La primer casa de recogimiento de huérfanas de Buenos Aires: el beaterio de Pedro de Vera y Aragón (1692-1702)

September 26, 2017 | Autor: Carlos Birocco | Categoría: Asistencialismo
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Descripción

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Para citar como: Carlos María Birocco “La primer casa de recogimiento de huérfanas de Buenos Aires: el beaterio de Pedro de Vera y Aragón (1692-1702)” en José Luis Moreno (coordinador) La política social antes de la política social. Caridad, beneficencia y política social en Buenos Aires, siglos XVII a XX Trama/Prometeo, Buenos Aires, 2000.

La primer Casa de Recogimiento de huérfanas de Buenos Aires: el beaterio de Pedro de Vera y Aragón (1692-1702)

Carlos María Birocco

Hasta que en 1745 se fundó en Buenos Aires el convento de Santa Catalina de Siena, los claustros de la Iglesia porteña no dieron cabida a las mujeres. Sólo los vecinos más ricos podían enviar a sus hijas a los dos monasterios más cercanos, que se hallaban en la ciudad de Córdoba. Se trataba de una operación costosa, en la que se sumaban trasladar las novicias, proporcionarles ajuar y servidumbre y señalarles una dote al ingresar a la clausura. En 1705, el cabildante Gerónimo de Gaete, cuyas hermanas Catalina e Isabel habían entrado a profesar en el convento cordobés de las Catalinas, se declaró en deuda con la abadesa por 1.000 pesos que correspondían a su dotación. Esta suma no incluía los gastos de una celda que tuvo que edificarles y dos esclavas que les cedió para que las sirvieran.1 Esta embarazosa situación se repitió seis años más tarde, cuando su viuda doña María de Bazán se vio obligada a vender una casa por hallarse “precisada a meter a monja a una hija mía en los monasterios fundados en la ciudad de Córdoba”.2 Pero en los inicios del siglo XVIII, la ausencia de una casa

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AGN IX-48-9-4, Escribanías Antiguas, f. 185. AGN IX-48-9-1, Escribanías Antiguas, f. 420v.; IX-48-9-2, Escribanías Antiguas, f. 101.

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conventual femenina no sólo era causa de preocupación en Buenos Aires. Lo mismo sucedía en Santa Fe, donde doña Ana y doña Isabel de Casal y Sanabria pidieron licencia a Felipe V para la fundación de un monasterio de religiosas de Santa Teresa de Jesús, alegando que no había en 500 leguas a la redonda uno “en que puedan acomodarse las hijas de hombres conocidos y pobres”.3 El monarca, sin embargo, se mostró parco ante la solicitud de una ciudad que no gozaba de entradas suficientes para mantener por sí misma una unidad conventual y no estaba dispuesto a distraer los escasos fondos de que disponía, empeñado como estaba en sus continuas guerras europeas. En el Buenos Aires de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, a las mujeres no les quedaba otra posibilidad que la de profesar informalmente como beatas, como se llamaba a las que hacían votos privados de castidad para dedicarse al ejercicio de la caridad y la oración, viviendo en un estado de semireclusión.4 Desde el punto de vista de las estrategias familiares, esta modalidad ofrecía algunos aspectos ventajosos y otros que no lo eran. A diferencia de las monjas, no se les exigía que hicieran votos formales de castidad ni que procedieran a una renuncia protocolizada a la herencia familiar, por lo que podían eventualmente contraer matrimonio, quedando latente el riesgo de que en el futuro desbarataran una calculada política hereditaria. Sin embargo, no puede decirse que constituyeran una amenaza inmediata para el patrimonio familiar, ya que a diferencia de las que entraban a la vida conventual, las beatas no requerían una dote, e incluso podían compartir su pan y su techo con mujeres no profesas.5

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Archivo General de Indias, Charcas 234. Esta definición pertenece a Fraschina, Alicia “Los conventos de monjas en Buenos Aires” en Todo es Historia n° 340, noviembre de 1995, Buenos Aires, pags. 9-25. Recientemente se ha hecho alusión a estas “mujeres reconocidas por las prácticas que realizaban en sus casas” en Braccio, Gabriela “Para mejor servir a Dios. El oficio de ser monja” en Devoto, Fernando y Madero, Marta (comp.) Historia de la vida privada en la Argentina Buenos Aires, Taurus, 1999, Tomo I, pág. 230. Sobre los conventos de monjas de Buenos Aires, además de los dos trabajos anteriores, puede consultarse Cicerchia, Ricardo Historia de la vida privada en la Argentina Buenos Aires, Troquel, 1998, pags. 259-262. 5 Puede ponerse como ejemplo el caso de Juan de Cáseres, que tuvo cuatro hijas, dos de las cuales profesaban en 1698 como beatas. A las dos mayores, Margarita y Jacinta, las casó y dotó respectivamente en 900 y 500 pesos. A María y Bárbola, en cambio, no les aportó dinero ni más bienes que una parcela de terreno, según lo aclaró en su testamento: “Declaro que a las dichas mis hijas María y Bárbola que hoy son beatas les di un sitio para que viviesen entre ambas por haberse contentado las susodichas con dicho sitio y no han recibido otra cosa”. AGN IX-48-8-4, Escribanías Antiguas, f. 159v. 4

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Esta profesión religiosa de carácter no conventual era más bien propia de mujeres solteras o viudas con medios suficientes para sostener una vida de discreto retiro, que en muchos casos no era de completo aislamiento. Algunas de las beatas pertenecían a las familias más acaudaladas de la ciudad. Tales fueron los casos de Ana María Guerreros, prima del opulento mercader Antonio Guerreros; de María de Astudillo, cuñada del sargento mayor del Presidio Joseph Bermúdez; y de las primas del capitán Juan Báez de Alpoin, Mariana, Catalina e Isabel Enríquez de Santa Cruz, conocidas todas ellas por haber hecho votos de consagración a Nuestra Señora del Carmen. El culto mariano bajo la advocación del Carmen gozaba entonces de tal popularidad entre las mujeres de la vecindad que éstas llegaron a fundar una cofradía para mantener un altar en la iglesia catedral.6 Una revisión del patrimonio personal de estas beatas pone de manifiesto su procedencia, vinculada a la elite mercantil porteña. El patrimonio de las hermanas Enríquez, realmente cuantioso, se componía de una casa en la ciudad y cinco estancias pobladas de ganados. Contaban, además, con varios esclavos a su servicio: en 1706 Catalina Enríquez se declaró en posesión de tres criados varones y dos mujeres.7 También doña María de Astudillo fue propietaria de varios negros, y en 1714 hizo donación de uno de ellos al Colegio de la Compañía de Jesús.8 Estos ejemplos, no obstante, nos colocan ante maneras diferentes de encarar la vida de oración. Las Enríquez optaron por una existencia más retirada y delegaron en sus parientes los asuntos mundanos; una de ellas, Isabel, hizo reconocimiento de ello cuando donó una de las estancias de su propiedad y dos esclavos a su primo Juan Báez de Alpoin, porque según expresó “me ha socorrido y socorre mis necesidades y ha asistido en mis enfermedades y todo cuan6

