La reinvención de la Patagonia: Gente, mitos, mercancías y la continua apropiación del territorio

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Descripción

PAISAJE, ESPACIO Y TERRITORIO Reelaboraciones simbólicas y reconstrucciones identitarias en América Latina Nicolas Ellison Mònica Martínez Mauri Coordinadores 1era. edición:

Ediciones Abya-Yala Av. 12 de Octubre 14-30 y Wilson Casilla: 17-12-719 Teléfonos: 2506-247 / 2506-251 Fax: (593-2) 2506-255 / 2 506-267 e-mail: [email protected] www.abyayala.org Quito-Ecuador Erea-CNRS (Centre d’Enseignement et de Recherche en Ethnologie Amérindienne)

Diseño y Diagramación:

Ediciones Abya-Yala

ISBN:

978-9978-22-

Impresión:

Abya-Yala Quito-Ecuador

Impreso en Quito Ecuador, octubre 2008

LA REINVENCIÓN DE LA PATAGONIA: GENTE, MITOS, MERCANCÍAS Y LA CONTINUA APROPIACIÓN DEL TERRITORIO1 Gustavo Blanco Wells Instituto de Ciencias Sociales, Universidad Austral de Chile Rural Development Sociology Group, Wageningen University, Países Bajos

Patagonia: del mito a las prácticas sociales La Patagonia es un espacio geográfico que representa una curiosa paradoja: es conocida porque simboliza lo desconocido. Su renombre internacional nos evoca una región vasta, fría, despoblada, que al estar emplazada en tierras australes se ha convertido en sinónimo del fin del mundo. Sin embargo, son pocos los que pueden referirse a ella en términos geográficos precisos e incluso muchos desconocen su carácter de región binacional dividida entre las repúblicas de Chile y Argentina. Desde la llegada de los europeos, la Patagonia se ha transformado en una construcción simbólica cargada de imágenes míticas en torno a sus primeros habitantes, las hazañas de sus exploradores y a representaciones majestuosas del paisaje. Es sorprendente cómo un territorio tan escasamente poblado ha generado tal riqueza de mitos y leyendas que combina narrativas y crónicas épicas sobre los hombres y mujeres que la han colonizado y sobre aquellos habitantes originarios que, tras su total exterminio, permanecen como una huella triste pero imborrable de su historia. La literatura nos ha entregado una imagen de la región cargada de romanticismo en la que, por sobre todo, se rescata la hazaña

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humana de la colonización. En estas narrativas, Patagonia es el límite de la civilización, una región donde la naturaleza impera dejando lugar sólo para los más fuertes o para aquellos que han optado por el auto-destierro. Indudablemente, la literatura ha tenido una influencia no menor en hacer conocida la Patagonia más allá de sus fronteras. Sin embargo, ponderar su contribución sólo desde la dimensión simbólica generada por estas imágenes, resulta una simplificación que puede funcionar como atractivo señuelo para el viajero euro-americano, pero oscurece los procesos que permiten entenderla como espacio social localmente constituido. La Patagonia, tal como otras regiones del mundo, no depende exclusivamente de su fama histórica y su simbolismo literario neo-romántico, no es sólo paisaje y aventura alimentando la imaginación de algunos viajeros. Es una región constituida por relaciones y prácticas sociales distintivas, materializada en la creación de objetos, mercancías y símbolos, cuyos habitantes enfrentan, hoy en día, las oportunidades y amenazas de los procesos de globalización con contradicciones, conflictos, innovaciones y sorprendentes cambios sociales. Este capitulo, basado en trabajo etnográfico, intentará dilucidar algunas de las tensiones provocadas por elaboraciones y significados divergentes sobre el paisaje y el territorio en la Patagonia chilena a partir de prácticas asociadas a nuevas actividades económicas tales como la acuicultura, el ecoturismo y la conservación. La decisión de centrarme en la Patagonia chilena se debe a una opción metodológica basada en la elección de ciertos procesos de mercantilización como puntos de entrada empírico y a las posibilidades prácticas del trabajo de campo. Por ello, en un sentido geográfico, la mayor parte de la investigación se llevó a cabo en la Región de Aysén. Este trabajo se ha elaborado desde el enfoque de la antropología y sociología del desarrollo. Las orientaciones metodológicas y teóricas de esta perspectiva disciplinaria nos permite tratar los espacios regionales, territorios y paisajes como objetos en permanente disputa por parte de los actores sociales. El análisis etnográfico detallado de las prácticas sociales puede contribuir en gran medida a entender estos procesos como respuestas a nuevas formas de intervención, integración y conflicto (Arce y Long, 2000; Long, 2001).

