La Revolución mexicana de Mariano Azuela: ironía en la épica de Los de abajo

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Descripción

La Revolución mexicana de Mariano Azuela: ironía en la épica de Los de abajo

And the sins of the Eastern father shall be visited upon the Western sons. Often taking their time, stored up in the genes like baldness or testicular carcinoma, but sometimes on the very same day. -ZADIE SMITH1

En el presente trabajo se analizarán los aspectos de la épica en la novela Los de abajo y sus ironía, aspectos que han sido concurrentemente estudiados, sea porque esta obra literaria es

una

rica

fuente

revolucionarios,

de

discursos

acontecimientos pro

y

anti

bélicos,

arquetipos

revolucionarios,

su

comedia y principios iconoclásticos, toda como un crisol que conjunta todos estos factores. Sin embargo, aparte de reconocer y analizar los elementos épicos en esta novela, también hay algo peculiar, algo que específicamente llama la atención: lo irónica que es la épica dentro de todo el confluir del relato y sus personajes,

pues,

en

verdad,

no

hay

una

épica,

sino

una

deconstrucción de ella, una volteada de tortilla, una, pues, ironía épica. Entonces, se adjuntarán estos dos puntos de vista, 1

“Y los pecados del padre del Este serán visitados sobre los hijos Occidentales. A menudo, tomándose su tiempo, almacenados en los genes, como la calvicie o carcinoma testicular, pero a veces al mismo tiempo”, la traducción e interpretación es mía.

1

tanto lo épico y lo irónico de lo primero, para contrastarlos y sintetizarlos. Primero, antes de seguir avanzando, hay que definir de un modo

más

desarrollado

lo

que

es

una

ironía

épica

en

esta

investigación: la ironía épica se efectúa en una situación donde aparentemente se enaltecen valores épicos -en este caso bélicos, éticos,

estéticos

y

morales-

dentro

personajes, otorgándoles atributos

de

uno

o

más

de

los

cuasiheróicos. No obstante,

sea entre líneas o en un argumento posterior, se revela otra intención: primero se ennoblece para después, con un disparo sorpresivo, inmundicia

surge de

el

los

degradante personajes,

perfil:

el

llevándolos

salvajismo a

un

e

nivel

carnavalesco, paródico, o, incluso, caricaturesco. O puede ser que solamente los humaniza.

La momentos

novela más

de

Los

convulsos

de

abajo de

la

se

escribió

historia

de

en

uno

de

México,

los casi

inmediatamente de que su autor se quitara las botas y espuelas de revolucionario para escribir su obra maestra; en 1916 fue publicada en México, primero por un diario, la cual se entregaba por trozos y más trozos, o es decir, en fascículos. Esta obra literaria ha obtenido gran fama, tanto por ser considerada como la primera novela de la Revolución, como también por su temprana publicación en 1915 en Estados Unidos de América –arribita de 2

México, pues-;

otro

destacable es que hasta

el mismo autor,

Mariano Azuela, participó como médico militar en la División del Norte. Azuela también era desde antes y todavía es reconocido por

ser

un

ficciones.

fuerte Él

crítico

comenzó

literario

su

escritura

y

además

desde

escritor

los

tiempos

de del

Porfiriato. Como ya se mencionó, Los de abajo fue escrita afuera de la patria mexicana, en El Paso, Texas, esto a consecuencia de que

su

división

fue

afortunadamente

vencida

para

por

la

los

carrancistas,

literatura

y

así,

mexicana,

y

desafortunadamente para esa etapa de su vida, tuvo que exiliarse por un tiempo en Estados Unidos. Mariano Azuela, como José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán y Rubén Romero, fueron escritores e intelectuales que participaron en la Revolución con altas expectativas como oficiales. Pero estas

altas

batallas actos

expectativas

entre

de

facciones,

barbarie

que

se

bajaron,

ya

que

fusilamientos cometieron

después

atroces

durante

de

la

inevitable su desilusión a tales catastróficas

de

tantas

líderes,

guerra,

fue

circunstancias

(Menton 1967: 1010); asimismo, Azuela tuvo una gran diferencia entre

los

provincia,

otros

escritores

de

la

revolución,

pues

él

de

así que de este modo se puede concretar que sus

obras son más sencillas, llenas de diálogos, de una formación más orgánica que premeditadamente lógica por ser provinciano. Véase esta afirmación que hace Luis Leal sobre este aspecto: 3

La estructura de la novela de Azuela, más que lógica, es orgánica. Aunque sea una historia donde todo es confusión –en una pintura de la revolución no puede haber orden, sino caos-, el novelista ha logrado elevar el tema a un plano estético en donde bajo ese desorden aparente, encontramos un orden interno, orgánico, en donde no hay escenas o episodios que no tengan una función dentro del relato y no nos ayuden a interpretar la obra (Leal 1961: 113).

