La reconstrucción mítica de la memoria histórica en la post dictadura: estudio de casos de Chile y Argentina

June 15, 2017 | Autor: Revista Hijuna | Categoría: Memory Studies, Memoria Histórica, Memoria, Dictaduras En El Cono Sur
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ISSN: 0719-5222

La reconstrucción mítica de la memoria histórica en la post dictadura: estudio de casos de Chile y Argentina Sergio Estrada Arellano1 Universidad de Santiago de Chile Resumen Las dictaduras latinoamericanas, ocurridas con más fuerza durante la segunda mitad del siglo XX, impusieron con fuerza ciertos campos de la memoria histórica colindantes con lo mítico, por lo que ha sido necesario ir mas allá y desmitificar ciertos “recuerdos” impuestos por medio de la historia sobre ciertos personajes. Para eso es indispensable reconstruir una contramemoria posdictatorial y recurrir a fuentes relevantes, las cuales en este caso serán dos importantes historiadores: Gabriel Salazar, chileno, y Felipe Pigna, argentino. Con esto se pretende analizar extractos de los autores mencionados para poder poner en movimientos los campos de la memoria e ir resignificándolos.

Palabras clave Memoria histórica - postdictadura La reconstrucción mítica de la memoria histórica en la post dictadura: estudio de casos de Chile y Argentina Como una apreciación generalizada entre quienes resistieron a las dictaduras militares en el cono sur, los golpes de Estados significaron un fuerte quiebre dentro de los procesos sociales en desarrollo hacia la década del 70, y 1 Estudiante de Magister en Arte, Pensamiento y Cultura. Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.

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más allá, un quiebre respecto del devenir propio de las sociedades latinoamericanas. Este quiebre, expresado en los términos sociales a través de la persecución y eliminación de los considerados “enemigos” o “amenazas” de la patria, también impactaron dentro del imaginario cultural y al interior de la construcción de saberes sociales y académicos, cercenándolos, eliminándolos o transformándolos al hueso, de manera que el quiebre respecto de la dictadura también puede – y debe – considerarse como un quiebre cultural e intelectual. Cabe recalcar, que este quiebre cultural e intelectual no se debe a que se termina una cultura ni nada por el estilo, sino que responde al carácter que en muchas ocasiones asumen estos regímenes de corte militar y por sobre todo autoritario, desde donde se busca imponer, construir y consolidar una nueva visión cultural bajo la mirada dictatorial, que autoimpone una forma de entendernos, de relacionarnos, y de pensarnos a nivel social, en la cual están marcadamente señalados los valores fundamentales que debe de tener la sociedad así como la memoria a la cual responde y con la que debe funcionar. Por ello, las dictaduras militares significan un quiebre cultural conforme eliminan la diversidad, en torno a la producción, reflexión y construcción cultural, y hegemonizan el campo a través de la imposición de sus lógicas. Para el caso de este trabajo, nos interesa el hecho de que las dictaduras también imponen un campo histórico y memorístico particular, sobre el cual intentan autovalidarse y por sobre todo construir una “nueva sociedad”, por lo que abren un proceso de batalla por la memoria histórica que marca el campo historiográfico y su desarrollo a lo largo de los 40 años que han pasado desde los golpes en América Latina. Bajo tal sentido, nuestro trabajo se centra en un estudio de casos, que aborda la construcción de una contramemoria histórica

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postdictatorial, cuyo fin esencial es reimplementar, reinterpretar y recuperar una memoria histórica perseguida por la memoria histórica impuesta durante la dictadura militar, validándola como una resistencia contra dichos regímenes, aun cuando se produce y construye una vez que las dictaduras ya han terminado, pues a nuestro juicio, la vigencia e impacto de las mismas, tal cual lo haría una bomba nuclear, sobrevive y permanece varios años después de su estallido. Las obras que analizaremos son: Construcción de Estado en Chile de Gabriel Salazar y Los mitos de la Historia Argentina de Felipe Pigna, autores que se han consolidado como unos de los más vendidos y leídos dentro del campo historiográfico contemporáneo. No obstante, nuestro enfoque no tiene que ver con el estudio de esta resistencia en términos de “historia de la historiografía”, por lo que no pretendemos dar cuenta de un desarrollo acucioso de las voces, textos y procesos dentro de una suerte de “proceso historiográfico”, cuyos frutos pueden ser bastante dudosos a la hora de entregar luces sobre lo que significan y constituyen dichas obras dentro de los imaginarios sociales y culturales de la postdictadura. Al contrario, el enfoque desde donde abordaremos estas obras es un estudio desde las formas en que se escriben y presentan sus argumentos, dentro de un fin desmitificador en que se oponen a la historia oficial de la dictadura militar. Es decir, nuestro trabajo es un análisis esencialmente semiótico de la obra histórica, considerando y colocando el énfasis en que la desmitificación que se produce es a su vez también una mitificación, conforme levanta sus propios estandartes, hechos, héroes y personajes, para la reconstrucción de una nueva sociedad y a recuperación de una contramemoria, por lo tanto, los mecanismos que operan desde uno u otro bando son similares, y el producto final de la



