La sacralidad de los linajes gobernantes (proyecto de investigación)
Descripción
LA SACRALIDAD DE LOS LINAJES GOBERNANTES COMO ELEMENTO CENTRAL DE LA RELIGIÓN MAYA PROYECTO DE INVESTIGACIÓN MIGUEL RIVERA DORADO
Introducción Hace años inicié una investigación relacionada con la estructura del poder en las antiguas unidades políticas del área maya. Mi intención era establecer finalmente las bases de una comparación sistemática entre las sociedades prehispánicas del sur y sureste de Mesoamérica y las de otras regiones del mundo, tomando como punto de partida la organización de los estados, pero poniendo un énfasis muy especial en las manifestaciones simbólicas y en los mitos en que se apoyaban muchas de las instituciones y sus rituales. El estímulo me había sido proporcionado por la lectura del libro de Robert Mac Adams, The Evolution of Urban Society (Chicago, 1966), y se inscribía en ciertas inquietudes teóricas sentidas desde mis tiempos de estudiante, alentadas a través de mi amistad con antropólogos como Ángel Palerm e historiadores de la talla de Miguel León Portilla y Alfredo López Austin. Había comprendido en seguida que la obra de Mac Adams adolecía de la falta de un hilo conductor de la argumentación que reuniera una cierta altura nomotética y la necesaria perspectiva generalizadora, integrando las hipótesis en un desarrollo metodológicamente irrefutable y suficientemente explícito. Dicho de otra manera, ahora pienso que el enfoque comparativo no debe tratar las sociedades aisladas desde un punto de vista holístico, sino realizar análisis transversales en los que se siga la pista a determinadas facetas de esas sociedades, con las implicaciones y las contextualizaciones convenientes, desde luego, pero sin crear la confusión que inevitablemente se genera 1
cuando se manejan grandes cantidades de datos de diferentes subsistemas sociales. En definitiva, una propuesta no muy alejada en el fondo de las investigaciones difusionistas, pero rechazando de antemano cualquier prejuicio en cuanto al origen y las vías de movimiento de los rasgos, sin necesidad siquiera de tener en cuenta la posibilidad de que esos rasgos se movieran en absoluto, y, consecuentemente, descartando las cuestiones relativas a las “influencias”, a los “contactos” o a las “migraciones”. Por otro lado, el método comparativo debía incluir procedimientos propios de la ecología cultural o del materialismo histórico, abandonando, sin embargo, los criterios más arqueológicos para seguir los caminos de la antropología cultural y buscar explicaciones de tipo científico. En 1982 publiqué el libro Los Mayas, una sociedad oriental, en el cual analizaba abundante información arqueológica y la contrastaba con las fuentes escritas coloniales y con los estudios etnológicos más importantes. Mi principal interés era comprobar si en el área maya se había producido en la Antigüedad un fenómeno sociocultural equivalente al que los marxistas llamaban Modo de Producción Asiático, cuyo rasgo más sobresaliente era la concentración de todo el poder en una única persona que aparecía como un déspota de derecho divino dentro de un sistema político semejante a las monarquías hereditarias patrilineales del Viejo Mundo. Lo que el libro del 82 dejó, a mi parecer, meridianamente claro, es que el sistema político maya antiguo descansaba en la figura del ajau, o gobernante, o rey, que de cualquiera de estas maneras se puede denominar. Pero ese gobernante reunía una serie de características singulares en las que radicaba su legitimidad para reinar y para ejercer el poder absoluto; la principal era que descendía de los dioses fundadores, aquellos que en ciertos casos llevaron a cabo el establecimiento de las dinastías y la unificación y definición territorial del reino, y en otros casos llegaron a participar en la creación misma del mundo. Como tal, el gobernante era sagrado, incluso puede suponerse que era considerado divino, pues la sangre que corría por sus venas era la de las divinidades, y la sangre para los mayas era la sustancia de la vida del cosmos en su conjunto. Por eso se le llamaba k’ul ajau, de la palabra k’u que significa sagrado y también dios.
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Si bien los mayistas han ido aceptando estas ideas, son todavía muy pocos los estudiosos que contemplan la sacralidad de los reyes y de sus familias como el elemento vertebrador, central, distintivo e ineludible del sistema religioso maya. El proyecto de investigación que aquí presento desarrollará esta hipótesis y tratará de demostrar el carácter eminentemente político de la religión, lo que corre en paralelo con el carácter eminentemente religioso de la política en el área maya. Metodología Según se desprende de lo que afirmo más arriba el método que voy a seguir en la investigación es el método comparativo. Revisaré y analizaré los datos e informaciones procedentes de la arqueología, la etnohistoria y la etnología, y estableceré un modelo primario que deberá ser contrastado con otros semejantes procedentes de diversas partes del mundo antiguo, muy especialmente el valle del Nilo, Mesopotamia y el Lejano Oriente. Esa comparación permitirá sacar a la luz dudas e interrogantes que deberán ser resueltas con una ampliación de la información o con un refinamiento de los procedimientos de análisis. Por ejemplo, en las últimas décadas la epigrafía ha pasado a ser una herramienta indispensable, y cada vez más valiosa, para la interpretación de muchos contextos arqueológicos. En el proyecto que estoy describiendo se hará un uso muy extenso de la información epigráfica, buscando inscripciones en distintos lugares del área maya o revisando una y otra vez las lecturas y traducciones de los especialistas. Las implicaciones que se deduzcan de la hipótesis de trabajo –pues mi método es hipotético deductivo‐ serán numerosas y cubrirán todo el espectro del tema, sin prejuzgar su capacidad explicativa, de manera que se puedan descartar en caso necesario y también que permitan la adición de otras a medida que se vayan perfilando las vías de trabajo. Por ejemplo, una de las implicaciones básicas es la consideración de la expresión del estatus del gobernante mediante símbolos religiosos, en el atuendo, el tocado, los objetos portátiles asociados, los ámbitos en que se muestre. No obstante, pueden darse circunstancias, la exaltación de la actividad bélica u otras, en que el artista dé prioridad a las armas y los atavíos militares. El arte maya, 3
que a través de la información iconográfica es una fuente primordial de información, trata, por supuesto, muy diversos temas relacionados con el poder y los que lo ejercen, y ello no resta un ápice de validez a la implicación correspondiente, que no puede descartarse desde el momento en que el número de representaciones de símbolos religiosos asociados a los gobernantes es abrumador. Con otras palabras, la religión maya es perfectamente comparable a las de Egipto, Asiria, Creta, China o Camboya, porque en todas estas culturas sirvió de soporte y legitimación a estados centralizados, fue la única ideología percibida o tolerada, constituyó la fuente del derecho, la moral y los valores, inspiró gestas y revoluciones, y segregó una extensa burocracia sacerdotal cuyo poder político y prestigio social eran sólo equivalentes al notable desarrollo intelectual que impulsó y acaparó. Se estudien las religiones al amparo de una u otra teoría, con métodos marxistas o estructurales, esas definiciones elementales serán de permanente utilidad, y es probable que a partir de ellas los modelos de Ananda Coomaraswamy, Raffaele Pettazzoni, Georges Dumézil, Mircea Eliade, Peter Berger y tantos otros destacados investigadores adquieran más precisión conceptual. Claro que no hay repertorio o dictamen exentos de parcialidad, pues incluso en las descripciones aparentemente más apegadas a los hechos se produce siempre una toma de postura teórica. La base teórica de mi proyecto de investigación tiene muy en cuenta la relación entre el sistema de parentesco vigente a lo largo de los dos mil años de historia maya prehispánica y la organización y expresión del modelo sociopolítico. En la medida en que el parentesco es un código de conducta y no meramente de referencia, la conducta se convierte en un código de parentesco. Así pues, podemos estar seguros de que las categorías del parentesco son eminentemente prácticas, por supuesto hasta el punto en que son libremente conceptuales, y por ello se convierten en el auténtico lenguaje de la experiencia social. La religión maya refleja perfectamente ese lenguaje, adoptando así un sentido durkheimiano, como un extenso sistema de símbolos que hace posible la vida comunitaria al expresar, difundir y sostener las ideas y valores del grupo. Desde tal perspectiva, se comprende también la calificación de religión de estado, porque se orienta a explicar la desigualdad entre los hombres y entre los linajes, la escala de los rangos y jerarquías, la autoridad centralizada y despótica, todo 4
ello proyección política del orden sancionado por la estructura del parentesco en cada una de las divisiones del grupo, desde la familia a la comunidad total. En las sociedades organizadas sobre el modelo de las relaciones parentales suele adquirir gran relevancia el culto a los antepasados. Mi metodología inserta en el modelo político‐religioso al que vengo haciendo referencia la consideración de la estructura de parentesco como el canal por el que circulan las doctrinas de la sacralidad de los linajes gobernantes. Veamos un ejemplo, que puede tomarse como la aplicación del método propuesto. Una de las primeras figuras que relacionamos con la legitimación y el ejercicio de la autoridad de la monarquía es el misterioso dios del cetro maniquí, un ser que la mayoría de los autores identifican con el dios K de los códices, ahora llamado Kawil y relacionado con las tormentas y el rayo1. Los dos símbolos principales de la realeza en la iconografía clásica son los llamados «barra ceremonial» y «cetro maniquí». El primero es el cuerpo de un saurio o reptil bicéfalo, ornamentado con los signos cuadrados de los cuerpos celestes. Sin duda este fantástico animal, al igual que otros de su clase ya mencionados anteriormente, tiene un sentido espacial, indicando un lugar o ámbito específico, aunque en ocasiones puede ser considerado también un avatar de Itsamná. Asido por las manos de los reyes debe interpretarse como el firmamento y confiere a los portadores el título de Señor de los Cielos. El segundo símbolo es una suerte de bastón que representa a una divinidad, una de cuyas piernas se prolonga en forma de serpiente, convertida en el mango que los soberanos agarran. Admitiendo que esta divinidad es la que asoma frecuentemente por las fauces del dragón de la barra ceremonial, ambos símbolos se reducen a uno solo: la región del cosmos en la que reside el gran antepasado de la dinastía reinante. Sin embargo, esta figura clásica, que tal vez habría que distinguir de su afín en los códices, aparece también aislada en escenas del inframundo y junto a los héroes Hunahpú e Ixbalanqué, es decir, tiene una remota historia mitológica propia paralela a su condición de protector o patrono de los linajes gobernantes. Sus rasgos típicos son: a) Extraña nariz aplastada y prominente, a veces torcida hacia arriba a la 1
Véase mi libro El pensamiento religioso de los antiguos mayas, Trotta, Madrid 2006.