Aunque

Mariano

Azuela

en

cierta

manera

podría

refutar

este

comentario, parece que en un fragmento de sus Obras completas él confiesa, con un tono indiferente y humilde, esto otro con sus propias

palabras,

que

hasta

pudiera

ser

como

un

captatio

benevolentiae: Los de abajo, como el subtítulo primitivo lo indicaba, es una serie de cuadros y escenas de la revolución constitucionalista, débilmente atados por un hilo novelesco. Podría decir que este libro se hizo solo y que mi labor consistió en coleccionar tipos, gestos, paisajes y sucedidos, si mi imaginación no me hubiese ayudado a ordenarlos y presentarlos con los relieves y el colorido mayor que me fue dable (Azuela 1960: 1078).

Muy probablemente esta novela sólo se considere como un texto que relata fragmentos vívidos de la Revolución mexicana, incluso, según María del Mar Paúl Arranz, Azuela nunca entendió la revolución como tal. Pese a que en este trabajo se afirma, como en muchos otros de numerosos críticas literarias, Los de abajo es “la interpretación de la novela como la epopeya de la Revolución mexicana y de cierta manera, la epopeya del pueblo mexicano en general” (Menton 1967: 286), perspectiva curiosa, porque la visión del mundo de esta obra se extendió hacia todo México, como si este hito revolucionario hubiera sido una ola, 4

un enorme tsunami que cae a todos por igual: que inunda, empapa y ahoga a todo el que vivió en aquellos tumultuosos tiempos.

Algo

fundamentalmente

interesante

es

que

ningún

general

verídico de la Revolución mexicana contribuye en alguna acción dentro de la novela -distanciando esta obra literaria del género de

la

estarán

novela en

o

boga

nueva en

novela

México

histórica

y

toda

que

América

décadas Latina-,

después lo

que

proporciona más fuerza dentro de la narración a los personajes de Demetrio Macías y su tropa, como si su cooperación en la guerra hubiera sido fundamental, heroica, imprescindible.

Sin

embargo, específicamente en el capítulo veinte de la primera parte, cuando le otorgan algunos “hurras” al general Francisco Villa, a este personaje e ícono revolucionario convierten en una leyenda de la épica mexicana, un mito que despierta de su tumba para esparcir su fuerza, por así llamarla, “patriótica” con su relato; un espectro que cuenta historias de grandes batallas y sus victorias, un general invicto: — ¡Que viene Villa! La noticia se propagó con la velocidad del relámpago. — ¡Ah, Villa... La palabra mágica. El gran hombre que se esboza; el guerrero invicto que ejerce a distancia ya su gran fascinación de boa. — ¡Nuestro Napoleón mexicano! —exclama Luis Cervantes. — Sí, "el Águila azteca, que ha clavado su pico de acero sobre la cabeza de la víbora Victoriano Huerta"... Así dije en un discurso en Ciudad Juárez —habló en tono un tanto irónico Alberto Solís, el ayudante de Natera. (Azuela 1960: 73)

5

Pero, irónico, después de las glorias y porras al épico general Villa,

es

que

Luis

Cervantes,

el

segundo

personaje

más

importante, después de Demetrio Macías, e irónicamente el más contradictorio,

denomina

a

Francisco

Villa

como

“¡Nuestro

Napoleón Mexicano!”, casi en tono de burla, ya que aplica el juego entre un general mexicano y uno de los más importantes emperadores y conquistadores de la Historia; mas la situación se degrada cuando Anastasio Montañés, el más apegado y más fiel amigo de Macías, se da cuenta de que nadie ahí ha conocido en carne y hueso a Villa, sólo a rumores, así como lo dijo con sus mismas palabras en el diálogo de “¡Hum!..., pos se me hace que de hombre a hombre todos semos iguales!... Lo que es pa mí naiden es más hombre que otro” (Azuela 1960: 75). Ahora,