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En este punto es necesario plantear claramente lo que entiendo por prácticas sociales. Siguiendo la elaboración de Schatzki sobre una serie de posiciones teóricas al respecto, entiendo prácticas sociales como nexos de actividad humana que generan el contexto cotidiano de nuestro entendimiento y que permiten que el significado de las acciones se vuelva inteligible facilitando nuestra coexistencia (Schatzki 1996: 88-9). En las siguientes páginas, se propone una interpretación que, a mi juicio, integra algunos de los elementos constitutivos de la Patagonia contemporánea, entendida como conjunto de relaciones dinámicas y las diferentes percepciones del territorio inherentes a estas relaciones. El resultado no pretende ser una quimera constituida por una dosis variable de cultura, mercado y naturaleza, sino enfatizar, el carácter dinámico de las regiones como espacios sociales que se recrean y proyectan desde la cotidianeidad de las prácticas sociales, ya sea aquellas que mantienen ciertas formas culturales como también las que se originan en procesos de modernización asociados a la internacionalización de los espacios. El paisaje y el territorio no existen fuera de estas prácticas, y aún más, son parte integrante de lo que llamamos lo social. Una región crece, se encoge, desaparece o se reinventa a partir de estos procesos y, lejos de posturas esencialistas, es el estudio de los mismos lo que nos puede entregar elementos para reflexionar sobre la dirección de estos cambios. Paisaje y Territorio El uso dado al paisaje patagónico como representación simbólica excluyente de otros usos lo transforma en un paisaje contestado. En este sentido, la Patagonia chilena contemporánea refleja una paradoja de doble patrimonialización: mercantil y productiva por un lado, estetizante y ecologista por el otro. La primera, como en el caso de la acuicultura y la pesca, está basada en una ocupación del territorio que contribuye a la construcción del sentido del lugar a través del incesante trabajo de habitar ese entorno. El paisaje, en este caso se percibe de manera cambiante a través de la experiencia cotidiana y de diversas formas de participación activa en el medio ambiente (Ingold 2000). Por otra parte, la mercantilización ecologista se fundamenta en la proyección de

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elaboraciones simbólicas secundarias, en las que el paisaje puede adquirir una función de protección patrimonial (Descola 1996: 90-91). Ambas, sin embargo se encuentran plenamente inscritas en circuitos mercantiles globalizados que se reproducen bajo la lógica del control de la naturaleza y por lo tanto, en conjunto, contribuyen a una construcción occidentalizada de la región inserta en el contexto global. La perspectiva fenomenológica del morar (dwelling) de Ingold, no significa que el paisaje, como construcción secundaria, desaparezca en desmedro del ambiente como fuente inmediata y relacional de nuestra percepción. Por el contrario, Ingold deja espacio para elaborar esta diferencia cuando señala que los humanos (organismos en sus términos) perciben el ambiente en términos de su función, mientras el paisaje es percibido y descrito en términos de su forma (Ingold 2000: 193). En otras palabras, el medio ambiente es percibido por quien lo habita y explora de acuerdo a las funciones que este medio nos permite desarrollar lo que no contradice la capacidad de representar las formas en que se percibe, es decir el paisaje. Por otra parte, la noción de territorio tiene cierta equivalencia con la de ambiente, como el entorno que potencialmente nos permite realizar nuestras actividades. A mi juicio, la diferencia radica en que para disminuir las dificultades impuestas por el medio hemos trazado una geografía de lo cotidiano en donde esas actividades nos resultan familiares, las interacciones inteligibles y los recursos necesarios disponibles. Esos espacios de actividad pueden o no coincidir con delimitaciones político-administrativas o con demarcaciones impuestas por la geografía física. El territorio debe entenderse como el espacio en que un conjunto de relaciones sociales se materializan justamente a través de la ocupación activa del entorno. A mi parecer, es en la construcción de la Patagonia como paisaje donde se manifiestan más intensamente los intereses hegemónicos de distintos grupos. En cambio desde una perspectiva territorial, estos grupos coexisten a pesar de sus diferencias a través de la multiplicidad de usos del ambiente y la interacción de prácticas cotidianas. A continuación, creo necesario comentar algunos alcances y precisiones sobre el significado geográfico del espacio y la identidad en la Patagonia.

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¿Cuál Patagonia? Un bosquejo aproximado La Patagonia ha sido una región fantástica desde el origen de su nombre2. Existe como construcción social y provincia de la imaginación desde los tiempos de las exploraciones y conquista. Hoy, si tuviéramos que situarla geográficamente, las imprecisiones respecto a su extensión y límites serían quizás tan arbitrarias como en los tiempos en que fue bautizada por Magallanes. Aún cuando existe un cierto consenso entre geógrafos en torno a sus límites3, su “objetividad” es cuestionable por la diversidad de interpretaciones al respecto. En la actualidad, es posible constatar que la apropiación del territorio se manifiesta de manera flexible en nuevas configuraciones originadas a partir de las propias prácticas sociales, algunas de ellas particularmente visibles por el auge de ciertas actividades económicas orientadas al mercado externo. Tal es el caso de la región patagónica en la que se ha fundamentado empíricamente este trabajo, y que estaría compuesta por al menos tres regiones político-administrativas de Chile: i) la provincia de Palena situada en la parte sur de la X Región de Los Lagos; ii) lo que informalmente se conoce como Patagonia norte y que corresponde a la XI Región de Aysén, zona de los fiordos y archipiélagos y; iii) La Patagonia sur, que corresponde a la denominada XII Región de Magallanes. Sin embargo, hasta hace poco, no era usual que se identificara popularmente a ninguna de estas divisiones administrativas con el nombre Patagonia. Su invisibilidad temporal, se debió a quizás a la forma en que se enseñaba geografía durante los tiempos de la dictadura militar. En aquel tiempo, Pinochet impulsó un nuevo proceso de regionalización que enfatizaba el ordenamiento de las divisiones políticoadministrativas de acuerdo a números romanos seguidos por un nombre propio en el que no figuraba la Patagonia. Su reapropiación por parte de los chilenos es un primer signo de que algo está cambiando. No cabe duda que parte de este cambio se debe a que el nombre también se ha revitalizado a partir de procesos de mercantilización que han encontrado en la marca “Patagonia” una fuente de valor agregado de la que muchos grupos quieren usufructuar.

