La princesa y el escriba (acerca de José Jiménez Lozano)

September 24, 2017 | Autor: Danilo Manera | Categoría: Spanish Literature, Literatura española contemporánea, José Jiménez Lozano
Share Embed


Descripción

Escritores > José Jiménez Lozano > Acerca de... > La princesa y el escriba

José Jiménez Lozano ACERCA DE JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/jlozano/acerca/acerca_03.htm

La princesa y el escriba Danilo Manera Dice un proverbio oriental que tres cosas alegran más que cualquier otra los oídos del hombre: el tintineo de las monedas, el fluir del agua y la risa de las muchachas. Sustituyendo el dinero con collares, ajorcas y pulseras, obtendremos los sonidos fundamentales de Sara de Ur (1989), de José Jiménez Lozano, intercalados con gritos de niños y llanto de cabritillos, los ruidos de la vida cotidiana en un tiempo remoto y pocas notas de flauta para una copla de amor. El autor debe de haber sentido un parecido deseo de agua de manantial en su estepa castellana vieja quemada por el sol abrasador del verano, allá por Langa, donde largas pistas polvorientas hacen un nudo y se levanta una capilla de ladrillos; debe de haber intentado pintar rayas de índigo y carmesí en las paredes encaladas de la meseta; tiene que haber imaginado muchachas egipcias o cananeas, esclavillas o hijas de los nómadas, al lado de una noria en alguna vega del Duero, y debe haber escuchado al anochecer esquilas de rebaños y tañir de campanas. La novela hace gala del estilo diáfano y esencial que caracteriza las reescrituras más o menos apócrifas de Jiménez Lozano, y responde a su rechazo programático de las «grandes narraciones», con su mortífero sometimiento al poder y su pretensión de verdad total y exclusiva. Este relato, sugerido por un guiño de la Biblia al desconcierto interior de Sara ante el Dios de su marido Abram, y entretejido de leyendas prejudaicas y admiración por el arte y la civilización del antiguo Oriente Medio, cuenta en efecto una historia «pequeña» y terrenal , urdida para convivir con personajes de fantasía encontrados fuera y más allá de las lecturas. Y es una fiesta del polisíndeton, un incansable añadir detalles polícromos y enhebrar abalorios con el deleite de un orfebre, y con la paciencia de quien cava pozos para el agua de mañana. Fiel a su crítica de todo barroquismo mistificador, de todo afán demiúrgico por crear mundos amañados o particularísimos, Jiménez Lozano escribe reescribiendo, y de la escritura declara todas las fatigas y peligros. El escriba, que sella las páginas finales con su testimonio, es todo lo contrario de un literato de corte o mandarín: viaja por su cuenta y riesgo a los lugares de la vida de Sara y por los territorios de su propia alma, escucha testigos y filtra con escrúpulo sus decires, aprende todos los oficios que le permitan experimentar y comprender, supera adversidades y distracciones en su ingrata labor, pero cae frente a la imposibilidad de acertar en describir la risa seductora de la princesa Sara, la de los senos tan pequeños como manzanas en agraz. Por puro amor consigue redimir del estiércol sus tablillas de barro y sus papiros, y terminar así la historia. En el libro los viajes juegan un papel básico, baste pensar en la partida hacia Canaán (no para cobrar una tierra prometida, sino por curiosidad de púrpura y de nieve) o en la marcha hacia el

monte del sacrificio, episodio después del cual explota la rabia humana de Sara frente al incomprensible e injusto Él Shadaï. En su desconfianza, que rápidamente se convierte en oposición indignada contra el prepotente dios de Abram, Sara cuenta con el apoyo de su nuera Ribca por el mero hecho de ser ambas mujeres. Pero no hay una visión femenina en el relato: los ojos del escriba permanecen siempre claramente masculinos. Sin embargo, la opción ética del autor, su cercanía espiritual con las voces silenciadas, tímidas y marginales, lo ha llevado infinitas veces a centrarse en protagonistas femeninas. Un libro publicado poco años más tarde, Un dedo en los labios (1996), retoma y multiplica, con despojada ternura, algunos acentos de Sara de Ur, ofreciendo inolvidables retratos de mujeres de la Biblia, de la historia de España y de nuestros tiempos: mujeres parleras o calladas, que captan y guardan secretos, todas con una capacidad de ver y entender muy superior a la de los hombres, cuyo simple y brutal mundo patriarcal deben sostener y soportar con su dolor y su misericordia. El autor no muestra en Sara de Ur la menor intención hagiográfica y tampoco exegética: en un contexto tan próximo a lo bíblico, la vivencia narrada logra sorprendentemente desarrollarse con una gracia inmanente, exenta de teleologías. Se perciben los estrechos lazos entre los elementos recurrentes de un universo felizmente circular, en el que un hombre como Abram puede apagarse harto de días, sin darse cuenta apenas, mientras bebe agua fresca, y cuando se reúne con Sara de la tumba común se levanta una bandada de pájaros azules, como una sonrisa innumerable. Una similar distancia con respecto a lo canónico se percibe en otros cuentos de Jiménez Lozano, donde momentos capitales de las «grandes narraciones», tantas veces repetidas hasta la más sorda osificación, reviven gracias a un punto de vista heterodoxo y revelador, a menudo proporcionado por un personaje humilde, un figurante accesorio e insignificante. Recordemos como ejemplo tres casos que remiten a la mismísima Pasión: «Frío en la garganta», donde María se preocupa sobre todo de que Judas logre hacer llegar a Jesús un fez de lana contra el frío de esa noche; «La túnica», donde la esposa del soldado romano que ganó la túnica de Jesús jugando a los dados la esgrime ante las vecinas como un trofeo de una tierra lejana y peligrosa (ambos cuentos incluidos en El grano de maíz rojo, 1988), o «La criadita» (incluido en Un dedo en los labios), donde vemos la escena en que Pedro reniega de Jesús a través de los ojos apenados de la joven sirvienta de la portera del Palacio del Pontífice. Pero el cuento más incisivo para entender este aspecto de nuestro autor es tal vez «La Sulamita» (incluido en El cogedor de acianos, 1993). Unos chiquillos aprecian mucho las clases de Historia Sagrada del miércoles por la mañana, que dicta don Abdón, pero se les dice que no pueden leer la Biblia directamente. Uno del grupo, Ignacio, explica que es porque allí se desvela «todo lo de los hombres y las mujeres», por ejemplo se habla de los pechos y muslos de una tal Sulamita. Ignacio posee un ejemplar y lo leen a escondidas. Hasta que un día, en la catequesis, una información demasiado precisa delata a Ignacio y los chiquillos deben confesar, recibir el castigo y entregar la Biblia a don Abdón, no sin antes haber borrado con miga de pan las huellas que se agolpan en el pasaje de la Sulamita. Con el sentimiento aquí afablemente sugerido Jiménez Lozano acude repetidamente a la Biblia: un libro infinito que nos concierne, mucho más misterioso y vital que sus resúmenes ortodoxos y sus interesadas estampitas. Y si un servidor, escriba vicario, tuvo la cómplice osadía de verter al italiano la historia de la princesa de Ur, redactada en Alcazarén, fue para que Sara pudiese atraversar una vez más, indemne, el silencio de las Escrituras, el deseo de los hombres y el olvido de los siglos, y reírse una vez más en el alma de otros lectores, para luego decir, riéndose, que ella no se ha reído.

Centro Virtual Cervantes © Instituto Cervantes, 1997-2014. Reservados todos los derechos. [email protected]

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.