con

un

enfoque

hacia

los

personajes,

los

revolucionarios en Los de abajo son de ascendencia indígena, como también algunos mestizos y pocos criollos, pero entre ellos se marca una gran diferencia de cultura y clase social, tal como en ciertos pasajes de la novela que Luis Cervantes, el curro, asedia a los revolucionarios con sus discursos de lengua culta, por ejemplo este que fácilmente se puede representar en un film: -La caída de Zacatecas es el Requiescat in pace de Huerta –aseguró Luis Cervantes con extraordinaria vehemencia-. Necesitamos llegar antes del ataque a juntarnos con el general Natera. Y reparando en el extrañamiento que sus palabras causaban en los semblantes de Demetrio y sus compañeros, se dio cuenta de que aún era un don nadie allí. (Azuela 1960: 45)

6

Esto

crea

una

ruptura

paródico/bárbaro

entre

(inculto):

lo la

que

es

épico

revolución

(culto)

estaba

y

lo

lleno

de

bárbaros y no de Aquiles u Odiseos, o incluso Napoleones, ya que, como lo nombró John Kenneth Turner en su libro emblemático, México era bárbaro. Pero no hay que salirnos del carril sobre las semejanzas míticas del

Ser

de

sangre

indígena

en

Los

de

abajo:

ellos,

los

revolucionarios mexicanos, pertenecen a aquellas civilizaciones precolombinas

de

sangre

de

maíz,

constitución

que

configura

Demetrio Macías, el personaje con el cual gira la novela, porque es

un

hombre

valiente

de

carga

hermética

profunda,

la

cual

trasciende el tiempo-espacio, así como la de un héroe mítico, un héroe épico; tan sólo darle una hojeada en el trágico final, aquella que le sucede a su pelotón, en aquella sierra que, como él dijo dentro de esta ironía poética: “En esta misma sierra — dice Demetrio—, yo, sólo con veinte hombres, les hice más de quinientas bajas a los federales” (Azuela 1960: 149), de esta manera

constatando

una

fatalidad,

aparece

el

enemigo

con

metralletas y cañones, haciendo añicos a todos los soldados de Demetrio,

para

luego,

mientras

se

describe

la

sierra

irónicamente como “[…] de gala; sobre sus cúspides inaccesibles cae la niebla albísima como un crespón de nieve sobre la cabeza de una novia”, finalizando con estas últimas palabras: “Y al pie de una resquebrajadura enorme y suntuosa, como pórtico de vieja 7

catedral,

Demetrio

Macías,

con

los

ojos

fijos

para

siempre,

sigue apuntando con el cañón de su fusil...” (Azuela 1960: 151). Las palabras crípticas que Azuela utilizó para darle un fin a la historia de Demetrio, su confusa revolución y sus militares, permanece como una eterna guerra, la historia de un héroe sin fin. A pesar de todos los atributos míticos y épicos que se le puedan brindar a la novela, o hasta al mismo Demetrio que, con su nombre juega un nominalismo supuestamente adquirido porque se relaciona con la diosa Deméter, la diosa del maíz y el grano, sea porque fue un hombre labrador en comparación de todos sus soldados

y

compadres;

o

que

incluso

a

Dionisio,

porque

le

encanta beber y beber; la situación no es simple, sino irónica: los revolucionarios, aunque fuertes, valientes y diestros, la mayoría

los

persigue

la

ley,

son

fugitivos

—algunos

injustamente, otros… porque lo son—, sanguinarios, sin criterio u objetivo alguno, que a irónica diferencia de Luis Cervantes, son los héroes épicos descalzos de la revolución mexicana2. Léase la muy citada conversación que realizan Demetrio Macías y Luis Cervantes, específicamente lo que le contesta Demetrio al otro: ¿De veras quiere irse con nosotros, curro?... Usté es de otra madera, y la verdá, no entiendo cómo pueda gustarle esta vida. ¿Qué cree que uno anda aquí por su puro gusto?... Cierto, ¿a qué negarlo?, a uno le cuadra el ruido; pero no sólo es eso... Siéntese, curro, siéntese, para contarle. ¿Sabe por qué me levanté?... Mire, antes de 2

Claro, se remite a Carlos Fuentes con “La Ilíada Descalza”.

