecos de Tamaulipas, de los sitios aztecas de Morelos, y otros de Oaxaca y del Soconusco, fueron elaborados predominantemente con minerales del Occidente; es muy probable que los orfebres de nuestra región hayan elaborado estos objetos para luego exportarlos (Hosler 1998: 326). Ciertos elementos de la tecnología metalurgista del periodo II del Occidente (ca. 1200-1521 d.C.) se difundieron a otras regiones de Mesoamérica, incluyendo artefactos, conocimientos sobre los procesos metalurgistas y materias primas. Algunos artefactos encontrados fuera del Occidente sugieren que los principales artículos exportados eran elementos de status o de uso ritual, especialmente cascabeles elaborados con la técnica “de alambre”. Estos objetos fueron elaborados por orfebres en las tierras altas de Michoacán y en zonas adyacentes en el norte de Guerrero, para de ahí ser transportados a una amplia región: Morelos, Tamaulipas, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Yucatán, Belice y Honduras. Evidencia documental y arqueológica sugiere que artefactos de bronce de estaño estaban siendo distribuidos a través de los sistemas de tributo y de mercados tanto de los tarascos como de los aztecas; mientras que otros grupos (p.ej. otomí, matlatzinca) pudieron haber servido como intermediarios comerciales (Hosler 1994a: 197, 223; Pollard 2003a). Las investigaciones realizadas recientemente por Blanca Maldonado (2011) sugieren la posible presencia de una industria metalurgista a nivel doméstico en el territorio tarasco. Igualmente se sugiere que la naturaleza y el grado de participación y control del Estado sobre la producción de metales cambió considerablemente a lo largo del tiempo y de un área del imperio a otra. Por otra parte, la estrategia económica predominante parece haberse basado en la producción intermitente, cuando menos para algunas etapas de la manufactura de objetos de cobre (Maldonado 2011: 304). Para finalizar este apartado, discutiremos el destacado papel de los objetos de metal precioso en la economía y la ideología del México prehispánico. Como ejemplo podemos mencionar el nombre que los aztecas dieron al oro: teocuitlatl, que significa “excremento de los dioses”. El padre Bernardino de Sahagún (1981) recogió el siguiente testimonio de los aztecas en el siglo XVI: “el oro es maravilloso, amarillo, bueno, fino, precioso. Es riqueza[…] propiedad de los gobernantes, nuestros señores” (Maldonado 2016). 9

Hasta el momento los intentos para equiparar la composición química de los artefactos con la de los minerales usados en su fabricación no ha tenido mucho éxito, ya que ésta no necesariamente permanece estable cuando se calienta el metal para la fundición, o cuando se vierte en estado líquido (Hosler 1998: 321).

309 Se ha sugerido que la mayoría de los ornamentos de oro que los españoles encontraron en la cuenca de México eran importaciones de la Mixteca o que fueron elaborados por orfebres mixtecos que trabajaban en Tenochtitlan o Acapotzalco (Solís Olguín y Velasco 2002: 444). Sin embargo, Timothy King (2015) dice que esta idea ha sido refutada; según el citado autor, para fines del siglo XV la Triple Alianza (formada por las ciudades aztecas de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan alrededor de 1428), había sido testigo del desarrollo de una tradición de orfebrería en oro de gran escala, con características multiétnicas y que había alcanzado un alto nivel de destreza. 10 Estos artesanos “produjeron miles de ornamentos de oro cada año, y exportaron una considerable proporción a otras regiones del imperio” (King 2015: 313). El citado autor ha calculado “que la triple alianza recibía entre 323 y 392 kg de polvo o lingotes de oro cada año de las ocho provincias mencionadas en el Códice Mendocino, junto con 84 bezotes de ámbar o de cristal montados en oro, y algunos ornamentos de oro” (King 2015: 316). El estudio citado aquí llegó a la siguiente conclusión: “la expansión de la comunidad de orfebres de oro en los centros urbanos [aztecas] recibió un gran impulso con el establecimiento de la Triple Alianza en 1428 y siguió creciendo hasta la Conquista”. King piensa que “este crecimiento fue impulsado en parte por un sistema de patrocinio real que usaba los regalos de productos artesanales lujosos para cimentar las alianzas militares, reforzar los lazos entre lasa distintas ciudades-estado, y mantener el control” (King 2015: 316). Otro trabajo que podemos citar para explicar el papel destacado que tuvo la orfebrería (principalmente de oro), en la sociedad mexica antes de la Conquista es el de López Luján et al. (2015). Estos investigadores discuten un hallazgo por demás singular: el entierro de un artesano mexica correspondiente al Postclásico tardío (ca. 1325-1521 d.C.) excavado a un lado de la estación Azcapotzalco del metro en la Ciudad de México. Este personaje fue enterrado con “una ofrenda única en varios sentidos[…] [que incluye] dos fragmentos de madera fosilizada y dos pesados bezotes metálicos[…] materias primas, instrumentos y productos acabados relacionados con la orfebrería[…] fragmentos de malaquita[…] una barra gruesa de cobre[…] y una delgada[…] las cuales habrían servido 10

Según Niklas Schulze, durante el proceso de manufactura de cascabeles de cobre (encontrados como ofrenda en el Templo Mayor de Tenochtitlan) los artesanos tuvieron que resolver una gran cantidad de retos tecnológicos relacionados por ejemplo con el diseño de los moldes, el comportamiento de las aleaciones y la organización de los procesos productivos. Cada paso en el proceso de elaboración estaba conectado con otros aspectos, y los cambios en una parte del proceso tenían que compensarse en las otras partes. El éxito de los

310 como fuentes de metal puro[…] o como preformas” (p. 56). López Luján y sus colaboradores llegan a la siguiente conclusión: “En el contexto de la arqueología del centro de México, el entierro 240 de Azcapotzalco es a todas luces excepcional. Su peculiar ofrenda reúne objetos relacionados con el trabajo de la lapidaria y, sobre todo con la orfebrería[…]” Agregan los autores un dato muy relevante: “el individuo inhumado con estos objetos era un varón de edad avanzada, cuyo esqueleto muestra las cicatrices del esfuerzo constante que exige el trabajo artesanal. A juzgar por las ofrendas[…] habría gozado en vida de una gran jerarquía, estatus propio de quien conoce los secretos de un quehacer altamente especializado” (López Luján et al. 2015: 57).

Turquesa En su estudio de la explotación y comercio de la turquesa en Mesoamérica, Phil C. Weigand ha sugerido que “la exploración, explotación y obtención mineras estuvieron dentro de los postulados organizativos[…] de la formación de la estructura comercial antigua de Mesoamérica” (Weigand 1995: 115). Para el periodo Postclásico la turquesa había rebasado a la otra piedra verde codiciada por los mesoamericanos, el jade, en niveles de consumo, popularidad e importancia económica. El complejo minero de Chalchihuites, Zacatecas, probablemente inició sus actividades hacia el periodo Clásico temprano (fase Canutillo, ca. 200-500 d.C.), llegando a su mayor auge alrededor en el Clásico tardío (fases Alta Vista y Vesuvio, ca. 500-800 d.C.). Fueron los comerciantes de Chalchihuites quienes dieron el mayor ímpetu a la adquisición sistemática de piedras verdes durante el Clásico. Aparte de la que extraían ellos mismos, acapararon la producción de otras áreas con el fin de intercambiarla fuera de su territorio 11 (Weigand 1995: 118-120). Aunque se han encontrado unos cuantos objetos de turquesa del siglo VI en Chaco Canyon, Nuevo México, la evidencia es escasa antes del siglo X, y el auge minero tuvo lugar entre 1350 o 1375 y 1600 d.C; las minas de Cerrillos, Nuevo México, son las mejor documentadas (Mathien 2001: 103-104).

orfebres mexicas consistió en su capacidad de hacer que este proceso funcionara, a pesar de la enorme cantidad de variables interconectadas de manera sistémica, y del pequeño margen de error (Schulze 2013: 221). 11 No hay yacimientos de turquesa en el área de Chalchihuites; los mineros de la región obtenían malaquita y azurita. Probablemente fue esta experiencia lo que hizo que estos mineros experimentados obtuvieran turquesa de más al norte, iniciando así un sistema de adquisición (Phil Weigand, comunicación personal).

311 La turquesa fue más que una posesión extremadamente valiosa; se convirtió en tiempos prehispánicos en un símbolo de status y de nobleza. La turquesa es muy abundante entre los hallazgos arqueológicos en Mesoamérica, aunque no hay yacimientos naturales de la roca dentro de esta área cultural. De hecho, los mayores depósitos se encuentran en el Sudoeste de los Estados Unidos y áreas adyacentes del norte de México. Existió un comercio formal y altamente estructurado de turquesa entre estas regiones y Mesoamérica nuclear. Se han encontrado más de un millón de piezas de esta piedra en investigaciones arqueológicas realizadas en el Sudoeste y en Mesoamérica; al analizar a través de activación de neutrones a muchas de estas piezas, se ha podido determinar que varios objetos encontrados en México vienen de minas específicas en Nuevo México, Arizona y Nevada (Harbottle y Weigand 1992: 78-79). El más temprano hallazgo de esta gema tiene una fecha aproximada de 600 a.C., pero no fue sino hasta el Clásico tardío (ca. 700-900 d.C.) y Postclásico temprano (ca. 9001200) que su uso se generalizó en Mesoamérica. Gran parte de esta turquesa venía de Cerrillos, Nuevo México, aunque había también otras fuentes. Chaco Canyon parece haber controlado su distribución, de manera casi monopolística. Eventualmente las gentes del Sudoeste empezaron a enviar a Mesoamérica artefactos terminados de turquesa en vez de la piedra en bruto; esta es la primera muestra de la integración estructural del sudoeste al sistema comercial de Mesoamérica (Harbottle y Weigand 1992: 80-81). Alrededor de 600 d.C. los mineros de Chalchihuites, Zacatecas, estaban extrayendo un sinfín de minerales: malaquita, azurita, pedernal, cinabrio, hematita, y posiblemente cobre nativo. Alrededor de cien años después aparecen evidencias del trabajo de turquesa a gran escala, procedente del área de Cerrillos, Nuevo México. En esta época los habitantes de Alta Vista empezaron a importar grandes cantidades de turquesa en bruto, igualmente procedente de Cerrillos. De hecho, en Alta Vista se han encontrado los talleres de manufactura de objetos de turquesa más grandes de todo Norteamérica; una parte del producto se terminaba en el sitio, y la restante se enviaba a las grandes urbes del periodo Clásico: Teotihuacan y Cholula, entre otras (Harbottle y Weigand 1992: 80). El consumo de turquesa continuó creciendo en importancia tanto en Mesoamérica como en el propio Sudoeste a lo largo del siglo XIII de nuestra era. A fin de satisfacer la creciente demanda, se abrieron fuentes adicionales y surgieron nuevos sitios de mercado,

312 destacando entre estos últimos Casas Grandes, Chihuahua. Durante el Postclásico tardío el imperio tarasco ejerció un control sobre las rutas de comercio que iban a lo largo de la planicie costera del Pacífico. Aunque los tarascos tal vez no comerciaron directamente con este material, sabemos que fue muy preciado para su elite; por otra parte, otros sistemas políticos de la zona costera pudieron haber impuesto sus propias condiciones para permitir el flujo del comercio por sus territorios (Harbottle y Weigand 1992: 80-82). 12 Las distancias entre la periferia norteña de Mesoamérica y el centro de México son considerables, pero parte del camino pudo haberse hecho por rutas acuáticas, ya sea siguiendo el curso de los ríos, o a lo largo de la costa. Una segunda ruta tierra adentro seguía por el flanco oriental de la Sierra Madre Occidental, a través de regiones escasamente pobladas y carentes de barreras naturales. En las tierras altas de Jalisco y la vertiente del río Lerma había sistemas políticos independientes y poderosos, que podrían bloquear el acceso a las rutas de comercio. Los comerciantes que llevaban turquesa del norte al centro de México y sur de Mesoamérica podrían haberla cambiado por una gran variedad de productos, pero la evidencia arqueológica es escasa. Un elemento de comercio que se ha preservado en el registro arqueológico son los caracoles marinos del Golfo de México, que se han encontrado en sitios arqueológicos del Sudoeste (Harbottle y Weigand 1992: 82-84). Otros bienes obtenidos a cambio de turquesa eran conchas del Pacífico, del Golfo de México y del Golfo de California, plumas de pericos y de guacamayo de la costa del Golfo de México, algodón y cascabeles de cobre elaborados en el Occidente. El intercambio de estos bienes escasos y preciosos pudo haber sido controlado por los “caciques” regionales (Plog 1997: 24, 113). El estímulo principal para este comercio tan extenso originalmente se desarrolló por la demanda de piedras verdes, y una vez que las rutas de comercio estuvieron abiertas, otros minerales se exportaron hacia el sur, como granate y peridotita. Eventualmente otras mercancías se sumaron a la lista: pieles de bisonte, sal y tal vez esclavos (cautivos de guerra) (Riley 1995: 114). Weigand et al. (1977) ofrecen un modelo para entender los sistemas de comercio entre el Sudoeste y Mesoamérica, el cual sugiere la existencia de un “sistema mundial” (cfr. Smith y Berdan 2003) en el cual “las provincias con recursos escasos juegan un papel activo conjuntamente con los más complejos centros de civilización y de consumo. En este 12

Por ejemplo, se ha encontrado turquesa de Cerrillos, Nuevo México, en Guasave (Sinaloa), Ixtlán del Río (Nayarit), Zacoalco y Las

313 punto de vista, las culturas dentro de las áreas con recursos escasos tienen una interrelación político-económica con las zonas que comercian con sus productos[…]” De acuerdo con los citados autores, “la economía y la política rara vez pueden separarse, hay una dirección implícita para esas relaciones –influencias culturales desde los centros de consumo hacia las zonas de recursos escasos- y una red ecológica de demanda sistemática, de explotación, de comercio, de manufactura, de distribución y de mayor demanda” (Weigand et al. 1977: 23). Linda Cordell (1984) sugiere la posible migración de gente desde México hasta el actual suroeste de Estados Unidos, con base en una serie de rasgos culturales compartidos que incluían “un bien desarrollado complejo cerámico, figurillas de arcilla, cremaciones, un sofisticado y extenso sistema de canales de irrigación, pozos excavados, metates en forma de abrevadero, mosaicos de turquesa y una industria de concha bien desarrollada” (Cordell 1984: 162). A esta lista debemos añadir canchas para el juego de pelota, plataformas ceremoniales, objetos de cobre (probablemente del Occidente de México), y conchas del Golfo de México (Riley 2005). Aunque la idea de migraciones a gran escala está abierta a debate, podría explicar las similitudes entre estas dos regiones y el desarrollo de las redes de intercambio tan estrechas que las unieron. Si bien Pollard (2003b) señala que no hay evidencia arqueológica directa para apoyar la idea del control del comercio en turquesa por parte del Estado tarasco, lo cierto es que este era un bien muy codiciado por la elite tarasca. Como ejemplo de lo anterior podemos mencionar el hallazgo en el sitio de Tres Cerritos, en la cuenca de Cuitzeo, de una tumba de elite 13 que contenía los siguientes objetos de turquesa: “cuarenta y tres placas de forma irregular, que sin duda formaron un mosaico y que tienen adherida la pasta amarilla que sirvió de pegamento; ochenta y seis cuentas de diferentes tamaños y formas pero predominantemente circulares; una placa en forma de semi luna, con dos perforaciones, sumamente delgada y pulida que sin duda sirvió como pectoral [todo ello] de piedra verde”. También se encontraron en esta tumba “tres placas trapezoidales con una perforación en uno de sus extremos y dos placas en forma de semi luna” (Macías Goytia 1998: 176).

Cuevas (Jalisco) (Weigand 1995: 124). 13 Las tumbas de Tres Cerritos parecen haber sido reutilizadas, ya que muestran una mezcla de materiales teotihuacanos y tarascos; por eso la turquesa podría ser mucho más antigua que la presencia tarasca en el sitio.

314 También en Urichu apareció turquesa en entierros de alto status (Pollard y Cahue 1999: Fig. 10, p. 273). Finalmente, en el Museo Michoacano (Morelia, Michoacán), hay varios objetos realizados con mosaicos de turquesa finamente trabajada: orejeras y bezotes de obsidiana con incrustaciones de la piedra verde, collares, cuentas y pectorales, los cuales eran prerrogativa de los altos estamentos de la sociedad tarasca (ver las ilustraciones en: Boehm [editora] 1994, pp. 194, 209 y 215). Las pierdas verdes (jadeita, diorita, serpentina y turquesa) fueron las más altamente apreciadas entre las gemas de Mesoamérica. El jade fue el material que más valoraron los olmecas, y también fue codiciado por las subsecuentes culturas. Tanto en ceremonias funerarias como en la dedicación de edificios de importancia ritual o política, las piedras verdes siempre jugaron un papel privilegiado. El color de la turquesa se equiparaba simbólicamente con el color de la vegetación y del agua, convirtiéndose en metáfora de vida y fertilidad. El símbolo azteca chalchihuitl (nombre dado a las piedras color verde) denotaba algo precioso. No es casualidad que, al igual que las plumas del quetzal o el jade, la piedra más altamente valorada por los aztecas y otras culturas del Postclásico haya sido de color verde (Pasztory 1983: 250). Durante el periodo Postclásico la turquesa se convirtió no sólo un símbolo de estatus, sino también un bien precioso indispensable para la reproducción ideológica y legitimación de los estados mesoamericanos. Esto pasó no solamente entre los ya mencionados aztecas, sino también entre los mayas, los mixtecos y otros. En el caso del Estado tarasco, asegurar el flujo constante de turquesa hacia los cofres reales se contaba entre los principales intereses estratégicos. Aunque este imperio tal vez no monopolizó las rutas de comercio que atravesaban su territorio, seguramente ejerció cierto control, aunque haya sido indirecto (Figura 131; ver igualmente el mapa en Weigand 1995: Figura 2).

