La religiosidad popular y los mendicantes en Andalucía en el Antiguo Régimen

September 9, 2017 | Autor: S. Rodríguez-Becerra | Categoría: Andalucía, Religiosidad Popular, Órdenes Religiosas, Hermandades, Advocacions marianas
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Descripción

Salvador Rodríguez Becerra & Salvador Hernández González Universidad de Sevilla [email protected] [email protected]

LA RELIGIOSIDAD POPULAR Y LOS MENDICANTES EN ANDALUCÍA EN EL ANTIGUO RÉGIMEN Resumen: Se propone una nueva concepción de la llamada religiosidad popular o religión común vivida en Andalucía que no se corresponde en gran manera con la religión propugnada por la jerarquía eclesiástica. No obstante, se propugna que la acción difusora de las órdenes religiosas ha sido determinante en la concepción, práctica y rituales de la religiosidad común de los andaluces durante el Antiguo Régimen y hasta la actualidad. Esta propuesta se argumenta con cierto detalle en lo referido a las devociones, especialmente las advocaciones marianas difundidas por las órdenes religiosas y las hermandades y cofradías. Palabras clave: Religiosidad popular, religiosidad tradicional o religión común, órdenes religiosas, hermandades, devociones, advocaciones, Andalucía. THE POPULAR RELIGIOUSNESS AND THE MENDICANTS Summary: It’s proposed a new conception of the so called popular religiousness or common religion lived in Andalusia that does not correspond in great way with the religion supported by the ecclesiastic hierarchy. Nevertheless, there is supported that the diffusive action of the religious orders has been a determinant in the conception, practice and rituals of the common religiousness of the Andalusians during the Former Regime and up to the current importance. This offer is argued by certain detail in recounted to the devotions, specially the Marian dedications spread by the religious orders and the fraternity and confraternities Keywords: Popular religiousness, traditional religiousness or common religion, religious orders, fraternity, devotions, dedications, Andalusia. Cuatro frailes franciscos, que cuatro frailes franciscos Cuatro del Carmen, cuatro del Carmen Cuatro del Carmen, cuatro de la Victoria Son doce frailes, son doce frailes (Popular adaptado por Curro Piñana. Bulerías con mi tío Chano. CD: De la Vigilia al alba, RTVE, 2004). Por tío o por hermano, todo el mundo es franciscano (Dicho popular).

Introducción

Las órdenes mendicantes a lo largo de los siglos han generado un patrimonio religioso que ha venido a ser común para el pueblo andaluz y la sociedad española, que lo han incorporado como propio. No podríamos entender lo que comúnmente llamamos religiosidad popular o religión común de los andaluces sin la labor de concienciación llevada a cabo por los frailes mendicantes. Éstos, impulsados por una XVIII CURSO DE VERANO PRIEGO DE CÓRDOBA-JAÉN, 2012

ISBN: 978-84-938148-3-0

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especial forma de entender el cristianismo, lo que otros llaman espiritualidad, y por la necesidad de sobrevivir y expandirse como tales instituciones, les llevó a crear rituales públicos, devociones y entretejer lazos con instituciones religiosas, que sin duda conformaron la religiosidad de los andaluces durante el Antiguo Régimen. Luego tras las desamortizaciones y exclaustraciones este patrimonio pasó a ser regido por el clero secular de las parroquias que hasta entonces habían mantenido una actitud distante y burocratizada salvo en lo que atañía a sus intereses y que incluía fundamentalmente la administración de los sacramentos que tenían en exclusiva como el bautismo o el matrimonio. Los frailes mendicantes difundieron iconos religiosos omnipresentes en la devoción de los andaluces: la Inmaculada Concepción, patrocinada por los franciscanos, la virgen del Rosario por los dominicos, la del Carmen por los carmelitas, la de los Remedios por los trinitarios, de las Mercedes por los mercedarios, la de la Victoria por los mínimos, la de los Dolores por los servitas y la Divina Pastora por los capuchinos. De igual suerte, los franciscanos difundieron la devoción a la Vera-Cruz, los carmelitas al Santo Sepulcro, los trinitarios al Cautivo y los agustinos al Crucificado. Junto a estas devociones genéricas, impulsaron devociones marianas específicas que hoy son en muchos casos patronas de localidades o gozan de una amplia devoción. De igual modo los frailes difundieron los privilegios espirituales y jubileos a los que tan sensibles eran los sectores sociales más acomodados, por cuanto garantizaban en la otra vida los privilegios que ya gozaban en esta. El escapulario del Carmen llegó a ser una garantía de no morir en pecado y el jubileo de la Porciúncula o perdón de Asís franciscano, otorgaban indulgencia plenaria. Así mismo, la floreciente Semana Santa andaluza que conmemora la muerte de Jesús, y las cofradías que la apoyan tuvieron un gran apoyo en las órdenes religiosas que les dieron alojamiento en sus conventos. Estas instituciones nacieron en gran parte vinculadas a las órdenes como lo muestra la amplia simbología de sus pasos, tronos, banderas y estandartes. La vitalidad y rivalidad de algunas hermandades actuales se explica en parte por la oposición existente siglos pasados entre órdenes. Así, en Antequera la orden dominica promovió y acogió la fundación de una cofradía, popularmente conocida por la de Abajo que sale de la iglesia del que fuera convento dominico; más arriba, en un barrio humilde, se encuentra la iglesia donde se aloja la cofradía de Arriba, en otro tiempo convento de los franciscanos. El pleito entre ambas órdenes por cuestiones de privilegio y antigüedad llegó a Roma (El Sol de Antequera, 2004:124). Finalmente, los franciscanos serán en gran parte los responsables de la conmemoración del nacimiento de Jesús, con la instalación de belenes que si en principio introdujo la realeza y la nobleza en tiempos de Carlos III luego se generalizará entre la burguesía y las clases medias (Foster, 2002: 368). Así mismo, los mendicantes crearon y difundieron rituales como los Vía-crucis a los calvarios construidos en elevaciones cercanas a las poblaciones, las procesiones pasionistas, novenas, setenarios, quinarios y triduos. Entre estos rituales cabe citar el rosario público, que iniciado a fines del siglo XVII en la ciudad de Sevilla y posteriormente revitalizado por los capuchinos gaditanos y sevillanos, ha pervivido con cierta pujanza hasta la segunda mitad del siglo XX. Estos rosarios de la tarde, noche y de la aurora que como decimos eran en otro tiempo generalizados, han desaparecido en la actualidad, salvo en contadas poblaciones, que durante el mes de octubre rezan Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 2-43

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y cantan a la Aurora en la madrugada1. Igualmente, el culto a las ánimas, iniciado en el siglo XVI y generalizado en el XVII, que ha estado presente en la conciencia de nuestros antepasados, dado su acendrado sentido de familia, hasta hace pocas décadas, está indisolublemente unido a la virgen del Carmen a partir del siglo XVII. La patrona de los carmelitas sustituyó paulatinamente en los cuadros y retablos al arcángel san Miguel como pesador de almas, y se convirtió en la protagonista de la salida de las almas del Purgatorio, como lo reflejan los numerosos retablos de ánimas existentes en las parroquias. En síntesis, nos proponemos hacer una revisión y síntesis crítica sobre las aportaciones de las órdenes religiosas a la religión común de los andaluces en el barroco, muchas de las cuales están presentes todavía, a pesar de las duras circunstancias vividas por estas instituciones desde el siglo XIX.

Religiosidad popular: un concepto controvertido

El término religiosidad o religión popular se ha empleado a falta de otro más preciso; recientemente y tras muchos debates, se comienza a desestimar su uso por impreciso, cuando no por interesado. El primero refiere fundamentalmente a la praxis mientras que el segundo pone el énfasis en las creencias y dogmas; dicho de otra manera, el término religiosidad sería más contingente, e incluye el sentido de desviación de la norma, mientras que el de religión, tiende a lo permanente, lo que desde el discurso eclesiástico viene a significar verdad frente a error, conceptos muy cuestionados por la Antropología social y cultural. La Iglesia Católica es la organización religiosa más unificada de todas las existentes, como lo atestiguan el grado de centralismo de las instituciones, la jerarquización de los cargos pastorales y de gobierno, el estrecho control de la doctrina, la unidad de los rituales y la universalización de los símbolos. Esta unidad no ha sido sin embargo, nunca una realidad total, sino que ha sido rota en multitud de ocasiones por sectores que han sido declarados heterodoxos o herejes y han sido expulsados; pero incluso dentro de la misma institución existen grupos que parten de concepciones y actitudes diferenciadas de la postura oficial, tales como órdenes, congregaciones, institutos religiosos y grupos autónomos que se sienten parte de ella, pero que no siguen todos sus postulados, sin olvidar las peculiaridades de las iglesias nacionales y misioneras. Esta unidad se resiente aún más si tenemos en cuenta la diversidad cultural, propia de cada una de las sociedades en las que el catolicismo está presente, amén de otras particularidades propias en razón de clases sociales, género y formas de subsistencia. La historia y la antropología han aportado la evidencia de la imposibilidad de exportar a otros pueblos cualquier religión en su integridad, por ser ésta producto de unas circunstancias histórico-culturales. Los sistemas religiosos conforman y son conformados por los sistemas culturales y mentales, por lo que es necesario para comprender culturalmente lo diferente, trascender nuestro propio sistema de pensamiento. En último término, una religión no es una mera acumulación de creencias y ritos sino un sistema integrado de interpretación del hombre y del mundo. Toda religión, aunque fuera única en su doctrina, es diferente en la forma de vivirla por cada sociedad, diferencias que no son de menor cuantía, sino que afectan incluso 1 En la actualidad quedan todavía ermitas urbanas dedicadas a la virgen de la Aurora pero son muy pocos los lugares donde se sigue rezando el rosario precedido por el canto de los auroros que llaman al vecindario. Conocemos entre otros los de Priego, Arriate, Ronda, Riotinto y Aracena. Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 3-43