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¿Identidad patagónica? Las crónicas, cartografías y relatos con los que se ha reconstruido la historia de la Patagonia no permiten develar la microhistoria detrás de la diversidad de entidades que la constituyen, lo que ha contribuido a la creencia de una unidad geográfica natural y cultural. Ciertamente, para sus habitantes la condición del ser patagónico es algo que se experimenta al compartir ciertas actividades de la vida cotidiana que les otorgan un sentido de pertenencia. La formación de identidad(es) debe ser explorada por sus consecuencias en la creación de valores distintivos, lazos sociales e instituciones que son la expresión de una región particular. Sin embargo, el sentido de pertenencia no debe ser asumido como esencia invariable sino como efecto de procesos. Esta posición epistémica nos evita adoptar visiones esencialistas que tiendan a reificar la región, sus habitantes y el entorno (Massey 2005). Por tal argumento, he considerado más pertinente para este trabajo explorar la noción de identidad de la acción. Su alcance, está más limitado a la interacción social entre quienes se reconocen como parte integrante de una actividad conjunta, un momento histórico, una localidad o región, en definitiva como parte de un proceso de identificación que se origina en la cotidianeidad de las prácticas sociales y se mantiene a través de ciertas tradiciones pero que, al mismo tiempo, contiene la semilla del cambio y la transformación social en la potencialidad creativa de la acción humana. Por esta razón, y atendiendo limitaciones de espacio y opciones metodológicas, he preferido concentrar el análisis en algunas de las nuevas actividades de la región, en las que esta identidad de la acción resulta más fácil de rastrear. En primer lugar, se analiza brevemente la contribución de las narrativas literarias a este proceso y, a continuación, para fundamentar la tesis central de este trabajo, se presentan ejemplos y casos constitutivos de la apropiación del territorio: la Patagonia chilena recreada a partir de prácticas sociales que se originan en actividades mercantiles globalizadas.

Tierra de Gigantes: La Patagonia mítica y literaria Ya hemos enfatizado que la Patagonia ha sido construida por la imaginación de los visitantes y exploradores y no sólo por la historia de

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los actores asentados en su territorio. Los mitos creados por esta extensa narrativa corresponden a construcciones literarias que nacen de las crónicas y otras fuentes documentales que han alimentado al occidente euro-americano con una imagen muy atractiva, aunque imprecisa y difusa de estos lejanos paisajes australes. En parte, son estos tempranos registros los que han contribuido fuertemente a construir esta región mítica y que luego se ha traspasado a otras esferas de la actividad humana. Estos relatos han sido recogidos y reinterpretados recientemente por distintos escritores para crear imágenes literarias basadas en ciertas particularidades del medio ambiente que luego son reelaboradas situacional y selectivamente en la construcción del paisaje. A esto se refiere Slater (1996) con la noción de “narrativas edénicas” cuando en su caso se refiere a la construcción occidental de la Amazonía. Se trataría de construcciones simbólicas que exacerban lo virginal de un paisaje y la supremacía de la naturaleza creando entidades con características esenciales. Slater señala: “Estas narrativas son presentaciones del paisaje natural en términos que, conciente o inconcientemente, evocan el relato bíblico del edén. En ellas se subraya y colorea mucho más de lo que nosotros normalmente aceptamos como un hecho respecto a determinados pueblos y lugares” (Slater 1996: 115). De acuerdo a esta autora, esta imagen cuenta para aquellos pocos lugares del mundo que pueden ser definidos al mismo tiempo como entidades geográficas y provincias de la imaginación. Varios escritores-viajeros contemporáneos4 han contribuido en la creación de tales representaciones de la Patagonia. Todos tienen en común que son relatos de viajes personales o imaginarios a la Patagonia pero en los que en uno u otro sentido y estilo se transforman en búsqueda de lo trascendente a través del enfrentamiento humano con la naturaleza y el paisaje. ¿Cúal es el valor de estos relatos en la construcción de la región patagónica? No se trata de reducir la creación artística literaria a la categoría de mercancía cultural y centrarnos en su valor como objeto -el texto- o en sus posibles formas de intercambio. Sin embargo, si ampliamos, la definición de valor a la potencialidad creativa de la acción humana tal como es entendida por Graeber (2001), resulta perfectamente coherente hablar de una materialidad generada a partir de estas obras y que es constituyente de nuevos procesos y posibilidades para la acción. De acuerdo a esta perspectiva, no sólo existieron medios mate-

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riales que permitieron la representación, invención y creación de esta Patagonia literaria sino que es la propia acción la que contribuye a que una representación de la realidad se convierta en libros que son escritos y leídos, turistas que viajan, imágenes que son fotografiadas, etc. En este sentido la acción humana es tan concreta como los objetos que la median, sólo que más contingente, relacional e impredecible, lo que es fundamental por su poder transformador (Joas 1996; Graeber 2001; Ingold y Hallam 2007). Esta forma de entender el valor nos permite comprender la historia y el arte no como una construcción estática de una imagen de la Patagonia sino que entrelazado con los motivos cotidianos para la acción humana sobre la región. A continuación, intentaré demostrar cómo la noción de territorio se materializa en la acción cotidiana y las prácticas sociales relacionadas con las actividades de la acuicultura, el turismo y los proyectos de conservación. Esta coexistencia pragmática se vuelve a tensionar cuando las tres actividades que compiten por el privilegio de ser asociadas con la Patagonia reelaboran la idea de paisaje como algo que debe excluir la presencia del otro.