315

Figura 131. Mapa que muestra las rutas de circulación de turquesa desde el suroeste de Estados Unidos hasta el sur de Mesoamérica, atravesando el área de dominio del imperio tarasco. Es probable que otros recursos estratégicos hayan viajado por estas mismas rutas, tal vez incluyendo la sal (elaborado por Phil Weigand, adaptado de Wilcox et al. 2008: Figura 2).

Los aztecas reconocían tres grados de turquesa según características como color, brillo y textura. La más codiciada era llamada teoxiuitle, que supuestamente siempre parecía estar humeando. Se consideraba como propiedad de los dioses, y se destinaba a la

316 elaboración de objetos ligados al culto de las deidades. Un segundo tipo de piedra, llamado xiuhtomolli, era preferido para la elaboración de cuentas, mientras que al tercer tipo, una piedra de color verde blancuzco, se le conocía como xiuhtomoltelt y se le atribuían propiedades medicinales. La turquesa era considerada preciosa no sólo por su rareza, sino también por su identificación con los dioses de la lluvia, Tlaloc y su consorte Chalchiuhtlicue. El color de la piedra evocaba para los mesoamericanos el azul del agua y del cielo diurno (Shelton 1988: 21-22). Sabemos que existían joyeros especializados entre los aztecas que trabajaban la turquesa y otras piedras preciosas. Aparte de las piedras verdes requerían para su trabajo muchas otras materias primas, como pirita, pedernal, lignito o azabache (una forma de carbón), oro, pigmentos, gemas (rubíes, esmeraldas, granate), conchas, maderas y fibras, resinas como el copal, cera de abeja y pegamentos (McEwan et al. 2006: 27-37). El papel estratégico que tuvo esta piedra color verde, sobre todo durante el periodo Postclásico, se puede ver en los hallazgos de objetos que fueron entregados como ofrenda en el Templo Mayor de Tenochtitlan. Un reciente estudio de Melgar Tisoc encontró que los mexicas depositaron “miles de piezas de turquesa en diferentes ofrendas de las etapas constructivas de este edificio entre 1325 y 1520 d.C. La mayoría de ellas fueron incrustaciones que formaban complejos mosaicos, como discos y ornamentos de determinadas deidades[…] Gracias a los análisis de composición[…] fue posible determinar que la mayoría de las piezas eran turquesas del noroeste de México y el suroeste de Estados Unidos[…]” El citado autor pudo identificar “tres estilos tecnológicos: uno relacionado con los mixtecos, otro que parece tener un origen no mesoamericano y el último comparte la tecnología del estilo imperial tenochca (Melgar Tisoc 2014: 1). Como hemos mencionado reiteradamente, los recursos escasos o estratégicos de que dependían los tarascos para su existencia discutidos en este capítulo venían de lugares distantes, en calidad de bienes de comercio o de tributo. En ambos casos, se requería de instituciones estatales –mercados, comerciantes a larga distancia, recolectores de tributo— y de toda una infraestructura –caminos, tlamemes, sitios de descanso, fortalezas, etcétera— para asegurar que el tráfico fuera constante y beneficioso para todas las partes involucradas. El Estado evidentemente logró establecer una red de relaciones políticas que aseguraba el flujo de mercancías a la metrópoli. La expansión tarasca hacia territorios distantes tuvo

317 como motivación el deseo de controlar diversos recursos escasos adquiridos a través del sistema de tributos. Otros bienes importantes para el imperio –estaño, conchas marinas, crisacola, malaquita, azurita, cinabrio, pirita, plomo, hierro especular, ópalo, cristales de cuarzo y peyote-- venían de Jalisco, Nayarit y Zacatecas, a través del sistema de comercio a larga distancia (Pollard 2003b). Los tarascos lucharon con determinación por incorporar a los sistemas políticos en la periferia de su territorio dentro de su esfera de influencia política. Durante la segunda mitad del siglo XV se lanzaron varias campañas militares hacia la cuenca del lago Chapala y hacia Zacatula, cerca del río Balsas (Pollard 2003b). La vertiente media del Balsas es una zona de rocas metamórficas con depósitos de cobre, estaño, plata, oro, piedras verdes y sal (Pollard 2000: 71). La desembocadura del río Balsas era controlada por el señor de Zacatula, formando parte del imperio mexica. Al parecer los tarascos tenían solamente una pequeña colonia en la costa del Pacífico, pero es difícil determinar hasta qué punto fue parte del imperio tarasco (Warren 1989: 4). Las relaciones entre mexicas y tarascos en esta región fueron complejas. Los datos etnohistóricos y arqueológicos parecen indicar dos clases de interacción económica entre ambos reinos. La primera se refiere a bienes adquiridos por los comerciantes a larga distancia; los tarascos viajaban a las fronteras del Estado, incluyendo Zacatula en la costa del Pacífico y Taximaroa en la frontera con los aztecas, para adquirir mercaderías para la elite de la capital (Pollard 1993: 171). Un pleito en el siglo XVI entre varias comunidades de la región de Zacatula sobre ojos de agua salobre da una idea de la situación de esta área de frontera estratégica entre el reino de Michoacán y el de los mexicas. Los pobladores del área tributaban sal a la Triple Alianza, mientras que los tarascos hacían incursiones a las salinas a tomar cautivos. Sabemos que los pueblos salineros de esta región “tributaban sal muy blanca que sólo usaban los señores de México” (Carrasco 1996: 377). Si bien la zona de frontera estaba en pie de guerra casi constantemente, esto no impedía el paso libre de los comerciantes a larga distancia en ambas direcciones. En los asentamientos de frontera como Taximaroa, los comerciantes tarascos y aztecas se encontraban para intercambiar sus mercancías; también acudían mercaderes matlatzincas y otomíes (Pollard 2000: 73). Durante el último siglo antes de la llegada de los invasores hispanos, los imperios azteca y tarasco tuvieron frecuentes encuentros militares; pero a la

318 vez aumentó considerablemente su volumen de interacción económica. Estos procesos aparentemente contradictorios nos proporcionan un dramático ejemplo de intercambio comercial entre entidades políticas rivales, a través de sus fronteras militarizadas. La fortaleza de Taximaroa era un “puerto de tráfico” (cf. Chapman 1957) donde coincidían los mercaderes de ambos imperios. Aunque ciertamente la frontera militar limitaba la interacción política, no sucedía lo mismo con el comercio de bienes escasos o estratégicos como obsidiana, metales, cerámica, y muchos otros, tal vez incluyendo la sal. Este “mercado negro” entre imperios enemigos demuestra la capacidad que tuvo el intercambio comercial de cruzar fronteras y de integrar sistemas políticos hostiles dentro de los procesos mayores de la civilización mesoamericana (Pollard y Smith 2003). Otro ejemplo en la misma región del Balsas es la fortaleza de Oztuma, que se integró a la zona de frontera azteca para repeler la expansión militar de los tarascos. A finales del siglo XV los chontales de Oztuma mantuvieron su autonomía sociopolítica, contribuyendo a la defensa de la frontera azteca proporcionando comida, armas y guerreros a los mexicas (Silverstein 2001: 31, 34, 46). La fortaleza de Oztuma era prácticamente inexpugnable, pues estaba en lo alto de una colina con precipicios a los lados y una sola entrada muy estrecha (Armillas 1991: 239-240). Muy pocos estudios arqueológicos (a diferencia de los etnohistóricos) han prestado atención al control fronterizo en la zona azteca-tarasca; el trabajo de Hernández Rivero (1994) es un buen ejemplo, pero todavía queda mucho por hacer en este sentido. En el extremo opuesto del territorio tarasco la situación fue muy diferente, pues no existió el obstáculo de un Estado poderoso que les impidiera el paso. Las salinas de Sayula, Jalisco, fueron blanco de la expansión del imperio tarasco. Según Brand (1993: 469), “por el mismo tiempo de la conquista de Zacatula (1460), los tarascos[...] conquistaron Colima, que abarcó las áreas conocidas en tiempos de la Colonia como Motines, la misma Colima, Zapotlán, Amula, Sayula y Autlán.” De acuerdo con Valdez y Liot (1994: 287), “la interpretación de las fuentes etnohistóricas sugiere que[...] los tarascos llegaron a dominar la región lacustre de Sayula y Zacoalco[...] la cuenca de Sayula representa uno de los mayores yacimientos de sal ubicados en las tierras altas de Mesoamérica[...]” En varias partes de la cuenca se Sayula se han encontrado huellas de la presencia de los michoacanos, asociadas a la fase Amacueca

319 (ca. 1100-1520 d.C.), en un contexto de pequeñas aldeas agrícolas dispersas. La evidencia más completa fue encontrada en Atoyac, el cual es señalado por las fuentes como uno de los principales centros de producción salinera dentro de la cuenca. En Usmajac, otro de los asentamientos dentro del vaso lacustre, las evidencias tarascas se encuentran relacionadas con la ocupación del Postclásico tardío (Valdez y Liot 1994: 291, 299). En San Juan de Atoyac se excavó un área de 1,500 m2, detectando 17 entierros con ofrendas que incluyeron vasijas de cerámica, pinzas y agujas de cobre, “bezotes” de obsidiana, cascabeles de cobre, y una pinza con adornos espirales a los lados, emblema de poder o autoridad entre los antiguos tarascos, usado por los sacerdotes principales o petámutis. Al parecer de los excavadores, se destinó un sector del cementerio para enterrar a los individuos que se vinculaban con el grupo michoacano (Valdez y Liot 1994: 299301). Tanto la cantidad como la variedad de objetos encontrados en contexto arqueológico en este lugar sugieren que su presencia no es meramente un indicio de comercio entre pueblos vecinos, sino que podría indicar el dominio político tarasco de esta área (Valdez y Liot 1994: 302-303). Como ejemplo de lo anterior, el análisis preliminar de la cerámica demostró la presencia de varios rasgos diagnósticos de la cultura tarasca, como vasijas con asa de estribo o asa de canasta y vertedera, ollitas miniatura, cajetes trípodes, fragmentos de pipas, etcétera. Muchos de estos objetos prácticamente son idénticos a los materiales diagnósticos procedentes del área nuclear tarasca (Noyola 1994: 69). El objetivo militar que perseguían los michoacanos en esta parte del actual estado de Jalisco ha sido descrito de la siguiente manera: “las salinas de Sayula [fueron] la motivación que trajo a los tarascos a la región. Es indudable que para el Estado purépecha creciente era menester ampliar su infraestructura económica a través de la sujeción de pueblos tributarios y de la adquisición de productos que eran escasos o inaccesibles en su área. Los yacimientos salineros, su explotación y tributación eran, ciertamente, un incentivo importante para conquistar la zona lacustre de Sayula” (Valdez y Liot 1994: 303).

Conclusiones

320 En este capítulo se han presentado datos arqueológicos, etnohistóricos y etnográficos de varias regiones de Mesoamérica y de fuera de esta área cultural, para ayudarnos a comprender el papel que el cloruro de sodio –conjuntamente con un gran número de otros recursos escasos y estratégicos-- pudo haber tenido en la economía de los tarascos del periodo Protohistórico. Ha quedado clara la existencia de un amplio sistema de redes comerciales y de tributo controladas por la estructura política de los diversos sistemas sociopolíticos mesoamericanos, que permitieron a las diversas culturas prosperar a través de una relación simbiótica por la cual cada región compensaba sus carencias por medio de la interacción tanto con sus vecinos como con pueblos más alejados, estableciendo relaciones de interdependencia entre ámbitos ecológicos contrastantes pero también complementarios, por ejemplo entre las húmedas tierras bajas y las semiáridas tierras altas. Lo que queda por discutir son los mecanismos por medio de los cuales se desarrollaron los contactos a larga distancia entre el núcleo de poder del Estado en la cuenca de Pátzcuaro y la periferia del imperio. En su discusión sobre las dinámicas expansionistas de los Estados arcaicos, Guillermo Algaze (1993) propone que los sistemas sociales de nivel estatal establecieron contactos con los grupos políticos menos desarrollados de la periferia, a través de puntos de avanzada establecidos a cierta distancia y en ubicaciones estratégicas con relación a la metrópoli. Dichos centros permitieron a las sociedades nucleares un máximo acceso a las periferias menos desarrolladas, con un mínimo de gasto, para de esta forma canalizar los recursos estratégicos en una relación asimétrica entre sociedades con marcadas diferencias de organización sociopolítica (Algaze 1993: 304). Estos puntos de avanzada reflejan una estrategia por medio de la cual se establece un sistema de hegemonía económica que permite a los Estados expansionistas explotar zonas de menor complejidad, localizadas fuera de los límites de su control político directo. Este sistema, que puede definirse como imperialista, opera a través de la colonización del área inmediatamente alrededor del núcleo, estableciendo posteriormente asentamientos estratégicamente localizados en las hinterlands extrañas, para explotar esos territorios a través de puntos de avanzada militar (Algaze 1993: 305) o de “puertos de tráfico” (ports of trade) (Chapman 1957: 115).

321 Andrews (1984) ha propuesto que los Estados de las tierras bajas mayas del sur se vieron en la necesidad de importar de las costas del norte de Yucatán varias toneladas de sal al año, para abastecer a las grandes poblaciones que vivían en las ciudades sureñas. Estas fuentes salinas están a varios cientos de kilómetros de los centros de población, y los problemas logísticos para transportar enormes cantidades del blanco producto debieron ser considerables. Tal comercio existió durante la época de la Conquista española, y Andrews propone su existencia desde por lo menos el periodo Formativo, asignándole un papel decisivo en el surgimiento de la civilización maya del Clásico (Andrews 1984: 827). Andrews propone que el acceso a importantes fuentes naturales de sal y el control del comercio a larga distancia fue un factor fundamental en los procesos de formación del Estado en el mundo antiguo, incluyendo a los mayas prehispánicos. Muchas redes antiguas de comercio tenían uno o dos recursos clave cuyo intercambio fue el principal estímulo para el crecimiento y difusión del comercio. Entre los mayas antiguos estos bienes estratégicos fueron la sal y en menor grado el algodón, la obsidiana y el jade (Andrews 1983: 134). Lo que Andrews propone para la cultura maya podría extenderse a otras culturas mesoamericanas, incluyendo la tarasca, como se discute a continuación. Con base en la cantidad y distribución de asentamientos durante el periodo anterior a la Conquista, la población total de la cuenca de Pátzcuaro se ha estimado entre 60,750 y 105,000, con una media de 80,000 (Pollard 1993: 79), incluyendo la población de Tzintzuntzan, que se ha calculado alrededor de 25,000-30,000 (Pollard 1993: 32). Con estas cifras como base podemos calcular el consumo mínimo de sal en el corazón del territorio tarasco: 10 gramos de sal 14 multiplicados por 80,000 individuos son un total de 800 kg al día, o sea un total de 292,000 kg al año. Esta cifra sólo toma en consideración la sal empleada para consumo alimenticio, así es que tendríamos que añadir la que se empleaba para muchos otros usos, como la preservación de comida, la preparación de pieles, la elaboración de tintes para textiles, etcétera. Dado que el área nuclear tarasca alrededor del Lago de Pátzcuaro carece de fuentes naturales de cloruro de sodio (Pollard 1993: 113), este recurso tenía que importarse desde los más lejanos rincones del imperio. De hecho existieron principalmente tres áreas 14 Según Andrews (1983: 9) el consumo promedio per cápita de sal se ha calculado en alrededor de 8-10 gramos al día en todo Mesoamérica.

322 productoras que estaban ya fuese bajo el control directo del Estado tarasco, o bien se conectaban con la capital estatal por las extensas rutas de comercio imperiales: la cuenca del lago de Cuitzeo (Williams 1999a, 1999b, 2009, 2010), la cuenca del lago de Sayula (Valdez y Liot 1994; Weigand 1993), y finalmente la costa de Michoacán (Williams 2002, 2004a, 2010). Un tema relevante para esta investigación es el de la transportación de los bienes de intercambio (entre ellos la sal) de una parte a otra de Mesoamérica. Para comprender este aspecto de la cultura antigua, Amy Hirshman y Christopher Stawski (2013) utilizan información arqueológica, etnohistórica y etnográfica. Según estos autores, la transportación de vasijas de cerámica al mercado en el periodo Protohistórico en el Lago de Pátzcuaro no fue solamente una “transferencia” de estos bienes, sino parte de la logística de la mercadotecnia, y además fue una acción inmersa en el contexto cultural local y que a la vez estaba compuesta de límites físicos y culturales. Hirshman y Stawski (2013) desarrollaron un modelo teórico para evaluar el control de los artesanos sobre la transportación de sus productos dentro del sistema de mercados del territorio tarasco prehispánico. Este modelo fue construido con base en consideraciones sobre la tecnología de transportación en la cuenca de Pátzcuaro (que consistió básicamente en tlamemes por tierra y canoas en el agua), la topografía y finalmente información sobre las reglas culturales y políticas que regulaban el acceso a los medios de comunicación en esta región del Michoacán antiguo. En segundo lugar, los autores consideran la estabilidad relativa de la organización de producción doméstica de cerámica durante el surgimiento del Estado tarasco, tomando en cuenta los cambios en la tecnología y las redes de transportación. Hirshman y Stawski llegan a la conclusión de que las unidades domésticas productoras de cerámica dentro del Estado tarasco protohistórico mantuvieron el control sobre la transportación y distribución de sus mercancías a través de los mercados. Es probable que otros muchos bienes, entre ellos el que nos ocupa en estas páginas, también transitaban por estas rutas de intercambio. Para cerrar este capítulo es conveniente mencionar una de las lecciones que hemos aprendido a partir del estudio de las fuentes históricas del Occidente y de otras partes de Mesoamérica y del mundo, discutidas páginas arriba. Me refiero al hecho de que no fue empresa fácil para el cazonci mantener abastecido de sal su imperio, ni impedir el acceso a

323 las distantes fuentes productoras por parte de los Estados enemigos. Al igual que lo propuesto por Andrews (1983) para los mayas y otras culturas, es posible sugerir que el control del comercio y tributación de sal tuvo tal relevancia dentro de los planteamientos estratégicos básicos del imperio tarasco, que contribuyó directamente a su expansión. Como ya hemos visto en páginas anteriores, no fue la sal el único recurso, tal vez tampoco el más importante, pero con seguridad figuró desde los orígenes del Estado tarasco en la lista de recursos estratégicos que había que conseguir y proteger a toda costa. En esto el cazonci se encontró en una situación que habían conocido desde mucho antes los reyes en todo del mundo antiguo.

