La regimentación lingüística en un escenario transnacional: La República Dominicana/Haití

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La regimentación lingüística en un escenario transnacional La República Dominicana / Haití Juan R. Valdez

Queens College, CUNY

Este análisis se centra en los procesos de construcción de las fronteras etnolingüísticas de los dos estados-nación que comparten la isla de La Española. En el contexto del siglo XX, los políticos y los filólogos dominicanos unieron sus esfuerzos para crear una tupida red de escuelas que tenían el español como idioma de instrucción, prohibir el uso del creole, cambiar el nombre francés o creole de numerosos lugares por otro nombre en español, y producir un corpus de textos que describieran y representaran el adecuado panorama lingüístico dominicano. Las prácticas de alfabetización y las prácticas discursivas estaban empeñadas en el propósito de hispanizar las comunidades fronterizas. Mi acercamiento a la transformación sociopolítica de esta región cursa a través del análisis de las representaciones de las prácticas del discurso y las correspondientes políticas lingüísticas del Estado dominicano hacia las comunidades bilingües y multiculturales en los años treinta y cuarenta del pasado siglo. En el examen de estos problemas interrelacionados, aplico las herramientas analíticas provenientes de la investigación sobre el discurso lingüístico y las ideologías del lenguaje (Arnoux y Del Valle, 2010; Irvine y Gal, 2000; Woolard, 2008) y las perspectivas de los estudios de frontera (Wilson y Donnan, 2012; Houtum y Naerssen, 2002). Mi pregunta básica es si, en el caso de la frontera dominicano-haitiana en el siglo XX, la diferencia lingüística se representó en el discurso metalingüístico con el doble propósito de crear una identidad dominico-hispánica y avasallar las identidades dominico-haitianas que arraigaban en aquel entonces. Keywords: language planning, politics of language, language ideologies; borders; Dominican Republic; Haiti

Los lingüísticos antropólogos han mostrado que merece la pena observar atentamente las características que con regularidad aparecen en las discusiones acerca del valor del idioma. Como guía en nuestro escrutinio de esas discusiones está el concepto de las ideologías del lenguaje o “los sistemas culturales de ideas sobre las relaciones sociales y lingüísticas, junto a su carga de intereses morales y políticos” Language Problems & Language Planning 38:2 (2014), 149–166.  doi 10.1075/lplp.38.2.03val issn 0272–2690 / e-issn 1569–9889 © John Benjamins Publishing Company

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(Irvine, 1989, p. 255). Mi análisis se inserta en un acercamiento interdisciplinario a la historia política del español que Del Valle (2013) ha llamado “el proyecto de historia glotopolítica.”1 Este empeño se apoya en las teorías que se ocupan de la interacción entre lenguaje e identidad, las ideologías del lenguaje y la normatividad. En su conjunto, estas teorías constituyen un acercamiento interdisciplinario que da cuenta de la relación entre fenómenos históricos y textos, una relación que normalmente solo interesa a antropólogos, sociólogos y un puñado de “lingüistas disidentes,” para usar las palabras de Haugen (1972). Incluso, como insisten Jaworski et al. (2004) y, más recientemente, Del Valle (2013), el metalenguaje ha sido una categoría analítica productiva importante para diferentes ramas de los estudios del lenguaje. Este propósito está en el centro de nuestra búsqueda en virtud de su contribución a la articulación dinámica del lenguaje y su dimensión política. Ciertamente, las representaciones de las prácticas lingüísticas dominicanas en el discurso metalingüístico de los analistas son fundamentales para entender la transformación planificada del terreno lingüístico2 de las comunidades fronterizas. Mi indagación, de conjunto con los estudios de frontera, también busca “respuestas a las preguntas sobre cómo se interrelacionan identidad, territorio y Estado en la formación de la identificación del yo y del grupo” (Wilson y Donnan, 2012, p. 3). Mi investigación comenzó con una compilación de un corpus de textos representativos del discurso metalingüístico y de las relaciones haitiano-dominicanas. Continué con una atenta lectura de los textos filológicos relevantes (gramáticas, diccionarios, boletines y discursos de la academia y manuales de estilo), las publicaciones pedagógicas y filológicas y la prensa de la época, examinando las discusiones e interpretaciones de las diferencias lingüísticas a lo largo de la frontera. En esas discusiones, destaqué las generalizaciones lingüísticas que servían para enfatizar las diferencias entre “nosotros” (los dominicanos) y “ellos” (los haitianos). Consulté declaraciones específicas sobre las prácticas y diferencias lingüísticas que revelan la imagen lingüística de los hablantes. He prestado especial atención a los aspectos institucionales que vinculan estos textos con su contexto social más amplio. El análisis de estos textos en sus contextos sociopolíticos nos aporta una comprensión crítica de cómo se concibieron y se desarrollaron las ideas predominantes acerca de las prácticas lingüísticas a lo largo de la frontera. Mi hipótesis propone que la diferencia lingüística es seleccionada, redefinida, elidida y representada para fomentar una identidad dominicana contraria a la mezclada identidad afro-domínico-haitiana. Las representaciones lingüísticas devinieron instrumentos para orientar la conducta y el pensamiento ideológico en las comunidades lingüísticas a lo largo de la frontera. Fueron también decisivas para crear y divulgar una imagen de la omnipotencia del español y, hasta cierto punto, anular los rastros del habla creole y la identidad haitiana. En efecto, este es un caso muy complejo

