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Descripción

La quimera populista en América Latina

El caso del lopezobradorismo en México (2003-2006)

La quimera populista en América Latina

El caso del lopezobradorismo en México (2003-2006)

Octavio Humberto Moreno Velador

Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Piso 15 Editores

Esta obra fue financiada por el Programa de Fortalecimiento de la Calidad en Instituciones Educativas (Profocie), 2014. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla José Alfonso Esparza Ortiz Rector René Valdiviezo Sandoval Secretario General

Flavio Guzmán Sánchez Encargado de Despacho de vicerrectoría de extensión y difusión de la cultura Ana María Dolores Huerta Jaramillo Directora de Fomento Editorial Omar Eduardo Mayorga Gallardo

Coordinador de Publicaciones de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales

Primera edición, 2015 isbn: 978-607-97104-2-2 D.R. © Octavio Humberto Moreno Velador D.R. © 2015, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla 4 Sur 104, Colonia Centro Histórico 72000, Puebla, Puebla, México D.R. © 2015, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Av. San Claudio esquina 22 Sur Col. Jardines de San Manuel, 72570, Puebla, Pue. D.R. © 2015, Piso 15 Editores, 14 Oriente 2827 Puebla, Puebla. México. Diseño de portada: Daniela Podestá Siri Diseño y formación: Piso 15 editores / Paulino Bonifacio Flores Impreso y hecho en México / Print and made in Mexico

Índice Introducción

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1. El populismo latinoamericano clásico 1.1 ¿Qué es el populismo? 1.2 Dos ejemplos clásicos de populismo 1.2.1 El Populist Party estadounidense 1.2.2 El narodnichestvo ruso 1.3 El populismo en América Latina 1.3.1 El enfoque estructural-funcionalista 1.3.2 La perspectiva de Torcuato di Tella 1.3.3 El populismo visto desde las contradicciones de clase 1.4 Populismo y desarrollismo en América Latina. Tres casos de estudio 1.4.1 El Estado populista en México 1.4.2 El varguismo brasileño 1.4.3 El peronismo en Argentina 1.4.4 Conclusiones

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2. ¿Cómo se construye una quimera? 2.1 El nuevo rostro del populismo en América Latina 2.2 Auge y colapso del populismo clásico 2.2.1 La disolución de la base organizativa populista 2.3 La llegada de la democracia procedimental y el nuevo reino del laissez-faire 2.3.1 La democracia de tipo procedimental

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2.4 Fisonomía del Estado neoliberal latinoamericano 2.5 Populismo y crisis hegemónica 2.5.1 Democracia Procedimental y populismo 2.6 El regreso del fantasma populista 2.7 Conclusiones

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3. El caso del lopezobradorismo en México 3.1 El cambio político en América Latina y la quimera populista 3.2 Crisis hegemónica en México y las reformas estructurales 3.3 La quimera populista en México. El caso del lopezobradorismo 3.3.1 La propuesta política en el Gobierno del Distrito Federal 3.3.2 El “Proyecto Alternativo de Nación” 3.3.3 Las críticas al Proyecto Alternativo de Nación 3.3.4 La “guerra sucia” y el populismo 3.4 El populista mesiánico y la movilización popular 3.5 Conclusiones

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4. Conclusiones generales 5. Bibliografía

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Dedico este trabajo a Liliana

Introducción

E

n un libro clásico sobre el tema, Ghita Ionescu y Ernest Gellner (1969) describieron al populismo como un fantasma que se cernía sobre el mundo, como una ideología fuertemente emparentada con el comunismo y que poco a poco comenzaba a conquistar espacios en América Latina. Un fenómeno que tendía a desestabilizar el orden político, económico y social de toda la zona, al limitar los poderes de los grupos oligárquicos que habían gozado del total control político y económico durante el siglo xix. Los gérmenes de este fenómeno se podían encontrar en los profundos cambios del orden político mundial y en la reestructuración del orden capitalista internacional. Ambos aspectos generaron en América Latina la emergencia de grandes agregados sociales, migrantes del campo a la ciudad en busca de oportunidades de desarrollo. De esta forma, el populismo, en primera instancia, se alimentó del gran grupo social recién llegado a las ciudades, en contextos de Estados que históricamente no se habían caracterizado por ser democráticos. Así, el populismo, al incluir a estas nuevas mayorías sociales, representó un momento fundamental en la democratización de las sociedades latinoamericanas (Vilas, 1994). La confrontación entre aquellos para quienes el populismo significó una oportunidad en la mejora de sus condiciones de vida y de volverse grupos influyentes en la política nacional, y para quienes implicó la pérdida de privilegios políticos y

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económicos mantenidos durante generaciones, ha marcado la historia y la forma en que el fenómeno ha sido abordado. En la actualidad, el populismo como categoría ha experimentado un resurgimiento, tanto en las ciencias sociales como en los espacios de opinión pública. Para muchos, el populismo sería una amenaza que se encuentra recorriendo a América Latina nuevamente; salido del baúl en donde presumiblemente había sido guardado por las transiciones políticas y la llegada de la democracia de tipo procedimental; un binomio que pretendidamente había enterrado a ese espectro de caracteres premodernos y antinstitucionales. Si bien la falta de un acuerdo sobre el significado del populismo en la academia sigue motivando intensos debates y posiciones al respecto, en el plano de la competencia y confrontación política la referencia, la abierta acusación de ser populista, o ejercer un tipo de gobierno populista, ha sido una constante en los tiempos más recientes. El populismo, desde este punto de vista, se ha convertido en el nuevo gran “otro” de la política latinoamericana, construido literaria y mediáticamente como la gran amenaza que se cierne sobre la zona. En el contexto contemporáneo, el pensamiento conservador se ha ocupado de conceptualizarlo como un monstruo, como una amenaza que busca acabar con los logros supuestamente alcanzados por la democracia procedimental y la economía neoliberal. Un monstruo imaginario que, a semejanza de la fábula de la quimera, se le describe como una bestia que vomita llamas, con cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón. Un tipo de construcción intelectual con poco de realidad y mucho de fantasía. El renacimiento de un monstruo casi mitológico que busca arrasar con el orden y la estabilidad reinantes para dejar una estela de autoritarismo y destrucción.

Introducción

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Según estas ideas, los movimientos sociales y políticos y los cambios de gobierno que se han presentado en los últimos quince años en países como Bolivia, Ecuador, Venezuela, o incluso en Argentina, Paraguay y Brasil, son nuevos brotes de populismo, “del resurgimiento de la quimera populista.” Una amenaza que muchos han querido ver incluso en un movimiento político y social como el lopezobradorismo en México. Dada esta situación, el análisis sobre la validez de las acusaciones populistas hacia estos movimientos político-sociales o gobiernos nacionales resulta una necesidad, tanto para aclarar el significado de la categoría populista, como para contrastar si efectivamente el populismo es un fenómeno con las características que las posiciones conservadoras le atañen y si están presentes en los movimientos y gobiernos tachados de serlo. Por lo tanto, un objetivo del presente trabajo es analizar cómo, desde el plano de las ideas políticas, el concepto de populismo se ha transformado hasta tomar el sentido peyorativo que para muchos hoy posee, un sinónimo de corrupción y demagogia. En el primer capítulo se realiza una revisión teórica y de casos históricos para acercarse al significado clásico del populismo, considerando las primeras dos manifestaciones de movimientos populistas de la historia moderna: el Populist Party en Estados Unidos y el movimiento narodnichestvo en Rusia. En la segunda parte del primer capítulo, se hace una revisión del “populismo” como categoría de estudio sociológica y política para los casos de América Latina, a través de la revisión del trabajo de algunos de los pensadores clásicos sobre el tema (Germani, Di Tella, Ianni), con la intención de analizar las primeras acepciones teóricas del populismo latinoamericano. Finalmente, la tercera parte del primer capítulo está destinada a hacer una síntesis de los casos más emble-

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máticos del populismo en Latinoamérica en el siglo xx (México, Brasil, Argentina) con el fin de acercarse directamente y evaluar el papel de estos fenómenos en el desarrollo político y social de los Estados-nación. La revisión de estos casos en contraste con las perspectivas teóricas consideradas permite extraer los elementos centrales de las experiencias y su interpretación de acuerdo con los estudios clásicos del tema. Además de evaluar y rescatar el valor de las políticas impulsadas por los gobiernos populistas para el fortalecimiento de sus Estados-nación y la mejora en las condiciones de las poblaciones nacionales, aspectos hoy muy denostados por el pensamiento más conservador. En el segundo capítulo, a partir de la pregunta ¿cómo se construye una quimera?, se hace una revisión de las razones que llevaron al derrumbe de los populismos latinoamericanos para dar paso al neoliberalismo económico y la democracia procedimental. Esta transformación trastocó no sólo las estructuras económicas en toda la zona, sino que se vio acompañada por la llegada de la tecnocracia a los poderes estatales latinoamericanos, un binomio dominante que buscó estigmatizar y enterrar a las experiencias populistas latinoamericanas previas bajo el argumento de ser premodernas y culpables de todos los males. En este capítulo se analiza también cómo este canon dominante terminó por mitificar y deslegitimar a todas aquellas plataformas y perspectivas políticas que se alejan de las formas “correctas” de hacer política de acuerdo a las líneas más importantes del pensamiento neoliberal; una perspectiva que terminó por volverse dominante en la política latinoamericana. Desde entonces, para el discurso conservador, el apelar a un sujeto político plural, como lo es el pueblo, es mal visto y se interpreta como un posible atentado contra la libertad en

Introducción

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las sociedades latinoamericanas. Desde nuestra perspectiva, la apelación a lo popular o al pueblo es una forma de unir a los agregados populares que han quedado en calidad de sacrificables para el neoliberalismo y la tecnocracia, de construir una propuesta política que aspira a otorgar seguridad y servicios sociales para las mayorías nacionales. Dados estos elementos, es posible decir que el populismo visto desde las perspectivas conservadoras se puede entender como un espejo, en donde se reflejan todos los pendientes y estragos que el neoliberalismo ha provocado durante los últimos años en las poblaciones de muchos países latinoamericanos. Finalmente, en el tercer capítulo, se analiza el caso del lopezobradorismo en México como una experiencia reciente donde el discurso incriminatorio antipopulista fue parte central de las campañas presidenciales del año 2006. Un momento en la política nacional que demostró la fractura de la hegemonía neoliberal y el surgimiento de una opción política, la cual se propuso presentar una alternativa real ante la deslegitimación y el derrumbe del neoliberalismo en México. Un caso que se inserta en la tendencia de América Latina en su paso hacia gobiernos de izquierda y que, tras un discurso y una campaña mediática amplia, se intentó eliminar al candidato mediante la acusación populista. En este, como en otros casos, se demuestra que la apelación al surgimiento de la quimera populista ha servido como un arma eficiente para hacer presa de los miedos ciudadanos ante los escenarios de crisis y desestabilización asociados, en su visión conservadora, al populismo. Así, para superar la idea de populismo, en este tercer capítulo se propone el concepto de lo nacional-popular como una alternativa teórica que permite dejar de lado la categoría de populismo y permite entender, bajo otra perspectiva, a estos movimientos políticos que apuntan a transformar bajo una

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reforma política y moral a los Estados latinoamericanos. Un tipo de movimientos que pugnan por generar un cambio en la hegemonía política presente y que, como estrategia política, plantean la articulación de un movimiento multiclasista en un solo frente para transformar los regímenes políticos imperantes. Se trata de movimientos que se han comportado bajo la lógica de conquistar posiciones estratégicas para gradualmente imponer su plataforma contrahegemónica, en la búsqueda por redefinir el papel del Estado como un agente regulador indispensable de la economía y poner ambos al servicio de la justicia social.

1.

El populismo latinoamericano clásico

1.1 ¿Qué es el populismo? El populismo a pesar de ser una referencia constante en los análisis o comentarios políticos, es un concepto cuyo significado o características no han tenido un consenso definitivo. Síntoma de esta situación es que se ha aplicado sin mayor distinción tanto a movimientos sociales como a líderes políticos; a proyectos políticos como a gobiernos nacionales, contando en escasas ocasiones con una referencia clara respecto a lo que significa, conceptualmente hablando. En la actualidad, la denominación de populista se ha convertido en un arma retórica que explota las nociones más corrientes del término, asociadas principalmente a aspectos como la demagogia o la corrupción. Para generar claridad sobre el concepto, es necesario hacer una revisión de los planteamientos teóricos clásicos sobre el populismo, así como de algunas de las principales expresiones latinoamericanas que han sido llamadas de esta forma: el caso del cardenismo en México, el varguismo en Brasil y el peronismo en Argentina. El objetivo es identificar las principales características de los populismos latinoamericanos y los elementos centrales en la formación del propio concepto. Emplearemos algunos ejemplos históricos para rastrear sus elementos comunes, para establecer una re17

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gularidad mínima en el uso del concepto y su significado. Consideramos que ésta es una tarea importante, ya que los estudios sociales y políticos han arrojado una cantidad considerable de conceptualizaciones referentes al populismo y, en buena medida, su significado ha dependido de la posición política desde la que se han encontrado quienes lo han enunciado. Este aspecto ha sido fundamental para que el término hoy en día sea tan polisémico y se preste para hacer de él un arma de ataque político.

1.2 Dos ejemplos clásicos de populismo Dos ejemplos de movimientos político-sociales durante los últimos años del siglo xix se definieron como populistas, uno en la Rusia zarista y el otro en el sur y el medio oeste de los Estados Unidos de América. Ambos movimientos, que coincidieron en tener un enfoque “reformista” de sus sociedades y se auto adjudicaron el calificativo de populistas, son el narodnichestvo ruso y el Populist Party norteamericano.

1.2.1 El Populist Party estadounidense El populismo estadounidense fue un movimiento progresista que trabajó principalmente con el gran grupo agrario de campesinos y pequeños propietarios estadounidenses, el cual, tras la guerra civil y la devastación social de finales del siglo xix, se vio sumido en la depresión económica. Esto motivó su irrupción en el espacio político estadounidense. El movimiento populista, encabezado por el Populist Party (fundado en 1891), fue una rebelión de los productores agrícolas independientes y pugnó principalmente por “la creación de cooperativas manejadas por los granjeros, la elección directa

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de los senadores, creación de un banco de ahorro postal, control gubernamental de los ferrocarriles y de las compañías de teléfonos, supervisión federal de las corporaciones, derecho de iniciativa y referéndum, impuesto a la renta progresiva, acuñación libre e ilimitada de plata” (Vilas, 1994, pp. 18-19). Todas éstas eran propuestas que buscaban limitar el poder de las grandes corporaciones y dar poder al pueblo. Según la perspectiva de Octavio Ianni, dicho movimiento se desarrolló principalmente entre propietarios y trabajadores agrícolas, durante un momento en el que existía una crisis de sobreproducción en el sector económico agrario y que también poco a poco perdía peso frente al crecimiento de la industria, el comercio y las finanzas (1975, p. 30). La fuerza de este movimiento se hizo presente en las elecciones presidenciales de 1896, logrando el apoyo de las bases campesinas, el voto de trabajadores industriales, de reformistas sociales y algunos intelectuales; todos propugnando por una distribución de la riqueza más equitativa y criticando al capitalismo industrial en boga que estaba empobreciendo aceleradamente a estos grupos sociales. La situación estaba generando una polarización social debido a las elevadas ganancias en la minoría industrial y la degradación del nivel de vida de las masas populares, posibilitado por una coalición entre la élite gobernante y los grandes industriales. Para el movimiento populista, el gobierno debía de estar bajo el control de las clases trabajadoras y en contra del tipo de capitalismo imperante que se inclinaba francamente a favor del laissez faire en la economía (Vilas, 1994, p. 21; Ianni, 1975, p. 31). Este movimiento ha sido interpretado principalmente como progresista, sin embargo, es claro que desde entonces ha existido una disputa por la forma de entender al propio movimiento; bien como presas de un discurso que exaltaba

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propiedades innatas de sabiduría en el pueblo para alimentar intereses específicos, o como un movimiento legítimo debido al tipo de reclamos que impulsaban su protesta. Finalmente, el nexo de estas reivindicaciones y su presencia política recayó en un vínculo ideológico con el New Deal de principios de los treinta, reflejado en el apoyo del Gobierno federal hacia los campesinos a través de “crédito más barato y abundante, aumentar el circulante, incrementar el poder de compra de las masas y poner controles más efectivos sobre las finanzas, la industria y el comercio” (Vilas, 1994, p. 25), todas estas medidas que coincidían con las propuestas y reclamos populistas más urgentes.

1.2.2 El narodnichestvo ruso El populismo en Rusia se desarrolló al mismo tiempo que en los Estados Unidos, sin embargo, una diferencia fundamental es que en el contexto zarista se ensayaba apenas la implantación del capitalismo industrial. De manera semejante a lo sucedido en los Estados Unidos, el crecimiento industrial subordinó a “las industrias domésticas campesinas a las fuerzas del mercado y a la competencia fabril” (Vilas, 1994, p. 27). Para el narodnichestvo, el capitalismo industrial era algo superpuesto en la realidad rusa que lo hacía carente de viabilidad y de sentido. Para ellos, éste era un fenómeno propio de la Europa Occidental que en Rusia había sido impuesto por el Estado, pero carecía de bases concretas. A este respecto, la crítica fundamental de los populistas era que este principio de modernidad capitalista provocaba la destrucción de la obschina (la comunidad campesina original), y del artel, provocando la

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separación entre el pueblo y sus tierras, el empobrecimiento y el desempleo (Vilas, 1994, p. 29). Para los populistas rusos el deber del Estado se tendría que encontrar al margen y por encima de las clases sociales; deber que podría cumplirse estatizando a la gran propiedad y a la producción en gran escala, buscando consolidar a la pequeña propiedad campesina y artesana. De esta manera, el populismo ruso aspiraba a la creación de “una democracia basada en el renacimiento del orden de la obschina, con sus principios de autogobierno, de autonomía, de embrión de federación” (Aleksandrovna, 1978, p. 182). Así, para el populismo ruso, el origen de su propuesta estaba en los ideales populares de la obschina, en la “predisposición a la política” de las masas populares, con la intención de crear una sociedad “federativa y comunitaria”. De ahí su intención de “reconstruir en su pureza original los viejos y tradicionales fundamentos de la vida popular, […] de garantizar al pueblo la realización de sus ideales, el enriquecimiento de sus formas de convivencia” (Aleksandrovna, 1978, p. 182). El eje central de esta perspectiva era la noción de que a la libertad sólo era posible construirla con base en los principios “comunitarios” del pueblo ruso y su futura dirección al autogobierno. El movimiento populista ruso fue importante en la marcha posterior de la revolución rusa y el triunfo del bolchevismo, ya que las bases populistas dieron paso a la organización del movimiento revolucionario que conquistó el poder de Estado. Ambos casos citados son expresiones del populismo que se desarrolló a finales del siglo xix y principios del siglo xx. Como elementos en común de ambas experiencias podemos observar que:

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Dichos movimientos se generaron como respuestas político-sociales ante situaciones sociales y económicas de crisis, relacionadas a los cambios abruptos generados por la industrialización y el cambio en la organización capitalista de sus respectivos países. En ambos casos, existe una autodenominación de los movimientos políticos y sociales como populistas. La presencia de una fuerte crítica al capitalismo a través de las referencias a la vida comunal previa ante el predominio de la industrialización, un intento de cimentar un tipo de identidad específica ante la ola que implicó la industrialización en el Estado. El populismo es una expresión de los diversos grupos sociales que progresivamente abandonaban los patrones culturales propios de la pequeña comunidad y el entorno rural, para comenzar a adoptar nuevos patrones de conducta propios de la modernidad capitalista industrial y el contexto urbano industrial. Entre los nuevos valores se encontraba la existencia de una fuerte desconfianza hacia la gran propiedad y una exaltación de la pequeña empresa, un tipo de crítica al capitalismo pero con la vista puesta hacia atrás, hacia las formas comunitarias de vida. Como solución al problema de la modernidad capitalista tanto el Populist Party como el narodnichestvo ruso propulsaron una propuesta de Estado que fungía como agente protector de los campesinos. Buscaba la defensa de los mercados nacionales, la preservación de la pequeña propiedad y de las comunidades campesinas. La propuesta de un Estado activo en la protección de sus poblaciones nacionales, en especial con los

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grupos campesinos, un Estado que limite los efectos negativos de la industrialización y la promoción del libre mercado en los entornos de reciente implantación de la modernidad capitalista.

1.3 El populismo en América Latina De acuerdo con las características del Populist Party estadounidense y del narodnichestvo ruso podemos decir que los movimientos político-sociales populistas de finales del siglo xix y principios del siglo xx poseyeron una importante fuerza de impulso inspirada tanto en el sentir de las masas populares respecto a sus problemas, como en la apropiación de un discurso o proyecto político de crítica ante el avance y los efectos sociales destructivos del capitalismo industrial. Por ello, más allá de la relación masa-liderazgo que se presenta como uno de los elementos característicos de los fenómenos populistas en América Latina, los ejemplos populistas de finales del siglo xix y principios del siglo xx, nos muestran que el estudio sobre los fenómenos populistas requiere de un esfuerzo mayor para ubicar cuáles son aquellos elementos que les son fundamentales y generan sus características particulares. En el caso de América Latina los estudios clásicos sobre populismo se ocuparon de describir un fenómeno relativamente novedoso históricamente, esto es la emergencia de la participación política masiva de las masas urbanas, en un contexto en el que, hasta antes del siglo xx, las élites controlaban casi completamente los procesos políticos (Arrom y Ortoll, 2004, p. 11). Aunque los fenómenos populistas poseen diversos elementos, la participación popular es el elemento fundamental que los hizo posible.

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A diferencia de los movimientos ruso y estadounidense en los que existía una autodenominación, en América Latina el nombre de “populista” fue producto de una perspectiva externa, de una perspectiva analítica que ha servido para referir o describir no sólo un fenómeno de movilización sociopolítica, sino también un tipo de plataforma política programática entablada por gobiernos nacionales. Éstos han sido fenómenos centrales en la historia de algunos países y de sus gobiernos más emblemáticos, como son el peronismo argentino, el varguismo brasileño, Acción Democrática en Venezuela y el cardenismo en México. En todos estos casos, movimientos político-sociales y gobiernos nacionales que constituyeron aportes importantes en la modernización, democratización y formación de sus Estados-nación durante los primeros años del siglo xx. Fenómenos sociales y políticos que significaron un reto para todas las fuerzas políticas en competencia, tanto de la izquierda como de la derecha, al establecer sus propuestas políticas y definir proyectos de nación. La mayoría de los autores que han abordado el estudio del populismo coinciden en que éste, en principio, surge como un “movimiento sociopolítico y en ocasiones como regímenes estatales, en aquellas fases históricas caracterizadas como de transición entre una economía predominantemente agrícola a una economía industrial” (Bobbio y Mateucci, 1982, p. 1288). Sin embargo, a partir de este primer acuerdo, las tendencias teórico-explicativas que han abordado el fenómeno varían enormemente en sus perspectivas y conclusiones. Muestra de esta discusión son las diferentes tendencias teóricas que han ofrecido perspectivas particulares sobre el fenómeno.

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1.3.1 El enfoque estructural-funcionalista Para un autor como Gino Germani, trabajando desde la perspectiva de la sociología de la modernización, el populismo constituye un tipo particular de movimiento social y político, provocado por la asincronía generada en el proceso de transición entre una sociedad tradicional y una sociedad industrial. Así, el proceso de cambio en las estructuras socioeconómicas hacia la economía industrial en el tercer mundo generarían un proceso que implica “la distinción en partes o sectores” de un cuerpo social de acuerdo a los contenidos sociales, culturales y motivacionales en los que los diferentes grupos se ubican de acuerdo a sus diferentes fases de desarrollo, un orden de etapas ‘avanzadas’ y ‘retrasadas’, efecto de una oposición entre sociedad tradicional y sociedad industrial (Germani, 1979, pp. 130-131).1 En esta dinámica, determinados sectores sociales, tradicionalmente pasivos, comienzan a incorporarse activamente a la vida social y política de una sociedad determinada, ya sea como movimientos de protesta o bien a través de la acción orgánica de instituciones políticas. Desde esta perspectiva los fenómenos europeos de movilización popular provocados por la industrialización y la urbanización se lograron integrar de manera orgánica dentro de los marcos institucionales mediante organizaciones como los partidos políticos y las asociaciones profesionales. En contraste con aquellos casos, en América Latina los patrones ideológicos tradicionales no permitieron la integración de la movilización popular a los marcos de acción y de pensamiento, propios de 1 A este respecto es necesario señalar que para Germani “una sociedad tradicional, aislada y fuera de comunicaciones, no es subdesarrollada por sus propios miembros; pero lo será cuando estos miembros se hallen en una condición de dependencia —política, económica, cultural— frente al mundo desarrollado” (Germani, et al., 1977, p. 13).

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las sociedades más avanzadas; por el contrario, estos terminaron subrayando sus rasgos de sociedad “atrasada”. De esta forma se habría generado la imposibilidad para que la movilización se sucediera bajo los marcos de una integración basada en los postulados de una sociedad moderna. En consecuencia, los movimientos populistas resultarían una tendencia no institucional de tipo anómala que sólo comprobaría el atraso de algunos sectores de estas sociedades: en los países donde la “movilización” de las clases populares ocurrió después de la crisis de las democracias occidentales, entre las dos guerras, después de la aparición y el desarrollo de las sociedades industriales de régimen autoritario comunista, y sobre todo, dentro de una situación de dependencia económica y política de los países precisamente del régimen democrático representativo, la tendencia de las élites, dirigentes de los movimientos populares, debía ser muy diferente. Esta tendencia ha encontrado su expresión típica en las llamadas “ideologías de la industrialización”, cuyas características principales parecen ser el autoritarismo, el nacionalismo y alguna que otra forma del socialismo, del colectivismo o del capitalismo de Estado […]. Son exactamente las fórmulas que, pese a su diversidad y contradicción en muchos sentidos, pueden ser apuntadas bajo la denominación común de “movimientos nacionales-populares”, que parecen ser la forma apropiada de intervención en la vida política nacional de las capas sociales tradicionales, en el transcurso de su movilización acelerada (Germani, 1979, p. 29).