324 CAPÍTULO VI CONCLUSIONES GENERALES Para entender la relevancia del cloruro de sodio dentro de la economía política del imperio tarasco, es necesario recordar que la cuenca de Pátzcuaro, donde se asentaba la sede del poder político, carece de fuentes naturales de sal, de obsidiana, de pedernal y de cal, productos indispensables para la supervivencia y reproducción de todos los hogares dentro del periodo Protohistórico; también hacían falta muchos bienes suntuarios codiciados por la elite (Pollard 1993: 113). Las áreas de aprovisionamiento de sal para el imperio tarasco fueron la cuenca de Cuitzeo –de hecho, desde el periodo Clásico (ca. 300-900 d.C.) las comunidades que poblaron la vertiente del río Lerma tenían a esta fuente como la más cercana y productiva--, la cuenca del Lago de Sayula (Jalisco) y la costa de Michoacán. Los mecanismos para el intercambio de este y otros muchos bienes escasos fueron los mercados regionales, el comercio a larga distancia y el pago de tributos por los pueblos sometidos por el imperio. Si bien la costa de Michoacán no formó parte del imperio tarasco –salvo por la desembocadura del río Balsas durante la época de mayor expansión territorial (Pollard 2000: Figura 5.1)--, tanto los datos etnohistóricos (y recientes) que mencionan la gran productividad salinera de la región, como la analogía con otras partes del litoral del Pacífico, desde Sinaloa hasta Guatemala, permiten sugerir que las zonas costeras del norte del estado de Michoacán y sur de Colima estuvieron de hecho entre los principales abastecedores de cloruro de sodio de la capital tarasca y los numerosos asentamientos de la cuenca del Lago de Pátzcuaro. Para evaluar el posible papel de la industria salinera de la costa michoacana también resulta ilustrativo examinar varios casos de otras regiones de Mesoamérica. Por ejemplo, las salinas más productivas de la zona maya eran las costeras, que proporcionaban la sal más pura y codiciada. Es posible sugerir una situación análoga en el Occidente, con explotación salinera tanto en las tierras altas del interior como de las zonas costeras. La blanca sal de Colima fue durante la Colonia y sigue siendo en la actualidad una de las más preciadas de México, lo cual confirma la predilección por el producto de salinas costeras. Las fuentes etnohistóricas del siglo XVI reflejan una gran productividad en la zona litoral del Occidente. Sin embargo, estas regiones fueron

325 prácticamente despobladas a raíz de la Conquista, lo cual dificulta establecer con certeza continuidades culturales entre el pasado prehispánico y la situación descrita por las fuentes del siglo XVI y posteriores. El comercio en general y la tributación de bienes escasos y recursos estratégicos fueron muy importantes para todos los Estados arcaicos. En el caso del Occidente de México, las ideas de Phil Weigand (derivadas de los estudios de Fernand Braudel, 1980) son bastante relevantes. Según este autor, el intercambio de recursos escasos se expresa en dos niveles de interacción distintos pero interrelacionados. El aspecto más generalizado y perdurable se llama estructura comercial e incluye materiales (ya sea recursos básicos o de lujo) que son tan necesarios, ya sea a nivel práctico o de status, que circularán sin importar la configuración política o económica particular existente en un periodo específico. Weigand propone que la obsidiana y la sal son buenos ejemplos de un recurso escaso básico que simplemente tenía que circular continuamente para que prosperara el sistema social del ecúmene, o cualquiera de sus componentes. La turquesa por otra parte es ejemplo de un recurso escaso de lujo que circulaba constantemente para satisfacer los deseos de señalar el status y las necesidades religiosas de las elites dentro del ecúmene. Sin importar lo que suceda a uno o a varios de los participantes, estos bienes seguirán fluyendo, por su valor intrínseco dentro del sistema mayor. Este autor piensa que la estructura comercial está constituida por una serie entrecruzada de redes comerciales que son bastante vulnerables a cambios en la composición de sus participantes. Cuando uno o varios de ellos se colapsan, se retiran o dejan de participar, toda la red deja de funcionar. Las redes comerciales son particularizadas y especializadas, mientras que la estructura comercial es envolvente y generalizada (Weigand 1982, 1993b; Williams y Weigand 2004). El flujo de bienes escasos y estratégicos desde las zonas de obtención hasta el núcleo del Estado tarasco fue asegurado por el cazonci siguiendo una estrategia geopolítica que mantenía a los pueblos productores bajo la obligación de pagar el tributo, y a las líneas de comunicación con la capital siempre abiertas. Esta estrategia explica en parte cómo es que este imperio hegemónico llegó a ser uno de los más poderosos del México antiguo, rivalizando incluso con los aztecas. Como ya ha quedado establecido en las páginas anteriores, la producción, la distribución comercial, el control militar del acceso a las

326 fuentes productivas y finalmente la tributación de sal fueron aspectos críticos de gran relevancia estratégica dentro de la vida económica y social de los tarascos. La expansión del Estado hacia zonas alejadas de la capital –la cuenca de Cuitzeo, la cuenca de Sayula y la costa de Michoacán- se explica por la necesidad de obtener bienes escasos y recursos estratégicos, entre los cuales siempre sobresalió cloruro de sodio. Este compuesto químico tuvo un papel primordial dentro de la economía mesoamericana por la sencilla razón de que las fuentes de abasto salino no estaban distribuidas de manera uniforme en el paisaje, por lo que desde tiempos tempranos se crearon mecanismos de distribución como mercados regionales, comercio a larga distancia y un complejo sistema tributario. Los imperios hegemónicos como el azteca y el tarasco obtuvieron recursos estratégicos o escasos (sal, metales, obsidiana, turquesa, jade, piedras semipreciosas, pieles, cacao, algodón, textiles, plumas, cerámica, entre muchos otros) a través de una vasta red tributaria. La economía política de estos imperios mesoamericanos se basó en una forma de organización que incluía complejos sistemas para la recaudación de impuestos, así como almacenes reales, obras públicas a gran escala y tierras reales. La economía se vio dirigida y regulada por el organismo político, a través del control por la elite de los medios fundamentales de producción (tierra y trabajo). El enfoque comparativo seguido en el presente estudio ha sido muy esclarecedor, al permitir comparaciones que complementan la información para el Occidente, muchas veces fragmentaria debido a la falta de investigaciones. Hemos visto que en el Viejo Mundo aparecieron asentamientos alrededor de manantiales salinos desde por lo menos el periodo Neolítico (ca. 7000-2000 a.C.), en los que se obtenía sal por cocción. Posteriormente, la industria salinera fue muy importante para el desarrollo económico y social de muchos Estados arcaicos, por ejemplo China, donde existieron grandes monopolios para la producción y comercio de cloruro de sodio desde por lo menos hace unos 2,000 años. Tanto la tecnología de extracción como los sistemas tributarios chinos fueron los más desarrollados de su época. Dos ejemplos tomados de la literatura histórica --de Europa y África respectivamente-- sirven muy bien para ilustrar el papel fundamental que jugó la sal en la economía de prácticamente todo el mundo antiguo, especialmente entre las sociedades

327 agrícolas de la antigüedad. La pesca fue una de las principales fuentes de alimentos para el norte de Europa durante la Edad Media, y el procesamiento de pescado requería de enormes cantidades de sal para su conservación. Grandes imperios marítimos y comerciales como el de la Liga Hanséatica prosperaron gracias al comercio de pescado, que hubiera sido imposible sin salarlo para transportarlo. Por otra parte, en amplias regiones de África donde escaseaba el cloruro de sodio surgieron extensas redes de comercio que atravesaban enormes distancias, usando a esta mercancía como bien de intercambio por productos como oro, marfil y esclavos. De hecho, en partes remotas de África la sal tenía más valor que el oro, y todavía hasta nuestros días sigue haciendo las veces de unidad de intercambio, lo cual es algo que tiene raíces muy antiguas en la región. Al igual que en el resto del mundo antiguo, en Mesoamérica el cloruro de sodio también fue un recurso vital para la subsistencia, y lo siguió siendo durante la Colonia y hasta la actualidad. Los datos arqueológicos y etnohistóricos con que contamos principalmente para los aztecas y los mayas, nos permiten asegurar que este recurso estratégico fue un bien de comercio y de tributo muy codiciado desde tiempos más remotos en el pasado prehispánico. Los datos comparativos presentados incluyen al centro de México, Oaxaca, Puebla y el área maya, además de las principales regiones del Occidente para las que tenemos datos sobre explotación salinera en la antigüedad. Esta perspectiva comparativa resulta muy útil para comprender mejor varios aspectos de las técnicas salineras, así como el papel jugado por este bien indispensable dentro de la economía de los grupos humanos que habitaron el Occidente, pues la información arqueológica y etnohistórica a nuestra disposición en esta área cultural es fragmentaria. Dentro de la tecnología mesoamericana se hizo uso de la sal para varios fines, principalmente en la industria textil, como mordiente para fijar colorantes. A este uso hay que añadir otros igual de importantes, por ejemplo la conservación de alimentos (principalmente pescado) y su utilización en rituales y prácticas curativas. Finalmente, sabemos que la sal se empleó como unidad de intercambio, lo cual sigue todavía vigente en varias regiones de México y Centroamérica. Pero fue el papel de este compuesto químico dentro de la dieta lo que le dio su mayor valor como recurso estratégico.

328 La dieta de los primeros pobladores de la parte de México y Centroamérica que eventualmente se conocería como Mesoamérica hace unos 10,000 años consistió principalmente en animales y plantas silvestres. Los animales disponibles al ser humano en la época prehistórica, particularmente los herbívoros como el búfalo, el venado y el alce, tenían un gran gusto por la sal 1 y viajaban grandes distancias para obtenerla. Los salegares o lamederos 2 eran lugares favoritos en la época prehistórica para cazar estos animales y otros, incluyendo varios hoy extintos, como el mamut (Dauphinee 1960: 397). En el caso de animales y seres humanos el gusto por el cloruro de sodio es más pronunciado entre aquellos que llevan una vida mayoritariamente vegetariana, en comparación con los cazadores que se nutren principalmente de carne. Podemos entonces suponer que los grupos humanos de la prehistoria al irse volviendo cada vez más sedentarios y basar mayor parte de su subsistencia en el cultivo de plantas alimenticias, empezaron a experimentar carencia de este mineral y se vieron en la necesidad fisiológica de añadirla a la comida. El resultado de esto fue un gusto o apetito por la sal que sigue hasta nuestros días (Dauphinee 1960: 399). La domesticación de plantas alimenticias fue un proceso largo, que inició en Mesoamérica a finales del Pleistoceno (hace unos 10,000 años; Flannery 1986: 14) y abarcó la totalidad del periodo Arcaico (ca. 7,000-2000 a.C.). Durante este tiempo el consumo de plantas domesticadas –maíz, frijol, jitomate, calabaza, chile, etcétera—fue aumentando cada vez más, mientras que el consumo de animales silvestres –en particular especies grandes-- perdía cada vez más la importancia en comparación con la incipiente agricultura. Los animales cazados antes de ca. 7000 a.C. incluían al caballo y al berrendo, aunque más de la mitad de las especies consumidas eran conejos y otros animales pequeños (zorro, zorrillo, coyote, ardilla, pájaros, tortugas, lagartijas y roedores). Algunas plantas silvestres como el mezquite también se aprovechaban. En el medio ambiente posterior al Pleistoceno (ca. 6500 a.C.) el caballo ya se había extinguido y los berrendos se habían reducido en número; la adaptación para la subsistencia estaba ahora más orientada hacia la explotación de varias plantas silvestres (setaria, amaranto, tunas, aguacate y chupandilla) (Bray 1977: 227; cf. Flannery y Wheeler 1986: 286). Finalmente, al establecerse plenamente la vida 1 Experimentos realizados con ganado moderno han demostrado que la falta de sal en la dieta durante varios meses conduce invariablemente a la enfermedad y eventualmente a la muerte (Dauphinee 1960: 398). 2 Lugares con abundante sal en el suelo donde se reúnen los animales a lamerla.

329 aldeana sedentaria alrededor del primer milenio antes de nuestra era, el consumo adicional de sal fue cada vez más indispensable. El deseo de comer este mineral es análogo a la sed o el hambre; son sensaciones responsables de la regulación de la ingesta mínima requerida de nutrientes y de agua para mantener la vida en el organismo (Dauphinee 1960: 401). Posteriormente, en el periodo Clásico (ca. 200-900 d.C.) y Postclásico (ca. 9001521 d.C.) existieron en el Occidente grandes concentraciones de población, que hicieron necesario el abasto salinero por parte de los sistemas políticos de las distintas regiones. En resumen, con base en la información arqueológica disponible para el Occidente, podemos suponer que durante los periodos Arcaico y Formativo existieron concentraciones de población relativamente pequeñas –aldeas y pueblos—para las que bastaba la explotación de salinas a nivel local o doméstico, con poco comercio interregional. Durante el Clásico y Postclásico, por otra parte, los grandes asentamientos –ciudades, centros administrativos, centros ceremoniales, etcétera—hicieron necesaria una explotación de salinas a nivel regional y a escala industrial. El comercio y la tributación igualmente fueron a gran escala, vinculando a las áreas productoras de varias regiones con los principales centros urbanos. Como señalamos anteriormente en este libro, los arqueólogos dependen para construir sus modelos del conocimiento con que se cuenta actualmente sobre los rangos de variabilidad en la forma, estructura y funcionamiento de los sistemas culturales. Gran parte de esta información ha sido proporcionada por investigaciones etnográficas; es la información básica que sirve para ofrecer proposiciones explicativas sobre el registro arqueológico (Binford 1972: 69). En los últimos años los arqueólogos han reconocido con renovado interés la necesidad de obtener datos comparativos del mundo moderno; esto lo explica Lewis Binford de la siguiente manera: “el registro arqueológico[...] es un fenómeno contemporáneo, y las observaciones que hacemos acerca de él no son enunciados “históricos”. Necesitamos sitios que preserven cosas del pasado, pero igualmente necesitamos las herramientas teóricas para dar significado a estas cosas cuando las encontramos. El identificarlas acertadamente y reconocer sus contextos dentro del comportamiento antiguo depende de un tipo de investigación que no puede realizarse en el mismo registro arqueológico.” Con base en las ideas expresadas aquí, Binford llega a la siguiente conclusión: “si pretendemos investigar las relaciones entre lo estático y lo

330 dinámico, debemos de poder observar ambos aspectos simultáneamente, y el único lugar donde podemos observar el aspecto dinámico es en el mundo moderno, en este momento y en este lugar” (Binford 1983: 23). La etnoarqueología se desarrolló como una disciplina que buscaba integrar los hallazgos y contextos arqueológicos con la información etnográfica (Willey y Sabloff 1980: 185). Específicamente, surgió desde una perspectiva arqueológica para mejor interpretar la cultura material, de esa manera obteniendo información sobre artefactos y tecnologías directamente de los individuos que estaban involucrados en su producción. Los estudios etnoarqueológicos tienen como objetivo un mejor entendimiento de las relaciones entre el comportamiento humano y los contextos de cultura material (Kolb 1989: 292-293; Williams 2005b). Un primer paso en la investigación etnoarqueológica de la producción de sal en la cuenca de Cuitzeo y en la costa de Michoacán ha sido identificar las huellas que dejan sobre el paisaje las actividades salineras. Podemos mencionar principalmente los canales que llevan el agua salobre de los manantiales a las “fincas”, y que han sido “fosilizados” por la acumulación de sustancias minerales, también las “eras” o tinas de evaporación pueden preservarse en el registro arqueológico. Otros elementos del “paisaje salinero” (cf. Ewald 1997) bastante visibles son los “terreros”, acumulaciones de tierra lixiviada que abundan en las áreas de trabajo de los salineros. Finalmente hay que mencionar la cerámica especializada, que desde la época prehispánica hasta tiempos recientes ha sido uno de los principales elementos diagnósticos de la industria salinera tradicional. Si bien ahora se piensa que tipos cerámicos como el Texcoco Fabric Marked se utilizaron más para el empaque y transportación que para la cocción de salmuera (Parsons 2001: 251), tenemos datos etnohistóricos y arqueológicos que hablan de recipientes de arcilla usados para cocer la salmuera y obtener sal cristalizada en muchas partes del Occidente, así como del resto de Mesoamérica y fuera de ella (Williams 2001). Una de las observaciones etnográficas realizadas en los sitios salineros michoacanos que tiene relevancia para la arqueología es que los movimientos de tierra dentro de los talleres, por ejemplo al mezclar los distintos tipos de tierra antes de lixiviarla, así como el