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a la concepción doctrinal básica y esencial. Las diferencias no son solo de ritual sino también de contenido teológico, aunque estas diferencias se despachen motejándolas de “supersticiosas” o heréticas. Esto se explica porque el común de las gentes, antes y ahora, reinterpretan los mensajes doctrinales pasándolos por el filtro de su propia cultura y, a mayor abundamiento, muestran poco interés por disquisiciones teológicas. Porque, como afirman Arias de Saavedra y López-Guadalupe, “…las variadas expresiones de religiosidad popular, no se ajustaron al modelo ortodoxo que hemos trazado”. Se refiere al nacido de Trento y que se intentó incrustar en la sociedad del barroco, y aunque no puede hablarse de fracaso total -nosotros hablaríamos de incapacidad antropológica para conseguir la unidad de creencias y prácticas entre las élites y el común de la gente en una sociedad fuertemente jerarquizada- la política reformista e intervencionista del XVIII puso de manifiesto el progresivo alejamiento “de la religiosidad oficial respecto a los parámetros de la religiosidad popular” (2002:46-48). La llamada religiosidad popular católica está penetrada, orientada e informada por la doctrina y las instituciones eclesiásticas que han sido en el pasado una forma de poder que controlaba comportamientos y conciencias, puesto que disponían de plena capacidad coactiva. Estas circunstancias históricas han provocado entre otros, el rechazo de ciertas normas y principios, la aceptación de otros y la reinterpretación de la mayoría. En los últimos decenios se detecta un fuerte incremento de las manifestaciones de religiosidad pública apoyadas sobre todo en hermandades, junto a una creciente secularización apoyada en la ciencia y la tecnología, aunque persisten las creencias mágicas. Existen también grupos minoritarios renovadores que viven su propia versión de la fe cristiana bien diferenciada de la oficial junto a otros conservadores más cercanos a las posturas oficiales. Simultáneamente, se observa una escasa influencia de las instituciones eclesiásticas en la vida de los españoles. Buena prueba de ello es la amplia aceptación entre cristianos del divorcio, la contracepción, la sexualidad prematrimonial, junto a la escasa asistencia a misa, la renuencia al pago de impuestos para el mantenimiento de la institución y otras respuestas nacidas de la libre decisión, lo que prueba que la religión oficial no determina el comportamiento de la mayoría de los ciudadanos. Es inadecuado considerar a las religiones aisladas del contexto sociocultural que las produce, mantiene y transforma. Existe una relación de causa-efecto, por ejemplo, entre las devociones a determinadas imágenes y las condiciones medioambientales, socioeconómicas y circunstancias históricas que las favorecieron o perjudicaron; tampoco puede olvidarse la influencia de las disposiciones eclesiásticas y los liderazgos en la conformación de la religiosidad, pero hemos de tener en cuenta que las leyes por si mismas no crean cultura. La Antropología social no niega la existencia del componente sobrenatural en la cultura y religión, pero afirma que ésta está condicionada por las estructuras y circunstancias sociohistóricas de cada pueblo; es engañoso creer que el mantenimiento de las formas religiosas implica también el de los contenidos y sus significados. La llamada religiosidad popular andaluza, caracterizada por algunos por su anacronismo y dependencia, se expresa por sus manifestaciones barrocas. Probablemente este apego por lo barroco se corresponde con los períodos de mayor esplendor de esta forma de religión, los siglos XVI-XVIII. La religiosidad popular desde la perspectiva oficialista se considera imperfecta cuando no desviada, aunque le reconocen algo de positivo, siempre -dicen- habrá que limpiarla de adherencias erráticas en el terreno de las creencias y las ceremonias Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 4-43

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superfluas y contaminadas. Y es que la institución eclesiástica soporta a duras penas la religión no eclesiástica, pues como dice el jesuita y filósofo de la religión Gómez Caffarena: “La autoridad eclesiástica que, como ya noté, no esta sin más con la religiosidad popular, la cultiva como indispensable clientela; pero reconoce también, al menos tácitamente lo imprescindible de los grupos renovadores. Estos, por su parte, suelen hoy apreciar la acogida y no propenden al cisma” (1993). La institución se mueve en el ámbito de un modelo ideal, en el debe ser, frente a la religión practicada y vivida por la mayoría que es un modelo real, del ser, encarnado en una cultura. Ambos modelos no son estáticos y aunque se insiste continuamente en la inmutabilidad del modelo ideal, el hecho es que ha sido redefinido continuamente por concilios, sínodos y pastorales, incluso en los misterios fundamentales. Por otra parte, ambos modelos se mueven en una dinámica de mutuas influencias, aunque no puede olvidarse que el modelo oficial ha sido el dominante durante siglos y es lógico pensar que haya dejado una impronta muy marcada. La distinción entre estos dos modelos solo es válida a efectos analíticos porque no es real, es decir, no existe en ningún lugar o tiempo, porque una religión no puede considerarse como tal hasta tanto una sociedad no le da vida, la encarna y la pone en práctica, y, precisamente, desde ese momento se vuelve contingente. Toda interpretación del núcleo de doctrina y la acción de ella derivada es por naturaleza, diversa y adaptada a las circunstancias de cada sociedad. En este sentido pues, es preferible llamar a las creencias y rituales, así como a las formas institucionales en las que se desenvuelven los ciudadanos de cada comunidad como religión común de los andaluces, religión de los españoles etc... Esta propuesta conceptual es de la misma naturaleza que lo son las de cultura, literatura o economía aplicados a una región o comunidad concreta, lo que quiere decir que son culturas, literaturas o economías singulares que participan de otras más amplias como la española, europea o americana, con las que se interrelacionan, pero que se estructuran y manifiestan con rasgos suficientemente significativos y peculiares que la diferencian de otras. En último término, pero no por ello menos importante, hay que situar el problema de la transmisión y aceptación de ideas y creencias, es decir, la posibilidad de difundir o exportar modelos, que en nuestro campo, se conocen como evangelización, catequización o misionalización. Partimos del principio de que el receptor de los mensajes no recibe con la misma valoración todo lo que le envía el emisor; es más, ciertos mensajes no entran en la lógica de ciertas culturas, grupos o individuos, o, simplemente, la problemática que se les plantea no existe para el interlocutor. Los mecanismos de transmisión no se pueden plantear en términos de buena o mala enseñanza, pues el mensaje emitido, aún suponiendo que sea homogéneo, está destinado a unos receptores diversos y frecuentemente ajenos al emisor, por lo que el resultado será una nueva construcción mental y unas acciones o rituales semejantes, pero no iguales. Esta construcción se forja a partir de la tradición y de las peculiares circunstancias y formas de entender el mundo, la sociedad y su entorno en el devenir histórico. Los mensajes serán reelaborados y adaptados, es decir, pasados por el filtro de su propia cultura, lo que puede denominarse percepción religiosa común. Muchos pastoralistas cristianos han caído en el espejismo de confundir los Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 5-43

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términos de la ecuación: lo que se emite es lo mismo que se recibe, confiados en las formas externas y sin duda amparados en la prepotencia histórica de la institución eclesiástica en la geografía peninsular, pero la realidad es que, como ya expresara un religioso dominico: “... hay que tener en cuenta las tremendas dificultades pastorales que se presentan desde el momento y hora que se desee revitalizar evangélica y pastoralmente las asociaciones y manifestaciones de Religiosidad Popular…; los esfuerzos que se han gastado, los hombres y mujeres que se han desfondado en la tarea... y los resultados apenas se han visto” (Duque, 1986). El clero y los agentes pastorales están divididos respecto a la postura a tomar ante la llamada religiosidad popular, fomentándola unos y combatiéndola otros; los obispos en general, mantienen desde el último tercio del pasado siglo una postura de apoyo entusiasta a estas formas de religión, que deberá purificarse, -dicen- de elementos espurios; por el contrario, muchos curas jóvenes en el mismo período, quisieron acabar con la religiosidad popular pues veían en ella reflejados todos los males de la sociedad y la religiosidad tradicionales: injusticia, egoísmo, gasto superfluo, conservadurismo, junto a formalismo, ritualidad vacua y folclorismo. La jerarquía, como responsables de la continuidad de la institución eclesiástica, no fue condescendiente en décadas anteriores con la religiosidad popular, quizás ahora, busca apoyo en la multitud de creyentes que siguen esta forma de religiosidad; probablemente confunden creyentes con fieles, y en el sur peninsular hay muchos de los primeros pero pocos de los segundos.

La religiosidad popular en la Andalucía actual

La religión de los andaluces está condicionada por la doctrina, mitos e instituciones de la Iglesia católica, como ya hemos notar anteriormente. Es más, a lo largo del tiempo la religión oficial de los reinos peninsulares medievales y luego de España han ido diferenciándose, a pesar de la intencionalidad de mantener la unidad doctrinal y ritual de las iglesias nacionales que conformaban el conglomerado de la Iglesia católica. Esta diversidad de situaciones ha corrido paralela con el Estado, con el que durante siglos ha compartido el poder, en ocasiones con mayor efectividad que éste, con lo que ello significó de control de conductas, gravamen de impuestos, capacidad coactiva a través de los tribunales de justicia propios y ajenos, control de las conciencias por medio de la confesión, adoctrinamiento, coacción para salvar las almas del purgatorio, indulgencias, preceptos dominicales y pascuales, y a la vez, ha creado instituciones de caridad, proporcionado refugio sagrado para los perseguidos, consuelo a los pobres y desvalidos y un largo etcétera. Las circunstancias históricas en una sociedad dominada por las creencias religiosas y las instituciones eclesiásticas y civiles han provocado en la población la aceptación e incorporación de ciertas normas y principios, el rechazo pasivo de otros y la reinterpretación de la mayoría. En los últimos decenios puede detectarse en Andalucía un fuerte incremento de ciertas manifestaciones de religiosidad pública y del número de asistentes; muchos jóvenes se adhieren a ellas con entusiasmo, y no solo ocasionalmente sino de forma institucionalizada, a través de hermandades y cofradías ya existentes o rehabilitando otras extinguidas; otros, por contra, no consideran pertinentes las preguntas sobre si son creyentes o practicantes, pues sus creencias se centran en la ciencia y en un cierto reencantamiento laico vivido con fe religiosa; las fiestas -casi todos con un componente Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 6-43