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desmitificación es también en sí mismo un mito. Cabe decir, que no tomamos el mito en términos falsos e irreales, por el contrario lo consideramos una categoría de análisis tan válida dentro de cualquier tipo de producción intelectual. De hecho, para términos prácticos y – por qué no decirlo – con honestidad, toda nuestra producción científica e intelectual puede ser considerada, bajo éste análisis, como un mito. Como primer elemento, debemos de distinguir que el análisis mítico de una obra historiográfica solo es posible considerándola en esencia como una obra literaria, o “artefacto literario” que Hayden White ha venido pronunciando desde que publicó Meta historia en 1973, donde la obra se define como “una estructura verbal en forma de discurso de prosa narrativa que dice ser un modelo, o imagen, de estructuras y procesos pasados con el fin de explicar lo que fueron representándolos” (White, 2010: 14). Esto quiere decir que la representación histórica o historiografía es principalmente un discurso que pretende representar un pasado, o incluso inventarlo. Esta condición es la que permite analizarlo desde la perspectiva propuesta conforme lo desacraliza como una interpretación absolutamente científica – donde la subjetividad (de) termina siendo objetivizada – e impersonal del pasado, pues al considerarle como texto narrativo, se le puede reconocer autoría e intencionalidad, y junto a ello, se le vuelve a insertar como un producto y un medio dentro de su propia culturalidad y momento. En palabras de Keith Jenkins: La historia ha sido fuerte en la formación de nuestra cultura, tan central fue su lugar en el “experimento de modernidad” burgués y

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proletario, que casi parecería que la historia es un fenómeno natural: siempre hay un pasado, y por lo tanto nada más natural que existan historias de él. Pero, por supuesto, la historia no es en absoluto un fenómeno natural ni tiene nada de eterno. En una cultura, nada cultural es, por definición, “natural”; por consiguiente, ningún discurso es sino un fenómeno contingente. (Jenkins, 2006: 27) A lo que hace referencia el autor es justamente la suposición que la modernidad construyó de la disciplina. Al tener la noción de la existencia de un pasado real, el estudiarlo era posible y acceder a él también, por el contrario, el postmodernismo ha hecho evidente el sentido narrativo de la interpretación historiográfica, que es contingente conforme crea una representación del pasado ad hoc para el periodo en que se escribe y con una clara intencionalidad sobre el mismo, ya sea consolidando estructuras o amenazándolas. A partir de lo anterior, nuestro enfoque a la hora de abordar los textos propuestos se ocupará de lo que para Miguel Valderrama es fundamental dentro del estudio de la producción histórica postdictatorial: el necesario análisis de lo paregonal dentro del texto, que quiere decir la relación entre lo que está dentro y fuera del mismo, el límite entre lo interior y exterior. Miguel Valderrama propone esta escritura de lo paregonal como un marco de una pintura. Este marco sería la escritura, ornamental y sin importancia dentro de la tradición historiográfica, pero que el postulado de la posmodernidad busca integrar y por sobre todo lo transforma en un elemento fundamental dentro del análisis de una obra: Si en pintura el marco es una forma que tiene por determinación tradicional no destacarse sino desaparecer en el instante en que la representación pictórica se expone a la mirada del espectador, en



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historiografía igualmente la escritura y el texto tienen por misión principal ocultarse o retraerse en el momento mismo en que la representación histórica entra en escena. (Valderrama, 2007: 177) La posición que posee la tradición historiográfica respecto a la inexistencia del marco o irrelevancia del mismo la hace suponer que lo que está dentro de la representación (interpretación histórica) refleja lo que está fuera (pasado). Por ello el estudio de una obra historiográfica como discurso narrativo implicaría que el marco toma parte importante dentro del análisis en lugar de ser invisible e irrelevante ante el fondo. El fondo está totalmente condicionado, limitado y acompañado por el marco. Valderrama citando a White: (…) se debe “reconocer el hecho innegable de que los discursos inconfundiblemente históricos dan lugar a interpretaciones típicamente narrativas de sus temas de estudio. La traducción de estos discursos en una forma escrita produce un objeto distintivo, el texto historiográfico. (Valderrama, 2007: 178) Por consiguiente: La representación de una cosa no es la cosa misma. Hay una estrecha relación entre la aprehensión del historiador de que en su consideración narrativizada de ello…En sus investigaciones, los historiadores tratan típicamente de determinar no sólo , sino el de este acontecer, no únicamente para los agentes pasados de los acontecimientos históricos sino también para los subsecuente… La escritura de la historia es un medio de producción de significado. Es una ilusión pensar que los historiadores sólo desean contar la verdad acerca del pasado. (White, 2006: 51) Considerando lo propuesto por White, la historiografía funciona esencialmente como un medio que ordena y otorga significado a un elemento

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(pasado), por ende, desde la propuesta metodológica de Barthes para el mito, en sí, la historiografía en su operación es un medio mitificante. La propuesta de Barthes en mitologías es que el mito se define como un sistema de comunicación o un mensaje (Barthes, 1999: 108), donde el juego entre significante (elemento), significado (interpretación de dicho elemento) y signo (nueva significación que une al significante con su significado) presente en el texto literario o narrativo es utilizado también por el mito que opera bajo el mismo método, con la diferencia de que el mito se construye o utiliza como significantes elementos que ya son signos. En palabras de Barthes: (…) el mito es un sistema particular por cuanto se edifica a partir de una cadena semiológica que existe previamente: es un sistema semiológico segundo. Lo que constituye el signo (es decir el total asociativo de un concepto y de una imagen) en el primer sistema, se vuelve simple significante en el segundo. Recordemos aquí que las materias del habla mítica (lengua propiamente dicha, fotografía, pintura, cartel, rito, objeto, etc.), por diferentes que sean en un principio y desde el momento en que son captadas por el mito, se reducen a una pura función significante: el mito encuentra la misma materia prima; su unidad consiste en que son reducidas al simple estatuto de lenguaje. (Barthes, 1999: 111) La operación descrita anteriormente como propiamente mítica, se hace desde el signo conforme el mito cumple, según el autor, un fin específico con una clara intencionalidad, pues según Barthes, esta significación en ningún caso es albitraria, sino que muy por el contrario siempre es consciente y motivada, por lo que el mito es en sí una analogía (1999: 118), o inflexión. Sin embargo, reiterando, no por ello el mito es una falacia o deformación con el sentido negativo que Barthes le entrega, sino que por el contrario, sino que es absolutamente válido, aun cuando posea intencionalidad, e insistimos en que