Se vende Patagonia: La Patagonia globalizada Aysén está localizado en la parte noroccidental de la Patagonia chilena. Es la región con menor densidad de población del territorio nacional con menos de 100.000 habitantes distribuidos en un territorio enorme y fragmentado. La historia de colonización de Aysén es reciente y se remonta a 1920 cuando la región fue dividida en tres grandes estancias y concesionadas a sociedades de explotaciones ganaderas. La región ha tenido ciclos económicos bastante marcados en donde han predominado la ganadería, la explotación maderera y la pesca artesanal en un modelo de desarrollo claramente orientado a la extracción de recursos naturales. Actualmente, la actividad predominante es la industria del cultivo industrial de salmón y trucha para exportación. En una verdadera “revolución azul”, la industria salmonera, luego de consolidarse como el segundo productor mundial tras Noruega en tan sólo dos décadas, experimenta una agresiva expansión hacia la franja costera de la Patagonia, sus fiordos e islas de los mares interiores. Dado el agotamiento de lugares apropiados para su práctica en la Región de Los Lagos e Isla

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de Chiloé5 se ha comenzado la operación de cientos de concesiones en las regiones patagónicas de Aysén y Magallanes. Además de la ocupación física de la actividad industrial, hay una segunda fuente de apropiación de la Patagonia en la creación de imagen y la publicidad corporativa de las grandes empresas. La mayoría de las compañías operando en Patagonia publicitan en sus sitios de Internet los beneficios de producir salmón en esta región por el efecto positivo de la “pureza de sus aguas” en la calidad del producto. El mensaje no está destinado a los consumidores finales sino a sus clientes mayoristas ya que aún no se hace uso de la denominación de origen a nivel del producto final. En este contexto, la presencia de grandes compañías salmoneras en las costas de la Patagonia ha creado no sólo expectativas entre la población local sino también disputas y conflictos de alcance internacional debido al tipo de desarrollo deseado por los diferentes actores. Políticos, autoridades locales, empresarios, trabajadores y grupos de interés sostienen permanentes debates, con asimétrico soporte mediático, sobre la conveniencia de un desarrollo regional centrado en esta industria. Por una parte, el discurso favorable a la industria destaca el alto impacto en la creación de empleo y la generación de ingresos. Por otra, se esgrime el deterioro ambiental, las condiciones laborales precarias y la amenaza a la viabilidad de otras actividades económicas que utilizan los recursos agua y paisaje, tales como el turismo y la pesca artesanal. En realidad este “debate” no tiene la forma de un diálogo sino a través de propaganda corporativa, columnas de opinión en medios de comunicación en los que eventualmente se cita investigación científica o bien a través de eventos conflictivos. No obstante, mientras la discusión se mantiene invariable, en la práctica, ya son cerca de 6.000 personas empleadas directamente en la región que día a día constituyen nuevas formas de organización del trabajo y que en su integración con otros grupos sociales y actividades están cotidianamente cambiando sus vidas, el paisaje y la idea de desarrollo regional. ¿Cómo? Para ilustrarlo he escogido el relato de una experiencia con los trabajadores de la industria del salmón – en muchos casos recién llegados a la región – lo que luego me permite contrastarla con otras elaboraciones más discursivas de la Patagonia, la visión de los conservacionistas y de grupos vinculados al turismo.

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Fiordos, islas, canales y jaulas El viaje para conocer la forma en que viven y trabajan algunos de los cientos de empleados de los centros de cultivo de salmón en los canales patagónicos comenzó en Quellón, el extremo sur de la isla de Chiloé y puerto de embarque hacia la nueva frontera acuícola. Mi primera impresión es la imponente aparición del Sognekongen, flamante catamarán noruego de alta velocidad que tras la mayor demanda de pasajeros se instaló para hacer las rutas patagónicas, las que hasta recientemente, sólo eran realizadas por grandes y lentos ferries de carga en un itinerario semanal. Además de algunos pobladores de las islas, al menos una cincuentena de trabajadores y profesionales acuícolas se disponen a abordar la embarcación para viajar a Melinka y desde ahí ser distribuidos en las lanchas de sus respectivas empresas hacia los centros de cultivo6 a lo largo del archipiélago. Los “salmoneros” son fácilmente reconocibles porque en su mayoría se trata de hombres jóvenes que vuelven de su descanso, se mueven en grupos de acuerdo a la empresa para la que trabajan y lucen vistosas chaquetas impermeables de marca, una abultada mochila y portan un chaleco salvavidas con el logo de su respectiva empresa. Instalados en la comodidad del catamarán mientras cruzamos las siempre agitadas aguas del Golfo del Corcovado, conozco al que será mi anfitrión en uno de los centros de cultivo de la empresa GranSalmón7. Roberto, es un ingeniero pesquero de 33 años y uno de los seis jefes de centro que la empresa mantiene activos en el sector esta temporada. Originario de Santiago, Roberto está casado, tiene dos hijos y vive en el norte del país, en Quillota, a más de 16 horas por carretera desde nuestro puerto de embarque. Regresa tras estar una semana con su familia pues dada la dificultad de acceso a los lugares de trabajo las compañías utilizan un sistema de turnos llamado 14x7 (dos semanas en el centro y una de descanso). Roberto detesta los viajes y sólo descansa cuando llega a lo que él considera su casa: el pontón flotante del centro de cultivo. Lleva casi diez años trabajando en el rubro, en cuatro distintas empresas y le ha tocado ser actor y testigo de la expansión hacia estas zonas remotas. Tras tres horas de movido viaje (que con las embarcaciones tradicionales dura el doble) desembarcamos en Melinka, el único pueblo del archipiélago de las Guaitecas. Melinka, modesto asentamiento de

