La radiotelevisión suiza en la posguerra
Descripción
La radiotelevisión suiza en la posguerra Sevilla, 20 de marzo de 2017 Moisés Prieto, Humboldt‐Universität, Berlín A modo de una mejor contextualización del sistema en el que se dieron fenómenos como el programa de televisión Tele‐revista o el de radio Correo español, quiero ofrecer algunos conocimientos básicos sobre los medios de comunicación que gozaban del monopolio de estado, es decir, radio y televisión, pero no sin hablar también de la prensa escrita. Mi aportación se desarrollará alrededor de dos ejes o dos fuerzas opuestas entre sí. Por un lado el anticomunismo durante la Guerra fría en Suiza, con su vigilancia policial, sus paranoias y su conservadurismo ideológico y estructural. Por el otro, la existencia de una corriente anti‐conformista ya desde los años cincuenta a la que se sumarían un ethos y una conciencia profesional del periodismo, amén del movimiento contestatario a finales de la década de los sesenta. Dentro de este antagonismo, creo poder ver en el tratamiento de temas españoles por parte de los medios de comunicación electrónicos un ejemplo asombroso que permite condensar la historia de la radiotelevisión suiza en la posguerra. La Sociedad Suiza de Radiodifusión (SSR) fue fundada en 1931, siendo ésta un consorcio de siete emisoras radiofónicas esparcidas por todo el territorio suizo. El Estado apoyaría esta creación concediéndole el monopolio radiofónico ese mismo año. Pero lo que podría parecer el inicio de una historia de amor Entre el estado y la radio se convertiría en realidad en una situación de tensión permanente entre las exigencias del estado y la lucha por una mayor autonomía de la radio. Ya en 1935, el Estado prohibió la producción y emisión de noticias radiofónicas, tarea que pasaría a la Agencia Telegráfica Suiza, entidad privada pero controlada por el Estado. Para entender este tirar de la rienda por parte del gobierno es necesario recurrir al contexto histórico. Los años treinta del siglo XX están caracterizados por la idea de una amenaza permanente. Esta amenaza se articula en sentido territorial, por ejemplo a través de las reivindicaciones irredentistas por parte de la Alemania nazi y de la Italia fascista, pero también en sentido ideológico, a través de una primavera de grupúsculos y partidos de cariz 1
nacionalsocialista y fascista dentro del propio territorio helvético. A esto se añade también la amenaza encarnada por el Partido Comunista Suizo. El estado responde a estas amenazas con lo que pasaría a la historia como defensa espiritual nacional; un movimiento social, político y económico con miras a promover valores considerados típicamente suizos como la democracia, el republicanismo, el parlamentarismo, el liberalismo, el federalismo, etc. Paradójicamente, la misma defensa espiritual adoptó rasgos considerados totalitarios. La radio al igual que el noticiero cinematográfico (Ciné‐journal Suisse) se convertirían en dos instrumentos fundamentales, proveedores de consignas de resistencia y oposición al fascismo, nazismo y comunismo. El estallido de la Segunda guerra mundial condujo a una militarización de la vida en Suiza. La radio se sometió a la autoridad militar que ejercía su control a través del Servicio Radiofónico de Suiza, después de que la Sociedad Suiza de Radiodifusión fuese suprimida temporalmente. El parlamento confirió poderes extraordinarios al gobierno. Una censura de toda obra imprimida – tanto de la prensa diaria como de la literatura – mostró la parte más autoritaria de este régimen en tiempo de guerra. El gobierno decretó que todas las salas de cine proyectasen el noticiero cinematográfico antes de cualquier película. Esta norma al igual que la censura se extendió hasta el año 1947. Con el final de la guerra, la Sociedad Suiza de Radiodifusión recobró su estatus. Pero el comienzo de la Guerra fría provocó un reciclaje de la defensa espiritual que fue ajustada al nuevo sistema mundial. Si el fascismo y el nazismo habían sido derrotados, el comunismo seguía siendo considerado una amenaza, tanto bajo forma de potencia con relevancia geopolítica, es decir, la Unión Soviética, como en el sentido de una quinta columna comunista que se habría infiltrado en la sociedad suiza. En los años cincuenta se experimenta una radicalización del anticomunismo que alcanza un estatus de doctrina estatal. La guerra de Corea o la revolución húngara de 1956 fomentan la paranoia anticomunista y una exasperación contra cualquier forma de crítica contra el estado. En la historiografía helvética se ha adoptado el término “macartismo suizo” para describir esta situación. El mismo Partido Socialista Suizo, en una estrategia de acercamiento a los partidos de derechas, digamos burgueses, depuró sus organizaciones y sindicatos de marxistas. Incluso un posicionamiento pacifista podía ser calificado de “cripto‐comunista”. También en la administración pública hubo depuraciones, mientras que periódicos liberales,
2
la Neue Zürcher Zeitung, es decir, el periódico liberal suizo por excelencia, publicaba nombres de comunistas con domicilio y número de teléfono, incitando a acosos telefónicos. Tampoco la Sociedad Suiza de Radiodifusión se libró de esta caza de brujas. Sospechas sobre periodistas “vendidos a Moscú”, acusaciones por parte de políticos conservadores que reclamaban un mayor control del estado sobre la radio fueron fenómenos típicos de esta época. Pero el desarrollo económico y tecnológico hizo apaciguar el fervor anticomunista, aunque no lo hizo desvanecer completamente. El gran acontecimiento de los años cincuenta fue la llegada de la televisión. Sin embargo, la puesta en servicio del nuevo medio de comunicación estaba caracterizada por una actitud de reticencia y reacción. Más por el hecho de que en el extranjero se avanzase con mayor rapidez en la implantación de la televisión que por la