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manera de un signo vegetal. b) Un tubo clavado en la frente del que salen volutas de humo. En algunos casos, esta curiosa antorcha es sustituida por un hacha. c) Cuando se encuentra en contextos dinásticos, la asociación con el reptil es un carácter diagnóstico de su origen y función. Fuentes para el estudio de la religión maya que se utilizarán en el proyecto de investigación Puesto que la religión prehispánica fue perseguida y hasta cierto grado erradicada desde el comienzo de la invasión española, parece conveniente que su estudio se lleve a cabo sobre la base de datos arqueológicos. No obstante, las limitaciones del material procedente de las excavaciones, tanto por sus características intrínsecas como por los estragos debidos al clima tropical, han justificado el empleo de una metodología combinada en la cual los documentos etnohistóricos y las monografías etnológicas han llegado a tener igual o superior peso con vistas a la reconstrucción de las antiguas creencias. Mencionaremos, por tanto, las principales fuentes de información en cada una de esas ramas de la antropología cultural, algunas de las cuales volveremos a describir a lo largo del libro. La arqueología provee al investigador de la religión maya con los siguientes complejos de datos: 1. Forma, distribución y contenido de los edificios de uso religioso, templos, plataformas, juegos de pelota, etc. 2. Enterramientos y objetos típicos del ritual funerario. 3. Iconografía de las esculturas, pinturas murales, vasijas pintadas, graffiti, arte rupestre, etc. 4. Configuración y depósitos de las cavernas y pozos naturales donde tenían lugar determinados cultos. 5. Noticias procedentes de las inscripciones jeroglíficas, cualquiera que sea el soporte en que se hallen, por ejemplo, terracotas, placas u orejeras de jade, conchas o huesos 6
grabados, bloques pétreos, ladrillos, estucos, recipientes, dinteles y utensilios de madera, piezas de obsidiana, etc. 6. Libros de adivinación fabricados con cortezas de árbol y recubiertos de una fina capa de cal; sus rasgos peculiares les hacen merecedores de una atención especial en esta somera clasificación. Solamente se han conservado cuatro de tales preciosos manuscritos llenos de figuras pintadas y jeroglíficos; se denominan códices de Dresde, Madrid y París, según las ciudades que los guardan, y el Grolier, que ahora se encuentra en México. Poseemos, sin embargo, abundantes testimonios de que en la antigüedad su número era elevadísimo, y con bastante probabilidad trataban asuntos diversos de índole astrológica, profética, cronológica, litúrgica, o histórica. La extensa tira de corteza era doblada como un biombo y cada espacio entre pliegues se identifica ahora con un número de página, aunque los mayas leían de continuo largas franjas que atraviesan varios de esos rectángulos convencionales, volviendo después al punto de partida para seguir con la franja inferior. El Códice de Dresde tiene setenta y cuatro páginas entre anverso y reverso, el Códice de Madrid ciento doce páginas, el Códice de París veinticuatro páginas, y el códice descubierto en Nueva York ‐conocido también como Códice Grolier es un fragmento de tan sólo once páginas. El primero es el más importante de todos por su mayor antigüedad, su excelente caligrafía y la significación de los cómputos y relaciones establecidos en las llamadas tablas lunares y venusinas. Los códices son la noticia más completa sobre el aspecto, atributos y funciones de las divinidades mayas y sobre muchos de los rituales que les estaban dedicados, si bien su lenguaje conciso y esotérico representa un obstáculo para la correcta interpretación. Entre los materiales etnohistóricos, todos ellos escritos con caracteres latinos después de la conquista de Yucatán y Guatemala por los ejércitos españoles, destacan los de procedencia indígena: 1. Los libros de Chilam Balam, así llamados por la frecuencia con que citan a un famoso profeta de ese nombre. Son manuscritos mayas redactados desde el siglo XVI en adelante y que recogen una información miscelánea de tradiciones del pasado y acontecimientos contemporáneos de los distintos autores que los poseyeron; 7
se supone que todavía hoy existen yucatecos que continúan añadiendo apuntes dispares a ocultas enciclopedias de esta clase. Dieciséis libros de Chilam Balam, cuando menos, están catalogados por los eruditos que han afrontado la complicada tarea de transcribir y traducir los textos; suelen llevar el apelativo del poblado donde fueron localizados: Chilam Balam de Maní, Chumayel, Tizimín, Ixil, Kaua, Teabo, Tusik, Nah, Tekax, Calkiní, Oxkutzcab, Peto, Nabulá, Tihosuco, Tixcocob y Hocabá (los cuatro últimos sólo conocidos de nombre, otros desaparecidos hace tiempo, y aun algunos de los que se discute autenticidad y lugar de origen). El filólogo Alfredo Barrera V ásquez clasificaba de la siguiente manera el heterogéneo material que contienen: 1) Textos de índole religiosa, a) puramente indígena, b) cristianos traducidos al maya; 2) textos históricos, desde crónicas con registro cronológico basado en la cuenta corta (series de trece katunes o períodos de 7.200 días), hasta anotaciones de sucesos muy particulares; 3) textos médicos, con o sin influencia europea; 4) textos calendáricos y astrológicos, a) tablas de series de katunes con su equivalente cristiano, b) explicaciones acerca del calendario indígena, c) almanaques, a veces cotejados con el ciclo adivinatorio maya de doscientos sesenta días (tzolkin), incluyendo predicciones, augurios, etc.; 5) astronomía, según las ideas imperantes en Europa en el siglo xv; 6) rituales; 7) textos literarios, novelas españolas, etc.; 8) otros textos diversos. No cabe duda que a los libros de Chilam Balam se incorporaron fragmentos de los códices prehispánicos, a menudo la médula de los manuscritos en cuanto constituían el anhelado puente con la época antigua. Sin embargo, es probable que los sabios indígenas, depositarios de estos tesoros culturales durante la colonia, fueran olvidando de manera paulatina el sentido de las frases y fórmulas cuya salvaguardia tenían encomendada. Las copias que se hacían o circulaban en la clandestinidad, algo descuidadas por la premura del trabajo y la ignorancia sobre ciertos temas, fueron acentuando el misterio de pasajes ya de por sí bastante sibilinos. El estilo de un texto como el de Chumayel, por ejemplo, es enrevesado y de difícil comprensión para los no iniciados en los vericueto s del pensamiento maya; a pesar de todo, éste. y los demás libros de Chilam Balam serán todavía fuente principal e importantísima, al menos hasta el momento en que se logre descifrar por completo la escritura jeroglífica.