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desde esta mirada, todo el conocimiento puede ser un mito, y no por ello menos real y válido. Es a partir de este marco bajo el cual se analizarán las obras identificadas anteriormente, en torno a la construcción mítica que hacen de una nueva memoria histórica contraria a la impuesta por la dictadura militar. El héroe olvidado de Gabriel Salazar Gabriel Salazar hoy en día puede ser considerado el historiador más conocido dentro del medio chileno. Sus libros, en su mayoría densos y no de fácil lectura, se han transformado en el referente obligado para quienes buscan un tipo de historia “diferente” a la oficial, aun cuando la suya ya parece hegemonizar el panorama. El padre fundador de la “Nueva Historia social” surgida desde el exilio y con una amplia escuela en la actualidad, se ha colocado como uno de los principales exponentes de una contramemoria ante la historiografía de la Dictadura militar, sostenida en los grandes hombres y heredera, en parte, de una historiografía clásica liberal decimonónica – por ello Salazar construye el texto en un diálogo constante con o en contra de Barros Arana – colocando como principales sujetos de sus textos a lo que ha sistematizado como “pueblo” o “clase popular”, personajes invisibilizados dentro de la historiografía liberal y conservadora-dictatorial. Por ello, sus textos en sí contienen un fin desmitificante, conforme pretenden entregar una nueva memoria para los sujetos populares, siempre fuera de la historia, y es dentro de dicho contexto donde se coloca el libro Construcción de Estado en Chile. El libro comienza con un diagnóstico que justifica su escritura, conforme:

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En junio de 2003, conversando con el sociólogo Sergio Micco, se planteó el problema de cómo podría ser una propuesta política alternativa a la democracia neoliberal que hoy rige en Chile. Tras varias reflexiones, llegamos a la conclusión de que cualquiera fuese esa alternativa, no habiendo en Chile antecedentes ni memoria de un modelo político, distinto al que ha regido este país – con pocas variantes – desde 1830 (cuando lo impuso Diego Portales), no sería posible promoverla sin grandes dificultades. Pensamos que la ciudadanía necesitará operar sobre las tradiciones y antecedentes que están en su memoria colectiva si ha de asumir las responsabilidades de reestructurar el Estado. Y en esa memoria no hay sin duda, antecedentes ni tradiciones respecto a la participación soberana de la ciudadanía en los procesos reconstituyentes del Estado. (Salazar, 2007: 7) En dicha introducción, el fin desmitificante no está explicitado, mas sí la intencionalidad de escribir una contralectura de lo que es la memoria propia del modelo neoliberal, construida durante la dictadura de Pinochet. Por ende, el fin que justifica la construcción de la investigación es devolver a la ciudadanía su rol dentro de la historia y de los procesos constituyentes o reconstituyentes del Estado. De tal manera, el autor comienza a tomar el papel de un servidor del pueblo y de su memoria, quien a través de sus palabras recuperarán la memoria perdida o despojada. Ello es un primer elemento de objetivación y que comienza a determinar el marco bajo el cual se analizará la obra, de tal manera que el texto deja en lo inmediato de ser un texto “personal” y se transforma en un texto investigativo para la sociedad, es decir, elimina la posibilidad de entenderlo como un ensayo y lo transforma en un texto “historiográfico”. La figura que analizaremos al interior del texto principalmente es el héroe que Salazar mitificará y alzará en contraposición al panteón construido y



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reafirmado por la Dictadura militar, Ramón Freire, a quien le tocó hacerse cargo del intenso periodo post-independentista hasta la guerra civil de 1830 y quien funciona como el líder popular que integra al pueblo dentro del proceso nacional. De tal manera, tenemos identificado el personaje sobre el cual se construye el mito, conforme, y siguiendo el análisis de Barthes, este se erigirá a partir de lo que ya antes se ha escrito sobre el mismo personaje, es decir, a partir de un “signo” dentro de la historiografía clásica que se transforma en significante dentro del texto de Salazar. Más aún antes de comenzar a construir o reconstruir la figura de Freire al interior del texto, Salazar desmitifica a una figura esencial dentro de la memoria oficial de la Dictadura y uno de los principales ídolos de Pinochet: Bernardo O´Higgins, a quien se le celebrará como el padre de la Patria y con quien el dictador llegará incluso a igualarse. No por nada Pinochet se adjudicó a sí mismo el pomposo título de “Director Supremo”. Sobre O`Higgins, Salazar es tajante: ¿Era Bernardo O´Higgins un militar de carrera como San Martín? Todo indica que, pese a sus campañas, no lo era. Pues O´Higgins no siguió la carrera militar en las guerras de Alto Perú y España, como San Martín o Carrera; en verdad, era un gran hacendado que se hizo militar formando y comandando regimientos de milicianos rurales, esto es: masas de campesinos forzados a prestar servicio militar a sus patrones. La mayoría de los hacendados y los grandes mercaderes de ese tiempo se “militarizaban” militarizando a su vez a la masa popular que dependía patronalmente de ellos, para que “lucharan” por los intereses y conflictos de la clase patronal. (Salazar, 2007: 152) Que el autor le quite en lo inmediato a O`Higgins el carácter de militar es un duro golpe contra la memoria dictatorial que lo mitificó, conforme esta misma se erigió en base a la importancia que tiene el ámbito militar dentro del