convicción de que la televisión fuese algo necesario e importante para la sociedad suiza, las altas esferas inauguraron en 1953 una primera fase experimental. Un estudio de cine de Zúrich se convertiría en un improvisado estudio de televisión. Los primeros profesionales de la televisión lo habían sido de la radio. El entusiasmo por la introducción de la televisión se dio sobre todo en la Suiza de habla francesa y en el Tesino, cantón de habla italiana, mientras que en la Suiza de habla alemana se temía por las repercusiones negativas que el nuevo medio podría conllevar para la sociedad. Si por un lado, sectores conservadores veían en la televisión la desintegración de la familia, otra mirada no menos conservadora insistía en la importancia del nuevo medio para evitar que programas extranjeros inundasen el éter helvético. En general, el miedo a todo lo extranjero, a lo ahelvético es un topos recurrente en la historia suiza del siglo XX. En esta época tan marcada por el anticomunismo, los comunistas eran considerados un cuerpo extraño, una ideología anti‐helvética. Pero este recelo hacia lo extranjero se dio también en el ámbito de la prensa. En 1959 se lanzó el diario Blick, primer rotativo sensacionalista de la prensa suiza. Considerado una mera copia del diario alemán Bild, los demás periódicos se volcaron en contra del nuevo periódico por su apariencia y su contenido poco afines al hábito periodístico suizo. Artículos que despotricaban contra el Blick, imágenes de hogueras en las que se quemaban ejemplares del nuevo periódico muestran la hostilidad de los primeros años a partir de su aparición. A pesar de estas medidas, este rotativo consiguió convertirse en el más vendido en la Suiza de habla alemana.
3
En aquella época, Suiza era uno de los países con más periódicos del mundo. En un ensayo de 1957 se afirmaba que en uno de cada doce poblados de alrededor de 3.000 habitantes aparecía como mínimo un periódico. Pero había incluso pueblos con menos de 1.000 habitantes con su propio rotativo local. Y si en una ciudad como Lucerna, con sus 60.000 habitantes, aparecían cuatro diarios diferentes, en otras ciudades del mundo de 100.000 a 200.000 habitantes no se imprimía más que un solo periódico. Pero las cosas cambiarían a lo largo de la década de los sesenta. La comercialización y concentración de la prensa pondrían fin a esta pluralidad. Mientras que la tradicional prensa ligada a un partido político estaba afectada por una caída de ventas, aquellos periódicos sin un determinado perfil ideológico, más centrados en aspectos económicos y en el día a día pudieron asentar su posición dominante dentro del espectro de la prensa: entre estos se encuentran el tabloide Blick, la Neue Zürcher Zeitung, diario liberal y el Tages‐Anzeiger. Los grandes perdedores fueron los diarios de baja tirada que en algunos casos desaparecieron. Otros como el diario comunista Vorwärts (adelante) se convirtieron en semanarios, pero incluso la ya mencionada Neue Zürcher Zeitung, decano de la prensa suiza y periódico fundado en el siglo XVIII, posteriormente ligado al Partido Liberal Radical, dejó de aparecer tres veces diarias, disminuyendo este ritmo primero a dos ediciones y, a partir, de los años setenta, a tan solo una edición diaria. Para los representantes de la prensa, esta coyuntura era una consecuencia de la llegada de la televisión. Ya en 1957, el lobby de la prensa escrita se había comprometido a pagar a la radiotelevisión suiza la cantidad de dos millones de francos anuales, a cambio de que no se emitiese publicidad en la radio ni en la recién inaugurada televisión. Pero la coyuntura económica de los años sesenta estaba opuesta a esta medida proteccionista. El gobierno, a través de la nueva concesión otorgada a la rebautizada Sociedad Suiza de Radiotelevisión – es decir, ya no simplemente “de Radiodifusión” – en el año 1964, se permitía la emisión de publicidad en la televisión, pero en un régimen bastante estricto que contaba los minutos diarios. Para la radio, en cambio, se mantuvo la prohibición. En 1965, se permitían un máximo de 12 minutos diarios de publicidad. Y también en ese mismo año, la SSR recaudó un total de 20 millones de francos en publicidad. Pero la concesión de 1964 merece nuestra atención por otros motivos. Este documento estipulaba las competencias de la Sociedad Suiza de Radiotelevisión y definía sus tareas y los 4
límites de su misión. Promover los valores culturales del país y aportar a la educación espiritual, moral, religiosa, cívica y artística. Todo contenido que significase un riesgo para Suiza debía ser suprimido, al igual que cualquier contenido que pudiese comprometer la seguridad interior o exterior de la Confederación o de los cantones, su orden constitucional o sus relaciones internacionales. Un episodio singular que tuvo lugar al año siguiente, muestra cómo las normas establecidas en la concesión de 1964 se tomaron muy en serio, adoptando a veces el sabor de una censura. En 1965, el periodista y escritor suizo Hugo Loetscher había producido un documental sobre el régimen de Salazar que debía emitirse en la televisión. Además, había compuesto un poema en contra de la dictadura portuguesa, que pasaría a la historia bajo el nombre de elegía política titulada “Ach, Herr Salazar” – es decir “Ay, Señor Salazar”. En ella, Loetscher hablaba de los fortines del siglo XVIII con prisioneros políticos del siglo XX. Para la redacción de la televisión suiza, el poema al igual que el tono crítico del documental eran muy problemáticos. Se decidió, por tanto, suspender la emisión, basándose en la normativa emitida el año anterior. Loetscher trataría este episodio diez años más tarde en su novela El inmune. Esta actitud de servilismo hacia el régimen portugués debe ser contextualizada a partir de la Asociación Europea de Libre Comercio, de la cual ambos países eran miembros fundadores