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cuyas numerosas ramificaciones no pueden agotarse aquí. Con esta obra, aspiro principalmente a contribuir a la investigación lingüístico-ideológica (Bourdieu, 1991; Woolard, 2008; Irvine y Gal, 2000; Blommaert, 2005) y al conocimiento de la historia política del español en las zonas de contacto (Barrios y Pugliese, 2004; Arnoux, 2008; Arnoux y Del Valle, 2010; Del Valle, 2013). Colectivamente, estamos interesados en llegar a una mayor comprensión de las condiciones históricas y la situación social que rodean las decisiones sobre el lenguaje, el habla, la escritura o cualquier forma de significación de una comunidad determinada.

Las tierras fronterizas y su contexto histórico La isla caribeña internacionalmente conocida como La Española está dividida por fronteras políticas, militares, étnicas y lingüísticas (materiales y simbólicas) en dos estados-nación. La frontera política de la isla comprende un área de aproximadamente 360 kilómetros que se extiende desde Pedernales, en la costa sur, hasta Pepillo Salcedo, al norte. En 1777, el Tratado de Aranjuez entre los imperios francés y español fijó, entre los dos territorios, una frontera general que, décadas después, sería borrada por un segundo tratado (La Paz de Basilea, 1795), el cual asignó un mayor control del territorio de la isla (dos tercios) a los franceses. Después de ganar su libertad e independencia de Francia (1804), los líderes haitianos comenzaron una expansión hacia el Este, con la aspiración de salvaguardar y proteger la isla de una futura invasión francesa y otras amenazas europeas. Unas pocas décadas después, los líderes políticos hispanohablantes del este, quienes se oponían a la unificación política sobre la base de diferencias culturales, consiguieron ganar su independencia política (1844) y formaron un precario Estado dominicano con fronteras nebulosas. A todo lo largo del siglo XIX, y aún después, se sucedieron periódicos altercados sobre demandas territoriales. En 1929 ambos Estados llegaron a un acuerdo general que determinaba las fronteras políticas que permanecen hasta hoy. Entretanto, el panorama social en el centro de la isla se hizo más complejo en la medida en que las comunidades de haitianos y algunos dominicanos de linaje mezclado (peyorativamente llamados rayanos,3 los que viven sobre la raya) se establecían allí, configurando un espacio transnacional definido por complejas relaciones económicas, raciales y culturales. La mayoría de los habitantes de esta región era de origen africano, antiguos esclavos o esclavos fugitivos que habían empezado a establecerse allí desde antes del siglo XIX. Desde entonces, la región fronteriza se ha convertido en una zona de contacto relativamente grande o, como sostiene Ortiz López (2010; en prensa), en un continuo etnolingüístico donde el creole haitiano coexiste con el español dominicano y con otras formas mixtas de discurso usadas por hablantes bilingües.4

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La explicación que brinda Ortiz López sobre la situación actual como un flujo continuo de personas, bienes, códigos, y artefactos culturales nos da un sentido de la vitalidad del contacto lingüístico en esta región y de la magnitud de los intercambios socioeconómicos y culturales que dependen del uso funcional y variable de códigos múltiples. Ortiz López, junto a Díaz (2002) y Pérez (2003), evidencian que el repertorio lingüístico en esta región excede los límites de un idioma. En contraste con estos repertorios lingüísticos, a ambos lados de la frontera política, los estados poscoloniales han adoptado políticas lingüísticas impregnadas de fórmulas nacionalistas europeas sobre lo indeseable de la diversidad dentro de territorios con límites difíciles de precisar.

El panorama sociolingüístico de la frontera hacia 1930 Antes de los años treinta, en los comentarios de funcionarios del gobierno dominicano aparece una sensación de peligro con respecto a la presencia de “haitianos étnicos” (de linaje africano relativamente puro) y sus prácticas lingüísticas. Entre 1867 y 1937, la superpoblación, la disminución de los recursos y el crecimiento de la inestabilidad política y económica en Haití se combinaron para producir un desplazamiento demográfico hacia el Este. En el proceso, la nebulosamente definida zona fronteriza fue testigo del establecimiento de los primeros asentamientos de campesinos haitianos y haitiano-dominicanos vinculados por intereses económicos compartidos y prácticas culturales y lingüísticas haitianas que les resultaban comunes (Dilla Alfonso, 2007, p. 42). En 1919, a propósito de los informes recibidos acerca de los pueblos fronterizos, el Ministerio de Educación subrayó los detalles demográficos siguientes: La mayor parte de sus habitantes son haitianos. El alcalde pedáneo y otras personas del lugar aseguran que el 75% de la población es haitiana; La Cruz Loma del Guano y Los Cerizos […] se calcula que un 60% de los habitantes de esta sección son haitianos […] La población nómada de Haití va de feria en feria vendiendo lo que no ha producido […] Este es un dato interesante que comunico a esa Superintendencia para los fines que puedan convenir a la integral normalización de la vida de aquella región donde la escuela va a difundir su civilizadora influencia […] Como casi en toda la región fronteriza, en la población de David, predomina el elemento haitiano (Cucurullo, 1919, pp. 202–203).

