La relevancia de la tierra en la filosofía de hoy
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La relevancia de la tierra en la filosofía de hoy Resumen Hace algún tiempo —demasiado, desde el punto de vista de los medios de comunicación de masas—, se reunieron en la que fue capital del Brasil representantes de las diversas naciones del orbe, preocupados por la salud del ámbito en que vivimos, al que se ha venido tratando con paulatino desdén y agresividad. Esta actitud, que nos tiene al borde de un colapso ecológico de inimaginable envergadura, tendría como uno de sus antecedentes inmediatos la concepción del mundo que ha imperado en la época moderna europea, la que en nuestro siglo muestra sus limitaciones, exigiendo la necesidad urgente de trascenderla. Y, en efecto, ya se han dado algunos decisivos pasos en esta dirección, a los que aludiremos brevemente. La Cumbre de la Tierra ( Río de Janeiro ) y la Tierra de la Cumbre —¿la Filosofía?— . Hace algún tiempo —demasiado, desde el punto de vista de los medios de comunicación de masas—, se reunieron en la que fue capital del Brasil representantes de las diversas naciones del orbe, preocupados por la salud del ámbito en que vivimos, al que se ha venido tratando con paulatino desdén y agresividad. Esta actitud, que nos tiene al borde de un colapso ecológico de inimaginable envergadura, tendría como uno de sus antecedentes inmediatos la concepción del mundo que ha imperado en la época moderna europea, la que en nuestro siglo muestra sus limitaciones, exigiendo la necesidad urgente de trascenderla. Y, en efecto, ya se han dado algunos decisivos pasos en esta dirección, a los que aludiremos brevemente. En el pensamiento actual se re-‐descubre la dignidad de la Tierra; deja de ser ésta un simple planeta, un montón de materia que se mueve en torno al Sol —una pequeña estrella casi insignificante—, en el ámbito excéntrico de una galaxia suburbana. Encontramos el redescubrimiento de que hablo en Edmund Husserl, por ejemplo. Carla Cordua, traductora de su incompleto escrito Fenomenología de la espacialidad de la naturaleza , resume el texto de esta manera: «La representación científico-‐natural del mundo vigente desde Copérnico, para la cual la tierra es sólo uno de los tantos cuerpos que surcan el espacio, se revela a la luz del análisis fenomenológico de Husserl como el fruto de una abstracción que responde a un punto
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de vista parcial y que presupone, como condición de su posibilidad, la representación de la tierra como “suelo”, inconmensurable con la noción de “cuerpo” y ajeno a las categorías de movimiento y reposo, que precisamente sólo en relación a él adquieren su sentido». Y el editor norteamericano del manuscrito de Husserl proporciona la siguiente “información” sobre él: «Derrumbe de la doctrina copernicana en su interpretación corriente como visión del mundo. La tierra archiprimaria no se mueve». La concepción copernicano-‐moderna del cosmos, que ha hecho vigente tal visión de la Tierra, si bien no es dejada de lado —¿cómo podría serlo?—, es puesta en el lugar secundario, derivado, que le corresponde, como manifestación de la perspectiva particular inherente a la ciencia astronómica. Se “vuelve” , en cierto peculiarísimo modo , a la cosmovisión antigua, para la cual la Tierra es una entidad que ocupa un puesto prominente dentro de lo que hay. También Ortega ha llamado la atención sobre el carácter penúltimo e “incompleto” de la percepción físico-‐astronómica de la Tierra. Según esa interpretación, «la Tierra [es] un planeta de un cierto sistema solar perteneciente a una cierta galaxia o nebulosa, y [está] hecha de átomos, cada uno de los cuales contiene, a su vez, una multiplicidad de cosas, de cuasicosas o quisicosas que se llaman electrones, protones, mesones, neutrones, etc. Pero ninguna de esas sabidurías existiría si la Tierra no preexistiese a ellas como componente de nuestra vida, como algo con que tenemos que habérnoslas y, por tanto, con algo que nos importa, que nos importa porque nos ofrece ciertas dificultades y nos proporciona ciertas facilidades. Esto quiere decir que en ese plano previo y radical de que las ciencias parten y que dan por supuesto, la Tierra no es nada de eso que la física, que la astronomía nos dice, sino que es aquello que me sostiene firmemente, a diferencia del mar en que me hundo ( la palabra tierra —terra— viene de tersa, según Breal, “la seca” ), aquello que tal vez tengo que subir penosamente porque es una cuesta arriba, aquello que bajo cómodamente porque es una cuesta abajo, aquello que me distancia y separa lamentablemente de la mujer que amo o que me obliga a vivir cerca de alguien a quien detesto, aquello que hace que unas cosas me estén cerca y otras me estén lejos, que unas estén aquí y otra ahí y otras allí , etc., etc. Estos y muchos otros atributos parecidos son la auténtica realidad de la Tierra, tal y como esta me aparece en el ámbito radical que es mi vida». Pero quizá sea Martin Heidegger quien asigne con la mayor energía un estado de privilegio a la Tierra. Lo que hay —el ser, el mundo—, es una cuaterna (Geviert) compuesta de Cielo, Tierra, Mortales y Divinos. Y, ciertamente, el hombre es definido en función de lo cuadrante (Geviert). Dice Heidegger: «Ser hombre quiere decir : ser como mortal sobre la Tierra». Y agrega: «Pero “sobre la Tierra” quiere decir ya “bajo el Cielo”. Ambos mientan también “permanecer ante los Divinos” e incluye un “perteneciendo a la comunidad de los hombres”. Por una originaria unidad se copertenecen en uno los cuatro: Tierra y Cielo, los Divinos y los Mortales». Y, por lo pronto, la Tierra es, “simplemente” —aunque, ¿hasta qué punto podemos hablar de
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“simplemente”?—, «la portadora servidora, la fructificadora floreciente, que se expande en rocas y manantiales, que brota por plantas y animales». Y no deja de ser sorprendente cierta coincidencia entre estos pensadores, no obstante lo diverso de sus teorías. Para Husserl, la Tierra es, ante todo, suelo (Boden); para Ortega, aquello que me sostiene firmemente; para Heidegger, la portadora (Tragende). La Tierra, pues, tendría para los tres cierto carácter de “fundamento” que, por cierto, sería necesario precisar en cada caso. Lo que es claro, no obstante, es que la teliatría —neologismo que remite a Tellus (lat.), Tierra, y a iatreía (gr.), curación, y que convendría poner en uso—, ya tiene cierta base filosófica que, a la postre, puede jugar un papel de la mayor importancia al abordar problemas que afectan hasta a los más alejados de toda teoría. Jorge Acevedo Guerra Departamento de Filosofía Universidad de Chile Fecha de publicación en el repositorio académico de la Universidad de Chile: Santiago, 3 de agosto de 2004.
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