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2. Los libros de medicina, ampliación de las porciones que se dedican a tales asuntos en los libros de Chilam Balam. Tratan los síntomas y la curación de las enfermedades, frecuentemente con remedios nativos; al lado del herbolario y los adecuados procedimientos empíricos, contienen multitud de conjuros, plegarias, recetas mágicas y referencias a divinidades. Según Alfred M. Tozzer los manuscritos de los siglos XVIII y XIX incluyen: el Libro del Judío (así llamado por el alias de un célebre curandero), el Libro de Medicina, el Libro del Judío de Sotuta, la Medicina Maya y el Cuaderno de Teabo. El más antiguo y valioso de todos es, sin embargo, el que fue bautizado con el título de Ritual de los Bacabs en honor a unos dioses muy citados a lo largo de las decenas de encantamientos curativos de sus páginas. 3. Los Cantares de Dzitbalché, colección de quince poemas para decir con música y danza, originarios de ese pueblo de Campeche pero descubiertos en Mérida, capital de Yucatán, hacia 1942. Copiados en el siglo XVIII, aunque tal vez de otro manuscrito anterior. Encierran abundantes referencias religiosas, algunos fueron parte de rituales y otros adoptan el estilo de invocaciones o súplicas a las divinidades antiguas. 4. El Libro del Consejo, más conocido por el nombre mayaquiché de Popol Vuh. Escrito en la lengua quiché de las montañas de Guatemala después de terminada la conquista, fue entregado al fraile Francisco Ximénez, de la Orden de Santo Domingo y cura del pueblo de Santo Tomás Chuilá, hoy Chichicastenango, que había llegado de España en 1688. El religioso comprendió la importancia del manuscrito y lo reprodujo, junto con una traducción bastante cuidada, en el primer tomo de su Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala (ca. 1722). La narración anónima recoge las tradiciones orales del grupo quiché sobre el origen del mundo y de la humanidad; los diferentes mitos engarzan perfectamente unos con otros, configurando el ciclo americano precolombino de mayor extensión y calidad literaria. Cualquier observador meticuloso puede apreciar en el Popol Vuh determinados rasgos que indican la gran antigüedad de las creencias allí expresadas y su conexión con las restantes de análogo sentido dentro del área cultural. El texto está imbuido de «mesoamericanidad» y ha permitido, por ejemplo, disipar muchas dudas existentes en 9
las interpretaciones de la iconografía cerámica del período Clásico; mejor dicho, en numerosas ocasiones ha servido como única y fructífera vía para dotar de significado a escenas y figuras del arte de las tierras bajas mayas. 5. Otras crónicas guatemaltecas de trascendencia para la historia y la sociología de las naciones indígenas son el Memorial de Sololá, el Título de los Señores de Totonicapán, la Historia quiché de don Juan de Torres, los Títulos de la casa Izquin‐Nehaib y la Historia de los Xpantzay, de Tecpán Guatemala. De todas ellas puede extraerse información concerniente al pensamiento y las costumbres religiosas, aunque a veces sea escasa y poco relevante. También se incluiría en este apartado de fuentes menores el baile dramatizado conocido por Rabinal‐Achí, que fue descubierto por el abate Brasseur de Bourbourg en el poblado quiché de Rabinal ‐donde había ejercido igualmente su ministerio durante diez años fray Francisco Ximénez‐, y que se había seguido representando sin interrupción hasta los turbulentos días del emperador mexicano Agustín de Iturbide. 6. A lo largo del período virreinal, muy especialmente en los siglos XVI y XVII, los religiosos españoles compilaron vocabularios y gramáticas para facilitar el aprendizaje del idioma aborigen a los que tenían la misión de propagar la doctrina cristiana. Los trabajos lingüísticos de aquellos esforzados colonos son hasta nuestros tiempos material imprescindible para quien pretenda adentrarse en los tortuosos senderos de las lenguas mayas, pero además contienen abundantes citas de prácticas, ritos y creencias pagarías que pueden ser aprovechadas a su vez por los antropólogos. Sólo aludiremos aquí a los grandes calepinos ‐como se llamaban entonces en memoria del lexicógrafo italiano Ambrogio Calepino‐‐, empezando por el famoso Diccionario de Motul, que consta de cuatrocientos sesenta y cinco folios y no tiene autor reconocido ‐ si bien se le atribuye a fray Antonio de Ciudad Real‐, aunque la persona que lo compuso menciona el pueblo de Motul como su lugar de residencia mientras llevaba a cabo la monumental labor. El Vocabulario de Mayathan por su abecedario, o Vocabulario de Viena, fue descubierto en la capital de Austria a principios de siglo; cuenta con doscientos folio s y parece ser ligeramente más tardío que el de Motu!. El Diccionario de San Francisco, 10
quizá compuesto por individuos de la orden seráfica, se denomina por el convento donde se hallaba en la ciudad de Mérida; fue copiado por el erudito yuca teca Juan Pío Pérez a mediados del siglo XIX y ésa es la versión de que se dispone actualmente, con unas doscientas cuatro hojas escritas a dos columnas. Por último, el Diccionario de Ticul, con doscientas noventa y seis páginas, fue descubierto por el pionero de la arqueología maya fray Estanislao Carrillo en 1836 en el pueblo de Ticul. 7. Los cronistas españoles, frailes y seglares que se vieron impulsados por diversas razones a redactar historias y relaciones sobre los acontecimientos de Indias, son la fuente más utilizada hasta la fecha. Su visión de las religiones mesoamericanas está siempre mediatizada por la educación europea, el celo misionero, los intereses particulares de cada escritor y el escaso sentido etnográfico de las encuestas concretas que realizaban. No obstante, hay en México figuras señeras, como fray Bernardino de Sahagún: que se adelantan a su época y sin las cuales la investigación moderna hubiera sido mucho más ardua o acaso imposible. En el Mayab, territorio colonial periférico y poco descollante en lo político o económico, contamos con un número limitado de autores, y, entre ellos, los que aportan informaciones sustanciales para el estudio de la religión prehispánica son: Fray Diego de Landa, cuya Relación de las cosas de Yucatán (ca. 1566) es una pequeña enciclopedia de la vida indígena con abundantes datos sobre creencias y rituales. Fray Bernardo de Lizana, que tuvo el acierto de insertar en su obra Historia de Yucatán, Devocionario de Nuestra Señora de Izamal y Conquista espiritual (1633) los textos proféticos en idioma maya relativos a la llegada de los europeos, seguramente extraídos de algún libro de Chilam Balam hoy perdido. Fray Diego López Cogolludo, que escribió otra Historia de Yucatán (1688) mucho más copiosa en noticias que la de Lizana, con algunos apartados sobre temas religiosos indígenas inspirados parcialmente en el trabajo de Landa. Fray Pedro Sánchez de Aguilar, autor del Informe «contra idolorum cultores» del obispado de Yucatán (1639), quien ofrece materiales y comentarios producto de su labor inquisidora. Martín Alfonso Tovilla, capitán y alcalde mayor de la Verapaz, que escribió una Relación histórica descriptiva de las Provincias de la Vera Paz y de la del Manché del Reyno de Goathemala (ea. 1640), donde se encuentran algunos interesantes testimonios de la situación de las tierras bajas centrales a principios del siglo XVII. También contiene 11
buenos informes sobre esa región fray Andrés de Avendaño y Loyola en su Relación de las entradas que hice a la conversión de los gentiles Ytzaex (1696); y el abogado y relator del Consejo de Indias Juan Villagutierre de Sotomayor que, sin haber pisado el área maya, tuvo a su disposición importantes documentos de los que se valió para escribir la Historia de la conquista de la provincia del Itzá (1701). De las tierras del altiplano meridional tratan fray Antonio de Remesal en la Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala (1619); fray Francisco Vázquez en su Crónica de la Provincia de Guatemala (1716); el ya citado descubridor del Popol Vuh fray Francisco Ximénez; el regidor de Guatemala Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán en su Recordación florida (ea. 1699); y el arzobispo Pedro Cortés y Larraz, que escribió, finalmente, una Descripción geográfico‐moral de la Diócesis del Reino de Guatemala (ea. 1780). 8. Mención especial merecen las Relaciones Histórico‐geográficas de la Gobernación de Yucatán, que son el conjunto de las respuestas dadas por cabildos, regidores y encomenderos al cuestionario preparado por los asesores de Felipe 11 ‐y editado en el mes de mayo de 1577‐ con el fin de obtener información sobre las características naturales, económicas y morales de las colonias de ultramar. No todas las cincuenta preguntas de que constaba la encuesta fueron atendidas por los españoles de Yucatán, ni todos los pueblos o aldeas acataron la orden regia, pero con las que llegaron a la metrópoli ha podido formarse un compendio de veraces y espontáneos testimonios de inapreciable valor; el procedimiento empleado, además, ha permitido la contrastación o cotejo de multitud de datos, sobre los que insisten una y otra vez los diferentes encuestados. A los efectos de nuestro interés actual la pregunta clave es la que hace el número 14, que reza así: «Cuyos eran en tiempo de su gentilidad y el señorío que sobre ellos tenían sus señores, y lo que tributaban, y las adoraciones, ritos y costumbres, buenas o malas, que tenían». Muchos otros documentos de origen español podrían también citarse, como cartas, ordenanzas, visitas, disposiciones varias y los importantísimos procesos del Santo Oficio. Los archivos españoles y mexicanos o guatemaltecos están repletos de papeles que sería conveniente espigar con mirada atenta. Algo de esto han hecho ya varios autores, y nos referiremos exclusivamente, a modo de ejemplo sobresaliente, a la 12