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origen huilliche que floreció primero gracias a la explotación de los bosques naturales de ciprés y luego sobrevivió de la recolección de mariscos, está viviendo hoy un verdadero bombardeo por la llegada de las salmoneras ya que un gran número de empresas se han instalado en el pueblo como base para sus operaciones en las islas del archipiélago. Tras descender, nos embarcan inmediatamente en una lancha de la empresa para distribuirnos a los respectivos centros. Esta es mi primera sorpresa, pues ya comienza a anochecer y la embarcación es una pequeña lancha de fibra de vidrio, localmente llamada panga, con capacidad para ocho pasajeros pero sin mayor instrumentación de navegación. Los propios trabajadores lo prefieren así, pues insisten en la comodidad de llegar al pontón respecto a la posibilidad de pernoctar en Melinka. Somos siete pasajeros, todos equipados con trajes térmicos y chalecos salvavidas. Nos van a distribuir en cuatro centros en un viaje que debería durar algo menos de dos horas. Los hombres conversan animadamente y bromean como viejos conocidos. Yo intento disfrutar la belleza del paisaje, aún cuando la vista de un mar agitado y un cielo muy nublado que se va oscureciendo, no hace sino aumentar mi temor y la sensación de precariedad de nuestra embarcación. En minutos quedamos en la más completa oscuridad y me pregunto cómo es posible navegar sin puntos de referencia y sin GPS. No queda sino confiar en la destreza del piloto, un melinkano y ex pescador artesanal. Mis compañeros de viaje duermen. Después de un tiempo comienzo a distinguir algunas luces en la oscuridad. Una, dos, tres tímidas luces esparcidas en la oscuridad y separadas entre ellas por lo que yo creo son un par de kilómetros. Son los primeros indicios de estos centros flotantes. Tras aproximarnos a uno de ellos, voy distinguiendo las luces de una casa flotante de tres pisos –llamado pontón- de la que se asoman unas siluetas que nos reciben. Sin detener el motor y apenas atracados a la estructura descienden dos trabajadores, se despiden y son recibidos con alegres bromas por sus compañeros. Continuamos, y la escena se repite otras dos veces antes de nuestro turno. En el camino seguimos encontrando estas luces en medio de la oscuridad que, de acuerdo a mis compañeros, corresponden a tal o cuál centro que a la vez pertenecen a tal o cual empresa y que se encuentran cercanos a tal o cual isla. La naturalidad de este reconocimiento geográfico me llevó a una primera reflexión. Los nuevos hitos, que de noche se transforman en ver-

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daderos faros, orientando a los que recorren los mares del sur son exactamente estos centros de cultivo. El Pontón es una estructura flotante con forma de casa de tres pisos, un primer nivel destinado a bodega de alimento de pescado, combustible, un gran generador y equipamiento de trabajo, un segundo piso destinado a habitación del personal y el tercer piso, oficina y atalaya, desde donde se ven las balsas-jaulas frente al imponente paisaje de los canales e islas. El pontón esta anclado equidistante de dos módulos metálicos con 20 jaulas (peceras) cada uno y que en total albergan cerca de 1 millón y medio de peces. A diferencia de los centros tradicionales el pontón es casi completamente automático. La alimentación de los peces es monitoreada por cámaras submarinas y controlada por un computador que distribuye el alimento a las jaulas a través de tuberías por lo que sólo necesita para su operación cuatro o cinco personas. La “tripulación” que nos recibe son dos hombres y una mujer. Un técnico en acuicultura, que oficia de jefe en ausencia de Roberto, y dos operarios que vienen de Coyhaique, la capital de la región. Ninguno supera los 30 años. Nos instalamos en la comodidad de una sala con equipamiento que nada tiene que envidiar a un apartamento en el centro de una metrópoli: cómodos sillones de cuero, televisión satelital, cocina completamente equipada, horno eléctrico, refrigerador industrial, microondas, etc. El grupo conversa relajadamente, mientras alguien de turno cocina la cena. La jornada laboral ya ha terminado para los operarios y ver la telenovela y las noticias son la opción antes de dormir. Jefe y asistente suben a la oficina a elaborar los informes que son enviados diariamente a la gerencia en tierra a través de Internet. Sí, Internet satelital, lo que les permite trabajar en línea, revisar correos y chatear con amigos, novias y familia en el tiempo libre. Los dormitorios son cómodos camarotes en dos habitaciones con ventanas mirando al fiordo. El jefe tiene su propia habitación. La suave ondulación me recuerda que estamos flotando, firmemente anclados, pero flotando en medio de los fiordos patagónicos. Durante el día me integro a la actividad cotidiana. Los operarios se van temprano a los módulos mientras los jefes van y vienen en la panga entre las balsas-jaulas y el pontón. La lluvia es casi permanente, pero todo está acondicionado para el clima, incluido la doble capa de vestuario de traje térmico e impermeable de color naranjo incandes-