desde 1961. En cualquier caso, este comportamiento no se limitó a la televisión, ni tampoco a la dictadura portuguesa. En 1967, la Radio Suiza de habla italiana dedicó un programa a España. A pesar de comentar al principio la conflictividad social en las universidades españolas, el programa ensalzaba las buenas relaciones entre los dos países a través de los pilares de la emigración española en Suiza y de los turistas suizos en España. En la segunda parte, se expresa un panegírico de las buenas relaciones haciendo hincapié en los títulos de doctor honoris causa otorgados por la Universidad de Madrid a dos científicos suizos: el físico Paul Scherrer y el químico Conrad Burri. Le siguen una breve entrevista con cada uno de los laureados, además de un comentario por parte del secretario de la Embajada Suiza en Madrid. Si los años sesenta están mayoritariamente caracterizados por una falta de un posicionamiento claro frente a las dictaduras – con ello no quiero decir que los informativos 5
de radio y televisión no fueran capaces de ser críticos con dictaduras – las cosas estaban a punto de cambiar al final de la década. Un importante punto de inflexión en la historia de los informativos de radiotelevisión es atribuido al nombramiento de Dario Robbiani como director general del telediario. Por aquel entonces, el telediario se había convertido en el programa favorito de los telespectadores. Desde su primera emisión hasta entrados los años setenta y principios de los ochenta, el telediario se produjo en Zúrich para todas las emisoras suizas, es decir, para la Televisión Suiza de habla alemana y romanche, para la Televisión de la Suiza italiana y para la Televisión de la Suiza francesa. Hasta el año 1969, Robbiani, miembro del Partido Socialista suizo, había dirigido el telediario de habla italiana desde su comienzo en el año 1960. Bajo su mandato, se dieron importantes cambios. Ya en 1967, la periodista Tiziana Mona se convertiría en la primera mujer presentadora de toda Europa que moderó una edición principal del telediario. Hasta aquel entonces, se consideraba que la seriedad o el dramatismo de las noticias de actualidad no podía conciliarse con la feminidad. Que mujeres ocupasen puestos clave en la administración o en la economía era algo sinceramente revolucionario para aquella época. Hasta 1971, las mujeres suizas no tenían derecho al voto. En el cantón de Appenzell Interior, el sufragio femenino no se introdujo hasta el año 1990. Esta situación se inscribe dentro de lo que el jurista suizo Max Imboden llamó en un ensayo de 1964 “el malestar suizo”, es decir, la discrepancia entre la Suiza decimonónica, liberal, progresista e incluso revolucionaria y la actual, altamente conservadora por no decir reaccionaria. El ejemplo de Tiziana Mona muestra cómo las mujeres a pesar de la discriminación política y social lograron alcanzar un importante estatus de profesionalidad. Quiero corroborar esta afirmación con otro ejemplo, el de Annemarie Schwyter, que muestra tanto la profesionalidad como la falta de profesionalización del oficio de periodista. Schwyter nació en 1922 en Zúrich. Tras interrumpir sus estudios de bachillerato empezó a trabajar para diferentes periódicos como el Tages‐Anzeiger. Escribió también para el órgano oficial de los comunistas suizos llamado Vorwärts pero, como me explicó en una entrevista, esta experiencia no acabó bien. En los años cincuenta tomaría la corresponsalía de España para la radio cubriendo también Portugal, Marruecos, Argelia y Túnez. Consiguió incluso entrevistar a Antonio de Oliveira 6
Salazar. En 1959, tras su vuelta a Suiza colaboró en la producción del programa de actualidad radiofónico “Echo der Zeit” (eco del tiempo). Entre 1970 y 1977 colaboró en el informativo semanal de la televisión “Rundschau” (panorama). Schwyter combinaba estas actividades con su corresponsalía en España. En sus artículos se mostraba muy crítica con el régimen acusando, por ejemplo, las torturas de los acusados durante el proceso de Burgos, en diciembre de 1970. Ya en enero de 1969, con motivo del estado de excepción en todo el territorio español, Schwyter entrevistó a un grupo de sindicalistas clandestinos para el programa de televisión “Rundschau”. Uno de los entrevistados concluyó la entrevista contestando a una pregunta de la periodista: “Sobre la opinión internacional yo quiero decir solamente dos palabras… dos palabras. Que lamento mucho… Es que me gustaría que al mismo tiempo que se hacen muchas aclaraciones, mucha televisión para la gente, para que vean lo que pase en Checoslovaquia, de España nos hacen ver muy poco. Deseo solo que la opinión internacional se interese un poco más… que también nos gusta la libertad.” El tono crítico de los artículos y programas de Schwyter no gustaba al régimen. Como dijo Miguel Ángel Aguilar a principios de los años setenta, el caudillo, hasta entonces solo responsable ante Dios y la historia, había añadido una instancia más, la de la prensa extranjera. Pero las indagaciones de Schwyter eran consideradas incómodas también ante los ojos de aquéllos que veían en la consolidación de las relaciones entre España y Suiza unas oportunidades sin iguales. En octubre de 1972, un suizo residente en España se quejaba ante el Ministerio de Asuntos Exteriores suizo (Departamento Político) de la falta de objetividad de Schwyter y de las consecuencias negativas de sus comentarios para las relaciones bilaterales entre los dos países. En diciembre de 1973, Schwyter volvería a España para retomar su puesto de corresponsal. Varios importantes acontecimientos en España exigían su presencia. El proceso 1.001 contra miembros de Comisiones Obreras ante el Tribunal de Orden Público, el asesinato de Carrero Blanco, la sustitución de éste por Carlos Arias Navarro y el Consejo de Guerra en Barcelona contra militantes del Movimiento Ibérico de Liberación.