De esta forma, el populismo latinoamericano estaría caracterizado, entre otras cosas, por una rápida y masiva incorporación de amplios sectores populares a la vida política nacional

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que logra desbordar los canales institucionales de absorción y participación vigentes, permitiendo el auge de élites políticas nacionales que pudieron disponer de los medios y la posibilidad para “manipular” a las masas de acuerdo con sus propios fines políticos. Como lo expresa Germani: “la posición de las élites varía: aumenta su divorcio de las masas; ahora tienden a manipularlas y para ello emplean ideologías, como mero instrumento de dominación” (1979, p. 190). Situación que se complementa con la persistencia de valores tradicionales (entre ellos el autoritarismo), que por efecto de la masificación y la acción política de las élites, llega a fusionarse con las ideologías autoritarias.2 Autoritarismo tradicional y autoritarismo ideológico, ambos aspectos que se refuerzan el uno al otro en las masas populares (Germani, 1979, p. 190). Finalmente, Germani plantea de forma general su esquema sobre cómo se originó y desarrolló el populismo en los países subdesarrollados: • • •

Un proceso de industrialización y urbanización tardío, o en pleno desarrollo. Masas populares o grandes sectores de las mismas recién adquiriendo significación política. Un proceso de independización nacional reciente, o relativamente reciente, en pleno desarrollo respecto a la formación de una conciencia nacional, y su modernización jurídica o económica.

2 En este aspecto, es importante subrayar que para Germani existe un tipo de círculo vicioso tradicional en los sistemas de la zona. Consiste en pasos sucesivos entre: “autocracia, crisis de sucesión, tentativa fracasada de instaurar un régimen democrático y, finalmente, nueva autocracia”, espiral que para este autor se presentó constantemente; al menos hasta 1955, cuando se generaron nuevas tentativas de adoptar “formas más avanzadas de gobierno” en la zona (1977, p. 17).

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Así, los populismos se presentan según este autor en condiciones en las que se da una intensa manipulación de los grupos populares por parte de las élites políticas, debido a una tajante división de intereses donde las élites sólo buscan favorecerse. Es una situación posible de transformar únicamente si las masas pueden adquirir una participación efectiva dentro de los regímenes establecidos y bajo las pautas jurídicamente establecidas. En un sentido político, parte importante del argumento de este autor se encuentra planteado desde adoptar como modelo al desenvolvimiento de las democracias y sistemas políticos del centro de Europa, inspirados en la democracia representativa, los cuales incluyen tanto los derechos individuales, como los derechos de organización, expresión y el derecho al voto. Así, para romper la asincronía (es decir, la superación de las formas premodernas propias de los países no industrializados), debería construirse un orden institucional de participación política basada en la movilización e integración de los nuevos grupos políticos. Sin embargo, las condiciones concretas de América Latina hicieron imposible la realización de una propuesta como la de Germani, ya que la reticencia de las arcaicas estructuras premodernas hicieron imposible la integración de la participación popular mediante vías legales e institucionales modernas. En buena medida se debió a la cerrazón de los grupos dominantes ante la emergencia de los nuevos grupos, los cuales, desde principios del siglo xx, comenzaron a reclamar por su integración plena.

1.3.2 La perspectiva de Torcuato di Tella Otro autor que se ocupó del populismo latinoamericano es Torcuato Di Tella quien se enfocó especialmente en analizar

El populismo latinoamericano clásico

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a las élites involucradas en el desarrollo del fenómeno. En principio, este autor se distanció de la perspectiva elaborada por Germani, y reconoció que no resultaba viable pensar en el desenvolvimiento político de los países latinoamericanos de acuerdo con el desenvolvimiento de los países europeos. En el caso de los países europeos, la integración de las masas se realizó a través de los marcos orgánicos institucionales como los partidos políticos y un fuerte movimiento obrero con centro en los sindicatos. Situación radicalmente distinta a los procesos que se presentaron en las “zonas subdesarrolladas del mundo”, en las cuales, en “lugar del liberalismo o el obrerismo, hallamos una variedad de movimientos políticos que, a falta de un término más adecuado, han sido a menudo designados con el concepto múltiple de populismo” (Germani, Ianni y Di Tella, 1977, p. 39). De manera similar a cómo Germani planteó el efecto de asincronía, Di Tella señala que el traspaso entre una sociedad tradicional a una en vías de modernidad implica el surgimiento de una gran cantidad de “energías” sociales motivadas por una “elevación de las aspiraciones” sociales. Contrastadas con los problemas del subdesarrollo y sus manifestaciones ideológicas terminarían por producir un impasse, al subir las aspiraciones muy por encima de las posibilidades de satisfacerlas (Germani, et al., 1977, p. 41). Así, los grupos que tradicionalmente no habrían formado parte de la toma de decisiones o contado con una representación institucional suficiente, terminarían por exigir su inclusión en la toma de decisiones políticas nacionales. La consecuencia más importante de esta situación sería la pérdida del equilibrio de las estructuras en los períodos clave de transición económica, los cuales terminaron por “acumular resentimiento y rumiar nuevas ideas y formas de cambiar las

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cosas”. Ante esta situación, cualquier orden social se vería en franca inestabilidad. Gente “incongruente” ubicada principalmente en las élites, con base en la movilización de sus recursos, aprovecharía la oportunidad para ganar políticamente: Los grupos incongruentes (por lo general ocupantes de un status superior al término medio) y las masas movilizadas y disponibles, están hechos los unos para los otros. Sus situaciones sociales son bastante diversas, pero tienen en común un odio y una antipatía por el statu quo que experimentan en forma visceral, apasionada. […] En cuanto al hombre que pertenece a la masa movilizada y disponible, carece de paciencia para con los complicados métodos, principios e ideas del sindicalista que ha formado una organización con su propio esfuerzo. Se verá más atraído por las extravagancias del incongruente que por la pedantería ahorrista de la aristocracia obrera (Germani, et al., 1977, p. 44).

En este contexto, la proliferación de grupos “incongruentes”3 sería un campo óptimo para el desarrollo de potenciales élites dispuestas a brindar un liderazgo a las masas o a las clases medias. Así, los contenidos sociales, políticos y programáticos de los movimientos populistas estarían faltos de una originalidad o viabilidad real, en tanto el fondo de su propuesta sería el convertirse en un medio de control y manipulación de élites. De acuerdo con estas ideas, el populismo podría entenderse como: “un movimiento político con fuerte apoyo po3 Respecto al significado de “incongruente” Di Tella señala: “en todo lugar y tiempo siempre ha existido una serie de razones para que hubiera descontentos, pero en este tipo de países llegan al máximo […] en particular para las personas educadas, que constituye probablemente una de las principales fuentes de lo que los sociólogos llaman incongruencia de status.” (Germani et al., 1977, p. 42)

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pular, con la participación de sectores de clases no obreras con importante influencia en el partido, y sustentador de una ideología anti statu quo”. Donde sus fuentes de fuerza o “nexos de organización” son: • • •

Una élite ubicada en los niveles medios o altos de la estratificación y provista de motivaciones anti statu quo. Una masa movilizada formada como resultado de la revolución de las aspiraciones. Una ideología o un estado emocional difundido que favorezca la comunicación entre líderes y seguidores y cree en un entusiasmo colectivo (Di Tella, 1965, p. 398).

Así, el populismo sería un fenómeno propio del subdesarrollo, su destino y carácter estaría determinado primordialmente por la dirección que las élites imprimen al movimiento.4 En la óptica de Di Tella, el carácter del movimiento sería asequible a través de estudiar principalmente a los grupos ajenos a los grupos populares que poseen el liderazgo del movimiento. Esta postura es resumida y sistematizada a través del cuadro siguiente:

4 Cabe aquí la consideración de que para Di Tella la posibilidad de que el populismo se convierta en un movimiento auténtico del “pueblo”, es decir distante de la determinación definitiva de los líderes, necesitaría fundarse en un tipo de organización (partido político, sindicato, etcétera) que se mantuviera apegada a las bases populares (Di Tella, 1983, p. 455).

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La quimera populista en América Latina. El caso del lopezobradorismo en México (2003-2006) Variables

I) Incluye grupos legitimados dentro de su clase

II) Incluye grupos ilegitimados dentro de su clase

a) Incluye elementos de la burguesía, el ejército o el clero (aparte de los estratos inferiores.

Es la alternativa más moderada. Puede perder fácilmente su carácter populista y hacerse conservadora.

Alternativa intermedia con fuerte tendencia a utilizar medios violentos, pero que acepta los valores básicos del orden social existente.

b) Incluye sólo elementos de las clases medias inferiores o intelectuales (aparte de las clases obreras).

Alternativa intermedia, con tendencia a utilizar los medios legales, pero con una crítica bastante radical de los valores básicos del orden existente.

Es la alternativa más radical. Orientada hacia una revolución social que altere el patrón básico de la propiedad.

Fuente: Germani et al., 1977, p. 50.

Como hemos visto, tanto Germani como Di Tella son autores que abordaron el estudio del populismo desde una perspectiva basada en los paradigmas de la modernización. En ambas perspectivas el populismo se entiende como un tipo de anomalía asincrónica que se desarrolla en el proceso de tránsito entre una sociedad tradicional y una sociedad industrial plenamente desarrollada. Conforma “la expresión política de los sectores populares cuando no han logrado consolidar una organización autónoma y una ideología autónoma de clase” (Laclau, 1986, p. 177). Sin embargo, una objeción importante a ambos análisis es que poseen intrínsecamente un problema teleológico en sus postulados, en tanto se asume que la asincronía característica del populismo es producto de un atraso en el desarrollo de las sociedades latinoamericanas, y su solución estaría en adoptar los esquemas institucionales de los países europeos. En este sentido, es evidente el espíritu ahistórico de dichos análisis, en tanto no abordaron el conjunto de condi-

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ciones económicas, políticas y sociales que provocaron el desarrollo particular de las sociedades europeas. En consecuencia, la comparación entre los casos latinoamericanos y las tendencias de los casos europeos genera una especie de teleologización del propio concepto “populismo”, volviéndolo un sinónimo de subdesarrollo y corrupción política; además de convertirlo en un concepto estéril para explicar la presencia del populismo en Europa y otros lugares “desarrollados”.5

1.3.3 El populismo visto desde las contradicciones de clase En contraste con estas perspectivas, otro autor clásico que analizó el populismo latinoamericano es Octavio Ianni, quien enfocó su estudio principalmente a “examinar las condiciones históricas responsables de la aparición y el desarrollo de los movimientos de masas, partidos políticos y gobiernos populistas en América Latina”, prestando especial atención a cómo el populismo se transformó en “una experiencia política determinante para las clases sociales urbanas —en algunos casos también rurales— de esos países” (Ianni, 1980, p. 16). Para este autor el populismo latinoamericano podría definirse como la “búsqueda de una combinación entre las tendencias del sistema social y las determinaciones de la dependencia económica”, donde (a contrapelo de la perspectiva de Di Tella) parte indispensable de este fenómeno estaría dado por la “masas asalariadas” como el “elemento político dinámico y creador” que permitiría la “reelaboración de la estructura y las atribuciones del Estado” (Ianni, 1980, p. 17). 5 Al respecto, basta con revisar algunos de los muchos estudios sobre el populismo en Europa Occidental y Oriental. Como ejemplo, los estudios de Papadopoulos y Surel en “Del populismo de los antiguos al populismo de los modernos”.

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Desde su óptica, lo que une a las experiencias populistas latinoamericanas es que “surgieron en configuraciones estructurales comunes y correspondieron a configuraciones históricas similares”, período en el que quedaron superadas las “relaciones estamentales o de casta creadas por el colonialismo mercantilista ligado al régimen esclavista y preservadas más o menos intactas hasta la Primera Guerra Mundial” (Ianni, 1977, p. 84). Así, el populismo se caracteriza como “un movimiento de masas que aparece en el centro de las rupturas estructurales que acompañan a las crisis del sistema capitalista mundial y las correspondientes crisis de las oligarquías latinoamericanas” (Ianni, 1977, p. 85). El momento fundamental que dio paso al surgimiento de los movimientos populistas estuvo marcado por la crisis del Estado oligárquico en América Latina, oligarquías liberales o autoritarias que se construyeron durante el período colonial y en el siglo xix y obedecían a fuerzas locales y regionales expresadas política y administrativamente en el Estado. Un período en el cual los partidos políticos y las organizaciones políticas no jugaban un contrapeso efectivo al poder oligárquico como en los casos europeos. En las oligarquías el poder era ejercido por las burguesías vinculadas a la agricultura, la ganadería o la minería, fungiendo como la parte más visible de una economía de dependencia ligada al imperialismo. Dicha situación provocó una separación determinante entre la sociedad nacional y la economía dependiente, lo cual posibilitó la existencia de gobiernos, en su mayoría dictatoriales, que empleaban abiertamente la represión como método de legitimación del poder. Los casos que reflejan de manera muy clara esta tendencia son el México de la época de Díaz y la Venezuela de Gómez, en cuyas sociedades la vida económica, basada en la presencia

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de empresas extranjeras, no se acompañó de oportunidades políticas y económicas para los grupos menos favorecidos. Por el contrario, los vínculos con el imperialismo externo fortalecieron el poder oligárquico, formado un sistema organizado de la siguiente forma: sociedad nacional-economía dependiente-oligarquía-imperialismo. Así planteado, el populismo latinoamericano se presenta como un momento intermedio entre la formación de una sociedad nacional y las presiones de una economía dependiente, cimentadas en la generación de una nueva economía industrial: Las nuevas relaciones de clase (surgidas con la urbanización, la inmigración, el desarrollo industrial, el crecimiento del sector de servicios, etcétera) ponían en jaque a aquel compromiso (relacionado con la anterior estructura oligárquica y despótica latinoamericana), colocándolo a la luz de una contradicción profunda. Por tanto, es en esta época en que la estructura de clase se encuentra más desarrollada, contando con los sectores medios, empresarios industriales y obreros, cuando la dominación oligárquica entra en colapso. En esta ocasión, las ambigüedades constituidas en el siglo xix se tornan insostenibles; o mejor, se tornan más agudas y rompen el “equilibrio” alcanzado por el Estado oligárquico. (Ianni, 1977, p. 97)

En proximidad a los casos ruso y estadounidense, los acontecimientos económicos mundiales jugaron un papel importante en el desarrollo de los populismos latinoamericanos. Es decir, las crisis económicas mundiales fungieron como rupturas de tipo estructural, generando la liberación de energías políticas y sociales que se encontraron subsumidas durante el predominio del Estado oligárquico.

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Debido a los cambios en las estructuras económicas exteriores, principalmente durante los años veinte y treinta, se presentó en muchos países una expansión de los núcleos urbanos y la creación de numerosas fábricas de productos de primera necesidad, lo cual generó una demanda real orientada hacia el consumo interno y provocó tanto el fortalecimiento de las empresas existentes como la instalación de nuevas fábricas. Esto implicó un significativo aumento tanto de empresarios como de obreros, así como del sector terciario, de servicios, en las grandes ciudades, acompañado de un considerable incremento en los servicios del Estado como la administración pública o la enseñanza. Este cambio y expansión de la economía generó un efecto multiplicador en el conjunto de las condiciones económicas y sociales de muchos países. Ocasionó que los trabajadores tomaran un rol político importante en las relaciones de producción y las relaciones políticas, representando una nueva estructura de clases que rompió con las estructuras de dominación previas. Otro aspecto importante que marcó el desarrollo y auge del populismo es la llamada etapa final del proceso de disociación entre los trabajadores y los medios de producción. Proceso creado cuando el mercado de la fuerza de trabajo se vio alterado debido a la formalización de las relaciones de producción de tipo capitalista avanzado. Esto implicó un gran desplazamiento de la producción de tipo agrícola a los nuevos grandes centros industriales cercanos a las ciudades. Dicha transformación provocó que las masas trabajadoras abandonaran progresivamente sus valores culturales de tipo comunitario y se sustituyeran por los nuevos valores creados en el ambiente industrial. Este gran grupo social fue el elemento que aportó en gran medida el capital social de los movimientos populistas en América Latina:

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Con las migraciones internas, en dirección a las ciudades y a los centros industriales —intensas particularmente a partir de 1945—, aumenta bastante y rápidamente el contingente relativo de los trabajadores sin ninguna tradición política. Su horizonte cultural está profundamente marcado por los valores y patrones del mundo rural. […] Ese horizonte cultural se modifica en la ciudad, en la industria, pero de manera lenta, parcial y contradictoria. […] En consecuencia, las “luces de la ciudad” se convierten en dato fundamental para la caracterización de las condiciones y de naturaleza política de las masas (Ianni, 1974, p. 63).

Mientras para autores como Germani y Di Tella el populismo podría entenderse considerando el predominio de élites que hicieron presa de las masas asincrónicas recién emigradas del campo hacia las ciudades, para Ianni el problema de la división de clases en el populismo resultaba central. Sin embargo, para este autor el carácter de clase no es un aspecto que aparece de forma inmediata en el estudio del fenómeno, pues se encuentra disperso en la ideología populista. Por esta razón, sería necesario distinguir entre dos niveles: el populismo de las altas esferas y de las clases medias, y el populismo de las grandes masas. El populismo de las altas esferas estaría caracterizado como aquel que reúne a “los gobernantes, políticos burgueses profesionales, burócratas políticos, peleles, demagogos”, un sector del populismo que utiliza “tácticamente a las masas trabajadoras y a los sectores más pobres de la clase media” para cumplir con sus intereses particulares de poder. En contraposición, el populismo de las masas que reúne a “los trabajadores, los emigrantes de origen rural, los grupos sociales de la baja clase media, de los estudiantes universitarios ra-

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dicales, de los intelectuales de izquierda, de los partidos de izquierda” (Germani et al., 1977, pp. 87-88). Así, una primera vista del populismo daría una aparente armonía entre ambas partes. Sin embargo, existe una división tajante entre ambos sectores en cuanto existen “momentos críticos, cuando las contradicciones políticas y económicas se agudizan”. En este momento el populismo de las masas tendería a asumir “formas propiamente revolucionarias”, tomando un carácter definitivo de lucha de clases (Germani et al., 1977, p. 89). En términos generales esta es la explicación que Ianni generó de los movimientos populistas, fenómenos que cobraron gran importancia en el siglo xx, y que en el poder de Estado se expresaron en un tipo de política de desarrollo económico basada en la industrialización y las reformas institucionales. Esta propuesta de los gobiernos populistas por fomentar la participación del Estado como agente interventor en la economía nacional es uno de los rasgos que no fue profundizado por Germani y Di Tella. A pesar de que parte importante de la lucha que los movimientos populistas impulsaron pasó por intentar emancipar “sus relaciones económicas y construir estructuras de poder consecuentes con las exigencias reales de la soberanía nacional”, en términos económicos concretos: “una lucha por la preservación de la mayor parte del excedente económico efectivo en el interior del país, y por la realización de un índice mayor de excedente económico potencial” (Ianni, 1980, p. 84).6 La consecuencia de ello fue un importante impulso hacia la nacionalización de los centros de decisión política y una fuerte política de desarrollo nacional a través de la anulación de la dependencia económica externa. 6 Cursivas del autor

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En síntesis, considerando los elementos centrales en el análisis del populismo latinoamericano, éste tendría las siguientes características: •



• • •



En todos los casos se trata de espacios en los que se presenta un cambio en la organización de la economía y la sociedad de manera abrupta. Una etapa de cambio entre la existencia de grandes concentraciones económicas monopólicas, u oligárquicas, y la que se desarrolla en un nuevo tipo de organización industrial y financiera. Existe una desconfianza de los agregados sociales hacia la gran propiedad y una exaltación de la pequeña propiedad, aunada a una defensa de la economía nacional. Condiciones reflejadas en los esfuerzos latinoamericanos en defensa del mercado nacional y de industrialización interna en contraposición de la economía latifundista y oligárquica. La existencia de un vínculo fuerte entre los liderazgos de los movimientos populistas y la participación del agregado popular. El impulso al consumo interno como una manera de conservar los excedentes económicos, una combinación entre acumulación y distribución. El sentimiento de identificar a los enemigos del populismo como agentes externos al proyecto nacional (ideología que bien puede ser resumida como antiimperialista). La convicción de que el Estado debe desarrollar un papel activo en defensa de las condiciones económicas favorables para las condiciones de vida del

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pueblo. En consecuencia, la necesidad de regular las fuerzas del mercado

1.4 Populismo y desarrollismo en América Latina. Tres casos de estudio Parte importante de la relevancia histórica del populismo se debe al impulso que dieron los casos latinoamericanos al desarrollo económico nacional a través de políticas de desarrollo capitalista interno y de modernización industrial. Políticas económicas de corte reformista que permitieron el fortalecimiento y desarrollo de algunos países. Los resultados de esas políticas han mantenido viva la referencia histórica y social del populismo hasta nuestros días, pasando por alto en muchos sentidos la preeminencia de los liderazgos carismáticos en los movimientos. A pesar de su relevancia, las políticas proteccionistas y nacionalistas de los populismos son un aspecto poco tratado por teóricos como Germani o Di Tella, dado que, para estos autores, las luchas por la nacionalización de la economía y la política serían un resultado propio de los liderazgos perversos populistas. Síntoma de aprovechamiento político por parte de las élites nacionales que impidió la modernización y el desarrollo adecuado de los países latinoamericanos. Estos autores, al elegir esta forma de análisis, pasaron por alto (entre otros muchos aspectos) las profundas consecuencias económicas, políticas y sociales que tuvieron estas políticas para con las mayorías sociales latinoamericanas. Más aún, los paradigmas empleados por ambos autores se contradicen con los propios contenidos ideológicos de los movimientos, dado que estos ponían en cuestionamiento la influencia de los capitales extranjeros y sus esquemas de de-

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sarrollo impuestos. En este sentido, parecería más acertado considerar las políticas nacionalistas como un esfuerzo por independizar legítimamente a los países subdesarrollados a través de romper los lazos de dependencia con la economía exterior. Como lo expresa Ianni: “Un país subdesarrollado puede ingresar en la era de la civilización industrial cuando alcanza la autonomía política y económica. Y la autonomía sólo ocurre mediante la ruptura política y económica con la sociedad tradicional y con el sistema internacional dominante” (1974, p. 13). Así, el populismo significaría una lucha por “reorientar los flujos de excedente económico, por reestructurar las instituciones políticas y crear nuevas condiciones de participación para las clases y grupos sociales emergentes en el mundo urbano” (Ianni, 1980, p. 85). De esta manera, desde principios de los años treinta y hasta los años sesenta, la tendencia en América Latina fue la industrialización en varios países. Esta tendencia implicó cambios profundos tanto en la división social del trabajo como en el crecimiento e incluso el surgimiento de grupos sociales. Principalmente, el desarrollo de la industria que hizo crecer a los grupos sociales no ligados a la agricultura, la cría de ganado o la minería, provocando un aumento en el número y la productividad de los trabajadores asociados a la expansión urbana, modificando así la estructura de clases construida bajo la preeminencia previa de la economía primaria exportadora. Esta gran masa de nuevos trabajadores atraídos por el crecimiento de los núcleos urbanos y la industrialización, implicó un reto para las estructuras políticas y sociales existentes en muchos países. Dichos grupos terminaron por convertirse, en buena medida, en grandes “masas marginales” dentro de “núcleos urbanos segregados” poco aptos para integrarse a la organización racional del desarrollo industrial.

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Así, la gran masa de gente recién llegada se enfrentó a un proceso de resocialización según las condiciones culturales, económicas y políticas del medio ambiente urbano-industrial. Su horizonte cultural se encontró en una etapa de modificación entre el tipo de valores propio de trabajadores rurales y los nuevos marcos de valores relativos a la economía de mercado y su integración como proletarios dentro de las organizaciones sindicales. De este nuevo grupo social se alimentó el populismo, del surgimiento de una gran clase popular recién llegada a los centros urbanos que inmediatamente fue integrada a las ideas políticas del nacionalismo, el desarrollismo y la industrialización. Organizado a través de movimientos, partidos y gobiernos, el populismo obtuvo también aspectos esenciales como sus técnicas de organización y su liderazgo, logrando reunir a los diferentes sectores sociales de un país bajo las banderas del nacionalismo y de la devolución de soberanía al pueblo. Desde esta perspectiva el populismo deja de ser un fenómeno de manipulación de élites y cobra un sentido más amplio al reconocer el peso de los grupos populares en el desarrollo del proyecto. Cabe decir que el apoyo de los grupos populares a los proyectos populistas y nacionalistas no estaba construido meramente sobre los discursos sino sobre los efectos que sus políticas tenían sobre sus condiciones materiales de vida, para estos grupos populares el populismo representaba una forma de inclusión económica y política. Para apreciar estos aspectos a continuación elaboramos una breve revisión de algunos de los gobiernos “populistas” más emblemáticos en la historia de la zona, en específico los casos de México, Brasil y Argentina. Es importante señalar que el populismo no se presentó exclusivamente en estos países, ni mucho menos de la misma forma. Sin embargo, con-

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sideramos que estas experiencias populistas fueron las que lograron mayor grado de desarrollo.

1.4.1 El Estado populista en México Después del triunfo de la Revolución mexicana, hasta 1933, sucedió un período de amplia inestabilidad política, marcado por el proceso incompleto de reforma agraria, la existencia de un número importante de huelgas en diferentes partes de la república, revueltas y el levantamiento de grupos armados en algunos estados. Dicha situación se desarrolló principalmente debido a las grandes presiones ocasionadas por la crisis económica capitalista mundial y el reacomodo de los grupos oligárquicos nacionales. Así, pequeños y medianos empresarios, campesinos y obreros, generaron una presión importante al exigir un tipo de política económica que favoreciera los intereses nacionales. Como consecuencia, resultó una pelea política trascendente al interior del Partido Nacional Revolucionario (pnr) fundado en 1929, que se extendió hasta 1938 cuando se transformó en el Partido de la Revolución Mexicana (prm). En este proceso, a través de las figuras de los dos principales actores de la política nacional, Lázaro Cárdenas y Plutarco Elías Calles, se enfrentaron corrientes opuestas de intereses políticos y económicos. Por un lado, es posible decir que el proyecto político que encabezaba Calles estaba a favor de mantener los compromisos con los grupos oligárquicos debilitados por la revolución, negándose a la alianza con las clases trabajadoras. Por el otro lado, el proyecto encabezado por Cárdenas buscaba la unión con los grupos organizados de obreros y campesinos para acabar con los grupos oligárquicos, ya que identificaba claramente el riesgo de mayores y más frecuentes explosiones sociales du-

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rante un largo tiempo, debido a las condiciones económico-sociales imperantes. Finalmente, el proyecto político vencedor fue el encabezado por Cárdenas gracias a la presión tanto de las bases en todo el país como de algunos grupos armados locales que amenazaron con acabar la tregua posrevolucionaria. Parte importante de su éxito se debió a la coalición con grupos de la pequeña y mediana burguesía, cuya supervivencia dependía de acabar con la incidencia del capital extranjero en la industria, además de la necesidad de impulsar un mercado de consumo interno. Esto aunado a que el proletariado industrial se vería beneficiado con este pacto al desarrollarse el mercado nacional. Lo que se buscaba era elevar la participación económica e intentar acabar con la superexplotación del trabajo en el latifundio (Bravo y Michel, 1994). La confrontación entre las fuerzas callistas y de Cárdenas se expandieron a través de los sindicatos adherentes a cada fuerza política, situación que se extendió hasta que el propio Calles fue expulsado del partido a finales de 1935. Tras este suceso, el gobierno de Cárdenas se hizo dominador de la situación e impulsó un tipo de gobierno que propugnaba por un orden económico y social con creciente intervención del Estado, pero unido a la burguesía nacional; bandos que fueron posibles de unir bajo la bandera del nacionalismo y la industrialización nacional. En voz de Arnaldo Córdova, uno de los estudiosos más importantes de este período: para Cárdenas el desarrollo de México no se daba ni como desarrollo capitalista ni como desarrollo socialista en el sentido marxista. La Revolución perseguía la construcción de una sociedad igualitaria, pero no debía desembocar en una organización comunista de la economía y de la política.