8

la revolución tenía yo hasta mi tierra volteada para sembrar, y si no hubiera sido por el choque con don Mónico, el cacique de Moyahua, a estas horas andaría yo con mucha priesa, preparando la yunta para las siembras... Pancracio, apéate dos botellas de cerveza, una para mí y otra para el curro... Por la señal de la Santa Cruz... ¿Ya no hace daño, verdad?... (Azuela 1960: 45-46)

Hay que recordar la primera descripción de Demetrio, antes de

que

dos

federales

entraran

a

la

choza

de

una

de

tantas

concubinas de Macías, que fue, con palabras aproximadas, la de un hombre alto, robusto, piel cobriza, lampiño, con camisa y un calzón de manta, ancho sombrero de sovate y guaraches, toda la apariencia

de

un

campesino

indígena

común

y

corriente.

Es

gracioso que se mencione “calzón de manta”, como una manera paródica de bajar su estatus épico, porque empieza siendo una persona con buena altura y de apariencia fornida, pero termina pareciendo como cualquier labrador, incluso hasta con su ropa interior hazaña

en

al

mera

exhibición.

esconderse

para

Es

luego

curioso

que,

aparecer,

después

amedrenta

de a

su los

federales como si la misma muerte les hubiera llegado; la misma sorpresiva aparición de Demetrio como “Una silueta blanca llenó de

pronto

la

boca

oscura

de

la

puerta”

(Azuela

1960:

10)

demuestra algo extraordinario en su figura, algo que es pero no es al mismo tiempo. Algo interesante, que cabe magníficamente para contrastar esta óptica irónica del espíritu épico en la novela, es lo que dijo Seymour Menton “Los de abajo se basa en un acontecimiento 9

histórico de trascendencia nacional;

[…] presenta las hazañas

extraordinarias de un héroe legendario apoyado por sus amigos; se encierra en un marco cronológico con una estructura reforzada con

motivos

recurrentes;

y

luce

varios

rasgos

que

suelen

asociarse con la poesía épica” (Menton 1967: 1001); y ahora, ¿qué tiene de legendario un fugitivo de la ley que mata por matar, sin ideología alguna, roba y tiene amigos de la misma calaña? Se puede decir que sí lo hay —claro que lo hay—; sin embargo,

no

se

aparentemente,

puede son

alejar

seres

el

hecho

de

extremadamente

que,

aunque

violentos

épicos de

una

revolución de igual manera violenta. El ojo de pintor que Azuela tiene en su narrativa aporta parte de la épica de ciertas escenas, todavía más influyente en los primeros capítulos de la obra, como en aquella

que se

reúnen los camaradas en el monte, ahí cuando Demetrio Macías suena un cuerno, como un Roldán o un Odiseo llamando a sus amigos, a sus refuerzos, y después “en la lejanía, de entre un cónico hacinamiento de cañas y paja podrida, salieron, unos tras otros, muchos hombres de pechos y piernas desnudos, oscuros y repulidos

como

viejos

bronces”

(Azuela

1960:

12);

Demetrio

informa su infortunio: quemaron su casa. Acto seguido expresan imprecaciones

e

insolencias

los

demás;

luego,

algo

singular,

desembucha “de su camisa una botella, bebió un tanto, limpióla con el dorso de su mano y la pasó a su inmediato. La botella, en 10

una vuelta de boca en boca, se quedó vacía. Los hombres se relamieron”

(Azuela

1960:

12-13),

posteriormente

de

aquel

momento digno de gestas y demás glorificaciones, los campesinos rebeldes

se

toman

sus

tragos,

limpiándose

con

la

manga

u

antebrazo, así como pacto de hermandad –y para calmar a los furibundos. Hay un juego de valores, perspectivas o culturas entre este acto, porque, en vez de una virtud, los hombres de bronce, no de marfil, no estéticamente occidentales, beben y blasfeman para el desahogo, como también saciando sus vicios. Con lo que hasta en estos momentos se ha conversado, tal vez

pueda

conjeturarse

que

Los

de

abajo

es

una

novela

contrarevolurcionaria, pero no es así, ya que retrata los años más

activos

de

la

Revolución,

de

1913-15,

donde

ya

ninguna

facción no tenía por seguro la meta u objetivo que les esperaba o

a

quién

debían

tributo.