recopilación que France V. Scholes y Eleanor B. Adams publicaron en 1938 bajo el título Don Diego Quiiada, Alcalde Mayor de Yucatán, 1561‐1565, donde hay excelente material de una época de convulsiones políticas e ideológicas, cuando ejerció su ministerio fray Diego de Landa y se celebró el renombrado auto de fe de Maní contra las prácticas idolátricas de los mayas. El último grupo de fuentes para el estudio de la religión prehispánica es el que cabe identificar con el método etnológico, es decir, aquellas monografías acerca de las comunidades indígenas modernas donde se describan e interpreten las creencias o rituales de tradición antigua ‐las llamadas a veces «supervivencias»‐; y las exploraciones del folklore, recolección de cuentos o leyendas, literatura popular, confección de objetos utilizados por curanderos o brujos, clasificaciones animistas de la naturaleza, fiestas y conmemoraciones de diversa índole, tratamientos corporales, ideas sobre el tiempo y el espacio, y tantos otros elementos de la vida espiritual de los habitantes de Yucatán o de las serranías de Chiapas y Guatemala que permanecen apegados a una manera de pensar y de sentir eminentemente autóctona. Desde luego, cualquier extrapolación de estos datos al remoto pasado es una hipótesis que requiere cuidadosa verificación, pues no en vano los casi cinco siglos que van desde la conquista a las postrimerías de nuestra centuria han estado teñidos de fuerte aculturación, procesos de sincretismo, desaparición o eliminación acompasada de las manifestaciones típicas de las minorías sacerdotales de la antigüedad, y otros factores de desarraigo como la emigración o la guerra. Pero, teniendo presentes tales obstáculos, ningún observador podrá negar que en el corazón y en las actitudes de muchos mayas contemporáneos laten todavía bastantes de los viejos impulsos que hicieron la singularidad de la religión clásica. No podemos aquí, y sería seguramente un propósito descabellado, citar la extensa producción etnológica de las décadas recientes. Es oportuno limitarse pues, a modo de ejemplo, a una investigación significativa y ya clásica de cada zona geográfica o cultural. Róbert Redfield y Alfonso Villa Rojas son los autores de Chan Kom, a Maya Village (1934), libro convertido en un modelo de la etnografía yucateca. Alfonso Villa Rojas realizó un excelente trabajo entre los 13
pobladores del cacicazgo de X‐Cacal, en Quintana Roa, publicado primero en inglés y luego en castellano con el título de Los Elegidos de Dios (1978). Eric Thompson escribió una monografía en los comienzos de su carrera como brillante mayista titulada Ethnology of the Mayas of southern and central British Honduras (1930). Alfred Tozzer fue el autor de un trabajo aún consultado por los antropólogos, Mayas y lacandones, un estudio comparativo (1982 la edición en castellano). De Charles Wisdom es el conocido libro Los chortis de Guatemala (1961 la edición en castellano). Ruth Bunzel llevó a cabo en la década de los treinta un magnífico estudio en la cuna del Popol Vuh, Chichicastenango (1981 la edición en castellano). Evon Z. Vogt y sus colaboradores publicaron, como uno de los frutos del Harvard Chiapas Project, Los zinacantecos (1966). De la misma comarca de los altos de Chiapas, donde habitan los mayas tzotziles, hay otros trabajos de gran importancia, como Medicina maya en los altos de Chiapas (1963 la edición en castellano) de William R. Holland; Ofrendas para los dioses (1979 la edición en castellano) de Evon Z. Vogt; y Los chamula en el mundo del sol (1979 la edición en castellano) de Gary H. Gossen. Igualmente, es imposible hacer justicia a los numerosos y decididos folkloristas que han recogido apuntes sobre la religiosidad popular en los más recónditos parajes; nombraremos tres autores que ofrecen versiones literarias de viejos cuentos y leyendas: Carlos Samayoa Chinchilla (Madre Milpa, 1965); Celso A. Lara Figueroa (Viejas leyendas de Guatemala vueltas a contar, 1980); y Antonio Mediz Bolio (La tierra del faisán y del venado, 1974). Como un homenaje a estos beneméritos escritores, científicos humanistas en ocasiones o eruditos locales a menudo, que vemos animados de un cierto romanticismo entre nostálgico y caduco pero atentos a la técnica rigurosa de la más exigente etnografía, terminaremos esta ya largo apartado con una hermosa invocación al sol y a los dioses protectores de los labriegos, oída de la boca de un maya en la hacienda de Xcanchakán y publicada por el infatigable abate Charles E. Brasseur de Bourbourg: Cuando sale el señor (sol) por el oriente mi voz se extiende a cada uno de los cuatro rumbos, 14
a las cuatro esquinas del cielo, a las cuatro esquinas de la tierra, a la mano del Dios padre, Dios hijo, Dios espíritu santo. Al levantarse las nubes por el oriente, al subir en medio de la majestad celeste a las trece capas de las nubes, él, que pone orden en el huracán amarillo, esperanza de los señores visitadores, él, que pone orden en los lugares del sagrado balché, con el precioso amor de los señores guardianes de las milpas, para que vengan a otorgar su divino favor, al gran anciano Dios padre, Dios hijo, Dios espíritu santo. Yo entrego su semilla virgen con mi santo amor, y tú tendrás que mirarme un momento; yo suplico que me des tu bendición con todo tu corazón y me entregues tu santo amor, para alcanzar tu creciente y virginal favor; porque es necesario confiar en la mano de Dios padre, de Dios hijo, de Dios espíritu santo.2
(2) Un primer vistazo a la arqueología maya en Archaeology of Southern Mesoamerica (Ed. G. R. Willey), Handbook of Middle American Indians, vols. 2 y 3, University of Texas Press, Austin, 1965. En la misma obra monumental los volúmenes 12 a 15 están dedicados a las fuentes etnohistóricas mesoamericanas, Guide to Ethnohistorical Sources (Ed. H. F.Cline), Austin, 1972‐1975. Véase también Alfred M. Tozzer, A Maya Grammar, Dover Publications, Nueva York, 1977, pp. 162‐207 (reimpresión de la edición de 1921); Ralph L. Roys, The Ethno‐Botany of the Maya, The Tulane University of Louisiana, Middle American Research Series, pub. número 2, Nueva Orleans, 1931. Sobre los textos esotéricos Alfredo Barrera Vásquez y Silvia Rendón, El libro de los libros de Chilam Balam, Fondo de Cultura Económica, México, 1948. Las fuentes nativas del altiplano en Adrián Recinos, Crónicas indígenas de Guatemala, Editorial Universitaria, Guatemala, 1957. Los cronistas son estudiados por Francisco Esteve Barba, Historiografía Indiana, Gredos, Madrid, 1964, pp. 269‐290. La revista Estudios de Cultura Maya de la Universidad Nacional Autónoma de México, y el Boletín de la Escuela de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Yucatán, publican numerosos trabajos concernientes a la religiosidad antigua; las series del Instituto Nacional Indigenista de México y del Seminario de Integración Social de Guatemala ofrecen las mejores monografías etnológicas sobre el área maya. Mi versión de la invocación al sol está basada en el texto publicado por Brasseur de Bourbourg, Etudes sur le systeme 15
La religión maya a través de la arqueología de campo El procedimiento seguido en el trabajo de investigación arqueológica desarrollado paulatinamente en la década 1993‐2002, con la vista puesta en la documentación de las hipótesis relacionadas con la religión maya, y que enfocaba el estudio de la religión desde la expresión arquitectónica, ha contemplado las dos vertientes típicas de las labores arqueológicas: observación de campo y acopio de documentación bibliográfica. En varios viajes realizados al norte de la península de Yucatán entre 1992 y 2001 se visitaron una veintena de sitios prehispánicos, en los cuales se hicieron centenares de fotografías y se tomaron notas sobre la arquitectura visible. No obstante, el grueso de los datos proviene de Oxkintok, y es en esa ciudad donde fue elaborado el modelo que luego he venido contrastando con el resto de los yacimientos. Se ha procurado eliminar las ambivalencias existentes en el tratamiento de los distintos "conjuntos arquitectónicos" mediante la utilización de un código analítico mínimo y de un sistema de documentación extenso. Por otra parte, se ha mantenido un contacto continuado con excavadores y colegas que desarrollan proyectos en la región o que tienen experiencia en el tipo de estudios que nos ocupa. Dado que para la obtención de material en el campo he contado con la ayuda de dos especialistas de la Universidad de Valencia y de la Politécnica de la misma ciudad, que ya colaboraron previamente conmigo en el Proyecto Oxkintok, los profesores Cristina Vidal y Gaspar Muñoz, el volumen de datos sobre la arquitectura maya antigua manejado ha sido bastante grande y la muestra puede considerarse significativa. No obstante, se han desechado todas aquellas informaciones que no podían ser integradas en tipos o agregados suficientemente consistentes; la única desventaja de tal proceder es el retraso en obtener una tipología completa, pero se ha ganado en eficacia, en tiempo y en plausibilidad. Desde el punto de vista metodológico, se han utilizado en esta ocasión los criterios defendidos por Popper y otros filósofos de la ciencia respecto a la posibilidad que tiene el investigador de intuir el sentido esencial de un fenómeno, y a partir de esa intuición
graphique et la langue des mayas, deuxieme partie, Imprimerie Imperiale, París, 1869, pp. 101‐102.