Una de estas beatas, doña Isabel Enríquez, pediría ser enterrada “con el hábito de Nuestro Padre del Carmen en cuyo nombre lo he vestido muchos años”; AGN IX-48-9-2, Escribanías Antiguas, f. 921. Otras vecinas de la ciudad, casadas o viudas, manifestaron su veneración por esta advocación de María. En su testamento, doña Rosa de Ahumada mandó ser enterrada “en la capilla de Nuestra Señora del Carmen de que soy cofrade y sea amortajada con el santo hábito de dicha Nuestra Señora”; AGN IX-48-9-6, Escribanías Antiguas, f. 262v. Doña Isabel de Sosa y Monsalve también deseaba que su cuerpo fuera sepultado “en la Iglesia Catedral de esta ciudad y capilla de Nuestra Señora del Carmen cuya esclava soy desde mi tierna edad”, aunque vestida con el hábito de San Francisco; id., f. 323. 7 En junio de 1701 Catalina Enríquez vendió un negro a un tercero; AGN IX-48-8-7, Escribanías Antiguas, f. 292; su plantel de esclavos figura en IX-48-9-4, Escribanías Antiguas, f. 804. 8 AGN IX-48-9-5, Escribanías Antiguas, f. 456v.

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to es necesario para mi alivio y acudido a todos mis negocios con toda puntualidad”.9 De la Astudillo, en cambio, sabemos que tuvo un papel más activo en el mantenimiento de su casa: en 1704 adquirió trigo para amasar bizcocho y vendió 58 quintales a los abastecedores de la expedición española a la Colonia del Sacramento. De todos modos, tanto esta última como las beatas Enríquez contaron con el patrocinio de sus parientes y de la vecindad en general, que fomentaban con legados y donaciones sus prácticas religiosas. Incluso el gobernador Alonso de Valdés Inclán las socorrió en 1707 con sumas de dinero provenientes de la venta de cueros a la Compañía de Guinea. En esa ocasión, asignó 25 pesos a María Enríquez, “beata de Nuestra Señora del Carmen”, y otros 100 pesos a María Astudillo. No obstante, este fenómeno de las beatas no se hallaba enteramente circunscripto a la elite. Una lista de personas que solicitaron en 1723 una limosna del cabildo de Buenos Aires nos permite acercarnos a la condición de estas profesas. Ese año se presentaron en el puerto varios navíos (algunos de ellos de registro y otros pertenecientes a la Compañía del Mar del Sur) y solicitaron cueros a la corporación vecinal. Esta los proveyó de corambre e invirtió una parte de lo recaudado en beneficencia, socorriendo a las viudas de militares, doncellas desvalidas y huérfanas. Entre las que solicitaron asistencia se encontraba doña Petrona de Piña y Aguilar, quien dijo vivir con su hermana Agustina y se manifestó “de profesión beata”, e imploró al ayuntamiento que les concedieran el valor de 200 cueros por hallarse “necesitadas de medios para pasar la vida por no alcanzar el trabajo de sus manos para ello y ser sus padres ancianos y de ningunas rentas ni fincas para poderlas mantener”. Otra vecina pobre “de estado beata”, doña María de Melo, era una huérfana criada por las beatas Enríquez que había hecho votos privados mientras se hallaba al cuidado de éstas. Reconoció haber recibido del cabildo en un repartimiento anterior una corta suma “con que se hizo un hábito tasadamente para poder salir a oír misa”, pero advirtió

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AGN Registro de Escribano n°2 1709-1712, f. 84. Con anterioridad, los familiares de las Enríquez les habían cedido una estancia en el pago de la Matanza y una casa en Buenos Aires, y éstas cargaron en 1698 un censo de 1000 pesos sobre esos inmuebles; IX-48-8-3, Escribanías Antiguas, f. 621.

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que se hallaba padeciendo “necesidad y pobreza por haberle faltado las señoras beatas Enríquez, que la asistían con lo necesario con su mucha caridad”. La profesión no conventual asumió un carácter predominantemente privado, aunque fue decididamente alentada desde las instituciones religiosas locales, sobre todo por la Compañía de Jesús. En algunos casos, las beatas residían en la morada familiar: María de Astudillo vivía junto con su madre, anciana y ciega, y con algunos criados, y las Enríquez rodeadas de huérfanas y esclavos. No faltaron, sin embargo, intentos de favorecer una vida de aislamiento, exclusivamente dedicada a la oración. En su testamento de 1691 una vecina de Buenos Aires, doña María de Matos y Encinas, viuda del capitán Pedro Guerreros, se declaró propietaria de un solar en la ciudad donde había mandado construir dos oratorios con sus celdas para sus hijas, las beatas doña Ana y doña Francisca Guerreros. Solicitó a sus herederos que “en este dicho sitio se dedique para dos oratorios lo bastante de tierras y a mis dos hijas arriba dichas, por haberse dedicado a Dios en estado de Beatas les di a cada una uno de dichos sitios en los cuales viven y dicha fábrica la hicieron dichas mis hijas con la porción de plata que yo les di a cuenta de lo que les tocó de legítima paterna que se les pagó por entero en la ocasión”.10 Ejemplos como éste orientaron al gobernador de Buenos Aires en 1692, cuando concibió la idea de reunir a las huérfanas de la ciudad en un ámbito aislado del entorno mundano, con el doble fin de sustraerlas de la incontinencia y encaminarlas hacia una existencia de recato por medio de la educación religiosa.

El beaterio de Pedro de Vera y Aragón A fines de 1692, el gobernador Agustín de Robles decidió transformar el antiguo Hospital Real de San Martín en una Casa de Recogimiento para huérfanas. Como este espacioso edificio no cumplía con la función de alojar enfermos desde hacía más de treinta años, sino que era utilizado como vivienda por diferentes particulares, Robles dispuso “que se redujese a casa de recogimiento, cuanto 10

AGN IX-48-7-7 Escribanías Antiguas, f. 530.