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proceso de “liberación nacional”. Cuando leemos la cita anterior, Salazar desarrolla una contra argumentación que disminuye al personaje incluso comparándolo con otros que si fueron militares por esencia, al igual que también lo deja aparecer como un héroe que no era demasiado “popular”, sino que pertenece a una clase hacendada que “obliga” a sus peones a militarizarse por la fuerza. Las palabras y las frases propinadas resultan demoledoras y el fin desmitificante comienza a operar al interior de la obra. En muchos casos la guerra entre memorias históricas se transforma en una batalla entre los significantes significados, lo que se traduce en muchas ocasiones en la incesante pelea entre héroes patrios, de tal forma, la mitificación de uno se hace a partir de la desmitificación del otro, en una operación de enaltecimiento contra caída. Mientras más profundo se hunde una figura, más se alza la otra, y por ello, insistimos, el fin desmitificante también mitifica, y para el caso, el mitificado aunque negativamente, es O`Higgins. Es a partir de la presencia de dicha figura donde surge Ramón Freire como un contra héroe ante la memoria oficial, quien aparece en contraposición a O`Higgins y que funciona con lógicas totalmente opuestas: Fue entonces cuando, bajo la inspiración del gobierno del intendente de Concepción, Ramón Freire, en enero de 1823, los pueblos de la provincia de Concepción se rebelaron contra el general O`Higgins, exigiendo su salida del gobierno. El Director Supremo no dio importancia a este suceso. Sin embargo, poco después, los pueblos de la provincia de Coquimbo hicieron lo mismo. Esto sí preocupó al jefe de Estado, que comenzó a realizar algunos preparativos militares. Y estaba en eso cuando el pueblo de Santiago se reunió en Cabildo Abierto y también le exigió la renuncia. De este modo, todos los pueblos del país se alzaron, decididos a tomarse la revancha tras diez años de militarismo ininterrumpido (Salazar, 2007: 171).

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Freire ingresa dentro del texto como un héroe democrático y contrario al dictador O`Higgins quien “no presta importancia a este suceso”. En tal sentido, las figuras históricas quedan contrapuestas de inmediato y se diferencian entre sí, uno como un dictador y el otro como un demócrata. De hecho, es bastante significativo que Salazar incluya dentro de la afirmación la palabra “pueblo” y que la utilice cuatro veces dentro del mismo párrafo, de modo que en lo inmediato le entrega a Freire una característica evidentemente más popular y democrática, constantemente reafirmada a lo largo del texto: (…) la presencia del Ejército del Sur en las cercanías de la capital constituyó un poderoso medio de presión contra los grupos centralistas. Sin embargo, pudiendo haber dado un golpe de Estado al estilo de los hermanos Carrera, Freire prefirió dialogar y negociar, fiel al estilo cívico adoptado por la revolución de los pueblos. (Salazar, 2007: 183) Cabe detenerse igualmente en la palabra utilizada por Salazar para referirse al proceso en que se desarrolló la presión contra O`Higgins para que saliese del poder, catalogándolo como revolución, pero más allá como “revolución de los pueblos”. Con ello, nominalmente se le entrega al hecho un papel de gesta heroica y popular, que lo engrandece y fortalece dentro del discurso de Salazar, y que, volviendo al análisis Bartheano, le entrega un significado al significante que es el hecho particular, es decir, dentro del texto, el proceso de abdicación de O`Higgins toma el carácter de revolución popular, que a su vez se ensalza y diferencia de otras como en la siguiente cita: La revolución violenta fraguada por Portales y Prieto, que impuso en 1830 el “orden autoritario”, fue por eso mismo la antítesis de la

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revolución que “los pueblos” y el general Freire habían llevado a cabo en 1822, sin violencia ni derramamiento de sangre, para derribar el orden autoritario e imponer las “libertades democráticas”. (Salazar, 2007: 493) Con ello la fundamentación del autor se enfoca hacia una presencia presente de Freire y de la revolución de los pueblos dentro de la sociedad chilena desde la cual escribe Salazar, conforme le entrega vigencia y lo compara con casos muchos más contemporáneos – pensando en el NO, la gesta sería repetida contra un dictador. En tal sentido, Freire no es solo un personaje pasado, sino que sirve para el presente, y he ahí la proyección del mito político y su importancia, pues, tal como plantea Cisneros “Lo verdaderamente importante es que en el mito logran manifestarse las más fuertes tendencias creativas de un pueblo, de un partido o de una clase, confiriendo, de este modo, realidad a unas esperanzas de acción próximas, en las cuales se basa la reforma a la voluntad” (Cisneros, 2012: 56) Para el caso la acción próxima es clave dentro de la intencionalidad comunicativa de Salazar, conforme a partir de la memoria que está reconstruyendo, se le entregan las bases e íconos para una sociedad que tal como el historiador declaraba en el inicio, está llamada a participar de reconstitución el Estado postdictatorial. La presencia presente que Salazar le otorga a Freire queda más clara con el siguiente argumento: Es imposible no ver la diferencia radical entre la conducta política del general Ramón Freire – expresada y resumida en esta cuenta – y la conducta política anterior de los generales José Miguel Carrera y Bernardo O´Higgins. La misma diferencia se observa respecto a la conducta política anterior de los generales José

