LA RELIGIÓN ILUSTRADA

July 21, 2017 | Autor: J. Santiago Sánchez | Categoría: Religion, Education
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Descripción

La religión ilustrada.

Breve apunte sobre el papel del judeocristianismo en la educación y
sociedad actuales.



José A. Santiago Sánchez.

Doctor en Filosofía por la Universidad
Complutense de Madrid

[email protected]



Resumen: Este breve texto pretende discernir entre el «laicismo», que
convierte a la religión en una mera creencia, y otro tipo de
aconfesionalismo que la concibe como un hecho cultural de primera magnitud,
la cual no puede situarse fuera del ámbito educativo

Palabras clave: religión, educación, lacicismo, aconfesionalismo.



Abstract. This text aims of discerning between "secular" -which put the
religion forward a private realm- and "a-confessional", a school of thought
that conceives religion as one of the most important cultural facts. That
is the reason why religion cannot be excluded from schools.

Key-words. Religion, education, secularism, a-confessional.

















1.-



Yo me llamo José. Ella se llama María. Si la religión cristiana no
tuviera lugar en la sociedad, la mayoría de nosotros nos llamaríamos de
otra manera.

Si la religión fuera expulsada de las aulas, como quieren tantas y
tantas plataformas que abogan «por una enseñanza laica», quedaría expulsada
de la asignatura de Biología el origen mismo de la genética, fundada como
se sabe, por el monje agustino Gregor Johan Mendel (1822-1884). El gran
científico y filósofo Roger Bacon (1214-1294) no podría estudiarse, pues
fue monje, así como también lo fue Copérnico, condenado, como se sabe por
parte de la Iglesia debido a la definitiva instauración del sistema
heliocéntrico por su parte.

Tampoco tendría lugar en las aulas la figura del padre jesuita G. G.
Saccheri (1667-1733), precursor de las grandes revoluciones representadas
por las geometrías no euclidianas. O la filosofía de Tomás de Aquino y
Agustín de Hipona. Pese a todo, el pensamiento panteísta de Spinoza o de
Xavier Zubiri, el cual decía «ver a Dios en todas las cosas» sí podría
enseñarse, pues ninguno de ellos profesó la vida religiosa.

Si la religión fuera eliminada de la enseñanza, la asignatura de
música se vería privada de la inmensa parte de la obra de Bach, las grandes
misas de Beethoven o Mozart, así como el papel íntegro del más renombrado
compositor español de la historia de la música, Tomás Luis de Vitoria (1540-
1611) quedarían abolidas. En literatura, las figuras de Teresa de Ávila, el
arcipreste de Hita, fray Luis de León o Juan de la Cruz no podrían
estudiarse. De hecho, en un libro ya clásico, Dámaso Alonso afirma «desde
esta ladera», que este último es «el mejor de los poetas de lengua
hispánica".[1] Y lo dice «desde esta ladera», es decir, con criterio
profano, técnico, poético, conceptual, no religioso o místico. Es por lo
que, aunque es innegable que en el propio poeta y en todos los demás
nombres que hemos mencionado, el componente religioso es en gran medida
inseparable de su tareas intelectuales o artísticas, ambas perspectivas
pueden separarse a la hora de estudiarlos.

Por no hablar de la asignatura de Historia: gran parte de las
estrategias políticas que han modificado el mapa de Europa durante siglos,
así como innumerables y determinantes guerras que han asolado Europa
durante siglos han tenido un carácter religioso, cuando no han sido
directamente protagonizadas por el Papado. En la asignatura de Arte, la
casi práctica totalidad de los monumentos, edificios, obras pictóricas de
los siglos V a XVIII quedarían fueran de las escuelas primarias o
secundarias. De hecho, estilos artísticos como el gótico o el barroco
estarían prácticamente eliminados de los programas de estudio.

Si la religión desapareciera de la enseñanza y, por ende, de la
sociedad, habría que modificar los calendarios que planifican los
trimestres en función de las fiestas de Navidad o Semana Santa. Eso sin
contar las fiestas patronales, todas ellas celebradas bajo el nombre de
santos o santas, por lo cual desaparecerían, todo sea dicho, la mayoría de
los deseados «puentes».