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religioso notable- se constituyen en las más amplias concentraciones, solo superadas por ciertos conciertos y algunas manifestaciones deportivas. Los estudiosos desde la historia, la antropología, la sociología y la ciencia política escudriñan y describen los comportamientos religiosos de los ciudadanos, aunque no escasean todavía las visiones acríticas, ideológicas y apologéticas. La cultura andaluza se fundamenta en una historia común marcada por la conquista cristiana de al Andalus, y puede caracterizarse por una cierta tolerancia en las ideas, un modo peculiar de entender la vida, la sociabilidad, las relaciones personales y una distintiva forma de concebir las relaciones con los seres sobrenaturales en la que lo festivo juega un papel decisivo. Esta cultura se manifiesta también a través de una serie de complejos culturales difícilmente controvertibles, nacidos de la experiencia histórica y el devenir histórico de este pueblo, tales como un habla peculiar, una radical oposición entre clases, una especialísima expresión artística en el cante y una histórica forma de fiesta con los toros. La religiosidad andaluza se expresa en sus manifestaciones y gusto por lo barroco, probablemente por corresponder con el último período de esplendor de la región y de sus ciudades. La estética barroca reelaborada por la concepción romántica que exalta la sensualidad se ha convertido en un canon riguroso del que salirse es casi imposible porque, además de contar como criterio inapelable de los expertos y artistas, ha calado hondo en el sentido popular, de forma que otras sensibilidades no encuentran lugar en las manifestaciones religiosas. Estos modelos no están anquilosados y estáticos pero constituyen reelaboraciones sobre un fondo barroco que hace, por ejemplo, que los pasos de palio -creación romántica- de muchas vírgenes y los tronos y pasos de las imágenes de la Semana Santa de Sevilla y Málaga y de otras muchas ciudades de Andalucía constituyan obras de arte en la que se combinan magistralmente: imágenes, estructuras, vestidos, tocados, flores, cera, candelería, bordados, en un conjunto de una gran sensibilidad artística y la cristalización de muchos ensayos a lo largo del tiempo. Pero lo barroco no se expresa solo en la estética sino también en la forma de entender y vivir la religión, así, las cofradías entienden lo religioso sobre todo como culto externo y rituales a los que subordinan toda su capacidad económica y de organización para organizar actos de culto pero sobre todo procesionar las imágenes por las calles2. Para los cofrades, no poder sacar sus imágenes titulares por las calles de su ciudad en los días señalados supone un fracaso. Estos sentimientos religiosos, estéticos, devocionales son compartidos por el pueblo y también por elites religiosas y civiles y por no pocos intelectuales, que aunque no siempre participen de los contenidos religiosos, se alinean decididamente en este goce contemplativo incubado en la infancia en el que la escenografía urbanística y monumental juega también un papel importante. Éste sentido estético barroquizante alcanza incluso a las clases eclesiásticas y a ciertas elites intelectuales como pudo verse en el altar levantado en el campo de la feria de Sevilla para la recepción del papa Juan Pablo II en su primera visita a la ciudad, altar que ha quedado como un paradigma de la arquitectura de lo efímero. La religiosidad de los habitantes de esta región tiene acusadas peculiaridades, “heterodoxas” que permiten hablar de la religión común de los andaluces. Por ello, 2 En numerosas ocasiones hemos tenido oportunidad de observar el profundo dolor de los cofrades y devotos por no poder poner sus imágenes titulares en la calle a causa de la meteorología adversa. Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 7-43

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consideramos inadecuado el estudio de la religión como complejo cultural aislado y separable del contexto sociocultural que las produce. Es necesario poner en relación las devociones y las fiestas consagradas a las imágenes con las condiciones medioambientales y socioeconómicas: hábitats, medios ecológicos y poblamiento, grupos de poder religiosos y civiles, órdenes religiosas, cosechas, plagas, inundaciones y sequías, sistemas de propiedad, epidemias; crisis laborales, disposiciones emanadas de los concilios y las autoridades civiles, liderazgos, modos de adoctrinamiento (misiones populares, catequesis), y un largo etcétera, valorando la importancia de cada uno de los factores susceptibles de modificar el comportamiento religioso. Entre los estudiosos de la religión en Andalucía ha existido escaso interés en los modelos que los andaluces utilizan para relacionarse con lo sobrenatural. En los últimos años y coincidiendo con el desarrollo de los estudios antropológicos en esta región se ha producido un amplio desarrollo de los estudios sobre la religiosidad andaluza: hermandades y cofradías, fiestas, rituales, marcados por una concepción materialista de la religión y la cultura. Esta metodología olvida el componente espiritual de la religión. Así mismo, no se ha valorado suficientemente el pasado en la conformación del presente, o dicho de otra forma, la excesiva compartimentación de los estudios históricos y antropológicos de la religión, han impedido una adecuada aproximación al conocimiento de esta realidad, aunque no pueden desdeñarse los intentos de profesionales de ambas disciplinas por el necesario acercamiento. No podemos olvidar que nuestra cultura es letrada y que durante muchos siglos nuestra sociedad ha formado parte de unidades políticas y administrativas superiores con fórmulas políticas, bases económicas, jurídicas y filosóficas similares. Debemos ponernos en guardia sobre ciertas “singularidades” a las que propenden algunos estudiosos locales y regionales, argumentos que habitualmente se desmontan con estudios comparativos. La fiesta, considerada desde la visión de los devotos es la mejor ocasión para establecer el diálogo con lo sobrenatural, expresado fundamentalmente a través de la promesa y el exvoto. Estas expresiones no pueden invalidar otras formas de “experiencia religiosa ordinaria”, de carácter privado, tales como la oración y la recepción de sacramentos a los que se concede distinta valoración y significados, pudiendo llegar en algún caso a la inversión de los mismos, e incluso en la práctica a la exclusión de algunos de estos ritos de su práctica vital. La religión y la fiesta deben de dejar de ser consideradas sólo como un medio privilegiado de acercamiento a la realidad social y simbólica de una sociedad a considerarla y estudiarla como fin en sí misma y como expresión de unos contenidos fundamentales en el hombre. Finalmente, la crítica que se hace a los análisis de los antropólogos desde determinadas instancias de que éstos no tienen en cuenta la fe y el carácter sobrenatural de las creencias y de que la religión sólo es considerada como una manifestación cultural, queda en gran parte neutralizada con esta metodología que proponemos El enfoque antropológico propugnado no niega el componente sobrenatural en el comportamiento religioso de los andaluces, pero existe el convencimiento pleno de que éste está condicionado por las infraestructuras, estructuras y circunstancias sociohistóricas del pueblo andaluz. Es un presupuesto básico en ciencias sociales que el mantenimiento de las formas no indica permanencia de los contenidos y significados, y sobre este axioma se ha pasado sin tenerlo en cuenta, prefiriendo el espejismo de la unidad. Por otra parte, se olvida con frecuencia la capacidad de permanencia que tienen Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 8-43

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las creencias y los rituales frente a otros aspectos más cambiantes de la cultura. En este capítulo se parte de la evidencia de que la ortodoxia dogmática no ha sido el único ni el más fuerte criterio en la conformación religiosa de los andaluces. La religiosidad andaluza podemos caracterizarla por el énfasis en las manifestaciones externas o rituales, lejos de la visión intimista y privativa que está tan presente en la ideología dominante, ello no quiere decir que no haya ocasiones en que la comunicación con los seres sobrenaturales se haga de forma privada, como en el caso de las promesas y exvotos que solo afectan a un individuo o familia; se basa en una teología poco compleja que básicamente reconoce el poder de los seres sobrenaturales para actuar benéficamente sobre los hombres, a cambio de contraprestaciones mediante milagros, aunque también pueden castigar determinados comportamientos u olvidos, por lo que puede decirse que tiene un sentido utilitario. Excluye o no se plantea los grandes misterios como la Trinidad, la transustanciación, la virginidad y maternidad de la Virgen, el pecado original, el monoteísmo absoluto y otros; destaca en sus relaciones con lo sobrenatural a la virgen María como ser sobrenatural poderoso, cercano y comprensivo, especialmente en sus advocaciones del Carmen, Rosario o Dolores, junto a un amplio elenco de devociones locales o comarcales. La figura sagrada de Jesús en sus advocaciones de Nazareno y Crucificado es también objeto de devoción, especialmente en la celebración de la Semana Santa. Los santos, salvo alguno con funciones taumatúrgicas y coyunturales ocupan un segundo plano, y desde luego es excepcional el culto y devoción a las reliquias. Es así mismo, poco sacramentista, pues salvo el bautismo y el matrimonio, y este último está siendo sustituido progresivamente por el matrimonio civil, no se reciben por la mayoría de la población. Los sacramentales relacionados con la muerte por el contrario tienen gran aceptación, son muy pocas las familias que rechazan el ceremonial de la muerte, aunque en las ciudades los realicen diáconos en los tanatorios. Y es que los sacramentos son concebidos exclusivamente como ritos de paso pero no incluyen el concepto de la gracia de tanta importancia en la teología oficial. La religiosidad se manifiesta en momentos de necesidad y peligro para la vida y desde luego en las fiestas de los titulares de devoción local o patronos. El patronazgo no siempre coincide con las imágenes de mayor devoción y rara vez con los titulares de las parroquias. Las imágenes elevadas a la categoría de patronos o patronas principales surgieron de la especial protección adjudicada a una imagen en momentos de calamidades públicas y en ocasiones, como resultado de la pugna entre grupos sociales poderosos civiles o religiosos3. Las relaciones con las imágenes y la institución eclesiástica se establecen a nivel individual pero sobre todo a través de grupos organizados y autónomos denominados hermandades o cofradías que dan culto especial a una advocación concreta pasionista o de gloria de la Virgen, centro de atracción del fervor de sus miembros, o de Cristo4. En los últimos decenios las hermandades pasionistas se han erigido sobre las de gloria, sacramentales y de ánimas a las que han asimilado aunque conservan algunos de sus signos externos. Estas hermandades suelen ser conservadoras en lo teológico, muy 3 Son muchas las imágenes declaradas como patronas por el afán competitivo de grupos y linajes del cabildo civil y desde luego por las órdenes mendicantes. 4 Las imágenes no pasionistas de Jesús (Sagrado Corazón, Resucitado, Buen Pastor) apenas tienen cabida en la religión de los andaluces, a pesar de los esfuerzos de la institución eclesiástica. Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 9-43

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defensoras de su autonomía organizativa y económica frente a la institución eclesiástica y funcionan en no pocos casos como plataformas de poder local. En conclusión, podemos afirmar que la religiosidad popular andaluza o la religión común de los andaluces, de fuerte arraigo en la cultura del pueblo, es cristiana, heterodoxa, con contenidos mágicos, selectiva de las creencias y ritos, con momentos álgidos en la fiesta, un fuerte acento en el modelo de relación con los seres sobrenaturales del tipo de la promesa, muy mariana y conformada por la acción de las órdenes mendicantes. En suma, pudiéramos decir que en materia religiosa los andaluces son más creyentes que fieles.