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Miguel Carrera y Bernardo O´Higgins. La misma diferencia se observa respecto a la conducta política de otros jefes militares que, en la historia posterior de Chile, tuvieron el control de la situación en momentos de crisis, como fue el caso, por ejemplo, de Carlos Ibáñez del Campo o de Augusto Pinochet Ugarte. Los generales Carrera y O´Higgins demostraron durante su gobierno claras tendencias cesaristas y con respecto a la sociedad chilena actitudes fraccionarias (reprimieron y persiguieron a los que pensaban distinto), lo mismo que Ibáñez y Pinochet. Y lo que resulta más significativo aun, ni Carrera ni O´Higgins ni Bulnes no Prieto ni Ibáñez ni Pinochet se jugaron tanto como Freire por mantener la unidad de los chilenos (la “gran familia”), y por sobre esa unidad, la transparencia de los procesos políticos que convergían hacia la libre construcción ciudadana del Estado. O`Higgins abdicó frente al enorme peso de la oposición civil a su gobierno. Freire, en cambio, durante el periodo 1822-1826, abdicó constantemente sin presión alguna para hacer posible que la soberanía popular se ejerciera libremente. Su sentido republicano de la política era suficientemente fuerte y decidido como para mantener al Ejército al margen de ese ejercicio soberano, y por añadidura, definir esa marginación como un principio supremo de la ética militar. (Salazar, 2007: 197) Y aún más en el siguiente: No es posible negar, al cerrar este acápite, que, sin militares como José Miguel Carrera, Bernardo O´Higgins y José de San Martín no habría sido posible convertir la “intención” emancipadora proclamada en 1810 en un hecho rotundo consumado en el campo de batalla. Tampoco podría negarse que sin un militar con la conciencia democrática y republicana de Ramón Freire no habría sido posible convertir el “hecho bélico” de la independencia y los cesarismos que generó en un proceso libre y soberano de construcción ciudadana del Estado nacional. Carrera y O´Higgins fueron líderes que ganaron prestigio militar pero no prestigio político, pues ninguno de ellos demostró en los hechos que eran, en sí mismos, decididamente demócratas y republicanos; lo que

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los llevó al ostracismo. Freire, entre 1814 y 1823, ganó un reconocido prestigio militar y, también, político. Si después de 1823 tuvo que enfrentar dificultades crecientes en su liderazgo (que también lo llevarían al exilio), no fue porque él no fuese demócrata, sino porque en el Chile de entonces – y de después – existían grupos poderosos e influyentes que, si bien proclamaban ser republicanos, no eran ni actuaban como demócratas. Los cuales, si actuaron así, no era tampoco por ser enemigos personales de Freire, sino porque eran recalcitrantemente opositores a la democracia de los pueblos. Y eran estos grupos los que, como nubarrones del horizonte, acecharon el accionar de la Asamblea Popular Constituyente de 1823, primera culminación estratégica de la “revolución de los pueblos” reseñada en este capítulo (Salazar, 2007: 198). Si nos fijamos en el discurso, Freire queda claramente y explícitamente diferenciado con otros, posiblemente como él, pero que no actuaron con la rectitud que Salazar le otorga a Freire. De tal forma, el marco o las palabras usadas por el historiador van conformando el mito histórico y político del general que decididamente se vuelve presente y entra, incluso en conflicto con figuras como Pinochet. Si nos fijamos en los énfasis que Salazar coloca en el texto en cursiva, vemos claramente los conceptos que el autor busca resaltar y que son propios dentro del relato para la figura de Freire. Construcción libre del Estado Nacional o ciudadana según la variante, aparecen varias veces indicadas en el texto y remarcando la característica que tuvo el gobierno y la gestión de Freire, es decir, el autor busca, desde el marco, recalcar el sentido demócratacívico-popular del héroe, quien, además, y he ahí el otro énfasis, trabaja en base a la unidad de los ciudadanos, es decir, no divide, iguala e integra, una diferencia fundamental con dictadores como O`Higgins o Pinochet que por el contrario persiguen, diferencian y por sobre todo dividen.

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De esta forma, Salazar integra a esta contramemoria nacional una figura icónica de la lucha popular por la democracia, un héroe digno para una sociedad, que al igual que la revolución de los pueblos se logra extirpar, sin violencia, la figura del militar dictatorial con nulo espíritu cívico. De tal manera el signo queda establecido al interior del texto y Freire toma forma y sustancia. El significante Freire, militar independentista y liberal, pasa a ser significado por Salazar como un demócrata de corte popular, antidictatorial y por sobre todo un héroe cívico, diferente de los demás, con ello, se consolida el signo dentro de una memoria que se reinventa después del golpe destructor. El mito queda plasmado en la publicación, con el fin específico de servir a la sociedad y el historiador cumple su objetivo. Juan y Eva de Felipe Pigna Al igual que en el caso anterior, Argentina vive el mismo proceso de reconstrucción de una memoria contra dictatorial, liderada por el llamado “Revisionismo histórico argentino”, el cual, muy cercano al Kirchnerismo, y por supuesto peronista a morir, se ha consolidado al interior del campo historiográfico argentino no tanto por el poder o la importancia académica de sus publicaciones, sino que principalmente por la fácil lectura y gran difusión que ha logrado en el último tiempo. Hace poco tiempo atrás, desde el mismo gobierno, se fundó el Instituto Manuel Dorrego, que funciona como el alero y la casa para los revisionistas. Felipe Pigna es uno de ellos, quien se destaca como uno de los historiadores más leídos y consumidos por la sociedad argentina, y que además también difunde su visión a través de los múltiples proyectos televisivos en que