331 uso constante de tierras “recicladas” ocasiona una mezcla de los materiales arqueológicos, por lo que la excavación en uno de estos sitios tal vez no sería útil para definir una secuencia estratigráfica con base en la cerámica. Otro factor que habría que tomar en cuenta para un estudio arqueológico sobre sitios salineros, es la gran cantidad de artefactos utilizados actualmente que por estar hechos de materiales perecederos (madera, fibras, cestería, pieles, etcétera), difícilmente dejan huella en el registro arqueológico (ver el Cuadro 7). Es por esto que las observaciones etnográficas de contextos sistémicos (cf. Schiffer 1988) son indispensables para formarnos una idea lo más completa posible sobre las actividades salineras antiguas. La excavación arqueológica por sí misma difícilmente podría darnos una visión realmente completa de esta industria. La información documental que estudia la etnohistoria nos habla de las técnicas utilizadas por los salineros al momento de la Conquista y entrado el siglo XVI, que pensamos son iguales o muy parecidas a las prehispánicas. Sabemos, por ejemplo, que las fuentes salinas explotadas en la época prehispánica fueron principalmente de los siguientes tipos: estanques naturales o charcos salinos, esteros marinos, lagunas interiores, manantiales, pozos y tierras saturadas de sal (Reyes 1993); las técnicas se redujeron principalmente a dos tipos: sal solar, que utilizaba el calor del sol para evaporar la salmuera y obtener sal cristalizada, y sal cocida, en la que la evaporación se lograba calentando la salmuera bajo fuego directo, en recipientes de barro. Los datos presentados en este libro se refieren tan sólo al inicio de una investigación a largo plazo sobre las actividades ligadas a la subsistencia en regiones del territorio tarasco que hasta ahora han sido poco estudiadas. La producción de sal es tan sólo una faceta del conjunto de actividades que conformaron a través de los siglos las estrategias de adaptación al medio en una muy extensa región del actual estado de Michoacán. Queda todavía mucho por hacer en el campo de la etnoarqueología y la etnohistoria de esta región. La cuenca del lago de Cuitzeo y la costa michoacana ofrecen la oportunidad de estudiar aspectos de la vida humana en contextos que se han mantenido relativamente poco alterados, o que por lo menos todavía conservan bastantes vestigios de las costumbres antiguas. Investigaciones realizadas recientemente en regiones cercanas a la cuenca de Cuitzeo, como la zona de

332 ciénagas del Alto Lerma, ponen de manifiesto la riqueza de información que puede obtenerse a través de investigaciones etnoarqueológicas en contexto palustres y lacustres (Sugiura et al. 1998; Williams 2014a, 2014b). Las actividades de subsistencia tradicionales que han persistido hasta nuestros días en lugares como la cuenca de Cuitzeo o la costa michoacana son importantes pues nos presentan con material comparativo para realizar inferencias sobre la adaptación humana a estos entornos ecológicos en la época prehispánica. Este tipo de investigación es urgente, porque la rápida transformación cultural y económica visible en estas y otras partes del México moderno amenaza con borrar para siempre los últimos vestigios de formas de vida que se originaron en el pasado prehispánico. Entre las prioridades para las futuras investigaciones etnoarqueológicas y arqueológicas podemos mencionar las siguientes: (1) localizar los sitios salineros prehispánicos en el área de investigación, y realizar excavaciones de prueba en una muestra representativa de ellos; (2) hace falta más trabajo en archivos, para complementar nuestros conocimientos sobre producción y tributación de sal en Michoacán durante el siglo XVI hasta fines de la Colonia; (3) son necesarios más estudios cuantitativos sobre producción, incluyendo la lixiviación de salmuera, ya que esta información es muy limitada en los estudios existentes. Nos interesaría principalmente la inversión de energía, de materias primas (salitre, agua), así como el tiempo necesario para la evaporación, la cantidad de sal producida por unidad de tierra, de salmuera, de trabajo y de tiempo; (4) cantidad de restos materiales producidos en las salinas; (5) territorialidad entre los salineros: ¿cómo se divide el paisaje entre los productores? (6) finalmente, hacen falta estudios detallados sobre la geoquímica en diferentes etapas del proceso de elaboración, desde las materias primas hasta el producto terminado. Las artesanías que giran en torno a la producción de sal con técnicas tradicionales – alfarería, cestería, elaboración de cal-- así como la arriería y el trueque (Williams 2014a, 2014b), son actividades que han desaparecido casi en su totalidad dentro de las zonas salineras discutidas en este trabajo. Su estudio resulta prioritario, para rescatar aspectos poco conocidos de una forma de vida que es importante para la construcción de nuestra memoria colectiva.

333

Referencias Citadas Acuña, René (editor) 1987 Relaciones geográficas del siglo XVI: Michoacán. UNAM, México. Adshead, Samuel A.M. 1992 Salt and Civilization. Macmillan, Londres. Agricola, Georgius 1950 De Re Metallica (Book XII). Dover Publications, Nueva York. [Escrito originalmente en ca. 1556]. Ajofrín, Francisco de 1995 “Diario del viaje que hizo a la América en el siglo XVIII”, en Michoacán desde afuera: visto por algunos de sus ilustres visitantes extranjeros, siglos XVI al XX, editado por Brigitte Boehm de Lameiras, G. Sánchez y H. Moreno. El Colegio de Michoacán, Zamora. [Escrito originalmente en ca.1770]. Alba, Carlos H. y J. Cristerna 1949 “Las industrias zapotecas”, en Los zapotecos: monografía histórica, etnográfica y económica, editado por Lucio Mendieta y Núñez. UNAM, México. Alcalá, Fr. Jerónimo de 2008 La relación de Michoacán. El Colegio de Michoacán, Zamora. [Escrito originalmente en ca. 1540]. Algaze, Guillermo 1993 “Expansionary Dynamics of Some Early Pristine States”. American Anthropologist 95, pp. 304-333. Andrews, Anthony P. 1980 Salt-Making, Merchants, and Markets: The Role of a Critical Resource in the Development of Maya Civilization. Disertación doctoral, Universidad deArizona, Tucson. University Microfilms International, Ann Arbor y Londres. 1983 Maya Salt Production and Trade. University of Arizona Press, Tucson. 1984 “Long-Distance Exchange among the Maya: A Comment on Marcus”. American Antiquity 49(4), pp. 826-828. 1991 “Las salinas de El Salvador: bosquejo histórico, etnográfico y arqueológico”. Mesoamerica 21, pp. 71-93. 1997 “La sal entre los antiguos mayas: alimentación y comercio”. Arqueología Mexicana 5(28), pp. 38-45. 1998 “El comercio maya prehispánico de la sal: nuevos datos, nuevas perspectivas”, en La sal en México, Vol. II, editado por J. C. Reyes. Gobierno del Estado de Colima, Universidad de Colima, Colima.

334

Andrews, Anthony P. y Shirley B. Mock 2002 “New Perspectives on the Prehispanic Maya Salt Trade”, en Ancient Maya Political Economies, editado por Marilyn Masson y David Freidel. Altamira Press, Nueva York. Apenes, Ola 1944 “The Primitive Salt Production of Lake Texcoco”. Ethnos 9(1), pp. 25-40. Armillas, Pedro 1981 “Gardens on Swamps”, en Graham, J. A. (ed.), Ancient Mesoamerica: Selected Readings. Palo Alto, Peek Publications. 1991 “Fortificaciones mesoamericanas”, en Pedro Armillas: vida y obra, editado por T. Rojas. INAH/Ciesas/Conaculta, México. Arnauld, Charlotte, P. Carot y M.F. Fauvet-Berthelot 1993 Arqueología de Las Lomas en la cuenca lacustre de Zacapu, Michoacán, México. Cuadernos de Estudios Michoacanos 5, Cemca, México. Atlas Geográfico 2000 Atlas geográfico del estado de Michoacán. Gobierno del Estado de Michoacán, Morelia. Ávila, Patricia 1999 “El valle Morelia-Queréndaro y su deterioro ambiental”, en Frutos del campo michoacano, editado por E. Barragán. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2002 “Escasez y contaminación del agua en la cuenca del lago de Cuitzeo: el caso de Morelia y su entorno rural”, en Los estudios del agua en la cuenca LermaChapala-Santiago, editado por Brigitte Boehm, Juan Manuel Durán, Martín Sánchez y Alicia Torres. El Colegio de Michoacán, Zamora. Bakewell, Peter J. 1984 Minería y sociedad en el México colonial, Zacatecas (1546-1700). Fondo de Cultura Económica, México. Barba, Luis A. y J. L. Córdova 1999 “Estudios energéticos de la producción de cal en tiempos teotihuacanos y sus implicaciones”. Latin American Antiquity 10(2), pp. 168-179. Bargalló, Modesto 1969 La amalgamación de los minerales de plata en la Hispanoamérica colonial. Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, México. Barlow, Robert (editor) 1949 “Las salinas de Tecomán y otros documentos colimenses del siglo XVI”. Tlalocan 3, pp. 42-52.

335 Batterson, Mark y William Boddie 1972 Salt: The Mysterious Necessity. The Dow Chemical Company, Midland. Beltrán, Ulises 1982 “Tarascan State and Society in Prehispanic Times: An Ethnohistorical Inquiry”. Disertación doctoral, Universdad de Chicago. 1994 “Estado y sociedad tarascos en la época prehispánica”, en El Michoacán antiguo, editado por B. Boehm de Lameiras. El Colegio de Michoacán, Zamora. Bergier, Jean-Francois 1982 Une histoire du sel. Office du Livre, Fribourg. Besso-Oberto, Humberto 1980 “Las salinas prehispánicas de Alahuiztlán, Guerrero”. Boletín del INAH, 3a época, 29: pp. 23-40. Binford, Lewis R. 1972 An Archaeological Perspective. Academic Press, Nueva York. 1981 Bones: Ancient Men and Modern Myths. Academic Press, Orlando. 1983 In Pursuit of the Past: Decoding the Archaeological Record. Thames and Hudson, Nueva York. Blanton, Richard E., S.A. Kowalewski, G. Feinman y J. Appel 1981 Ancient Mesoamerica: A Comparison of Change in Three Regions. Cambridge University Press, Cambridge. Bloch, Maurice R. 1963 “The Social Influence of Salt”. Scientific American 209, pp. 89-98. Boehm de Lameiras, Brigitte 1988 “Evolución cultural de las cuencas del centro y occidente de México”. Relaciones: Estudios de Historia y Sociedad IX(35), pp. 5-30. Boehm de Lameiras, Brigitte (editor) 1994 El Michoacán antiguo: Estado y sociedad tarascos en la época prehispánica. El Colegio de Michoacán/ Gobierno del Estado de Michoacán, Zamora. Bovill, Edward W. 1995 The Golden Trade of the Moors: West African Kingdoms in the Fourteenth Century. Markus Wiener Publisher, Princeton. [Publicado originalmente en 1958]. Brambila, Rosa y C. Castañeda 1993 “Los basamentos con espacios hundidos”. Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana 25, pp. 73-78. Brand, Donald D.

336 1958 Coastal Study of Southwest Mexico (Part II). Departmento de Geografía, Universidad de Texas, Austin. 1960 Coalcomán and Motines del Oro: An Ex-Distrito of Michoacán, Mexico. Universidad de Texas, Austin. 1993 “La región tarasca”, en La arqueología en los Anales del Museo Michoacano (épocas I y II), editado por Angelina Macías Goytia. INAH/Conaculta, México. Braniff, Beatriz 1972 “Secuencias arqueológicas en Guanajuato y la cuenca de México: intento de correlación”, en Teotihuacán, XI Mesa Redonda. Sociedad Mexicana de Antropología, México. 1989 “Oscilación de la frontera norte mesoamericana: un nuevo ensayo”. Arqueología 1, pp. 99-114. 1999

“Algunas consideraciones sobre la arqueología del Bajío”, en Arqueología y etnohistoria: la región del Lerma, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora.

2000 “A Summary of the Archaeology of North-Central Mesoamerica: Guanajuato, Querétaro, and San Luis Potosí”, en Greater Mesoamerica: The Archaeology of West and Northwest Mexico, editado por M. S. Foster y S. Gorenstein. University of Utah Press, Salt Lake City. Braudel, Fernand 1980 On History. The University of Chicago Press, Chicago. Bray, Warwick 1977 “From Foraging to Farming in Early Mexico”, en Hunters, Gatherers and First Farmers beyond Europe: An Archaeological Survey, editado por J. V. S. Megaw. Leicester University Press, Leicester. Breton, Adela 1905 “Some Obsidian Workings in Mexico”, en Proceedings of the 13th International Congress of Americanists, Nueva York. Bridbury, A.R. 1955 England and the Salt Trade in the Later Middle Ages. Clarendon Press, Oxford. Brigand, Robin y Oliver Weller 2015 “Foreword”, en Archaeology of Salt: Approaching an Invisible Past, editado por Robin Brigand y Oliver Weller. Sidestone Press, Leiden. Byers, Douglas S.

337 1967 “The Region and its People”, en The Prehistory of the Tehuacán Valley, Vol. I, editado poor D. S. Byers. University of Texas Press, Austin. Cabrera, Rubén 1986 “El desarrollo cultural prehispánico del bajo río Balsas”, en Primer coloquio de arqueología y etnohistoria del estado de Guerrero. INAH-Gobierno del estado de Guerrero, México. 1989 “La costa de Michoacán en la época prehispánica”, en Historia general de Michoacán, coordinado por Enrique Florescano, Vol. 1. Gobierno del Estado de Michoacán/Instituto Michoacano de Cultura, Morelia. Cardale de Shrimpff, Marianne 1981 Las salinas de Zipaquirá: su explotación indígena. Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales/Banco de la República, Bogotá. Cárdenas, Efraín 1996 “La tradición arquitectónica de los patios hundidos en la vertiente del Lerma medio”, en Las cuencas del Occidente de México: época prehispánica, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand, El Colegio de Michoacán/ Orstom/ Cemca, Zamora. 1999a “Santa María, Morelia: un desarrollo cultural local con notables influencias externas”, en Arqueología y etnohistoria: la región del Lerma, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1999b El Bajío en el Clásico. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1999c “La arquitectura de patio hundido y las estructuras circulares en el Bajío: desarrollo regional e intercambio cultural”, en Arqueología y etnohistoria: la región del Lerma, editado por E. Williams y P.C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. Carot, Patricia 1992 “La cerámica protoclásica del sitio de Loma Alta, municipio de Zacapu, Michoacán: nuevos datos”, en Origen y desarrollo en el Occidente de México, editado por Brigitte Boehm y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1994 “Loma Alta: antigua isla funeraria en la ciénega de Zacapu, Michoacán”, en Arqueología del Occidente de México: nuevas aportaciones, editado por Eduardo Williams y R. Novella. El Colegio de Michoacán, Zamora. Carot, Patricia y A. Susini 1989 “Una práctica funeraria insólita en el Occidente: la cremación y pulverización de osamentas humanas”. Trace 16, pp. 112-114. Carrasco, Pedro 1978 “La economía del México prehispánico”, en Economía política e ideología en el México prehispánico, editado por P. Carrasco y J. Broda. Editorial Nueva Imagen, México.

338

1996 Estructura político-territorial del imperio tenochca: la Triple Alianza de Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan. Fondo de Cultura Económica, México. Carrillo, Alberto 1999 “Los primeros poblamientos de chichimecas en tierras de Guanajuato: experiencia y pensamiento de los misioneros agustinos (1571-1580)”, en Arqueología y etnohistoria: la región del Lerma, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. Castellón, Blas 2014 “La producción de panes de sal en el sur de Puebla”. Arqueología Mexicana 21 (125), pp. 74-79. 2015 “Cuando la sal era una joya: antropología, arqueología y tecnología de la sal durante el Postclásico en Zapotitlán Salinas, Puebla”. Manuscrito inédito en posesión del autor. Chapman, Anne C. 1957 “Port of Trade Enclaves in Aztec and Maya Civilizations”, en Trade and Market in the Early Empires: Economies in History and Theory, editado por Karl Polanyi, C. M. Arensberg, y H. W. Pearson. The Free Press, Nueva York. Charlton, Thomas H. 1969 “Texcoco Fabric-Marked Pottery, Tleteles, and Salt Making”. American Antiquity 34, pp. 73-76. 1971 “Texcoco Fabric-Marked Pottery and Salt Making: A Further Note”. American Antiquity 36(2), pp. 217-218. Clark, Grahame 1977 World Prehistory in New Perspective. Cambridge University Press, Cambridge. Cline, Howard F. 1965 “The Relación Geográfica of Tuzantla”. Tlalocan 5(1), pp. 58-73. 1972 “The Relaciones Geográficas of the Spanish Indies 1577-1648”, en Handbook of Middle American Indians, editado por R. Wauchope, Vol. 13. University of Texas Press, Austin. 1973 “Selected Nineteenth-Century Mexican Writers on Ethnohistory”, en Handbook of Middle American Indians, editado por R. Wauchope, Vol. 13. University of Texas Press, Austin. Coe, Michael D. y R. Diehl 1980 In the Land of the Olmec. Texas University Press, Austin. Cordell, Linda 1984 Prehistory of the Southwest. Academic Press, Nueva York.