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va de cuidar los cuerpos a reparar las almas, y repararles de las ordinarias caídas a que la frágil naturaleza las inclina”.11 Pretendía cauterizar así, por medio de la vida contemplativa, los impulsos de una sensualidad desbordada que, a tono con el discurso de la época, juzgaba propia de la naturaleza femenina. Ya se sabe lo arraigada que se hallaba la creencia de que la mujer era particularmente propensa a quebrantar las leyes divinas.12 El obispo Azcona Imberto respaldó esta medida, con la creencia de que sería útil para resguardar la castidad de las jóvenes porteñas, cuya continencia era asediada por la existencia de varios cientos de soldados acantonados en la fortaleza. Dicho en palabras del prelado, la Casa de Recogimiento actuaría como una eficaz herramienta preventiva, en atención a ser “muchas las doncellas que aquí se pierden por falta de recogimiento y abundancia de ocasiones respecto a la mucha gente soltera que tiene este Presidio, fuera de los hijos de vecinos, y muy pocas las doncellas de esta ciudad que sepan lo preciso para su salvación por falta de doctrina y enseñanza”.13 No puede, en conclusión, relacionarse la creación de esta Casa de Recogimiento con un excedente de población femenina, uno de los motivos que se acostumbra a atribuir a la fundación de las casas conventuales femeninas durante el período colonial. Aunque no se han conservado padrones del período que estudiamos, todo parece indicar que el índice de masculinidad era alto, debido a la presencia de casi un millar de soldados en el Presidio de la ciudad. En 1700 la población de la ciudad se acercaba, según cálculos de Besio Moreno, a los 7000 habitantes14, mientras que los oficiales y soldados destacados en el Presidio alcanzaban

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En 1655 el Hospital todavía alojaba a los enfermos, pero con posterioridad sus cuartos fueron alquilados a terceros. A comienzos de la década de 1690, uno de sus aposentos había servido de cárcel. Los argumentos de Robles para convertirlo en Casa de Recogimiento se encuentran en AGN, Manuscrito de la Biblioteca Nacional n° 255, “Papeles curiosos” de Saturnino Segurola, f. 303. 12 Lavrin, Asunción “La sexualidad en el México colonial: un dilema para la Iglesia” en Lavrin, Asunción (coord.) Sexualidad y matrimonio en la América hispánica. Siglos XVI-XVIII México, Grijalbo, 1991, pags. 75-76. Medio siglo más tarde, al tramitarse la fundación de un convento de capuchinas en la ciudad, la real cédula que la autorizaba expresaba apuntar a que las doncellas no quedaran “expuestas a las contingencias de la humana fragilidad”; Rodríguez Molas, Ricardo Divorcio y familia tradicional Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984, pág. 30. 13 Citado por Lafuente Machain, Ricardo Buenos Aires en el siglo XVII Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, 1980, pág. 85. 14 Besio Moreno, Nicolás Buenos Aires, puerto del Río de la Plata, capital de la Argentina. Estudio crítico de su población, 1536-1936 Buenos Aires, 1939, pág. 425.

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las 850 plazas. Puede afirmarse, si se aceptan estos datos, que alrededor del 12% de la población estaba militarizada. Los reclutados provenían, en su mayoría, de las levas llevadas a cabo en las provincias del centro y norte de la península; eran, predominantemente, jóvenes solteros que habían sido embarcados al Río de la Plata en los navíos de registro durante las últimas décadas del siglo XVII. Algunos de estos consiguieron casarse con mujeres criollas –de hecho, no pocas de las familias mejor reputadas del siglo siguiente tuvieron origen en aquellos soldados de la guarnición– pero otros resultaron relegados del mercado matrimonial, sin que lograran ser conducidos a una vida de abstinencia. El obispo Azcona Imberto aludía explícitamente a las pulsiones sexuales de estos últimos, así como a la poca preparación y resguardo que tenían las muchachas huérfanas de la ciudad para resistir a su asedio.15 Resulta difícil atribuir con precisión la fundación de esta Casa de Recogimiento a alguna de las autoridades locales, pero lo más probable es que la misma haya sido concebida por el gobernador, quien se habría valido de uno de los miembros del cabildo para sondear al resto de los integrantes de esa corporación. El 8 de octubre de 1692, en efecto, el procurador de la ciudad manifestó “lo conveniente que será al bien de esta república y al servicio de Ambas Majestades que en la situación del Hospital del Señor San Martín se funde una casa de Recogimiento que sirva de retiro a las doncellas nobles virtuosas huérfanas y pobres que desearen vivir en él y castigo a las personas que con su mal ejemplo la escandalizan”. El cuerpo vecinal ofreció “toda la asistencia de medios que pide dicho procurador general para que tenga efecto obra tan santa y que tanto ha deseado cada uno de los capitulares de este Cabildo”. El gobernador Robles ordenó entonces que “se haga una Casa de Recogimiento donde pueda recogerse a vivir en clausura la juventud noble y virtuosa que por su mucha pobreza pueda padecer los deslices a que de ordinario las precipita la necesidad y sirva asimismo para contener en ella el mal ejemplo de las que con sus públicas des-

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Para la temática de la continencia sexual de los varones solteros, véase Flandrin, Jean-Louis “Mariage tardif et vie sexuel” en Annales E.S.C. 27, noviembre-diciembre de 1972, pags. 1351-1378; asimismo Gaudemet, Jean El matrimonio en Occidente Madrid, Taurus, 1993.

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honestidades la escandalizan”.16 En noviembre del mismo año, el cabildo acordó abrir las puertas del recogimiento cuando se retiraran del puerto los navíos de registro de Francisco Retana, posiblemente porque se había utilizado el Hospital –el edificio con mayor capacidad de alojamiento de la ciudad– para hospedar a los marineros y a un contingente de infantes trasladado en esas embarcaciones que esperaba seguir viaje a las guarniciones de Chile. Para entonces, un cierto número de mujeres ya había mostrado interés por recluirse, según manifestó el mismo ayuntamiento.17 No obstante, deberían aguardar aún nueve años para ingresar en él, ya que esta corporación hizo muy poco para poner el edificio en condiciones. Las escasas rentas que poseía el Hospital resultaron insuficientes, por lo que hubo que valerse de las discontinuas pero substanciosas donaciones del gobernador Robles y, sobre todo, de las sumas que el mismo mayordomo del Hospital, el capitán Pedro de Vera y Aragón, invirtió para reformarlo. El 23 de febrero de 1697 este último informó al ayuntamiento que la obra estaba “acabada en lo principal de los edificios y oficinas que necesita para Casa de Recogimiento”, y que le había consumido más de 4.000 pesos de su propia fortuna, fuera de los materiales (en especial carretadas de cal y maderas) que había donado el gobernador. El cabildo aceptó tomarle una rendición de cuentas pero se negó a cargar con los gastos de la construcción. Los alcaldes ordinarios inspeccionaron las edificaciones y se mostraron satisfechos con que el Hospital Real pudiese servir en adelante “no tan solamente de Casa de Recogimiento sino aun de convento de monjas”.18 En esta observación puede verse una claudicación a los objetivos bajo los cuales se concibió el recogimiento, destinado originariamente al hospedaje y la educación de las muchachas huérfanas. Hacia 1699, cuando estaba finalizándose la reconversión del edificio, aquellos fines habían cambiado. Ya no se trataba de abrir un hospicio sino un beaterio, donde las doncellas españolas, no necesariamente huérfanas, 16

Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires Archivo General de la Nación, Buenos Aires, 1925, tomo XVIII [en adelante AECBA, XVIII] pág. 55-62 17 En un acuerdo del cabildo se habla de que “se han de recoger las que quisiesen como hay muchas que están deseosas de hacerlo”. 18 AECBA, XVIII, pags. 395-398.

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encontrasen un espacio donde retirarse a llevar a cabo sus ejercicios espirituales. Esto puede apreciarse en las sucesivas etapas de la reedificación del Hospital Real. Fueron alquilados, hasta fines de 1696, varios aposentos que daban a la calle, pero al año siguiente se desalojó a los inquilinos, primer muestra de que se buscaba construir un espacio perfectamente aislado del mundo circundante. En 1699, poco antes de que ingresaran las primeras recluidas, Vera y Aragón decidió imponer normas de clausura e hizo construir un torno y dos locutorios con rejas de madera que habrían de marcar en adelante una rígida separación entre el interior y el exterior. Aunque el auto del gobernador que establecía la conversión del Hospital de San Martín en Casa de Recogimiento fue expedido el 9 de octubre de 1692, ésta no entró en funcionamiento hasta los primeros meses de 1699. El beaterio fue administrado en lo temporal por el mayordomo Pedro de Vera y Aragón. La conducción espiritual de las jóvenes fue encargada a una viuda, doña Juana de Saavedra, a la que el cabildo nombró maestra fundadora debido a “su ancianidad, virtud y ejemplar vida”; esta mujer ya profesaba como beata y se arrogaba experiencia en la educación cristiana de niñas huérfanas.19 Poco es en realidad lo que sabemos sobre las internas, más allá de su número. En 1699, cuando se adquirieron 300 varas de bayeta y 120 de pañete para proveerlas de vestimenta, eran treinta y una las huérfanas que residían en este hospicio. Lo que es seguro es que no todas eran huérfanas, ya que años más tarde un regidor del cabildo afirmaría que la mayor parte de ellas tenía padres y familiares.20 Desconocemos si existían diferencias jerárquicas entre las mujeres que se recluyeron en el beaterio, más allá del cargo de maestra que ejercía doña Juana de Saavedra. No obstante, poseemos un testimonio de Pedro de Vera y Aragón que

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Véase AECBA, XVIII, pags. 64-67. Hemos podido identificar la filiación de doña Juana Saavedra, señalada en 1701 como “de estado beata, recogida en la casa del Hospital Real del Señor San Martín”, por una donación que hiciera años antes a su sobrina doña Ana de Giles, esposa del capitán Pedro de Suero; AGN IX-48-8-7, Escribanías Antiguas, f. 192. Era hija del porteño Juan Arias de Saavedra y de la extremeña Ana Galindo de Paredes, y había estado casada con el español Bernardo Giménez de Montiel, del que enviudó a fines del siglo XVII. Más información sobre esta mujer podrá hallarse en Molina, Raúl Alejandro “La educación de la mujer en el siglo XVII y comienzos del siguiente. La influencia de la beata española Doña Marina de Escobar” en Revista Historia Buenos Aires, 1956, n°5. 20 Las cuentas del beaterio se hallan en AGN IX-41-3-5, Inventario de lo que contiene el Hospital Real, f. 78v. y sigtes.

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pretende orientarnos al respecto: cuando el Recogimiento ya había sido cerrado y estaba prevista la apertura de un monasterio femenino, recomendó que este último reprodujera “la clausura y distribuciones de la Casa de Recogimiento”. ¿Aluden estas “distribuciones” a un reparto de las tareas y responsabilidades, que convertían a lo que sucedía dentro de los muros del Hospital Real en un espejo de lo que ocurría fuera de estos? Faltan evidencias para saber si unas colaboraron con la dirección de esta Casa y otras se abocaron a labores mujeriles o incluso semiserviles, a la manera de quienes tomaban el velo blanco y el velo negro en los conventos de monjas. Las cuentas de Vera y Aragón nos permiten reconocer, no obstante, a un número no determinado de mujeres de casta que compartían su existencia retirada con las pupilas de condición española, aunque en calidad de sirvientas. Quizás se dedicaban a atender las necesidades de las recluidas a la vez que participaban de las prácticas religiosas de la Casa de Recogimiento, como lo harían las “donadas” de los conventos porteños de la segunda mitad del siglo.21 El principal problema que se suscitó al mayordomo del Hospital fue la manutención de las jóvenes que albergaba el recogimiento. Por acuerdo del 27 de octubre de 1692, el cabildo cedió a la Casa de Recogimiento todas las propiedades, censos y rentas que poseía el Hospital Real “para ayuda del sustento y vestuario de las personas que en ella se recogieren”.22 Se trató, fundamentalmente, de los intereses de los censos que cinco vecinos de la ciudad –Juan Jofré de Arce, Hernando Rivera Mondragón, Roque Rodríguez, Roque de la Fuente y Francisco Arroyo– contrajeron a favor de la casa hospitalaria antes de que comenzaran las obras de habilitación del beaterio. A estos se agregó en 1700 un sexto censo, que el vecino Juan de Masmela cargó sobre su casa. El primero de aquellos cinco, escriturado en 1.060 pesos, pasó a Vera y Aragón, yerno de Jofré de Arce, quien se apoderó de la casa que había hipotecado su difunto suegro y siguió pagando los réditos. En octubre de 1700, además, éste se aseguró un excedente de 560 pesos en plata “perteneciente a la casa de recogimiento de doncellas 21

En mayo de 1702, Vera y Aragón anotó haber adquirido 30 varas de bayeta azul “para vestir el servicio del Recogimiento que está con suma necesidad”, y apuntó haber entregado a una de las indias que formaban parte del mismo 4 varas de lienzo para que se cosiera una camisa.