Los mendicantes: espiritualidad y proselitismo, símbolos e instituciones

Las órdenes religiosas han aportado, cada una de ellas en particular y todas en general, una especial espiritualidad, o lo que es lo mismo, una peculiar y matizada valoración de los misterios y el sentido de lo religioso, que se ha expresado en rituales: vía crucis, coronas de la virgen, jubileos, Semana Santa, rosarios de la aurora, novenas, etc. Todas ellas promovieron y difundieron la devoción a imágenes específicas: titulares de órdenes, advocaciones enraizadas en la geografía local – muchas de las más conocidas lo fueron por la acción de los frailes – y santos fundadores y propios de los institutos conventuales. Igualmente, promovieron la creación de asociaciones religiosas entre seglares, tales como hermandades y órdenes terceras; difundieron el uso de símbolos: escudos, medallas, escapularios, banderas, guiones. Crearon espacios sagrados, como calvarios, capillas, ermitas, santuarios y desde luego, con su presencia determinaron los espacios urbanos con conventos, iglesias, claustros, enfermerías, huertos, etc. La espiritualidad de las órdenes ha dejado su huella tanto en la potenciación de determinadas advocaciones cristíferas y marianas como en las que expandieron con marcado carácter proselitista al objeto de reafirmar su personalidad e idiosincrasia dentro de la carrera ascendente emprendida por las diferentes órdenes para acaparar la mayor cuota posible del que pudiera denominarse “mercado religioso”. En esta expansión entraron en competencia con el clero secular y las órdenes entre sí por obtener el favor de fundadores, patronos y benefactores y fieles en general a través de limosnas, donaciones y legados, que ayudasen a la fundación, consolidación y permanencia de los conventos como base de actuación sobre el territorio.

La explosión del culto mariano

En esta carrera juega un papel fundamental la expansión del culto mariano, que en manos de las órdenes religiosas adquiere destacados matices de personalismo al adaptar el carácter universal de la devoción mariana a las circunstancias de tiempo, lugar y espiritualidad específicas de cada orden. A lo largo de un denso y complejo proceso histórico, las diferentes órdenes y congregaciones han ido definiendo su peculiar manera de dirigirse a la Madre de Dios con la denominación propia de cada instituto religioso. En esta apropiación de la figura de María han jugado factores muy diversos, entre los que sobresalen determinados hechos milagrosos o legendarios con los que la tradición de cada orden ha concretado su relación específica con la Virgen al llamarla no sólo de forma diferente a las demás, sino también al obtener de la Madre de Dios, según su propia tradición determinados privilegios o gracias espirituales con carácter exclusivo. La introducción de la devoción a imágenes generalistas de la Virgen y Cristo por Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 10-43

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parte de las órdenes mendicantes puede considerarse un rotundo éxito. Imágenes de la virgen del Carmen, del Rosario o de la Inmaculada Concepción, resultado de la acción de carmelitas, dominicos y franciscanos, respectivamente, están presentes en altares de las iglesias de todo tipo en Andalucía y en no pocas viviendas, y su devoción ya sea a través de organizaciones o a nivel individual abarca al conjunto de la población. Su iconografía es familiar incluso para los menos cercanos a lo religioso. Fue así como se fue definiendo, desde la Baja Edad Media y especialmente en los siglos de la Edad Moderna, una amplia variedad de advocaciones, unas nacidas en el seno de las propias órdenes y otras asumidas en virtud de diversas circunstancias, entre las que fueron despuntando algunas que dieron un acusado tono a la religiosidad del Antiguo Régimen por su importante presencia tanto a nivel cuantitativo (especialmente por la extensión geográfica de su culto) como cualitativo (expresado en la riqueza y variedad de las expresiones litúrgicas y cultuales). Desde sus establecimientos conventuales repartidos con preferencia por las ciudades grandes y medias –las agrociudades-, las órdenes religiosas impulsaron la devoción a las advocaciones marianas propias de cada instituto. Los conventos se convierten así en focos difusores de advocaciones de tanto peso y popularidad en la religiosidad de la Andalucía barroca como la Inmaculada Concepción, el Rosario, el Carmen, la Merced, la Victoria, etc., en un proceso que arranca del propio establecimiento de los conventos en la región a partir de la Reconquista en la Baja Edad Media y su expansión y consolidación con el auge fundacional impulsado por el proceso de reformas de la Edad Moderna que provocó la división de algunas de las órdenes entre las ramas de calzados y descalzos. En apretada síntesis, podemos señalar algunas de las principales advocaciones marianas implantadas por el clero regular en la Andalucía del Antiguo Régimen: a) La Inmaculada Concepción y los franciscanos. La devoción de la entonces creencia piadosa de la Inmaculada Concepción de María (es decir, que la Virgen fue preservada de pecado original desde el mismo instante de su concepción), se convirtió en un tema clave de la mariología andaluza del momento. Esta opinión es el eje de una polémica que se rastrea ya en la Baja Edad Media y que explotará en el siglo XVII, especialmente en sedes episcopales como Sevilla, Córdoba y Granada, a través de la denominada “cuestión concepcionista”, es decir, las diatribas entre los partidarios de la opinión piadosa de la Inmaculada Concepción, representados fundamentalmente por franciscanos y jesuitas; y los antagonistas, capitaneados por los dominicos, que en líneas generales se muestran contrarios a sostener dicha opinión acerca de la Concepción sin mancha de la Virgen. Ante la pasividad e indiferencia de la Santa Sede por esta cuestión, por la que se interesaron la propia Corona a través de embajadas al Vaticano, y el pueblo a través de manifestaciones populares de adhesión y culto, bien pronto los contendientes pasaron del campo de las ideas a los hechos, mediante las discusiones callejeras, las controversias desde los púlpitos, las manifestaciones populares de apoyo y el culto a la Inmaculada, o los votos y juramentos solemnes emitidos por diferentes instituciones, como universidades, cabildos eclesiásticos y civiles, órdenes religiosas, hermandades, etc. Aunque la anhelada definición dogmática no se conseguirá hasta el siglo XIX, en 1661 el Papa Alejandro VII declaró que la Virgen fue preservada de la mancha del pecado original. Esta declaración significó una gran victoria para el bando Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 11-43

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inmaculista, especialmente para los franciscanos, y la confirmación para el sentimiento y el culto concepcionistas en Andalucía. Bien pronto el entusiasmo se desbordó en un sin fin de fiestas por toda la región, en las que tanto las órdenes religiosas como las hermandades y cofradías jugaron un destacado papel, y cuyas características y desarrollo podemos conocer a través de las numerosas relaciones impresas que de ellas se hicieron. El resultado fue la definitiva consolidación y expansión del culto concepcionista a través de las manifestaciones artísticas del Barroco andaluz – con las conocidas obras de Martínez Montañés, Zurbarán, Murillo, Valdés Leal, etc. – y el establecimiento de hermandades bajo esta advocación mariana, especialmente fomentadas y tuteladas por la orden franciscana y que se establecieron con preferencia en sus conventos desde fecha temprana, como es el caso de las de Córdoba (1397), Baeza (antes de 1478), Granada (1492 o poco después), Baza (1515), Sevilla (1522), Jerez de la Frontera (1535), Vélez – Málaga (antes de 1536) y Marchena (hacia 1555). Algunos de estos cenobios franciscanos fueron focos de intensa devoción mariana, como el de San Francisco de Granada, auténtico semillero de hermandades al radicar en él las de la Pura y Limpia Concepción, Asunción de María, Nuestra Señora del Buen Suceso, Virgen de la Consolación, Nuestra Señora de la Piedad y Nuestra Señora de los Dolores. Todo parece indicar que no fue una polémica elitista entre teólogos sino que llegó hasta el pueblo que tomó partido por la concepción pura y limpia de María. En definitiva, la devoción inmaculista creció y se difundió por ciudades y pueblos, cuyas corporaciones civiles y religiosas hicieron votos de su defensa y en varias poblaciones fue nombrada patrona. Que esta devoción se debe fundamentalmente a las distintas familias franciscanas y que afectaba no solo a las élites ha quedado demostrado en el caso de Córdoba por el minucioso trabajo de Aranda Doncel (1990). Sorprende sin embargo las pocas corporaciones y el reducido culto de esta imagen a niveles populares en nuestros días a pesar de su omnipresencia en templos y hogares, especialmente en la versión iconográfica murillesca, de tanta aceptación estética. ¿Ha sido la dificultad por aceptar el misterio?, ¿la oficialización progresiva del símbolo con la declaración de patrona de España por Carlos III?, ¿la generalización de la fiesta y devoción por parte de la Iglesia Católica, por aquello de que lo que es todos no es de nadie? ¿La ausencia o debilitamiento de una institución específica que la defendiera? El caso es que no constituye para el común una devoción comparable a las otras advocaciones reseñadas. b) El Rosario y los dominicos. La iconografía rosariana, presente en muchas iglesias, vinculada de múltiples formas a la orden de Santo Domingo, resulta de gran simplicidad en su planteamiento, pues el único atributo identificativo es el rosario que le cuelga de las manos a la imagen y quizás cierta propensión a lucir mantos de color rojo. El origen del rosario, como instrumento regulador de la oración, se sitúa en la leyenda de aparición de la virgen al fundador de la orden santo Domingo de Guzmán en 1208 enseñándole a rezarlo y pedirle que difundiera su rezo a cambio de la promesa de ayudas múltiples entre ellas la de no perder el alma. Si bien la devoción estaba presente en la Baja Edad Media, adquirirá un renovado impulso a raíz de la ofensiva inmaculista promovida por los franciscanos en el siglo XVII. La respuesta de los dominicos consistió en el fomento de las cofradías Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 12-43