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elaborar una hipótesis que debe ser contrastada posteriormente con las informaciones procedentes de la observación empírica. Es el llamado método hipotético‐deductivo, que conduce a teorías bien articuladas, a su vez confirmadas o refutadas por nuevas hipótesis. Por otro lado, mi indagación tiene como guía básica el método general histórico‐antropológico, que funde los intereses sociológicos de la antropología cultural con el enfoque factual y secuencial característico de la historia. Los tipos arquitectónicos que presento a continuación, y que supongo expresan la voluntad de los gobernantes mayas de afianzar la sacralidad de las dinastías y las familias reinantes, descansan en suficientes datos y en análisis cabales, su número permite proponer algunas argumentaciones y respuestas a las cuestiones religiosas antes enunciadas. Lógicamente, cuando se alcancen descripciones más sofisticadas de los tipos, en el momento en que se lleven a cabo otras excavaciones en el área y se disponga de más información, tanto arqueológica en sentido estricto como especialmente epigráfica, puesto que ahora la muestra es todavía poco extensa, el panorama puede quedar completo y las soluciones ser casi definitivas. Es imprescindible, pues, discutir brevemente los conceptos de funcionalidad y significación. Entiendo el concepto "tipo funcional" como la repetición de soluciones técnicas y organizativas que establecen una manera de resolver necesidades socioculturales específicas. Se basa en el análisis de las distribuciones y compartimentaciones de los edificios, y por tanto se estudian las crujías, el número de cuartos y las conexiones entre ellos, los vanos, el número de pisos, las escaleras, las orientaciones y las relaciones con otras construcciones y espacios libres. Su empleo representa el meollo del procedimiento general enunciado, aunque se encuentra en segundo lugar del análisis en seis etapas que he seguido y que consta de: 1. Técnicas de construcción. 2. Tipología funcional. 3. Estética formal. 4. Contenido simbólico. 5. Evolución histórica, y 6. Integración cultural. La estética formal tiene en cuenta el tratamiento de las superficies, los diseños de interiores, las decoraciones de las fachadas, la pintura y la escultura en arquitectura, y todo aquello que persiga despertar las sensaciones del espectador antes que la resolución de problemas constructivos, si bien estos recursos a menudo se dirigen a identificar los recintos con determinadas personas o actividades. 17
El contenido simbólico afecta a aquellos elementos formales o decorativos, orientaciones y posición relativa de las construcciones, que vinculan los edificios con los mitos y las creencias religiosas, con las ceremonias dinásticas y las especulaciones astronómicas y cronológicas. La evolución histórica constituye la biografía del edificio, sus modificaciones a través del tiempo, en conexión con la historia del asentamiento. La integración cultural permite abstraer finalmente la imagen del edificio concreto, soslayando sus rasgos particulares, de modo que pueda hablarse de él en términos generales, con una transferencia de la información que proporciona al modelo de la cultura maya de la región. Es precisamente este paso el que sirve mejor como prueba de la adecuación del análisis, puesto que el modelo debe de integrar esa interpretación coherentemente y facilitar un proceso de retroalimentación que desemboque en una mejor comprensión final de la categoría de construcciones de que se trate. En resumen, el trabajo relativo al estudio de las vinculaciones entre arqueología, principalmente arquitectura, y religión se iniciará bajo los siguientes planteamientos: 1. Cada tipo de edificio de las ciudades mayas debe estar justificado por una "necesidad social" que se desprenda de los descubrimientos arqueológicos y de los conocimientos globales que poseemos sobre la cultura maya clásica y postclásica; y debe ir precedida su enunciación del razonamiento histórico y arqueológico que lo acredite. 2. La argumentación puede incluir comparaciones con otros lugares del área maya o de Mesoamérica mejor documentados arqueológicamente o mencionados por escritores coloniales, y con sitios del resto del mundo antiguo que puedan ser modélicos o arrojar alguna luz sobre el asunto. Se usarán todas las analogías que conduzcan a inferencias admisibles, que luego se pondrán a prueba mediante el procedimiento hipotético‐deductivo, con suficientes implicaciones y verificación a través de fuentes independientes.
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3. Demostración o refutación deben conducir a un reforzamiento de la estructura de relaciones lógicas que hace "comprensible y verosímil" la cultura maya como un todo. 4. Es necesario llegar finalmente a un modelo que explique la ciudad maya en sus características religiosas y políticas. Para avanzar en estas investigaciones considero conveniente establecer una tipología de las estructuras arquitectónicas: El Tipo Arquitectónico 1 está relacionado indudablemente con el ceremonialismo religioso. Aunque a los cristianos nos resulte tan extraño un templo que no "contiene" a los fieles, hay numerosos datos sobre el uso cultual de tales edificaciones. La adscripción de linaje de esos templos, dedicados con frecuencia al dios patrono del grupo de parentesco o a los fundadores de las dinastías, y su carácter ocasional ‐y convergente por pura lógica con el particular uso religioso‐ de mausoleo de las familias gobernantes, son otras conclusiones posibles. La representatividad de las pirámides es, por tanto, importantísima, y el estudio de los monumentos ayuda a comprender mejor el sistema social y de poder, y la ideología, de las sociedades mayas prehispánicas, y es seguramente el argumento fundamental para probar la sacralidad de los linajes gobernantes. Dado que se trata de una forma presente en gran parte del mundo antiguo, la comparación parece conveniente, tanto con otras áreas de Mesoamérica como con Perú, Egipto o Mesopotamia. Los templos piramidales tienen basamentos que con gran frecuencia constan de tres, siete o nueve cuerpos, números relacionados con la forma del universo (tres capas o dimensiones), con los pisos del cielo o del inframundo, o con los puntos principales de los rumbos o cuadrantes del mundo habitado. Quiere esto decir que las pirámides son, en primera instancia, representaciones cosmológicas, microcosmos que simulan la apariencia y características del universo. Incluso en Chichén Itzá el Castillo o templo de Kukulcán tiene cuatro escalinatas con 364 peldaños, que sumados al zócalo superior hacen los 365 días del año solar, otra clara referencia cosmológica, puesto que el sol en su itinerario da origen al tiempo y a la forma de la tierra. Microcosmos y montaña primordial de la época en que los dioses llevaron a cabo la creación, los templos piramidales son más que lugares de culto o mausoleos dinásticos, son, 19
posiblemente, los símbolos fundamentales de la cosmovisión maya y los lugares donde los reyes ejercen su misión sagrada de conservadores del orden universal. El templo‐ montaña es un axis mundi, una especie de escalera que une el cielo con la tierra y el lugar por el que se puede penetrar hasta el inframundo. Los mayas elevaron los templos para sobrepasar el techo verde de la selva y lograr así una perfecta observación del firmamento estrellado, y para acercarse a ese reino misterioso donde habitaban los dioses y donde se producían los grandes fenómenos de los que dependía su vida. La arqueología ha desvelado numerosos símbolos asociados con las pirámides que ratifican las interpretaciones anteriores, pero también contamos con testimonios de la época colonial como el de Villagutierre Sotomayor o el de Diego de Landa. El Tipo Arquitectónico 2 debe ser interpretado como un auténtico palacio, pero el término a su vez tiene que entenderse en un sentido amplio. Para mi, el palacio maya es un complejo arquitectónico, concentrado o disperso por la ciudad, que reúne edificios de diversa funcionalidad, conectados entre sí por la naturaleza político‐ administrativa, y religiosa, de su significación. Todos, en conjunto, simbolizan el poder y son utilizados de una u otra forma por el rey y su corte. Como los palacios de la antigua Mesopotamia y China, o Japón, o Cnosos en Creta, e incluso Versalles. La diferencia puede descansar en que en el area maya a menudo existe solución de continuidad en las construcciones, es decir, la ciudad cuenta aquí y allí con numerosos edificios de distinta forma que, todos ellos, constituyen el palacio del gobernante. El señor usa uno u otro según la clase de ceremonias que se van a celebrar en ellos, entendiendo como ceremonias también los actos típicos de la residencia: dormir, comer, vestirse, recibir visitantes... Y esto afecta igualmente a las mujeres y a los hijos, o a otros familiares, que cuentan con sus diversos palacios para las diversas situaciones que se presentan en la actividad "oficial" de cada día. La vida del linaje real estaba muy ritualizada, como es típico de los sistemas de poder basados en monarquías divinas, y por consiguiente en ciertas épocas del año, durante determinadas festividades, o para retiros de sacrificio y meditación, se ocupaban construcciones ad hoc en los complejos palaciegos, y lo mismo si había que recibir a dignatarios extranjeros, o si se tenía que presidir el rito de humillar y torturar a los prisioneros. Todos eran palacios, pero especializados, diríamos hoy, y sus connotaciones rituales nos ilustran de nuevo sobre 20