339 Corona Núñez, José 1946 Cuitzeo: estudio antropogeográfico. Acta Antropológica II: 1. Escuela Nacional de Antropología e Historia, México. 1948 “Fuentes termales y medicinales del antiguo obispado de Michoacán”, en El Occidente de México: cuarta reunión de Mesa Redonda. Sociedad Mexicana de Antropología, México. 1960 “Investigación arqueológica superficial hecha en el sur de Michoacán”, en Coalcomán and Motines del Oro: An Ex-Distrito of Michoacán, Mexico, por D. Brand et al. University of Texas, Press, Austin. 1979 Cuitzeo: estudio antropogeográfico. Balsal editores, Morelia. Correa Pérez, Genaro 1974 Geografía física del estado de Michoacán, Vol. 1. Gobierno del Estado de Michoacán, Morelia. Cortés, Hernán 1983 Cartas de relación. Editorial Porrúa, México. [Escrito en ca. 1520]. Darras, Véronique 1994 “Las actividades de talla en los talleres de obsidiana del conjunto ZináparoPrieto, Michoacán,” en Arqueología del Occidente de México: nuevas aportaciones, editado por E. Williams y R. Novella. El Colegio de Michoacán, Zamora. Darras, Véronique y Brigitte Faugère 2005 “Cronología de la cultura Chupícuaro: estudio del sitio La Tronera, Puruagüita, Guanajuato”, en El antiguo Occidente de México: nuevas perspectivas sobre el pasado prehispánico, editado por Eduardo Williams, Phil C. Weigand, Lorenza López y David Grove. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2007 “Chupícuaro, entre el Occidente y el Altiplano Central: un balance de los conocimientos y las nuevas aportaciones”, en Dinámicas culturales en el Occidente, el Centro-Norte y la cuenca de México, del Preclásico al Epiclásico, editado por Brigitte Faugère. El Colegio de Michoacán y CEMCA, Zamora y México. 2010 “Chupicuaro and the Preclassic Shaft Tomb Tradition”. Mexicon 23 (1-2), pp. 22-30. Dauphinee, James A. 1960 “Sodium Chloride in Physiology, Nutrition, and Medicine”, en Sodium Chloride: The Production and Properties of Salt and Brine, editado por Dale W. Kaufmann. Hafner Publishing Co., Nueva York. David, Nicholas y Carol Kramer

340 2001 Ethnoarchaeology in Action. Cambridge University Press, Cambridge. Davidson, Ian 2008 “El futuro del patrimonio histórico: ¿Por qué debemos ocuparnos de la herencia cultural?”, en Patrimonio y paisajes culturales, editado por Virginia Thiébaut, Magdalena García Sánchez y M. A. Jiménez. El Colegio de Michoacán, Zamora. Davies, Nigel 2010 The Incas. The Folio Society, Londres. De Leon, Jason P. 2009 “Rethinking the Organization of Aztec Salt Production: A Domestic Perspective”, en Housework: Craft Production and Domestic Economy in Ancient Mesoamerica, editado por Kenneth G. Hirth. Archaeological Papers of the American Anthropological Association 19. John Wiley and Sons, Malden. De Lucia, Kristin y Lisa Overholtzer 2014 “Everyday Action and the Rise and Decline of Ancient Polities: Household Strategy and Political Change in Postclassic Xaltocan, Mexico”. Ancient Mesoamerica 25(2), pp. 441-458. de Voto, Ramón 1777 “Descripción del pueblo de Santa María Magdalena de Cuitzeo de la Laguna del obispado de Michoacán”. Biblioteca Nacional de Madrid, Ms. 2449. Diamond, Jared 1999 Guns, Germs, and Steel: The Fates of Human Societies. Norton, Nueva York. Diccionario 2014 Diccionario de la lengua española. Real Academia Española, Madrid. Diehl, Richard 2004 The Olmecs: America’s First Civilization. Thames and Hudson, Nueva York. Diehl, Richard y J.C. Berlo 1989 “Introduction”, en Mesoamerica after the Decline of Teotihuacan: A.D. 700-900, editado por R. A. Diehl y J. C. Berlo. Dumbarton Oaks, Washington. Dillon, Brian D., K.O. Pope, y M.W. Love 1988 “An Ancient Extractive Industry: Maya Saltmaking at Salinas de los Nueve Cerros, Guatemala”. Journal of New World Archaeology 7, pp. 37-58. Doesburg, Sebastián van 2008 “Documentos pictográficos de la Mixteca Baja de Oaxaca”. Desacatos 27, pp. 95-122. Drennan, Robert D.

341 1976 Fábrica San José and Middle Formative Society in the Valley of Oaxaca. Memoirs of the Museum of Anthropology, University of Michigan, 8. Ann Arbor, Michigan. 1984a “Long-Distance Transport Costs in Prehispanic Mesoamerica”. American Anthropologist 86(1), pp. 105-111. 1984b “Long-Distance Movement of Goods in the Mesoamerican Formative and Classic”. American Antiquity 49(1), pp. 27-43. Durand-Forest, Jacqueline 1971 “Cambios económicos y moneda entre los aztecas”. Estudios de Cultura Náhuatl IX, pp. 105-124. Ekholm, Gordon 1942 Excavations at Guasave, Sinaloa, Mexico. Anthropological Papers of the American Museum of Natural History 38(2), Nueva York. Enciso Contreras, José 1998 “Trabajadores indios del valle de Tlaltenango (Zacatecas) en las salinas viejas de Santa María en el siglo XVI”. Estudios de Historia Novohispana 18, pp. 31-67. Escobar, Armando M. 1998 “La sal como tributo en Michoacán a mediados del siglo XVI”, en La sal en México. Vol. 2, editado por Juan C. Reyes. Universidad de Colima, Colima. Esparza, Rodrigo 2016 “The Obsidian Jewelry of the Teuchitlán Tradition: Study and Analysis of an Unknown Lithic Technology”, en Cultural Dynamics and Production Activities in Ancient Western Mexico, editado por Eduardo Williams y Blanca Maldonado. Archaeopress, Oxford. Espejel, Claudia 1992 Caminos de Michoacán y pueblos que voy pasando. INAH, México. Evans, Susan 2005 “Men, Women and Maguey: The Household Division of Labor among Aztec Farmers”, en Settlement, Subsistence, and Social Complexity, editado por Richard E. Blanton. Cotsen Institute of Archaeology, University of California, Los Angeles. Evans, Susan 2004 Ancient Mexico and Central America: Archaeology and Culture History. Thames and Hudson, Londres y Nueva York. Ewald, Ursula 1997 La industria salinera en México 1560-1994. Fondo de Cultura Económica, México. Faugère, Brigitte

342 2009 “Sociedad y poder en el centro-norte de Mesoamérica (700-1200 d.C.): el caso del norte de Michoacán”, en Las sociedades complejas del Occidente de México en el mundo mesoamericano: homenaje al Dr. Phil C. Weigand, editado por Eduardo Williams, Lorenza López Mestas y Rodrigo Esparza. El Colegio de Michoacán, Zamora. Faugere-Kalfon, Brigitte 1988 “Entre nómadas y sedentarios: la zona vertiente sur del Río Lerma”, en Primera reunión sobre las sociedades prehispánicas en el centro-occidente de México, Memoria. INAH, Centro Regional Querétaro, Querétaro. 1996 Entre Zacapu y Río Lerma: culturas en una zona fronteriza. Cuadernos de Estudios Michoacanos 7. Cemca, México. Faugère, Brigitte, Karine Lefèbvre, y Jean-François Cuenot 2016 “Circulation of Goods and Communication Routes between the Acámbaro Valley and Central Mexico: From Chupícuaro to Teotihuacan”, en Cultural Dynamics and Production Activities in Ancient Western Mexico, editado por Eduardo Williams y Blanca Maldonado. Archaeopress, Oxford. Feinman, Gary y Christopher Garraty 2010 “Preindustrial Markets and Marketing: Archaeological Perspectives”. Annual Review of Anthropology 39, pp. 167-191. Feinman, Gary y Linda M. Nicolas 2012 “The Late Prehispanic Economy of the Valley of Oaxaca, Mexico”. Research in Economic Anthropology 32, pp. 225-258. Feldman, Lawrence H. 1985 A Tumpline Economy: Production and Distribution Systems in Sixteenth Century Eastern Guatemala. Labyrinthos, Culver City. Flannery, Kent V. 1986 “The Research Problem”, en Guilá Naquitz: Archaic Foraging and Early Agriculture in Oaxaca, Mexico, editado por K.V. Flannery. Academic Press, Orlando. Flannery, Kent V. y J.C. Wheeler 1986 “Animal Food Remains from Preceramic Guilá Naquitz”, en Guilá Naquitz: Archaic Foraging and Early Agriculture in Oaxaca, Mexico, editado por K.V. Flannery. Academic Press, Orlando. Flannery, Kent V. y Marcus C. Winter 1976 “Analyzing Household Activities”, en The Early Mesoamerican Village, editado por Kent V. Flannery. Academic Press, New York. Florance, Charles A.

343 1985 “Recent Work in the Chupícuaro Region”, en The Archaeology of West and Northwest Mesoamerica, editado por M. S. Foster y P. C. Weigand. Westview Press, Colorado. 1989 A Survey and Analysis of Late and Terminal Preclassic Settlement along the Lerma River in Southeastern Guanajuato, Mexico. Disertación doctoral, Columbia University. University Microfilms International, Ann Arbor. Foster, Michael S. 1999 “The Aztatlán Tradition of West and Northwest Mexico and Casas Grandes: Speculations on the Medio Period Florescence”, en The Casas Grandes World, editado por Curtis F. Schaafsma y C.L. Riley. The University of Utah Press, Salt Lake City. Fowler, Catherine S. 1990 “Ethnographic Perspectives on Marsh-Based Cultures in Western Nevada”, en Wetland Adaptations in the Great Basin, editado por Joel C. Janetski y David M. Madsen. Museum of Peoples and Cultures Occasional Papers 1. Brigham Young University, Provo. Franco, Francisca y Angelina Macías 1994 “Análisis de los metales prehispánicos en Huandacareo, Michoacán”, en Contribuciones a la arqueología y etnohistoria del Occidente de México, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. Fu, Yonggan 2015 “The Salt-Making Workshop Sites of the Shang and Western Zhou Dynasties”. Chinese Archaeology 15, pp. 167-174. Gage, Thomas 1929 A New Survey of the West Indies, 1648, the English-American. Mc. Bride and Company, Nueva York. Galván Villegas, Luis Javier 1991 Las tumbas de tiro del valle de Atamajac, Jalisco. INAH, México. García Payón, José 1933 “Unas salinas precortesianas en el estado de México”. Boletín del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 5a época, vol. 2, pp. 49-51. García Sánchez, Magdalena 2008 Petates, peces y patos: pervivencia cultural y comercio entre México y Toluca. El Colegio de Michoacán- Ciesas, Zamora y México. Gibson, Charles 1964 The Aztecs under Spanish Rule. Stanford University Press, Stanford.

344 1973 “Published Collections of Documents Relating to Middle American Ethnohistory”, en Handbook of Middle American Indians, editado por R. Wauchope, Vol. 13. University of Texas Press, Austin. Gilmore, Harlan W. 1955 “Cultural Diffusion via Salt”. American Anthropologist 57(5), pp. 1011-1015. Gledhill, John 2016 “Ostula: Culture & Defiance”. Documento electrónico, disponible en: http://jg.socialsciences.manchester.ac.uk/Ostula/index.html Godelier, Maurice 1969 “La ‘monnaie de sel’ des Baruya de Nouvelle-Guinée”. L’Homme 9(2), pp. 5-37. Good, Catharine 1995 “Salt Production and Commerce in Guerrero, Mexico: An Ethnographic Contribution to Historical Reconstruction”. Ancient Mesoamerica 6(1), pp. 1-14. Gómez Azpeitia, Luis Gabriel 2006 Orden y beneficio del territorio durante el virreinato. Universidad de Colima, Colima. Gómez Chávez, Sergio 1998 “Nuevos datos sobre la relación de Teotihuacan y el occidente de México”, en Antropología e historia del occidente de México: XXIV Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, editado por R. Brambila. Sociedad Mexicana de Antropología-UNAM, México. González de Cossío, Francisco (editor) 1952 Libro de las tasaciones de pueblos de la Nueva España, siglo XVI. Archivo General de la Nación, México. Gorenstein, Shirley 1996 “Review of the Book Arqueología del occidente de México”. Latin American Antiquity 7(1), pp. 89-90. Gorenstein, Shirley y H. P. Pollard 1983 The Tarascan Civilization: A Late Prehispanic Cultural System. Vanderbilt University Publications in Anthropology 28, Nashville. Grant, Michael 1997 History of Rome. History Book Club, Nueva York. Greengo, Robert y C. W. Meighan 1976 “Additional Perspective on the Capacha Complex, Western Mexico”. Journal of New World Archaeology 1(5), pp. 15-23. Grimberg, Dora

345 1995 “El legajo número 1204 del Archivo General de Indias: El Lienzo de Jucutacato y las minas prehispánicas de cobre de Ario, Michoacán”, en Arqueología del norte y del occidente de México: homenaje al doctor J. Charles Kelley, editado por B. Dahlgren y M. D. Arechavaleta. UNAM, México. Grove, David C. 2009 “Morelos, el Occidente y Mesoamérica en el Preclásico temprano”, en Las sociedades complejas del Occidente de México en el mundo mesoamericano: homenaje al Dr. Phil C. Weigand, editado por Eduardo Williams, Lorenza López Mestas y Rodrigo Esparza. El Colegio de Michoacán, Zamora. Grumberger, Olivier 1995 “Los tipos de yacimientos salinos en México y las propiedades químicas que influencian los procesos de producción”, en La sal en México, editado por Juan C. Reyes. Conaculta/Universidad de Colima, Colima. Guevara Fefer, Fernando 1989 “Los factores físico-geográficos”, en Historia general de Michoacán, editado por E. Florescano, Vol. 1. Gobierno del Estado de Michoacán, Morelia. Guffroy, Jean y L. Gómez 1996 “Cerritos Colorados: un sitio del Clásico tardío en la cuenca de Sayula, Jalisco”, en Las cuencas del Occidente de México: época prehispánica, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand, El Colegio de Michoacán/Orstom/Cemca, Zamora. Harbottle, Garman y P.C. Weigand 1992 “Turquoise in Pre-Columbian America”. Scientific American 266(2), pp. 78-82. Harding, Andrew 2009 “Timbuktu’s Ancient Salt Camel Caravans under Threat”. BBC News. http://news.bbc.co.uk/2/hi/africa/8394266.stm Harding, Anthony 2013 Salt in Prehistoric Europe. Sidestone Press, Leiden. Hardy, Karen 1994 “Colecciones líticas de superficie del occidente de México”, en Arqueología del occidente de México: nuevas aportaciones, editado por Eduardo Williams y R. Novella. El Colegio de Michoacán, Zamora. Harris, David R. 1977 “Alternative Pathways Toward Agriculture”, en Origins of Agriculture, editado por C. A. Reed. Mouton, La Haya. Haskell, David L. 2008 “Tarascan Kingship: The Production of Hierarchy in the Prehispanic Pátzcuaro Basin, Mexico”. Disertación doctoral, Universidad de Florida.

346 Hassig, Ross 1985 Trade, Tribute, and Transportation: The Sixteenth-Century Political Economy of the Valley of Mexico. University of Oklahoma Press, Norman. 1986 “One Hundred Years of Servitude: Tlamemes in Early New Spain”, en Supplement to the Handbook of Middle-American Indians, vol. 4, editado por R. Spores. University of Texas Press, Austin. 1988 Aztec Warfare: Imperial Expansion and Political Control. University of Oklahoma Press, Norman. Healan, Dan 1993 “Local Versus Non-Local Obsidian Exchange at Tula and Its Implications for Post-Formative Mesoamerica”. World Archaeology 24(3), pp. 449-466. 1994 “Producción y uso instrumental de la obsidiana en el área tarasca”, en El Michoacán antiguo: Estado y sociedad tarascos en la época prehispánica, editado por Brigitte Boehm de Lameiras. El Colegio de Michoacán/ Gobierno del Estado de Michoacán, Zamora. 1997 “Pre-Hispanic Quarrying in the Ucareo-Zinapécuaro Obsidian Source Area”. Ancient Mesoamerica 8 (1), pp. 77-99. 2004 “Extracción prehispánica de obsidiana en el área de Ucareo-Zinapécuaro, Michoacán”, en Bienes estratégicos del antiguo Occidente de México: producción e intercambio, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2005 "Nuevos datos acerca del desarrollo de la tecnología de núcleos prismáticos en la fuente de obsidiana, Ucareo, Michoacán", en El antiguo occidente de México: nuevas perspectivas sobre el pasado prehispánico, editado por Eduardo Williams, Phil C. Weigand, Lorenza López y David Grove. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2011 “El aprovechamiento de la obsidiana en el Occidente de México en la época prehispánica”, en Patrones de asentamiento y actividades de subsistencia: reconocimiento a la doctora Helen P. Pollard, editado por Eduardo Williams y Phil C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. Healan, Dan y C. Hernández 1999 Asentamiento prehispánico y cronología cerámica en el noreste de Michoacán”, en Arqueología y etnohistoria: la región del Lerma, editado por E. Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. Hernández, Christine 2016 “Ceramic evidence of Teotihuacan contact linking the Basin of Mexico, the Bajío, and southern Hidalgo”, en Cultural Dynamics and Production Activities in Ancient Western Mexico, editado por Eduardo Williams y Blanca Maldonado. Archaeopress, Oxford.