El primer censo dominicano, de 1920, estimó que 70% de la población haitiana en territorio dominicano (28, 258) residía a lo largo de la frontera (Dilla Alfonso, 2007, p. 45). La moneda haitiana (el gourde) facilitaba los intercambios comerciales y el creole era el vehículo de comunicación más común en el área. Según Turits (2003, p. 147), hombres haitianos se casaban con mujeres dominicanas y hombres

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dominicanos se casaban con mujeres haitianas, y tampoco era raro ver, en el curso de un solo día, a niños haitiano-dominicanos cruzando la frontera varias veces para ir a la escuela en el lado haitiano. El flujo transnacional de personas y bienes prácticamente no tenía restricciones.5 El control político descansaba en caudillos locales como Desiderio Arias y sus partidarios haitianos, para disgusto tanto del Estado haitiano como del dominicano (Derby, 1994; Turits, 2003). Los historiadores tienden a describir el carácter bilingüe y bicultural de estas comunidades fronterizas como “una amalgama de gente” (Turits, 2003, p. 148). Gran parte de la evidencia sobre la situación sociolingüística de la zona fronteriza antes y después de 1937 se deriva principalmente de relatos orales grabados por historiadores y periodistas: Desde 1865, la moneda haitiana había sido el único medio de intercambio en Monte Cristi y Barahona. El idioma español estaba empezando a ceder paso al creole rural del oeste. Una clase de gente conocida como rayanos había prosperado a ambos lados de la frontera, gente de nacionalidad dudosa, cuyas características antropológicas y culturales se habían mezclado. Incluso la fe católica, ignorada en grado variable durante unos cien años, sentía el empuje de los cultos haitianos (Crassweller, 1966, pp. 150–151).

Crasweller se maravillaba de cómo “circulaba el dinero haitiano, y de cómo el creole se hablaba tanto como el español hasta cuarenta kilómetros dentro del territorio dominicano” (1966, p. 189). De hecho, en los años treinta y cuarenta, observadores dominicanos de la capital lamentaban, preocupados, que el lado oriental de la frontera estuviera haitianizándose más cada año. Algunos veían, en las prácticas discursivas, un reflejo de estas tendencias demográficas. Muchos de los comentarios de los observadores dominicanos (Marrero Aristy, 1943; Prestol Castillo, 1943) de esta época, cuando se leen en su contexto apropiado, iluminan la dimensión ideológica del panorama lingüístico a lo largo de la frontera. Estos agentes culturales de la élite6 sentían que la “primitiva” práctica discursiva de los haitianos y haitiano-dominicanos, alternativamente referida como “creole” o “patois,” resultaba ya demasiado predominante en esta región y había que hacer algo. Así empezó el proceso sistemático de usurpación de los modos de vida en este continuo etnolingüístico donde el Estado dominicano volvió a trazar los límites físicos y culturales.

Las dimensiones etnolingüística e ideológica de la planificación lingüística Muchos vectores convergen en el terreno formalmente conocido como “política y planificación lingüísticas” (PPL).7 El campo en cuestión en La Española no fue

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ninguna excepción. De acuerdo con los acercamientos teóricos (Ricento, 2000, 2009; Wiley, 2000) que sistemáticamente toman en cuenta la ideología, la ecología y los medios en los debates sobre la planificación lingüística, queremos saber específicamente cómo llegaron a ser las cosas, etnolingüísticamente hablando, en esta región fronteriza. En nuestro caso, son de particular interés los esfuerzos, encubiertos y públicos, que rodean la elaboración del estatus simbólico del español opuesto al creole. Son también del mayor interés las precisas intersecciones de factores étnicos y lingüísticos en los esfuerzos de planificación lingüística en la región fronteriza en los años treinta y cuarenta. La élite intelectual y los representantes del Estado dominicano unieron sus fuerzas en una serie de discusiones y medidas que aspiraban a transformar el paisaje ideológico y las prácticas discursivas de la gente en las zonas fronterizas. Las medidas incluían la creación de una red de escuelas con el español como idioma de enseñanza, prohibiendo el uso del creole, y el cambio del nombre8 francés o creole de numerosos lugares por nombres en español. Estas medidas eran parte del plan comúnmente llamado “dominicanización de la frontera,” puesto en práctica por el dictador dominicano Rafael L. Trujillo y miembros de su régimen (1930–1961). Los aspectos de este plan relacionados con el lenguaje revelan detalles del tipo de agendas sociales y políticas que “son esenciales para las luchas por el poder político” (Tollefson, 2002, pp. 66). Trujillo y miembros de su gobierno consideraban la frontera como un proyecto colonial inacabado que requería un despliegue de fuerza coercitiva y dominación cultural. Mientras los diplomáticos de ambos lados negociaban los límites fronterizos, algunos funcionarios dominicanos urgían al gobierno para que tomara medidas drásticas. Por ejemplo, el ministro del Interior de Trujillo, Moisés García Mella, insistía, a través de los canales diplomáticos, en que el establecimiento de la línea fronteriza debía basarse en factores étnicos, y no solo en asuntos puramente técnicos (Vega, 1988, p. 131). García Mella describió particularmente las consecuencias de no definir el estatus de la población fronteriza: Los habitantes de toda “La Miel,” unos CIEN MIL, serían considerados como ciudadanos dominicanos y tendríamos una parte de nuestra población, dominicanos por la ley del Tratado [1929]; pero haitianos de corazón, haitianos por costumbres, por raza y por idioma, con derecho a desparramarse y extenderse por todos los confines del país; y con vocación a los más altos puestos públicos reservados a los nacionales (García Mella, 1938, p. 34, énfasis en el original).