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cente. Aún a pesar del aislamiento, la comunicación con los centros vecinos es permanente y fluida, ya sea por radio o a través del flujo de embarcaciones. Se intercambian insumos, alimentos y se practican diversas formas de convivencia y diversión. Lo que observo es un paisaje en movimiento con un desfile de embarcaciones, principalmente debido a la externalización de muchas de las actividades tales como el buceo, la sanidad, la entrega de insumos etc. Ello significa que además de la tripulación al menos cuatro o cinco personas externas visitan el centro diariamente. Esta escena se repite en cientos de concesiones que actualmente operan en los canales de la Patagonia. Estamos frente a una nueva forma de asentamiento económico, altamente tecnológico, que aunque originalmente fue pensado en términos de unidad de producción, se ha constituido al mismo tiempo en el hogar, trabajo, signo de referencia y paisaje cotidiano de cientos de hombres y mujeres. La Patagonia verde y el retorno de la ballena azul El paisaje de esas mismas islas, canales y fiordos es disputado por otros actores que proclaman una Patagonia en donde la mercancía es la propia naturaleza en su estado “elemental”. Nos referimos principalmente a grupos corporativos conservacionistas y operadores de turismo. La imagen creada por las narrativas en donde la Patagonia es un paisaje edénico es funcional a una mercantilización de este tipo, sólo que utilizada instrumentalmente en directa oposición al desarrollo industrial acuícola. Operadores de turismo y parques privados no quieren un paisaje de jaulas. Así lo han manifestado extensamente por los medios de comunicación locales y nacionales. Quieren una Patagonia verde, que mantenga su entorno lo más inalterada posible, o en su defecto, a los salmoneros lo más alejados de los puntos de interés. Esta ola de proyectos privados de conservación de la naturaleza no es tan reciente. En general, aún cuando pertenecen a distintas vertientes ideológicas, asumen una postura contraria o alternativa al desarrollo industrial, en este caso a través de la compra de tierras como instrumento para garantizar espacios de no intervención y mantención del paisaje. Es el caso de la organización The Conservation Land Trust8, que alberga fundaciones menores orientadas a la conservación de la

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naturaleza. Los ideólogos y financistas de estos proyectos son el magnate norteamericano Douglas Tompkins y su esposa Kristine, quienes se declaran inspirados en los principios de la ecología profunda. Sólo en la Patagonia chilena cuentan con seis proyectos9 que suman alrededor de 465 mil hectáreas. Además, han desarrollado cinco proyectos de igual envergadura en la Patagonia Argentina y es sin duda la inspiración y fuente financiera de su gemela la Fundación Conservación Patagónica10 que ya cuenta con 182 mil hectáreas protegidas. Otro grupo es la Fundación San Ignacio de Huinay11 de la transnacional energética española Endesa, quienes crearon un parque de 35.000 hectáreas con un centro de investigación científico en “ecodesarrollo” asociado a una prestigiosa universidad chilena. El proyecto parece convertirse en moneda de cambio a la construcción de cuatro megaproyectos hidroeléctricos en la región. En otras palabras, se moviliza la imagen de empresa preocupada de la ecología mientras se preparan proyectos que inundarían miles de hectáreas lo que constituye un buen ejemplo de las contradicciones que pueden ir asociadas a la configuración de estas nuevas entidades. La mercantilización en estos casos debe entenderse en un doble sentido: en cuanto a su origen y a sus productos. En su origen, pues recurre a la propiedad privada para expropiar y evitar la intervención humana y, de paso, crea un mercado de tierras hasta la fecha inexistente entre colonos y capitalistas verdes. En cuanto a sus productos, porque aún es tan diversa como incierta las formas en que éstos van a ofrecerse a la comunidad convertidos en nuevos objetos-entidades. Algunas alternativas que recién comienzan son turismo de baja intensidad, parques privados, centros de investigación científica y santuarios de la naturaleza. Pero no todo ocurre en tierra. La omnipresencia del agua ha llevado a que estos grupos, junto a los operadores del turismo, reivindiquen un paisaje libre de jaulas salmoneras frente a sus costas y para ello están avanzando en la creación de distintos parques marinos. Quizás el proyecto más emblemático es el apoyo que Tompkins y el ex-candidato a la presidencia de la derecha -Sebastián Piñera (empresario que ha creado un parque privado en Chiloé)- le han entregado a un grupo de científicos para la creación de una extensa área marina protegida luego de que registraron la presencia de grupos de ballenas azules12 en la zona. El retorno de la ballena azul es la perfecta metáfora para extender

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los intereses de los grupos de conservación hacia las costas y los mares interiores y que, aun cuando no se plantea una exclusividad que limite otras actividades, encarna los esfuerzos de reinterpretar esta zona como protegida para los intereses en que conviven naturaleza y uso comercial, en este caso los intereses se intersectan con los del turismo a través del avistamiento de ballenas. La estrategia del turismo: “La Patagonia también es chilena” Otra actividad que adopta la mercantilización ecologista y estetizante del paisaje es el turismo. Esta tendencia se ha materializado a través de un conjunto de eventos que influyen en la creación de imágenes y que buscan privilegiar la integración del turismo al mercadeo de la Patagonia. Dado que a nivel internacional se identifica más a la Patagonia como una región de Argentina, resulta fascinante analizar la estrategia del Servicio Nacional de Turismo chileno para “recuperar” la Patagonia. El año 2003, mientras paseaba por Madrid tuve la oportunidad de ver sendos avisos publicitarios que apoyados en impresionantes fotos de icebergs, fiordos y pingüinos decoraban los exteriores de los buses urbanos de Madrid con la leyenda: “La Patagonia también es chilena”. Al parecer, la estrategia funcionó pues en dos temporadas el número de españoles visitando Chile se duplicó llegando a más de 60.000 en 2005. No es mi interés presentar una relación de causalidad entre variables sino remarcar el efecto de la acción en sus aspectos cualitativos, en este caso cómo de manera extraordinariamente creativa, se apuntó a influenciar el conocimiento que ciertos actores tenían sobre una región a través de la manipulación iconográfica del paisaje. Sin duda, esos anuncios publicitarios contribuyeron a reapropiar la región. Para el turista extranjero el paisaje va a ser valorado de acuerdo a las expectativas preformadas, en este caso, puede ser tanto a partir de las narrativas míticas o bien a través de la naturaleza, comercializada como un producto a través de agentes de turismo. Y así como esta estrategia publicitaria para “recuperar territorio”13 en favor del sector turístico chileno ocurrió a una escala internacional, a escala regional también se despliegan distintas acciones por parte de ciertos grupos para apropiarse de la marca Patagonia. Por ejemplo, en campañas de promoción turística ligadas a grupos de em-