la sacralidad de los linajes gobernantes y sobre el papel central de la monarquía maya en la vida religiosa. En CA‐7 de Oxkintok, o en el Palacio del Gobernador de Uxmal, lo importante era la impresión causada por la magnificencia de las fachadas, con amplias plazas delante que favorecían la perspectiva, y por la gran cantidad de símbolos religiosos que adornaban fachadas, jambas y dinteles. En el de Uxmal hay claras referencias al rey como bacab, sostenedor del cielo, vinculado con el planeta Venus; los que se aproximaban a la entrada principal contemplaban la majestad del soberano que les aguardaba en la puerta principal, bajo los relieves y los jeroglíficos. En el de Oxkintok, los embajadores o gobernantes extranjeros veían al rey tras las soberbias columnas antropomorfas que representaban a los dioses que le amparaban y le sostenían, probablemente antepasados suyos. Esta clase de palacios ‐o estas dependencias palaciegas concretas‐ pueden denominarse palacios dinásticos, en el sentido de que se construyen para exaltar el linaje real y que son los edificios que mejor representan la majestad y el divino poder del monarca. Sin embargo, los patios de acceso restringido cerrados por palacios más o menos suntuosos muestran un ambiente de intimidad, de privacidad, muy acorde con una vida doméstica relativamente sencilla que no excluía reuniones de gobierno o algunas visitas o ceremonias religiosas; allí se refugiaba la corte en los momentos menos "públicos" o solemnes, el linaje real distribuido según su rango por los distintos edificios que componían el conjunto. Algo que recuerda a las moradas de los gobernantes chinos del siglo XVIII por la importancia de los espacios libres y por la abundancia de puertas de comunicación entre interiores y exteriores. De hecho, algunas ciudades mayas pueden ser contempladas en su práctica totalidad como la Ciudad Prohibida de Pekín, espacios urbanizados con fines eminentemente político‐residenciales y religiosos, para sustentar el ceremonialismo de la monarquía y los cultos religiosos en que se apoyaba, y albergar en los pabellones preparados al efecto a los linajes reales y a sus servidores, junto con funcionarios y artistas. Ahí podrían estar los edificios del Tipo 4 y quizá los del Tipo 10, aunque estos últimos, por su regularidad, sugieren a veces un uso corporativo que posiblemente tiene que ver con las necesidades particulares de los oficiantes religiosos, no en vano los primeros observadores bautizaron al famoso conjunto de Uxmal como Cuadrángulo de las Monjas.
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Tanto en los edificios del tipo 1 como en los del tipo 2 las plazas son de importancia esencial. Los epigrafistas han encontrado referencias a las plazas de las ciudades mayas bajo el nombre nab, o naab, término que significa mar o superficie acuosa; es decir, al parecer se equiparaba ese espacio con el océano de aguas primordiales, mencionado por ejemplo en el Popol Vuh, del que surgió la Tierra en forma de gran montaña. Los edificios que rodean, pues, ese océano tienen que ver indudablemente con tales orígenes cosmogónicos. Ya sabíamos a través del simbolismo del Templo Mayor de Tenochtitlán que la pirámide era una montaña mitológica, que probablemente todas las que se erigieron en Mesoamérica se inspiraban en última instancia en el arquetipo de la montaña del principio de los tiempos, pero la realidad urbana de los océanos primordiales plantea la consideración nueva del significado de las restantes construcciones que los circundan. Algo se nos ha revelado por medio de la simbología de Copán, en la Tribuna de los Espectadores y Templo 11, por ejemplo, y también por el hecho de que la Gran Plaza de Tikal está limitada al norte por un conjunto de pirámides y al sur por un conjunto de palacios, lo que permite pensar que el universo quedó dividido por las aguas entre el espacio de los antepasados y el espacio de los reyes vivientes, quienes a su vez encarnaban a la sociedad total, esquema que puede repetirse en cada uno de los grupos o conjuntos arquitectónicos. Algo parecido puede estar en la explicación de los llamados Conjuntos Triádicos, con tres templos piramidales, uno de los cuales, el mayor, mira al horizonte, y los dos más pequeños e iguales están enfrentados. Los edificios del Tipo Arquitectónico 3 parecen pequeños santuarios, y su valor simbólico y sus connotaciones religiosas se ponen de manifiesto por el hecho modélico de que en Oxkintok CA‐2 y CA‐3 fueron convertidos prontamente en sendos panteones para personajes de la familia real. Son espacios reducidos pero de contundente diseño y cuidada factura, asociados a templos o a conjuntos de especial sacralidad. Tal vez en determinadas ocasiones este tipo de construcciones constituyera en Yucatán lo que se conoce como "conjuntos de conmemoración astronómica", es decir, varias estructuras relacionadas entre sí cuyo fin principal era una observación apropiada de los puntos del orto y ocaso del sol u otros astros en ciertos momentos del año, y la consecuente solemnización por medio de la arquitectura y de los ritos en los que se implicaba el 22
linaje gobernante. El suelo pintado de CA‐3, con un diseño de estera o pop, el emblema real por excelencia, permite concluir que aquel uso religioso se vinculaba con los monarcas representados por los edificios vecinos CA‐7, CA‐5 y CA‐6. Los palacios del Tipo Arquitectónico 4 serían construcciones residenciales, ligadas a las élites próximas a la familia real. Por supuesto, pudieron también servir de alojamiento temporal a los sacerdotes que oficiaban el culto en las vecinas pirámides. Las ofrendas que se hicieron en estos edificios mucho después del abandono de las ciudades, ya en el período Postclásico, sugieren la pervivencia de un prestigio que únicamente puede deberse al carácter venerable del lugar. En esos edificios aparecieron dinteles con inscripciones jeroglíficas dedicatorias y fechas de Cuenta Larga que subrayan su importancia. El Tipo Arquitectónico 5 albergaba seguramente objetos o personas ligadas a los ritos que tenían lugar en los grandes templos. Quizá imágenes de los dioses o de los antepasados. La situación de MA‐15 en Oxkintok, por ejemplo, al frente de la gran plataforma basal del grupo May le caracteriza como "emblema" anunciador del propio conjunto, y su proximidad a la pirámide MA‐1 le vincula al culto religioso. Este último rasgo es compartido por CA‐21, casi empotrado en el basamento piramidal. Tratándose de un espacio amplio sin tabiques y con numerosas puertas puede descartarse el uso residencial. Me inclino a pensar que eran salas de reunión que cumplían al mismo tiempo un fin propagandístico de exhibición de imágenes o símbolos relacionados con el linaje que ocupaba el conjunto arquitectónico, y en los casos de construcciones de menor tamaño y muy próximas a los templos podían servir igualmente de almacenes de objetos litúrgicos y sagrados, como los famosos "bultos" o fardos de reliquias que vemos representados en las cerámicas policromadas. El Tipo Arquitectónico 6 podría indicar también alguna función relacionada con la presencia permanente de sacerdotes u otros asistentes religiosos. La compartimentación interior es significativa, pues indica una división en el uso y en las posibilidades expresivas de la arquitectura, a la manera de las residencias y de los templos.