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huérfanas” imponiendo esta cantidad a censo sobre otras casas de su pertenencia.23 Estas dos últimas operaciones permiten establecer semejanzas entre el rol ejercido por el mayordomo del Hospital Real y el de los administradores laicos de los bienes eclesiásticos, que por un lado buscaban fomentar del patrimonio de la institución que tutelaban, pero se convertían por otro en los principales beneficiarios del crédito generado por sus inversiones y rentas. De cualquier manera, ni aun como principal usurario consiguió Vera y Aragón resarcirse de las ingentes sumas de dinero que empleó en la edificación y manutención del beaterio. En 1704, cuando redactó su testamento, declaró haber dedicado 4.588 pesos “a la obra de la casa de recogimiento”, de los cuales 3.734 pesos fueron “por gastos de fábrica” y el resto “en la manutención de las huérfanas que se recogieron a la dicha casa”, y solicitó a sus herederos que intercedieran ante la Corona para que le fueran restituidos. La gestión del mayordomo no debe interpretarse necesariamente como deficitaria, sino que ha de tomarse como una manera de adquirir prestigio, pues era una forma de lograr el reconocimiento social y de obtener el crédito monetario por otras vías.24 Las rentas censatarias del Hospital Real se complementaban, como ya hemos mencionado, con el alquiler de las habitaciones externas. Pero éstas debieron ser abandonadas cuando el recogimiento se convirtió en un ámbito de clausura en el que los hombres –con excepción del mayordomo, el sacristán, el confesor y el médico– quedaron excluidos. Vera y Aragón perdía con ello el ramo más redituable de las rentas inmuebles. Los réditos que pagaban los censos nunca pudieron tomarse, por el contrario, como un ingreso seguro, ya que no se consiguió que fueran abonados puntualmente. Hubo incluso tres años en que no lle22

AECBA, XVIII, pág. 64-67 AGN IX-48-8-6, Escribanías Antiguas, f. 283. 24 En su testamento, protocolizado en 1704, Vera y Aragón declaró tener otorgadas tres escrituras de Censo: una a favor del Hospital, de 1060 pesos, “de cuyos réditos hasta hoy no debo cosa alguna por haberlos pagado cada año”; otro de 300 pesos a favor de la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario y un tercero por 4000 pesos “a favor de la fundación del convento de monjas carmelitas descalzas” que se pagará cuando el rey conceda la licencia. Es evidente que había logrado conseguir por intermedio de la Iglesia un fluido acceso a los dineros corporativos, a la vez que sufragó la creación de instituciones piadosas y solventó procesiones vinculadas al culto de los santos. Costeó mientras vivió una procesión anual en honor a San Francisco Javier, y al morir dejó 3000 pesos para cera y otros insumos, con encargo de que la misma se siguiera realizando, y otros 400 pesos para adornar la efigie del Santo Cristo, a fin de que se cubrieran los gastos de flores, aseo del altar y de las casoletas con que se lo transportaba los días de celebración; AGN Registro de Escribano nº 2 de 1709-1712, fs. 237v.-244v. 23

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garon a sumar un total de 100 pesos. El mayordomo se vio obligado a procurarse otras entradas, entre ellas la limosna de los particulares. En la ciudad, algunos vecinos interesados en el progreso de esta obra pía donaron pequeñas sumas de dinero: en 1697, los alcaldes ordinarios recogieron 84 pesos de limosna entre la población. Paralelamente, los limosneros pagados por el Hospital recorrieron en más de una ocasión la campaña recogiendo trigo para el mantenimiento de las huérfanas. Pero fue el gobernador quien hizo las mayores donaciones. En 1695 aportó un importante cargamento de maderas (umbrales, tirantes, postes y tijeras de viraró, algarrobo y tajiba) para la reparación de techos y aberturas, y entre 1698 y 1699 entregó al mayordomo, por medio del cabildo, 2.200 pesos obtenidos de la venta de cueros al capitán Carlos Gallo Serna, cuyos navíos de permiso se hallaban apostados en el puerto. Gracias a esta suma y a los aportes personales de Vera y Aragón se concluyeron las reformas edilicias y se concretó la apertura del beaterio.

Cuadro 1: Ingresos anuales del beaterio expresados en pesos (1695-1702) 1695

1696

1697

1698

1699

1700

1701

1702

Rentas propias

196,5

296

107,5

80

157,5

317

83

204

Aporte cabildo

0

0

0

0

0

56

147

78

100

0

0

700

1500

0

0

0

235,12

370

198 207,67

509

266

10

11

105

219

Aporte gobernador Aporte iglesia Limosna

153 164,62 97

44

14

43

Fuente: AGN IX-41-3-5

Un último aporte que debe ser destacado es el de la jerarquía eclesiástica porteña. Por real cédula del 8 de junio de 1695, Carlos II había sugerido al obispo Azcona Imberto que destinara el noveno y medio de las rentas decimales re-

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caudadas en la jurisdicción de la ciudad de Santa Fe al recogimiento de doncellas huérfanas. El prelado, protector decidido de esta obra pía, consintió en que el referido noveno y medio le fuera abonado en tres cuotas mensuales, que fueron las únicas entradas que Vera y Aragón recibió con puntualidad a lo largo de su administración. Las mismas se constituyeron, además, en el principal ingreso del Hospital Real: alcanzaron el 37,04% de su haber entre 1695 y 1702. Los siguientes renglones de entrada fueron las rentas inmobiliarias propias (26,73%), las contribuciones del gobernador Agustín de Robles (21,18%), la limosna recaudada entre los vecinos de la ciudad y la campaña (10,46%) y, por último, los escasos subsidios del cabildo (4,57%). Analizaremos a continuación los escasos datos que poseemos sobre la vida de estas beatas. Se conoce la estructura edilicia de la Casa de Recogimiento gracias al inventario de los bienes del Hospital Real que se realizó en 1702. De acuerdo con lo que había ordenado el cabildo en 1692, el Hospital había sido rodeado por un muro de tapias de tierra de 5 varas de alto. Los tres aposentos más próximos a la puerta de entrada servían de conexión con el exterior: se los describió como “locutorios con rejas de madera y un torno”. Existía otra habitación que tenía unas rejas de hierro y también había sido utilizado con ese fin. A partir de allí, se accedía hacia el interior por medio de un tránsito o pasadizo y se llegaba hasta una sala que se utilizaba como refectorio, con mesas clavadas contra los postes y asientos de ladrillo. También había una cocina, varios salones, oficinas que servían de depósito y diez habitaciones para alojar a las pupilas. El espacio que éstas transitaban a diario era, naturalmente, un espacio cerrado. Los momentos de solaz debían de transcurrir en el huerto plantado de naranjos o en los patios, el más importante de los cuales estaba dominado por una enorme cruz de madera de algarrobo. Estaba previsto que no abandonaran la clausura ni siquiera después de la muerte, ya que uno de aquellos patios fue convertido en cementerio. Asistían a la capilla del Hospital dos veces al día, una a misa principal y otra a las vísperas, y en el caso de que no concurriera un sacerdote prebendado a auxiliar al oficiante, eran ellas quienes cantaban durante el servicio. En ocasiones, un religioso de la Compañía de Jesús acudía a decir el sermón,