347 Hernández Rivero, José 1994 “La arqueología de la frontera tarasco-mexica: arquitectura bélica”, en Contribuciones a la arqueología y etnohistoria del Occidente de México, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. Hernández Valencia, Federico 1997 Artesanías de la zona náhuatl de la costa de Michoacán. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Dirección General de Culturas Populares, Morelia. Hewitt, William P., M. C. Winter y D. A. Peterson 1987 “Salt Production at Hierve el Agua, Oaxaca”. American Antiquity 52(4), pp. 799815. Hirshman, Amy J. y Christopher J. Stawski 2013 “Distribution, Transportation, and the Persistence of Household Ceramic Production in the Tarascan State”. Ethnoarchaeology 5(1), pp. 1-23. Hirth, Kenneth 1992 “Interregional Exchange as Elite Behavior: An Evolutionary Perspective”, en Mesoamerican Elites: An Archaeological Assessment, editado por Diane Z. Chase y Arlen F. Chase. University of Oklahoma Press, Norman. 2009a “Economía política prehispánica: modelos, sueños y realidad arqueológica”, en Bases de la complejidad social en Oaxaca: memoria de la Cuarta Mesa Redonda de Monte Albán, editado por Nelly M. Robles García. INAH, México. 2009b “Craft Production in a Central Mexican Marketplace”. Ancient Mesoamerica 20, pp. 89-102. Hodge, Mary G. 1996 “Political Organization of the Central Provinces”, en Aztec Imperial Strategies. Dumbarton Oaks, Washington. Hosler, Dorothy 1994a “La metalurgia prehispánica del Occidente de México: una cronología tecnológica”, en Arqueología del Occidente de México: nuevas aportaciones, editado por E. Williams y R. Novella. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1994b The Sounds And Colors Of Power: The Sacred Metallurgical Technology of Ancient West Mexico. MIT Press, Cambridge, MA. 1998 “Artefactos de cobre en el Postclásico tardío mesoamericano: yacimientos, minerales, regiones productivas y uso”, en El Occidente de México: arqueología, historia y medio ambiente, perspectivas regionales (actas del IV Coloquio de Occidentalistas), editado por Ricardo Avila et al. Universidad de Guadalajara /ORSTOM, Guadalajara. 2004 “El Manchón: un sitio de fundición de cobre en la Sierra Madre del Sur, Guerrero”, en Bienes estratégicos del antiguo Occidente de México: producción

348 e intercambio, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2013 “Mesoamerican Metallurgy Today”, en Archaeometallurgy in Mesoamerica: Current Approaches and New Perspectives, editado por Aaron N. Shugar y Scott E. Simmons. University Press of Colorado, Boulder. Hucker, Charles O. 1975 China’s Imperial Past: An Introduction to Chinese History and Culture. Stanford University Press, Stanford. Humboldt, Alejandro de 1955 Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. Editorial Porrúa, México. Jardel, Enrique J. 1994 “Diversidad ecológica y transformaciones del paisaje en el Occidente de México”, en Transformaciones mayores en el Occidente de México, editado por Ricardo Ávila. Universidad de Guadalajara, Guadalajara. Kaufmann, Dale W. (editor) 1960 Sodium Chloride: The Production and Properties of Salt and Brine. Hafner Publishing Co., New York. Kelley, J. Charles 2000 “The Aztatlán Mercantile System: Mobile Traders and the Northwestward Expansion of Mesoamerican Civilization”, en Greater Mesoamerica: The Archaeology of West and Northwest Mexico, editado por M. S. Foster y S. Gorenstein. University of Utah Press, Salt Lake City. Kelly, Isabel 1938 Excavations at Chametla, Sinaloa. Ibero-Americana 14. University of California Press, Berkeley. 1945 Excavations at Culiacán, Sinaloa. Ibero-Americana 25. University of California Press, Berkeley. 1970 “Vasijas de Colima con boca de estribo”. Boletín INAH 42, pp. 26-31. 1980 Ceramic Sequence in Colima: Capacha, an Early Phase. Anthropological Papers of the University of Arizona 27. Tucson. Kelly, Robert L. 1990 “Marshes and Mobility in the Western Great Basin”, en Wetland Adaptations in the Great Basin, editado por Joel C. Janetski y David M. Madsen. Museum of Peoples and Cultures Occasional Papers 1. Brigham Young University, Provo. Kepecs, Susan M.

349 2000 “Chichén Itzá, Tula and the Epiclassic/Early Postclassic Mesoamerican World System”. Ponencia presentada en el Colloquium on Chichen Itzá and Tula. Dumbarton Oaks, Washington (Marzo 2000). 2003 “Salt Sources and Production”, en The Postclassic Mesoamerican World, editado por M. E. Smith y F. F. Berdan. University of Utah Press, Salt Lake City. King, Timothy B. 2015 “The Case for the Aztec Goldsmith”. Ancient Mesoamerica 26(2), pp. 313-328. Kolb, Charles C. 1989 “Preface”, en Ceramic Ecology Revisited 1987: The Technology and Socioeconomics of Pottery, editado por C. Kolb. British Archaeological Reports 431, Oxford. Kurlansky, Mark. 2002 Salt: A World History. Walker and Company, Nueva York. Landa, Fr. Diego de 1982 Relación de las cosas de Yucatán. Editorial Porrúa, México. [Escrito en ca. 1566]. León Canales, Elmo, Rodrigo Esparza y P. C. Weigand 2006 “Folsom Points from Los Guachimontones Site, Jalisco, Mexico”. Current Research in the Paleolithic 23, pp. 58-59. Liot, Catherine 1995 “Evidencias arqueológicas de producción de sal en la Cuenca de Sayula (Jalisco): relación con el medio físico, estudio de tecnología”, en La sal en México, editado por Juan C. Reyes. Conaculta, Colima. 1998 “La sal de Sayula: cronología y papel en la organización del poblamiento prehispánico”, en El Occidente de México: arqueología, historia y medio ambiente, perspectivas regionales (actas del IV Coloquio de Occidentalistas), editado por Ricardo Avila et al. Universidad de Guadalajara /ORSTOM, Guadalajara. 2000 Les salines préhispaniques du bassin de Sayula (Occident de Mexique): Milieu et techniques. BAR International Series 849. British Archaeological Reports, Oxford. 2005 “La cerámica especializada de producción de sal”, en Arqueología de la cuenca de Sayula, editado por Francisco Valdez, O. Schondube, y J. P. Emphoux. Universidad de Guadalajara e Institut de Recherche pour le Development, Guadalajara. López Luján, Leonardo, Jorge A. Talavera, María Teresa Olivera y José L. Ruvalcaba 2015 “Azcapotzalco y los orfebres de Moctezuma”. Arqueología Mexicana 23(136), pp. 50-59.

350

López Mestas, Lorenza 2004 “El intercambio de concha en el occidente de México durante el preclásico tardío y el clásico temprano”, en Bienes estratégicos del antiguo Occidente de México: producción e intercambio, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. López Mestas, Lorenza y J. Ramos de la Vega 1998 “Excavating the Tomb at Huitzilapa”, en Ancient west Mexico: Art and Archaeology of the Unknown Past, editado por R.F. Townsend. The Art Institute of Chicago, Chicago. Lovejoy, Paul E. 1986 Salt of the Desert Sun: A History of Salt Production and Trade in the Central Sudan. Cambridge University Press, Cambridge. Lumholtz, Carl 1986 El México desconocido: cinco años de exploración entre las tribus de la Sierra Madre Occidental, en la tierra caliente de Tepic y Jalisco, y entre los tarascos de Michoacán. Instituto Nacional Indigenista, México. [Publicado originalmente en 1904]. Macías Goytia, Angelina 1989 “La cuenca de Cuitzeo”, en Historia general de Michoacán, editado por E. Florescano, Vol. I. Gobierno del Estado de Michoacán/ Instituto Michoacano de Cultura, Morelia. 1990 Huandacareo: lugar de juicios, tribunal. Colección Científica, 222, INAH, México. 1994 “Antes de la conquista en una región de Michoacán”. Barro Nuevo (edición especial), pp. 31-40. 1997 Tres Cerritos en el desarrollo social prehispánico de Cuitzeo. Tesis doctoral, UNAM, México. 1998 “Cuitzeo: continuidad y estructura en Michoacán”. Manuscrito inédito, Centro de Estudios Arqueológicos, El Colegio de Michoacán, La Piedad. MacKinnon, J. Jefferson y Susan M. Kepecs 1989 “Prehispanic Saltmaking in Belize: New Evidence”. American Antiquity 54(3), pp. 522-533. MacNeish, Richard S., F. A. Peterson y J. A. Neely 1972 “The Archaeological Reconnaissance”, en The Prehistory of the Tehuacán Valley, editado por R. S. MacNeish. University of Texas Press, Austin. Maderey, Laura Elena, y Genaro Correa 1974 “Hidrografía”, en Geografía del estado de Michoacán, Vol. 1, editado por G. Correa. Gobierno del Estado de Michoacán, Morelia.

351

Maldonado, Blanca 2011 “Los contextos domésticos de la producción metalúrgica purépecha en el Michoacán prehispánico”, en Patrones de asentamiento y actividades de subsistencia, reconocimiento a la doctora Helen P. Pollard, editado por Eduardo Williams y Phil C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2016 “Copper as a Strategic Resource in pre-Hispanic Western Mexico”, en Cultural Dynamics and Production Activities in Ancient Western Mexico, editado por Eduardo Williams y Blanca Maldonado. Archaeopress, Oxford. Manzanilla López, Rubén 1988 “Salvamento arqueológico en Loma de Santa María, Morelia, Michoacán”, en Primera reunión sobre las sociedades prehispánicas en el centro-occidente de México, Memoria. INAH, Centro Regional Querétaro, Querétaro. Marcus, Joyce y K. V. Flannery 1996 Zapotec Civilization: How Urban Society Evolved in Mexico’s Oaxaca Valley. Thames and Hudson, Londres y Nueva York. Martínez, Rafael y Blas R. Castellón 1995 “Zapotitlán Salinas, Puebla: una antigua comunidad de tradición salinera”, en La sal en México, editado por Juan C. Reyes. Conaculta, Colima. Martínez, Rodrigo 1989a “La Conquista”, en Historia general de Michoacán, editado por Enrique Florescano, Vol. 2. Gobierno del Estado de Michoacán/Instituto Michoacano de Cultura, Morelia. 1989b “Los inicios de la colonización”, en Historia general de Michoacán, editado por Enrique Florescano, Vol. 2. Gobierno del Estado de Michoacán/Instituto Michoacano de Cultura, Morelia. Mata Alpuche, Alberto 1997 “Reminiscencias de los ancianos salineros de San Miguel Ixtapan”. Expresión Antropológica, nueva época, No. 6, pp. 58-81. 1999 Los salineros de San Miguel Ixtapan: una historia tradicional de hoy. Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca. Mathien, Frances J. 2001 “The Organization of Turquoise Production and Consumption by the Prehistoric Chacoans”. American Antiquity 66(1), pp. 103-118. Matos, Eduardo e I. Kelly 1974 “Una vasija que sugiere relaciones entre Teotihuacan y Colima”, en The Archaeology of West Mexico, editado por B. Bell. Sociedad de Estudios Avanzados del Occidente de México, Ajijic. McBride, Harold W.

352 1969 “The Extent of the Chupícuaro Tradition”, en The Natalie Wood Collection of Pre-Columbian ceramics at UCLA, editado por J. D. Frierman. Universty of California, Los Angeles. 1975 “Cerámica de estilo teotihuacano en Colima”. Anales del INAH 7(IV), pp. 37-44. McEwan, Colin, A. Middleton, C. Cartwright, y R. Stacey 2006 Turquoise Mosaics from Mexico. Duke University Press, Durham. McKillop, Heather 1995 “Underwater Archaeology, Salt Production, and Coastal Maya Trade in Stingray Lagoon, Belize”. Latin American Antiquity 6(3), pp. 214-228. 2002 Salt: White Gold of the Ancient Maya. University Press of Florida, Gainesville. 2005 “Finds in Belize Document Late Classic Maya Salt Making and Canoe Transport”. PNAS 192, pp. 5630-5634. Meighan, Clement W. 1972 Archaeology of the Morett Site, Colima. University of California Publications in Anthropology 7, Berkeley and Los Angeles. 1974 “Prehistory of West Mexico”. Science 184, pp. 1254-1261. Meighan, Clement W. (editor) 1976 The Archaeology of Amapa, Nayarit. Monumenta Archaeologica 2. The Institute of Archaeology, University of California at Los Angeles. Melgar Tísoc, Emiliano 2014 “Comercio, tributo y producción de las turquesas del Templo Mayor de Tenochtitlan”. Tesis de doctorado en antropología. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México. Méndez Acevedo, J. 1999 “Memoria histórica de Aquila”, en Cronos (Periódico, Coalcomán, Michoacán). Mendizábal, Miguel Othón de 1928 Influencia de la sal en la distribución geográfica de los grupos indígenas de México. Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, México. Michelet, Dominique 1990 “El centro-norte de Michoacán en el Clásico: algunas reflexiones”, en La época Clásica: nuevos hallazgos, nuevas ideas, editado por Amalia Cardós de Méndez. INAH/ Museo Nacional de Antropología, México. Migeon, Gérald 2016 “The Cerro Barajas Sites during the Epiclassic Period: Local Resources and Imported Products”, en Cultural Dynamics and Production Activities in Ancient Western Mexico, editado por Eduardo Williams y Blanca Maldonado. Archaeopress, Oxford.

353

Millon, René 1981 “Teotihuacan: City, State, Civilization”, en Handbook of Middle-American Indians, Supplement 1: Archaeology, editado por V.R. Briker. University of Texas Press, Austin. Miscelánea Estadística 1873 Miscelánea estadística: noticias históricas, geográficas y estadísticas del estado de Michoacán. Gobierno del Estado de Michoacán, Morelia. Mock, Shirley B. 1998 “La sal como impulsor y agitador en las comunidades mayas al final de la época Clásica en las costas de Belice”, en La sal en México, Vol. II, editado por Juan C. Reyes. Universidad de Colima, Colima. Moriarty, James R. 1965 “The Influence of Strand Plain Morphology on the Development of Primitive Industries along the Costa de Nayarit, Mexico”, América Indígena 25(1), Pp. 6573. Moseley, Michael E. 1992 The Incas and their Ancestors: The Archaeology of Peru. Thames and Hudson, Nueva York. Mountjoy, Joseph B. 1982 Proyecto Tomatlán de salvamento arqueológico. Colección Científica, Arqueología, No. 122. INAH, México. 1989 “Algunas observaciones de Tomatlán, San Blas y el valle de Banderas sobre el desarrollo del Preclásico en la llanura costera del Occidente”, en El Preclásico o Formativo: avances y perspectivas, seminario de arqueología “Dr. Román Piña Chan”, editado por Martha Carmona Macías. INAH/Museo Nacional de Antropología, México. 1990 “El desarrollo de la cultura Aztatlán en el Occidente de México visto desde su frontera suroeste”, en Mesoamérica y norte de México siglos IX-XIII: seminario de arqueología “Wigberto Jiménez Moreno”, editado por Federica Sodi Miranda, vol. 2. INAH, México. 1994a “Capacha: una cultura enigmática del Occidente de México”. Arqueología Mexicana 2(9), pp. 39-42. 1994b “Las tres transformaciones más importantes en la habitación indígena de la costa del Occidente de México”, en Transformaciones mayores en el Occidente de México, editado por Ricardo Ávila. Universidad de Guadalajara, Guadalajara. 2000 “Prehispanic Cultural Development along the Southern Coast of West Mexico”, en Greater Mesoamerica: The Archaeology of West and Northwest Mexico, editado por M. S. Foster y S. Gorenstein. University of Utah Press, Salt Lake City.

354

2013 El Pantano y otros sitios del Formativo Medio en el Valle de Mascota, Jalisco. Secretaría de Cultura del Gobierno de Jalisco, Guadalajara. 2016 “La cultura nativa (1300-1750)”, en Historia del reino de la Nueva Galicia, editado por Thomas Calvo y Aristarco Regalado. Universidad de Guadalajara, Guadalajara. Multhaulf, Robert P. 1978 Neptune’s Gift: A History of Common Salt. Johns Hopkins University Press, Baltimore. Muñoz Camargo, Diego 1972 Historia de Tlaxcala. Biblioteca de Facsímiles Mexicanos 6, Guadalajara. [Publicado originalmente en 1892]. Nance, C. Roger 1992 “Guzmán Mound: A Late Preclassic Salt Works on the South Coast of Guatemala”. Ancient Mesoamerica 3(1), pp. 27-46. Neal, Lynn A. 1989 “A Study of Salt Procurement and Distribution in Ancient Western Mesoamerica: A Descriptive Ceramic Analysis of the Salt Wares and Utility Wares from the Atoyac Basin, Jalisco, Mexico”. Manuscrito inédito. Departamento de Antropología, Universidad de Arizona. Newson, Linda A. 1993 “The Demographic Collapse of Native Peoples of the Americas, 1492-1650”, en The Meeting of Two Worlds: Europe and the Americas 1492-1650, editado por Warwick Bray. Proceedings of the British Academy 81. Oxford University Press, Oxford. Nicholson, Henry B. 1981 “The Mixteca-Puebla in Mesoamerican Archaeology: A Re-Examination”, en Ancient Mesoamerica: Selected Readings (second edition), editado por J. H. Graham. Peek Publications, Palo Alto. 1982 “The Mixteca-Puebla Concept Revisited”, en The Art and Iconography of Late Postclassic Central Mexico, editado por E. H. Boone. Dumbarton Oaks, Washington. Nicholson, Henry B. y E. Quiñoes Keber 1994 “Introduction”, en Mixteca-Puebla: Discoveries and Resarch in Mesoamerican Art and Archaeology, editado por Henry B. Nicholson y E. Quiñoes Keber. Labyrinthos, Culver City. Niederberger, Christine 1976 Zohapilco: cinco milenios de ocupación humana en un sitio lacustre de la cuenca de México. Colección Científica 30. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

355

1981 "Early Sedentary Economy in the Basin of Mexico", en Ancient Mesoamerica: Selected Readings, editado por John Graham. Peek Publications, Palo Alto. Noguera, Eduardo 1975 “Identificación de una saladera”. Anales de Antropología 12, pp. 117-151. Novella, Roberto y M. A. Moguel 1998 “Zona costera del norte de Michoacán: resumen de los trabajos de campo de la primera temporada”, en Génesis, culturas y espacios en Michoacán, editado por V. Darras. CEMCA, México. Novella, Roberto, Javier Martínez González y Ma. Antonieta Moguel Cos 2002 La Costa Norte de Michoácan (México) en la época prehispánica. British Archaeological Reports S1071. Archaeopress, Oxford. Noyola, Andrés 1994 “La cerámica de Atoyac, Jalisco: estudio preliminar”, en Contribuciones a la arqueología y etnohistoria del Occidente de México, editado por E. Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. Ohnersorgen, Michael A. 2010 “Book Review: La sal de la tierra… by Eduardo Williams”. Ethnoarchaeology: Journal of Archaeological, Ethnographic, and Experimental Studies 2(1), pp. 121-123. Olay, Angeles 2004 El Chanal, Colima: lugar que habitaron los custodios del agua. Universidad de Colima y CONACULTA, Colima. Oliveros, Arturo 1974 “Nuevas exploraciones en El Opeño, Michoacán”, en The archaeology of west Mexico, editado por B. Bell. Sociedad de Estudios Avanzados del Occidente de México, Ajijic. 1989 “Las tumbas más antiguas de Michoacán”, en Historia general de Michoacán, editado por Enrique Florescano, Vol. 1. Gobierno del Estado de Michoacán/Instituto Michoacano de Cultura, Morelia. 1992 “El valle de Zamora-Jacona: un proyecto arqueológico en Michoacán”, en Origen y desarrollo de la civilización en el Occidente de México, editado por B. Boehm de Lameiras y P.C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2004 Hacedores de tumbas en Jacona, Michoacán. El Colegio de Michoacán y Ayuntamiento de Jacona, Jacona y Zamora. 2011 “Culturas de Occidente: crisol de pueblos guerreros y artistas”, en Catálogo esencial Museo Nacional de Antropología: 100 obras, editado por Mónica del Villar. INAH, CONACULTA, Artes de México, México.