7
A principios de febrero de 1974, dos policías escoltaron a Annemarie Schwyter desde su casa en Cadaqués hasta la frontera francesa. Oficialmente, la periodista suiza había sido expulsada por no haberse dado de alta como corresponsal ante el Ministerio de Información y Turismo dentro del plazo previsto por la ley. Queda claro que esto fue solo un pretexto para librarse de una voz sumamente crítica. La expulsión de Schwyter de España causó una ola de indignación en el mundo de la prensa suiza. Posteriormente, el joven periodista suizo Werner Herzog asumiría la corresponsalía en España para el periódico Tages‐Anzeiger. La carrera de Annemarie Schwyter como periodista nos muestra algo típico del periodismo en Suiza. El periodismo en Suiza no es una profesión sino más bien una vocación. Es decir, un conjunto de conocimientos y experiencias adquiridas en el campo. De hecho, no existen en las universidades suizas facultades o departamentos de periodismo. Sí existe desde 1984 una escuela de periodismo en Lucerna, y también hay que decir que en las universidades suizas ya desde principios del siglo XX se han establecido disciplinas que estudian los medios de comunicación. Durante la posguerra los periodistas se formaban mayoritariamente trabajando para un periódico. A falta de una formación de periodista, cualquier carrera servía para ese oficio. A menudo historiadores, sociólogos, juristas, estudiosos de literatura como Herzog o Arnold Hottinger dejaban de lado su formación académica para abrazar la vocación del periodismo. Es también típico para esta época la movilidad profesional dentro de los diferentes medios de comunicación: de la prensa se pasa a la radio, y de la radio a la televisión, en una época en la que el concepto de telegenia acababa de implantarse en Suiza. La Constitución federal de 1874, que se mantendría en vigor hasta el año 1999, garantizaba en su artículo 55, de forma muy escueta, la libertad de prensa. No existían leyes específicas para el periodismo escrito. En 1972, la “Asociación Suiza de Periodistas” publicó la Declaración de los deberes y derechos de los periodistas. En su preámbulo se mantenía: “La responsabilidad de los periodistas hacia lo público prima sobre cualquier otra, especialmente sobre su responsabilidad hacia su empleador y hacia órganos estatales.” Los periodistas de radio y televisión no gozaban de las mismas libertades que sus colegas de la prensa. No es difícil entender que los primeros se sintiesen encorsetados por las normas definidas en la concesión otorgada por el gobierno. El caso de Loetscher con su elegía política lo muestra claramente. 8
La condición de los periodistas de radio y televisión era un tema controvertido que causaba crispaciones incluso dentro de una misma ideología. Si, por ejemplo, el diputado liberal Hans Kopp abogaba por la equiparación de éstos con sus colegas de la prensa y por incluirlos a todos dentro del artículo 55 de la Constitución federal, el diputado liberal‐conservador Peter Dürrenmatt sostenía que el carácter de monopolio y de servicio público de radio y televisión no permitía esa equiparación. El estilo crítico de radio y televisión – estilo que no se limitaba al telediario y que se extendía prácticamente a todos los informativos – no gustaba a algunos sectores conservadores. Críticas contra el ejército suizo, las centrales nucleares, las multinacionales o la violencia policial en manifestaciones eran temas recurrentes que encendían la cólera de políticos de derechas. Alrededor del año 1970, el viejo y perenne discurso sobre la supuesta infiltración de comunistas dentro de la Sociedad Suiza de Radiotelevisión retomó fuerzas. De esta tendencia surgiría en 1974 la Asociación Suiza de Televisión y Radio, fundada por el catedrático de historia y político conservador Walther Hofer. La asociación se presentaba como defensora de los consumidores, dispuesta a informar a la sociedad sobre las faltas de la Radiotelevisión suiza y evidenciar las tendencias “izquierdosas” que en ella habitaban. Para ello publicaba en su boletín oficial comentarios sobre producciones de radio y televisión que corroborasen esa hipótesis. El celo con el que esta asociación desarrollaba su actividad se puede entrever en un documento publicado en el año 1977 sobre el tratamiento de la Revolución de los claveles por parte de tres programas informativos de la Televisión Suiza: el telediario, el panorama semanal y la retrospectiva de fin de año. Portugal 74/75, este el título del estudio de casi 250 páginas, pretendía demostrar las libertades que los periodistas de la televisión se tomaban a la hora de comentar la revolución portuguesa y el coqueteo de estos con el ala más radical de la izquierda comunista. En la introducción, los autores – cuya identidad no se especifica en ninguna parte – presentan los sucesos de Portugal entre 1974 y 1975 como un escenario único a través del cual se puede averiguar en miniatura los conflictos de Rusia, Europa del Este, Chile y Grecia.