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que ellas escuchaban detrás de una reja. La formación religiosa de las recluidas no fue un rubro despreciable en los gastos del beaterio: entre 1699 y 1702, el ceremonial católico constituyó el 3,87% de los desembolsos, y la dotación de un ajuar para la capilla el 3,2%. Un examen de las cuentas presentadas por Vera y Aragón en 1702, cuando se forzó a las internas a abandonar el Hospital Real, nos permitirá conocer mejor su vida cotidiana. Entre 1695 y 1698, mientras se efectuaron las obras de reforma del edificio, la mayor parte de los gastos realizados por el mayordomo gravitó entre el pago de jornales a los peones (68,38%) y la compra de materiales para la construcción (30,85%). Pero una vez que las beatas entraron en la clausura, en 1699, la naturaleza de esos gastos varió. Vera y Aragón insumió más de tres cuartas partes de sus ingresos en la manutención de las pupilas (53,5%) y en su vestuario (25,73%). Un tercer renglón de ingresos importante continuó siendo la remuneración de conchabados (22,11%), pues aunque Agustín de Robles concedió al beaterio el servicio de algunos mitayos quilmes y acalianes, procedentes de la reducción de Santa Cruz de los Quilmes, en la práctica sólo gozó de la asistencia de estos indios en los meses en que no fueron ocupados por el gobernador en otros quehaceres, fundamentalmente en las reparaciones del fuerte y la elaboración de cal.25

25

Para el tema de la mita de los indios quilmes y acalianes, véase Birocco, Carlos María Los indígenas tributarios de Buenos Aires entre 1700 y 1714 mimeo, presentado en las Primeras Jornadas de Investiga-

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Cuadro 2: Egresos anuales del beaterio expresados en pesos (1695-1702) 1695

1696

1697

1698

1699

1700

1701

1702

Ajuar beaterio

0

0

0

0

475

72

0

0

Ajuar iglesia

0

0

0

0

214

40

0

0

Ceremonial

50

0

0

0

23

38

38,75

69,75

Jornales Manutención Materiales Vestuario

942,75 1034,1 636,67 876,75 795,75 247,67 0 634,67 0

0

0

0

176

420 310,25 258,25 270,25 0

0

0

156,5 169,25

654,6 689,75 286,25 10

0

0

0 975,75

273

241,5

Fuente: AGN IX-41-3-5

La porción más importante de los alimentos consumidos por las beatas, sus sirvientas de casta, los mitayos y los peones provinieron de la generosidad de las autoridades patrocinantes; aun así, durante los tres años y medio que existió la Casa de Recogimiento, se invirtieron 1.806 pesos en la manutención de las internas y la servidumbre. Se consiguió el aprovisionamiento gratuito de carne por bando del cabildo, que impuso en 1692 a los abastecedores de la ciudad la carga de entregar los martes y los sábados una vaca y una ternera para consumo de las doncellas recluidas. Con frecuencia, el trigo se conseguía mediante donaciones: en 1701, por ejemplo, Vera y Aragón pagó 11 pesos a un personero por “salir a pedir limosna de trigo por las chácaras”. Ese mismo año, durante la cosecha, el capitán Bernardino de Sosa donó 6 fanegas de su propia producción y se consiguieron otras 14 “que se han juntado de limosna corriendo la jurisdicción”. Una manera de suprimir gastos suplementarios era evitar los desperdicios en la molienda. El mayordomo se hacía remitir tanto la harina blanca como el afrecho: con la primera se producían los panificados para el consumo de las ción Internas de la División Historia, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Luján,

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internas, mientras que con el segundo (la “semita”) se alimentaba a los mitayos que trabajaban para el recogimiento. El gobernador Robles se comprometió a proveer pescado fresco, principalmente durante los días de cuaresma, pero cuando estos envíos comenzaron a menguar, Vera y Aragón acordó el abastecimiento con un particular. Las hortalizas y frutas provenían de la huerta del Recogimiento, donde también había un corral de gallinas, pero debían comprarse las lentejas y el maíz, y la mayor parte de las veces, también el trigo. En 1701, la Iglesia adelantó el noveno y medio del diezmo para evitar que las especulaciones de los comerciantes le impidieran aprovisionarse de grano por una temporada, y el mayordomo detalló en sus cuentas que había recibido 509 pesos “para comprar con tiempo el trigo necesario para el Recogimiento, por lo estéril de las cosechas y el precio subido de su costo”. En otra ocasión, éste acordó con el corregidor de la Reducción de Santa Cruz de los Quilmes la siembra de 2 almudes de porotos y media fanega de maíz, con utilización de mano de obra mitaya. Había otros ingredientes consignados en las cuentas que no eran usados para enriquecer la dieta de las beatas. El azúcar era utilizada con fines medicinales y el vino era adquirido para uso ritual de la capilla del beaterio. En 1700 algunas internas se enfermaron de viruela y hubo que renovar los colchones. Diferentes enfermedades obligaron a que se las sometiera a frecuentes sangrías; el médico que las atendió ordenó que se compraran capones para la dieta de las convalecientes. El vestuario a veces provino –al igual que los alimentos– de las donaciones hechas por las autoridades y la vecindad. Sin embargo, los gastos insumidos en ese rubro fueron igualmente notables: ascendieron a 1.490 pesos en tres años y medio. En agosto de 1701, Agustín de Robles mandó de limosna una pieza de bayeta, y la maestra Juana de Saavedra ordenó la compra 23 varas de lienzo para completar la confección de unos jubones. Unos particulares donaron en otra oportunidad unos cordobanes, con los que se hicieron zapatos. En enero de 1702 se recogieron, por último, 200 pesos de limosnas “para ayuda a los gastos del vestuario de las doncellas huérfanas del Recogimiento”. Todo parece indicar en noviembre de 1995.