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ha participado. Una de sus publicaciones más vendida es la serie Los mitos de la historia argentina, que lleva hasta el minuto cinco tomos publicados y todos con una buena recepción. Sobre ellos, analizaremos la construcción mítica, o reafirmación mítica, de dos de los personajes más insignes de esta discusión en el país, Juan Domingo Perón y Evita, dos grandes mitos de la historia argentina. El primer tomo de la serie, que contiene la introducción, contiene el motivo que valida la escritura del libro, y que a su vez indica la intención del autor y so obra. En el Pigna declara: La sociedad argentina ha vivido los últimos 33 años acosada por las vicisitudes del cotidiano sobrevivir, con escaso margen para darse un tiempo para la reflexión sobre los orígenes y las causas remotas de sus males cotidianos. El proceso de exclusión social y política al que viene siendo sometida la mayoría de la población argentina desde 1976 provoca efectos muy negativos que obstaculizan decididamente la conformación de una identidad ciudadana consciente de sus derechos, con marcos legales y referenciales claros que avalen sus demandas y hagan posibles sus deseos de realización personal y social. (Pigna, 2009: 9) Con ello Pigna señala el motivo y el origen de la necesidad de escribir, intentando aportar a la construcción o reconstrucción de la “identidad ciudadana consciente de sus derechos, con marcos legales y referenciales claros”. Al igual que Salazar, su objetivo se presta para un beneficio social, donde está integrado la reconstrucción y superación de la memoria histórica perdida o “obstaculizada” desde 1976, cuando comenzó la Dictadura después del golpe de Estado contra María Estela Martínez de Perón, viuda del general.



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Lo anterior se reafirma con la siguiente cita, donde se reafirma aún más esta vocación social del autor: Este libro intenta acercar a nuestra gente a nuestra historia. Para que la quieran, para que la “reconquisten”, para que disfruten de una maravillosa herencia común, que como todos los bienes de nuestro querido país está mal repartida y apropiada indebidamente. La historia es por derecho natura de todos, y la tarea es hacer la historia de todos, de todos aquellos que han sido y van a ser dejados de lado por los seleccionadores de lo importante y lo accesorio. Quienes quedan fuera de la historia, mueren para siempre, es el último despojo al que nos somete el sistema, no dejar de nosotros siquiera el recuerdo. Los desobedientes de la obediencia debida a la traición, los honestos contra viento y marea, los rebeldes aun en la derrota. Un Tupác Amaru que mantiene su dignidad durante las más horrendas torturas y sigue clamando por la libertad de sus hermanos, soñando con una América Libre. Un Manuel Belgrano que no duerme escribiendo un proyecto de país que sabe imposible pero justo, que dedica su vida a la denuncia y persecución de los “partidarios de sí mismos”, de los “que usan los privilegios del gobierno para sus usos personales condenando al resto de los ciudadanos a la miseria y a la ignorancia”. Un Castelli que sueña y hace la revolución en la zona más injusta de América del Sur. Un Mariano Moreno que quema su vida en seis meses de febril actividad, sabiendo que el poder no da tregua y no perdona a los que se le atreven, pero que si nadie se le atreve todo va a ser peor (Pigna, 2009: 14). Para el caso, la intención también fundamenta el estilo del texto, conforme se construye una historia de fácil lectura y acceso para la población, a fin de que esta se haga de su historia. No obstante, hay un elemento fundamental que explicita el contenido desmitificante del autor y a su vez mitificante – sumando a ello el detalle que el texto se llame los “mitos” de la historia argentina contiene

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en sí mismo una invitación a “desmitificar” la historia – y esta es que se señalan una serie de personajes y figuras que están fuera de la historia pero que el autor en lo inmediato identifica como importantes. Tupác Amaru será mitificado por Pigna como un rebelde preindependentista, mientras que Belgrano, Moreno y Castelli ídolos independentistas que también asumen un corte popular y valórico importante a lo largo de la serie. Por ello, en este caso, desde el título hasta el contenido, la operación mitificante y desmitificante se hacen parte del texto, con el fin de construir una memoria nueva. El gran desarrollo del relato de Eva y Perón tiene lugar en el tomo cuatro de la serie, donde el estilo aplicado incluso toma rasgos biográficos, configurando una cuasi alegoría para ambos personajes. El texto comienza con una valoración inmediata del personaje, al cual se le otorga una importancia fundamental de entrada: Juan Domingo Perón fue y sigue siendo el único argentino que llegó tres veces a la presidencia. Surgido a la política en un momento clave de la historia nacional y mundial, construyó su plataforma de lanzamiento ubicando en un rol protagónico a un actor social postergado históricamente a papeles más que secundarios: el movimiento obrero argentino. Planteó una alianza de clases, imaginando que la burguesía argentina estaría dispuesta a renunciar a parte de sus privilegios para garantizar la paz social y el progreso nacional. Intentó seducirla pero fue inútil. La gran burguesía argentina, todavía mucho más terrateniente y financiera que industrial, profundamente conservadora y elitista, desconfió de las intenciones de Perón y dejó manca la alianza planteada. Perón debió reemplazar a la burguesía por el Estado, con todas las consecuencias positivas y negativas del caso. (Pigna, 2008: 9)