9
Llama la atención la importancia de las palabras como criterio fundamental para acusar a los periodistas de televisión. Dicotomías como izquierda/derecha, radical/conservador, dictadura/democracia ocupan un papel decisivo dentro de la argumentación de los autores. Hay también una discusión sobre el término “fascismo”. Las citas procedentes de los tres formatos de televisión indican el uso de la palabra “fascismo” para referirse al régimen de Caetano y Salazar. Para los autores del libro, el uso de “fascismo” es altamente problemático. La televisión suiza habría adoptado este vocablo directamente, a través de su uso en Portugal. A continuación hay una discusión sobre la taxonomía y la idoneidad de “fascismo” para los regímenes de Hitler, Mussolini, Franco, Salazar, de los coroneles en Grecia y de Pinochet. Franco y Salazar son denominados por los autores “autoritarismos conservadores”. Por tanto, a través de esa equiparación artificial, las diferencias estructurales desaparecerían. El régimen hitleriano sería banalizado, mientras que la “dictablanda” de Salazar sería demonizada. A la supuesta benevolencia de los periodistas ante las fuerzas revolucionarias, radicales o comunistas de Portugal se le responde con una benevolencia subliminal hacia una tiranía a través de un juicio histórico distorsionado en el cual los crímenes de la dictadura salazarista son silenciados, el mismo régimen edulcorado a través de eufemismos como “autoritarismo” y “conservador”. El texto se inscribe perfectamente dentro de los temores geopolíticos de Europa causados por dos acontecimientos en la península ibérica: la Revolución de los claveles y la muerte del general Franco. Como recordó el periodista José Antonio Martínez Soler durante un congreso en Almería en el año 2007, “las palabras no son inocuas”. Llamar un régimen “fascista” o “autoritario”, hablar de “dictadura” o de “democracia orgánica” no es lo mismo. ¿Qué razones hay por decantarse por uno u otro término? Ideológicas, por supuesto. Pero no sólo. Ya desde antes de la Guerra civil, los intereses suizos en la Península ibérica eran considerables. Numerosas empresas, alimentarias como Nestlé, de maquinaria como Brown 10
Boveri, se habían extendido por España, de manera que a la hora de estallar la contienda civil, esos intereses estaban amenazados por fenómenos como la colectivización, aplicada en territorios controlados por el anarco‐sindicalismo. Al igual que el Gobierno suizo, también la Banca optó por un apoyo al bando sublevado a través de generosos créditos; tema estudiado por Sebastián Farré. Si ya en una fase, como la guerra y la inmediata posguerra, en la que el régimen era generalmente considerado totalitario y fascista, incluso por las democracias occidentales, la banca suiza no mostraba ningún reparo en darle su apoyo, ¿qué comportamiento podemos esperarnos en una fase posterior, como los años cincuenta y sesenta, en la que el régimen empieza a gozar de cierta respetabilidad? La respuesta es fácil. Todavía menos reparos. En esta fase del segundo franquismo, el apoyo financiero y las inversiones suizas en España logran superar las de Alemania occidental, ocupando el segundo puesto detrás de los EEUU. A esto se suma el importante flujo de emigrantes españoles a Suiza, ya a partir del año 1961. El número de españoles residentes en Suiza se decuplaría a lo largo de la década, alcanzando más de 100.000 personas; llegando a ser la segunda comunidad de extranjeros en Suiza detrás de los italianos. Para Suiza, la mano de obra extranjera era un recurso esencial para una industria que había permanecido intacta durante la Segunda guerra mundial. Para España, la exportación de mano de obra permitía una triple mejora: una distensión del mercado laboral nacional, un asunto de prestigio, al valorar esta mano de obra en el extranjero, y una entrada de divisas a través de las remesas que los emigrantes enviaban a España. El régimen pretendía, por tanto, mejorar su imagen. Y esta imagen la construían los medios de comunicación. La percepción de una cosa, como dice Quentin Skinner, depende siempre de modelos y opiniones preconcebidas que de forma involuntaria ejercen su influencia. Si para una izquierda nostálgica en Suiza – caso de exvoluntarios suizos que habían luchado contra las tropas franquistas – se recordaba con cierto romanticismo la derrota de la República por el fascismo, si para una nueva izquierda era necesario rescatar este heroísmo de tiempos pasados, para un personaje como James Schwarzenbach, en cambio, el Caudillo encarnaba el verdadero heroísmo y la sublevación frente a la amenaza bolchevique.