De hecho, el origen de lo que en gran medida, han sido los grandes
servicios sociales del llamado «Estado del bienestar» han tenido un origen
eclesiástico, cuando no están directamente basados en su mayor parte a
partir de virtudes tan eminentemente cristianas como la caridad. Los
hospitales, por ejemplo, deben en gran medida su existencia a las
instituciones religiosas que practicaban la ayuda a los necesitados.[2] El
espíritu del sistema público de pensiones, por ejemplo, se encuentra muy
vinculado a los llamados Montes de Piedad. Originados en el norte Italia
durante el s. XV. Los Montes de Piedad, antecedentes en parte del sistema
bancario contemporáneo, surgieron también –al igual que los hospitales-
como entidades benéficas, precisamente para combatir la usura.[3] Dichas
entidades concedían empréstitos a los necesitados sin interés alguno. Se
trata de un espíritu al que, todo sea dicho, no podría adscribirse hoy día
la Banca actual, heredera de aquellas.

Lo cierto es que la institución de la Iglesia en Occidente ha
desempeñado durante siglos el lugar de reunión social para toda población
civil. No existe pueblo o localidad sin el templo en el que, a través del
culto, la sociedad fortalecía sus lazos y se cohesionaba como un todo. Se
trata de un evidente hecho antropológico que se constata en todas las
culturas, así como en la situación central que, junto a la fuente, ocupan
hoy día las iglesias en toda urbe española y europea, sea esta del tamaño
que sea. Esto es solo un ejemplo, no solo del absurdo, sino de la
imposibilidad material misma de suprimir el papel que la religión ha tenido
y tiene en todas las sociedades sin excepción. Por ello, y al contrario de
la actitud que las numerosas plataformas pro-laicistas sostienen, no se
trata de vindicar dicho papel, sino de mostrar la inviabilidad misma toda
propuesta que pretenda separar la religión de la educación, y asimismo, de
la sociedad civil. Podría decirse que la religión en general, y la Iglesia
en particular, por ejemplo, a través de la Inquisición, han sido
protagonistas de latrocinios, asesinatos o masacres. Pero también grandes
monarcas o movimientos como el nazismo lo han hecho y eso no los priva de
formar parte de los libros de historia.

Resulta innegable que hoy día la Iglesia, además de constituir la
institución más importante y longeva de la historia de la Humanidad, ejerce
un papel decisivo en la llamada hoy día «cooperación para el desarrollo».
Se trata de la más importante y activa ONG durante siglos. Sin embargo,
esta misma institución, a través de sus participantes, es incapaz de dar a
conocer el uso de condón para prevenir muertes por SIDA en algunos países
de África. En el documental La pesadilla de Darwin (Hubert Sauper, 2004)[4]
se muestra como en los alrededores del lago Victoria (que baña los países
de Uganda, Tanzania y Kenia), el índice de muertos por el Síndrome de
Inmunodeficiencia Adquirida se cobra la vida de 2,5 individuos cada mes,
debido al contagio que las prostitutas adquirieron por parte de los
europeos que acuden a explotar los recursos del lago y que posteriormente,
propagan a través de los varones nativos, los cuales viven sumidos en la
más absoluta ignorancia respecto a dicha enfermedad, por lo que desconocen
cualquier modo de profilaxis a la hora de mantener relaciones sexuales. Los
misioneros que se afanan en su cuidado les niegan, sin embargo, los
preservativos que al menos podrían salvar sus vidas, a falta de una
correcta y necesaria educación sexual que para los religiosos constituye un
pecado enseñar. Por ello y a pesar de las justificaciones de la Iglesia
oficial,[5] no es difícil ver en dicha omisión una complicidad tácita de
dichas muertes. Y sin embargo, se trata de la misma institución, la
Iglesia, que siglos antes colaboró decisivamente en la propagación del
español en América hasta convertir a la lengua de Cervantes en una de las
más importantes del Globo. Pero la historia misma está llena de estas
paradojas.