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En el párrafo anterior el autor coloca de inmediato en relación con el significante una característica fundamental, es un personaje cercano al mundo popular, cercano a quienes han estado siempre fuera de la historia. Cabe decir, que para el caso y atendiendo nuevamente a Barthes, el signo sobre el cual se construye el mito se ha construido de maneras múltiples, por ello es necesario reiterar que Pigna reafirma elementos ya antes significados con Perón, considerando que su figura, desde inicios del siglo, ha servido como modelo y estandarte para muchos intelectuales en Argentina. Desde el punto de vista de Barthes, sería un caso icónico de mitificación. Esto es justamente lo que queda plasmado en la cita siguiente, donde el autor debe de desmitificar un elemento que dentro de los estudios del peronismo aparece como un fantasma permanente que amenaza, justamente, el mito positivo construido sobre el personaje: un Perón fascista. Pigna sobre el tema dice lo siguiente: Perón volvió fascinado de su viaje, y entusiasmado con las movilizaciones populares y multitudinarias de Hitler y Mussolini, que, pensaba, derivarían en una democracia social. Comprendió por primera vez, según sus propias palabras, la importancia de los sindicatos en la construcción del Estado. Ninguno de los autores que seriamente han estudiado la ideología de Perón lo califican como fascista. No confunden aquellas observaciones, hechas bajo cierto deslumbramiento, con una adhesión clara al fascismo que terminará por aplicarse en sus políticas de gobierno. Creemos que lo que primó en la ideología de Perón fue un notable pragmatismo que tomaba eclécticamente lo que podría serle útil de los diferentes modelos. Entre las teorías y experiencias políticas que incluyeron en el pensamiento del fundador del peronismo se destacan las teorías keynesianas en las que se había basado Franklin D. Roosevelt en los Estados Unidos para llevar adelante su política de ampliación del mercado interno y fomento del

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empleo y el consumo, conocido como New Deal. También deben incluirse los ensayos políticos y sociales del fascismo, por el ejemplo en el concepto de conciliación de clases frente a la luchas de clases planteado por el marxismo. Pero de manera similar incidieron la reivindicación del principio de “defensa nacional” como valor político esencial de primer orden, la Doctrina Social de la Iglesia e incluso algunos principios socialistas. (Pigna, 2008: 28-29) Con lo anterior, Pigna intenta limpiar la imagen del mito peronista y eliminar dentro del mismo las posibles muestras de fascismo, de hecho, dentro de la argumentación, Pigna coloca en igualdad de posiciones las que serían las influencias de la ideología de Perón, donde prácticamente tendrían lugar todas las posturas del momento. De tal manera, Perón es un pragmático, influenciado, pero no fascista. Evidentemente la intencionalidad queda plasmada dentro de la construcción de un mito contrario a la Dictadura, las cuales tienen hasta hoy el peso de ser “fascistas” en esencia, por ende, el líder e icono anti dictatorial no puede, ni debe, tener semejanza con los dictadores, tal como en el caso de Salazar, debe diferenciarse claramente. En dicho sentido, también debe definirse el oponente, que se contrapone al sujeto mitificado, y un ejemplo de ello es la figura de los golpistas que terminan por sacar a Perón en la llamada “Revolución libertadora”: La versión de los asesinos barre con toda capacidad de asombro. Un volante de la “Marina de Guerra en operaciones”, titulado increíblemente “Responsabilidad de Perón y la CGT en la matanza de Plaza de Mayo”, decía: Comparando los acontecimientos con las declaraciones DEL PROPIO PERÓN, es fácil determinar quiénes son los culpables de la matanza de civiles, durante los bombardeos de la Marina de Guerra. La Marina de Guerra se sublevó, enviando al Gobierno un últimatum

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de rendición. Al rechazar ese ultimátum y apelar al Ejército, el Gobierno se colocaba en actitud beligerante. Desde ese momento dos fuerzas militares lucharían. Perón sabía que la Marina no salía a “desfilar”, sino a combatir a muerte. ¿Por qué motivo, entonces, Perón permitió que la CGT, con criminal inconsistencia, convocara al Pueblo a Plaza de Mayo…? ¿Cómo es posible que un jefe de Estado, sabiendo que su Sede sería bombardeada, no tratara inmediatamente de evacuar la población civil…? Cómo es posible que los dirigentes de la CGT hayan sido tan criminales como para levar a la gente al matadero, sabiendo que con palos no se puede hacer frente a aviones ni a ametralladoras…? Perón mismo lo ha dicho: Nosotros tuvimos conocimiento de la rebelión y los planes de bombardeo, Perón hace que la CGT convoque a su querido “pueblo” a Plaza de Mayo para ser quemado! Una sola cosa explica esta infamia: Perón creyó que a la vista del Pueblo, la Marina de Guerra desistiría de sus propósitos. Es decir, que una vez más, Perón utilizó a los trabajadores como escudo de sus designios… Si hasta aquí el lector quedó sin palabras, prepárese para lo que viene… (Pigna, 2008: 335) Para el caso, es la cita la utilizada para invalidar y hundir al enemigo. Que Pigna al final de la cita coloque “Si hasta aquí el lector quedó sin palabras” claramente desestima la postura del citado y lo anula dentro de la narración, de forma tal que se puede vislumbrar la posición del autor dentro del texto explícitamente dando su apoyo a Perón. Lo que se confirma aún más con lo siguiente: La Conspiración en marcha fue bautizada por sus organizadores como “Revolución Libertadora”. La palabra “libertador” remite inmediatamente al general San Martín, el hombre que le dio la libertad a medio continente y que vivía como pensaba, con aquella coherencia que lo acompañó hasta su muerte. (Pigna, 2008: 355)