Además, agregaba: “si se consultan, los habitantes de esa región nunca querrían dejar de ser haitianos” (García Mella, 1938, p. 35). Esclareció suficientemente que resolver el problema fronterizo implicaba, ante todo, trazar una sólida frontera etnográfica de dimensiones morales y sociales (García Mella, 1938, p. 37). Sostenía que, sin eso, los dominicanos no podrían evitar la creciente marea de diferencias

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raciales y lingüísticas perpetrada por gente de ascendencia presumiblemente haitiana9 (García Mella, 1938, p. 39). Estas declaraciones se produjeron en un intento de justificar las leyes de inmigración que obligaban a los haitianos a salir del país y abrían las puertas a los inmigrantes europeos (y japoneses) que supuestamente blanquearían la población dominicana. En términos muy claros, Peña Batlle (1943) explicaba qué grupos sociales eran específicamente indeseables: El tipo-transporte de esa penetración no es ni puede ser el haitiano de selección, el que forma la elite social, intelectual y económica del pueblo vecino. Ese tipo no nos preocupa porque no nos crea dificultades; ese no emigra. El haitiano que nos molesta y nos pone sobre aviso es el que forma la última expresión social de allende la frontera (Peña Batlle, 1943, p. 13).

Mientras algunos seguían preocupados por las amenazas políticas y económicas que una población fronteriza racial y lingüísticamente mezclada suponía para aquellos cuyos intereses estaban representados por el Estado, otros políticos empezaron a discutir el rol del español en la consecución de los objetivos de construcción nacional del Estado. Una solución concreta al problema de los límites territoriales y la identidad nacional empezó a tomar impulso. En 1934, Mario Fermín Cabral, líder del senado dominicano, declaró: En la lengua está la vida. La incomprensión fue enemiga de nuestra soberanía y nuestras libertades en el pasado; lo es en el presente y lo será en el porvenir, si no le hacemos frente, reforzando ambas nacionalidades. Identificando con el senador Zaphyvin, creo que el primer paso en este sentido toca al legislador, instituyendo la enseñanza obligatoria del español en las escuelas. Eso es lo más importante. Lo demás vendrá como secuela natural (citado en Vega, 1988, p. 218).

Aquellos legisladores comprendieron que la cristalización del poder estatal y la consolidación nacional dependía de los mecanismos de socialización y las ideologías en los que el español jugara un rol central, e incluso sugirieron que la hegemonía del español podría trascender las fronteras haciendo incursiones en las escuelas haitianas (Vega, 1988, pp. 217–218). Era consenso general que la difusión y aceptación de una forma estandarizada del español bloquearía la haitianización del territorio dominicano y garantizaría la lealtad de los ciudadanos, la seguridad nacional y la expansión del Estado. Así reflexiona (Pacheco, 1955) algunos años después: Esta acción está dirigida a ennoblecer y dignificar el índice intelectual de las clases de escasos niveles económicos donde quiera que se encuentren […] La dinámica impelente de ese programa ha sido la popularización de la cultura […] De esta manera el plan está dirigido a conocimientos básicos de la lengua española y las matemáticas (citado en Vega, 1995, pp. 72–73).

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Muchas de las normas y regulaciones establecidas durante el período de reforma educativa incluían la enseñanza del español estándar. En 1931, el superintendente de educación, Pedro Henríquez Ureña, uno de los más importantes lingüistas hispánicos de su generación, declaraba: “el objeto de estos cursos es adiestrar en el conocimiento y manejo del idioma, con adquisición de vocabulario y giros correctos, mejoramiento de la ortografía, etc.” (1932a, p. 49). En un esfuerzo para promover la estandarización lingüística, Henríquez Ureña ordenó la adopción obligatoria de la ortografía oficial de la Real Academia Española (RAE): Recomiendo a ustedes que dispongan en todas las escuelas se enseñe exclusivamente la ortografía oficial de todos los países de habla castellana, y por lo tanto la ortografía oficial de nuestro gobierno (1933, p. 1b).

Aunque trató de mantener una distancia moral e intelectual con el régimen de Trujillo, Henríquez Ureña, promotor de estas medidas idiomáticas, era fundamentalmente un heredero de la tradición ideológica del nacionalismo dominicano que consideraba todo lo haitiano (incluso sus prácticas lingüísticas) como la mayor amenaza contra la sociedad dominicana.10 Casi todos los filólogos contemporáneos de Henríquez Ureña habían declarado que el desarrollo de la competencia lingüística era una prioridad nacional. En el proceso, unos ayudaban a legitimar y promover la obra de los otros. Un colectivo de intelectuales y burócratas exigía unánimemente la adopción de la obra del filólogo y maestro entrenador Ramón Emilio Jiménez como texto oficial en las escuelas primarias y secundarias (Jiménez, 1929, Apéndices xxiv–xxv). Durante su desempeño como superintendente, Henríquez Ureña adoptó “Vicios de la dicción castellana,” de Federico Llaverías (1933), como un texto filológico reglamentario. La estandarización y la utilización del español como un instrumento de hegemonía dentro del sistema de educación se convirtieron en preocupaciones capitales de estos agentes de la política y planificación lingüística en la República Dominicana durante los años treinta. Las escuelas constituyen uno de los dominios más importantes de la planificación lingüística.11 En 1932, Henríquez Ureña destacaba la creciente porción del presupuesto (34%) asignado para “la creación de escuelas fronterizas” (1932, p. 455). Una cifra exagerada, no obstante, según Henríquez Ureña: [Trujillo] hizo de esta misma escuela el verdadero centro de la comunidad rural convirtiendo al maestro, mediante regeneradores soplos de valioso cooperativismo administrativo, en el eficiente propagador de las Leyes del Estado … (1933, p. 1)