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Ni el capitalismo ni el comunismo: tal era la aspiración revolucionaria (Córdova, 1974b, p. 177).

La clave del régimen en construcción fue hacer que convivieran las diferentes clases del país bajo un ideario común, basado en los principios y reformas sociales, producto de la Revolución. La manera de implementar este nuevo proyecto político fue a través de la creación de un Estado fuerte, rector de la actividad nacional, que asumiera el “interés común”. De ahora en adelante el Estado fuerte se preocuparía por proteger el interés de todos, y no sólo el de unos cuantos. Al respecto, en su discurso de toma de poder como presidente, Lázaro Cárdenas declara: Es fundamental ver el problema económico en su integridad y advertir las conexiones que ligan cada una de su partes con las demás. Sólo el Estado tiene un interés general, y, por eso, sólo él tiene una visión de conjunto. La intervención del Estado ha de ser cada vez mayor, cada vez más frecuente y cada vez más a fondo […] no se gobierna en interés de una sola clase, sino que se tienen presentes los derechos de todas ellas en la medida que la ley las reconoce (Citado por Córdova, 1974b, pp. 180-181, cursivas del autor).

De este momento y durante los próximos años el cardenismo se ocuparía de generar una estructura política que permitiera hacer efectivos los principios que se habían planteado en la Revolución. Así, se dio origen al predominio de la política de tipo corporativa en el país, es decir, la organización de corporaciones de campesinos y obreros que, integradas a la organización del pnr, fungieron como mediación entre el poder estatal y las masas populares. A partir de 1938 la organización de la política nacional se basó en la integración de los obreros y campesinos

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al proyecto nacional encabezado por Cárdenas, dando pie a lo que ha sido llamado cardenismo, expresión clásica del populismo en México (Córdova, 1974, p. 156; Córdova, 1974a, p. 33). La política económica impulsada en este proyecto se caracterizó por limitar el predominio del latifundio, promover la industrialización nacional, el respeto a las leyes laborales por parte de los capitalistas nacionales, la creación de obras para infraestructura, medidas arancelarias de protección para el mercado interno y la expropiación de la industria petrolera en el país. Todas fueron condiciones que se consideraron clave para acabar con la miseria provocada por los excesos de individualismo económico en el país. Sin embargo, sería falso asumir la existencia de un divorcio definitivo entre el Estado y los capitalistas nacionales; más bien, su régimen unió a los capitalistas con el resto de las clases sociales a través de la tarea común de la industrialización y la independencia nacional. Finalmente, es importante subrayar que el gran logro del régimen cardenista puede ser entendido como el alcance de una gran alianza multiclasista ya que “al mismo tiempo que promovía los elementos fundamentales para el desarrollo industrial, se encaminaba al mejoramiento de las condiciones de la clase obrera. Y es que este último no era incompatible con el propósito industrializador, toda vez que la producción de manufacturas requiere la ampliación del mercado interno” (Bravo y Michel, 1994, p. 316).7 7 El debate respecto a lo que significó el cardenismo en México no puede ser agotado en estas páginas, por tanto, en este trabajo, el trato de esta problemática se ha limitado a intentar delimitar los elementos centrales de lo que podemos llamar el “populismo” cardenista en México. De igual manera, no se aborda la discusión sobre los propios límites que impuso la corporativización de la vida política, sin embargo, consideramos que para abordar esta discusión sería necesario abrir una línea de debate particular para el tema, aquí sólo cumplimos con mencionar su importancia.

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1.4.2 El varguismo brasileño Durante los primeros años del siglo pasado, y hasta 1945, en Brasil se presentó una etapa caracterizada por una larga serie de acontecimientos políticos y militares (movimientos armados, huelgas, revueltas, golpes y revoluciones) vinculados a rompimientos políticos económicos, tanto internos como externos. Con respecto a lo interno, la conflictividad estuvo relacionada con los intentos de los nuevos grupos sociales por acabar con el poder político y económico de los sectores oligárquicos relacionados con la agroexportación y la caficultura. En este contexto se estableció un conflicto entre las oligarquías tradicionales y los sectores urbanos emergentes, sobre todo los nuevos grupos empresariales y el proletariado, generando una lucha política por la modernización industrial y el desarrollo económico, entre la economía agroexportadora y la economía industrial en formación (Ianni, 1974, p. 20). Así, la vida nacional del país vio el surgimiento del llamado tenientismo, un movimiento político e ideológico, fruto de la urbanización, el crecimiento de la clase media y la revolución de las expectativas sociales, en el cual se propugnaba por construir un sistema cultural e institucional adecuado a la sociedad urbana-industrial. La llegada de Getulio Vargas al poder de Estado en 1930 puede ser entendida como un producto de estas condiciones estructurales. Un momento en el que el modelo de economía exportador basado en la “caficultura” predominaba en la fisonomía de la estructura económica brasileña. Sin embargo, sus crisis y fluctuaciones abrieron la posibilidad para el surgimiento de nuevas condiciones de producción artesanal y fabril. Así, la llamada revolución de 1930 abrió el camino

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para la instauración del getulismo y su proyecto de “Nuevo Estado”. Este proyecto proponía la construcción de una democracia de bases populares, apoyada en una serie de reformas laborales y económicas, dirigidas principalmente en favor de las clases populares y medias. Realizada principalmente en la llamada Consolidación de las Leyes del Trabajo de 1943 y dirigida principalmente hacia el sector industrial. De esta manera, el getulismo implicó la implantación de un modelo de “sustitución de importaciones” a través de un vigoroso impulso al sector industrial con apoyo directo del Estado. Dicha situación convirtió al Estado en el centro más importante de toma de decisiones en el país. El nuevo modelo significó una combinación de la sociedad naciente con la sociedad tradicional, a través de la política de masas y el dirigentismo estatal: En realidad, fue con base en el nacionalismo desarrollista, núcleo ideológico de la política de masas —en el que se involucran civiles y militares, liberales e izquierdistas, asalariados y estudiantes universitarios—, como se verifica la interiorización de algunos centros de decisión importantes para la formulación y ejecución de la política económica. La creciente participación del Estado en la economía es, al mismo tiempo, una exigencia y una consecuencia de ese programa de nacionalización de las decisiones (Ianni, 1974, p. 59).

Productos de esta nueva configuración del sistema político y económico fueron la creación del salario mínimo en 1940, del Banco Nacional de Desarrollo Económico (bnde) en 1952, Petróleo Brasileño Sociedad Anónima (Petrobras) en 1953, y la Superintendencia del Desarrollo del Nordeste (Sudene). Estas instituciones hicieron al Estado brasileño el agente di-

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namizador de la economía nacional. Esta serie de reformas impactaron al conjunto de la actividad económica, estableciéndose un “proyecto” de desarrollo nacional que buscaba la independización económica del país (Ianni, 1980, p. 124). Sin embargo, entre 1937 y 1945 el varguismo tomó rasgos autoritarios al establecer de facto un entramado corporativo organizado mediante una amplia red de sindicatos directamente vinculados al aparato estatal (peleguismo). Dicha red limitaba el funcionamiento democrático del Estado brasileño al sustituirse la representación política por el clientelismo y el corporativismo oficial. A partir de 1951, el varguismo entró en colapso debido a la fractura entre la coalición de partidos, la cual permitió su ascenso y mantenimiento político: el Partido Social Democrático (psd), el Partido Trabalhista Brasileiro (ptb) y el Partido Comunista de Brasil (pcb). A pesar de los procesos que terminó presentando, el varguismo históricamente es un momento clave en el desarrollo del Estado brasileño moderno, construido sobre un modelo de desarrollo económico y una amplia política de masas. Fue una etapa en la que se entablaron las luchas más importantes por la industrialización del Brasil, generando las condiciones para que pudiera consolidarse la sociedad urbana-industrial y el desarrollismo nacionalista (Ianni, 1974, p. 65).

1.4.3 El peronismo en Argentina En proximidad con las experiencias brasileña y mexicana, la crisis mundial de 1929-1930 impactó de manera importante en Argentina y preparó el terreno para el advenimiento del peronismo. La crisis económica mundial provocó una alteración en la producción agropecuaria nacional y la economía en su conjunto, viéndose obligada a reorientar su desarro-

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llo hacia la producción industrial. La situación a la que los campesinos argentinos se enfrentaron fue el predominio de poderosos terratenientes, quienes gozaban del monopolio en la posesión de la tierra. Esto les orilló a integrar grandes excedentes en la mano de obra disponible en las grandes ciudades, en pleno desarrollo industrial. El fenómeno dio inició a un intenso ciclo de migración interna entre la ciudad y el campo. Así, los agregados sociales dedicados a la producción agropecuaria se vieron obligados a desplazarse a las ciudades en pleno desarrollo, convirtiéndose en pequeños comerciantes, artesanos, obreros industriales y también en un agregado importante de desocupados desperdigados por todas las provincias argentinas. En contraposición a las oligarquías reinantes, la industrialización también permitió el surgimiento de las llamadas “clases medias emergentes”, sector que se ubicó en algunos de los reductos nacientes de la economía: la industria, el comercio y los servicios. El objetivo político que se planteó esta nueva clase de burguesía industrial nacional era acabar con la dominación del capital extranjero y promover un tipo de acumulación que privilegiara el desarrollo del capital nacional. En esta confrontación con las viejas oligarquías, el sector obrero fue el actor que aumentó las posibilidades de victoria del nuevo grupo emergente, al generar una alianza basada en la convergencia de sus intereses: terminar, por un lado, con el capital extranjero, y por el otro, mitigar la intensa explotación de la que eran objeto. La nueva población urbana, producto de la migración interna, paulatinamente se integró a las nuevas fábricas que se abrieron como resultado del comercio de guerra provocado por la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, este grupo no se integró mayoritariamente a las estructuras de los sindica-

El populismo latinoamericano clásico

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tos existentes, creados bajo los moldes europeos. Los dirigentes nacionales comunistas no lograron captar a estos nuevos grandes grupos obreros, al no poder satisfacer sus reivindicaciones económicas y sociales. De este modo, la masa obrera agremiada dejó de identificarse con los dirigentes y se generó un vacío de poder que sería aprovechado posteriormente por Juan Domingo Perón. El 4 de junio de 1943 se efectuó un golpe de Estado militar organizado por el Grupo de Oficiales Unidos (gou), el cual mantuvo el poder del país hasta 1946. En este período, el gou tomó conciencia de lo importante que sería una alianza con los amplios sectores de trabajadores. En particular, Perón aprovechó esta situación y desde la secretaría del Ministerio de Guerra, y posteriormente desde la dirección del Departamento Nacional de Trabajo y Previsión, impulsó un programa que consideraba la planificación económica estatal, las nacionalizaciones y la “justicia social” como los elementos centrales del futuro proyecto compartido. Ante el fracaso de los antiguos partidos políticos y los sindicatos, Perón llevó adelante su proyecto político, basado en la relevancia política ganada por las masas trabajadoras ante su ascenso en el contexto político argentino. Para impulsar su proyecto, Perón empleo por un lado “la violencia policiaca contra los sindicatos y dirigentes recalcitrantes, que no se plegaban a su política”, y, por otro lado, apoyando la “formación de grandes federaciones por industria que agremiaron, por vez primera, millones de trabajadores de todas las categorías” (Altmann, 1979, p. 28). Ambas condiciones terminaron por fortalecer la posición política de Perón y permitieron estrechar sus relaciones con las masas obreras de acuerdo con el plan diseñado por el coronel. El 8 de octubre de 1944 se realizó un contragolpe de Estado, organizado principalmente por los grupos oligárqui-

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cos sobrevivientes y una porción de las fuerzas armadas. Como una de sus principales medidas, decidieron tomar a Perón como prisionero, y destituirlo de sus cargos. En respuesta a esta acción, el 17 de octubre del mismo año ocurrió una gran movilización popular en las ciudades obreras de Berisso-Ensenada y Lanús-Quilmes-Avellaneda. Una marcha que terminó acampando en la Plaza de Mayo en demanda de la libertad de Perón, cautivo, en esos momentos, en el Hospital Militar Central. Figura central en esta movilización fue María Eva Duarte quien, en coalición con el líder obrero Cipriano Reyes, posibilitó la gran movilización popular. Este episodio es clave en la historia del peronismo, en tanto la coalición de Perón con el Partido Laborista, fundado por Reyes, posibilitó la candidatura del coronel en las elecciones de 1946. Fórmula política que le permitió competir con la oposición organizada en la coalición de Unión Democrática, integrada por los partidos Radical, Demócrata Progresista, Socialista y Comunista. Las masas trabajadoras de la ciudad y el campo, además de amplios núcleos de la burocracia civil e importantes sectores del ejército, fueron los apoyos fundamentales de la campaña de Perón (Altmann, 1979, p. 33). Esta coalición además ganó el apoyo de dirigentes radicales de tradición irigoyenista y los integrantes de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (forja). Finalmente, el 24 de febrero de 1946, esta fuerza organizada en torno a la figura de Perón, y su proyecto de gobierno, logró la victoria en las elecciones presidenciales con un amplio margen de ventaja. El perfil de gobierno que encabezaría Perón en adelante se caracterizó por el impulso a la industrialización sustitutiva de importaciones, al canalizar las inversiones, tanto públicas como privadas, a la producción interna de bienes

El populismo latinoamericano clásico

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y servicios, anteriormente importados. Esta política fue posible de implementar a través de medidas como el proteccionismo aduanero, la compra de cosechas, la realización de vastos planes de obras públicas y el control de cambios; todas medidas que fueron posibles después de reformular el perfil del Estado, orientado en adelante como un ente mucho más intervencionista que en el pasado Estado oligárquico (Altmann, 1979, p. 45). En el tipo de Estado impulsado por Perón las condiciones políticas, económicas y sociales pasaron a ser un asunto central en su desempeño, convirtiéndolo en una fuerza productiva que se arrogaba el papel de actor y agente económico. Dicha tarea fue posible principalmente gracias a un nuevo pacto de alianza entre la naciente burguesía nacional industrial y el nuevo proletariado organizado en sindicatos. Ambos frentes buscaron a través de una alianza multiclasista contraponerse al poder de las “burguesías agropecuarias, comercial y financiera, tradicionalmente vinculadas a la economía primaria exportadora y el imperialismo” (Altmann, 1979, p. 48). En este sentido, la importancia del Estado intervencionista es central, al fungir como el eje que permitió coordinar al aparato burocrático, el partido gubernamental y la organización sindical; además de ser la única instancia capaz de dotar servicios y garantizar la educación, los derechos laborales o la salud, prometidos por el nuevo jefe de Estado. Finalmente, parte indispensable del éxito del proyecto peronista se basó en la propia figura de su líder, dado que su presencia hizo posible la unión interclasista y la dirección unívoca del proyecto nacional. Perón como figura política terminó por representar al propio pueblo, la nación y el proyecto de Estado; un jefe político que logró establecer un lazo afectivo entre las masas y el Estado. De esta forma, el fondo

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La quimera populista en América Latina. El caso del lopezobradorismo en México (2003-2006)

del proyecto peronista puede ser entendido como una respuesta en la disputa por el poder en Argentina, entre un Estado oligárquico y un proyecto de Estado que, bajo la figura de la nación, se pudiera extender a los intereses no sólo de la clase dominante, sino de la sociedad en su conjunto.

1.4.4 Conclusiones La reflexión y el estudio sobre el populismo no puede reducirse a la mera consideración de la relación entre los liderazgos políticos y las masas movilizadas. Si bien, es un elemento que salta a la vista en muchos de los casos, no alcanza para explicar a los populismos como proyectos políticos nacionales. Por el contrario, la dimensión entre el jefe o líder con los agregados sociales parece ser sólo el principio de una serie de elementos que formaron las experiencias populistas en América Latina. Más allá de las figuras emblemáticas de Perón, Cárdenas o Vargas, el populismo significa más que la existencia de un liderazgo para las clases populares en los países latinoamericanos. A través de los casos aquí revisados es posible establecer que el populismo también representó la postulación de un proyecto político y de Estado con ambiciones sociales y económicas, apelando principalmente en contra del predominio de las viejas oligarquías nacionales y la transformación de las estructuras sociales. En este sentido, el populismo se torna en un momento fundamental en la democratización política y social de algunos países latinoamericanos. De igual forma, los gobiernos populistas impulsaron la modernización productiva y la nacionalización de las industrias a través de una estrategia económica de sustitución de importaciones. Tuvieron como objetivo posibilitar la inde-

El populismo latinoamericano clásico

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pendencia del capital extranjero y fomentar la ampliación del mercado interno para mejorar las condiciones de sus respectivas poblaciones nacionales. Esto fue posible al arrogarse bajo las banderas del nacionalismo y la industrialización interna, posibilitado por el impulso de un nuevo pacto social multiclasista, distinto del antiguo pacto basado en el predominio oligárquico. A través de un modelo mucho más intervencionista, tanto en lo económico como en lo social, el proyecto del populismo en América Latina concibió al propio Estado como el centro de la actividad política y económica. El populismo latinoamericano se ocupó de orientar las inversiones tanto públicas como privadas para impulsar las infraestructuras económicas nacionales en busca de los efectos multiplicadores para la economía nacional y el fortalecimiento del mercado interno. En lo social, arropado en un discurso nacionalista, impulsó una larga serie de reformas constitucionales e institucionales que buscó dotar de beneficios básicos a amplias franjas de población antes desprotegida, a través de la organización de los grandes agregados sociales recién llegados a las ciudades. Planteado de esta forma, es posible entender que el populismo, al menos en Latinoamérica, es un fenómeno político que no puede definirse sólo como un estilo de liderazgo. Más allá de las perspectivas teóricas que conceptualizan al populismo como un fenómeno político marcado por la manipulación del pueblo el abordaje de un fenómeno como el populista requiere mirar en conjunto tanto las condiciones de las que emerge como el tipo de proyectos políticos que impulsaron en la zona. Históricamente, el populismo en los casos latinoamericanos, se entiende mejor como un proyecto político multiclasista de corte nacional que postula un proyecto de desarrollo económico basado en la moder-

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La quimera populista en América Latina. El caso del lopezobradorismo en México (2003-2006)

nización y el crecimiento de la economía nacional. Ambos aspectos que fueron posibles de llevar adelante mediante una forma particular de liderazgo basada en la presencia del líder, como portavoz y engranaje fundamental de los proyectos políticos y económicos. En este sentido, la preocupación por revisar al populismo y sus expresiones históricas obedece a la necesidad de reconsiderar su significado. Este concepto en tiempos recientes ha sido tomado como un tipo de arma política para descalificar a líderes y proyectos políticos que actualmente buscan construir alternativas. Un escenario en el que actores y líderes como Evo Morales, Hugo Chávez, Rafael Correa, y hasta Andrés Manuel López Obrador en México, son considerados como amenazas populistas.

2.

¿Cómo se construye una quimera?

En este segundo capítulo se presenta un análisis acerca del proceso mediante el cual el populismo fue transformado, desde una categoría sociológica a un recurso retórico, para denostar y descalificar a líderes políticos y movimientos sociopolíticos. El concepto populista se reorientó para asociarse a escenarios de desastre político e inestabilidad económica, donde un elemento esencial es la presencia de liderazgos demagógicos y corruptos. En el contexto contemporáneo, las críticas hacia los supuestos populismos se han abocado en contra de los movimientos político-sociales que critican o proponen plataformas políticas alternativas a las dominantes.

2.1 El nuevo rostro del populismo en América Latina Como se mencionó anteriormente, la definición mínima sobre el populismo es aquella que lo refiere como un movimiento sociopolítico o un régimen estatal, que se presenta en contextos de modernización económica y política (Bobbio y Mateucci, 1982, p. 1288). Sin embargo, existen otras numerosas definiciones que vinculan al concepto con aspectos como: la supremacía de la voluntad del pueblo; una relación directa entre pueblo y el Gobierno; una relación antagónica automática entre pueblo y élite; un liderazgo que 57

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La quimera populista en América Latina. El caso del lopezobradorismo en México (2003-2006)

se asume como integrante del pueblo en relación antagónica con la élite (Ortiz, 2007; Salazar, 2007). La pluralidad en las perspectivas y conceptos existentes, es producto de la amplitud de fenómenos que han sido llamados populistas, especialmente en América Latina. Una de las consecuencias de esta tendencia es que el populismo en su variedad de definiciones se convierte en materia tanto de gobiernos autoritarios como una práctica recurrente en las democracias procedimentales. Ante esta situación, hay perspectivas que asumen al populismo como poseedor de un “carácter aporético [que] impide asumirlo como una ideología”, una condición vaga que hace impreciso su nivel ideológico (Durán, 2007, p. 94). Incluso hay perspectivas que lo refieren como un exceso de realidad, una situación en donde “la marea de los eventos supera casi por completo las capacidades intelectuales para comprender fenómenos aparentemente nuevos” (Cansino y Covarrubias, 2006, p. 29). Desde nuestra perspectiva, el populismo contiene aspectos que no pueden reducirse a la descripción de la relación liderazgo-masas o al mero análisis discursivo del fenómeno, ya que su existencia no puede desligarse de las características y condiciones históricas concretas, en una sociedad determinada, en las cuales se presenta. Las características político-organizativas de los movimientos que lo respaldan, y las bases materiales concretas sobre las que se construye, son tan importantes como sus discursos. El populismo no es solamente un estilo discursivo, sino también un estilo de dirección y una dinámica de movilización popular. Es posible decir que las principales experiencias populistas en Latinoamérica surgieron debido a los cambios en el capitalismo internacional, provocando reacomodos en la organización social, política y económica de muchos países. El

¿Cómo se construye una quimera?

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resultado fue el surgimiento de grandes masas de población desplazadas del campo hacia la ciudad, lo cual generó presiones para la estructura política predominante en ese momento. Es en este contexto donde surgió el populismo, como un proyecto de Estado, impulsado tanto por sus liderazgos como por el gran agregado social que cobró importancia en la organización política nacional. Por lo tanto, para los casos latinoamericanos, hablar de populismo también significa hablar del proyecto de un tipo de Estado que fungió como agente de organización económica y social. Un Estado encauzado a generar una política enfocada en el desarrollo de las industrias nacionales y la búsqueda de independencia del capital extranjero, preocupado socialmente por crear las condiciones institucionales suficientes para satisfacer las demandas populares más urgentes. Precisamente algunos de estos aspectos característicos de lo que fue el populismo parecen resultar muy incómodos para muchos pensadores contemporáneos. Es importante reconocer que la acepción tan negativa que hoy posee el populismo en una parte de la academia se basa en este tipo de aspectos, que parecen tan amenazadores en relación con los cánones del pensamiento neoliberal contemporáneo. En respuesta a esta postura, en este capítulo realizaremos una revisión de la forma en que hoy es asumido el populismo, con la intención de entender cómo, actualmente, a muchas experiencias de cambios de gobierno en América Latina se les ve con desprecio. Nuestra intención es desvelar y comprender cómo y por qué se han establecido este tipo de señalamientos, siempre considerando como escenario una época dominada por la democracia de tipo procedimental y el neoliberalismo en América Latina.

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2.2 Auge y colapso del populismo clásico Gracias a sus reformas políticas y económicas, el populismo logró un exitoso desarrollo económico nacional, basado en un modelo de industrialización por sustitución de importaciones (isi). El tipo de Estado postulado por los populistas, abocado a la organización económica y social de las naciones latinoamericanas, trajo beneficios concretos durante un largo periodo que se extendió desde los años cincuenta hasta inicios de los años ochenta del siglo xx, logrando promedios superiores a 5% del crecimiento económico anual durante este último período (véase tabla 1) (Cardoso y Helwege, 1992, p. 60).

Tabla 1. Producto interno bruto per cápita y tasas de crecimiento de los países latinoamericanos Porcentaje de la población total 1980

1950

1980

1950-1980

1981-1989

Brasil

35.6

637

2152

4.2

0.0

México

20.2

1055

2547

3.0

-0.9

Argentina

8.0

1877

3209

1.8

-2.4

Colombia

7.5

949

1882

2.3

1.4

Venezuela

4.3

1811

3310

1.5

-2.5

Perú

5.1

953

1746

2.1

-2.5

Chile

3.2

1416

2372

1.8

1.0

Uruguay

0.8

2184

3269

1.4

-0.7

Ecuador

2.3

638

1556

3.1

-0.1

Guatemala

2.0

842

1422

1.8

-1.8

Rep. Dominicana

1.7

719

1564

2.6

0.2

Bolivia

1.6

762

1114

1.3

-2.7

pib

per cápita

Tasa de crecimiento del pib per cápita (porcentaje anual)

61

¿Cómo se construye una quimera?

Porcentaje de la población total 1980

1950

1980

1950-1980

1981-1989

El Salvador

1.3

612

899

1.3

-1.7

Paraguay

0.9

885

1753

2.4

0.0

Costa Rica

0.6

819

2170

3.3

-0.6

Panamá

0.5

928

2157

2.9

-1.7

Nicaragua

0.7

683

1324

2.3

-3.3

Honduras

1.0

680

1031

1.4

-1.2

Haití

1.6

363

439

0.7

-1.9

2.7

-0.8

América Latina (b)

pib

per cápita

Tasa de crecimiento del pib per cápita (porcentaje anual)

Nota: Porcentajes y dólares de 1975. (a) Países ordenados por el promedio de la participación en el PIB regional entre 1950 y 1985. (b) América Latina, excepto Cuba.