2.-




José Ferrater Mora señala que solo puede hablarse de la Historia (en
tanto conciencia histórica) bajo las coordenadas cristianas, o más
concretamente hebraicas.[6] En otras culturas, si bien puede hablarse de
una realidad desarrollada históricamente, esta existe solo en tanto
reducido a alguna realidad no histórica. Así sucedería en civilizaciones
como la china o la india. Así, para la cosmovisión judeo-cristiana, lo
histórico no resulta algo dado «en» algo atemporal, sino que es histórico
en sí mismo. Para san Agustín, por ejemplo, los acontecimientos de la
Creación, la Caída y la Redención se sitúan como los acontecimientos de lo
que Jaspers hubo llamado el «tiempo-eje». De este modo, la idea de
progreso, una de las claves para entender la Ilustración y en general la
civilización occidental, se incluye dentro de una concepción eminentemente
lineal del tiempo, propia del cosmos judeocristiano.

De hecho, el proyecto ilustrado se ha desvelado en los últimos años
dentro de unas coordenadas que tienen que ver más con la Ciudad de Dios
agustiniana que con un paradigma propiamente secular. Y ello, justamente
porque resulta en el «siglo» necesariamente hereditario de la visión
teocéntrica medieval que, no en vano, ocupó un milenio de la Historia
Universal y que tradicionalmente ha sido barrido del panorama universal en
tanto Edad Oscura.

La razón ilustrada, se atiene al racionalismo del siglo XVII, cuya
concepción de la razón se encuentra esencialmente fundada en la existencia
misma de Dios. Así sucede, con todas sus meritorias modulaciones, en
Spinoza o Leibniz, así como en Descartes. De hecho, la célebre fórmula
según la cual el sujeto moderno nace con el Cogito cartesiano puede
parafrasearse dentro de otra no menos célebre sentencia crística: «Yo soy
el camino la verdad y la vida»[7]. Se trata igualmente de concebir al ego
como método para lograr la verdad. Y ello en un sujeto trascendental que lo
es por en tanto Hijo de Dios. De hecho, la conocida transición del
teocentrismo al antropocentrismo con la que parece ofrecérsenos
tradicionalmente la clave del paso de la Edad Media a la Edad Moderna
resulta poco menos que cuestionable, pues dicho antropocentrismo ya resulta
establecido desde un sujeto creado a imagen y semejanza de Dios y situado,
por tanto, en el centro de dicha creación.

Del mismo modo que en san Agustín el mundo judeocristiano se concibe
como un todo, solo desde su historicidad, pues «la realidad creada es
histórica solo porque es a la vez teológica».[8] Del mismo modo, para la
Ilustración la historia no tiene que ser solo total, sino que, además,
poseer un sentido, un plan de desarrollo. En la búsqueda por el sentido de
la historia, Agustín ve que ésta «no puede explicarse por algo ajeno a
ella, pues en tal caso se desvanecería su realidad. Por el otro, no puede
explicarse por sí misma, pues en tal caso carecería de sentido buscarle un
fin».[9] Habrá que figurar algo que la trascienda y que sea capaz de
mantener su presencia y su prestancia.
De allí, que la razón de ser de la historia es cimentada en la
divinidad, la cual «sabe qué debe procurar en cada momento, que añadir,
quitar, sustraer, transmitir o limitar»; lo cual será necesario para ver a
la misma en tanto totalidad. Por ello, Agustín propondrá dos tareas: una
será teologizar la historia, o sea, ver lo histórico desde la teología;
otra será «historizar» la teología, en donde la realidad misma es histórica
porque es teológica. Justo lo que hace la ilustración desde una razón
autónoma que solo tras la postmodernidad se ha diagnosticado como razón
totalitaria.
Y lo es porque, al igual que ocurría en san Agustín respecto a Dios,
existe la necesidad ilustrada de determinar racionalmente la realidad, así
como la técnica ha de gobernar la naturaleza. Para que la razón pueda
gobernar es preciso robar un espacio a la historia, un papel en blanco en
el que sea posible dictar leyes, en el que sea posible el Estado de
Derecho. Si ciertas realidades pueden considerarse racionales es porque
precisamente no han sido conformadas o producidas por el curso de las
cosas, sino decididas, convencidas o educadas desde un lugar a salvo de
ellas: este lugar, en la perspectiva del siglo se sitúa en Dios, mientras
que en la Ilustración es la Razón misma. He aquí la diferencia esencial con
el racionalismo del siglo XVII: la razón ilustrada autónoma y secularizada,
se desvía para muchos, como Gustavo Bueno, de la analogía respecto a la
razón divina, como sucedería según el modo platónico, y comienza a
decantarse por una razón, diríamos, más «mundana», aunque heredera, como
hemos señalado, de aquella.[10] De hecho, el sujeto que los Derechos
Humanos universales propuesto tras la Revolución ilustrada francesa no se
encuentra ajeno al sujeto creado a imagen y semejanza de Dios. La idea de
Hombre en tanto in-dividuo concebido como un sujeto dotado a priori y
esencialmente de una serie de derechos y dignidades inalienables (esto es,
«sagradas», a partir de fundamentos transhistóricos) se adapta como traje a
medida respecto la única concepción similar de sujeto universal construida
en Occidente: la «persona humana», distinta por ello mismo, de la
trinitaria Persona Divina. Así aparece en la conocida representación de la
Declaración Universal de los Derechos del Hombres y del Ciudadano aprobada
por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789. En
ella, la tabla de los derechos aparece «nimbada» del triángulo con el ojo
divino acompañado a cada lado de dos figuras simbólicas, una más
mitológicamente grecolatina, y otra más angélicamente cristiana dotada de
alas.