Algunos intelectuales insistían en que la región fronteriza se concibiera como un gigante laboratorio pedagógico donde los maestros, mediante métodos modernos,

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fueran capaces de crear o reproducir la alquimia cultural de la nación dominicana (Marrero Aristy, 1943, p. 22). A mediados de 1935, se había construido diez escuelas en la región fronteriza, principalmente en el Sur. Según los informes, ese número aumentó significativamente en la década siguiente (Paulino, 2005, p. 46). Sin embargo, las autoridades y los agentes culturales vieron que el plan para asimilar culturalmente a los rayanos continuaba chocando con las prácticas lingüísticas y culturales de las personas de esas comunidades. Así, la reforma educacional y el plan de estudios se enfocaron en tácticas más novedosas que incluían la intensa promoción del español y la imagen del maestro como positivo agente de cambio. A los maestros dominicanos desplegados en esta zona se les encargó la tarea de hispanizar las comunidades locales. Inequívocamente, se asignó a los maestros un rol decisivo en el desarrollo de las prácticas ideológicas y discursivas requeridas para la expansión del Estado. Adicionalmente, a las autoridades educativas en estas regiones se les ordenó mantenerse alertas contra la presencia de haitianos entre el personal pedagógico. Un memorándum presidencial oficial, circulado por Henríquez Ureña, reza: “estimaré a usted se sirva de informarme inmediatamente con indicación de nombre y lugar, qué maestros de nacionalidad haitiana estén trabajando en escuelas oficiales o semioficiales de su jurisdicción” (1932b, p. 3).12 Esta amenaza refleja lo que Hassanpour (1993) describe como “la habilidad de proscribir incluso el hablar un idioma y castigarlo como un crimen contra la seguridad y la integridad territorial del Estado” (p. 108) propia de los Estados modernos. Es más, estas medidas y amenazas aspiraban a persuadir a los maestros dominicanos asignados a la frontera para que asumieran las tareas ideológicas y empezaran a vigilar todas las formas de bilingüismo con la esperanza de erradicarlo del área. Los líderes de la educación explicaban que estas ideas, políticas y medidas eran el resultado de un “cruce de nacionalismos práctico y fecundo” capaz de extenderse a las escuelas, las cuales, antes de la consolidación de rasgos autóctonos y nacionales en el territorio dominicano, supuestamente habían renunciado a sus rasgos nativos (es decir, dominicanos) (Jiménez, 1934, p. 3). Bajo el liderazgo del español Antonio L. de Santa Ana, un grupo de sacerdotes jesuitas desarrolló en el norte el programa educativo modelo La Misión Fronteriza. El programa estaba supervisado por el Ministerio de Interior y el Departamento de Policía, y era financiado por el Ministerio de Educación y Bellas Artes y por el Departamento de Agricultura13 (Santa Ana 1956–1957: 52–3). Según Santa Ana (1956–1957), al comienzo de su misión, los jesuitas encontraron, a todo lo largo de la frontera, comunidades que habían sido absorbidas por las prácticas económicas, lingüísticas, culturales y religiosas haitianas (p. 28). Trujillo le manifestó con toda claridad a Santa Ana y sus colaboradores que, como no era mucho lo que podía hacerse con los adultos que habían crecido en ese panorama social, era necesario

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enfocarse en los niños en edad escolar, creando así una brecha generacional en la transmisión de cultura: “muchos adultos ya no cambiarán, por lo cual, hay que formar una nueva generación” (Santa Ana, 1956–1957, p. 34). Los presuntos obstáculos al trabajo de estos misioneros de la frontera eran los mismos que habían sido identificados por el régimen de Trujillo: Trujillo observó, con mirada vigilante, que en la línea Fronteriza se iba perdiendo su fisonomía nacional. La presencia invasora de gentes haitianas con lenguaje extraño, moneda extranjera, costumbres exóticas, ritos religiosos del Vodou y protestantes, minaban poco a poco este baluarte de la Patria, y los convertía en peligrosa cabeza de puente. A tan grave peligro, una medida segura: DOMINICANIZAR LA FRONTERA (Santa Ana, 1956–1957, introducción; énfasis en el original).