Las políticas desarrollistas impulsadas por algunos gobiernos caracterizados como populistas tuvieron mayores éxitos en: Chile, Argentina, Uruguay y Brasil. Países en los que las recomendaciones de la Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina (Cepal), dirigida de 1950 a 1963 por Raúl Prebisch, fueron difundidas a través de asesores económicos formados principalmente en Chile (Klein, 2007, p. 86). Sin embargo, tras un largo periodo de éxito del modelo desarrollista latinoamericano, durante los primeros años de la década de los ochenta, comenzó el colapso de estos proyectos políticos y económicos. Para comprender las razones de su derrumbe, no bastan los aspectos meramente económicos. Por el contrario, su colapso se generó por diversos aspectos que en conjunto determinaron el destino del desarrollismo latinoamericano, errores en el manejo de las estructuras económicas, así como la distorsión en la organización política de las bases organizativas.

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La quimera populista en América Latina. El caso del lopezobradorismo en México (2003-2006)

Comenzando por los aspectos económicos, no se logró desarrollar una base distinta a la estructura productiva preexistente, provocando que el nuevo sector urbano industrial se sumara a la estructura económica nacional y éste presionara “adicionalmente sobre la capacidad de generación de excedentes financieros y sobre la elasticidad de la oferta de bienes-salario del sector agropecuario” (Vilas, 1994, p. 66). Ante dicha situación, en la mayoría de los casos, no se respondió adecuadamente, mediante estímulos a la producción, a través de la modernización industrial y una mayor generación de infraestructura. De igual forma, los planes de desarrollo económico desarrollistas no previeron adecuadamente ciertos problemas macroeconómicos ocasionados por la estrategia de desarrollo extensivo, como la inflación, desinversión y crisis en la balanza de pagos. El origen de esta problemática fue principalmente el aumento general en el ingreso el cual, a su vez, ocasionó un crecimiento importante en la demanda de bienes y servicios. Ante tal situación, no hubo una respuesta suficiente, ya mediante la diversificación de la producción (principalmente para exportación) o el aumento en la inversión para incrementar la producción. En consecuencia, el crecimiento económico nacional se hizo insostenible y se abrió paso a una gran espiral inflacionaria (Vilas, 1994, p. 69). En suma, se podría decir que: el proteccionismo no elevó la productividad real para crear una base de grandes incrementos de los salarios urbanos. Ni las recaudaciones fiscales crecieron lo suficiente para financiar el subsidio del proceso de industrialización de parte del gobierno. Se sobreestimó la inelasticidad de la oferta en el sector agrícola y el de las exportaciones: no pasó

¿Cómo se construye una quimera?

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mucho tiempo sin que los tipos de cambio sobrevaluados y los controles de precio provocaron el estancamiento en esos sectores. La alienación del capital extranjero agudizó los problemas (Cardoso y Helwege, 1992, p. 62).

En medio de la crisis económica que se generó, en muchos países se avivó la idea de que las desigualdades de ingreso no eran factibles de resolver mediante los recursos públicos. La atención se concentró en el modelo económico que estaba siendo impulsado por organismos económicos internacionales como el Banco Mundial (bm) y el Fondo Monetario Internacional (fmi). Una situación que dio pie a la formación de una imagen sobre el populismo íntimamente relacionada a la debacle económica, así como a la corrupción y el clientelismo político. Los críticos de las políticas de Estado impulsadas por los gobiernos populistas, asumieron como problema central de su propuesta la intención de resolver la desigualdad mediante el uso de políticas macroeconómicas demasiado expansivas. Políticas que recurrirían al “financiamiento deficitario, a los controles garantizados y a descuidar los equilibrios económicos básicos”, llevando “casi inevitablemente a grandes crisis macroeconómicas que han acabado por lesionar a los segmentos más pobres de la sociedad” (Dornbusch y Edwards, 1992, p. 9). En consecuencia, el pensamiento que impulsó al neoliberalismo económico conceptualizó al “populismo económico” como: “un enfoque de la economía que destaca el crecimiento y la redistribución del ingreso y menosprecia los riesgos de la inflación y el financiamiento deficitario, las restricciones externas y la reacción de los agentes económicos ante las políticas agresivas del mercado” (Dornbusch y Edwards, 1992, p. 17).

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La quimera populista en América Latina. El caso del lopezobradorismo en México (2003-2006)

2.2.1 La disolución de la base organizativa populista La complicación de las condiciones económicas terminó por abrir paso a otra serie de problemas que resultarían definitivos en el desempeño y futuro del populismo en la zona. Como señala Carlos Vilas: “el debilitamiento de las condiciones objetivas para el populismo conllevó, usualmente, un mayor énfasis en sus dimensiones subjetivas: estilos de liderazgo, agitación de elementos simbólicos, y propuestas explícitas de alianzas y concertaciones” (1994, pp. 72-73). El agotamiento de la estrategia de sustitución de importaciones y, en consecuencia, la escasez de recursos económicos, multiplicaron “el número de contendientes organizados y volubles —los migrantes rurales-urbanos, los campesinos, las mujeres, etcétera— para la incorporación y la distribución”. La alianza de clases que había sido posible construir se desdibujó, debido a que “los grupos privilegiados concluyeron que los costos de inclusión de las masas —inflación, transferencias de propiedad, etcétera— superaban a los costos de su exclusión […]. Se deshicieron las coaliciones populistas entre industriales y trabajadores” (Drake, 1992, p. 52). Tras el derrumbe de la coalición de clases lograda por el pacto nacionalista, los sectores de la economía privada asumieron que el proyecto económico había generado demasiadas pérdidas y comenzaron a apelar por un retorno del laissez-faire, el retorno a un capitalismo con menos trabas, incluso que el anterior al New Deal norteamericano (Klein, 2007, p. 87). Por otro lado, si bien el éxito del populismo en buena medida se basó en la organización de los grupos trabajadores a través de una amplia organización sindical adherida al Estado, en la mayoría de los casos, el propio movimiento obrero

¿Cómo se construye una quimera?

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terminó siendo subordinado a las decisiones estatales centralizadas (Vilas, 1994, p. 81). El predominio del Estado sobre las bases sociales terminó por sepultar las posibilidades de continuar una lucha obrera con orientación hacia la integración y la colaboración ampliada, dejando como saldo la preeminencia del corporativismo, y provocando la subordinación del movimiento obrero a la burocracia estatal y sindical centralizada. En este contexto es donde toman sentido algunas de las perspectivas elaboradas por Germani y Di Tella, en tanto el aniquilamiento de la independencia obrera en sus luchas se debía a la presencia de nuevas poblaciones recién llegadas del campo que fueron fácilmente integrables al sindicalismo reinante y sus prácticas de poder establecidas, desplazando a las viejas organizaciones que eran capaces de tomar iniciativas y luchas directas. En este análisis de las bases sociales del populismo, es necesario reconocer que las características del populismo fueron propias de un momento de redefinición en los movimientos de trabajadores y no representó un lugar óptimo para el desarrollo de movimientos como los anarcosindicalistas, socialistas y comunistas. Movimientos ensayados en diferentes momentos de la historia de los países latinoamericanos que buscaban transformaciones radicales en la organización política y económica de sus países. Como lo expresa Ianni: “en esas condiciones, el proletariado acepta la coalición con otras fuerzas sociales y políticas, particularmente la burguesía nacional. Acepta el nacionalismo, el desarrollismo y la industrialización, en los términos propuestos por la burguesía industrial o sus ideólogos, como si fuesen objetivos de la nación, de todo el pueblo y de la clase obrera” (Ianni, 1980, p. 121).

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Por lo tanto, en el populismo latinoamericano siempre existió una tensión de fondo en el desarrollo de sus proyectos: entre el carácter reformista de los gobiernos nacionales y la necesidad de impulsar un proyecto de transformación más profundo en las estructuras económicas capitalistas y de dominación estatal. El saldo final en algunos de los casos, al verse incompleta la transformación económica y política y buscar un rompimiento total con las estructuras de dominación previas, fue la expansión del “poder Ejecutivo o (una) dictadura disfrazada o abierta” (Ianni, 1980, p. 30). Adicional a esta situación, las burguesías nacionales pudieron mantener y refuncionalizar su poder, además de que las fuerzas de izquierda fueron limitadas mediante autoritarismo y violencia. Los problemas que enfrentaron los gobiernos populistas en sus últimos días generaron la idea de semejanza con el bonapartismo y el cesarismo; sin embargo, el populismo parece presentar condiciones muy propias que lo separan de dichas categorías. Por un lado, el bonapartismo se define como un fenómeno de “personalización del poder” con presencia de elementos carismáticos que “concentran la legitimidad del poder del Estado en la personalidad del jefe, que se presenta como representante del pueblo-nación”, formando un tipo de poder que se vuelve independiente de los poderes legislativos o la sociedad civil (Ancarani, 1981, p. 174). Por otro lado, el cesarismo en su acepción contemporánea sirve para denotar un “régimen político caracterizado por un fuerte aparato estatal —por lo menos en comparación con el resto de la sociedad—, que logra gozar de una considerable autonomía frente a todas las fuerzas sociales” (Ancarani, 1981, p. 174). Sin embargo, la comparación entre ambas categorías y la experiencia populista latinoamericana las demuestra

¿Cómo se construye una quimera?

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como insuficientes para describir las condiciones de los fenómenos populistas latinoamericanos. Por el contrario, en contra de las tesis que reducen a estos fenómenos como centralizados en el jefe político o en el aparato gubernamental, es claro que el populismo, para establecerse, siempre necesitó de una fuerte coalición de clase; tanto con las bases proletarias como con las clases industriales nacionales para llevar adelante su proyecto político. Si bien es cierto que en la mayoría de los casos el anquilosamiento corporativo jugó a largo plazo en contra de la sobrevivencia de los regímenes, el predominio absoluto del líder sobre el entramado institucional nacional no fue un denominativo común. Acaso la presencia de los fuertes liderazgos carismáticos como los de Evita Perón o el mismo coronel Perón, Cárdenas o Vargas en su momento, sirvieron para cubrir la necesidad de elementos simbólicos en la construcción de los proyectos nacionales, pero estos nunca pasaron a ser el fondo de las llamadas propuestas populistas.

2.3 La llegada de la democracia procedimental y el nuevo reino del laissez-faire Durante el período en el que el modelo económico desarrollista, impulsado por algunos gobiernos populistas latinoamericanos, comenzó a derrumbarse, ideólogos del neoliberalismo como Milton Friedman aprovecharon la oportunidad para zanjar las reglas del modelo económico internacional que se comenzaba a impulsar en el mundo. Este proyecto consideraba como aspectos fundamentales:

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El fin del Estado regulador de la economía a través de terminar con todas las reglamentaciones que pudieran afectar la acumulación de ganancias e impedir el laissez-faire. • El remate de las empresas paraestatales en favor de la iniciativa privada. • Un drástico recorte de los fondos asignados a los servicios sociales como salud, vivienda y educación (Klein, 2007, p. 88-89). En términos generales, estas reformas significaron la pérdida de buena parte del terreno ganado durante largos años por los modelos nacional desarrollistas latinoamericanos. El tipo de Estado que estaba siendo impulsando desde el interior por algunos grupos políticos y económicos, y desde el exterior por organismos internacionales y políticas de gobiernos externos, tendía a reducirlo a su mínima expresión administrativa. Para las reformas neoliberales el objetivo siempre fue terminar con el Estado interventor y regulador característico del populismo latinoamericano, con sus ideas de soberanía e independencia económica nacional. Los cambios en el sistema político y económico se plantearon a través de las llamadas “reformas estructurales”, planteadas como un binomio al impulsar por un lado la creación de un conjunto de instituciones que posibilitaran transiciones políticas hacia una democracia de tipo procedimental y, por otro lado, el impulso a una serie de cambios en el ámbito económico que dejaran atrás los modelos intervencionistas de Estado y acercaran a las economías de la zona al capitalismo neoliberal.

¿Cómo se construye una quimera?

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2.3.1 La democracia de tipo procedimental A lo largo de la década de los ochenta y hasta entrada la década de los noventa, se lograron impulsar pactos políticos para desplazar a las dictaduras militares y gobiernos autoritarios de la zona, posibilitando el reconocimiento de derechos políticos y civiles en numerosos países de América Latina. La democracia que se intentó construir se inspiró en el modelo de la democracia procedimental ideada en 1942 por J. A. Schumpeter, quien la definía como un método político. Es decir, un arreglo institucional para llegar a decisiones políticas —legislativas y administrativas— confiriendo a ciertos individuos el poder de decidir en todos los asuntos públicos. Así presentada, la vida democrática se expresa principalmente como la lucha entre líderes políticos rivales, organizados en partidos, por el mandato para gobernar; alejándose de las aspiraciones de igualdad y mejora en las condiciones para el desarrollo humano. El rol del ciudadano democrático en este contexto se concentra únicamente en el derecho periódico a escoger y autorizar un gobierno para que actúe en su nombre: “renunciar al gobierno por el pueblo y sustituirlo con el gobierno con la aprobación del pueblo” (Schumpeter, 1968, p. 316). Para este autor, su descripción de la democracia estaba lejos de ser frívola o cínica; más bien, cumplía con reconocer que la política siempre servirá al conjunto de intereses que ocupan realmente al poder. Por esta razón, su modelo de democracia se autodefine como “elitismo competitivo”, es decir, un sistema en el que: “los partidos y las maquinarias políticas son simplemente la respuesta al hecho de que la masa electoral sólo es capaz de actuar de forma precipitada y unánime, y constituyen un intento de regular la competencia política de

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forma exactamente igual a las prácticas correspondientes a una asociación de comercio” (Schumpeter, 1968, p. 316). Los “amantes de la democracia” debían desterrar la idea de que el pueblo podría tener opiniones concluyentes y racionales sobre todas las cuestiones políticas; más bien, éstas sólo podrían realizarse a través de la representación política. El pueblo sólo podía ser “productor de los gobiernos”, parte de un mecanismo para seleccionar “los hombres capaces de tomar las decisiones” (Schumpeter, 1968, p. 317). Los pactos de democratización latinoamericanos se basaron en las ideas de un teórico político como Schumpeter, planteada como una solución en contra del pasado corporativo y demagógico populista. Al respecto, Samuel P. Huntington consideró que un sistema político puede ser democrático siempre y cuando “la mayoría de los que toman las decisiones colectivas del poder sean seleccionados a través de limpias, honestas y periódicas elecciones en las que los candidatos compiten libremente por los votos y en las que virtualmente toda la población adulta tiende a derecho a votar” (1994, p. 20). En la democracia procedimental, la participación política se plantea como responsabilidad centrada en los partidos políticos, quienes ejercen una función representativa estratificada entre “dirigentes y seguidores”, salvaguardándose de la abierta influencia popular dado que “las instituciones representativas están integradas, por definición, por personas individuales, no por las masas” (Luxemburg, como se citó en Przeworski, 1995, p. 19). En consecuencia, el rol del ciudadano queda relegado a un mero emisor del voto, dado que “los individuos no actúan directamente en defensa de sus intereses, sino que la delegan” a través del voto, y la participación social

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de los agregados sociales queda reducida a meros evaluadores de políticos y programas de gobierno (Przeworski, 1995, p. 17). El argumento empleado para justificar el modelo procedimental fue la existencia de un supuesto pasado que únicamente había servido de provecho para los líderes populistas, corruptos y demagogos. Las reformas estructurales se plantearon como la plataforma que permitiría alejar a los países latinoamericanos de un pasado lleno de ignorancia y corrupción, de malos manejos administrativos y perversión política. Sin embargo, las reformas también aspiraron a enterrar el pasado de organizaciones nacionales populares, los logros de la clase obrera, y la búsqueda a través de la coalición interna desarrollista para acabar con la dependencia económica imperialista. La implementación de estas reformas políticas representó una oportunidad para impulsar transformaciones en el ámbito económico, ya que, bajo el argumento de la necesidad de decisiones políticas individualizadas (por encima del consenso mayoritario), se consideró innecesario consultar mínimamente a la población de los países en los cuales se impulsó la nueva forma de dirigir la política económica nacional hacia el neoliberalismo. Así, junto con el impulso a las reformas políticas, las reformas económicas se plantearon como objetivo “organizar una economía que asigne racionalmente los recursos y que haga posible la solvencia financiera del Estado” mediante “reformas orientadas hacia el mercado” (Prezworski, 1999, p. 236). Como pasos principales en el logro de estos objetivos, se planteó el “organizar nuevos mercados, desregular los precios, moderar las actuaciones monopolistas y reducir las barreras protectoras” a través de una reducción en el gasto público y la venta de activos públicos mediante la privati-

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zación (Prezworski, 1999, p. 236). La liberalización del mercado y el adelgazamiento del Estado social, provocarían una inmediata “reducción transitoria en el consumo agregado”, con “un importante coste social” y altos costos políticos (Prezworski, 1999, p. 236). La justificación de esta implantación era que finalmente el conjunto de reformas a largo plazo podría “crear motivación, generar condiciones de equilibrio, con la igualación de la oferta y la demanda en los mercados y satisfacer las exigencias de justicia social” (Baka, 1986 en Przeworski, 1995, p. 236). En palabras de Adam Przewoski: Un deterioro económico transitorio es inevitable, aunque los gobiernos que emprenden este tipo de reformas suelen ser reacios a reconocerlo. La inflación se dispara forzosamente cuando se desregulan los precios. La subutilización de capital y el desempleo laboral aumentan inevitablemente con la intensificación de la competencia. La transformación de toda la estructura económica provoca necesariamente una pérdida transitoria de eficiencia en la asignación de recursos. Las transformaciones de los recursos económicos resultan costosas” (Przeworski, 1995, p. 238).

El planteamiento de las reformas consideraba la existencia de un inevitable impacto económico para amplios grupos sociales, además de la oposición de importantes fuerzas políticas, con el riesgo de que dicho modelo democrático se podría ver socavado o abandonado, terreno óptimo para el surgimiento de “peligrosos nacionalismos” o “liderazgos populistas” (Przeworski, 1995, p. 240). El modelo impuesto también se acompañó de un lenguaje técnico que plasmó toda una forma de ver, entender y llevar a cabo la política, el predominio de la tecnocracia como la contraparte necesaria del conjunto de reformas económicas del capitalismo neoliberal.

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2.4 Fisonomía del Estado neoliberal latinoamericano En este contexto de reformas políticas y económicas, principios como la nación, la democracia o la ciudadanía, sufrieron un tremendo desgaste. Principios que fueron centrales en la construcción teórica y práctica del Estado nación moderno y que terminaron por desustancializarse ante el embate del mercado, asumido ahora como el principal eje regulatorio de la vida política y social, y por ende, sobre la propia de vida de los sujetos y grupos sociales. La implantación del neoliberalismo tuvo fuertes impactos sobre el funcionamiento del Estado, modificando la forma en que ejerce su poder a través de nuevas formas de organización política y económica. Estas nuevas formas de ejercer el poder político y el Gobierno nacional han puesto en el centro el predominio de la tecnocracia sobre la política, entendida como una forma racional de ejercicio de gobierno, destinada a “expertos” de la política. Al respecto, Nicolas Rose apunta: Las reglas del liberalismo avanzado se basan en diversas formas sobre los expertos, conectados a diferentes tecnologías de regulación. Se busca desgubernamentalizar el estado y desestatizar las prácticas de gobierno, para delegar la autoridad substantiva de los aparatos políticos de organización política en los expertos, relocalizándolos en un mercado gobernado por la racionalidad de la competencia, y la demanda de consumo (2006, p. 147).

Por otro lado, esta perspectiva apunta a desconocer a la “sociedad” como un conjunto de personas organizadas; en cambio, la concibe como una serie de individuos congregados que toman decisiones individuales en la lógica de mercado. Esta idea se encuentra claramente reflejada en palabras de la

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primer ministra británica, Margaret Tatcher, enunciadas el 31 de octubre de 1987 a Women’s Own Magazine: Creo que hemos pasado por un período donde mucha gente se ha acostumbrado a pensar que si tengo un problema, es trabajo del gobierno lidiar con él. “Tengo un problema, obtendré una subvención.” “Estoy sin techo, el gobierno debe albergarme. Ellos están proyectando sus propios problemas en la sociedad”. Y, tú sabes, no hay tal cosa como la sociedad. Existen hombres y mujeres como individuos, y hay familias. Ningún gobierno puede hacer nada sino es por medio de la gente, la gente debe ver por sí misma primero. Es nuestro deber cuidar de nosotros mismos, y sólo entonces, podemos mirar por el vecino. La gente piensa demasiado en lo que el gobierno les debe, sin tener en cuenta sus propias obligaciones. No hay tal cosa como el deber del gobierno si antes la gente no ha cumplido con sus propias obligaciones.8

La libertad individualista y competitiva propia de la concepción neoliberal se convierte en parte sustancial de su proyecto de sociedad, donde los individuos se construyen como “objetos de opciones y aspiraciones para la auto-actualización y autorrealización” (Rose, 2006, p. 147). Así, las técnicas de gobierno terminan por crear “una distancia entre las decisiones de las instituciones políticas formales y otros actores sociales, actores concebidos de acuerdo con las nuevas formas individuales de responsabilidad, autonomía y decisión, y que busca actuar sobre ellos adaptando y utilizando su libertad” (Rose, 2006, p. 155). Visto en contraste con el canon ideológico del neoliberalismo, el llamado “populismo” representa una amenaza en tanto hace la reivindicación de un sujeto político que se forma 8 Traducción libre. Las cursivas son mías.

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en el conjunto social a través de la idea de “pueblo”. Atenta contra la idea de un individuo que se mueve conforme a cálculos meramente racionales, incapaz de asumir una idea del “nosotros” social. Así, la idea de un pueblo movilizado que busca generar cambios en las estructuras de poder en un Estado representa una crisis en la hegemonía cultural, en tanto las propias vías previstas para su persistencia y su proyecto político se ven rebasados por la acción popular organizada, en torno a proyectos sociales y políticos diferentes. Un síntoma de esta situación ha sido la desustancialización de principios como la soberanía, la democracia y la ciudadanía en relación con cómo fueron planteadas desde la teoría clásica liberal. Sin embargo, las condiciones actuales han reconfigurado estas nociones, haciéndolas difíciles de entender bajo su acepción clásica; por ello, es necesario pensar su situación en el mundo actual. En este sentido, Blom-Hansen y Stepputat plantean que en el momento actual “la soberanía del Estado tiene su inspiración en la búsqueda de crearse a sí mismo en la cara de lo internamente fragmentado, distribuido de forma desigual y con configuraciones impredecibles de autoridad política que ejerce más o menos la violencia legítima en un territorio” (Blom-Hansen y Stepputat, 2005, p. 3). Sin embargo, el proyecto del neoliberalismo se encuentra en franco declive en tanto la experiencia más reciente en la zona indica la presencia de nuevos actores sociales basados en reivindicaciones que van más allá de la idea de individuo y asumen posturas que rescatan ideas colectivas de participación y organización política-social. El sistema neoliberal ha vuelto imposible la sustentación de preceptos básicos como la ciudadanía y la soberanía. Un teórico como T. H. Marshall (1950), planteaba que la demo-

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cracia no podía existir sin derechos sociales, civiles y políticos, ya que el sistema capitalista en sí estaba basado en la injusticia, y volvía imposible el sueño de la igualdad de la ciudadanía. La ciudadanía, sin un fundamento material concreto, no podría realizarse; sin un mínimo de condiciones benéficas para el individuo, la legitimidad era imposible de lograr. De acuerdo con esto, la crisis hegemónica del neoliberalismo radica en que como sistema no ha podido lograr la justificación de su propia existencia; por el contrario, los requisitos mínimos para su supervivencia han quedado en entredicho. Esta situación se ha manifestado en la creación de ciudadanías y soberanías fragmentadas, determinadas a través de las diferencias de raza, clase y status y una distinción entre la población como “inferior” o rude (Blom-Hansen y Stepputat, 2005, p. 20).

2.5 Populismo y crisis hegemónica Con este contexto, el populismo empezó a ser asumido como un peligro en tiempos recientes. En específico a raíz de la emergencia de grandes movimientos sociales en diversos países de Latinoamérica que han reivindicado formas distintas de pensar y actuar en la vida política, en las cuales se coloca el interés social por encima del interés económico individualista, se cuestiona la legitimidad del ejercicio democrático procedimental, se busca rescatar el sentido de lo nacional y lo popular como una nueva forma de construir el poder político y la soberanía popular. En la mayoría de estos movimientos la presencia de grupos populares ha marcado su auge y su fuerza; todos en busca de reivindicar lo mejor de su pasado nacional y de encontrar en éste una inspiración para un nuevo proyecto nacional en contra del

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predominio de las pequeñas élites económicas y de la economía capitalista globalizada. Las condiciones actuales de la economía internacional han generado un espacio de discriminación entre quienes se mueven en los márgenes internacionales de circuitos de capital y aquellos excluidos que ocupan las posiciones más bajas de la producción. El Estado se ha fortalecido para apoyar a los grupos y personas que pueden insertarse en la lógica del capital internacional y ha debilitado los apoyos a aquellas franjas que se mantienen alejadas de este desarrollo. Aihwa Ong ha llamado a este fenómeno “soberanías graduadas,” es decir: “los efectos del manejo flexible de la soberanía, donde los gobiernos se ajustan políticamente al espacio de acuerdo a los dictados del capital global, dando a las corporaciones un poder indirecto sobre las condiciones políticas de los ciudadanos en zonas articuladas de forma distinta a la producción global y los circuitos financieros” (2006, p. 78). Igualmente, la ciudadanía se comporta de manera graduada, es decir, el Estado emplea diversas formas de poder de acuerdo con la posición económica y social del sujeto que lo sufre; ambos, aspectos definidos desde el poder de Estado determinados por el poder económico que los respalda. Dentro de este entramado de resignificaciones, el populismo también ha sufrido una reinterpretación, aunado a que en sí mismo resulta un término polisémico, definido e interpretado de acuerdo con la posición de quien lo enuncia. Como lo expresa Laclau, “el populismo nunca es definido en sí mismo, sino en contraposición a un paradigma” (Laclau, 1986, p. 179). Siguiendo esta tendencia, el pensamiento neoliberal ha apuntado sus baterías hacia esta categoría, y aquellos movimientos asociados a él, en relación con los paradigmas de libre mercado y democracia procedi-

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mental, creando la mala fama y demérito que el populismo hoy posee para muchos intelectuales. Un aspecto central del populismo es su ligazón a la idea de pueblo, es decir, una “articulación de las interpelaciones popular-democráticas”, planteadas como “presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético antagónico respecto a la ideología dominante” (Laclau, 1986, pp. 201202).9 Así, actualmente, a los llamados proyectos populistas se les acusa de identificar a la población de un país como algo homogéneo bajo la idea de “pueblo”. Sin embargo, la noción de pueblo une lo que el proyecto neoliberal acabó por separar, intenta reunir detrás de un proyecto social a la mayor parte de las franjas sociales que han quedado en calidad de sacrificables para el neoliberalismo. Los proyectos populistas retan la conceptualización de la política como un asunto estrictamente ejercido por sujetos individuales; reviven la idea de un grupo de sujetos nombrado “nosotros”: “una comunidad en torno a una disputa particular que pone en evidencia la ausencia de la comunidad” (Arditi, 2007, p. 137). Los supuestos populistas hoy son calificados como irresponsables al intentar sobreponer la seguridad y los servicios sociales como deberes del Estado, señalados como irracionales al ejercer el presupuesto público para solventar las urgencias sociales, fuentes indudables de deudas y corrupción. Dichos calificativos se deben, en buena medida, a que la mayoría de tales proyectos han señalado la responsabilidad del modelo neoliberal en las crisis económicas y sociales de la mayor parte de los países en la zona, y propuesto el fin de la soberanías o ciudadanías fragmentadas a través del replanteamiento del poder y la dominación en el Estado. 9 Cursivas del autor.