Es por ello que el Papa Pio VI condena dicha Declaración en 1791: solo
la Iglesia como poder de Dios en la tierra puede proclamar urbi et orbi
(aunque solo se dirigiera, en principio aux representants du peuple
françois) tamaña Ley, la cual aparece como la legislación misma de la
Civitas Dei agustiniana cumplida en la intrahistoria humana. Algo en
principio solo propio de las élites divinas, no de hombres.




3.-



Se entiende por «laicismo», la autonomía de la esfera civil y política
respecto de la esfera religiosa y eclesiástica.[11] La etimología misma de
la palabra «laico» (del griego laikóç, «proveniente del pueblo», a su vez
de la raíz láoç, «pueblo») hace referencia ya a una categoría prístinamente
religiosa. En efecto, en las comunidades clericales (del griego klhrw'n,
«el elegido») los laicos eran aquellos miembros profanos que, por falta de
capacidad o de alcurnia, ocupaban cargos menos dignos (hoy diríamos de
«intendencia») dentro de la ecclesía, es decir, de la comunidad.

La dicha autonomía de la esfera pública o popular de la esfera
religiosa ha sido siempre, pese a lo que pueda parece a oídos «profanos» es
un valor adquirido y reconocido por la Iglesia. Así lo señala la Nota
Doctrinal, de 24.11.2002, de la Congregación para la Doctrina de la Fe la
cual reconoce que el laicismo «pertenece al patrimonio de civilización
alcanzado».

Ya Pío XII hablaba de la «sana laicidad del Estado». El Estado,
podemos decir, es entitativamente laico, en cuanto, por exigencia de su
propia naturaleza, la res pública no es sujeto posible de acto religioso
alguno, es incompetente en cuestiones formalmente religiosas. Pero lo es
justamente por cuanto, también por eso, el Estado es «lego» (de la misma
raíz: láoç) que ni entiende de, ni está, por lo mismo, legitimado para
entender en asuntos doctrinales, institucionales, etc. de la ecclesía
clerical. Lo que incumbe por tanto al Estado es garantizar la libertad
religiosa, entendida esta, (y esto significa un punto decisivo) en tanto
libertad «de conciencia».

Hasta tal punto es esto así que, en efecto, la laicidad ha de
entenderse ante todo como condición y garantía del efectivo ejercicio de la
libertad religiosa por parte de todos los ciudadanos en pie de igualdad.
Para asegurar esta igualdad, la laicidad, que solo se da respeto de la
pluralidad de opciones ante lo religioso, se traduce necesariamente en
neutralidad. La religión, por tanto, se reduce a la esfera de la
privacidad. Así, el laicismo reduce la religión a creencia individual, pues
el individuo lego es incapaz de ser persona en la ecclesía. Se observa de
este modo, como el laicismo se convierte en un modo por el cual no es el
Estado el que se desentiende de la religión, sino por su propia etimología,
más bien al revés: el modo por el que la Iglesia ignora al pueblo ignaro en
cuestiones seculares. De este modo, la neutralidad laica sería ya
propiamente y por definición, eclesial.