Los misioneros entendieron enseguida las implicaciones y tareas ideológicas de su misión, y de buena gana comenzaron a ayudar a los pocos presumiblemente nativos a “imponer […] sus ideas y costumbres a la población haitiana tan crecida, que les rodeaba” (Santa Ana, 1956–1957, p. 29). Lo que Santa Ana llamó un “proceso regeneracional,”14 incluía la eliminación de variedades de contacto (las prácticas discursivas del creole, específicamente). Esta meta aparecía claramente en la agenda de los superintendentes regionales y nacionales de educación, como Santiago Agusto Mena Valerio, de Dajabón: “desterrar el haitianismo en el lenguaje del niño fronterizo” (Revista de Educación, 1941, p. 108). Entre los apuntes tomados por la Profesora Mercedes Núñez durante una reunión en el pueblo cercano de Loma de Cabrera (Dajabón), encontramos: “Historia del Himno Nacional y una explicación de los vocablos no usuales en el lenguaje cotidiano” (Revista de Educación, 1941, p. 109). En casos de violencia simbólica, como en el ejemplo kurdo de Hassanpour (1993),15 las intenciones implican “hacer que los hablantes nativos se avergüencen de su idioma, padres y orígenes” (p. 136). Sin embargo, el proceso de desplazar el creole en esta región fue arduo y difícil. Para el dictador Trujillo y su régimen, el plan del Estado para controlar y volver a trazar el mapa de la región fronteriza durante los años treinta no se movía lo suficientemente rápido. Embriagado de rabia y convencido de que la severidad era la mejor política, en octubre de 1937 ordenó al ejército masacrar o expulsar a miles de haitianos de las regiones fronterizas. Pero, ante la presencia aplastante de fenotipos africanos y prácticas biculturales ¿cómo podían los soldados distinguir entre los haitianos y los dominicanos o los haitiano-dominicanos que habían estado residiendo en estas comunidades por generaciones? Un puñado de narrativas y crónicas periodísticas relatan cómo algunos soldados usaban un santo y seña que ponía a prueba la pronunciación. De hecho, durante el genocidio patrocinado por el Estado en 1937, la supervivencia de miles de personas de piel oscura a lo largo de la frontera entre Haití y la República Dominicana dependía de si eran

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capaces de pronunciar la R alveolar simple en la palabra española perejil, en lugar de la R uvular francesa [peRehil], típica del creole haitiano. Muchos de los que no fueron capaces de pasar esta prueba, alrededor de 15,000, fueron asesinados. Al igual que en otros casos de violencia estatal y lingüicidio, los muertos y heridos fueron víctimas de la creencia según la cual la homogeneidad lingüística y cultural es condición necesaria para el establecimiento del orden social. 16 En la fundación y administración de estas escuelas fronterizas, los misioneros jesuitas, por ejemplo, trabajaron para producir disposiciones sociales específicas a través de prácticas pedagógicas y un plan de estudios específicos.17 Las mujeres, particularmente, fueron las encargadas de enseñar el catecismo y la instrucción básica de acuerdo con los objetivos sociales del Estado (Santa Ana, 1956–1957, p. 43). El aparato ideológico-discursivo desplegado a lo largo de estos pueblos fronterizos norteños incluía también los centros culturales y recreativos para niños y jóvenes, el traslado de imágenes religiosas y la siembra de cruces a todo lo largo de la zona fronteriza, las peregrinaciones religiosas a pueblos remotos, las marchas regulares en las áreas urbanizadas, las competiciones deportivas, etcétera. Los misioneros y educadores sentían que, al igual que la extendida construcción de escuelas, todas estas actividades promoverían el pensamiento religioso-moral-ideológico que era necesario difundir entre la población local. Sobre todo, se consideraba que el éxito del programa dependía de su eficaz condicionamiento de la conciencia nacional o en un profundo sentido de identidad dominicana: “formando el alma del pueblo en el sentido de profunda dominicanidad” (Santa Ana, 1956–1957, pp. 74–75)]. La escuela primaria era, según Santa Ana, “el centro de continuos actos públicos, donde se va formando paulatinamente el espíritu de la comunidad fronteriza en la cultura y tradiciones nacionales” (Santa Ana, 1956–1957, pp. 74–75). En los pueblos icónicos del norte, como Isabela, los misioneros garantizaron, como fruto de su labor, el renacimiento de la nación dominicana sobre la base de la preservación y reactivación de los tres principios fundamentales con que los españoles habían conquistado las poblaciones indígenas: “costumbres hispánicas, lengua castellana y la fe católica” (Santa Ana, 1956–1957, s. p.). Después de más de veinte años de creciente militarización, represión violenta y normalización social a través de políticas de inmigración racistas y educación cívica y religiosa, el horizonte ideológico y el panorama lingüístico de la región fronteriza habían cambiado significativamente. La descripción de Santa Ana de la posmasacre en la frontera (en 1957) enfatizaba lo siguiente: En los habitantes predomina la raza india, aunque no pura; existe, si bien no tanto, la raza mezclada en la mayoría de los casos con la india o la blanca, o al menos con las variaciones etnológicas de los habitantes aclimatados en las antiguas colonias españolas; son también numerosas las familias blancas de innegable descendencia hispana. Se habla español con algunos galicismos o anglicanismos y con

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muchos graciosos arcaísmos castellanos; los términos del dialecto haitiano antes muy generalizado han desaparecido por completo en estos últimos veinte años (1956–1957, p. 25).