11
¿Quién era ese tal James Schwarzenbach? Antes de entrar en pormenores, permítanme que les diga que su vida sufrió un importante punto de inflexión. Y este punto de inflexión tuvo lugar en la Catedral de Sevilla, durante la Semana Santa de 1930. Schwarzenbach nació en el seno de una familia de la alta burguesía liberal y protestante de las orillas del lago de Zúrich, en 1911. En 1930, durante un viaje por España, transcurrió la Semana Santa en Sevilla. Durante el oficio solemne, al que asistió el rey Alfonso XIII y la familia real, vivió una experiencia tan intensa que le marcó de por vida. Sesenta años más tarde, en sus memorias, describiría esta experiencia mística. Poco después de su paso por Sevilla, decidió convertirse al catolicismo, causando la irritación de su familia. Schwarzenbach estudió historia y literatura alemana en Zurich, Paris y finalmente Friburgo. En esta última universidad suiza – importante centro del catolicismo ultramontano helvético – conoció a quien se convertiría en su mentor: Gonzague de Reynold. Un admirador de Mussolini y Salazar. En 1946, trabajaba de periodista para el diario conservador Vaterland (Patria). Fue enviado durante unos meses a España, para informar a los lectores sobre el régimen de Franco. En tonos apologéticos cantó las alabanzas de Franco y de su gobierno que, como sostenía Schwarzenbach, no merecía la denominación de dictadura. El régimen, por su parte, supo premiar a Schwarzenbach, de manera que al año siguiente, se le concedió la Cruz de la Orden de Isabel la Católica, de manos de Joaquín Ruiz‐Giménez. Más tarde, siendo diputado del Parlamento suizo, entre 1967 y 1978, continuaría defendiendo el régimen de Franco contra los ataques de la izquierda suiza. Conocido sobre todo por su movimiento xenófobo, encaminado a reducir drásticamente el número de extranjeros residentes en Suiza, en su propio periódico, Republikaner, arremetía contra aquellos extranjeros de izquierdas que, según él, abusaban del marco legal suizo para despotricar contra el general Franco en manifestaciones supuestamente planificadas desde Moscú. Pero entre la apología por parte de un James Schwarzenbach y el rotundo rechazo por parte de la izquierda o del liberalismo más progresista; entre los artículos en los que se dan vítores a los miembros de un Consejo de guerra por haber fusilado a Julián Grimau y una entrevista
12
en la televisión con los parientes de uno de los fusilados de 1975, hay matices – matices que no se pueden explicar a través de la ideología. Como ya he indicado anteriormente, las relaciones económicas entre los dos países eran muy sólidas. Entre las importaciones suizas a España hay que subrayar una en particular, por ser altamente problemática y por su gran volumen de exportación. Me estoy refiriendo a la exportación de armamento suizo para el régimen. A raíz de un escándalo en relación con la exportación de armas a países en guerra, en el que estaba involucrada la empresa zuriquesa Oerlikon‐Bührle, en el año 1968, movimientos pacifistas exigieron la prohibición de esta exportación. El Gobierno suizo respondió en 1972 con la Ley federal sobre el material de guerra. En su artículo 11 se prohibía la exportación de armamento a países en “situaciones tensas” o en los que “los derechos humanos” no se respetaban. Ahora bien, a principios de los años setenta, los dos principales clientes de la industria armamentística eran Irán – entonces gobernado por el sah – y la España de Franco. En el año 1972, Suiza exportó armamento a Irán por el valor de 35 millones de francos suizos, y a España de 18 millones. La administración militar suiza, responsable de conceder los permisos de exportación, era consciente de la situación de los derechos humanos en estos países. En el caso de España se concedió el permiso valorando las buenas relaciones económicas y culturales además de la necesidad de no trabar el acercamiento del régimen a Europa. Esto nos lleva a la anterior reflexión sobre el uso de unas palabras en lugar de otras o a aquella carta en la que aquel suizo residente en España se quejaba del tono crítico de la periodista Annemarie Schwyter. De aquí, la necesidad de crear una realidad paralela, de construir un no‐saber, en el que eufemismos como “conservador”, “democracia orgánica” y la “más larga época de paz que se ha vivido en España desde Augusto” podían ocultar hechos comprometedores. El historiador norteamericano Robert N. Proctor acuñó hace diez años el término “agnotología” en oposición a “epistemología”. Agnotología viene a ser, por ende, la producción y diseminación de ignorancia, de falsedades o el ocultamiento de información. Proctor desarrolló esta noción a partir de su investigación sobre la industria tabacalera en Estados Unidos y cómo durante décadas se ocultaron los peligros del humo.