Pero frente a la posición, bienvenida por la Iglesia como hemos visto,
que reserva la religión al creyente interno más que al practicante externo,
existe la idea de religión instaurada de facto en la sociedad civil de la
que hemos hablado en un principio. De este modo, frente a lo laico se
establece la alternativa de lo aconfesional, entendido este no desde la
tolerancia pasiva o la neutralidad, sino, bien al contrario, desde una idea
de religión esencialmente protagonista, para bien o para mal, de la
sociedad civil, por lo que el Estado no debe -ni de hecho puede de ningún
modo- desentenderse de los asuntos clericales, debido a la influencia que
estos han tenido y tienen de un modo indefectible. La religión resulta,
desde esta óptica, una característica esencial de las distintas
civilizaciones a lo largo de la Historia. Su valor antropológico resulta
innegable y su enseñanza, por tanto, tan necesaria como la de las
matemáticas, la biología o la física, cuando no se encuentra, como hemos
dicho, intrínsecamente dada en muchas de ellas.

Llevando a buen puerto la feliz distinción orteguiana entre ideas y
creencias, se comprueba como el humus laicista domina mayoritariamente en
las sociedades occidentales, convirtiendo la religión en una mera
«tenencia» subjetiva y consciente, y no en un hecho en el que «se está». El
problema es que esta tesis, aplicada en gran medida a religiones distintas
de la cristiana, como es el caso del islam, se sitúa en la base
justificadora de posturas que defienden el uso del velo por parte de
ciertas alumnas musulmanas, así como la negación de realizar ciertas
actividades físicas en la escuela, apelando a la justificación interna e
hipostasiada de una conciencia religiosa que se lo prohíbe. Del mismo modo,
es frecuente apelar a valores ilustrados como el de la libertad, ya
mencionado más arriba. De este modo, un individuo perteneciente a la secta
llamada de los Testigos de Jehová, apelando a su libre conciencia, podría
legitimar, por ejemplo, la libre y consentida prohibición de realzar
transfusiones de sangre en el caso de un accidente grave. Pero siguiendo la
misma base argumental, si esa libertad fuera incluso ejercida por la suma
de la mayoría de los padres del AMPA de un colegio o instituto de enseñanza
secundaria (todos ellos públicos, se entiende) ello podría realizarse a un
nivel más general. Del mismo modo, la festividad de Moros y Cristianos se
viene descafeinando en Alicante, llegando incluso a alterar sumisamente la
historia y escenificando una paz entre iguales, cristianos y moros, sin
vencedores o vencidos, todo ello para no herir la sensibilidad de estos
últimos.
Tampoco parece resultar ya escandaloso llegar a censurar una escena de
la ópera Idomeneo de Mozart, representada en 2006 en la cual el rey de
Creta presenta las cabezas decapitadas de Jesús, Buda y el dios griego
Poseidón.[12] Asimismo, no sería extraño poner en duda la explicación de
las teorías evolucionistas o de la teoría del Big-Bang[13] en el seno del
propio sistema educativo aduciendo la posibilidad de «herir la
sensibilidad» individual de alumnos u oyentes. Desde la década de 1920 se
prohibió en varios estados la enseñanza de la teoría de la evolución de las
especies, y a partir de 1960 surgió una nueva ofensiva clerical contra la
teoría de la evolución, que dio lugar a varios episodios. Uno fue el juicio
del juez William Overton sobre la constitucionalidad de una ley que
pretendía dar igual tiempo en las escuelas a la enseñanza de la visión
creacionista, primer caso en que la cuestión de cientificidad de una teoría
era sometida a una decisión judicial.[14] Todo ello, como es natural, choca
directamente con las competencias del Estado.
Sin embargo -y este un argumento felizmente repetido cada vez con más
frecuencia- nadie consentiría en apelar a sus creencias para obstaculizar
la enseñanza del nazismo en un centro de enseñanza secundaria, apelando a
la justificación moral de la mayor catástrofe del siglo XX. Se trataría
incluso de lo contrario: de hacer memoria. Del mismo modo, ¿por qué hacerlo
con la religión? ¿No sería acaso su enseñanza el fundamento mismo para su
posterior crítica desde posiciones ateas o anticonfesionales, asimismo como
lo sería para valorar sus méritos morales por parte de ciertas posturas
confesionales?. ¿No es preciso acaso conocer al diablo para combatirlo, sea
este ángel caído o revolucionario inmortal? El gran director español Luis
Buñuel solía decir: «ateo soy, gracias a Dios». Y en el siglo II antes de
Cristo (y no antes del paso del Rubicón o de la toma de Constantinopla) el
comediógrafo Terencio dijo: Homo sum et nihil humanum a me alienum puto.
«Humano soy y nada de lo humano me es ajeno». Esa debería ser, en gran
medida, una de las consignas de toda educación. Pues la religión puede y
debe entenderse sobre todo igualmente desde posturas confesionales y
aconfesionales, como un asunto humano.