Aunque todavía incompleto cuando se publicaron los Apuntes Históricos (1957), el proceso de deculturación de la frontera conocido como “dominicanización” o “deshaitianización” había devenido esencial para las políticas e ideologías del régimen de Trujillo. Mirando atrás, el difunto president Joaquin Balaguer explicaba cómo “la militarización de la frontera y el establecimiento de escuelas e iglesias” fueron estrategias fundamentales en la defensa del idioma español y la religión católica (citado en Cuello, 1985, p. 505). Los esfuerzos detrás de la planificación lingüística se enfocaron en, indudablemente, hacer del español el idioma legítimo en toda la nación dominicana y, sobre todo, ante los ojos de la gente de la frontera haitiano-dominicana. Estos esfuerzos corresponden a las luchas que, sostenía Bourdieu (1991), son necesarias para modificar las representaciones mentales: Los pugnas sobre la identidad étnica o regional –en otras palabras, sobre las propiedades (estigmas o emblemas) vinculadas con el origen a través del lugar de origen y las perdurables marcas asociadas a él, como el acento– son pugnas sobre el monopolio del poder para hacer que las personas vean y crean, para lograr que sepan y reconozcan, para imponerles la definición legítima de las divisiones del mundo social, y, por consiguiente, para hacer y deshacer grupos. Lo que está en juego aquí es el poder de imponer una visión del mundo social a través del principio de di-visión que, cuando se imponen sobre un grupo entero, establecen significado y consenso sobre el significado y, en particular, sobre la identidad y unidad del grupo, el cual crea la realidad de la unidad y la identidad del grupo (p. 221; cursivas en el original).

Junto al Estado, los agentes de la política y la planificación del lenguaje encaminaron sus esfuerzos a invertir los significados de valores socialmente compartidos como la cohabitación y a desposeer a los rayanos, tanto de la tierra, como de sus derechos a la autoidentificación. Las consecuencias de sus políticas se sintieron más allá de la región fronteriza y son visibles hasta hoy, cuando la corte constitucional de la República Dominicana resuelve despojarles la nacionalidad dominicana a más de medio millón de descendientes de haitianos. Continuando la línea de pensamiento de Bourdieu (1991) y también de Díaz (2002, p. 290), subrayo que las prácticas discursivas, con sus rasgos prestigiosos y estigmatizados, así como los discursos metalingüísticos, intervinieron (y siguen interviniendo) en los procesos de mediación de los diversos conflictos históricos que han dividido y acercado a las dos sociedades de La Española/Haití.

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Notes 1.  Este acercamiento es un mérito teórico de la escuela de Rouen, que define la glotopolítica como “las diferentes maneras en que una sociedad intenta operar sobre el lenguaje, ya sea conscientemente o no … La glotopolítica es necesaria para englobar todos los hechos del lenguaje donde la acción de la sociedad asume la forma de la política” [les diverses approches qu’une societé a de l’action sur le langage, qu’elle en soit ou non conscient … Glottopolitique est nécessaire pour englober tous les faits de langage où l’action de la société revêt la forme du politique] (Guespin y Marcellesi, 1975, p. 7; salvo aclaración contraria, todas las traducciones del francés y del inglés son mías). 2.  Empleo este concepto en el sentido de Gorter (2006). 3.  Para una contextualización de este término y sus implicaciones, ver Pérez (2002) y TorresSaillant (2003). 4.  Bullock y Toribio (2008, 2014), Jansen (2010), Lipski (1994), Murray (2010) y Pérez Guerra (2000), con diverso grado de detalles etnográficos e históricos, proporcionan descripciones sincrónicas de la práctica sociolingüística en estas zonas de contacto. 5.  Los haitianos de nacimiento empezaron a usar el español para pasar por ciudadanos dominicanos y evitar un impuesto de inmigración anual (Turits, 2003, p. 149). 6.  Son considerados “élite” debido a sus particulares posiciones sociopolíticas de influencia dentro del aparato estatal. 7.  Quizás nadie anticipó los vectores de interconexión de esta línea de investigación mejor que Haugen cuando escribió: “Como la PL es un tipo de política del lenguaje, necesita las nociones de las CIENCIAS POLÍTICAS acerca de la naturaleza de lo que es posible y las maneras de ganarse la anuencia de los gobernados. Toda vez que está profundamente involucrado en la conducta de hombre como animal social, necesita el apoyo de una inteligentemente concebida teoría ANTROPOLÓGICA y SOCIOLÓGICA de la conducta lingüística” (1972, p. 182; el énfasis en el original). 8.  Sobre retoponimización, ver Granda (1991) y Larrazábal Blanco (1972). En particular, Larrazábal Blanco describió este fenómeno como “el afán de ‘borrar la historia’ y de no respetar ‘los pasados remotos y respetables’ ” (1972, p. 33). 9.  García Mella sostenía que era necesario “oponer resistencia a la presión etnográfica de nuestros vecinos” (1938, pp. 39–40). Su colega, Julio Ortega Frier (1941), preboste de la Universidad de Santo Domingo y [y ponente de] de la ley de la educación obligatoria, ha sido considerado el autor intelectual del genocidio para limpiar la población fronteriza; en los memorándum oficiales, él se refiere específicamente a la extirpación de los moradores fronterizos (ver Cuello, 1985, p. 498). 10.  He analizado el discurso metalingüístico relevante en Valdez (2011). 11.  Ver Spolsky (2005, p. 46), y Barrios y Pugliese (2004, p. 157). 12.  Ver también Inoa (2002).