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del Rosario, impulsadas desde los conventos de la Orden de Predicadores, donde su presencia era obligada y desde donde desarrollaban un amplio programa de cultos articulado en torno a la salida de los rosarios públicos de hombres y mujeres a diferentes horas del día y de la noche, y las procesiones en la festividad de la titular. Estos rosarios callejeros se extendieron ampliamente por la región y alcanzaron especial desarrollo en Sevilla a partir de fines del siglo XVII gracias a la acción de la orden dominica, entre cuyos miembros destaca fray Pedro de Santa María Ulloa, considerado por la tradición popular como el promotor genuino del rezo público del rosario y de su peculiar uso como procesión callejera. El siglo XVIII verá la consolidación de las agrupaciones rosarianas, que adoptan una compleja y diversa tipología en función de su naturaleza, lugar de residencia, fines, advocaciones, etc., y que se convierten en la tercera asociación parroquial junto a la Sacramental y la de Ánimas, al extenderse por toda la región. La sistemática ideada por los dominicos permitía que se crearan estas hermandades en las parroquias que ellos visitaban periódicamente y cuyo control ejercía la orden. El número de mujeres que llevan por nombre la advocación mariana de Rosario es muy amplio, prueba de la devoción y popularidad de esta advocación. En una rápida y apretada panorámica de los principales focos rosarianos de Andalucía, cabría comenzar hablando del fuerte peso de la devoción rosariana en Sevilla, ampliamente estudiada por Romero Mensaque, quien establece los siguientes grupos de asociaciones de fieles: cofradías del Rosario dependientes de la Orden dominica y erigidas en sus conventos o en otros templos con licencia del Maestro general, dedicadas al rezo del Santo Rosario y el culto a la Titular con procesión por la feligresía; hermandades rosarianas de culto interno, no procesional; hermandades dedicadas al fomento de la oración entre los cofrades; hermandades diocesanas, dependientes del Ordinario, radicadas en las parroquias, con Rosario público y culto anual a su Titular; hermandades rosarianas bajo otras advocaciones marianas, con salida del Rosario público; congregaciones rosarianas, no constituidas formalmente por no tener presentadas sus Reglas a la autoridad eclesiástica, pero dedicadas al fomento del Rosario público por diferentes templos o en la calle. Sin llegar a la complejidad organizativa del caso sevillano, las corporaciones rosarianas están presentes en los conventos dominicos de otras ciudades andaluzas. Así en la vecina Cádiz la cofradía, fundada en el siglo XVI, está radicada en el convento de Santo Domingo, donde se venera su titular como Patrona de la ciudad y de la carrera de Indias. Una réplica de la misma, la popular “Galeona”, acompañaba a los marineros desde Cádiz hasta Manila. Al llegar el siglo XVIII se produjo en la ciudad un gran auge de los rosarios públicos a impulsos del capuchino fray Pablo de Cádiz, quien estableció en sus misiones las denominadas “compañías espirituales”, en número de 15 en recuerdo de los misterios del Rosario. En Córdoba, que ha estudiado en profundidad Aranda Doncel en numerosos trabajos, la hermandad rosariana más antigua es la fundada en el convento dominico de San Pablo, que atravesó una de sus etapas de mayor auge a lo largo de las últimas décadas del siglo XVI y primeros lustros del siguiente. Durante el año celebraba distintos actos de culto, entre los que ocupaba un lugar muy destacado la fiesta en honor de la titular el primer domingo de octubre. La cofradía del Rosario se hallaba establecida en otros conventos de la ciudad, como el también dominico de los Santos Mártires o las jerónimas de Santa Marta. Del foco de la capital, la devoción irradió al Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 13-43

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resto del territorio diocesano durante la etapa de gobierno del obispo fray Martín de Córdoba y Mendoza (1578 – 1581), perteneciente a la Orden de Predicadores y gran impulsor de las hermandades de esta advocación. Así el 13 agosto de 1580 autorizó a fray Diego Núñez del Rosario para llevar a cabo este cometido, por lo que las nuevas cofradías erigidas en el ámbito diocesano reconocen como matriz a la establecida en el convento de San Pablo de la capital. En la Andalucía Oriental, Granada encabeza el movimiento rosariano a través de la temprana fundación de la hermandad del convento de Santa Cruz la Real por fray Hernando de Talavera en 1492. Esta cofradía del barrio del Realejo rivalizaba, al menos a nivel simbólico y discursivo, con la hermandad de la Concepción del convento de los franciscanos por la antigüedad de su fundación y la intervención en ella de los Reyes Católicos. Siempre se distinguió por la solemnidad de sus funciones y la riqueza de su ajuar, pero especialmente por una intensa devoción con la que se respondía a los prodigios y milagros dispensados por la titular, como el del “sudor” en 1670 y el de la “estrella” aparecida en la frente de la imagen en 1679. Esta corporación mantenía un vínculo estrechísimo con los frailes dominicos, de cuya autoridad dependía, y fue matriz de decenas de asociaciones del Rosario diseminadas por la geografía de la diócesis granadina. En la vecina diócesis de Guadix, la cofradía del Rosario está documentada en el convento de Santo Domingo desde 1564 y alcanzó gran popularidad en el siglo XVIII merced a la salida de los rosarios públicos. También a mediados del siglo XVI, en 1551, se fundó la hermandad del Rosario de Jaén. Y en Málaga, el fenómeno de los Rosarios públicos adquiere especial vigor en la segunda mitad del siglo XVII gracias al destacado papel ejercido por el obispo dominico fray Alonso de Santo Tomás, lo que permitió a estas corporaciones evolucionar desde las simples asociaciones de fieles con carácter espontáneo del principio a verdaderas fraternidades con capillas propias. En el territorio diocesano malagueño, los conventos de Antequera y Ronda actuaron como focos difusores del culto rosariano. Así en Antequera cobró un especial protagonismo la devoción a la Virgen del Rosario, del convento de Santo Domingo, a raíz de su intercesión en el fin de la peste de 1679 y el haber preservado a la ciudad del cruel terremoto sucedido el 9 de agosto de 1680. c) El Carmen y los carmelitas. Desde su llegada a Andalucía en la Baja Edad Media, con la fundación de su primer convento en Gibraleón a fines del siglo XIII, los carmelitas difundieron el culto a la Virgen del Carmen gracias a instrumentos tan eficaces como el Santo Escapulario, que en virtud de la tradición de la Bula Sabatina libraba a las almas de las penas del purgatorio. Durante la Edad Moderna, esta devoción estaba plenamente consolidada no sólo en los conventos de la Orden (en sus dos ramas de la Primitiva Observancia y la Descalcez), sino que también adquirió gran extensión en el ámbito parroquial por su asociación con el culto a las Ánimas promovido por la Contrarreforma. De esta forma, el escapulario marrón con el Monte Carmelo la hacen fácilmente reconocible y está presente en casi todos los altares y cuadros de ánimas en su papel de salvadora de las ánimas del Purgatorio, testimoniando la promesa hecha, según la leyenda a san Simón Stock en el siglo XIII, de que ninguna persona que llevase el escapulario carmelitano conocería el fuego eterno, lo que equivalía a decir que serían sacadas del Purgatorio las almas de los que lo portaran. El hecho constatado es que en Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 14-43

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el siglo XVI esta práctica y creencia estaba generalizada entre los laicos en Europa. Aunque ha disminuido sensiblemente el uso del escapulario en público era habitual encontrarlo entre mujeres en ceremonias religiosas en las décadas finales del siglo XX. En cualquier caso, el elevado número de mujeres que llevan el nombre de Carmen, es otro signo de la difusión de esta devoción. d) Los Remedios y los trinitarios. Por su parte, los trinitarios fomentaron en sus conventos el culto a la Virgen de los Remedios, devoción que si bien era preexistente en muchos lugares la hace propia como advocación desde el siglo XVI y patrona de la orden en el definitorio celebrado en Roma en 1688. En origen la advocación conocida como del Remedio, al extenderse y popularizarse especialmente a raíz de la batalla de Lepanto en 1571 adoptó el plural de los Remedios, de ahí que su fiesta se haya celebrado generalmente el 7 de octubre por la citada batalla. En Andalucía la devoción se extendió tanto en poblaciones en las que existió convento (Córdoba, Málaga, Ronda) como en otros muchos que carecieron de ellos y cuya vinculación con la orden no es siempre clara (Olvera, Ubrique, Antequera, Vélez-Málaga, Cártama, Ibros, Jimena, Chiclana, Aguilar, Cabra, Belmez, Villafranca de Córdoba y Fregenal de la Sierra que perteneció a Sevilla hasta el s. XIX, entre otros). e) La Divina Pastora y los Capuchinos. La nómina de las grandes advocaciones promovidas por las órdenes religiosas se cierra, ya en el siglo XVIII, con la advocación de la Divina Pastora. Su origen se vincula a la figura del capuchino fray Isidoro de Sevilla, quien el 24 de junio de 1703 experimenta en el convento hispalense de su orden la milagrosa aparición de la Virgen ataviada como pastora. Esta novedosa iconografía generó pronto la fundación de la hermandad de su advocación en la sevillana parroquia de Santa Marina, considerada como la matriz de las hermandades pastoreñas que a lo largo de la centuria y tras vencer ciertas reticencias iniciales se fueron extendiendo especialmente por los conventos de la orden a lo largo y ancho de la región andaluza. f) Otras advocaciones marianas. Mucho más reducida es la extensión alcanzada por otras devociones impulsadas por órdenes religiosas de presencia más minoritaria en el ámbito andaluz. Así en primer lugar por su importancia la Virgen de la Merced cuya Orden tuvo como objetivo fundacional la redención de cautivos cristianos, lo cual imprimió su particular sello a las hermandades y cofradías surgidas bajo su inspiración. Así desde finales del siglo XVI la Merced organizó su vida y espíritu secular en cofradías o hermandades de Esclavos, conocidas popularmente como “Esclavitudes”, distinguidas por el uso del escapulario y el matiz espiritual mercedario del amor a la Virgen María. De ahí que en los conventos andaluces fuese preceptiva la existencia de la Esclavitud de seglares de Nuestra Señora de la Merced, como por ejemplo en Sevilla, donde estuvo activa en la Casa Grande de la Orden – actual sede del Museo de Bellas Artes – desde mediados del siglo XVII hasta su extinción en el siglo XIX. No existe ningún santuario, bajo esta advocación en Andalucía salvo el de Jerez de la Frontera, patrona de la ciudad venerada en la iglesia conventual, hoy basílica, y el de Alcalá la Real sin conexión con la orden mercedaria. Por su parte los Mínimos difundieron la devoción a la Virgen de la Victoria, la cual tuvo su origen en Málaga durante el asedio a la ciudad musulmana por parte de Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 15-43