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El Tipo Arquitectónico 7 es una construcción de carácter cosmológico que servía para la realización de un rito iniciático en el que ciertas personas transitaban entre el mundo de arriba y el mundo de abajo; en el Satunsat de Oxkintok, en los subterráneos de Palenque, en algún edificio de Toniná o en la Estructura 19 de Yaxchilán, donde aún hoy en día los chamanes mayas obtienen la iluminación, pudieron hallar la muerte y la resurrección simbólicas los señores de la ciudad. Del Tipo Arquitectónico 8 se ha dicho todo lo necesario: es un campo para el rito profundamente religioso de conservación del universo, que se llevaba a cabo reproduciendo y actualizando el episodio originario de los primeros pasos de los astros en el firmamento. Eran los miembros del linaje gobernante los protagonistas principales de este rito del Juego de Pelota. Tal vez el Tipo Arquitectónico 9 tenga alguna conexión con el anterior, pues en el grupo Dzib de Oxkintok los edificios DZ‐10 y DZ‐12 están muy próximos en el mismo patio, así que se puede tratar de un recinto de purificación, o de un punto de referencia en las visuales que conducen al Sol en su recorrido diario o anual, aunque por la planta circular de algunos de estos edificios las conexiones con los ritos de los vientos no se deben desechar completamente. Por otra parte, la estructura DZ‐12 de Oxkintok no deja de ser un remedo arruinado y en miniatura del famoso Caracol de Chichén Itzá, y eso puede apoyar la idea de que existía un pequeño observatorio astronómico en el patio noreste del grupo Dzib, conectado, insisto, al rito del juego de pelota, en el cual los protagonistas eran indudablemente los grandes y luminosos cuerpos celestes observados y estudiados por sacerdotes pertenecientes con seguridad a los linajes reales. Finalmente, el Tipo Arquitectónico 10 tiene todo el aspecto, tanto desde el punto de vista estructural como por su ubicación y conexiones, de agrupaciones de celdas de retiro ocasional, albergues para los séquitos de personajes extranjeros visitantes, almacenes de objetos sagrados o profanos, e incluso meros recintos de descanso o protección para personas de rango que se trasladaban de un lado a otro de la ciudad. El cuadrángulo del grupo Ah Canul de Oxkintok recuerda, no obstante, por su uniformidad, su sobriedad ornamental, su disposición y su proximidad al palacio CA‐7, 24
las dependencias que acogían a la guardia o a los servidores de uno u otro estatus que se levantan al lado de los palacios barrocos españoles de Aranjuez, La Granja, El Escorial o El Pardo. Sin embargo, lo que hace singulares por lo general a los cuadrángulos yucatecos es su proximidad a las pirámides y el perfecto equilibrio entre sus partes componentes, pero, dado que algunos de estos edificios ostentan una importante decoración simbólica, como el Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal, no puede soslayarse el nexo que debieron tener con los linajes gobernantes. El mundo para los mayas tenía la forma de un gran cuadrángulo, y esta perspectiva cosmológica debe ser considerada igualmente. Después de un análisis detallado de las distintas construcciones de este tipo descritas en Yucatán, me inclino a adjudicar su utilización a los sacerdotes o cualesquiera practicadores religiosos miembros de la corte y emparentados con los linajes reales. Ciertamente, el verdadero conjunto especializado desde el punto de vista funcional es el grupo. El hecho de que los templos o los palacios estén desperdigados por la ciudad y presentes en la mayoría de los complejos arquitectónicos relativamente aglutinados o compactos que llamamos grupos, implica sin duda que son esos grupos los que constituyen unidades de significación primarias, seguramente porque representan a unidades de parentesco a su vez especializadas y jerarquizadas; los sacbeob o calzadas que unen los grupos indicarían los vínculos parentales precisamente ‐o sociales, en general‐ entre esas personas: Linajes especializados funcionalmente y jerarquizados por su proximidad o lejanía al antepasado fundador. Así, hay un linaje gobernante que tiene sus palacios y sus templos en un grupo, otro linaje encargado del Juego de Pelota que tiene sus edificios representativos en el grupo cercano, tal vez otro linaje dedicado a mantener activa la veneración a los antepasados en el grupo más lejano y situado al norte. Es indudable que si evaluamos las dimensiones y la decoración de los grupos sabremos el orden jerárquico de las respectivas unidades sociales, y que si desciframos el uso y la simbología de los edificios que componen cada grupo deduciremos el papel que jugaba cada una de esas unidades en la organización social, política, administrativa y religiosa de la colectividad que habitaba la ciudad y su área de dominación o influencia, y, en los grupos más importantes podremos deducir la sacralidad de los linajes reinantes. Por ejemplo, el 25
grupo Ah Canul de Oxkintok cuenta con el palacio más grande y donde hay más dinteles y lápidas esculpidas, además en la plaza Norte hay tres pirámides, un patrón presente desde el Preclásico en las grandes ciudades meridionales, que indica con toda probabilidad la relación de los gobernantes con el acto de la creación del mundo a través de los dioses creadores y de los antepasados fundadores, lazo de enorme importancia para la legitimación del poder real. Ningún otro grupo de Oxkintok tiene tantas y tan voluminosas pirámides, pero el grupo Donato Dzul tiene por su lado una gran plataforma con más de cien altares, lo que se puede interpretar, según he mencionado, como la referencia a los ancestros de los linajes, siendo los altares una metáfora de los tronos astrales que corresponden a esos personajes. Recapitulando, a través de los edificios mejor conocidos, aquellos de cuya función podemos estar más seguros, es necesario deducir las que cumplían los demás. Por ejemplo, en el espacio sagrado de los templos, cualidad que irradia a los alrededores, no debe admitirse otra función que no sea la religiosa. El punto de partida es la evidencia de que la trama urbana está dividida en sectores, y que esos sectores corresponden a los llamados en arqueología grupos o conjuntos arquitectónicos. La etnohistoria nos ayuda a comprender que los sectores de los asentamientos eran ocupados por unidades corporativas y de parentesco, tanto en el área maya como en el altiplano de México. La hipótesis que debe seguir este Proyecto de investigación es que los conjuntos arquitectónicos son configuraciones simbólicas de tales unidades sociales, bien individualizadas, caracterizadas y jerarquizadas ‐según su proximidad o lejanía al antepasado fundador común y a la familia reinante‐, y que constituyen un código que puede ser descifrado a partir de las lógicas necesidades de una colectividad que ha sido definida en los términos del registro arqueológico, y, finalmente, que a través de ellos podemos discernir los rasgos que definen la sacralidad de los linajes gobernantes mayas. El Estado maya fue un férreo orden encaminado a procesar energía; esa energía era imprescindible para lograr la adecuada integración social; el trabajo, la organización del trabajo, suplía las carencias tecnológicas y las tendencias centrífugas de una población dispersa en el paisaje, que podían ser las causantes de grandes disfunciones en una sociedad compleja. Urbanismo y obras públicas fueron los objetivos de ese 26
caudal de energía, y por ello a las necesidades propias del Estado se añadían, en su diseño y realización, aquellas otras que favorecían adicionalmente la idea de colectividad unida y homogénea. Los grupos arquitectónicos de muchas ciudades mayas, perfectamente determinados en su forma y en sus límites, tienen que representar a los grupos de parentesco ‐jerarquizados y con toda seguridad corporativos en sus roles sociales‐ en tanto en cuanto contienen una o más pirámides relacionadas con los dioses patronos o los antepasados fundadores de esa particular línea de descendencia. La ciudad en su totalidad es primero un inmenso espacio para escenificar los mitos y los ritos del poder, y segundo una cadena de símbolos que expresan el orden social y la ideología que lo legitima. Por eso es inútil buscar edificios que hubieran servido para lo que nosotros llamamos oficinas ministeriales, o talleres, o almacenes en sentido estricto, sino que tales menesteres se integraban en la función más amplia de "palacio", o de "templo‐palacio", y ahí otros muchos servían a fines representativos totalmente ajenos a la cultura occidental moderna, como, imaginemos, guardar los bultos sagrados con las insignias políticas y religiosas, o albergar a los penitentes regios en los momentos de ayuno o laceración. Por eso es muy improbable que lleguemos a conocer las funciones y los significados de todas las construcciones, pero el camino para intentar elaborar las mejores hipótesis pasa, a mi entender, por ir ampliando deductivamente el circulo de los supuestos a partir de las mejores certezas y de las intuiciones más consistentes. Los linajes reales en los espacios sagrados En un artículo Michael D. Coe escribe: «Diversas investigaciones han mostrado la extraordinaria elaboración que alcanzó entre los mayas el tratamiento de los muertos ilustres: ricos ajuares en los enterramientos, vasos funerarios con representaciones pictóricas del inframundo y de sus macabros habitantes, mausoleos erigidos sobre las tumbas a la manera de las pirámides egipcias, y póstumas inscripciones dinásticas. Todo ello apunta hacia una clase de culto a los antepasados en el que estaba implicada la minoría gobernante. Los reyes difuntos y sus parientes fueron identificados con los 27
dioses y adorados como tales. La ciudad maya, más allá de sus funciones económicas y políticas, fue en cierto modo una vasta necrópolis»3. Ya en los años cincuenta, con el descubrimiento de la soberbia tumba del rey Janab Pakal en el Templo de las Inscripciones de Palenque, se había puesto en duda la finalidad exclusivamente templaria de las pirámides. Hallazgos posteriores, y muy especialmente las dilatadas exploraciones en Tikal, han permitido comprobar que la mayoría de esos inmensos edificios son panteones fúnebres con santuarios dedicados a la memoria y el culto permanente de los que allí yacen. Incluso los basamentos piramidales que no contienen sepulcros regios, como es el caso al parecer del Templo II de Tikal, deben ser contemplados como cenotafios de los personajes a los que aluden sus representaciones artísticas e inscripciones jeroglíficas. La religión maya clásica, juzgada por las manifestaciones monumentales, está obsesivamente centrada en la devoción de los reyes y de los linajes reales, y el resto de las divinidades permanecen relegadas a un segundo plano o son meros atributos que sirven para identificar a los poderosos señores terrenales. Los reyes tomaban parte con toda seguridad en el diseño del proyecto de su templo funerario, que habría de contener su tumba y ser foco del culto a su persona y dinastía en el porvenir. Dada la diversidad existente en los rasgos fundamentales de las pirámides (por ejemplo, el número de pisos o plataformas superpuestas) hay que suponer ciertas correlaciones entre tales características y la personalidad del difunto. Quizá la cantidad de niveles de un basamento indique la capa del cielo donde se encuentran los individuos enterrados o el lugar de residencia de los correspondientes ancestros de su linaje; tal vez por eso el Templo II de Tikal tiene menos plataformas que el Templo I, según la diferencia reconocida entre el grupo de parientes del rey Hasaw Chaan Kawil y el de su esposa, o simplemente entre los rangos de ambos cónyuges. Puesto que el arte figurativo maya no hace esas distinciones por medio de la
3 Michael D. Coe, «Religion and the rise of Mesoamerican states», en The transition to
Statehood in the New World (Editores Grant D. Jones y Robert R. Kautz), Cambridge University Press, Cambridge, 1981, pp. 157‐171.