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En este caso, el autor realiza una comparación con otro mito histórico representado en su libro, específicamente en el tomo II, donde San Martín toma el significado, como significante, de un soldado insignia que contiene dentro de si los mejores valores del libertador latinoamericano. En tal sentido, se produce un contraste y una relación explicita del pasado como marco de análisis de la época, por el cual los sujetos señalados (los golpistas) e igualmente mitificados, se transforman en un signo total y absolutamente negativo y faltos de valor, una clara referencia a la figura que los militares del último golpe también mantienen. Igualmente y en tal sentido, la forma en que se presenta el texto es permanentemente emotiva y en diálogo con el lector, de modo que este se integra dentro de la narración y se hace cómplice de la postura del historiador. Otro ejemplo de ello son las palabras que dedica Pigna a los últimos días de Evita, que reconstruye con las siguientes palabras: El domingo 2 de diciembre de 1951 amaneció soleado en Buenos Aires. Eran los últimos días de una primavera que Evita no había podido ver más que desde los ventanales de su habitación. Quería respirar el aire de aquella ciudad a la que había llegado para triunfar hacia casi 16 años. Quería recibir sobre su piel otros rayos menos lacerantes y más vitales. Le pidió a Perón que la llevara a pasear en auto. Los médicos acordaron en que le haría bien la salida, con los permisos que otorga la duda de que aquella podría ser la última (…) ¿Sería ésta la última vez que les vería las caras a sus queridos descamisados, que al enterarse de su presencia en las calles comenzaron a salir a su paso a saludarla? ¿Qué sería de ellos cuando “la flaca”, como le gustaba llamarse, se fuera para siempre?¿Tendría Perón a paciencia, la constancia para escucharlos y para solucionarles sus problemas? Siguieron por la Avenida 9 de Julio y recorrieron algunas librerías de Corrientes y de Avenida de Mayo para ver en los anaqueles y en las mesas los ejemplares nuevitos de La razón de mi vida (Pigna, 2008: 266)



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Para finalizar y cerrar este estudio, cabe centrarse un minuto en la figura de Evita, quien, para muchos casos, incluso es más mítica que Perón debido a las circunstancias de su vida. Evita dentro del escrito de Pigna aparece como un personaje netamente popular, de hecho, según el mismo autor lo explicita, es el nexo que une a los trabajadores y los representa ante el coronel, por lo cual su signo contiene una relación mucho más cercana y cariñosa con el pueblo. Ello Pigna no solamente lo deja claro a través de sus palabras, sino que utiliza un recurso que de por sí es mitificante, conforme permite que su personaje, Evita para el caso, hable por si misma frente al lector: Una vez casi nos peleamos con la mujer de Franco. No les gustaba ir a los barrios obreros, y cada vez que podía los tildaba de “rojos” porque habían participado en la guerra civil. Yo me aguanté un par de veces hasta que […] le respondí que su marido no era un gobernante por los votos del pueblo, sino por imposición de una victoria […] le comenté cómo ganaba Perón las elecciones, porque la mayoría del pueblo así lo había determinado. A la gorda no les gustó para nada, y yo seguí alegremente contando todo lo bueno que habíamos logrado. […] Desde ese día, cada vez que podía eludir un compromiso de acompañarme, lo hacía. Claro que yo, cada vez que pasábamos frente a un palacio comentaba: “Que hermoso hospital se podría hacer aquí para el pueblo”. (Pigna, 2008: 208) Con esa frase Evita consolida su carácter popular y social, Pigna le permite hablar con libertad sin interpretar ni objetar lo que dice el personaje, en dicho sentido la cita escogida y el cómo esta se trabaja demuestra que la mitificación también es parte de la prefiguración del texto, por lo cual, dentro de la misma operación historiográfica está plasmado el fin mítico del escrito.

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Como conclusión y síntesis final, los ejemplos mostrados anteriormente son solo una muestra de la mitificación presente en los proyectos y/o procesos de construcción de una memoria postdictatorial, donde el mito y la mitificación se transforman y constituyen en una resistencia a la memoria oficial aun cuando operan bajo los mismos mecanismos. Dicha situación le da importancia y valides al mito dentro del ámbito social, pues traspasa el texto y se inserta dentro del imaginario cultural de un tipo de sociedad. El análisis mítico de una obra historiográfica no solamente permite el entenderla como un mecanismo que genera relatos históricos y construye una memoria, sino que también permite dimensionar el impacto y la importancia que tienen dentro de la construcción y transformación cultural. Bibliografia: Barthes, Roland. Mitologías. Siglo XXI, Argentina, 1999. Cisneros, María José. “De la crítica al mito político como crítica”, en Fragmentos de Filosofía, Nº10, Universidad de Sevilla, España, 2012. Pp. 53-67. De Mussy, Luis G. y Valderrama, Miguel. Historiografía postmoderna: conceptos, figuras, manifiestos. RIL editores. Santiago, 2010. Jenkins, Keith. ¿Por qué la Historia? Fondo de cultura económica. México, 2006. Valderrama, Miguel. “¿Hay un texto en la historiografía?, en De Mussy, Luis G (editor). Balance historiográfico chileno, el orden del discurso y el giro crítico actual. Ediciones Universidad Finis Terrae. Santiago de Chile, 2007. Pp. 169200



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White, Hayden. El texto histórico como artefacto literario. Ediciones Paidos Ibérica. S. A. España, 2003. White, Hayden. Metahistoria: La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. 4° reimpresión. Fondo de cultura económica. México, 2010. Pigna, Felipe. Los mitos de la historia argentina, tomo I (introducción) y tomo IV. Ed. Planeta, Argentina, 2009 y 2008 respectivamente. Salazar, Gabriel. Construcción de Estado en Chile (1800-1837) Ed. Sudamericana. Santiago, 2007.



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