Del mismo modo que la religión ha formado parte ab ovo de la culturas
humanas, también lo han hecho los oráculos. Octavio Paz solía decir que
desde que el hombre es hombre, este siempre ha consultado a los astros. Los
helenistas de las más variadas orientaciones han puesto de manifiesto la
importancia cultural y social que el oráculo de Delfos poseía para la
Hélade en tiempos de Sócrates. ¿Significa eso que las astrología o las más
variadas «mancias» (del griego manteía, adivinación, así la: nigromancia,
quiromacia, onicomancia, oseomancia, cartomancia o tarot…etc.) han de estar
presentes en los planes de estudio? Y sin embargo, se trata de modelos que
suponen millones de euros en volumen de negocio, y resultan de gran una
importancia social por el gran mercado que son capaces de mover. Se trata,
precisamente, de una cuestión de educación. Es por ello que conviene
distinguir a qué nos referimos cuando hablamos de «enseñanza de la
religión».

Habría en este caso que invertir la perspectiva de Ortega: las
creencias las tenemos en tanto hipóstasis subjetivas. En cambio, vivimos
inmersos en las ideas objetivas disueltas en la realidad. Lo cierto es que
el laicismo está resultando en parte el resquicio por el que la religión,
enclaustrada en el sancta sanctorum de la interioridad, podría estar
penetrando peligrosamente en las democracias occidentales.

Y sin embargo, desde el momento en que el Estado se erige en formador
objetivo de valores morales, entonces es cuando entidades como la Iglesia,
protagonista tradicional de dicha formación, muestra su cara más díscola y
contestataria, así como su cariz más objetivo e institucional, y no
espiritual o interiorista. Eso es lo que está sucediendo con la
implantación en la Unión Europea de la asignatura Educación para la
Ciudadanía y la persistente negativa de la Conferencia Episcopal española,
llegando incluso hasta a promover la objeción de conciencia.

Y es que las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, después
llamadas «libertad, igualdad y fraternidad» vuelven formar un nuevo
catecismo por parte de la nueva religión ilustrada, cuyos protagonistas en
esta Europa cada vez más escéptica son unos estados que, a la postre, no
pueden más que instruir, siendo incapaces de tratar con la Banca
internacional. O justo por ello, se convierten en sus ideólogos. Tal y como
lo eran los Derechos Humanos para individuo burgués del siglo XVIII. Pero
la lechuza del conocimiento sigue levantando, en el atardecer de los
tiempos cumplidos, el vuelo. Y a diferencia de otras especies, ella nunca
puede ni quiere realizar prospecciones, así como tampoco es su misión
valorar lo venido o por venir. Pues ella emprende el vuelo solo a hombros
de hombres, este o aquella; María o José. Y no sabemos lo se hará del
porvenir, como sí lo sabrían los dioses. Y sin embargo, nada de lo humano,
y menos los dioses, nos es ajeno.













OBRAS CITADAS:




- ALONSO, Dámaso (1968): La poesía de san Juan de la Cruz (desde esta
ladera). Madrid: Aguilar.


- BUENO, Gustavo (et alt.).(2008): Dios salve la Razón. Madrid:
Ediciones Encuentro. pp. 57-92.

- FERRATER MORA, José (1988): Cuatro visiones de la historia. Madrid:
Alianza.

- LÓPEZ TERRADA, M. Luz: «El hospital como objeto histórico». En
Revista d'História Medieval, 7, (1996). pp. 192-204 [en línea]
http://centros.uv.es/web/departamentos/D210/data/informacion/E125/PDF167.pdf
.