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En este sentido, es importante observar cuáles son las principales diferencias y similitudes entre lo que se ha llamado tradicionalmente “populismo” en América Latina y cómo se entiende ahora. La primera diferencia es que el populismo actualmente se asume como una forma que va en contra del manejo racional de la política y la economía, acusación que fundamentalmente se basa en su propuesta de Fortalecimiento del Estado y la postulación de los servicios sociales y derechos políticos como aspectos centrales de la política nacional. De igual forma, al populismo se le presenta como un supuesto riesgo para los Estados, pues es una propuesta que articula los reclamos y las necesidades de los olvidados en su proceso de instauración y que interpela a aquellos que apuestan a un cambio en su organización. Es por esta razón que en el contexto actual cualquier movimiento social que posea un liderazgo personal, o un líder moral, apele a los principios de autonomía nacional y a un Estado preocupado por la seguridad social, se le descalifique bajo el mote de populista. De este modo, el populismo se ha vuelto nuevamente un término común dentro del análisis y el comentario político en Latinoamérica. Una palabra que despierta tanto rechazo como simpatía, síntoma de que el fenómeno o denominativo populismo o populista no es algo rechazable en sí mismo. De igual forma, el populismo ha sido juzgado desde la perspectiva de la democracia procedimental. Perspectiva desde la cual se ha visto como el gran monstruo mitológico que amenaza con destruir los logros de la racionalidad política y la competencia política. Una quimera que parece encarnar todos los miedos y pendientes de la democracia procedimental, alimentado por los rezagos y los resultados de desigualdad y pobreza en toda la región. Una aparición casi mitológica que amaga con aparecer y volver el mundo pies arriba.

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2.5.1 Democracia Procedimental y populismo El balance global sobre la efectividad de la democracia en América Latina del Programa para el Desarrollo de Naciones Unidas reconoció en 2004 que: “si bien la democracia se ha extendido ampliamente en América Latina, sus raíces no son profundas”. Por tanto, el gran pendiente para los Estados y su clase política en estos países está en hacer que la democracia se convierta en un verdadero “gobierno del pueblo”; es decir: “un Estado de ciudadanas y ciudadanos plenos. Una forma, sí, de elegir a las autoridades, pero además una forma de organización que garantice los derechos de todos: los derechos civiles (garantía contra la opresión), los derechos políticos (ser parte de las decisiones públicas o colectivas) y los derechos sociales (acceso al bienestar)” (pnud, 2004, p. 18). La democracia, así planteada, se encontraría mucho más allá de ser un asunto meramente procedimental y debería reconocerse más bien como una forma de desarrollo humano que incide sobre la calidad de vida. De esta forma, para acercar realmente a las sociedades latinoamericanas a la democracia y la justicia social, es necesario reconocer que la economía y la política no son dos entes separados, sino que actúan de manera interdependiente. Las necesidades económicas son parte importante del logro de libertades políticas, y una democratización verdadera implica la posibilidad de que el pueblo participe de las decisiones públicas y de su propio futuro. Como señala Amartya Sen: “el ejercicio de los derechos políticos básicos aumentan las probabilidades no sólo de que los poderes públicos respondan a las necesidades económicas, sino también de que la propia conceptualización —incluso la comprensión— de las necesidades económicas

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—su contenido y su fuerza— es preciso el debate y el intercambio de ideas” (2000, p. 191). Además de que el propio modelo procedimental asume la participación política como una actividad limitada, la ciudadanía se ha visto dañada por los graves problemas presentes en la mayoría de las nacientes democracias latinoamericanas. Hablamos principalmente de las condiciones económicas y de desigualdad que las reformas se plantearon subsanar y que terminaron finalmente por agudizar, volviendo un sueño imposible el alcanzar una democracia verdaderamente incluyente, una democracia más allá de su mero carácter procedimental.10 Estos son problemas cuyo germen se encuentran en los propios orígenes de las llamadas reformas estructurales las cuales, bajo el argumento de salvaguardar la política de la dañina influencia de las masas, no cumplieron con ser materia de escrutinio o debate público. Más bien se presentaron como implantaciones impulsadas por fuerzas externas, como organismos internacionales o gobiernos extranjeros, así como por grupos de élite nacionales que apostaron su capital político a las reformas. Grupos encabezados por hombres formados en universidades norteamericanas, después ocuparon posiciones administrativas clave en sus respectivos países. En palabras de Adam Przeworski: Las reformas económicas orientadas hacia el mercado suponen la aplicación de un proyecto económico de carácter técnico desarrollado entre las paredes de algunas universidades norteamericanas e impuesto en muchos casos a los 10 En palabras del propio Samuel Huntington: “La pobreza es uno de los principales obstáculos, probablemente el principal, del desarrollo democrático. El futuro de la democracia depende del futuro del desarrollo económico. Los obstáculos del desarrollo económico son obstáculos de la expansión de la democracia” (1994, p. 277).

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gobiernos por los organismos crediticios internacionales. Estos proyectos están basados en un modelo de eficiencia económica sumamente técnica. Implican elecciones que no resultan fáciles explicar a la opinión pública general y decisiones no siempre comprensibles para la opinión popular. Además, exigen adoptar algunas medidas que resultan más eficaces cuando se introducen (sic) por sorpresa” (1995, p. 317).

Así, el neoliberalismo y su paquete de reformas estructurales han tenido desde sus inicios un gran pendiente en cuanto a su legitimidad y vocación democrática en América Latina, provocando la pérdida de su legitimidad y hegemonía. El éxito de la estrategia de la “píldora amarga” depende su brutalidad inicial, de que se apliquen con la máxima celeridad posible las medidas más radicales, ignorando todos los intereses particulares y todas las reivindicaciones inmediatas. Cualquier gobierno firmemente decidido debe seguir adelante sin escuchar el clamor de las voces que exigen una moderación o desaceleración del programa de reforma […] los conflictos políticos aparecen como una mera pérdida de tiempo (Przeworski, 1995, p. 317).

Considerando tanto la implantación del modelo económico-político como la pauperización de amplias franjas de la población, este modelo estructural ha terminado por convertirse en una paradoja con fuertes problemas para sostener su legitimidad. Es precisamente en este contexto donde el “populismo” ha renacido para muchos pensadores políticos y académicos, renacido como un fantasma que amenaza con acabar con los raquíticos logros de la modernización política y económica neoliberal en América Latina.

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2.6 El regreso del fantasma populista En una obra clásica sobre el tema, Ghita Ionescu y Ernest Gellner (1969) presentaron al populismo como un fantasma que se cernía sobre el mundo, como una ideología que se encontraba fuertemente emparentada con las ideas políticas propias del comunismo y que poco a poco conquistaba espacios en diversas partes del mundo, sobretodo en América Latina. Este fantasma populista, que gozó de sus mejores épocas en los años sesenta y setenta, parece haber salido del baúl donde fue relegado por el triunfo del pensamiento tecnocrático en Occidente. Para el ala triunfante, el populismo parecía haber desaparecido como forma casi salvaje de actividad política, con sus liderazgos y amplias movilizaciones sociales que aparentaban haberse diluido ante el peso de las reformas tecnocráticas que soñaron con nunca más volver a ver un reclamo ante su naciente imperio. Sin embargo, el populismo es nuevamente moneda corriente en el mundo de las ideas políticas y sociales, el fantasma ha vuelto a recorrer el cosmos en busca de sus pasadas glorias. En su nuevo camino, el rostro del populismo ha sido dibujado mediante una larga serie de acusaciones y desprestigios acordes al predominio del mercado y la democracia procedimental. Hoy en día, populismo para muchos es sinónimo de corrupción política corporativa, de irracionalidad en el manejo de la política económica, de incivilidad al no seguir los caminos políticos procedimentales, de demagogia al prometer soluciones a problemas que en esencia son parte de la estructura política y social de los Estados neoliberales. Así, la categoría de populismo se ha convertido en el gran otro de la política y el Estado neoliberal, en la negación y el cuestionante constante ante el predominio del mercado

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y la política corporativa. Se ha convertido en el villano y la amenaza que promete acabar con los endebles cimientos del orden actual. Tal como en los orígenes del populismo clásico, esta nueva aparición del fantasma obedece a la crisis del modelo político y económico neoliberal, un momento en el que los espacios de bienestar y justicia se han reducido drásticamente generando brotes de movilización popular en busca de cambios en las estructuras de Estado. En este sentido, es totalmente errónea la conceptualización del populismo político como antidemocrático. Más bien, el populismo es un espacio, por naturaleza, de democracia en tanto se encuentra articulado fuertemente con la llamada “interpelación popular-democrática”, es decir, una lucha por la ampliación del espacio de participación popular en la política oficial (Laclau, 1977, p. 144). La razón de que para muchos el populismo como movimiento político-popular se muestre como algo preocupante es que de él nunca todo está dicho; se reconstruye de acuerdo con el espacio particular donde se desenvuelve. Es decir, no hay propiamente una tradición de lo que es o tiende a ser el populismo. Éste aparece como una respuesta ante los límites que experimenta en su propio medio. Es precisamente esta situación la que lo hace aparecer como un hoyo negro de la teoría, pues no existe un referente concreto desde donde se le pueda clasificar o entender. En él, todo es improvisación y construcción política desde la interpelación. Ante esta situación, Aibar Gaete propone una categorización históricamente estructurada sobre las impugnaciones hechas al populismo:

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El populismo como obstáculo para la modernización (impugnación que puede denominarse “ilustrada modernizante”). El populismo como obstáculo para el desarrollo (impugnación “tecnocrática desarrollista”). El populismo como generador de desorden social y político (impugnación “autoritario organicista”). El populismo como obstáculo para la implementación del libre mercado (impugnación “liberal económica”). El populismo como amenaza para la democracia (impugnación “liberal procedimental o institucionalista”) (2007, p. 25).

Respecto a la primera crítica como obstáculo para la modernización, la encontramos en la tradición de pensamiento encabezada en los años sesenta y setenta tanto por Germani como por Di Tella. Atribuyeron al populismo latinoamericano buena parte de la responsabilidad sobre la imposibilidad de acercar a los países de la zona a la modernidad política inspirada en los modelos europeos de participación y organización política. Posteriormente, las impugnaciones tecnocráticas surgidas durante los años ochenta calificaron a las propuestas populistas como insostenibles al recurrir constantemente al endeudamiento público y la corrupción para mantener su legitimidad política. Esta crítica creó un perfil del populismo como corrupto e irresponsable. Respecto a las siguientes tres críticas al populismo: como proclive al desorden social y político, como retrograda al criticar o ir en contra del libre mercado o como una amenaza para la democracia procedimental, son precisamente los argumentos que han dominado las referencias a los movimientos

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político-populares. Podemos decir que estos señalamientos han sido, ya durante un largo tiempo, los ejes del gran desprestigio social del cual es víctima cualquier movimiento que se califique como populista. La manipulación y propagación sin reservas de dichas críticas han terminado por demeritar y crear un halo de confusión sobre el significado del propio término. En estas condiciones parece necesario repensar al populismo según las coordenadas actuales del pensamiento más conservador, a fin de entender hasta qué punto pueden ser verídicas o mal intencionadas. Podemos comenzar diciendo que los procesos políticos en muchos países latinoamericanos, han sido de naturaleza cerrada y oscura. Han expuesto a la llamada política democrática como un conjunto de recetas y formas expresadas en instituciones oficiales que pretenden absorber toda la actividad política y social. Esta situación ha llevado a un auge de democracias de forma en detrimento del fondo, aspectos que son criticados y abordados por los movimientos político-populares, calificados como populistas. Movimientos pugnan por lograr mayor injerencia en la política y democratizar aquello que ya se ha cerrado (Mény, 2005, p. 63). Síntoma de este fenómeno son las opiniones del filósofo Ralf Dahrendorf, quien describe al populismo como un virus que “golpea a las democracias” y que daña por igual a las democracias consolidadas como a las que estarían en proceso de consolidación. Un ejercicio peligroso en donde se discuten las cuestiones importantes con la gente y donde el pueblo es instigado demagógicamente (Dahrendorf, 2005, p. 38). Ante esta perspectiva, el líder populista sería incapaz de gobernar dado que, una vez instalado en el poder, toda la ventaja lograda mediante el discurso se perdería ante el complejo contexto político existente; esto lo mostraría claramente como mentiroso.

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De igual forma, el populismo sería únicamente un movimiento de protesta incapaz de abocarse a la acción, dado que sus programas complejos de reforma casi nunca son realizables: “el populismo es simple, la democracia es compleja” (2005, p. 39). Otra crítica actual los señala como una formación política exótica que cumple únicamente con “satisfacer los deseos iconoclastas de la multitud”, tomando prestados puntos del populismo clásico como la defensa de los pobres o el orgullo nacional (Hermet, 2001, p. 21). Así, los populismos contemporáneos tendrían características de movimientos atrapalotodo que se aprovechan de las frustraciones de obreros, empleados o campesinos, grupos que comparten la “obsesión de ver desaparecer su universo material y cultural bajo el efecto de la mundialización y de un hundimiento concomitante de las soberanías nacionales” (Hermet, 2001, p. 29). En síntesis, un movimiento político, en esencia, acomodaticio a los problemas de las democracias establecidas, y por tanto, demagógico. Otra crítica denomina a los pretendidos populistas como abiertamente irresponsables, en tanto sus propuestas políticas son lejanas a la realidad. Realidad que ha sido previamente determinada por el dominio de las políticas neoliberales, las cuales se adherirían fuertemente a una economía política de lo posible: “una economía y una política más preocupadas por la ética de las consecuencia que por la ética de las convicciones”, un medio en el cual las políticas económicas deben ser más pragmáticas y “más atentas a la eficacia que a la integridad ideológica” (Santiso, 2001, p. 224). De esta forma, para los críticos del populismo, las ideas de reforma política y social que se dirijan en una dirección contraria a los cánones del neoliberalismo serían

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abiertamente irresponsables y fuertemente ideológicas: políticas irresponsables y demagógicas. De igual manera, otra crítica extensa versa sobre identificar al populismo como un “riesgo para la democracia”, en tanto relativiza o abiertamente desprecia a las instituciones y los procedimientos democráticos en boga. Para la movilización popular la democracia se presenta como algo que va más allá de las formas meramente procedimentales, situación que interpela directamente a la idea de que la política se sintetiza y realiza en una serie de procedimientos. En consecuencia, las prácticas asociadas a la democracia directa como las consultas o los referéndums atentarían contra el espíritu democrático representativo, supuesto puerto de llegada final y realización máxima de la democracia liberal. En contraste con la dupla mágica de mercado y democracia procedimental, una propuesta política que busque reformar las estructuras económicas neoliberales y de libre mercado internacional se transforma en irresponsable y poco racional. Las propuestas de redistribución ampliada de la renta y de rehabilitación de las industrias nacionales hablarían de mentes retrógradas y de corruptelas en puerta, propias de un pasado ya rebasado y por sí mismas insostenibles (argumento con claras omisiones a la revisión de las razones fuera de la esfera nacional por la cuales sucedió su colapso). Visto desde nuestra perspectiva, en las experiencias recientes, los movimientos sociales y los gobiernos nacionales que se han derivado de ellos llamados peyorativamente como populistas, poseen en el centro un conjunto de reivindicaciones sociales, producto del gran crecimiento de la desigualdad y la exclusión social. El mote de populistas en este sentido parecería obedecer más a una forma de descalificación a quienes elevan reclamos a sus Estados. Una situación

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que demuestra contradicción en aquellos críticos autoproclamados demócratas que reniegan de la legitimidad de las demandas de ciudadanización efectiva y participación política soberana y popular. Al respecto Aibar comenta: cabe preguntarse de qué reniegan o de qué renegaron quienes han producido las exclusiones: reniegan del sistema de leyes que ellos mismos instauraron. Reniegan, por ejemplo, de la proclamada igualdad ante esas mismas leyes, del alcance universal de éstas, pero también de los imaginarios o utopías que esas leyes pretenden instaurar. En casi todas las constituciones de casi todos los países de Latinoamérica, podemos encontrar proclamaciones de derechos sociales, civiles y políticos que, sistemáticamente, son negados en la práctica por las mismas élites que tuvieron a su cargo la redacción de las mencionadas constituciones (2007, p. 37).

Planteado de esta manera es posible observar cómo la idea de democracia se ha convertido en un discurso que cumple con relegar a aquellas formas consideradas como impropias, como expresiones que se encuentran fuera del mundo de la razón y la justicia (De la Torre, 2007, p. 69). Un discurso maniqueo empleado para excluir y señalar a un otro irracional, una otredad que marca la diferencia entre los verdaderos y los falsos demócratas (Arditi, 2004). Esta situación se ve reforzada por la idea de que los populismos en sí mismos son ejemplos de liderazgos demagógicos, donde éste pesa más que cualquier esfuerzo de estructuración y propuesta política legítima, amenazando con romper los diques que el modelo procedimental de la democracia representativa garantizaría. De igual manera, se asume que la presencia de los liderazgos demagógicos implicaría la formación de una densa red corporativa sobre la organización en movimiento, desti-

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nada a trasladarse a cualquier espacio que pudiera ocupar. Sin embargo, el riesgo de organización corporativa es siempre un supuesto, pues ésta no es una tendencia que se haya presentado en los movimientos sociales y gobiernos progresistas que actualmente ocupan la escena latinoamericana. Más bien, la organización social parece ser uno de los graves problemas que pesa sobre las democracias representativas de inspiración neoliberal, dado que la imperante situación de injusticia y desigualdades sociales, es precisamente la causa del derrumbe del orden económico, político y social imperante. En éste, la corporativización no se ha presentado entre la sociedad civil y las estructuras de Estado, sino entre las empresas económicas transnacionales y los pocos beneficiados por esta estructura y el poder político, el cual ha terminado por volverse un brazo de los intereses del capitalismo transnacional (Klein, 2007). Desconociendo esta situación, aquellos que se declaran abiertamente en contra de los movimientos políticos de convocatoria masiva y popular, se inclinan por mantener la colusión existente entre empresarios y políticos profesionales, a favor de mantener el relativo espacio de libertad de acción donde se benefician las empresas capitalistas en los Estados nacionales con débil regulación jurídica. Ante esta situación, el llamado populismo emerge como un riesgo importante para aquellos que resultan beneficiados de la estructura de poder actual. Ven renacer a un monstruo que parecía haber muerto hace algún tiempo. El predominio de la estructura y organización del poder político basado en el procedimentalismo ha dado ya suficientes muestras de su erosión y falta de legitimidad. Este aspecto es precisamente el que las Naciones Unidas, a través del Programa para el Desarrollo, han calificado como el mayor problema de la de-

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mocracia y la organización política en la zona: la falta de una democratización verdadera al privar las condiciones económicas y sociales fundamentales para su desarrollo. En este contexto es precisamente desde donde se debe pensar qué significa el renacer del monstruo populista, en el medio de la campaña de satanización y estigmatización de la construcción de alternativas y luchas políticas-populares en Latinoamérica. Finalmente, el eje central en esta discusión está marcado en buena medida por la hegemonía de la democracia liberal procedimental, en tanto es actualmente la forma dominante sobre la vida política oficial en todos los países de Latinoamérica. Paradoja peculiar ya que precisamente a través de la vía democrática procedimental los, ahora denostados, gobiernos populistas se han hecho del poder de Estado. Los ejemplos sobran: Luiz Inácio da Silva en Brasil, Néstor Kirschner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, Tabaré Vázquez y José Mujica en Uruguay; todos gobiernos con un pie en la organización de movimientos populares que rebasan en muchos casos los límites partidarios. La paradoja, en este sentido, es que los propios movimientos han excedido los límites que la democracia procedimental les ha marcado, y en los casos en que han podido aprovechar esta vía para tomar el poder de Estado de manera legítima, han asumido el proyecto de transformarla. De esta forma, las críticas que se les han dirigido desde la perspectiva de la democracia procedimental no han hecho más que demostrar las limitantes del propio modelo procedimental. El populismo se ha vuelto el espejo donde el modelo procedimental se ve reflejado y se niega a mirar, convirtiéndose en la contraparte necesaria de los pendientes que su acción, como modelo de organización política y social, han provocado. Los

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movimientos político-populares han terminado por tomar los daños causados por el neoliberalismo y encauzarlos a un vertedero común, lo cual los vuelve tanto una bandera de movilización como el fundamento de un proyecto político y social que respalda su aspiración a transformar el poder de Estado y sus estructuras predominantes. Tales movimientos no han desconocido las potencialidades del reconocimiento de derechos políticos, pero sobrepasan los límites de la democracia procedimental al avocarse al empoderamiento social, no sólo para poder elegir a sus gobernantes, sino en pos de asumir la construcción de una democracia social. Esto implica participar en las decisiones que afectan las condiciones fundamentales de la vida de las mayorías.

2.7 Conclusiones En el contexto contemporáneo, el populismo como concepto se ha vaciado del contenido analítico sociológico y político, pensado para ofrecer una explicación ante el fenómeno de mediados del siglo xx. El derrumbe de los Estados populistas con su propuesta nacionalista y desarrollista, terminó por asociar al populismo con la irracionalidad, el despilfarro, la irresponsabilidad y la corrupción. Sin embargo, la propuesta de Estado de los populismos generó aportes innegables para algunas sociedades latinoamericanas. A diferencia del populismo, los resultados del neoliberalismo han sido empobrecimiento y exclusión social. Es en este contexto donde los nuevos movimientos políticos y sociales latinoamericanos han emergido en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil y Uruguay. Movimientos sobre los cuales se ha dirigido una larga serie de ataques, con

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la intención de señalar en ellos todos los defectos y errores posibles, entre estos, el calificativo de ser fenómenos populistas. De esta forma se presenta ante nosotros que el populismo en la actualidad, más que arrojar certezas, sirve como herramienta de ataque y descalificación política. Una perspectiva muy difundida, pero con un enfoque muy pobre acerca de los aportes que los populismos clásicos hicieron. De esta manera, el populismo histórico se aleja de ser lo que los imaginarios conservadores le adjudican. Si bien es imposible decir que éste fue perfecto, tampoco se puede decir que sea un sinónimo de corrupción, manipulación e irracionalidad. Un elemento clave en esta discusión es que el populismo no puede reducirse a un fenómeno exclusivo de liderazgos y demagogia, si bien la presencia de los liderazgos carismáticos ha sido uno de los aspectos centrales del populismo, esta relación no alcanza para explicar estos fenómenos. Por el contrario, la relación entre líderes y masas populares siempre estuvo mediada por un proyecto de Estado que posibilitaba la inclusión política, económica y social para las mayorías sociales latinoamericanas. Las perspectivas clásicas y contemporáneas que asumen la adhesión de las masas populares a un liderazgo sólo por el carisma, terminan por asumir que es la ignorancia (o la inocencia, en el mejor de los casos) lo que explica la adhesión a este tipo de movimientos, regímenes y gobiernos. Nosotros sostenemos que son las posibilidades concretas de inclusión material lo que puede explicar su potencia. Por otro lado, consideramos que en la actualidad los ataques antipopulistas ponen de manifiesto los pendientes de las democracias procedimentales y el neoliberalismo económico. El motivo de esta situación es que muchos de los proyectos políticos provenientes de la izquierda, en algunos países la-

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tinoamericanos, han atentado contra las supuestas formas correctas y racionales en boga. Esto al volver a postular la necesidad de Estados y entramados institucionales fuertes que impidan el libre desfogue de los intereses económicos y que han hecho presa de las grandes capas sociales desprotegidas en toda la zona. El populismo, más que en ningún otro momento, se ha vuelto una parte muy importante de la vida política institucional al convertirse en la pregunta abierta y la negación constante de las democracias liberales y el libre mercado neoliberal.

3.

El caso del lopezobradorismo en México

3.1 El cambio político en América Latina y la quimera populista El cambio político en América Latina protagonizado por fuertes movimientos sociopolíticos ha querido ser visto por algunos como el surgimiento de una quimera, como el levantamiento de una amenaza que tiene poco de realidad y mucho de fantasía. El renacimiento de un monstruo mitológico que busca arrasar con el orden y la estabilidad reinantes para dejar una estela de autoritarismo e injusticia. Una quimera que ha sido construida desde el prejuicio y la intolerancia a nuevas alternativas políticas, factores que le han heredado el mote de populista a esta supuesta gran bestia. El detonante en el auge de este discurso “antipopulista” ha sido la victoria electoral de los actores políticos de izquierda y sus movimientos de apoyo en varios países de América Latina, permitiéndoles su llegada al gobierno y el impulso a reformas, en algunos casos de fondo, en la organización política y social en sus respectivos países. Es este desplazamiento político hacia la izquierda en Latinoamérica lo que ha sido proclamado como la gran amenaza para la estabilidad de las democracias y el buen gobierno de América Latina. Dado este contexto, la presencia del populismo en el debate público se ha vuelto un asunto nodal en la forma y el 95

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contenido de la política latinoamericana, haciendo necesario desarrollar nuevos análisis que puedan aclarar la asociación del término a los actuales gobiernos de izquierda latinoamericanos y el porqué del sentido negativo del cual se encuentra impregnado actualmente. Discursos presentes en el trabajo de periodistas y académicos que se empeñan en señalar los riesgos que supuestamente guardan los procesos de cambio político en los países latinoamericanos. Proyectos políticos que, al separarse de los estrechos límites de la ortodoxia política procedimental y del canon económico neoliberal, son señalados y conducidos a la pira pública bajo el cargo de populistas. Como ejemplos de este tipo de pensadores, reaccionarios ante el cambio político, podemos citar a Mendoza, Montaner y Vargas Llosa, quienes intentan generalizar sobre los populistas: Todos ellos tienen como base de sus impugnaciones una ideología que considera la libertad económica como antagónica a la inversión social en beneficio de los pobres. Así, a tiempo que condenan el mercado como un ente sin corazón, se han quedado con la utopía en acero inoxidable del ruinoso Estado Benefactor. No han descubierto, en última instancia, que el liberalismo o neoliberalismo, como lo llaman, no obedece a ideología alguna (no cree en ellas) sino a una lectura de la realidad cuyas más elementales comprobaciones son las siguientes: la riqueza se crea y su creación depende más de la empresa privada que del Estado (2007, p. 37).