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162 Juan R. Valdez 13.  Santa Ana describió la obra de estos grupos de interés como: “la especial, constante y decidida colaboración de las autoridades civiles y militares, locales y provinciales” (1956–1957, p. 49). 14.  Santa Ana insistía en que era necesario “suprimir las causas de la decadencia y sustituirlas por vigorosos y rápidos valores de regeneración” (1956–1957, p. 29). He aquí la valoración de Santa Ana acerca del rol colectivo de los misioneros: “en ese glorioso ejercito de reconquista espiritual y moral cupo un puesto de honor a la Compañía de Jesús” (1956–1957, p. 29). 15.  Hassanpour (1993) describe los métodos usados en los años sesenta por las autoridades turcas en la restricción del uso del kurdo entre los niños escolares: incluían el castigo físico, la separación de las familias y el aislamiento durante el receso (p. 136). 16.  Ver Hassanpour (1993) y, también, Wiley (2000). 17.  En el caso de las mujeres, por ejemplo, ellos resaltan la fuerza de sus programas, asegurando la capacidad de las mujeres no sólo para hacer felices a sus compañeros, sino también para proporcionar una adecuada educación a sus hijos (Santa Ana, 1956–1957, p. 38).

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Abstract Linguistic regimentation in a transnational setting: Dominican Republic/Haiti This analysis focuses on the processes of construction of ethno-linguistic boundaries of the two nation-states that share La Española Island. In the context of the twentieth century, Dominican politicians and philologists combined forces to create a thick network of schools with Spanish as language of instruction, to prohibit the use of Creole, to change French or Creole names of many places to Spanish ones, and to produce a body of texts that describe and represent the appropriate Dominican linguistic landscape. Literacy and discursive practices were engaged to Hispanicize border communities. My approach to the socio-political transformation of this region is done through the analysis of representations of speech and corresponding linguistic policies of the Dominican state concerning the bilingual and multicultural communities in the 1930s and 1940s. In examining these interrelated problems, I apply analytical tools from the research on metalinguistic discourse and ideologies of language (Arnoux & Del Valle, 2010; Irvine & Gal, 2000; Woolard, 2008) and perspectives of border studies (Wilson & Donnan, 2012; Houtum & Naerssen, 2002). My basic question is whether, in the case of the Dominican-Haitian border in the twentieth century, the linguistic difference is represented in the metalinguistic discourse with the dual purpose of creating a Dominican-Hispanic identity and eradicating Dominican-Haitian identities.

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Resumo Lingva reglamentado en transnacia medio: Dominika Respubliko/Haitio La nuna analizo fokusiĝas je la procedoj de konstruado de etnolingvaj limoj de la du naciŝtatoj, kiuj dividas la insulon La Española. Kadre de la dudeka jarcento, dominikaj politikistoj kaj filologoj kombinis siajn fortojn por krei densan reton de lernejoj kie la hispana estis la instrulingvo, malpermesi uzon de la kreola, ŝanĝi la multajn francajn kaj kreolajn loknomojn en hispanlingvajn nomojn, kaj produki tekstokorpuson, kiu priskribas kaj reprezentas taŭgan dominikan pejzaĝon. Alfabetigaj kaj diskursaj praktikoj estis engaĝitaj por hispanigi landlimajn komunumojn. Mia aliro al la socipolitika transformo de tiu ĉi regiono plenumiĝas per analizo de reprezentoj de la parolpraktikoj kaj respondaj lingvaj politikoj de la dominika ŝtato rilate la dulingvajn kaj multkulturajn komunumojn en la 1930aj kaj 1940aj jaroj de la pasinta jarcento. Ekzamenante tiujn interrilatajn problemojn, mi aplikas analizajn ilojn el la esploroj pri lingvistika diskursolingvaĵo kaj ideologioj de lingvoj (Arnoux y Del Valle, 2010; Irvine y Gal, 2000; Woolard, 2008) kaj la perspektivojn de landlimaj studoj (Wilson y Donnan, 2012; Houtum y Naerssen, 2002). Mia baza demando estas ĉu, en la kazo de la dominika-haitia landlimo en la dudeka jarcento, la lingva diferenco reprezentiĝas en metalingva diskurso kun la duobla celo krei dominikhispanan identon kaj elradikigi tiutempajn dominikhaitiajn identojn.

Author’s address Juan R. Valdez Queens College EECE, PH 054K 65–30 Kissena Boulevard Flushing, New York 11367 USA [email protected]

About the author Juan R. Valdez es profesor de lingüística aplicada en la formación docente en Queens College, CUNY. Sus investigaciones abordan las políticas e ideologías lingüísticas y los discursos metalingüísticos que emergen en el Caribe Hispánico en contextos históricos de conflictos. Su libro Tracing Dominican identity: the writings of Pedro Henríquez Ureña (2011, Palgrave Macmillan) es un esfuerzo por trazar las implicaciones sociohistóricas de los textos lingüísticos del intelectual latinoamericano Pedro Henríquez Ureña, en los cuales emergen diversas visiones racializadas de las distintas variedades del español.

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