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los Reyes Católicos en 1487. Según la tradición recogida en las crónicas de la Orden, el rey Fernando vio en sueños a la imagen de la Virgen que había recibido como regalo del Emperador Maximiliano portando una palma en su mano derecha como símbolo de victoria. La coincidencia de esta visión con la llegada al campamento de varios religiosos mínimos para implantar su orden en España y el feliz éxito de la toma de la ciudad, hizo que la efigie fuese conocida bajo la advocación de la Victoria y se convirtiese en titular del cenobio de los Mínimos. La gran devoción que adquirió la imagen malagueña, protagonista de numerosas procesiones, rogativas y rosarios durante la Edad Moderna, acabó irradiando al resto de las casas de la Orden, que por lo general se pusieron bajo la advocación de Nuestra Señora de la Victoria. En todo caso esta devoción no ha dejado una huella significativa en Andalucía. Del mismo modo los agustinos propagaron el título de Nuestra Señora de Consolación y Correa, término este último alusivo a la castidad que María se impuso en su vida, por lo que en sus iglesias solían establecerse hermandades marianas de esta advocación, especialmente en cabezas de diócesis, como sucedió en el caso de Guadix, que contó con cofradía que aprobó sus constituciones en 1744. En otras ocasiones el clero regular optó por patrocinar determinadas advocaciones marianas que si bien eran en principio ajenas a las órdenes, éstas las hicieron suyas y apoyaron hasta equipararlas a la advocación oficial de la congregación en cuestión. Este fenómeno se dio especialmente en aquellas imágenes titulares de las antiguas ermitas que habían servido como primitiva sede fundacional del convento. Recordemos a este respecto que la instalación de las órdenes religiosas en las poblaciones seguía, grosso modo, el siguiente modus operandi: una vez obtenida la licencia de la autoridad eclesiástica y civil para fundar en una población, en respuesta a la llamada de algún noble, cabildo civil o por propia iniciativa, recibían para su establecimiento alguna ermita, que los religiosos se encargaban de engrandecer tanto en la fábrica de la propia ermita y convento como en la devoción a la imagen que allí tenía su residencia. Como consecuencia de este vínculo fundacional, algunas de estas imágenes, tras dura competencia con otros iconos apoyados por otras órdenes o grupos sociales poderosos, llegaron a convertirse en el referente religioso indiscutible de la población. Estas imágenes, que culminaban su ascendente trayectoria devocional con la declaración de su patronazgo sobre la población, eran objeto no sólo de expresiones rituales regladas en sus festividades anuales, sino también de otras muestras más esporádicas e irregulares, como las fiestas y procesiones de acción de gracias organizadas en función de acontecimientos extraordinarios como canonizaciones, victorias militares, natalicios y bodas reales, etc., o las rogativas encaminadas a pedir el auxilio de la Divinidad en coyunturas catastróficas como epidemias, sequías, inundaciones, etc., que ponen a prueba el poder taumatúrgico que se reconoce a muchas de las advocaciones marianas vinculadas a los conventos. En este sentido, podríamos evocar algunos casos representativos de esta absorción de advocaciones preexistentes por parte de las nuevas comunidades que utilizan esos antiguos santuarios como cabeza de puente para su establecimiento. Los franciscanos, tan extendidos por la región andaluza, nos han dejado algunos casos representativos: la onubense Virgen de la Rábida en Palos de la Frontera, imagen rodeada por la leyenda de su prodigioso hallazgo en el mar y su vinculación con la figura de Cristóbal Colón, y que a impulsos de la comunidad seráfica alcanzó gran resonancia comarcal durante Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 16-43

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la Edad Moderna; la Virgen de Loreto, titular de un convento franciscano observante en las cercanías de la población sevillana de Espartinas, que goza de amplia devoción en la comarca del Aljarafe; la Virgen de Aguas Santas, patrona de la también localidad sevillana de Villaverde del Río y que dio nombre al antiguo convento emplazado en las afueras del casco urbano y cuya fama de milagrosa motivó el que fuera llevada a la capital con ocasión de rogativas; o la Virgen de Caños Santos, devoción comarcal en Alcalá del Valle, Olvera y Cañete la Real, patrocinada por la Tercera Orden Regular de San Francisco a raíz de su establecimiento en la ermita de su nombre. Especial relevancia adquirió el caso de Nuestra Señora de los Remedios, Patrona de Antequera, venerada en el convento de los Terceros Franciscanos. La llegada de la imagen a la localidad está envuelta en la leyenda que atribuye la donación al apóstol Santiago, quien se apareció y la entregó en 1522 a fray Martín de las Cruces con estas palabras: “He aquí tu Remedio y el de Antequera”, respondiendo así a las súplicas de este último ante la preocupación de no contar la iglesia franciscana con efigie titular. La eficaz intervención atribuida a esta imagen mariana para la extinción de la peste atlántica de 1601 incrementó el fervor popular y consolidó su papel como protectora de la ciudad – de la que fue declarada como principal patrona desde el temprano año de 1546 – y máxima defensora ante los males que abatían por entonces a los antequeranos, como las sequías, contagios pestilentes, sucesos bélicos e incluso la recuperación de la salud del monarca. Los carmelitas también impulsaron eventualmente algunas de estas advocaciones marianas ajenas a su orden. Así en su convento de Córdoba, los Carmelitas Calzados, además de fomentar el culto a la titular de la orden a través de la pertinente hermandad, acogieron también a la cofradía de Nuestra Señora de la Cabeza, aprobada el 16 de octubre de 1557 y cuyos cofrades se trasladaban todos los años en peregrinación a Andújar en la última semana de abril para participar en la famosa romería. En la misma ciudad de la Mezquita, los carmelitas descalzos impulsan, además de la titular de la Orden, la devoción a Nuestra Señora del Socorro, que alcanzó bastante popularidad en la segunda mitad del siglo XVII. Más restrictivos en este sentido, los dominicos muestran en Almería el caso de la Virgen del Mar, cuya imagen según la tradición llegó por mar el 21 de diciembre de 1502 y que fue entronizada en el altar mayor de su convento, cuya comunidad estaba establecida en la ciudad desde 1491. Los muchos milagros atribuidos a esta imagen mantuvieron el fervor de los almerienses, hasta ser nombrada Patrona de la ciudad en 1739. Por su parte, los mercedarios dan ejemplo en Baza con el culto a su patrona la Virgen de la Piedad, que se inicia con el hallazgo milagroso de la imagen en 1490 al hacer los cimientos de una ermita. En 1522 el templo es donado a la orden de la Merced, por lo que los mercedarios se convirtieron a partir de su establecimiento en 1523 en los responsables de su culto, que conoció una progresiva expansión hasta alcanzar la primacía durante el siglo XVIII. Los trinitarios promocionaron desde finales del siglo XVII a la virgen de los Remedios en Ubrique; más modernamente se hicieron cargo de santuarios ya consolidados, como el de la Fuensanta, patrona de Villanueva del Arzobispo (1884) y del famoso de la Cabeza patrona de Andújar (1930) ambos en Jaén. En la misma línea, los mínimos fueron los responsables del éxito alcanzado en la localidad sevillana de Utrera por la imagen de Nuestra Señora de Consolación, que acabó alzándose como patrona de la población. A raíz del establecimiento de los Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 17-43

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religiosos de San Francisco de Paula en la antigua ermita de Consolación, el poder taumatúrgico de la imagen fue creciendo espectacularmente, hasta convertirse en la gran devoción del Reino de Sevilla durante los siglos XVII y XVIII en virtud de su célebre romería y feria, a la que concurrían numerosas hermandades filiales de la región que se congregaban en su grandioso templo atendido por una nutrida comunidad que se albergaba en un rico convento considerado como uno de los principales de la orden. De igual modo los agustinos difundieron la devoción a la virgen de Regla, de gran renombre en la costa gaditana desde tiempos medievales. Apuntaremos también que las órdenes monacales también aprovecharon devociones preexistentes a sus conventos. Así en la misma provincia de Sevilla los jerónimos fundaron en Carmona en la ermita de la Virgen de Gracia, haciéndose con el control de una imagen que alcanzó gran devoción en los siglos XVII y XVIII para convertirse en patrona de la ciudad y pasar a la Iglesia Mayor Prioral tras la desaparición del cenobio; lo mismo sucedió en Écija con su patrona la Virgen del Valle, imagen de remotos orígenes legendarios vinculados a la cristiandad visigoda y que fue titular del convento jerónimo ubicado extramuros, hasta que a raíz de la exclaustración fue trasladada a la Parroquia Mayor de Santa Cruz. En síntesis, podemos decir que la mayoría de las imágenes de mayor devoción en Andalucía, aparte de las titulares de las respectivas órdenes han sido “creación” de los mendicantes, como lo atestiguan entre otros los manuscritos de Joan Ledesma (1633)5, el más amplio corpus sobre santuarios marianos andaluces y el fray de Felipe de Santiago (1714)6.

La religiosidad pasionista y el asociacionismo religioso: hermandades y cofradías de penitencia.

Las hermandades y cofradías son instituciones canónicas de seglares surgidas con el propósito religioso de dar mayor realce y permanencia al culto de determinadas imágenes y a la expiación de culpas, y a la vez cumplir otras funciones sociales de carácter asistencial, defensa de grupos o etnias, así como de apoyo mutuo. Su variedad y diversidad, tanto en su estructura como en su composición y objetivos, ha sido tan diversa y cambiante que resulta difícil establecer unos denominadores comunes. Son características básicas a todas ellas el ser asociaciones de seglares, autorizadas por la autoridad ordinaria eclesiástica, que dan culto especial a una o varias imágenes titulares en altares y capillas parroquiales, iglesias conventuales, capillas y ermitas, tienen personalidad jurídica y por tanto poseen bienes muebles e inmuebles independientes de los eclesiásticos. Han constituido en todo tiempo, no exento de diferencias y desencuentros, un apoyo a la institución eclesiástica y a las órdenes religiosas a las que subvenían con recursos económicos como pago a los actos litúrgicos y donativos. Han formado, asimismo, parte del entramado de dominio y adoctrinamiento permanente de los fieles. 5 “Imágenes de María Santísima Ntra. Sra. en esta ciudad de Sevilla y su reinado y distrito de Andalucía y Extremadura, donde están estos santuarios y algunas noticias de Sevilla y de su santa Iglesia recogidas por Joan de Ledesma, escribano público de Sevilla. Año de 1633”. (Institución Colombina. Biblioteca Capitular y Colombina. Ms. 59-4-19). 6 “Libro en que se trata de la antigüedad del convento de Nª. Sª. de la Rávida y de las maravillas y prodigios de la virgen de los milagros recopilado por fray Felipe de Santiago, 1714”, editado por el ayuntamiento de Palos de la Frontera en 1990. Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 18-43