356

Parsons, Jeffrey R. 1989 “Una etnografía arqueológica de la producción tradicional de sal en Nexquipayac, estado de México”. Arqueología: Revista de la Dirección de Arqueología del INAH, segunda época, no.2, pp. 69-80. 1994 “Late Postclassic Salt Production and Consumption in the Basin of Mexico”, en Economies and Polities in the Aztec realm, editado por M. G. Hodge y M. E. Smith. Studies on Culture and Society, Vol. 6. Institute for Mesoamerican Studies, State University of New York, Albany. 1996 “Tequesquite and Huauhtle: Rethinking the Prehispanic Productivity of Lake Texcoco- Xaltocan- Zumpango”, en Arqueología mesoamericana: homenaje a William T. Sanders, editado por A. G. Mastache, J. R. Parsons, R. S. Santley y M. C. Serra, INAH/Arqueología Mexicana, México. 2001 The Last Saltmakers of Nexquipayac, Mexico: An Archaeological Ethnography. Anthropological Papers 92. Museum of Anthropology, University of Michigan, Ann Arbor. 2006 The Last Pescadores of Chimalhuacan, Mexico: An Archaeological Ethnography. Anthropological Papers 96. Museum of Anthropology, University of Michigan, Ann Arbor. 2010 “The Pastoral Niche in Pre-Hispanic Mesoamerica”, en Pre-Columbian Foodways: Interdisciplinary Approaches to Food, Culture, and Markets in Ancient Mesoamerica, editado por John E. Staller y Michael D. Carrasco. Springer Science and Business Media, Nueva York. 2011 "El 'nicho pastoral' en la Mesoamérica prehispánica: ¿cómo funcionó una civilización sin ganado domesticado?", en Mesoamérica: debates y perspectivas, editado por Eduardo Williams, Magdalena García Sánchez, Phil C. Weigand y Manuel Gándara. El Colegio de Michoacán, Zamora. Paso y Troncoso, Francisco del (editor) 1905 Papeles de Nueva España: segunda serie, geografía y estadística. Suma de visitas de pueblos por orden alfabético. Sucesores de Rivadeneyra, Madrid. 1979 Papeles de Nueva España: segunda serie, geografía y estadística. Relaciones geográficas de la diósesis de México. Editorial Cosmos, México. [Publicado originalmente en 1890]. Pastor, Rodolfo y María de los Ángeles Romero Frizzi 1989a “Integración del sistema colonial,” en Historia general de Michoacán, editado por Enrique Florescano, Vol. 2. Gobierno del Estado de Michoacán/Instituto Michoacano de Cultura, Morelia.

357 1989b “Expansión económica e integración cultural,” en Historia general de Michoacán, editado por Enrique Florescano, Vol. 2. Gobierno del Estado de Michoacán/Instituto Michoacano de Cultura, Morelia. 1989c “El crecimiento del siglo XVIII,” en Historia general de Michoacán, editado por Enrique Florescano, Vol. 2. Gobierno del Estado de Michoacán/Instituto Michoacano de Cultura, Morelia. Pasztory, Esther 1983 Aztec Art. Harry N. Abrams, Nueva York. Patterson, Thomas C. 1987 “Tribes, Chiefdoms and Kingdoms in the Inca Empire”, en Power Relations and State Formations, editado por T. C. Patterson y C. W. Gaily. American Anthropological Association, Washington. 1991 The Inca Empire: The Formation and Disintegration of a Pre-Capitalist State. Berg Publishers, Inc., Nueva York. Peterson, David A. 1976 Ancient Commerce. Disertación doctoral, State University of New York, Binghamton. Pétrequin, Pierre, Oliver Weller y E. Gauthier 2001 “Salt Springs Exploitation without Pottery during Prehistory”, en EthnoArchaeology and its Transfers, editado por Sylvie Beyries y Pierre Pétrequin. BAR International Series 983. Archaeopress, Oxford. Peña de Paz, Francisco Javier 2003 "Peces chicos en la cuenca de Cuitzeo: la gestión del agua en una región de México". Tesis doctoral. Centro de Investigaciones y Estudios en Antropología Social, Guadalajara. Piña Chan, Román y K. Oi 1982 Exploraciones arqueológicas en Tingambato, Michoacán. INAH, México. Plog, Stephen 1997 Ancient Peoples of the American Southwest. Thames and Hudson, Nueva York. Pollard, Helen P. 1980 “Central Places and Cities: A Consideration of the Protohistoric Tarascan State”. American Antiquity 45(4), pp. 677-696. 1987 “The Political Economy of Prehispanic Tarascan Metallurgy”. American Antiquity 52(4), pp. 741-752. 1993 Taríacuri’s Legacy: The Prehispanic Tarascan State. University of Oklahoma Press, Norman.

358 1995 “Estudio del surgimiento del Estado tarasco: investigaciones recientes”, en Arqueología del occidente y norte de México, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1996 “La transformación de elites regionales en Michoacán central”, en Las cuencas del Occidente de México: época prehispánica, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand, El Colegio de Michoacán/Orstom/Cemca, Zamora. 2000 “Tarascan External Relationships”, en Greater Mesoamerica: The Archaeology of West and Northwest Mexico, editado por M.S. Foster y S. Gorenstein. University of Utah Press, Salt Lake City. 2003a “The Tarascan Empire”, en The Postclassic Mesoamerican World, editado por M. E. Smith y F. F. Berdan. University of Utah Press, Salt Lake City. 2003b “West Mexico beyond the Tarascan Frontier”, en The Postclassic Mesoamerican World, editado por M. E. Smith y F. F. Berdan. University of Utah Press, Salt Lake City. 2009 “Un modelo para el surgimiento del Estado tarasco”, en Las sociedades complejas del Occidente de México en el mundo mesoamericano: homenaje al Dr. Phil C. Weigand, editado por Eduardo Williams, Lorenza López Mestas y Rodrigo Esparza. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2011 “La economía política de la metalurgia en el Estado tarasco”, en Patrones de asentamiento y actividades de subsistencia en el Occidente de México: reconocimiento a la Dra. Helen Perlstein Pollard, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. Pollard, Helen y L. Cahue 1999 “Mortuary Patterns and Regional Elites in the Lake Pátzcuaro Basin of Western Mexico”. Latin American Antiquity 10(3), pp. 259-280. Pollard, Helen P., A. Hirshman, H. Neff, y M.D. Glascock 2001 “Las elites, el intercambio de bienes y el surgimiento del área nuclear tarasca: análisis de la cerámica de la cuenca de Pátzcuaro”, en Estudios cerámicos en el occidente y norte de México, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán e Instituto Michoacano de Cultura, Zamora y Morelia. Pollard, Helen P. y M. E. Smith 2003 “The Aztec-Tarascan Border” en The Postclassic Mesoamerican World, editado por M. E. Smith y F. F. Berdan. University of Utah Press, Salt Lake City. Pollard, Helen P. y T. Vogel 1994 “Implicaciones políticas y económicas del intercambio de obsidiana dentro del Estado tarasco”, en Arqueología del Occidente de México: nuevas aportaciones, editado porEduardo Williams y R. Novella. El Colegio de Michoacán, Zamora. Pomeroy, Cheryl

359 1988 “The Salt of Highland Ecuador: Precious Product of a Female Domain”. Ethnohistory 35(2), pp. 132-160. Ponce, Alonso 1973 Relación breve y verdadera de algunas cosas que sucedieron al padre Fray Alonso Ponce... UNAM, México. Porter Weaver, Muriel 1969 “A Reappraisal of Chupícuaro”, en The Natalie Wood Collection of PreColumbian Ceramics at UCLA, editado por J. D. Frierman. University of California, Los Angeles. Publ, Helmut 1986 Prehispanic Exchange Networks and the Development of Social Complexity in Western Mexico: The Aztatlan Interaction Sphere. Disertación doctoral, Southern Illinois University, Carbondale. University Microfilms International, Ann Arbor. Pulido, Salvador, A. Araiza y L.A. Grave 1996 Arqueología del norte de Michoacán: investigación de salvamento en una carretera. Dirección de Salvamento Arqueológico INAH, Ingenieros Civiles Asociados, Autopista de Occidente, México. Quiroz Malca, Haydeé 1995 “La sal prieta: una experiencia en la Costa Chica de Guerrero”, en La sal en México, editado por Juan C. Reyes. Universidad de Colima, Colima. 1998 “Las mujeres y los hombres de la sal: un proceso de producción y reproducción cultural en la Costa Chica de Guerrero”. Tesis doctoral. Universidad Iberoamericana, México. Ramírez Sevilla, Luis 1999 “Los frutos de la costa”, en Frutos del campo michoacano, editado por E. Barragán. El Colegio de Michoacán, Zamora. Ramírez, Susana, C. Liot, J. Reveles, O. Schondube, C. Cárdenas, F. Mata, C. Melgarejo, L. Santoyo y V. Bojórquez 2005 “La Peña: un sitio de transición entre el Epiclásico y el Postclásico temprano en la cuenca de Sayula, Jalisco”, en El antiguo occidente de México: nuevas perspectivas sobre el pasado prehispánico, editado por Eduardo Williams, Phil C. Weigand, Lorenza López Mestas y David Grove. El Colegio de Michoacán, Zamora. Ramos, Jorge y Lorenza López Mestas 1996 “Datos preliminares sobre el descubrimiento de una tumba de tiro en el sitio de Huitzilapa, Jalisco”. Ancient Mesoamerica 7(1), pp. 121-134. Raymond, J. Scott

360 1988 “A View from the Tropical Forest”, en Peruvian Prehistory: An Overview of Pre-Inca and Inca Society, editado por Richard W. Keatinge. University of Cambridge Press, Cambridge. Reina, Rubén E. y John Monaghan 1981 “The Ways of the Maya: Salt Production at Sacapulas, Guatemala”. Expedition 23(3), pp. 13-33. Renfrew, Colin y Paul Bahn 2000 Archaeology: Theory, Method, and Practice. Thames and Hudson, Londres. Reyes, Juan Carlos 1993 “Este es el arte y modo de hacer sal: tecnología salinera novohispana en las Relaciones Geográficas del siglo XVI”. Journal of Salt History: Review of the International Commission for the History of Salt 1, pp. 219-244. 1995 “Las salinas colimenses durante el período colonial, siglos XVI a XVIII”, en La sal en México, Vol. I, editado por Juan C. Reyes. Universidad de Colima, Colima. 1998 “Los arrieros de la sal: el transporte de la sal y su impacto en la economía local de Colima durante el Virreinato,” en La sal en México, Vol. II, editado por Juan C. Reyes. Universidad de Colima, Colima. 2000 Al pie del volcán: los indios de Colima en el virreinato. Ciesas, México. 2004 “El tapextle salinero: notas sobre su origen, distribución y variantes”, en Bienes estratégicos del antiguo Occidente de México: producción e intercambio, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. Reyes, Juan Carlos y R. Leytón Ovando 1992 “Cuyutlán: una cultura salinera”. La Palabra y el Hombre 81, pp. 121-146. Reyman, Jonathan E. 1978 “Pochteca Burials at Anazasi Sites”, en Across the Chichimec Sea: Papers in Honor of J. Charles Kelley, editado por C. L. Riley y B. C. Hedrick. Southern Illinois University Press, Carbondale. Riehm, Karl 1961 “Prehistoric Salt Boiling”. Antiquity 35(139), pp. 181-191. Riley, Carroll L. 1995 Rio del Norte: People of the Upper Rio Grande from Earliest Times to the Pueblo Revolt. University of Utah Press, Salt Lake City. 2005 Becoming Aztlan: Mesoamerican Influence in the Greater Southwest, AD 12001500. The University of Utah Press, Salt Lake City. Rojas Moreno, José y Alejandro Novelo

361 1995 “Flora y vegetación acuáticas del Lago de Cuitzeo, Michoacán, México”. Acta Botánica Mexicana 31, pp. 1-17. Roskamp, Hans 1998 La historiografía indígena de Michoacán: el Lienzo de Jucutácato y los Títulos de Carapan. Research School CNWS. School of Asian, African, and Amerindian Studies, Leiden. 2001 “Historia, mito y legitimación: el Lienzo de Jicalán”, en La tierra caliente de Michoacán, editado por E. Zárate. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2003 Los códices de Cutzio y Huetamo: encomienda y tributo en la Tierra Caliente de Michoacán, siglo XVI. El Colegio de Michoacán y El Colegio Mexiquense, Zamora y Zinacantepec. Roskamp, Hans y M. Retiz 2013 “An Interdisciplinary Survey of a Copper-Smelting Site in West Mexico: The Case of Jicalán el Viejo, Michoacán”, en Archaeometallurgy in Mesoamerica: Current Approaches and New Perspectives, editado por Aaron N. Shugar y Scott E. Simmons. University Press of Colorado, Boulder. Ross, Kurt 1984 Codex Mendoza: Aztec Manuscript. Regent Books y High Texts Ltd., Londres. Rzedowski, Jerzy y M. Equihua 1987 Atlas cultural de México: flora. SEP/INAH/Planeta, México. Sahagún, Bernardino 1938 Historia general de las cosas de Nueva España. Vol. 3 (Libro X). Editorial Robredo, México. 1981 Florentine Codex: Book 11, the Earthly Things, editado por Charles E. Dibble y Arthur O. Anderson. The School of American Research, New Mexico. University of Utah Press, Salt Lake City. Salazar Cárdenas, José 1999 Así era Tecomán. Secretaría de Cultura de Colima/ Universidad de Colima, Colima. Sánchez, Gerardo 1984 “Mulas, hatajos y arrieros en el Michoacán del siglo XIX”. Relaciones: Estudios de Historia y Sociedad 5(17), pp. 41-53. Sánchez, Sergio y E. G. Marmolejo 1990 “Algunas apreciaciones sobre el Clásico en el Bajío central, Guanajuato”, in La época Clásica: nuevos hallazgos, nuevas ideas, editado por Amalia Cardós de Méndez. INAH/Museo Nacional de Antropología, México. Sánchez Vázquez, María de Jesús

362 1989 “La producción de sal en un sitio del Postclásico tardío”. Arqueología: Revista de la Dirección de Arqueología del INAH, segunda época, no.2, pp. 81-87. Sanders, William T., J. R. Parsons y R. S. Santley 1979 The Basin of Mexico: Ecological Processes in the Evolution of a Civilization. Academic Press, Nueva York. Sanders, William y Barbara Price 1968 Mesoamerica: The Evolution of a Civilization. Random House, Nueva York. Santley, Robert S. 1983 “Obsidian Trade and Teotihuacan Influence in Mesoamerica”, en HighlandLowland Interaction in Mesoamerica: Interdisciplinary Approaches, editado por Arthur G. Miller. Dumbarton Oaks, Wshington. 2004 “Prehistoric Salt Production at El Salado, Veracruz, Mexico”. Latin American Antiquity 15(2), pp. 199-221. Schiffer, Michael 1988 “The Structure of Archaeological Theory”. American Antiquity 53, pp. 461-485. Schmidt, Paul y J. Litvak 1986 “Problemas y perspectivas de la arqueología en Guerrero”, en Primer coloquio de arqueología y etnohistoria en el estado de Guerrero. INAH-Gobierno del estado de Guerrero, México. Schöndube, Otto 1994 “El Occidente de México”. Arqueología Mexicana 11(9), pp. 18-25. Schulze, Niklas 2013 “How ‘Real’ does it Get? Portable XRF Analysis of Copper Bells from Aztec Templo Mayor”, en Archaeometallurgy in Mesoamerica: Current Approaches and New Perspectives, editado por Aaron N. Shugar y Scott E. Simmons. University Press of Colorado, Boulder. Shelton, Anthony 1988 “Realm of the Fire Serpent”. British Museum Society Bulletin 58, pp. 21-25. Silverstein, Jay 2001 “Aztec Imperialism at Oztuma, Guerrero: Aztec-Chontal Relations during the Late Postclassic and Early Colonial Periods”. Ancient Mesoamerica 12(1), pp. 31-48. Sisson, Edward 1973 “Salt Production”, en First Annual Report of the Coxcatlán Project. Tehuacán Project Reports No. 3, R.S. Peabody Foundation for Archaeology, Andover. Sleight, Frederick W. 1965 “Archaeological Explorations in Western Mexico”. Explorers Journal 43(3), pp. 154-161.