Como una combinación entre “el autoritarismo y el desprecio por las reglas de juego del Estado de Derecho con la creación de grandes clientelas dependientes de dádivas gubernamentales […] la guerra de clases contra las empresas privadas y el capital extranjero, la inflación de la moneda y cañonazos verbales contra Estados Unidos” (2007, p. 38).

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Para estos autores, las aberraciones populistas se han presentado en los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Néstor Kirschner en Argentina, Rafael Correa en Ecuador, y en la propuesta política de López Obrador en México. En la misma tónica, el autor Enrique Krauze (2005) definió al populismo como la exaltación de un líder carismático que emplea el rol de un líder providencial, quien “resolverá, de una vez y para siempre, los problemas del pueblo”. Una estrategia política que emplea a la demagogia como “vehículo específico de su carisma” para construir la verdad popular y hacer de ella su vínculo pri xncipal con el pueblo. Un vínculo que posee la facultad especial para construir “realidad” dentro de la arenga masiva y es aceptado como verdad. Estos aspectos revelan un rechazo natural al demagogo-populista, a su discurso y sus deseos perversos de secesión entre el pueblo y el no-pueblo. Así también, en el plano económico, este líder se caracteriza por utilizar “de modo discrecional los fondos públicos” y no poseer “paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas”. Se apropia del erario público para enriquecerse e impulsar únicamente aquellos proyectos que “considere importantes o gloriosos, sin tomar en cuenta los costos”. Una forma directa de repartir la riqueza que únicamente se preocupa por cobrar políticamente el favor económico otorgado. Un agente en extremo peligroso, al alentar mediante el reparto económico el “odio de clases”. Este odio es evocado, según esta perspectiva, por la demagogia populista, más nunca por la existencia de inequidades sociales y económicas. Un peligro siempre en ciernes ya que entre la demagogia, los deseos malévolos del líder y la torpeza de los pueblos arengados, la movilización popular siempre acecha, como la

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marea que amenaza con arrancar el statu quo prevaleciente: “mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal” (Krauze, 2005). Dentro de la línea de pensamiento de Krauze, Álvaro Vargas Llosa también se ha manifestado como un férreo crítico de los supuestos líderes populistas y los riesgos que sus proyectos encierran contra la libertad. Como premisa fundamental, este autor considera que “el verdadero progreso es inseparable de una alianza irrompible de dos libertades, la política y la económica, en otras palabras democracia y mercado”. De manera que la situación actual en América Latina sería muy delicada, en tanto existiría el riesgo de un grave retroceso en la democracia al volverse a presentar el populismo más asincrónico: el del estatismo y del comunismo. Una forma de “idiotez ideológica” (sic) que parecería inagotable, “sorda e impenetrable a su propia tiniebla”, incapaz de entender los beneficios de la verdadera libertad (Mendoza, Montaner y Vargas Llosa, 2007, pp. 9-13). Para una autora como Soledad Loaeza el supuesto populismo de los actuales gobiernos latinoamericanos sería producto de “la falta de una definición clara del papel de los presidentes en los regímenes post-autoritarios de América Latina”, provocando el “retorno del presidencialismo plebiscitario, intensamente personalizado, que se opone al presidencialismo constitucional, que se inscribe dentro del arreglo de las democracias liberales”. Un fenómeno marcado por “el surgimiento de un líder que explota el descontento popular para atizar la desconfianza en instituciones intermedias de participación y de representación de la democracia liberal, y proponer, en cambio, fórmulas de democracia directa”. Un tipo de política que sólo tendería a “encaminarse por la vía del cesarismo autoritario” (Loaeza, 2007, p. 232).

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99

Las perspectivas de estos autores permiten observar que para el pensamiento conservador, ante el cambio político en Latinoamérica, el calificativo de populista se gana principalmente cuando se cuestionan las reglas del libre mercado y la democracia procedimental. También cuando se postula un proyecto político que propulsa la democracia participativa o la redistribución del ingreso. Esta es una situación que ha abierto el paso a una disyuntiva en la cual se encuentran insertos un buen número de analistas políticos, no sólo latinoamericanos sino también de otros puntos del mundo: la disyuntiva entre dos izquierdas “una es moderna, abierta, reformista e internacionalista y procede, paradójicamente, de la izquierda radicalizada del pasado; la otra, nacida de la gran tradición del populismo latinoamericano, es nacionalista, estridente y sectaria”. Como también ha acusado Teodoro Petkoff: en América Latina la izquierda se debate entre dos polos, entre “la izquierda arcaica, asocial, todavía por la gracia de Fidel, fiel a lo que fue el comunista mundial, y el desvaído reflejo de luz, ya apagada, de la estrella soviética”, y la otra izquierda representada por partidos modernos que “han dejado atrás los infantilismos de izquierda y (han decidido) internalizar los valores democráticos como componentes sine qua non de los proyectos de cambio social” (2005, p. 6) Estas distinciones con toda su carga ideológica tienen abiertamente la intención de deslegitimar a un grupo de gobernantes latinoamericanos que jugarían de agitadores o perturbadores al buscar romper con el ordenamiento heredado del llamado Consenso de Washington: los populistas y sus anteojeras anticuadas de Estado de bienestar, enemigos de la libertad y la justicia. Una distinción maniquea desde donde se condena todo intento de transformación más allá de lo aceptado como la política de lo posible, adosado con toques

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de totalitarismo y en donde se privilegia la tecnocracia por encima de la política (Do Alto, 2008). Aunado a esto, en la política internacional los populistas han sido señalados por políticos y mandos militares, sobre todo estadounidenses pero también europeos, como una seria amenaza contra la libertad y la democracia. Un “populismo radical” que amenaza con “socavar el proceso democrático al reducir, en lugar de incrementar, los derechos individuales”. Una amenaza encarnada por “algunos líderes de la región que explotan frustraciones profundas por el fracaso de las reformas democráticas en entregar los bienes y servicios esperados” y “están logrando reforzar sus posiciones radicales al alimentar sentimientos antiestadounidenses en la región al apoyar estos movimientos” (Carson y Brooks, 2004). Desde esta perspectiva, los países que ya habrían caído en manos de estos peligrosos liderazgos populistas son Venezuela, Bolivia, Brasil, Ecuador, Argentina y, en tiempos recientes, Uruguay y Paraguay. Sin embargo, una observación más detenida de los movimientos latinoamericanos permite entender que éstos han tenido una trayectoria y perspectiva política totalmente diferente de lo que se les imputa. Por el contrario de lo que se asevera, estos movimientos no se han mostrado como violentos o destructores, ya que en todos los casos se han logrado hacer del poder de Estado aprovechando los cauces institucionales existentes, además de que han procurado las transformaciones estructurales mediante la vía reformista. El auge del discurso antipopulista en su contra y ese supuesto halo de peligrosidad han provenido en buena medida de que, a pesar de aprovechar la organización institucional, éstos no se limitan a obedecerla sino que procuran su transformación. Aunado a que, en contra de la acusación de ser movimientos

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caudillistas y presas de líderes demagógicos, se han construido desde la movilización y la organización popular a través de amplios bloques constituidos por sindicatos, partidos políticos y grupos sociales. Movimientos que han perfilado una forma de hacer política que trasciende los límites de la democracia procedimental al ser, antes que movimientos electorales, movimientos político-sociales. Estos aspectos se han pasado por alto en algunas perspectivas dedicadas a pensar el cambio político latinoamericano en razón del antipopulismo. En estas perspectivas, no merece la pena la reflexión sobre proyectos de Estado alternativos, grandes organizaciones políticas y sociales que se extienden más allá de los liderazgos. No se acepta la posibilidad de entender a estos movimientos como producto de una gran insatisfacción popular ante la baja calidad de la democracia representativa y de la nula mejora económica para grandes capas sociales que viven bajo el dominio del neoliberalismo. Haciendo caso omiso a los hechos mencionados, muchos pensadores han resumido el escenario actual de cambio político como fenómenos en donde privan los liderazgos populistas, la demagogia y el corporativismo. Una perspectiva en la cual el populismo se intenta definir como una “manera en que el líder se relaciona con los seguidores, el modo en que los moviliza o el tipo de discurso que emplea” (Freidenberg, 2007, p. 10). Este tipo de perspectivas, al hacer de los liderazgos el aspecto central del momento político latinoamericano, se muestran débiles o prejuiciadas, ya que los liderazgos no son el único elemento que ha impulsado este escenario, no son el centro y mucho menos el fondo del fenómeno. Más bien, se debería considerar que la existencia de liderazgos (aceptando que tienen presencia) es un elemento básico de la política en

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general, y no sólo del populismo. Además, los liderazgos políticos que tienden a ser carismáticos forman una parte central incluso de las formas políticas más procedimentales, pues el sentido de unión o aproximación del elector al candidato o partido es muy importante para la realización de campañas políticas. Hoy, estas campañas son comúnmente construidas a través de la televisión y son centradas en las imágenes de los candidatos de acuerdo con los principios de la mercadotecnia. En el caso de los movimientos político-sociales latinoamericanos, los liderazgos se han fundado en el grueso de su cuerpo político de apoyo, en los movimientos que han dado potencia y sentido a su presencia política. Más aún, la idea de entender al populismo como la mera preeminencia del líder contradice la experiencia histórica propiamente populista latinoamericana, ya que, para establecerse, éste siempre necesitó de una fuerte coalición de clases, tanto con los obreros como con las burguesías nacionales, para llevar adelante su proyecto político. Por otro lado, la ligazón entre populismo y demagogia es todo menos una relación clara, ya que el juicio sobre lo conveniente de una propuesta política o social se encuentra sujeto a los marcos hegemónicos prevalecientes de pensamiento, tanto en la política como dentro de la academia. Así, las hoy llamadas propuestas populistas, al cuestionar los paradigmas dominantes de la democracia procedimental y el libre mercado, son descalificadas, aún antes de analizar su viabilidad o inviabilidad. De esta forma, podemos decir que la batalla contra los supuestos populistas está lejos de desaparecer en un corto plazo, y más bien, parece que los discursos incriminatorios ante el auge del cambio político en la zona continuarán por un tiempo considerable. Situación ocasionada por la crisis del neoliberalismo en la zona: niveles tan bajos de desarrollo económico y

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social, y un sentir generalizado de necesidad de cambio en la dirección que ha tomado la política y la economía. Planteado de esta forma, es posible decir que la razón del miedo y la impugnación contra estos movimientos se debe a los proyectos y propuestas económicas y sociales que han enarbolado. Ejemplo de esta situación son los actuales gobiernos de izquierda en Latinoamérica, quienes se han opuesto a la implementación del alca (Área de Libre Comercio de las Américas) y optado por el establecimiento de pactos de cooperación alternativos, como la Alternativa Bolivariana para las Américas (alba), o la integración de mercados nacionales mediante tratados internacionales como el Mercosur o el Unasur. De igual forma, la persecución y acusación de lo populista se han visto desatadas por las políticas de nacionalización de industrias relativas a recursos energéticos, como en los casos de Venezuela y Bolivia. Hay similitud con las políticas económicas desarrollistas de principios y mediados del siglo veinte, orientadas en su momento a impulsar la industria nacional y el crecimiento de los mercados internos. El rescate de las industrias nacionales y el control estatal sobre áreas clave de las economías nacionales son aspectos de las propuestas de política económica en oposición a los dictados básicos del neoliberalismo. Éste último se manifiesta en contra de la intervención del Estado en la economía, a través de la regulación de los capitales financieros, el apoyo y la creación de empresas estatales, y sobretodo, la subvención de servicios sociales para la población nacional. Este es un aspecto que ha unido a los movimientos y sus gobiernos: la necesidad de cambio en la forma de manejar la economía durante los últimos años, un tipo de política que detrás de un discurso de “libertad en lo económico” y de fe en la sabiduría intrínseca de los mercados, ha terminado por destruir

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las estructuras productivas nacionales y dejar el dominio de las economías nacionales a las empresas e intereses transnacionales. Así, los gobiernos de izquierda latinoamericanos, al postular la necesidad de intervención del Estado como un agente regulador de la economía, han sido calificados como irracionales, demagógicos e irresponsables; como adversarios de la verdadera libertad: la libertad del mercado. Incluso para juzgar la pertinencia de llamar “populistas” a las políticas que proponen la intervención del Estado como agente regulador de la economía, es necesario considerar el cambio en el tipo de política que las naciones europeas han adoptado, incluido el propio Estados Unidos, para lidiar con la crisis económica internacional desatada en 2008. De aceptar la visión reaccionaria, tendríamos que el populismo económico está en auge en buena parte del mundo, y no sólo en los gobiernos de izquierda en América Latina. La postulación del Estado como un agente indispensable para reducir la pobreza y procurar mejores niveles de bienestar en sus poblaciones nacionales le ha ganado a los gobiernos de izquierda latinoamericanos el calificativo de populistas, de irresponsables en el gasto público. En contra de esta acusación se debe señalar que entre los años 2003 y 2006, Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Venezuela y Bolivia (todos países en los que gobiernan partidos de izquierda o de centro izquierda) se mantuvieron con un control importante de las finanzas. En promedio estos países registraron un déficit fiscal de apenas 0.9% del pib, mientras que países con una tendencia política centro derecha o de directo apego a las reglas del neoliberalismo, como Colombia, Ecuador, México y Perú, mostraron un déficit promedio anual de 2.5% (Delgado, 2007). De igual forma, los gobiernos de izquierda se han preocupado por mantener a la inflación controlada en sus paí-

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ses, pero sin dejar de cumplir con las promesas de mejora en las demandas salariales de los grupos más desprotegidos, además de reformar los sistemas de pensiones y programas de transferencias de fondos, provocando una expansión de la demanda agregada (Ver tablas I y II).11 Tabla I. Tasa de crecimiento anual del pib por país (1998-2007) 1998

1999

2000

2001

3.9

-3.4

-0.8

-4.4

-10.9

8.8

5

0.4

2.5

1.7

2.5

2.9

Ecuador

2.1

-6.3

2.8

5.3

4.2

3.6

7.9

Uruguay

4.5

-2.8

-1.4

-3.4

-11

2.2

11.8

6.6

7

7

2

Venezuela

0.3

-6

3.7

3.4

-8.9

-7.8

18.3

10.3

10.3

8.4

3.2

Argentina Bolivia

2002

2003

2004

2005

2006

2007

Promedio

9

9.2

8.5

8.66

2.8

3.9

4.1

4.5

4.2

3.1

4.7

4.2

1.9

3

Tabla II. Tasa de Inflación anual por país (1998-2007)

Argentina

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

2006

2007

Promedio

0.9

1.2

0.9

1.1

25.9

13.4

4.4

9.6

10.9

8.8

7.7

Bolivia

7.7

2.2

4.6

1.6

0.9

3.3

4.4

5.4

4.3

8.7

4.3

Brasil

3.2

4.9

7.1

6.8

8.4

14.8

6.6

6.9

4.2

3.6

6.6 25.2

Ecuador

36.1

52.2

96.1

37.7

12.6

7.9

2.7

2.1

3.3

2.2

México

15.9

16.6

9.5

6.4

5

4.5

4.7

4

3.6

3.8

7.4

Paraguay

11.6

6.8

9

7.3

10.5

14.2

4.3

6.8

9.6

8.1

8.8

Uruguay

10.8

5.7

4.8

4.4

14

19.4

9.2

4.7

6.4

8.1

8.7

Venezuela

35.8

23.6

16.2

12.5

22.4

31.1

21.7

15.9

13.6

18.7

21.5

Cuadros de elaboración propia con datos extraídos del Banco Interamericano de Desarrollo.

11 Cabe hacer la reserva respecto a Venezuela y Ecuador como casos que presentan las mayores tasas de inflación entre 1998 y 2007. Sin embargo, de 1997 a la fecha, este índice se ha reducido de manera importante, en compañía de un crecimiento en la tasa de pib.

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Estos datos desmienten el presupuesto de que los gobiernos de izquierda son irresponsables en el uso de los recursos públicos si contradicen la viabilidad de las políticas neoliberales. Esta tendencia en el debate sobre la existencia de populistas en Latinoamérica se ha proyectado también en México, especialmente durante el preludio y posterior desarrollo de la competencia electoral por la presidencia de la república en el año 2008. Este es un problema que analizaremos a continuación.

3.2 Crisis hegemónica en México y las reformas estructurales La formación del sistema político mexicano, como producto de la revolución de principios de siglo, se fundamentó en una ideología de tipo nacionalista con tintes keynesianos: el llamado nacionalismo revolucionario (Figueroa, 2008). Este constructo ideológico sirvió para legitimar la edificación y el posterior dominio por el órgano político de masas, creado por Obregón y Calles en 1929, el pnr (posteriormente pri). Un órgano conformado por los líderes revolucionarios y latifundistas de todo el país, el cual permitió la organización de las masas nacionales a través del partido y, desde 1929 hasta 1994, funcionó como partido dominante en el sistema político. En éste, el presidencialismo y la disciplina de cuadros marcó la forma de asignar cargos públicos en la política nacional (Garrido, 1986). En el plano económico, este régimen se sustentó en un tipo de política heredada de los principios de reforma agraria de la revolución: una política económica basada en el modelo de sustitución de importaciones, un fuerte sistema de seguridad social y donde “el crecimiento material (7% anual, en promedio, del pib) era la fuente principal e insustituible de

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una legitimidad pragmática” (Meyer, 2003, p. 23). Desde su formación y hasta los años ochenta, este sistema se mantuvo sin mayores distorsiones, sin embargo, durante el gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988), se efectuó un viraje importante en la forma de llevar la política en el país. En 1986 México entró finalmente al gatt y empezó a desmantelar rápidamente las barreras proteccionistas y a alentar lo que llamó la “reconversión industrial” que, se suponía, tenía como meta hacer de México un país realmente exportador mediante el aliento a la inversión extranjera y el aprovechamiento de su mano de obra barata y de su vecindad con Estados Unidos (Meyer, 2003, p. 24)

Este viraje estuvo marcado por un progresivo cambio, de un sistema económico, con fuerte intervención estatal y capitalismo nacional, a un modelo económico y político inspirado en la liberalización de la economía. El cambio en la conducción de la economía nacional significó una ruptura con el anterior pacto social que imperó durante tantos años en el país, teniendo como consecuencia principal la desestabilización política del país (Bizberg, 2003). A pesar de que durante los años sesenta y setenta el régimen comenzó a mostrar síntomas de desgaste, fue hasta finales de los ochenta cuando el régimen se vio en serios predicamentos para mantener su hegemonía. La muestra más clara de esta situación fueron las elecciones del año 1988, cuando al interior del Partido Revolucionario Institucional sucedió una fractura entre sus líderes, permitiendo el surgimiento de la Corriente Democrática. Ésta en alianza con la izquierda histórica, constituyeron un frente electoral que contendió con posibilidades de ganar la elección de ese año (Figueroa, 2008).

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Finalmente, a través de un fraude electoral, ya aceptado en la academia y buena parte la opinión pública, el candidato del pri, Carlos Salinas de Gortari, logró colocarse como presidente de la república. Dadas las circunstancias que rodearon la elección y la insatisfacción social por la realidad económica, este sexenio comenzó con un fuerte halo de ilegitimidad. Tal situación se intentó revertir a través de la postulación de un amplio programa de reformas basado en el modelo neoliberal. Este proyecto planteó la necesidad de efectuar “reformas estructurales” que posibilitaran la inserción de México entre los países del primer mundo, al permitir la libre entrada de capitales transnacionales, privatizaciones de las empresas de Estado y recorte del gasto social. Sin embargo, tras un breve período de bonanza económica, entre diciembre de 1994 y enero de 1995, los rumores de una devaluación provocaron la fuga masiva de capitales, generando una importante crisis económica. En este contexto de crisis económica, de ruptura en el pacto político nacional, y de deslegitimación del partido en el poder, en el año 2000 el Partido Acción Nacional (pan) pudo aprovechar las circunstancias para llevar a su candidato a la presidencia. Detrás de un discurso que apelaba al “cambio”, Vicente Fox Quesada resultó elegido como el primer presidente de un partido diferente después de 80 años de predominio absoluto del pri en la presidencia de la república. Sin embargo, el discurso del cambio sólo quedó en una mera alternancia del partido en el poder, ya que el proyecto neoliberal, implantado durante los períodos de Miguel de la Madrid (1982-1988) y Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), más allá de modificarse, se vio fortalecido por el programa económico panista.

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Así, tras más de veinte años de la caída del pacto social fundado en el nacionalismo revolucionario, las condiciones de vida de buena parte de la población nacional se han visto seriamente deterioradas. Esto se refleja en el bajo índice de crecimiento del pib desde 1982 hasta la fecha, ubicado en 2% de crecimiento anual; en que 53% de la población del país vive en la pobreza (Babb citado por Figueroa, 2008, p. 6) con un índice de desempleo abierto para 2007 de 4%. Esta cifra aunada a la existencia, reconocida por el Inegi, de 11.4 millones de personas laborando en la economía informal, suman 27% de la población económicamente activa (PEA) sin empleo formal o bien remunerado, además con un bajo poder adquisitivo. De igual forma, el desempleo ha provocado la migración de al menos 400 000 mexicanos al año hacia Estados Unidos de América, a el flujo de remesas en el país, donde, para el primer trimestre de 2007, ingresaron 5,360 millones de dólares. En lo relativo a la inversión en Ciencia y Tecnología, mientras algunos países asiáticos invierten entre el 2 y 3% de su pib, en México se invierte apenas 0.5%. Asimismo, el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (inea) reportó para 2007 que 60% de la pea tenía inconclusos sus estudios de primaria y secundaria. Podemos considerar estas cifras como producto directo de la implantación del neoliberalismo en México, un conjunto de políticas económicas que tienen efectos importantes sobre las condiciones de vida de gran parte de sus habitantes, debido en buena medida a la renuncia del Estado a su función como agente protector del bienestar de su población. Se puede resumir en la afirmación de que el neoliberalismo es más que un conjunto de políticas económicas: es “también una concepción del mundo que abarca una visión del Estado, de la política,

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de la economía, de la globalización, del consumo, de la ética, y hasta del éxito o fracaso personal” (Figueroa, 2008, p. 3). En lo referente a las formas de gobierno, el neoliberalismo impulsó la implantación de la democracia de tipo procedimental, asumiendo a la democracia como un método político, es decir, una forma de arreglo institucional que sirve para la toma de decisiones en el gobierno. Esta perspectiva considera que el gobierno del pueblo sólo puede existir como definición, pero que es imposible en la práctica, y se debe limitar a fungir como método de legitimación y organización de la competencia entre élites rivales. Esto a través del establecimiento preciso de reglas claras para la lucha entre líderes políticos rivales, organizados en partidos: “renunciar al gobierno por el pueblo y sustituirlo por el gobierno con la aprobación del pueblo” (Schumpeter, 1983, p. 316). En el caso de México, el cambio de dirección en la política económica impactó también la manera en que el régimen mantenía el poder político. Ahora el control ya no se basaba meramente en las organizaciones sociales derivadas del partido, sino en la formación de elecciones políticas que pasarían a jugar un rol central en la organización del poder (Aziz, 2003). Ya desde 1977, ante la radicalización de una parte de la izquierda gracias a la poca eficacia política y social del régimen, se pretendió canalizar el descontento por vías institucionales. Así, la organización de elecciones se volvió una necesidad para la legitimación y la continuación del pacto político existente, a pesar de que los fraudes fueran moneda corriente a lo largo y ancho de todo el país. En este esquema, la construcción de la democracia y la competencia entre partidos en México podría ser resumida en tres grandes períodos:

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entre 1964 y 1976 México tuvo elecciones no competitivas; entre 1985 y 1994, se pasó de un formato de partido único a uno de partido dominante, con expresiones de carácter bipartidista y multipartidista; a partir de 1997 se inició una etapa de plena competencia en las elecciones legislativas y en 2000 se logró la alternancia en la presidencia de la república (Aziz, 2003, p. 367)

De acuerdo con esta visión, la democracia en el México contemporáneo estaría resuelta por la existencia de un sistema de partidos políticos competitivo, arbitrado mediante un órgano desconcentrado y ciudadanizado, encargado de la realización de las elecciones federales: el Instituto Federal Electoral (ife). Esto significaría un cambio trascendental, en tanto históricamente las elecciones se encontraban decididas desde el poder establecido en la presidencia de la república. Como punto culminante de este proceso, la elección presidencial del 2000 vio cumplida la alternancia política, significando un avance en la construcción democrática en México. A partir de este momento la consolidación dependería de la continuidad del sistema a través del cual se habían logrado estos resultados: la competencia libre entre partidos políticos y sus liderazgos permitiría una alternancia efectiva en el poder y terminaría por pasar a formar parte de la cultura política. La consolidación democrática estaría dada: “cuando es el único juego posible; cuando todos los actores respetan las reglas y nadie establece un juego paralelo en los márgenes” (Aziz, 2003, p. 419). Sin embargo, en las elecciones de 2006 el proceso de modernización y desarrollo de la democracia mexicana se vio fuertemente contradicho dada la baja calidad en el proceso electoral y su resolución. Un proceso marcado por una amplia

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serie de irregularidades y de prácticas que salieron de los esquemas marcados por el modelo de la democracia liberal procedimental, dado que el derecho a la competencia legítima y la posibilidad de que cualquier ciudadano sea elegido popularmente, sin cortapisas institucionales o legales, es un elemento que no se respetó en las recientes elecciones presidenciales12. La falta de tolerancia hacia las fuerzas políticas que plantean cambios fundamentales en la forma de hacer política electoral y plantean proyectos políticos de Estado que se separen de la ortodoxia dominante, actualmente, han sufrido el embate de quienes ven a la política como un círculo ya cerrado alrededor del libre mercado y su tecnocracia. Síntoma de esta situación es el auge del discurso incriminatorio del populismo sobre los líderes y frentes políticos latinoamericanos, calificados como irracionales y demagógicos. En este sentido, el auge de movimientos nacional-populares en América Latina, y particularmente en México, ha representado una paradoja en los diseños institucionales existentes. A pesar de ser esta la vía que ha posibilitado su llegada al poder del Estado, también ha sido el espacio donde se han presentado las descalificaciones y las acusaciones del ser “populistas”.