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escala, es en la vida de ultratumba donde se hace patente la jerarquía en la forma y dimensiones del templo funerario. Describiendo los templos de Tayasal, la última ciudad maya independiente, que resistió en las junglas del Petén de Guatemala el asalto de los españoles hasta finales del siglo XVII, el cronista Villagutierre los clasifica por los personajes a quienes pertenecen: uno del rey Canek «y de sus antecesores, que habían sido reyes en las provincias de Yucatán», otro del Quincanek o sumo sacerdote; es decir, edificios consagrados a los linajes de los hombres de más alta autoridad. Los demás templos o adoratorios eran comunes a toda la gente del pueblo, probablemente dedicados a los ancestros de los restantes grupos de parentesco4. Cuando los reyes morían, su entierro se llevaba a cabo en la «casa de los antepasados» y desde ese momento eran considerados como tales. Su destino posible, luego del viaje por el inframundo a la manera del sol nocturno, era el Otro Mundo, habitar en el Xibalbá, o en los cielos o con el sol, y quizá eran identificados con algunas estrellas. La pirámide, imagen de la montaña primitiva y del universo, es el lugar simbólico de morada de los dioses fundadores, padres remotos del grupo dirigente y, a través de él, de toda la sociedad. Sabemos que el primer núcleo sagrado importante de Tikal fue la llamada Acrópolis del Norte; allí están enterrados los primeros reyes de la ciudad, en relación con unos ejes determinados que se interpretan como puntos centrales de comunicación entre las regiones cósmicas. Son los personajes representados en las esculturas más antiguas, a menudo con una figura divina suspendida sobre sus cabezas, ancestro que otorgaba legitimación y que más tarde pudo vincularse con el dios del cetro maniquí. La actividad constructiva de la época estaba ligada tan estrechamente a las ceremonias funerales que los investigadores han podido aseverar que la principal preocupación, ideológica y ritual, de los gobernantes estaba polarizada por la veneración de las tumbas y estelas de los antepasados y el culto en los templos de los linajes. Es una situación semejante a la del reino de Chimor o el Imperio inca, pues también en los 4 Juan de Villagutierre Sotomayor, Historia de la conquista de El Itzá, Biblioteca
«Goathemala», vol. IX, Guatemala, 1933, pp. 386‐387.
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Andes centrales los monarcas divinos eran depositados en suntuosos mausoleos que se transformaban de inmediato en templos. Ciertamente, las plataformas funerarias de Chan Chan y las sucesivas cámaras‐ tumbas reales del Cuzco son análogas a las pirámides centroamericanas, cada una de ellas dedicada a un supremo gobernante y cuidadas seguramente por los miembros del linaje del difunto (las panakas incaicas) cuya obligación era ensalzar y mantener la adoración de su divino pariente. Cuando decayó la influencia teotihuacana, con su centro funerario ubicado en el sector conocido como Mundo Perdido, y los reyes de Tikal abandonaron la costumbre de ampliar la Acrópolis del Norte con nuevos templos y trasladaron sus edificios exentos a distintos lugares de la ciudad, la idea esencial que había provocado los primitivos trabajos arquitectónicos permaneció inalterable, de forma que la segunda mitad del período Clásico sólo presenta modificaciones de grado ‐emplazamientos independientes para cada pirámide y dimensiones colosales nunca alcanzadas anteriormente‐, pero los soberanos reafirman y consolidan su condición divina desarrollando hasta extremos insospechados los principios religiosos, sus lazos con los antepasados fundadores, y la práctica litúrgica en que se apoyan. El rey maya es la encarnación viviente de los principios tradicionales que sustentan el orden social desde los tiempos más remotos, enunciados por los antepasados, su existencia y su acción garantizan la armonía cósmica, es un dios entre los humanos y el primero de los miembros de la comunidad ante el concilio de los seres sobrenaturales. En el idioma yucateco tardío ah tepal es rey, tepal quiere decir reinar lo mismo que prosperidad y abundancia, de donde se infiere que ambos significados son íntimamente dependientes. La frase halach uinic, literalmente «verdadero hombre», designa al «gobernador, príncipe, señor, justicia, obispo, o alto dignatario»; otra traducción de uinic puede ser «figura o forma», lo cual incide en subrayar la autenticidad del supremo gobernante, personaje en el que cristalizan las realidades últimas y la esencia del concierto universal. Ahora podemos concluir que durante buena parte de la época prehispánica, sobre todo a lo largo del período Clásico, cuando al rey se le llamaba k’ul ajau, es decir, señor divino, el sistema político maya fue una monarquía divina, que los actos del rey tenían cualidades extraordinarias, que su poder estaba vinculado al éxito en la guerra, a las cosechas seguras y abundantes, y 30
a la ventura general del país. En las tierras bajas tropicales de Centroamérica, al igual que en determinados lugares de Africa y Asia, tales individuos fueron considerados de origen divino porque era creencia cierta que descendían en línea directa de los dioses fundadores de la sociedad, los primeros padres u hombres creados; la historia de esos antepasados era narrada en los mitos y sus nombres mencionados en las inscripciones como fuente de la legitimidad de la dinastía. Un asunto del mayor interés es la expresión dual de la organización del supremo poder. Acorde con la ideología maya, debía existir una contrapartida del cargo y la función reales, y nos inclinamos a pensar que podía materializarse en la madre o esposa del monarca. De ahí quizá la abundancia de representaciones de parejas, en Palenque, Yaxchilán, Naranjo, Copán y otros sitios, pues difícilmente se encontrará un mejor antagonismo simbólico, dado que el rey era señor del ámbito celestial, sol que iluminaba la vida de sus súbditos, y principio masculino por excelencia. El desdoblamiento se realizaba posiblemente así: el varón gobernaba, la mujer custodiaba los derechos de la sucesión; es decir, la herencia del trono dentro del linaje real quedó establecida por la línea materna, o por ambas líneas, lo cual explica la preferencia sentida por los reyes hacia sus propias hermanas y, sobre todo, la circulación de princesas por el territorio de los distintos estados. Por ejemplo, el matrimonio de la hija o hermana del soberano de Tikal con el señor de Naranjo traía como consecuencia que la corona de esta última ciudad pasara a un verdadero descendiente del linaje real de Tikal, con lo que se creaban fuertes lazos de dependencia y alianza entre los reinos y se evitaban muchos conflictos. Las dinastías iban emparentando poco a poco, se organizaban confederaciones políticas y se difundían con rapidez las ideas religiosas. Resta averiguar qué misiones públicas tenía encomendadas la copartícipe en el gobierno, conceptualmente opuestas y complementarias a las del monarca, aunque los relieves de las ciudades de la cuenca del Usumacinta arrojan algo de luz al respecto, por lo menos en cuanto a los rituales de entronización o transmisión del poder. Siguiendo nuestra hipótesis, habría que afirmar la imposibilidad del gobierno de un rey soltero, a no ser que su madre ocupara el lugar de la esposa.
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La división dual del poder expresada sexualmente se da también entre los aztecas de México, donde el máximo gobernante (tlatoani) tenía un co‐regente (cihuacoatl, «mujer serpiente») con altas prerrogativas de autoridad. Algunos autores opinan que uno de estos personajes se ocupaba de la política interior y otro de la exterior. En la «historia» primitiva de los aztecas no faltan tales desdoblamientos, cuyos protagonistas adoptan actitudes antagónicas como corresponde al modelo mítico (por ejemplo, HuitziIopochtli y sus «hermanas» Cayolxauhqui y Malinalxochitl). Un parangón más lejano hallamos en el Perú incaico, con gobernantes hermanos del mismo sexo que se disputan o se reparten el poder. Con los estudios arqueológicos y el uso de las fuentes antes citadas debe avanzarse hacia una mejor comprensión de los lazos entre los linajes gobernantes mayas y la ideología religiosa imperante en el período Clásico y posteriormente. La red de conexiones existente hará apreciar el carácter sagrado de los personajes integrantes de aquellos linajes. Eso es lo que propongo en el trabajo de investigación que aquí se ha presentado sucintamente. 32
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