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que se proveía a cada pupila de una muda nueva y un par de zapatos una vez al año. No obstante, los textiles adquiridos fueron cada vez menos pretenciosos: en 1699 todas las recluidas recibieron su hábito de Nuestra Señora del Carmen, el mismo que utilizaban las beatas que profesaban fuera de la Casa de Recogimiento; dos años más tarde sólo se les proporcionó una camisa de lienzo grosero.

El beaterio abandona el Hospital Real La experiencia del beaterio de Vera y Aragón llegó a su fin con el arribo de un nuevo gobernador, Alonso Juan de Valdés Inclán. Este portaba una real cédula expedida el 1° de junio de 1701 por la que se ordenaba que el Hospital Real retomara sus funciones asistenciales originarias. Junto con el gobernador había llegado a Buenos Aires un piquete de soldados para refuerzo para la guarnición. Entre estos había un cierto número de enfermos que fueron repartidos en las casas de los vecinos, quienes expresaron su descontento por tener que alojarlos cuando existía un hospicio en condiciones de hacerlo. En consecuencia, Valdés Inclán ordenó que las beatas desocuparan el edificio.26 No pretendía, sin embargo, disolver el beaterio sino sólo recuperar el Hospital Real, de modo que por orden del 14 de agosto de 1702 encargó al cabildo “buscar casa en que se recojan las doncellas huérfanas que hubiere para que así se logre una obra tan pía con su recogimiento”. Fue, en realidad, el cabildo porteño quien se mostró contrario a que la Casa de Recogimiento subsistiese como tal. El regidor Joseph de Arregui solicitó que se procediera a averiguar “quién introdujo las referidas doncellas en el Hospital y con qué licencia” y se opuso a que el ayuntamiento se hiciera cargo de adquirir una vivienda donde colocar a las beatas; consideraba que “respecto de tener entendido que las más de las que hoy se hallan en dicho Recogimiento tienen padres y parientes, podrán estos recogerlas en sus casas como es de su obliga26

AGN IX-41-3-5, Inventario de lo que contiene el Hospital Real, f. 2. Véase también Torre Revello, José “El Hospital de San Martín y de Nuestra Señora de Copacabana hasta el arribo de la orden hospitalaria de Nuestra Señora de Bethlem (1580-1748)”en Boletín de la Academia Nacional de la Historia Buenos Ai-

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ción”. Esta reacción no puede explicarse sin tener en cuenta la incorporación de seis nuevos regidores en 1701. A partir de la misma, la corporación vecinal se había convertido en el órgano de expresión de las más influyentes familias de la ciudad.27 Estas mostraban así su decepción con las características que había adoptado el recogimiento, convertido en un hospicio para muchachas faltas de medios. Esto entraba en contradicción con las intenciones de aquellas familias de notables, que ya especulaban con la creación de un convento de monjas que cooperara en desviar el excedente de hijas solteras del mercado matrimonial. El cabildo tenía, además, motivos de carácter corporacional para oponerse a la subsistencia del beaterio: en 1701 y 1702 se había visto obligado a contribuir a su manutención comprometiendo en ello sus propias rentas, pues las limosnas recolectadas entre los particulares no fueron suficientes y tuvo que ofrecer los alquileres de unas casas que le pertenecían. Esto sucedió en un bienio en que el balance de ingresos y gastos del ayuntamiento arrojó resultados negativos, principalmente debido a la celebración de las fiestas públicas de la coronación de Felipe V en Buenos Aires.28 En lo que respecta a los gobernadores, los sucesores de Agustín de Robles –primero Manuel de Prado y Maldonado y luego Alonso Juan de Valdés e Inclán– evidenciaron escaso interés en proteger a las doncellas recogidas y abandonaron su política de donaciones. A todo esto debe agregarse la muerte, en 1700, de quien había sido, junto con Robles, el principal propulsor de la Casa de Recogimiento: el obispo Azcona Imberto. La Iglesia porteña sufriría a partir de entonces la vacancia del solio episcopal durante más de una década. Los miembros del cabildo eclesiástico, que gobernaron la sede hasta 1715, no mostraron ningún entusiasmo en solventar una institución que ya no contaba con el respaldo de las autoridades locales. En noviembre de 1703, el mismo sector de la elite que se opuso a mantener la Casa de Recogimiento pretendió fundar un monasterio que siguiera la regla del

res, 1949, pags. 365-369. 27 La coyuntura política local fue claramente descrita por el mismo Arregui, para quien en 1699 “estaba la ciudad falta de capitulares por no haber dado cumplimiento el Señor Don Agustín de Robles a la Cédula de Su Majestad en que concedía a esta ciudad seis oficiales regidores, hasta que el Señor Don Manuel de Prado en su tiempo lo puso en ejecución”.

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Carmen y consiguió reunir 22.000 pesos en donaciones para la edificación de un convento de carmelitas descalzas en la ciudad. Estaba encabezado por el referido regidor Joseph de Arregui, cuya hermana y sobrina se habían visto forzadas a trasladarse a Córdoba para poder tomar los hábitos.29 Otros donantes fueron Antonio Guerreros, Juan Pacheco de Santa Cruz, Pedro de Picabea, Juan de Zamudio y el mismo Pedro de Vera y Aragón, quien estaba interesado en que sus pupilas ingresaran al nuevo convento y consiguió ser nombrado administrador de las sumas recaudadas. Todos estos otorgaron a Mateo de Ayora, capitán de un navío de permiso, y a los procuradores de la Compañía de Jesús de las Provincias de Chile, Paraguay, Tucumán y el Río de la Plata ante el Consejo de Indias, un poder “en orden a que la fundación de la casa de recogimiento de doncellas huérfanas, a que se había destinado el Hospital del Señor San Martín que ha mandado Su Majestad se conserve sin extinguirle, se conmute a monasterio de carmelitas descalzas con treinta y tres monjas de velo con la oferta que tienen hecha de más de veinte mil pesos para su principio”.30 La lentitud con que se movían los poco aceitados resortes de la burocracia peninsular y un sinfín de percances que no hemos de detallar aquí hicieron que transcurrieran más de cuarenta años antes de que pudiera concretarse la fundación del primer convento de monjas de la ciudad. De todos modos, ello no se debió a que la preocupación por la falta de una institución religiosa femenina hubiera declinado, ya que las alternativas de una existencia honorable que tenían las muchachas que no podían desposarse de acuerdo con los requerimientos de su condición social siguieron siendo escasas.31 La real cédula de Felipe V que mandaba desalojar el Hospital Real hacía un llamado a que el “recogimiento de huérfanas” no fuera abandonado. Esta congregación todavía seguía despertando fuertes simpatías en ciertos sectores eclesiásticos, para los que la protección de un espacio de oración abierto a todas las 28