13
Yo creo que también a la propaganda oficial del régimen, con su nauseabunda cantilena de prosperidad, orden y paz, o a los artículos de periodistas que más por ignorancia que por convicción se hacían eco de estos panegíricos se les puede atribuir un carácter agnotológico. ¿Qué significa esto para el ethos del periodista? En lo que concierne el periodismo audiovisual suizo podemos ver que sobre todo a partir de finales de los años sesenta, las noticias relacionadas con España tienen a menudo un carácter iconoclasta. Breves reportajes sobre los aspectos de la economía del régimen argumentaban entorno a los límites de ese supuesto milagro económico. En un reportaje de junio de 1973, titulado “cautos pasos hacia la modernidad”, el programa de televisión Panorama mostraba el uso de una trilladora rudimentaria en la agricultura. En el mismo reportaje se centraba también en la vida de José Luis Martín, un conductor de montacargas residente en Barcelona. Casado y con tres hijos, residente en un piso de propiedad, el turno de ocho horas diarias no le permite llevar adelante una vida digna. Para ello tiene que recurrir al pluriempleo y trabajar además otras cinco horas en una gasolinera. Jose Luís Martín trabaja, por tanto, un total de setenta horas semanales. El mismo tono crítico se puede entrever en otro reportaje, emitido en noviembre de 1975, durante la agonía del dictador. Este otro se centra en el municipio de Guadalupe (Provincia de Cáceres) y en la situación de espera ante la inminente muerte del caudillo. Este reportaje contiene una entrevista entre un campesino y un periodista extranjero. La entrevista se desarrolla de la siguiente manera: Pregunta: La mayor parte de la gente de aquí sois campesinos, ¿verdad? Respuesta: Sí, casi todos. Yo soy arrendatario. Esto no es mío. Solo la mitad me pertenece. La otra mitad de la cosecha es del señor. Pregunta: ¿Cómo? ¿El terreno no es suyo? Respuesta: No, el terreno es del señor. Yo lo trabajo y tengo que darle la mitad de la cosecha. Pregunta: ¿Y dónde vive el señor? Respuesta: Pues allí atrás, en el pueblo. 14
Pregunta: ¿Y no le gustaría cambiar algo de este sistema? Respuesta: ¿Que si quisiera cambiar algo? Pues claro que sí. Me gustaría irme a otro lugar donde no tuviera que trabajar tanto. Huy, si pudiera trabajar menos y ganar más… Eso estaría mejor. A través de estos reportajes, a menudo producciones de otras cadenas europeas, la radiotelevisión suiza pretendía relativizar el discurso triunfalista y los límites dentro de la “décima potencia mundial”. Informes sobre el atraso en la agricultura y en la industria, amén de reportajes sobre la conflictividad social en España podían disuadir a los acreedores e inversores suizos de continuar su apoyo financiero al régimen. Antes de concluir mi ponencia quisiera mostrarles una secuencia emitida en el telediario suizo, a mediados de diciembre de 1970. Ésta muestra una manifestación multitudinaria en Berna, contra el famoso Consejo de Guerra en Burgos. [Posición: 05:43; final 07:35] El Archivo Federal Suizo conserva los reportajes, la “materia prima” de la que se componían las emisiones del telediario, pero no las emisiones acabadas y emitidas, por lo menos no para esta época. De manera que no podemos saber qué parte de esta secuencia se emitió en el telediario del 12 de diciembre de 1970, pues es improbable que se emitiesen la secuencia en su totalidad. Esta secuencia nos devuelve a muchos temas que he tratado en mi ponencia. La violencia policial presente a través del importante despliegue, del lanzador de agua y del uso de gas lacrimógeno nos lleva a ese tono crítico de la radiotelevisión que disgustaba a las autoridades políticas suizas. En esta secuencia la presencia policial recobra un significado distinto, pues está desplegada para defender la embajada de un estado dictatorial en el que se estaba llevando a cabo un juicio farsa. Las imágenes en movimiento confieren a los participantes una connotación radical. Las banderas con la hoz y el martillo – algo sumamente problemático durante la Guerra fría – se 15
suman a las pancartas que demandan la liberación de los presos y critican la corrupción del régimen. La toma de la embajada a través del acto de izar la bandera comunista muestra ese radicalismo de los participantes y, al mismo tiempo el fracaso de la policía que debía impedirlo. Ya desde principios de los sesenta, la protección policial de las distintas representaciones españolas (consulados, embajada, agencias de Iberia, agencias oficiales de turismo) alteraron las buenas relaciones diplomáticas entre ambos países. La radicalización de los emigrantes españoles en el extranjero, algo que preocupaba tanto al régimen como al país de acogida, fue un desafío de típico de aquella época y un argumento que el régimen podía utilizar a su favor para presionar al Gobierno suizo para tomar medidas. Para políticos conservadores y xenófobos como James Schwarzenbach, estas imágenes de extranjeros radicalizados debieron llevar agua a su molino y proveerle de argumentos para su campaña contra la invasión de extranjeros procedentes del Sur de Europa. Tampoco hay que olvidar las injurias al general Franco. En la secuencia se puede oír el eslogan “Franco, asesino”, además de otras que no voy a repetir. Más allá de la expresión emocional – en este caso la rabia, algo típico de las manifestaciones como sostiene el sociólogo James Jasper – se presenta un problema de derecho penal. El Código penal español en vigor por aquel entonces podía ser aplicado en este caso: Art. 132. “El español que, fuera del territorio nacional, comunicare o hiciere circular noticias o rumores falsos, desfigurados o tendenciosos, o ejecutare actos de cualquier clase encaminados a perjudicar el crédito o la autoridad del Estado, o a comprometer la dignidad o los intereses de la Nación española, será castigado con las penas de prisión mayor, inhabilitación absoluta y multa de 10.000 a 250.000 pesetas.” (Código penal, «Texto revisado de 1963» del Código Penal, Documento BOE‐A‐1963‐7722)
16
Llama la atención la violación del principio de territorialidad que este artículo del Código penal implica. Si a esto sumamos que el Gobierno suizo podía expulsar a emigrantes por sus ideas radicales – algo que de hecho ocurrió en el año 1965, se presenta una situación delicada para el expulsado, especialmente en el caso de un retorno a España. Esta secuencia muestra por tanto el potencial político, diplomático y social del periodismo a partir del año 1968 y explica, en cierto modo, el temor de la clase política suiza a la hora de lidiar con los medios de comunicación. En mi aportación he intentado demostrar que incluso en un país democrático como Suiza, con una tradición de libertad de prensa que remonta a principios del siglo XIX, los periodistas tanto los de la prensa como los que trabajaban para los medios que gozaban de un monopolio tenían que lidiar durante la Guerra fría con un conservadurismo estructural, una actitud de recelo y un espíritu nacional‐conservador amén de una doctrina de estado fervorosamente anticomunista. El tratamiento del tema español por parte de la radiotelevisión puede que no solo muestre una emancipación periodística – al atreverse a presentar acontecimientos y desarrollos incómodos – sino que dicha emancipación haya sido posible a través del enfoque en la dictadura española, al abastecer de noticias una sociedad que aspiraba a un comportamiento dictado por la moral. Muchas gracias.