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A lo largo de la Edad Moderna las órdenes religiosas, en especial las mendicantes, se han distinguido por su protección e incluso promoción de las hermandades y cofradías de pasión, así como de sus expresiones penitenciales. Como señala Fernández Basurte, “las características propias de las órdenes religiosas, cercanas a los sentimientos populares tanto por sus actividades de carácter asistencial, como por las peculiaridades de su acciones pastorales, en concreto de su predicación, las sitúan en una posición muy cercana a las asociaciones pasionistas “. En esta línea hay que destacar la labor ejercida desde la Baja Edad Media por los franciscanos, quienes como custodios de los Santos Lugares se encargarán de difundir la devoción a la Santa Vera Cruz por todo el occidente cristiano. Esta semilla germinará en los conventos de la orden seráfica a través de la creación de las cofradías de la Santa Vera Cruz, que por lo general suelen ser las más antiguas en las poblaciones andaluzas. Dedicadas en principio al culto como fin primordial, se convierten en penitenciales en la transición del siglo XV al XVI y llegan a la época del barroco configuradas como cofradías de estricto sentido pasionista. La Edad Moderna recoge este componente penitencial heredado del Medievo y lo enriquece con diversos matices procedentes de la efervescente espiritualidad de la Contrarreforma, para dar lugar, desde el punto de vista de la tipología cofrade, a una rica variedad de hermandades y cofradías: gremiales, nobiliarias, de caridad, votivas, devocionales, congregaciones religiosas o espirituales, y corporaciones propiamente penitenciales, de las que se encuentran numerosos ejemplos en las poblaciones de Andalucía, al tiempo que cobran especial impulso la devoción al Santo Rosario, la Concepción de María, el culto a la Vera Cruz, Santísimo Sacramento y Ánimas del Purgatorio. El siglo XVII representa una época dorada para las cofradías, establecidas en parroquias, conventos y ermitas, que fueron forjando un tejido religioso en el que el seglar jugaba un importante papel. La principal proyección social de las cofradías, labor asistencial aparte, es realzar los días de fiesta por medio de solemnes funciones religiosas y sobre todo procesiones (sacramentales, penitenciales y vías sacras, marianas y rosarianas) y romerías con las que se jalonaban los días feriados. Como bien detecta Fernández Basurte, la mayoría de las cofradías de pasión surgen y se desarrollan en las iglesias conventuales, apoyadas y alentadas por el clero regular, mientras que en las parroquias el fenómeno se produce con mucha menor intensidad. En cada parroquia se perfila un sustrato básico de hermandades: las ya acostumbradas del Santísimo Sacramento, de la Virgen María y de las Ánimas del Purgatorio. No faltan otras en honor de santos y de Cristo, e incluso congregaciones espirituales, como las jesuíticas o la Escuela de Cristo. En cambio, en las iglesias conventuales se establecen claras asociaciones y vinculaciones entre determinadas advocaciones y órdenes religiosas concretas. Así, junto a la relación entre los franciscanos y la Vera Cruz, podría hablarse de la presencia de las hermandades del Santo Entierro y de Nuestra Señora de la Soledad en los conventos de agustinos, carmelitas y dominicos, no debiéndose tampoco olvidar la implicación del clero regular en el impulso de las hermandades dedicadas a la nueva devoción de Jesús Nazareno cargando con la cruz a cuestas, que cobra especial auge a partir del último tercio del siglo XVI para culminar en los lustros centrales de la siguiente centuria, aunque en el caso de la archidiócesis de Sevilla se registran todavía fundaciones cofrades de este título en el Setecientos, especialmente en ámbitos parroquiales. Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 19-43

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Para las órdenes religiosas la creación y desarrollo de estas corporaciones pasionistas supone una serie de beneficios que incitan a los frailes a la promoción y protección de estas asociaciones de fieles. En primer lugar, la importancia de estas agrupaciones penitenciales como cauce para la vivencia religiosa es aprovechada por las órdenes para extender e intensificar las prácticas religiosas. Así los cultos, las misas, las procesiones e incluso los propios entierros son momentos a los que solía concurrir un importante número de fieles, ocasiones que se aprovechaban por los predicadores para la difusión de la doctrina desde el púlpito. En segundo lugar, el fuerte atractivo devocional que poseen algunas imágenes genera un constante flujo de fieles a sus capillas, lo que determina una vida intensa en las iglesias conventuales. Este movimiento de cofrades y devotos beneficia a la comunidad conventual tanto en el plano espiritual como en el material, no sólo a través del incremento de limosnas, donativos, etc., sino también a través de la percepción de estipendios por la celebración de los actos de culto de la cofradía, participación corporativa en la procesión de Semana Santa, asistencia a los entierros de los hermanos y misas en sufragio del alma de los cofrades fallecidos. Tales contraprestaciones entre cofrades y clero regular quedan reguladas por escrito en los acuerdos a los que llegan las comunidades con las hermandades, de los que podrían citarse innumerables ejemplos, muy expresivos de estas estrechas relaciones entre cofradías y conventos. Y en un último plano, en el que se mezcla lo económico y lo espiritual, habría que referirse a las ventas a las cofradías, por parte de las comunidades conventuales, de terrenos destinados a la construcción de capillas y camarines para el culto de sus imágenes, lo que generaba un juego de intereses mutuos: los cofrades gozan de un espacio en el que desenvolver su vida corporativa con cierta autonomía, y los religiosos obtienen la garantía de que estos recintos se van a mantener siempre en condiciones óptimas para un culto constante, al garantizarse su cuidado, adorno y enriquecimiento gracias a las aportaciones de la propia cofradía y las donaciones de los fieles. En otros casos, esta expansión del número de cofradías desborda el marco del propio templo conventual, al instalar sus imágenes en otras capillas levantadas en los claustros, porterías y huertas conventuales. Los dominicos propiciaron la construcción, generalmente anexas o dentro de los conventos pero con entrada directa desde la calle, de capillas dedicadas a la virgen del Rosario, algunas de las cuales constituyen verdaderas joyas artísticas, casos de las de los conventos dominicos de Granada, Écija, Cabra o Palma del Río. Un rápido recorrido por las cofradías de algunas de las capitales andaluzas nos pone de manifiesto algunos ejemplos de estos lazos, que evidentemente están sujetos a múltiples variables y no pueden convertirse en absoluto en leyes, pero sí en indicios de esta simbiosis entre hermandades y conventos, especialmente visible en las corporaciones pasionistas. Comenzando por el antaño extenso Arzobispado de Sevilla, ocioso resulta señalar su larga trayectoria cofrade, que ha generado una voluminosa bibliografía que obviamente no podemos recoger aquí, lo que nos obliga a una apretada síntesis encaminada a poner de manifiesto el peso de las órdenes religiosas en la conformación de esta parcela de la religiosidad popular. La capital hispalense, conformada como se ha visto como ciudad conventual por antonomasia, ha sido siempre campo abonado para la proliferación de hermandades y cofradías de muy diversa naturaleza: cofradías sacramentales para honra, gloria y culto del Santísimo Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 20-43

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Sacramento, fundadas por lo general en el siglo XVI o algo después; cofradías marianas, puestas bajo las advocaciones de gloria de la Virgen; cofradías hospitalarias, dedicadas a la asistencia caritativa, que en algunos casos se transformarán en corporaciones penitenciales al llegar el siglo XVI; cofradías gremiales; cofradías asistenciales como las de la Misericordia y la Santa Caridad; y cofradías de las Ánimas Benditas, creación típica de la Contrarreforma, estrechamente asociadas a las sacramentales, hasta el punto de fusionarse ambas en determinados momentos de su historia. El Quinientos será el siglo de la aparición y expansión de las cofradías pasionistas, creando la simiente que fructificará en las múltiples manifestaciones de la religiosidad barroca, como la fundación de las hermandades de Jesús Nazareno, la explosión concepcionista y el auge de los rosarios públicos. Muchas de estas corporaciones muestran una estrecha relación con las órdenes religiosas en virtud de múltiples factores, entre los que resultan decisivos la implicación de los frailes en la fundación de las hermandades puestas bajo las advocaciones propias de cada orden y la acogida en sus templos de corporaciones de muy diversa naturaleza, especialmente pasionistas y de gloria. Así a guisa de ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivos, podríamos citar en Sevilla la relación de los franciscanos con la hermandad de la Vera Cruz (fundada en el siglo XV) y otras muchas corporaciones de diversa naturaleza establecidas en las múltiples capillas del convento casa grande de San Francisco y en la iglesia de su rama de los Terceros; la vinculación de los dominicos con la hermandad del Dulce Nombre de Jesús del convento de San Pablo, que como sus homónimas de otros lugares en que se constata su presencia a partir del último tercio del siglo XVI se dedicaba a combatir la blasfemia; los carmelitas impulsando las hermandades del Carmen esparcidas por la ciudad y acogiendo a la cofradía de la Soledad radicada en el convento casa grande de la orden; los mercedarios con las hermandades de la Merced; los agustinos con las hermandades de Nuestra Señora de la Consolación y Correa, y la promoción del culto al Santo Cristo de San Agustín, que constituyó la gran devoción de la Sevilla medieval y moderna; los trinitarios con la devoción a Jesús Cautivo; o los jesuitas con las congregaciones y asociaciones establecidas en sus templos. Este esquema puede fácilmente extrapolarse al extenso territorio diocesano hispalense de la Edad Moderna, integrado como se sabe por las actuales provincias de Sevilla, Huelva y parte de las de Cádiz y Málaga. El desarrollo de las hermandades y cofradías en la actual provincia de Huelva durante la Edad Moderna ha sido estudiado por Fernández Jurado, González Cruz y Lara Ródenas, autor este último que apunta “los tipos de hermandades dependieron en todo momento de la red de establecimientos eclesiásticos ofrecida previamente por las distintas poblaciones onubenses y, en particular, de la existencia o no de conventos. No sólo resulta evidente que las cofradías fueron más numerosas en la mitad meridional de la actual provincia de Huelva que en la septentrional (por la acumulación en ella de las comunidades religiosas), sino que, por propia definición, las zonas carentes de conventos también se vieron desposeídas de hermandades terceras, que funcionaron como verdaderos brazos o extensiones seculares de las órdenes religiosas y fueron tradicionalmente las más pobladas de miembros y las de actividad más ambiciosa” (Lara Ródenas, 1995: 113 – 114). Las poblaciones onubenses, repiten la misma tipología cofrade de la vecina Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 21-43