363

Sluyter, Andrew 1993 “Long-Distance Staple Transport in Western Mesoamerica: Insight through Quantitative Modeling”. Ancient Mesoamerica 4(2), pp. 193-200. Smith, Michael E. 1990 “Long-Distance Trade under the Aztec Empire: The Archaeological Evidence”. Ancient Mesoamerica 1(2), pp. 153-170. 1996 “The Strategic Provinces”, en Aztec Imperial Strategies. Dumbarton Oaks, Washington. 1998 The Aztecs. Blackwell, Londres. 2015 “The Aztec Empire”, en Fiscal Regimes and the Political Economy of Premodern States, editado por Andrew Monson y Walter Schedidel. Cambridge University Press, Cambridge. Smith, Michael y F. F. Berdan 1996 “Introduction”, en Aztec Imperial Strategies. Dumbarton Oaks, Washington. Smith, Michael y F. F. Berdan 2003 “Postclassic Mesoamerica”, en The Postclassic Mesoamerican World, editado por M. E. Smith y F. F. Berdan. University of Utah Press, Salt Lake City. Solís Olguín, Felipe y Roberto Velasco 2002 “Catalogue”, en Aztecs, editado por Eduardo Matos y Felipe Solís. The Royal Academy of Arts, Londres. Solórzano, Federico 1980 “Prehistoria”, en Historia de Jalisco, editado por J. M. Muriá, Vol. 1. Gobierno de Jalisco, Unidad Editorial, Guadalajara. Spores, Ronald 1984 The Mixtecs in Ancient and Colonial Times. University of Oklahoma Press, Norman. Stuart, Glenn 2005 “Agricultura de tierras húmedas en el núcleo de la tradición Teuchitlán”, en El antiguo occidente de México: nuevas perspectivas sobre el pasado prehispánico, editado por Eduardo Williams, Phil C. Weigand, Lorenza López Mestas y David Grove. El Colegio de Michoacán, Zamora. Sugiura, Yoko, Magdalena García Sánchez y Alberto Aguirre 1998 La caza, la pesca y la recolección: etnoarqueología del modo de subsistencia lacustre en las ciénegas del alto Lerma. UNAM, México. Tamayo, Jorge y R. C. West 1964 “The Hydrography of Middle America”, en Handbook of Middle American Indians, editado por R. Wauchope, Vol. 11. University of Texas Press, Austin.

364

Taylor, William B. 1972 Landlord and Peasant in Colonial Oaxaca. Stanford University Press, Stanford. Townsend, Richard 1998 “Before Gods, Before Kings”, en Ancient West Mexico: Art And Archaeology of the Unknown Past, editado por R. F. Townsend. The Art Institute of Chicago, Chicago. Trakadas, Athena 2015 Fish-Salting in the Northwest Maghreb in Antiquity: A Gazetteer of Sites and Resources. Archaeopress, Oxford. Trigger, Bruce G. 2003 Understanding Early Civilizations: A Comparative Study. Cambridge University Press, Cambridge. Tuohy, Donald R. 1990 “Pyramid Lake Fishing: The Archaeological Record”, en Wetland Adaptations in the Great Basin, editado por Joel C. Janetski y David M. Madsen. Museum of Peoples and Cultures Occasional Papers 1. Brigham Young University, Provo. Valdez, Francisco 1994 “Las áreas domésticas en el sitio de San Juan, Atoyac, Jalisco”, en Contribuciones a la arqueología y etnohistoria del Occidente de México, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1998 “The Sayula Basin: Ancient Settlements and Resources”, en Ancient West Mexico: Art and Archaeology of the Unknown Past, editado por R. F. Townsend. The Art Institute of Chicago, Chicago. Valdez, Francisco y C. Liot 1994 “La cuenca de Sayula: yacimientos de sal en la zona de frontera oeste del Estado tarasco”, en El Michoacán antiguo: Estado y sociedad tarascos en la época prehispánica, editado por B. Boehm de Lameiras. El Colegio de Michoacán, Zamora. Valdez, Francisco, C. Liot, R. Acosta y J.P. Emphoux 1996a “The Sayula Basin: Lifeways and Salt Flats of Central Jalisco”. Ancient Mesoamerica 7(1), pp. 171-186. Valdez, Francisco, C. Liot y O. Schöndube 1996b “Los recursos naturales y su uso en las cuencas lacustres del sur de Jalisco: el caso de Sayula”, en Las cuencas del Occidente de México: época prehispánica, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. Vázquez Salguero, David Eduardo

365 2014 Intereses públicos y privados en la configuración del territorio y la propiedad: las Salinas de Peñón Blanco, 1778-1846. El Colegio de San Luis, San Luis Potosí. Viramontes, Carlos 1995 “La producción de sal en Oaxaca: una tradición milenaria”, en La sal en México, editado por Juan C. Reyes. Universidad de Colima, Colima. Vogel, Hans U. 1993 “The Great Well of China”. Scientific American 268, pp. 116-121. Vogt, Evon Z. 1970 The Zinacantecos of Mexico: A Modern Maya Way of Life. Holt, Rinehart and Winston, Nueva York. Voorhies, Barbara 1976 The Chantuto People: An Archaic Period Society of the Chiapas Littoral, Mexico. Papers of the New World Archaeological Foundation 41. Brigham Young University, Provo. Warinner, Christina, Nelly Robles, Ronald Spores y Noreen Tuross 2012 “Disease, Demography, and Diet in Early Colonial New Spain: Investigation of a Sixteenth-Century Mixtec Cemetery at Teposcolula Yucundaa”. Latin American Antiquity 23(4), pp. 467-489. Warren, F. Benedict 1989 La conquista de Michoacán, 1521-1530 (segunda edición). Fimax Publicistas, Morelia. Webster, Donovan 1999 “Journey to the Heart of the Sahara”. National Geographic 195(3), pp. 2-33. Weigand, Phil C. 1970 “Huichol Ceremonial Reuse of a Fluted Point”. American Antiquity 35(3), pp. 365-367. 1982 “Introduction”. Anthropology: Mining and Mining Techniques in Ancient Mesoamerica (Special Edition) VI(1 y 2), pp. 1-6. 1985 “Evidence for Complex Societies during the Western Mesoamerican Classic Period”, en The Archaeology of West and Northwest Mesoamerica, editado por M. S. Foster y P. C. Weigand. Westview Press, Colorado. 1989 “Architecture and Settlement Patterns within the Western Mesoamerican Formative Tradition”, en El Preclásico o Formativo: avances y perspectivas, seminario de arqueología “Dr. Román Piña Chan”, editado por Martha Carmona Macías. INAH/Museo Nacional de Antropología, México.

366 1990a “The Teuchitlán Tradition of Western Mesoamerica”, en La época Clásica: nuevos hallazgos, nuevas ideas, editado por Amalia Cardós de Méndez. INAH/ Museo Nacional de Antropología, México. 1990b “Discontinuity: The Collapse of the Teuchitlán Tradition and the Early Postclassic Cultures of Western Mesoamerica”, en Mesoamérica y norte de México siglos IX-XIII: seminario de arqueología “Wigberto Jiménez Moreno”, editado por Federica Sodi Miranda, vol. 2. INAH, México. 1992a "Introducción", en Ensayos sobre el Gran Nayar: entre coras, huicholes y tepehuanes. Instituto Nacional Indigenista, Cemca, Colmich, México. 1992b “Central Mexico’s Influence in Jalisco and Nayarit during the Classic Period”, en Resources, Power, and Interregional Integration, editado por E. M. Schortman y P. A. Urban. Plenum Press, Nueva York. 1993a “The Political Organization of the Trans-Tarascan Zone of Western Mesoamerica on the Eve of the Spanish Conquest”, en Culture and Contact: Charles C. Di Peso’s Gran Chichimeca, editado por A. I. Woosley y J. C. Ravesloot. Amerind Foundation/ University of New Mexico Press, Albuquerque. 1993b Evolución de una civilización prehispánica: Arqueología de Jalisco, Nayarit y Zacatecas. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1994 “Obras hidráulicas a gran escala en el Occidente de Mesoamérica”, en Contribuciones a la arqueología y etnohistoria del Occidente de México, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1995 “Minería prehispánica en las regiones noroccidentales de Mesoamérica, con énfasis en la turquesa”, en Arqueología del Occidente y Norte de México, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1996a “La evolución y ocaso de un núcleo de civilización: la tradición Teuchitlán y la arqueología de Jalisco”, en Las cuencas del Occidente de México: época prehispánica, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán/CEMCA/ORSTOM, Zamora. 1996b “Las salinas prehispánicas de la zona San Marcos-Zacoalco-Atoyac-Sayula, Jalisco”. Antropología en Jalisco: Una Visión Actual 3, pp. 13-17. 2000 "La antigua ecúmene mesoamericana: ¿un ejemplo de sobre-especialización?" Relaciones: Estudios de Historia y Sociedad 82(XXI), pp. 39-58. 2002

Estudio histórico y cultural sobre los huicholes. Universidad de Guadalajara, Guadalajara.

2011 "El paisaje cultural de la tradición Teuchitlán: consideraciones metodológicas para su evaluación y caracterización", en Mesoamérica: debates y perspectivas,

367 editado por Eduardo Williams, Magdalena García Phil Weigand y Manuel Gándara. Zamora, El Colegio de Michoacán. Weigand, Phil C. y Celia Weigand 1996 Tenamaxtli y Guaxicar: las raíces profundas de la rebelión de Nueva Galicia. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1997 “Salinas y salineros: manufactura prehispánica de sal en el Occidente de México”. Antropología en Jalisco: Una Visión Actual 9, pp. 5-23. Weigand, Phil C., Acelia G. de Weigand, y M. D. Glascock 2004 “La explotación de los yacimientos de obsidiana del centro-oeste de Jalisco”, en Bienes estratégicos del antiguo Occidente de México: producción e intercambio, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. Weigand, Phil C., G. Harbottle, y E.V. Sayre 1977 “Turquoise Sources and Source Analysis: Mesoamerica and the Southwestern U.S.A.”, en Exchange Systems in Prehistory, editado por T. K. Earle y J. E. Ericson. Academic Press, Nueva York. Weigand, Phil C. y M. S. Foster 1985 “Introduction”, en The Archaeology of West and Northwest Mesoamerica, editado por M. S. Foster y P. C. Weigand. Westview Press, Colorado. Weigand, Phil C. y Eduardo Williams 1997 “Adela Breton y los inicios de la arqueología en el Occidente de México”. Relaciones: Estudios de Historia y Sociedad XVIII (70), pp. 217-255. 1999 "Introducción", en Arqueología y etnohistoria: la región del Lerma, editado por E. Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. West, Robert C. 1964 “Surface Configuration and Associated Geology of Middle America”, en Handbook of Middle-American Indians, Vol. 1, editado por R. Wauchope. University of Texas Press, Austin. White, Christine D., R. Storey, F. J. Longstaffe, y M. W. Spence 2004 “Immigration, Assimilation, and Status in the Ancient City of Teotihuacan: Stable Isotopic Evidence from Tlajinga 33”. Latin American Antiquity 15(2), pp. 176-198. Wilcox, David R., Phil C. Weigand, J. Scott Wood y J. B. Howard 2008 “Ancient Cultural Interplay of the American Southwest in the Mexican Northwest”. Journal of the Southwest 50(2), pp. 103-206. Willey, Gordon R. y J. A. Sabloff 1980 A History of American Archaeology. (Segunda edición). Freeman and Company, San Francisco. Williams, Eduardo

368 1993

"Historia de la arqueología en Michoacán", en II Coloquio Pedro Bosch-Gimpera, coordinado por María Teresa Cabrero. Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM, México.

1994 “Ecología cerámica en Huáncito, Michoacán”, en Arqueología del Occidente de México: nuevas aportaciones, editado por E. Williams y R. Novella, El Colegio de Michoacán, Zamora. 1995

“Supervivencias prehispánicas en la cerámica tradicional del Occidente de México", en Tradición e identidad en la cultura mexicana, editado por Agustín Jacinto y Álvaro Ochoa, El Colegio de Michoacán, Zamora.

1996 “Desarrollo cultural en las cuencas del Occidente de México: 1500 a.C.- 1521 d.C.” en Las cuencas del Occidente de México: época prehispánica, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, CEMCA y ORSTOM, Zamora. 1997 “Producción de sal en la cuenca de Cuitzeo, Michoacán: una actividad con raíces prehispánicas”. Arqueología Mexicana 27, pp. 64-69. 1998a “Explotación de sal en Michoacán (siglo XVI): un estudio etnohistórico” en El Occidente de México: arqueología, historia y medio ambiente, perspectivas regionales (actas del IV Coloquio de Occidentalistas), editado por Ricardo Avila et al. Universidad de Guadalajara/ORSTOM, Guadalajara. 1998b “Salinas y salineros en el Lago de Cuitzeo, Michoacán: un estudio etnoarqueológico”, en Manufacturas michoacanas, editado por V. Oikión. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1999a “The Ethnoarchaeology of Salt Production at Lake Cuitzeo, Michoacán, Mexico”. Latin American Antiquity 10(4), pp. 400-414. 1999b “Producción de sal en el lago de Cuitzeo, Michoacán: contribución a la interpretación arqueológica”, en Arqueología y etnohistoria: la región del Lerma, editado por E. Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2001

“La cerámica salinera del Occidente de México”, en Estudios cerámicos en el Occidente y Norte de México, editado por E. Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán y Secretaría de Cultura de Michoacán, Zamora y Morelia.

2002 “Salt Production in the Coastal Area of Michoacán, Mexico: An Ethnoarchaeological Study”. Ancient Mesoamerica 13(2), pp. 237-253. 2003 La sal de la tierra: etnoarqueología de la producción salinera en el occidente de México. El Colegio de Michoacán y Secretaría de Cultura de Jalisco, Zamora y Guadalajara. 2004a “La producción contemporánea de sal en la costa de Michoacán: de la descripción etnográfica a la interpretación arqueológica”, en Bienes estratégicos del antiguo

369 Occidente de México: producción e intercambio, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2004b “Nuevas perspectivas sobre el sistema mundial mesoamericano”. Relaciones: Estudios de Historia y Sociedad, 99(25), pp. 145-175. 2005a “Introducción: la etnoarqueología, arqueología como antropología”, en Etnoarqueología: el contexto dinámico de la cultura material a través del tiempo, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2005b “Una pizca de sal: nuevos datos acerca de la producción salinera en la cuenca de Cuitzeo, Michoacán”, en El antiguo occidente de México: nuevas perspectivas sobre el pasado prehispánico, editado por Eduardo Williams, P. C. Weigand, Lorenza López Mestas y D. C. Grove. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2005c “Salinas y salineros en el lago de Cuitzeo, Michoacán: un estudio etnoarqueológico”, en Arqueología mexicana: IV coloquio Pedro Bosch Gimpera. Vol. 1, el occidente y el centro de México, editado por Ernesto Vargas. UNAM, México. [Entregado para publicación en 1998]. 2006 “Saltmaking ceramics from western Mexico: an ethnoarchaeological perspective”. La Tinaja: Newsletter of Archaeological Ceramics. 17 (1-2), pp. 411. 2008a "Producción y comercio de la sal en el Michoacán antiguo". Diario de Campo, Suplemento 51 (INAH, México), pp. 41-50. 2008b "Salt Production in Mesoamerica", en Encyclopedia of the History of Science, Technology, and Medicine in Non-Western Cultures, editado por Helaine Selin. Springer Books, New York, pp. 1918-1922. Disponible en: www.SpringerReference.com 2009 "Producción e intercambio de recursos estratégicos en la cuenca de Cuitzeo, Michoacán, durante el periodo Protohistórico", en Las sociedades complejas del Occidente de México en el mundo mesoamericano: homenaje al Dr. Phil C. Weigand, editado por Eduardo Williams, Lorenza López Mestas y Rodrigo Esparza. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2010 “Salt Production and Trade in Ancient Mesoamerica”, en Pre-Columbian Foodways: Interdisciplinary Approaches to Food, Culture, and Markets in Ancient Mesoamerica, editado por John E. Staller y Michael D. Carrasco. Springer Science and Business Media, Nueva York. 2013 “Patrimonio olvidado: las actividades de subsistencia en Michoacán desde la perspectiva de la etnoarqueología”. Coloquio Internacional El patrimonio desde las Ciencias Sociales y Humanidades. El Colegio de San Luis, SLP. Septiembre 26 del 2013. 2014a Water Folk: Reconstructing an Ancient Aquatic Lifeway in Michoacán, Western Mexico. British Archaeological Reports International Series 2617. Archaeopress, Oxford.

370

2014b La gente del agua: etnoarqueología del modo de vida lacustre en Michoacán. El Colegio de Michoacán, Zamora. 2015 The Salt of the Earth: Ethnoarchaeology of Salt Production in Michoacán, Western Mexico. British Archaeological Reports. BAR International Series 2725. Archaeopress, Oxford. Williams, Eduardo y P. C. Weigand 2004 “Introducción”, en Bienes estratégicos del antiguo Occidente de México: producción e intercambio, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. Williams, Eduardo y P. C. Weigand (editores) 1999 Arqueología y etnohistoria: la región del Lerma. El Colegio de Michoacán, Zamora. Wolf, Eric R. 1982 Europe and the People without History. University of California Press, Berkeley. Wood, Frances 2002 The Silk Road. The Folio Society, Londres. Woodfill, Brent K. S. 2013 “Community Development and Collaboration at Salinas de los Nueve Cerros, Guatemala”. Advances in Archaeological Practice 1(2), pp. 105-120. Woodfill, Brent K., Brian D. Dillon, Marc Wolff, Carlos Avendaño, y Ronald Canter 2015 “Salinas de los Nueve Cerros, Guatemala: A Major Economic Center in the Southern Maya Lowlands”. Latin American Antiquity 26(2), pp. 162-179. Wright, David 1994 “La colonización de los estados de Guanajuato y Querétaro por los otomíes según las fuentes etnohistóricas”, en Contribuciones a la arqueología y etnohistoria del Occidente de México, editado por Eduardo Williams. El Colegio de Michoacán, Zamora. 1999 “El Bajío oriental durante la época prehispánica”, en Arqueología y etnohistoria: la región del Lerma, editado por Eduardo Williams y P. C. Weigand. El Colegio de Michoacán, Zamora. Wylie, Alison 2002 Thinking from Things: Essays in the Philosophy of Archaeology. University of California Press, Berkeley, Los Angeles, Londres. Zacatula 1765 Documento inédito en el Archivo Histórico de la Casa de Morelos (Morelia): Zacatula, 1765. P/D/ Fábrica material. Siglo XVIII. o363/ C 1280.

371

Zorita, Alonso de 1984 Leyes y ordenanzas reales de las islas del mar océano. Secretaría de Hacienda y Crédito Público, México. [Escrito originalmente en 1574].

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.