Aquí

está

una

conversación

de

Valderrama con un ex federal: —Juchipila, cuna de la revolución de 1910, tierra bendita, tierra regada con sangre de mártires, con sangre de soñadores... de los únicos buenos! ... —Porque no tuvieron tiempo de ser malos —completa la frase brutalmente un oficial ex federal. (Azuela 1960: 143)

Aquí hay un conflicto de dos discursos: por un lado el poeta militar

Valderrama

declama

una

frase

épica

que

dignifica

el

espacio donde en esos momentos irrumpe la tropa de Demetrio Macías;

por

el

otro,

está

el 11

ex

federal

que

ha

vivido

la

Revolución lo suficiente como para imponer la realidad que él ha experimentado: la guerra es cruda, fría y a todos destruye. Un personaje de lo más contradictorio, el que irónicamente se

promulgó

ejército

de

como

el

visionario,

Demetrio

Macías,

consejero

es

Luis

e

intelectual

Cervantes.

Él

es

del un

desertor de los federales que antes mondaba papas, se cansó de ello, también fue mal visto por hablar moderadamente bien de los revolucionarios, pero por hartarse de su puesto con el ejército federal, huye y se une a los revolucionarios. En él había un joven con ideales y virtudes en la primera parte de la novela, no obstante, su frialdad, e indiferencia, crecía capítulo por capítulo. Un momento era un hombre con esperanzas de su nación, otro era un forajido sin moral cimentada, otro soldado que se aprovecha de la Revolución para enriquecerse y nada más. Es tan nuclear su presencia en el texto como el de Demetrio Macías, la cordura de estos dos personajes está siempre frágil, peor la de Luis

Cervantes,

estudiante

y

burgués

es

que

que

Luis vive

Cervantes

configura

alienado

en

la

al

joven

urbe,

con

pensamientos románticos, sin embargo, fácil se corrompe, fácil cae en los vicios y la miseria. A diferencia de Macías, él pierde la dignidad, Demetrio, aunque también un forajido, sigue pensando en su familia, en las injusticias de don Mónico, en su puesto tan importante de General y su valentía en la batalla.

12

Mariano Azuela con Los de abajo parece formar una tesis sobre

la

Revolución:

un

mundo

lleno

de

realidades

y

contradicciones. El mito y la épica dentro de la novela no es gratuita, en parte porque consagra a la lectura, también

se

sirve para confrontar morales y acciones de los personajes, para reafirmar esa comunicación trasatlántica que se tiene el Viejo Mundo

con

el

Nuevo

Mundo.

No

obstante,

también

está

la

carnavalización de la épica, a veces ridiculizante, aunque no absoluta, sí nos encontramos con héroes adentrados en varios vicios, mas fuertes y valientes, pero que nunca dejan de ser mexicanos, puede que Demetrio tenga un cuerno y lo suene para llamar a sus compatriotas, aunque los recién llamados no serán moralistas o guerreros idealistas con estandartes patrióticos; no, son campesinos e individuos inconformes de un mundo lleno de autoritarismos, caudillismos y caciquismos, personas violentas y encrespadas de una bomba que tuvo que estallar ya tiempo atrás. La ironía en la épica es parte esencial para llevar a cabo todo este proceso de lectura, porque, a pesar de ser parte del género revolucionario, la novela conversa con el lector para no solamente

definir

a

los

personajes

como

altruistas

de

la

Revolución mexicana, puede ser que para nada se designan de tal manera, son hombres que destacaban por su destreza y, como se diría, muy ad hoc al espíritu del texto, su hombría, pero de “verdaderos revolucionarios” tenían poco. La Revolución no fue 13

una guerra de malos y santos, sino unos años que a sangre, idealismos, injurias, bebidas y balazos conformaron una cultura. No

muy

diferencia

a

la

anterior

revolución:

Independencia. Pero eso será para otra investigación.

14

la

de

la

Bibliografía: Azuela, Mariano. Los México, 1960.

de

abajo.

Fondo

de

Cultura

Económica:

Azuela, Mariano. Obras completas, vol. III. México: Fondo de Cultura Económica, 1960. Fuentes, Carlos. “La Ilíada Descalza” de Valiente mundo nuevo. Columbia University. Leal, Luis. Mariano Azuela: vida y obra. México: Ediciones de Andrea, 1961. Marrero-Fente, Raúl. “La Ilíada descalza”: transatlántica de Carlos Fuentes.

la

teoría

épica

Menton, Seymour. “La estructura épica de Los de abajo y un prólogo especulativo”. Hispania, vol. 50: diciembre 1967. Menton, Seymour. “Texturas épicas Archivos Allca XX, 1996.

15

de

Los

de

abajo”.

Madrid:

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