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provincia de Sevilla, compuesta por las hermandades del Santísimo Sacramento, Ánimas, Jesús Nazareno, Veracruz, Santo Entierro, Caridad o Misericordia, Rosario, Concepción, alguna patronal y, andando el tiempo, la de los Dolores, a las que se añade una hermandad de clérigos puesta bajo la advocación de San Pedro. En la cercana diócesis gaditana también las hermandades y cofradías constituían la forma básica de organización de los fieles. Las cofradías de penitencia aparecen suficientemente documentadas en Cádiz en el siglo XVI, como es el caso de las de la Vera Cruz establecida en el convento de San Francisco, y Jesús Nazareno, que acabará residiendo en el de las monjas de Santa María. Ya en la siguiente centuria surgen las de la Piedad, Ecce Homo, Cristo de la Humildad y Paciencia, Columna, Salud, y Descendimiento. Como señala Antón Solé para el Seiscientos, “la proliferación de cofradías, tanto penitenciales como de otro tipo en general durante este siglo, fue paralela a la introducción y aumento en Cádiz de las órdenes religiosas: agustinos, dominicos, hermanos de San Juan de Dios, capuchinos, franciscanos descalzos, mercedarios, concepcionistas descalzas, los oratorianos de San Felipe Neri propiciaron la creación de otras asociaciones de seglares, a las que vinieron a sumarse los quince rosarios públicos fundados por el capuchino Fray Pablo de Cádiz” (Solé, 2000:49). En el Setecientos el número de cofradías se incrementará con otras nuevas, hasta el punto de estimarse que en 1799 en la ciudad de Cádiz las confraternidades en general ascendían a 53, de las que 12 ó 13 eran de penitencia, incluyendo a la Orden Tercera de los Servitas de Nuestra Señora de los Dolores. La diócesis de Córdoba ofrece igualmente un destacado influjo de las órdenes religiosas sobre el desarrollo cofrade, como ha estudiado Aranda Doncel (1990). Por ello aquí también se da la asociación entre el franciscanismo y la extensión de las cofradías de la Vera Cruz, que gestadas en los núcleos urbanos importantes se expandirían a otros de menor entidad en la primera mitad del Quinientos, como Córdoba, Cabra, Fuenteovejuna o Aguilar de la Frontera, para pasar en la segunda mitad a Priego, Baena, Montoro, Palma del Río, Posadas, Almodóvar del Río, Puente Genil, Guadalcázar, Rute o Santaella. A partir de la segunda mitad del siglo XVI y a lo largo del XVII las cofradías de Jesús Nazareno, las últimas en nacer, despiertan un intenso fervor, al incluir nuevos aspectos penitenciales, como el ir el cofrade descalzo en la procesión del Viernes Santo. Esta nueva devoción se extiende especialmente por las comarcas cordobesas de la Campiña y la Subbética. Las órdenes religiosas no fueron ajenas a tan novedosa propuesta cofrade, por lo que acogieron en sus templos estas nuevas hermandades, como es el caso de los franciscanos en Baena y Priego (donde se fundó la hermandad del Nazareno en 1593 en la iglesia de San Francisco), los agustinos en Montilla y los dominicos en Lucena. En el vecino Reino de Jaén las viejas cofradías medievales nacidas para la defensa del territorio y las gremiales dieron paso a partir de mediados del siglo XVI a las nuevas cofradías dedicadas a conmemorar la Pasión del Señor y los Dolores de la Virgen, impulsadas “tanto por el ambiente de Contrarreforma como por el apoyo fundamentalmente de dos órdenes religiosas: franciscanos y dominicos”. Así la primera cofradía de penitencia que se funda en Jaén es la de la Vera Cruz (1541) bajo el impulso de los franciscanos y establecida en el convento de la orden seráfica. Esta devoción fue difundida por los frailes franciscanos allí donde tenían conventos, por lo Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 22-43

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que no tardó en extenderse por la zona. Por su parte los dominicos promovieron otra cofradía, extendida por las ciudades del reino de Jaén, como fue la de las Angustias y Cinco Llagas, a partir de la hermandad de la capital, fundada en 1551. Y en 1556 se funda la cofradía de la Soledad, establecida en el convento carmelita de Nuestra Señora de la Coronada, extramuros de Jaén. A fines de la centuria se funda la cofradía de los Nazarenos, la de Nuestro Padre Jesús y ya en el siglo XVII, en 1616, la de los Esclavos del Santísimo Sacramento y Cena. Pasando ya al antiguo Reino de Granada y comenzando por Málaga, la relación entre conventos y cofradías se fija desde fechas tempranas. Así una de las primeras cofradías penitenciales de las que se tiene constancia documental es la de la Vera Cruz, nacida en el convento franciscano de San Luís a caballo de los siglos XV y XVI. Por su parte, en la casa de los dominicos surge en el Quinientos la cofradía de la Soledad, que llegaría a ser una de las más importantes de la ciudad. Y en el último cuarto de la misma centuria se funda en el convento de los agustinos la hermandad de Nuestra Señora de las Angustias, que se ha de convertir en una de las señeras del panorama cofrade local de la última parte del Quinientos y de todo el siglo XVII. Este círculo de relaciones entre conventos y cofradías se cierra con la creación en torno a 1584 de la hermandad de Jesús Nazareno o de los Nazarenos de la Santa Resurrección en el convento de San Andrés, de los carmelitas descalzos. Esta secuencia indica, al decir de Fernández Basurte, que las cofradías “más populares y de mayor importancia entre las de una misma localidad por el carácter de sus manifestaciones externas, su patrimonio, etc., están auspiciadas y potenciadas por diferentes comunidades de religiosos” (Fernández Basurte, 1998: 162). En la vecina diócesis de Granada se desarrolla a lo largo de la Edad Moderna un importante florecimiento de hermandades y cofradías al calor de la implantación de las órdenes religiosas. En el siglo XVI, junto a las hermandades de tipo religioso – benéfico, de raigambre medieval, se constatan en los inicios de la Granada moderna numerosas cofradías sacramentales, marianas y en general devocionales. En la ciudad de la Alhambra los mendicantes albergaron a lo largo de los siglos XVII y XVIII a la mayor parte de las cofradías conventuales. Como señala López – Guadalupe Muñoz, “la labor de impulso del fenómeno cofrade no puede entenderse sin la aportación de las órdenes religiosas, cada una fomentando sus devociones particulares”, a veces en detrimento o en competencia con las actividades parroquiales. Si en el siglo XVI se habían fundado más de sesenta cofradías, en el XVII las nuevamente fundadas ascenderán al doble. El mismo autor distingue dos etapas de máxima intensidad fundacional: las dos primeras décadas del siglo, “con copiosas fundaciones de esclavitudes, cofradías marianas y algunas de ánimas”, y las dos décadas finales, que tras el fervor levantado por la epidemia de peste de 1679 propició la aparición de numerosas hermandades devocionales de Cristo y de María, congregaciones rosarianas y el definitivo despegue de las cofradías de ánimas. Si antes dominaron las cofradías gremiales, sacramentales y de penitencia, el Seiscientos conoce la floración de un elenco enorme de fines y advocaciones. A la cabeza de la piedad popular de esta centuria va el marianismo: surgen por doquier cofradías del Rosario, que se manifiestan en cultos externos de rosarios diurnos, vespertinos, nocturnos y de la aurora, sobre todo en la segunda mitad del siglo. Igualmente adquiere gran importancia el culto inmaculista, a través de la polémica y los votos Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 23-43

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de las cofradías y los ayuntamientos. Y se afirman diversas advocaciones marianas que se consideraban patronas en sus respectivas ciudades: la Victoria en Málaga, las Angustias en Granada, la Piedad en Baza, etc., sin poder olvidar tampoco el abanico de devociones que trajeron los repobladores del reino de Granada durante los siglos XVI y XVII, estudiadas por Sánchez Ramos y entre las que el culto a la Virgen del Rosario ocupó un destacado lugar. El esquema expuesto se reproduce en la cercana diócesis de Guadix, donde “el peso de la Iglesia en la ciudad, y el asentamiento de determinadas órdenes religiosas de regulares, son elementos fundamentales para que las cofradías de penitencia alcanzaran un evidente desarrollo a lo largo de la Edad Moderna”, las cuales se establecieron especialmente en los conventos de Santo Domingo (Santa Cruz, Entierro de Cristo, Dulce Nombre de Jesús, San Juan Evangelista y Nuestra Señora de la Soledad) y San Francisco (Santa Vera Cruz, Oración en el Huerto, Cristo a la Columna, Cristo de la Humildad y Nuestra Señora del Carmen). Aunque en la diócesis de Almería la implantación del clero regular fue sensiblemente más reducida, la expansión del movimiento cofrade siguió las líneas generales apuntadas para el Reino de Granada, repitiendo la tipología de hermandades y el elenco de advocaciones. Por último habría que referirse al fomento de las órdenes terceras, es decir, aquellas agrupaciones de laicos vinculados a una orden religiosa que adoptan, desde su condición de seglares, el espíritu de una orden. La orden tercera constituye una fórmula para vivir la espiritualidad de la orden, beneficiándose de sus gracias y privilegios espirituales, pero sin abandonar el mundo. Constituía una vía de perfección espiritual en la que el individuo, hombre o mujer, sin dejar su estado, participaba de una vida austera y penitente –incluso con el uso del hábito o al menos del escapulario– en los valores de la orden en cuestión a través de una serie de normas de vida y actividades de culto minuciosamente reguladas en las Reglas por las que se regían. La mayoría de las órdenes religiosas pretendían la captación de fieles a través de la oferta de su orden tercera. En Andalucía alcanzó especial importancia la orden franciscana, siendo habitual que en cada convento seráfico estuviese erigida la Venerable Orden Tercera, la cual contaba con capilla propia donde realizar los ejercicios y actividades propios de su instituto, especialmente el culto al Santísimo Sacramento. Las reglas y privilegios fueron codificados en compendios impresos como el de Fray Juan Lasso de la Vega (1734), muy ilustrativo de la naturaleza y características de estas instituciones de tanto peso en la espiritualidad de la Andalucía barroca. Con Carlos III las cofradías y sus manifestaciones públicas –romerías, disciplinantes, rosarios de la aurora –, fueron prohibidas unas y reguladas y sometidas a la autoridad del Consejo de Castilla las que pervivieron. La situación se hará más crítica en la primera mitad del siglo XIX con las varias desamortizaciones, lo que supondrá en muchos casos su ruina y desaparición. De esta situación se sobrepondrán parcialmente en el siglo XIX, alcanzando en la segunda mitad del XX y lo que va del XXI una de las época de mayor esplendor nunca antes vivido.

Conclusiones

Las órdenes mendicantes recién fundadas en el siglo XIII experimentaron una gran expansión en el sur peninsular tras la conquista cristiana de los reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla y posteriormente el de Granada a finales del siglo XV. Su crecimiento Congreso Internacional: Materiales para un Diccionario 2012, XVIII, 24-43

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fue tan exponencial que varias de estas órdenes crearon dos provincias distintas en el territorio que actualmente constituye Andalucía. A la riqueza de la región se unió la necesidad de cristianizar a la población musulmana, preocupación que llevó a los Reyes Católicos a planificar la evangelización del reino de Granada sobre la base de las órdenes más numerosas, mejor organizadas y reformadas. Las órdenes mendicantes crecerán por su propia iniciativa y con el apoyo de la corona, la nobleza y las élites ciudadanas, llegando a establecerse en todas las ciudades grandes y pequeñas de Andalucía. A partir de las casas conventuales urbanas influirán sobre el conjunto del territorio e irán conformando la religiosidad de los andaluces en su triple vertiente de creencias, rituales e instituciones, frente a una iglesia jerárquica poco activa y subvencionada. Por todo ello, puede afirmarse que la religiosidad propugnada por las órdenes mendicantes, dio forma y contenidos a la religión común de los andaluces de hoy.

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