17
Bibliografía Luís Manuel Calvo Salgado, Concha Langa Nuño y Moisés Prieto López, Tele‐revista y la Transición. Un programa de la televisión suiza para emigrantes españoles (1973‐1989), Frankfurt/Madrid 2015. William Chislett, The Foreign Press During Spain’s Transition to Democracy, 1974‐78. A Personal Account, s.l., s.a., consultado el 22 de marzo de 2017, http://www.transicion.org/90publicaciones/ForeignPressDuringTheTransition.pdf Markus T. Drack (ed.), Radio und Fernsehen in der Schweiz. Geschichte der Schweizerischen Rundspruchgesellschaft SRG bis 1958, Baden 2000. Sébastien Farré, La Suisse et l’Espagne de Franco: de la guerre civile à la mort du dictateur (1936 – 1975), Lausanne 2006. Theo Mäusli y Andreas Steigmeier (eds.), Radio und Fernsehen in der Schweiz. Geschichte der Schweizerischen Radio‐ und Fernsehgesellschaft SRG 1958 – 1983, Baden 2006. José Antonio Martínez Soler, “Cambio 16, Doblón e Historia Internacional: Conquistando la libertad palabra a palabra”, en: Rafael Quirosa‐Cheyrouze y Muñoz (ed.): Prensa y Democracia. Los medios de comunicación en la Transición, Madrid 2009, pp. 199–208. Moisés Prieto López, “„El fascismo también nos concierne a nosotros.“ Organizaciones y manifestaciones de solidaridad suizas con el antifranquismo español (1970 – 1976)”, en: Rafael Quirosa‐Cheyrouze y Muñoz (ed.), IV Congreso internacional Historia de la Transición en España. Sociedad y movimientos sociales, Almería 2009, pp. 1155–1172. Moisés Prieto, „Militärprozesse und Hinrichtungen des späten Franco‐Regimes im Spiegel Schweizer Medien (1970 – 1975)“, Schweizerische Zeitschrift für Geschichte (Revue suisse d'histoire) 60(1), 2010, pp. 84–96. https://doi.org/10.5167/uzh‐61612. Moisés Prieto López, “Contra „Burgos“ y contra la burguesía: La Liga Marxista Revolucionaria de Suiza y su compromiso antifranquista”, en: Rafael Quirosa‐Cheyrouze y Muñoz, Luis Carlos Navarro Pérez y Mónica Fernández Amador (eds.), V Congreso Internacional Historia de la Transición en España. Las organizaciones políticas, Almería 2011, pp. 821–840. Moisés Prieto, “Finding Democracy in Spain. The Spanish transition through Swiss Italian‐ speaking radio programmes (RSI), 1975 – 1978”, Media History 21, 2015, pp. 192–207. http://dx.doi.org/10.1080/13688804.2014.981514. Moisés Prieto López, “Entre retórica profranquista y xenofobia suiza: el populista James Schwarzenbach”, Ayer 97, 2015, pp. 195–223. Moisés Prieto, Zwischen Apologie und Ablehnung. Schweizer Spanien‐Wahrnehmung vom späten Franco‐Regime bis zur Demokratisierung (1969‐1982), Köln 2015. 18
Moisés Prieto, “Unerhörte Appelle: Moral‐Diskurs am Beispiel der spanisch‐schweizerischen Waffenausfuhr und des Spanien‐Tourismus”, Schweizerische Zeitschrift für Geschichte (Revue suisse d'histoire), 66(1), 2016, pp. 49‐79. Robert N. Proctor, “Agnotology. A Missing Term to Describe the Cultural Production of Ignorance (and Its Study)”, en: Robert N. Proctor y Londa Schiebinger (eds.), Agnotology. The Making and Unmaking of Ignorance, Stanford 2008, pp. 1–33. Schweizerische Fernseh‐ und Radiovereinigung, Portugal 1974/75 in der Berichterstattung der deutschsprachigen Tagesschau (inbegriffen “Panorama der Woche“ und „Jahresrückblick“) des Schweizer Fernsehens, s. l. 1977. Quentin Skinner, „Bedeutung und Verstehen in der Ideengeschichte“, trad. por. Gloria Buschor y Astrid Finke, en: Martin Mulsow y Andreas Mahler (eds.): Die Cambridge School der politischen Ideengeschichte, Berlin 2010, pp. 21–87.
19
Lihat lebih banyak...
Comentarios