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presarios de la Región de la Araucanía, se publicita una Patagonia que comienza en Temuco, a 400 kilómetros al norte del límite dado por Martinic. Mientras, otros actores de la Región de Magallanes, de acuerdo a sus propios intereses de creación de valor, sitúan “la puerta de entrada a la Patagonia Chilena” al sur de Aysén, esta vez 300 kilómetros al sur del límite dado por Martinic. Entonces ¿dónde comienza la Patagonia y quién tiene más o menos derecho a definirla como propia? Conclusiones: La mercantilización del paisaje y la acción sobre el territorio Aunque la mercantilización de la Patagonia –entendida como la formación de nuevas mercancías- no es un fenómeno reciente, sí lo es la forma y la escala en que actualmente ocurre. Lo distintivo no sólo esta dado por una coyuntura histórica en la que predominan las políticas de liberalización económica y el consecuente impacto regional de este tipo de medidas, sino en que estos cambios nos ayudan a reinterpretar el proceso de creación de valor como algo no inherente a un tipo específico de relación social (relaciones de producción), a su producto final (mercancía/commodity) o a la biografía particular del objeto (Appadurai 1988) sino a la creatividad de la acción humana que a través de relaciones sociales complejas, transforma permanentemente las formas de relacionarnos con el mundo material y simbólico (Joas 1996; Graeber 2001). Es el flujo, el movimiento y las asociaciones transitorias generados por la acción creativa lo que finalmente constituye aquello que llamamos lo social (Latour 2005). Como podemos desprender de los ejemplos presentados, la “identidad cultural” parece ser menos determinante en la flexibilización y apropiación del territorio patagónico que la noción de identidad de la acción, en este caso y para beneficio de mis argumentos, estudiada a partir de diferentes procesos de mercantilización. El valor de esta discusión radica en visualizar los usos que los actores otorgan a las nociones de territorio y paisaje a partir de las prácticas sociales, para luego desentrañar cómo ellas inciden tanto en la creación de valor como en los procesos de diferenciación e identificación. Si en el título de este artículo me refiero a una reinvención de la Patagonia es porque quizás a lo largo del texto la propia entidad geográfica ha cobrado vida ante nuestros ojos. Se nos presenta caprichosa-

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mente en su forma y significado. Una Patagonia flexible que se ha revitalizado a partir de ciertos procesos de mercantilización e internacionalización de los espacios y sus recursos naturales. Sin duda, hay múltiples factores contribuyendo a este proceso y que inciden en la creación de territorios-marca. Pero en vez de centrarnos en interminables relaciones de causalidad, me he propuesto mostrar las formas que adoptan in-situ y la multiplicidad de efectos que se traducen en oportunidades y conflictos para sus actores en la vida cotidiana. Una Patagonia donde los intereses en ocasiones se intersectan como ocurre con los conservacionistas y el turismo en el caso de la ballena azul. Otra, controversial, en la que los actores se muestran incompatibles frente a su uso preferente, y que a través de proyecciones discursivas en las que se moviliza el paisaje, dividen la región nuevamente en dos: una Patagonia verde -a conservar- y otra azul -acuícola y pesquera e integrada al mercado. Estas tendencias discursivamente opuestas no son sino complementarias dentro de un proceso más amplio de patrimonializacion mercantil, ya que ambas se fundamentan en una relación funcional con el medio ambiente que encuentra su origen en el naturalismo occidental (Descola 1996). Los usos y significados dados a la Patagonia por diferentes actores nos señalan las múltiples estrategias en que se moviliza un paisaje idealizado como recurso para preservar los propios y diversos intereses. Los salmoneros para preservar las condiciones hidrobiológicas de producción y la imagen natural del producto, los conservacionistas para defender la pureza de la naturaleza, los operadores del turismo para mantener la calidad del paisaje, etc. Desde la perspectiva avanzada en este capítulo, la Patagonia debe ser entendida como un espacio territorial que posibilita ciertos tipos de experiencias que se manifiestan en relaciones y prácticas sociales específicas. Estas prácticas, a su vez, constituyen la base de los sistemas de conocimiento locales y el contexto de sus significados y formas de representación. No debemos subestimar que en la dinámica de estos procesos sociales y la creación de valor asociados al territorio también se generan objetos, imágenes y relaciones que viajan más allá de las fronteras y contribuyen a la permanente reinvención de la Patagonia.