En 1701 ingresaron a las arcas del cabildo 468 pesos pero fueron gastados 477; al año siguiente, entraron 963 pesos y salieron 1194. Véase Ensinck Oscar Luis Propios y arbitrios del Cabildo de Buenos Aires, 1580-1821 Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1990, pags. 51-52 29 Ana María de Arregui profesó en el convento cordobés de las Catalinas en 1697 y Gertrudis, sobrina del regidor, a fines de 1702; Braccio, Gabriela “Para mejor servir a Dios…”, pág. 248. 30 AGN IX-48-9-2, Escribanías Antiguas, f. 763-790. 31 Lavrin, Asunción “Religiosas” en Hoberman Louisa y Socolow Susan Ciudades y sociedad en Lati-

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muchachas españolas tenía primacía por sobre las estrategias familiares tramadas por la elite.32 Vera y Aragón trasladó el beaterio a dos cuartos de su casa y lo mantuvo allí por espacio de un lustro, siempre a cargo de doña Juana de Saavedra. No obstante, la mayor parte de las muchachas retornaron con sus familias, y en 1704 sólo tenía consigo a cinco de éstas.33 El 15 de agosto de ese año, Vera y Aragón hizo testamento y mostró su incertidumbre frente a la subsistencia del beaterio. Declaró que había ofrecido una renta de 200 pesos para el futuro convento de monjas carmelitas, “con la calidad de ser las primeras que entraren a fundar las doncellas huérfanas que asistieren en compañía de la dicha doña Beatriz [Jofré de Arce] mi esposa, observando la clausura y distribuciones de la Casa de Recogimiento de donde fueron despedidas por haberla Su Majestad aplicado a hospital, esperando el consuelo de ser admitidas en dicho convento, y en caso de no tener efecto la fundación y tenerla la de la casa de recogimiento en compañía de la señora doña Juana de Saavedra y por su falta en la dicha mi esposa pase a ella y a su manutención la dicha mi herencia…” En el caso de que el convento no se fundara y el recogimiento cerrara definitivamente sus puertas, su albacea debería encargarse de que aquellas cinco beatas fueran enviadas a uno de los conventos de Córdoba, a expensas de los bienes mortuorios. Pero estas últimas doncellas recluidas, según el mismo Vera y Aragón refirió en una carta posterior, terminaron por dispersarse cuando debido a su deteriorada salud doña Juana renunció a ser su rectora.34 De todos modos, creemos que algunas de ellas siguieron agrupadas y encontraron amparo en casa del general Miguel de Riblos, cuya tercera esposa, doña Josepha Rosa de Alvarado, se había educado en el beaterio, por lo que no sería de extrañar que ésta hubiera llevado

noamérica colonial Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1986, pág. 179. 32 En 1704, el clérigo Juan Mateo Leal liberó un esclavo con la condición de que sirviera a las doncellas que se hallaban recogidas en casa de Vera y Aragón, además de dejarles un legado en dinero y unas estampas a doña Juana de Saavedra, “madre y maestra de las niñas huérfanas”; AGN IX-48-9-3, Escribanías Antiguas, f. 380v. 33 Estas eran su hija de crianza Josefa Rosa de Alvarado, Petrona Cervantes, Petrona de San Joseph sobrina del fraile fray Alberto Flores, Tomasa hija de Burguinas y Mariana de Jesús hija de Juan Martín Caballero “que son las que actualmente cuando hago este mi testamento persisten en el dicho recogimiento de mi casa”. Asimismo menciona a una huérfana llamada Marta recibe 500 pesos para ayudar a sus gastos de clausura “con la calidad de que siempre ha de asistir donde la señora doña Juana de Saavedra estuviere y estar sujeta a su doctrina y enseñanza y a todo lo que le mandare ora sea en la clausura o en otra parte”. 34 AGN IX-41-3-5, Inventario de lo que contiene el Hospital Real, f. 140.

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a algunas de sus compañeras a vivir consigo. Lo cierto es que en 1713, al realizarse el embargo de los bienes de Riblos, que ese año sufrió quiebra y prisión, se halló que una de las habitaciones en la mansión de éste estaba ocupada por cinco “beatas de devoción”.35 En la década siguiente hubo un nuevo intento por abrir una casa de Recogimiento, del que no quedan más que vagas noticias. Sólo sabemos que en 1723 se presentaron ante el cabildo, a solicitar una limosna, Lucía Cervantes y Tomasa Bustillos, “huérfanas de padre y madre que asisten en la Casa de Recogidas inmediata a la de los Ejercicios”.36 Desconocemos si esta nueva tentativa tuvo éxito. Hubo que esperar, en todo caso, hasta 1755 para que surgiera la primer institución más o menos duradera abocada a la educación y asistencia de huérfanas. Cuando ese año el obispo Cayetano Marsellano y Agramont autorizó al mayordomo de la Hermandad de la Caridad, Francisco Alvarez Campana, a abrir una nueva Casa de Recogimiento, aludió a los riesgos que corrían las muchachas sin formación cristiana, contención ni recursos, como lo hiciera su predecesor Azcona Imberto más de medio siglo atrás. Dispuso que el número de recluidas fuera limitado y que estuvieran a cargo de una matrona que las dirigiese, “teniendo asimismo entendido que por la suma pobreza que hay en este país muchas niñas huérfanas quedarán en un total desamparo y expuestas a muchas miserias corporales y espirituales, y que de su recogimiento con la buena educación y doctrina a que estarán sujetas y a que arreglarán su modo de vivir, resultará mucho provecho a sus almas y gloria a Dios Nuestro Señor”.37

35

En la lista de bienes confiscados existe esta referencia: “entróse en un cuarto donde viven y asisten cuatro digo cinco beatas de devoción, en que había sus camas y sus cinco cajas de la ropa de su uso”; AGN Sucesiones 8122, Concurso de bienes de Miguel de Riblos, f. 18v. 36 También se presentaron en esa ocasión a solicitar limosna María de Melo “de profesión beata, que asiste en la Casa de los Ejercicios” y la antigua maestra fundadora del recogimiento de Vera de Aragón, Juana de Saavedra, “beata y pobre de solemnidad”. Por último, asistieron Bárbara de Ulloa, María e Ignacia de Suazola y Bárbara de Cáceres, todas ellas indicadas como beatas de la Compañía de Jesús. 37 AGN IX-35-1-1, Autos que sigue don Francisco Alvarez Campana sobre el patronato de niñas huérfanas.

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