3.3 La quimera populista en México. El caso del lopezobradorismo En este contexto de desgaste hegemónico, las elecciones presidenciales del año 2006 representaron un parteaguas en la vida política y social de México. Por un lado, el llamado gobierno de la alternancia, encabezado por Vicente Fox, no logró cumplir con las expectativas de cambio que 12 Este punto se ha tratado más extensamente en (Figueroa y Moreno, 2008)

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había despertado, desmentido tras su desempeño en el Gobierno Federal. Por otro lado, la insatisfacción ciudadana y la necesidad de cambios en el tipo de política social y económica neoliberal, abrieron un campo de oportunidades para el surgimiento de alternativas que pudieran aprovechar el descontento y encabezar un frente que impulsara a un tipo de política diferente a la dominante. Así, durante el período previo y posterior a la realización de la jornada electoral, se experimentó un auge inusitado en la política nacional, un período lleno de efervescencia política, no sólo dentro de las campañas políticas partidistas, sino también a través de grandes movilizaciones populares en apoyo al candidato de la izquierda que contendía en estas elecciones. Una candidatura que desde el año 2003 se construía gradualmente y se presentaba como una alternativa real ante el desgastado proyecto neoliberal implantado desde el poder federal. El personaje que aparecía en el centro de esta efervescencia fue el candidato a la presidencia de la república por la Coalición Por el Bien de Todos, formada por el Partido de la Revolución Democrática (prd), el Partido del Trabajo (pt) y el partido Convergencia. Un político tabasqueño que de 1996 a 1999 fungió como presidente de su partido (prd) y en el año 2000 logró ganar la elección para jefe de gobierno del Distrito Federal. Fue precisamente en este cargo donde comenzó a ganar popularidad como propiciador de políticas sociales, con un proyecto político alternativo (López, 2007).

3.3.1 La propuesta política en el Gobierno del Distrito Federal Durante su gobierno en el df, López Obrador impulsó una serie de agresivas políticas sociales, abocándose a atender áreas como salud, vivienda, educación, alimentación y seguridad

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social. Se buscó que éstas contribuyeran, según la voz oficial, a “la consolidación de las instituciones democráticas mediante una nueva forma de ejercicio de la ciudadanía, basada en el reconocimiento y la plena exigibilidad de los derechos sociales de los mexicanos”, mas siempre considerando que: la construcción de ciudadanía pasa no solamente por una estrategia que permita garantizar la exigibilidad de un conjunto de derechos sociales, sino por fomentar una cultura de responsabilidad social que permita armonizar el pleno ejercicio de los derechos con el cumplimiento de las obligaciones inherentes de la ciudadanía. Cuando este objetivo se cumple, las relaciones entre el Estado y la sociedad se encauzan mediante el ejercicio de los derechos políticos y eliminan las distorsiones que el clientelismo ha impuesto históricamente a las relaciones políticas en nuestro país (La política social del gobierno del Distrito Federal 2000-2006. Una valoración general, 2006, pp. 18-27).

Buena parte de la política pública implementada en el D.F. se basó en la creación de alternativas en el campo de la salud, la educación, el fomento económico, de vivienda, de participación social, asistencia social y desarrollo urbano. Todas áreas consideradas como parte de una política social integral, la cual, mediante su articulación, impulsara un desarrollo integral para la reducción de la desigualdad social. Fue una propuesta política que dependió de un incremento sensible en los recursos públicos destinados al gasto social, representado para el año 2006 en 25% del gasto programable y 22% del gasto de la administración.13 La inspiración en el diseño de esta alternativa política fue responder dentro del D.F. a la situación de bajo desarro13 Ibid p. 22

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llo social en la cual se encuentran actualmente un sector no minoritario, que ha sido directamente impactado por el desmembramiento de las antiguas estructuras estatales encargadas de generar condiciones mínimas de bienestar. Además de la precarización del mercado laboral mediante la desregulación y la caída del valor real de los salarios. Este proyecto se impulsó a través del financiamiento público mediante una serie de programas destinados a cumplir con los derechos sociales de la población del Distrito Federal como: la creación de un sistema de pensiones para adultos mayores, un programa de becas mensuales para personas con discapacidad y menores en condiciones de pobreza y vulnerabilidad, un fondo de créditos para la ampliación y rehabilitación de viviendas de interés social, la programación de recursos específicos para el mantenimiento de unidades habitacionales populares, la creación de una red de estancias infantiles en apoyo a madres trabajadoras y un sistema universal de desayunos escolares.14 Como uno de los proyectos emblema, en el área de la salud, el Gobierno capitalino buscó hacer universal la cobertura del servicio y el otorgamiento gratuito de medicamentos, un programa que se extendió a toda la población no asegurada pero igualmente residente en el D.F. Respecto a la educación, se creó un programa de apoyo para el otorgamiento gratuito de libros de texto y útiles escolares en la educación básica, superior y media superior; una política de atención para el fortalecimiento de la infraestructura física para todas las escuelas de nivel básico; la creación de un Programa Integral para el Mantenimiento de Escuelas (pime) de los diferentes niveles; la creación del Sistema de Ba14 Ibid p. 33

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chillerato del Gobierno del Distrito Federal y la creación de la Universidad Autónoma de México. En atención a la estimulación de la economía, se planteó la creación del Programa en Apoyo al Empleo (pae) y un Programa de Microcréditos y Créditos a las Medianas y Pequeñas Empresas (Mypes). En cuanto a la infraestructura pública, se diseñó un ambicioso programa de mejora a través de obras como el “segundo piso del Periférico”, la ampliación de las líneas del metro y la modernización del metrobús. Estos programas, además de ocuparse de la mejora en la infraestructura de la ciudad, buscaron aprovechar los efectos económicos multiplicadores de dichos proyectos, al utilizar el gasto público como un detonador de la economía local. Durante su gobierno, también se consideraron una serie de reformas para promocionar la equidad social y la equidad de género. Por ejemplo, la promoción y el respeto a los derechos de la infancia, respaldado por la creación de un programa de becas escolares a niños y niñas en situación de riesgo; la promoción de los derechos de los jóvenes a través de un Programa de Atención a Jóvenes en Situación de Riesgo, apoyo a jóvenes que realizan prácticas profesionales en el Gobierno del Distrito Federal y la creación de un programa de ayuda a jóvenes en brigadas por la ciudad. De igual forma, se consideró la atención a la población con capacidad diferenciada a través de la promoción de sus derechos y la creación de un programa de Apoyo Económico a Personas con Discapacidad de la Ciudad de México, aunado a la creación de las Unidades Básicas de Rehabilitación del dif-D.F. También el impulso a los derechos de los indígenas en la Ciudad de México y la promoción de los derechos de los adultos mayores (La política social del gobierno del Distrito Federal 2000-2006. Una valoración general, 2006, pp. 117-146).

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Respecto a la atención para la prevención social y la participación ciudadana, se crearon una serie de programas destinados a la atención y prevención de la violencia familiar, para la prevención y el control de adicciones, una política de rescate de unidades habitacionales y relación condominal destinada a procurar la participación ciudadana en la política capitalina. Se prestó especial atención a las personas en situación de calle, indigentes, personas abandonadas, personas abandonadas con trastornos mentales severos, y grupos en situación extrema, además de la creación del Programa de Atención Social Emergente a Familias Afectadas por Contingencias o para niños en circunstancias difíciles (La política social del gobierno del Distrito Federal 2000-2006. Una valoración general, 2006, pp. 148-170). Esta perspectiva sobre el desarrollo social y su consecución en programas de Gobierno causaron muchas críticas y elogios al interior del país, e incluso a nivel internacional. Sin embargo, después de ser criticados fuertemente por políticos de todo el país y en especial del poder federal, actualmente, muchas de estas iniciativas han sido retomadas para su aplicación en todo el país mediante programas federales o estatales. Estas políticas fueron rescatadas en la propuesta que alimentó la campaña política a la presidencia de López Obrador en el 2005 y 2006, y se convirtieron en el blanco específico de críticas que las señalaban como expresión de populismo.

3.3.2 El “Proyecto Alternativo de Nación” En congruencia con el tipo de políticas sociales y económicas que se impulsaron en el Gobierno del Distrito Federal, la postulación de López Obrador como candidato a la presidencia de la república vino acompañada de la presentación del

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llamado “Proyecto Alternativo de Nación”. Un proyecto en el cual se establecía el tipo de propuesta económica y social que pensaba impulsar desde el Gobierno federal. Dicha propuesta, contenida en al menos dos documentos (Proyecto Alternativo de Nación y los 20 puntos del Proyecto Alternativo de Nación) presentaba los lineamientos básicos del proyecto político como una serie de principios que se buscaría impulsar desde el poder federal. Dentro de su propuesta, la referencia al pueblo juega un rol central, al identificarlo como la principal víctima de las malas políticas implementadas en los últimos tiempos. Políticas que han generado pobreza e insatisfacción para el gran grupo social más pobre y desprotegido: sostenemos que el país no será viable si persiste la enorme desigualdad. Es un imperativo ético, pero no sólo eso, sin justicia no hay garantía de seguridad ni de tranquilidad ni de paz social. […] La fraternidad no sólo tiene rostro humano sino que es la manera más eficaz para garantizar la tranquilidad y la seguridad públicas. Por eso, volvemos a postular que “por el bien de todos, primero los pobres (López Obrador, 2004, p. 77)

En el enfoque de este proyecto, el agregado popular juega un papel central en la búsqueda de la transformación política nacional, entendido como el principal motor del cambio social. Un elemento que haría posible establecer pactos y negociaciones con los demás sectores políticos y sociales del país, siempre en dirección a la creación de un “nuevo pacto político” nacional. Dicho pacto contemplaría al menos dos condiciones fundamentales: en primer lugar la necesidad de reconocer al Estado como un agente real en la economía y como un garante del desarrollo económico y social,

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que vuelva a asumir su obligación de cuidar los equilibrios económicos y sociales, con miras a reducir las desigualdades sociales entre sus ciudadanos. Estas metas serían posibles de realizar a través de la mejora y ampliación de la seguridad social y los programas de atención para las capas más desprotegidas, además del rescate de programas de seguridad laboral como los contractos colectivos o el rescate de los fondos de pensión para el retiro laboral. Al respecto señala: En buena medida la pobreza se reproduce y se agrava ante la ausencia de un Estado con dimensión social […]. Admitamos que el Estado —en cualquier parte del mundo— es fundamental para el bienestar de la población, y en un país como el nuestro, con tantas desigualdades, resulta indispensable para la supervivencia. […] Dejemos a un lado la hipocresía neoliberal: al Estado le corresponde atemperar las desigualdades sociales. No es posible seguir desplazando a la justicia social de la agenda de gobierno (López, 2004, p. 78).

Como la segunda condición necesaria se encuentra la necesidad de generar una “reforma moral” sobre la vida política, económica y social de este país. Una búsqueda por generar “un acuerdo construido y aceptado de manera amplia, para evitar las negociaciones cupulares contra la voluntad mayoritaria”, y siempre aceptando el diálogo “con compromisos, para impulsar los cambios que el país requiere por el camino de la concordia” (López, 2004, p. 160). En la consecución entre el rescate del Estado y la búsqueda de la reforma moral sobre la vida política, un elemento indispensable sería lograr la cooperación entre “los sectores público, privado y social para el desarrollo del país”, para buscar “construir una economía fuerte y una sociedad más

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justa […] en el esfuerzo del desarrollo sostenible con equidad que postulamos” (López, 2004, p. 47). Todos estos elementos que se coaligan a fin de procurar el “ideal de protección de las personas a lo largo de su vida, garantizando el derecho de la alimentación, al trabajo, la salud, la educación y la vivienda” (López, 2004, p. 78). Es importante señalar que esta propuesta de aceptar al Estado como un agente regulador indispensable considera siempre el no volverlo un agente “interventor, omnipotente, rígido y verticalista, sino un Estado suficiente —activo pero no aplastante— que renuncie a sus tendencias autoritarias y favorezca las iniciativas sociales”, un Estado “social y democrático de derecho” (López, 2004, p. 22). En su propuesta económica, el Proyecto Alternativo de Nación plantea, como uno de sus puntos centrales, la necesidad de utilizar un fenómeno como la globalización para jugar a favor del desarrollo nacional y no sólo en su perjuicio. Es decir, dejar atrás al neoliberalismo más salvaje y optar por un modelo que pueda resultar de provecho para la mayor parte de la población nacional: “un modelo de desarrollo que concilie el crecimiento con el bienestar” (Méndez, Ballinas, Román, Maldonado, Martínez y López, 2004). Asimismo, dentro de los cambios que considera necesarios, sobresale la intención de aprovechar los recursos energéticos como un detonante en la economía nacional a través de su mejor comercialización internacional y el aprovechamiento de los recursos derivados en la mejora y expansión de la industria nacional. Un tipo de política que buscaría, a través del gasto en infraestructura por parte del Estado, generar los efectos multiplicadores en la economía nacional, además de rescatar una política de fomento al desarrollo industrial. Sin olvidar las necesidades de atención en la producción

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agrícola nacional un sector que desde hace tiempo ha estado abandonado y que ha provocado la migración masiva de campesinos a los Estados Unidos. Como parte de su propuesta, se considera importante el rescate de logros históricos nacionales como “la expropiación petrolera, el crecimiento con estabilidad de 1954 a 1970, los movimientos sociales, sindicales y estudiantiles, así como la lucha por la democracia, los derechos humanos, y la justicia a favor de las comunidades indígenas” (López, 2004, p. 16). Todos, principios que resultan indispensables en la búsqueda de justicia social y política para la población nacional, principios que el neoliberalismo ha terminado por destruir.

3.3.3 Las críticas al Proyecto Alternativo de Nación El tipo de políticas sociales aplicadas en el Distrito Federal y su proyección a la propuesta del “Proyecto Alternativo de Nación” marcaron el terreno en el que las acusaciones de “populismo” surgieron en relación con López Obrador. Para sus críticos, los programas de apoyo para adultos mayores o desempleados únicamente implicaban “regalar dinero a la gente” (Bolaños, 2004). En este tenor, el entonces presidente Vicente Fox inició en 2005 una andanada de ataques y descalificaciones hacia López Obrador, al advertir que “mesías y populistas” llegarían a hacer campaña “ofreciendo el oro y el moro”, alertando que “llegarán a confundir a la gente, a decirles que ellos tienen recetas fáciles para resolver todos sus problemas”, además de acusarlo de utilizar el presupuesto para regalarlo sin pedir nada a cambio, “esquilmando” y “quitando dinero” a quienes trabajan (Arreola, Ruiz, Teherán y Cancino, 2005). En febrero de ese mismo año, también declaró en una ceremonia

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oficial que los mexicanos debían tener cuidado de no volver a los tiempos del populismo, sinónimo para él de corrupción, paternalismo, y desorden en las finanzas públicas, para evitar crisis económicas como la de 1994: Cuidado con el populismo, cuidado con la irresponsabilidad en el gasto público, cuidado con el corporativismo, el uso partidista de recursos; cuidado con no promover una fórmula de corresponsabilidad entre ciudadanos y gobierno para que cada quien haga su parte y no nada más estire la mano para dar las gracias por alguna concesión […] todavía hay mucha gente que duda y promueve la idea de “desbordar” el gasto público, de promover el endeudamiento y de rebasar los topes presupuestales creyendo es la mejor forma de hacer crecer la economía (Herrera, 2005).

A partir de este momento, el presidente Fox no dejaría de intervenir en la competencia electoral “hablando en contra de López Obrador, pero no directamente, no por su nombre, sino a partir de una construcción ideológica negativa que se ha hecho de López Obrador y que tiene por objetivo central hacerlo un “populista” (Aziz, 2007, p. 27). El presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), Alberto Nuñez Esteva, se pronunció a favor de que se estableciera “un combate frontal contra el populismo”, el cual “no debe (debería) llegar al país en las próximas elecciones” argumentando que “el populismo en América Latina ha sido un problema enorme” y que en México “su entrada sería por demás delicada” (Chávez y Chávez, 2004). Ante este tipo de discurso incriminatorio que impregnaba los medios informativos nacionales, López Obrador se defendió declarando que el populismo y otros calificativos utilizados por sus adversarios contra las políticas alternati-

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vas aplicadas en la capital del país, tenían el único objetivo de “inducir miedo y atemorizar a la gente para impedir un cambio verdadero en el país”: hay estabilidad en el manejo de las finanzas y se han acumulado en caja cuatro mil millones de pesos, no se tiene adeudos con proveedores o prestadores de servicios, la tasa de crecimiento de deuda pública es la más baja de los últimos 20 años con un promedio anual de 3%, inferior al nivel de crecimiento de la recaudación de impuestos y derechos (Bolaños, 2005).

Respecto a los principios generales de su proyecto político, se elaboraron una serie de críticas que tildaron también a López Obrador de “populista”. En este sentido, Álvaro Vargas Llosa se pronunció contra el tipo de política social que se implementó en el Distrito Federal: “en el caso de López Obrador, en el df, hemos visto también un tipo de dádivas —seguros, atención médica— o de obra pública —reparaciones o ampliaciones viales con la consecuente paralización del tráfico en media ciudad— que, traducidas a un escenario federal, se asemejarían mucho al Estado populista” (Vargas Llosa, 2005, p. 26). En el escenario actual de predominio político y económico neoliberal, la realización de obra pública o la procuración de servicios sociales sería injustificable fuera de una perspectiva electoral; la búsqueda por devolver los derechos sociales a las poblaciones nacionales sería un tipo de política populista, por tanto, políticas que no pueden ser aceptadas; sólo criticadas. Esta crítica tiene como objetivo viciar un proyecto político, en correspondencia a la perspectiva conservadora de desvirtuación del populismo. Otra crítica fue que en los 20 puntos y el Proyecto Alternativo de Nación no se exponía de forma exhaustiva el plan

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que permitiría llevar adelante los compromisos. Sin la exposición completa del plan, esto sólo podría ser tomado como demagogia. Este argumento pierde fuerza al considerar que ninguno de los documentos fueron planes acabados; sólo formaron parte de una campaña política con el objetivo de dar a conocer algunos principios del futuro plan de gobierno (necesario, según mandato constitucional, en caso de resultar el candidato electo). Nuevamente, el sentido de populista en estas acusaciones no corresponde a un análisis riguroso de la propuesta o a lo pertinente de su estrategia, sino a la intención de sólo tacharlo como un mero demagogo. Respecto a la postulación del Estado como un agente necesario en la regulación de la economía, se le criticó diciendo que esta alternativa sólo podría “propiciar que se genere más corrupción”, al considerar que “al abultarse el aparato burocrático e incrementar sus funciones y atribuciones, es posible esperar mayores índices de corrupción” (Fuentes y Lozano, 2006, p. 281). Respecto al argumento anterior, se puede percibir fácilmente que se inspira en las premisas básicas del neoliberalismo, al buscar la reducción del Estado y la apertura a la participación de la industria privada en todos los sectores que se abandonen. Es un argumento que resulta contradictorio cuando estos mismos autores, Fuentes y Lozano, aceptan que “amlo tiene un punto válido al argumentar que las políticas económicas de las últimas dos décadas no han cumplido con la promesa del crecimiento económico sostenido. También acierta al decir que es muy peligroso aplicar el modelo neoliberal como dogma de fe” (Fuentes y Lozano, 2006, p. 30). Por otro lado, también se criticó su propuesta de fortalecer la industria nacional aprovechando los recursos energéticos, y el apoyo del Estado mediante la inversión en infraestructura y los programas de estímulo a la producción. En este sentido,

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el argumento fue “adoptar políticas que tuvieron éxito en los años 1950-1970 no garantiza que tengan éxito en un mundo que cambió debido a la globalización” (Fuentes y Lozano, 2006, p. 285). Sobra decir que este argumento sólo es posible de entender si se acepta que las reglas de la economía neoliberal se encuentran dadas, de una vez y para siempre, en cuanto al futuro de la economía mundial, economía ya declarada como un círculo cerrado en el cual no habría otra alternativa más que seguir las líneas previamente trazadas. Una vez más, se argumenta “lo prudente y lo pragmático”, por sobre la propuesta y la búsqueda de soluciones a problemas acuciantes. El impulso a las industrias nacionales o al desarrollo capitalista interno fueron una política clásica de los populistas latinoamericanos. Sin embargo, en los tiempos actuales la necesidad de poner un freno al neoliberalismo, y su efecto de empobrecimiento de las masas populares, no puede ser tomado como una calca de lo que fueron las propuestas políticas anteriores implementadas en América Latina. En la propuesta de López Obrador se perfila un tipo de política que concibe a la economía y al Estado como entidades complementarias; no subordinadas la una a la otra. De igual forma, respecto a las políticas de responsabilidad social del Estado, la crítica es que “ésta no ataca los problemas de raíz”, dado que los apoyos “asistenciales”, a pesar de generar algo de bienestar, no logran “acabar con los problemas de la pobreza intergeneracional” (Fuentes y Lozano, 2006, p. 204). Este argumento tropieza con lo previamente declarado por sus detentadores, en cuanto reconoce la falla en la aplicación del modelo neoliberal en el país y, a la vez, critica la postulación de la única estrategia política económica que parece factible ante las condiciones actuales de las economías latinoamericanas y mundiales. Un argumento

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que resulta peor aún cuando termina por escatimar las obligaciones mínimas establecidas por la tradición de los Estados liberales respecto a sus ciudadanos. En el mismo tono, Mendoza, Montaner y Vargas Llosa, criticaron a López Obrador por su propuesta política en los términos de “ser el depositario de una ojerosa ideología y actuar conforme a sus dictados”. Una ideología propia de la vieja izquierda, la cual considera que “el Estado no es sólo el real creador de la riqueza, sino su único administrador confiable y el verdadero dispensador de beneficios sociales para los más desfavorecidos”. Para ellos, la lección que López Obrador debería aprender es que el Estado es en sí mismo ineficiente: “roído por la burocracia y la corrupción, un Estado que por muchos años estuvo a disposición de los barones políticos del pri y del que ahora quienes los reemplazan en el poder se sirven también como instrumento para favorecer a los suyos” (2007, pp. 169-172). Nuevamente, para estos autores, la libertad del mercado es lo único inamovible y cierto, a pesar de que el propio Gobierno de Washington y de la Unión Europea hayan declarado en 2008 la necesidad de una vuelta a la rectoría del Estado en la economía, ante el colapso del modelo neoliberal. Además de que no reconocen que a pesar de la administración panista durante los últimos años, éstos no han logrado volver al Estado mexicano como un agente libre de corrupción, más eficiente que los anteriores. De aceptar este argumento tendríamos que toda aquella propuesta de gobierno que implique la protección de las economías nacionales a través de reformas en el sistema económico, serían populistas, independientemente del conjunto de condiciones que rodearan a estos proyectos, ya de los países del primer o del tercer mundo. Por otro lado, la acusación de alimentar

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a un ente roído y corrupto, como el Estado mexicano, pierde sentido al reconocer que durante los últimos tiempos éste ha sido dominado en buena medida por una camarilla conformada por los grandes capitales y las élites políticas nacionales. Tal situación busca ser revertida al proponerse la apertura del Estado a la participación popular y una reforma moral sobre el tipo de política dominante. Otro autor que se preocupó por señalar los riesgos del populismo en México, esta vez en el sentido del discurso hacia los pobres, fue Guillermo Deloya. Señala que López Obrador: “sólo toma como bandera justificante el deterioro socioeconómico de la población o la exclusión existente en el terreno político, sin ofrecer una alternativa clara, constructiva y de largo plazo, lo que resulta bajo toda perspectiva pernicioso para el Estado de derecho, el institucionalismo y la democracia” (Deloya, 2005, p. 8). A esta idea cabe oponerle el hecho de que la construcción y ampliación de la democracia pasa por reconocer y solucionar la situación de la gran masa empobrecida nacional, la cual representa a más de 60% de la población. En este sentido, López Obrador sí aparece como un candidato que dirige su campaña hacia los más pobres, pero no como un mero recurso retórico, sino como una respuesta ante la necesidad de democratización en el país. La construcción de una democracia, la cual, más que ser populista, busque sentar las bases para hacer del país un espacio real con justicia e igualdad, construida con base en beneficios reales para los más desprotegidos. Como lo señala Lorenzo Meyer: puede haber una razón de mayor fondo al temor-terror que inspira amlo en la sociedad mexicana: una que no se debe tanto al personaje mismo, sino a la profundidad de la

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deuda que una parte de esas sociedad —la minoría— tiene con la otra —la mayoría— y a la posibilidad de que una victoria de López Obrador significara que la deuda se empezaría a pagar (Meyer, 2007, p. 115).

Así, a quienes tanto les incomoda la presencia de los que llaman populistas en América Latina, debería preocuparles entender que su auge tal vez se debe menos a éstos y mucho más a quienes durante largo tiempo prepararon las condiciones en las que hoy se le quiere ver vuelto a aparecer. Aquí la referencia a los populismos antiguos, y el auge actual de los movimientos nacional-populares, puede servir para esclarecer que ambos escenarios se parecen en la presencia de un capitalismo salvaje. Éste ha generado nuevamente una gran capa de desprotegidos que se han movilizado para reclamar el fin de una situación tan selectiva e injusta. A similitud de los populismos de finales del siglo xix en Europa y Estados Unidos, y mediados del siglo xx en Latinoamérica, los movimientos nacional populares contemporáneos han sido producto de la ruptura hegemónica neoliberal y las nefastas consecuencias que ha atraído para amplios sectores sociales en toda la zona; con la salvedad de que, a diferencia de los fenómenos populistas latinoamericanos, los movimientos actuales no han provenido de la formación estatal sino del propio agregado social. Para entender la andanada de ataques a López Obrador como populista, habría de tenerse en cuenta la dirección que siempre tuvo este discurso y su alejamiento de las bases teórico políticas que implican la categoría de populista en América Latina. A ojos del pensar apegado al neoliberalismo, el supuesto populismo de López Obrador se debe a sus críticas al sistema imperante y el diseño de una propuesta política diferente. Una crítica que además no se ha basado en el debate

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serio sobre lo factible o necesario de su propuesta sino en el rechazo a priori de políticas alternativas. El carácter de populista, más allá de la formalidad y claridad en su significado, se convirtió en una forma retórica de jugar con los miedos ciudadanos ante los escenarios de desestabilidad y cambio político, una forma de jugar con la creación de un monstruo que amenaza con destruir las pocas certezas que el régimen neoliberal imperante ha dejado en la política.