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Agradezco a mis colegas de Wageningen Alberto Arce, María Laura Viteri y Alejandra Moreyra por los comentarios y sugerencias hechos a una primera versión. Los editores de esta colección, Nicolas Ellison y Mónica Martínez, aportaron valiosas y pertinentes observaciones que ayudaron a la coherencia de la versión final del texto. Mi gratitud también para ellos. La investigación en la que se enmarca este artículo contó con el apoyo de la Dirección de Investigación de la Universidad Austral de Chile. La delgada frontera entre fantasía y realidad comienza en el propio origen del término Patagonia que ha sido atribuido al tamaño sobrenatural de los pies de los primeros nativos cazadores – los aonikenk – cuando fueron avistados en la región de Tierra del Fuego por la expedición de Hernando de Magallanes (Martinic, 1970). De acuerdo a Martinic, geógrafos e historiadores habrían consensuado que sus límites se extienden, por el norte, en Chile, desde la boca del seno de Reloncaví, el fiordo de igual nombre, el río Petrohué, el lago Todos los Santos, hasta el monte Tronador. Cruza la Cordillera de los Andes hacia Argentina hasta el nacimiento del río Neuquén, sigue su curso hasta juntarse con el Limay, dando origen al río Negro. Baja por la costa atlántica hasta el estrecho de Magallanes, siguiendo todo su curso hasta el Pacífico, hasta la boca del Guafo, el golfo de Corcovado y la boca del Reloncaví. Tradicionalmente ha quedado fuera de esta delimitación la isla grande de Chiloé y su archipiélago interior, lo mismo que por el sur la Tierra del Fuego y sus archipiélagos occidental y sur (Martinic, 2002). Entre los más conocidos están el francés Paul Theroux, el antropólogo inglés Bruce Chatwin, el argentino Mempo Giardinelli y los chilenos Francisco Coloane y Luis Sepúlveda Isla ubicada en la X Región de Los Lagos, en donde originalmente se ha concentrado la mayor actividad productiva de la industria. Las transformaciones, algunas consecuencias conflictivas y el impacto local se han documentado ampliamente: ver Claude y Oporto, 2000; Amtmann y Blanco, 2001; Barret et al, 2002). Centro de cultivo es el nombre dado en Chile a la unidad de producción de salmones y truchas generalmente asociada a dos módulos flotantes de balsas-jaulas en el que se realiza la fase marina de engorda del pescado. Los nombres de empresas y trabajadores de la industria han sido cambiados para conservar el anonimato de los informantes. Para más información ver en http://www.theconservationlandtrust.org Santuario el Cañi, 480 há; Corcovado/Tic-toc. 84.700 há; Fundación Parque Pumalín, 298.800 há; Melimoyu/Isla Magadalena, 15.537 há; Cabo León, 26.445 há; Yendegaia, 38.780 há. Para más información ver en http://www.patagonialandtrust.org/ Para más información ver en http://www.huinay.cl/ Para más información ver en http://www.ballenazul.org/ Por supuesto que no se trata de una recuperación de territorio en términos geopolíticos si no que nominales pero con un impacto en las estrategias comerciales re-

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gionales. No obstante lo anterior, no se debe desestimar que en el imaginario histórico y popular chileno aún se recuerda con recelo la disputa diplomática que, en plena guerra del Pacífico, zanjó a favor de la República Argentina el dominio de la Patagonia Oriental.

Bibliografía Amtmann, Carlos y Gustavo Blanco 2001 “Efectos de la salmonicultura en las economías campesinas de la Región de Los Lagos, Chile”, Revista Austral de Ciencias Sociales 5, pp: 93 – 106. Appadurai, Arjun 1988 The Social Life of Things: Commodities in Cultural Perspective, Cambridge University Press: Cambridge. Arce, Alberto y Norman Long 2000 “Reconfiguring modernity and development from an anthropological perspective”, en: Arce, A. y N. Long, Anthropology, Development and Modernities: exploring discourses, counter-tendencies and violence, Routledge: London and New York, pp: 1-31. Barret, Gene, Caniggia, Mauricio y Lorna Read 2002 “There are more Vets than Doctors in Chiloé: Social and Community Impact of the Globalization of Aquaculture in Chile”, World Development 30 (11) 2002, pp: 1951-1965. Claude, Marcel y Jorge Oporto 2000 La ineficiencia de la salmonicultura en Chile: aspectos sociales económicos y ambientales, Registro de problemas Públicos Nº1. Terram Publicaciones: Santiago. Descola, Philippe 1996 “Constructing natures: symbolic ecology and social practice, en: Descola, P. y G. Pálsson, Nature and Society: anthropological perspectives, Routledge: London, pp: 82-102. Graeber, David 2001 Towards an Anthropological Theory of Value, Palgrave: New York. Hallam, Elizabeth y Tim Ingold 2007 “Creativity and Cultural Improvisation: An Introduction”, en: Hallam, E. y T. Ingold, Creativity and Cultural Improvisation, Berg: Oxford & New York. Ingold, Tim 2000 The perception of the environment. Essays in livelihood, dwelling and skill, Routledge: London & New York. Joas, Hans, 1996 The Creativity of Action, The University of Chicago Press.

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Latour, Bruno 2005 Reassembling the Social: an Introduction to Actor-Network-Theory, Oxford University Press: New York. Long, Norman 2001 Development Sociology: actor perspectives, Routledge: London and New York. Martinic, Mateo 1970 Patagonia, materia y espíritu, Corporación de Magallanes: Punta Arenas. Martinic, Mateo 2002 Breve historia de Magallanes, Punta Arenas: Ediciones de la Universidad de Magallanes. Massey, Doreen 2005 For space, Sage Publications: London, Thousand Oaks & New Delhi. Schatzki, Theodore 1996 Social Practices. A Wittgensteinian Approach to Human Activity and the Social, Cambridge University Press: New York. Slater, Candace 1996 “Amazonia as Edenic Narrative”, en: Cronon, W., Uncommon Ground: Rethinking the Human Place in Nature, Norton: London, pp: 114-131.

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