- MUÑOZ SERRULLA, M. Teresa, (2005): Francisco Piquer y la creación
del Monte de Piedad de Madrid (1702-1739). Madrid: Servicio de
Publicaciones de la UCM. http://eprints.ucm.es/tesis/ghi/ucm-
t28042.pdf.

- SCHOIJET, Mauricio: «El fundamentalismo protestante y la resistencia
tardía contra la teoría de la evolución en Estados Unidos». En Estudios
Sociales, 8, (2004), pp.67-93.
http://www.publicaciones.cucsh.udg.mx/pperiod/estsoc/pdf/estsoc_4/Secciontem
atica2.pdf.











-----------------------
[1] ALONSO, Dámaso. (1968): 18.

[2] LÓPEZ TERRADA, M. Luz: [en línea] .
[3] Vid. MUÑOZ SERRULLA, M. Teresa, (2005): Francisco Piquer y la creación
del Monte de Piedad de Madrid (1702-1739). Madrid: Servicio de
Publicaciones de la UCM. http://eprints.ucm.es/tesis/ghi/ucm-
t28042.pdf [fecha de consulta: 22/02/2011]

[4] http://tu.tv/videos/la-pesadilla-de-darwin-2004-documental

[5] El médico y sacerdote francés Jacques Saudeau, del Pontificio Consejo
para la Familia, explicaba en un artículo de L'Osservatore Romano (5 abril
2000) qué está haciendo la Iglesia en África en la lucha contra el SIDA.

[6] FERRATER MORA, José. Cuatro visiones de la historia. Madrid: Alianza,
1988, p. 15.

[7] Jn. 14: 6-9.

[8] Op. cít. p. 19.

[9] Op. cit. p. 37.

[10] Bueno llega a decir que la débil razón postmoderna, desde la cual el
escepticismo universal, el nihilismo, el relativismo, el subjetivismo
psicologista, etc.., los cuales «tras enfrentamientos mutuos, han ido
emulsionándose, complicándose, fragmentándose, y desviándose de sus propios
cursos originarios» han venido a curarse sobre todo a partir de «la fe en
el Dios omnisciente y humano de la Teología cristiana como una medicina que
ha salvado y aún puede seguir salvando (…) de esa dolencia extrema de la
razón». En efecto, según Bueno, la razón postmoderna, heredera en gran
medida de la Ilustración, ha dejado definitivamente de lado «cualquier
complicación escolástica, sobre si la razón tenía o no una estructura
silogística, retenía su condición general de "facultad espiritual
intelectual" que capacita a los hombres para alcanzar conocimientos
superiores, claros y distintos» Vid. BUENO, G. (2008): 91 y 81 respect.


[11] Sobre el término Laicismo víd.
http://www.fgbueno.es/med/tes/t062.htm.


[12] El director Han Neuenfels decidió no incluir dicha escena en la
representación tras el escándalo, ocurrido en septiembre de 2005, por el
que el periódico danés Jyllands-Posten imprimió doce caricaturas
humorísticas del profeta Mahoma y que originó protestas violentas alrededor
de todo el mundo. De hecho, ese mismo año la ópera de Berlín abandonó la
propuesta de llevarla a los escenarios. Esta decisión generó reacciones
opuestas en la capital alemana y la propia canciller Angela Merkel llegó a
pronunciarse al respecto, mostrando su insatisfacción tras la cancelación.

[13] Dicha teoría se establece a partir de observaciones y avances
teóricos. Por medio de observaciones, comenzadas en la década de 1910 por
cosmólogos y astrónomos como Vesto Slipher o Carl Wilhelm Wirtz. Su
envoltura teórica la constituye en gran medida la teoría de Albert Einstein
sobre la relatividad general, en coordenadas cosmológicas no cabe la idea
del Universo estático. De hecho, fue precisamente un jesuita, el padre
belga Georges Lemaître el cual, a principios de los años treinta del pasado
siglo, propuso la tesis de que el Universo se inició con la explosión de un
átomo primigenio, lo que más tarde se denominaría «Big Bang».
[14] SCHOIJET, Mauricio: «El fundamentalismo protestante y la resistencia
tardía contra la teoría de la evolución en Estados Unidos». En Estudios
Sociales, 8, (2004), p. 67.
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