3.3.4 La “guerra sucia” y el populismo Para el año 2005, López Obrador había logrado, gracias a su gestión al frente del Gobierno, colocarse como un político popular a nivel nacional, con la constante atención de los medios informativos nacionales, terminando por convertirse en el candidato natural de su partido para las elecciones presidenciales del año 2006. Ya desde el año 2003 las encuestas de preferencias electorales mostraban a López Obrador como el próximo ganador de la contienda presidencial con una ventaja de hasta 20 puntos sobre su adversario más cercano. Esta tendencia se mantuvo constante hasta inicios del año 2006, cuando súbitamente la distancia de las preferencias entre López Obrador y el candidato del Partido Acción Nacional (pan), Felipe Calderón Hinojosa, se redujo drásticamente. Ante la pregunta de cómo pudo haberse generado este recorte en la ventaja electoral de López Obrador, no sería suficiente con apelar al propio desarrollo de la competencia electoral. El candidato del pan siempre se presentó como un candidato que no terminaba por ser popular y mucho menos carismático, aunado a que el proyecto político que postulaba era sólo la continuidad de aquel que perdía legitimidad en el país.

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El cambio abrupto en las tendencias se relacionó en buena medida a una larga campaña de desprestigio y ataques políticos, implementada en todo el país a través de diferentes medios de comunicación, basada parcialmente en el discurso antipopulista. En esta campaña no se buscó la eliminación física del adversario político, como en otras épocas sucedía, sino el aniquilamiento a través de ataques políticos y el uso de campañas mediáticas de desprestigio. A este respecto cabe revisar la larga serie de ataques que demuestran la ferocidad para intentar impedir su posible triunfo en las próximas elecciones. En octubre del año 2003 se suscitó un escándalo por la presunta expropiación ilegal, por parte del Gobierno del df, de un predio conocido como “Paraje de San Juan”. Después de tres años de litigio se demostró que las escrituras de la propiedad se encontraban alteradas y no podía declararse un propietario legítimo del predio. Finalmente terminó por ser declarado como propiedad de la nación por la Secretaría de la Reforma Agraria (Grajeda, 2003; Cedillo, 2006). Este episodio sirvió como plataforma para la primera solicitud de inhabilitación política de cara a las elecciones de 2006, mediante los cargos de desacato político contra López Obrador como titular del Gobierno del Distrito Federal, acusación que resultó improcedente ante lo irregular del caso (Enciso, 2004). En marzo del 2004, una serie de videos filmados de manera clandestina evidenciaron una red de corrupción en los cuerpos administrativos más cercanos a López Obrador, como respuesta ante el escándalo del entonces procurador del Gobierno del df, declaró que los funcionarios involucrados desde tiempo atrás eran motivo de investigación de la procuraduría capitalina. Sólo tiempo después pudo saberse que los videos fueron obra de un grupo político encabezado presuntamente por el expresidente de la república, Carlos Salinas de Gortari,

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y el senador panista, Diego Fernández de Ceballos, quien declaró haber conocido los videos antes de su exhibición pública (Flores, Medellín, Otero, Sánchez y Torres 2004). Este escándalo político, más allá de mostrar la existencia de corrupción dentro del Gobierno del df, siempre fue manejado como un intento por eliminar mediáticamente al futuro candidato de la Coalición por el Bien de Todos. Finalmente, en octubre del 2003, se presentó otro escándalo parecido a lo acaecido alrededor del llamado “Paraje de San Juan”. Esta vez el predio en cuestión fue un terreno de aproximadamente 100 000 metros cuadrados conocido como “El Encino”. En marzo del 2001 la propietaria del terreno, Promotora Internacional Santa Fe, decidió demandar a la administración del df, en ese entonces encabezada por Rosario Robles, ante una obra sobre el terreno para la construcción de una vía de acceso a un hospital privado. Los propietarios del terreno lograron una orden judicial ordenando el cese de la obra y la anulación del decreto expropiatorio (Otero, 2004). Meses después, según la subprocuraduría encargada de investigar delitos federales, las autoridades capitalinas hicieron caso omiso de la orden de suspensión definitiva de la obra, razón por la cual Andrés Manuel López Obrador, ya como titular de la administración, habría incurrido en el delito de desacato a un mandamiento judicial. Se solicitó la intervención del procurador general de la república para tramitar formalmente el juicio de desafuero ante la Cámara de Diputados, con la intención de retirar la inmunidad legal al jefe de gobierno y poder procesarlo penalmente. Nuevamente, más allá de la procedencia legal del caso y el deslinde de responsabilidades correspondientes, el manejo del litigio siempre apuntó a intentar inhabilitar políticamente a López Obrador, ya que a pesar de haberse cumplido con la suspensión de la

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obra, nunca se desarrolló bajo sus órdenes directas, haciendo improcedente la acusación de “cumplimiento dilatorio de la orden”. Así, la discrecionalidad política nuevamente aparecía por encima del orden jurídico, ya que por primera vez en la historia judicial del país, el Ministerio Público de la Federación atendió una solicitud de un juez de distrito para iniciar una acción penal en contra de una autoridad que había supuestamente violado una suspensión definitiva en un juicio de amparo (Aranda, 2004). Este proceso terminaría por desembocar en dos momentos clave de la coyuntura política del 2006: el juicio de desafuero y la movilización popular que se extendió hasta después de las elecciones (ambos sucesos a los que volveremos más adelante). Sin embargo, la campaña de desprestigio e intento de eliminación política no culminó aquí. En pleno período de campañas electorales se presentó una segunda parte en este proceso, un período de guerra sucia mediática, alimentada fundamentalmente por la proliferación de mensajes televisivos en los cuales se definía a López Obrador como un peligro para México, como un populista peligroso. Una serie de spots propiciados y pagados tanto por las fracciones panistas dentro del congreso, como por empresas y asociaciones privadas. Al respecto, la empresa ibope, al monitorear la totalidad de los promocionales relacionados al proceso electoral, detectó que en conjunto las empresas Jumex, Sabritas, el Consejo Coordinador Empresarial (cce) y la Sociedad Ármate de Valor, invirtieron cerca de 200 millones de pesos en mensajes proselitistas, de los cuales no pocos fueron difamatorios (Garduño, 2006). Esta forma de terrorismo mediático intentó hacer su blanco los latentes miedos ciudadanos ante la devaluación económica, el endeudamiento público y la inestabilidad política. Todos estos problemas eran adjudicados en los mensajes

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al candidato de la Coalición por el Bien de Todos, mostrándolo además como populista, autoritario y proclive al enfrentamiento armado. Dentro de esta serie de mensajes tuvo un impacto especial un spot televisivo en el cual se asociaba a López Obrador con el ex presidente de Venezuela, Hugo Chávez, personificados ambos como líderes mesiánicos y violentos. Este mensaje marcó el inicio de una etapa en la que la intención de los ataques fue mostrar públicamente a López Obrador como un “populista”, como un político peligroso cuya llegada a la presidencia de la república debía evitarse a toda costa. La manipulación de los miedos ciudadanos ante los escenarios de inestabilidad económica y social, presentes en México desde 1982, tuvo como objetivo plantearlos como responsabilidad de aquellos políticos en contra del tipo de política imperante en México, un tipo de política que presumiblemente habría acabado con los malos manejos económicos. Así, la política que ante todo se preocupa por los equilibrios macroeconómicos, aún a costa del recrudecimiento en las condiciones sociales y económicas, habría de ser la correcta ante el riesgo de que llegaran programas populistas de atención social y desarrollo económico nacional. Por otro lado, estos mensajes incluían también la idea de que los liderazgos políticos latinoamericanos de izquierda serían propensos al enfrentamiento armado, una perspectiva que ya desde tiempo atrás ha sido empleada en México para descalificar a movimientos sociales y grupos políticos de izquierda. Considerando el clima político y el tipo de campaña política que estuvo presente desde el año 2005, y hasta días antes a las elecciones presidenciales del 2006, es posible apreciar el auge de la guerra sucia mediática. Un momento donde la mínima tolerancia y respeto exigidos para el buen funciona-

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miento de la competencia electoral no fueron respetadas por los grupos involucrados en la persecución política.

3.4 El populista mesiánico y la movilización popular A pesar de la gran campaña de desacreditación, desinformación y terrorismo mediático, la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador no desapareció. Por el contrario, aquellos que reconocieron en su programa una propuesta que los representaba y que podía favorecer la mejora en sus condiciones sociales fortalecieron su apego a la campaña en desarrollo. La primer gran muestra de esta situación se dio durante el proceso de desafuero en 2005, en el cual una parte importante de la ciudadanía comenzó a mostrar su descontento ante cómo se estaba inhabilitando a un potente competidor de la próxima elección presidencial. Este descontento provocó la realización de grandes manifestaciones públicas en apoyo a López Obrador, una serie de concentraciones multitudinarias en las cuales se cuestionaba abiertamente la decisión tomada por el Congreso de la Unión y terminaría por convertirse en una resistencia civil después de las elecciones del 2 de julio de 2006. El resultado de las primeras movilizaciones fue la marcha atrás del Gobierno federal en el proceso de desafuero, sin embargo, de ese momento en adelante las manifestaciones multitudinarias en todo el país y especialmente en el Distrito Federal no se detuvieron; por el contrario, se convirtieron en la principal forma de apoyo a la campaña de López Obrador. Es importante señalar que la composición del movimiento social que se empezaba a gestar era de carácter multiclasista. Además de personas directamente vinculadas a la campaña de López Obrador, se integraron organizaciones

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sociales, líderes sociales, un amplio grupo de intelectuales nacionales e internacionales, grupos tradicionales de la izquierda nacional, y hasta miembros políticos de otros partidos como el pri y el pan, quienes ante el endurecimiento de las políticas federales decidieron apoyar a este movimiento. De igual forma, el elemento aglutinador de todos estos grupos no fue propiamente un componente ideológico, sino la creación de una plataforma política amplia que era capaz de incluir a los diversos grupos participantes. Esta serie de movilizaciones populares en apoyo a López Obrador se deben, por un lado, a las intenciones del Gobierno federal y de sus grupos cercanos de eliminarlo de la competencia electoral del 2006, buena parte de la opinión pública condenó esta medida que iba en contra de la apertura política que el país necesitaba. Por otro lado, la creación de una red de apoyos alrededor de la campaña se debió a que muchos encontraron en esta candidatura la existencia de una alternativa real ante la situación política del país. El surgimiento de este importante movimiento social dio pie a una nueva andanada respecto al carácter populista del movimiento y su líder. La transformación de la campaña electoral en un movimiento social, es decir, el paso entre un mero movimiento de apoyo a un candidato a la conformación de un gran agregado social propulsor de una causa política, fue el elemento central en las críticas. Críticas basadas en la idea de que en un orden político, en el cual predomina la competencia electoral con base en partidos políticos, la existencia de movimientos sociales que rebasan el carácter de electores va en contra del orden y la estabilidad del sistema. De esta forma, la formación de un movimiento social detrás de la figura de López Obrador fue tomada como síntoma de populismo, como la manifestación de una gran masa arengada

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por los discursos de un líder demagógico, que amenaza con desbordar los cauces de la institucionalidad que garantiza el orden de un país. Ilustrando este punto, un autor como Roger Bartra postuló el movimiento social que respaldaba a López Obrador como expresión de un populismo conservador: “enfatiza la importancia de los movimientos sobre los partidos políticos” y “afirma que la principal fuente de cambio político se encuentra en la movilización popular”. Un tipo de izquierda antidemocrática que considera “necesario combinar el trabajo en las instancias de representación democrática con el estímulo a los movimientos populares que invaden las calles” (Bartra, 2007, p. 14). Este argumento parte de la supuesta existencia de un orden electoral basado en la equidad y el respeto a las leyes, pues sólo considerándolo de esta forma, es posible pensar que efectivamente el surgimiento de un movimiento social es innecesario ante la presencia de un sistema de reglas claras y respeto a la normatividad. Sin embargo, si algo está claro respecto a la coyuntura política del 2006, es que el orden electoral institucional es manejado constantemente a discreción por parte de los políticos y grupos de poder en México. Por desgracia, la experiencia previa a la elección del 2006 (de la cual algunas partes se han reflejado aquí) y peor aún, el desenlace de las elecciones presidenciales en julio, desmienten este argumento que intenta ver en México la existencia de un orden claro y justo, por no hablar de otros temas, en lo relativo a la democracia. Más aún, Bartra olvidó que la supuesta modernidad democrática argumentada, para él asentada en el partido político de derecha, fue violada principalmente por el presidente de la república, proveniente de estas fuerzas. Esto aunado a la complicidad de no pocos políticos que abiertamente cola-

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boraron en ello. Cuando la movilización popular se considera síntoma de un populismo irracional, se olvida que esta movilización, no protagonizada sólo por las huestes cautivas del corrupto jefe de gobierno del df, posibilitó que posteriormente se respetara el derecho a participar de un futuro candidato a la presidencia. Si el orden político funcionara de forma adecuada de acuerdo con las instancias que él mismo asume como modernas y progresistas, no hubiera existido tal manifestación multitudinaria. Lo que este orden ha concebido como “populismo” ofrece mucho más a la construcción de una democracia “moderna” que aquellos grupos que abiertamente identifica como grandes impulsores de la democracia: “la derecha democrática” (Bartra, 2007, p. 15) López Obrador fue criticado como populista con respecto al tipo de liderazgo que ejercía con los integrantes de su movimiento de apoyo. A este respecto se ha esgrimido la idea de que todo el movimiento que se suscitó desde antes, y que se ha mantenido hasta después de las elecciones, se debe a “una estructura de mediación informal por la que fluye un intercambio de apoyos y favores”, una forma tradicional que “se propone preservar o restaurar formas de poder e ideas propias de nuestro antiguo régimen, el autoritarismo revolucionario que dominó a México durante siete décadas” (Bartra, 2007, p. 64). A este respecto cabe argumentar que la convocatoria social tan amplia que logró López Obrador está muy por encima de las posibilidades de compra de votos o condicionamiento de favores políticos por apoyo. Esta forma de control populista sólo sería posible de establecer si éste hubiera dispuesto de la red de recursos y apoyos estatales en toda la república. Un tipo de condicionamiento del que sí gozó el pri durante setenta años y que el pan utilizó en la campaña electoral a través de los programas de asistencia pública

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federal en todo el país. Los recursos de campaña y aquellos que pudieran haber procedido del Gobierno del Distrito Federal para la organización de los eventos masivos no serían suficientes, ni por mucho, para poder generar prebendas para todos los adherentes a la campaña. Más bien, la existencia de apoyo masivo se puede entender mejor bajo la consideración del capital simbólico que existió en la propuesta de gobierno y la latencia de un cambio ante la posible victoria en las elecciones, un tipo de capital que permitió el crecimiento y la importancia que alcanzó el movimiento.

3.5 Conclusiones La aparición del discurso antipopulista en México obedece a una tendencia que se extiende más allá de las fronteras nacionales. Esta tendencia se ha caracterizado por convertir al “populismo” en un tipo de arma de ataque político. El concepto ha perdido su capacidad analítica y se ha llenado de prejuicios y demérito, olvidando aspectos que fueron centrales en la democratización de los pueblos latinoamericanos. Para quienes han manejado el escenario de cambio político latinoamericano como resurgimiento del populismo, la llegada de los gobiernos de izquierda en América Latina representa una amenaza ante los supuestos logros del orden creado por el neoliberalismo. Un proyecto político-económico que durante los últimos años del siglo xx y los primeros días del siglo xxi ha perdido el poco margen de legitimidad que le quedaba. Ante esta realidad, los movimientos sociales han pasado a cobrar protagonismo para intentar cambiar la situación imperante y recuperar el poder de Estado. El fenómeno del lopezobradorismo en México se encuentra inserto en esta tendencia presente en toda América

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Latina. Debido a la propuesta política que presenta, se le intentó eliminar llamándole populista reiteradamente, por medio de un discurso desplegado a través de una intensa campaña televisiva y periodística, la cual tuvo eco en la academia. Éste intentaba hacer presa de los miedos ciudadanos ante los recientes escenarios de crisis y desestabilización asociados supuestamente al populismo. Sin embargo, las características de este movimiento se separan tanto de la versión contemporánea de demérito al populismo como del sentido clásico del concepto. Cabe señalar que el concepto “populismo”, en su acepción clásica, representaría únicamente a un movimiento político que se muestra como cercano a la gente, a lo popular, a través de la reivindicación de sus derechos y la orientación de sus energías hacia la transformación política nacional. En este sentido, un tipo de populismo necesario ante un escenario donde las desigualdades sociales y económicas han imperado en la política nacional e internacional. En el contexto contemporáneo, el auge de los movimientos nacional-populares está motivado esencialmente por la necesidad de democratizar a las sociedades latinoamericanas, ya no únicamente en cuanto a su carácter de inclusión legal, sino ante la necesidad de cambios reales que puedan destronar al neoliberalismo y la tecnocracia. Sin embargo, más que fenómenos populistas, en América Latina lo que estamos presenciando es el auge de movimientos de tipo nacional-popular. Un tipo de movimientos que propulsan la necesidad de una reforma intelectual y moral sobre la “voluntad colectiva” (Vilas, 1994, p. 523). Tal propuesta pugna por un cambio en la hegemonía política presente en la política latinoamericana y, como estrategia política, emplea la articulación de movimientos multiclasistas

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como un solo frente que coincide en la necesidad de transformación del régimen político imperante en los Estados. La propuesta del lopezobradorismo se separa de las experiencias populistas clásicas en tanto, para aquellas, la articulación del movimiento político-social parte del mismo Estado como un proyecto que organiza y articula a los diferentes grupos en pos de su propia legitimación; a diferencia de los movimientos nacional-populares, en donde la movilización parte desde la sociedad civil en dirección a la apropiación y la transformación del Estado. Esta es precisamente una característica fundamental del lopezobradorismo: es un movimiento que se construyó desde la participación ciudadana y no ha dependido (al menos en lo fundamental) de la dádiva o de la organización gubernamental vertical sobre su formación. Por otro lado, los agresivos programas sociales propuestos distan de ser políticas irresponsables, ya que demostraron sustentabilidad en la aplicación en el Distrito Federal. Esta propuesta política apunta a recuperar la responsabilidad social del Estado para con sus ciudadanos, al reconocer la necesidad de la complementariedad de la economía y el Estado, y poner un freno al tipo de política que propulsa al mercado como la fuerza suprema en la organización social y política.

4.

Conclusiones generales

Durante los últimos años, el concepto de populismo ha sido usado como la categoría que podría explicar los escenarios actuales de cambio político latinoamericano. Sin embargo, más allá de explicarlos correctamente, su uso sólo ha contribuido a confundir su significado original y las características de los movimientos actuales. Este discurso, al usar maniqueamente el contenido conceptual, provocó su vaciamiento y la imposibilidad de usarlo con fines explicativos serios. En esta malversación ha resultado fundamental la influencia del pensamiento asociado al neoliberalismo, presente no sólo en el campo económico sino también en el social y el político. La tendencia terminó por convertir al populismo en un arma política, en un recurso retórico que por encima de fines explicativos sólo se asocia a los vicios y problemas de la historia latinoamericana reciente. El populismo, en este sentido, ha resurgido como una categoría eficaz para agitar los miedos ciudadanos ante los escenarios de desastre político y económico. Con base en este discurso, las experiencias actuales de cambio político hacia la izquierda en América Latina han querido ser conceptualizadas como amenazas a la democracia y la libertad, como el surgimiento de la amenaza populista. Sin embargo, el estudio del significado clásico de la categoría y la consideración del contexto histórico en el cual 141

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se construyó, demuestra que la idea que actualmente priva sobre el populismo ha sido reconstruida y reinterpretada de acuerdo con el canon de pensamiento implantado por el neoliberalismo. Visto de esta forma, resulta comprensible el halo de irracionalidad e incongruencia del cual se ha rodeado a la categoría en los últimos tiempos, una tendencia que ha terminado por influir profundamente en el mundo de las ideas y debates políticos actuales. El estudio y la reflexión sobre los movimientos de izquierda latinoamericanos contemporáneos permiten observar que éstos no responden a la caracterización populista que se les ha hecho desde el neoliberalismo y que sólo pueden ser parcialmente explicados mediante el contenido conceptual clásico del populismo. En este sentido, los fenómenos actuales guardan similitud respecto a los fenómenos populistas clásicos, en cuanto ambos responden a un momento de cambio en las estructuras económicas capitalistas internacionales. De manera específica, la emergencia de los movimientos político-sociales actuales se deriva de la crisis hegemónica del neoliberalismo en Latinoamérica, un momento de reajuste en las políticas económicas provocadas por el desgaste de su legitimidad y la crisis en su funcionamiento. Ante tal escenario, los movimientos sociales se han organizado, postulando una lucha por la recuperación del Estado como una instancia efectiva que pueda responder ante la degradación de sus condiciones de vida y su reapropiación popular. Además, asumen una política de confrontación no violenta con los regímenes políticos dominados por las minorías, asociadas a los grandes capitales transnacionales. Los movimientos sociales latinoamericanos se caracterizan por haber planteado la urgencia de convertir la democracia en un acto verdaderamente participativo de las

Conclusiones generales

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mayorías nacionales, una democracia que rebase su conceptualización procedimental y se convierta en un elemento de justicia social: una forma de democracia que no se agota en lo político y que postula a la justicia social como un complemento necesario en su funcionamiento. En este sentido, la emergencia de los grandes agregados populares guarda alguna similitud respecto a las experiencias clásicas. Ambas expresiones responden a la necesidad de democratizar la vida política y social en los países latinoamericanos al plantear la apertura de los regímenes a la participación popular y su transformación a favor de las clases desprotegidas. Sin embargo, a diferencia de los fenómenos populistas clásicos latinoamericanos donde la participación popular fue dirigida desde el Estado, a través de amplios pactos nacionales multiclasistas, en las experiencias actuales, los movimientos se han gestado desde la sociedad civil a través de la creación de organizaciones autónomas. Éstas, coludidas con otras fuerzas y frentes políticos, han terminado por formar amplios bloques políticos que buscan la conquista de sus respectivos gobiernos nacionales. De esta forma, los movimientos sociales contemporáneos pueden caracterizarse como una lucha contrahegemónica, un proceso de reconstitución de las clases políticas en Latinoamérica, mediante la resignificación identitaria, hacia la conquista de los gobiernos nacionales. Un proceso donde lo nacional-popular, como contenido contrahegemónico, se postula a favor de una reforma intelectual y moral sobre la política nacional con el fin de recuperar el gobierno para las clases populares. Una alianza entre distintos sectores de clase que no son corporativos y se alejan de su caracterización como populistas. La pluralidad es un elemento inherente a su propuesta, en tanto no buscan la reificación de un

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solo sector en el Estado. En las luchas de estos movimientos, el Estado actúa como el objetivo común de la lucha nacional-popular, como un espacio que se busca conquistar para devolverlo al control de las mayorías, a través de una redemocratización del poder, donde lo popular es un elemento indispensable para reformar su contenido. En demérito de las perspectivas que los asumen como fuerzas contrarias a la democracia y la libertad, estos movimientos se plantean la lucha pacífica institucional para, mediante la vía reformista y democrática, responder a las aspiraciones populares de justicia y de mejora en sus condiciones de vida. Para estos movimientos, aspectos como el combate a la pobreza, la reducción de las desigualdades sociales, el derecho al empleo, la salud, la seguridad, y la educación, forman sus demandas y propuestas, en un contexto de globalización política y económica, recrudecido por los últimos veinte años de neoliberalismo. En este sentido, a excepción de los casos de Venezuela y Bolivia en los cuales se ha planteado una propuesta económica y política postcapitalista, para los movimientos latinoamericanos, la lucha inmediata busca un capitalismo más equilibrado que permita la mejora gradual de las condiciones sociales de las mayorías nacionales empobrecidas, aunque sin dejar de plantearse una futura transformación total del sistema. De igual forma, en los movimientos actuales, la preeminencia de lo multiclasista ha tendido a acabar con la visión más individualista de la política, la cual reduce a los ciudadanos a la mera emisión de votos. En estos movimientos, la idea de “pueblo” ha resurgido como uno de los pilares de identidad colectiva, como un elemento aglutinador que no acaba con las diferencias entre los diferentes sectores miembros de los movimientos, sino que les permite la acción co-

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lectiva en busca de la transformación. Una transformación que tiene por primer objetivo la reconquista del Estado como un agente regulador real en contra de la voracidad de los mercados, que se encargue de articular las demandas de bienestar social de la población nacional. A diferencia de las experiencias populistas clásicas, en los regímenes derivados de las luchas nacional-populares, la sociedad civil es un espacio nutrido por la pluralidad de los movimientos, lo cual impide su centralización y la formación del corporativismo y el clientelismo estatal. La confluencia de distintos grupos en los movimientos nacional-populares es producto de una larga acumulación histórica de experiencias y fuerzas, un tipo de movimientos civiles multiformes que progresivamente aspiran a conquistar espacios para su causa política, a través de una guerra ampliada de posiciones, según la idea de Gramsci. La lucha por la nación funciona en este sentido como el espacio simbólico que dota de un horizonte común a las diferentes luchas y propuestas de transformación, como el objetivo de un programa de acción colectiva. En este sentido, es posible hablar de la existencia de una “voluntad colectiva nacional-popular”, dadas las condiciones generales a toda la zona de crisis y deslegitimación del proyecto neoliberal; situación que ha hecho nacer la voluntad popular de cambio y la postulación de proyectos políticos y sociales comunes en toda la zona (Gramsci, 1999, p. 16). Durante los últimos quince años en América Latina, la irrupción de movimientos sociales, y su posterior organización en frentes políticos electorales, ha sido posible gracias al nivel logrado de cultura histórica y política. Este nivel se debe a la acumulación de fuerzas, por largo tiempo, y la coincidencia de distintos grupos y perspectivas en un solo

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frente nacional. Un fenómeno cuyo centro es el discurso de lo nacional-popular, eje rector de su lucha. Así se construye la crítica, con base en la necesidad de una reforma intelectual y moral de la política imperante (Gramsci, 1999, 17).

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La quimera populista en América Latina. El caso del Lopezobradorismo en México (2003-2006) De Octavio Humberto Moreno Velador, se terminó de imprimir en diciembre de  2015, en los talleres de Piso 15 Editores, ubicado en 14 oriente 2827, Puebla, Pue.   El tiraje consta de 150 ejemplares   

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