La presencia de defensas en los poblados de la cultura del Soto: una evidencia cada vez menos excepcional

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Descripción

La presencia de defensas en los poblados de la cultura del Soto: una evidencia cada vez menos excepcional Fernando Romero Carnicero* - [email protected] Jesús Carlos Misiego Tejeda** - [email protected] Gregorio J. Marcos Contreras** - [email protected] * Universidad de Valladolid ** STRATO Gabinete de Estudios sobre Patrimonio Histórico y Arqueológico RESUMEN La cultura del Soto, cuyo desarrollo se conoce en el valle medio del Duero entre los siglos IX y V a. C. es una de las etapas clave en el proceso de estabilización de las poblaciones en el interior peninsular, por cuanto se asiste al afianzamiento del hábitat. Si hasta hace poco tiempo las fortificaciones de estas poblaciones eran excepcionales, por su escasa presencia en el registro arqueológico, el reconocimiento de defensas en diferentes actuaciones ha venido a rectificar esa circunstancia en la zona más central del Submetesa Norte, coincidente fundamentalmente con las áreas aluviales en las que la materia prima fundamental es el barro y el adobe, mientras que, por otro lado, se ha extendido la dispersión de este horizonte cultural a otros ámbitos periféricos del valle del Duero, donde ya había constancia de destacados amurallamientos, en estos casos empleando la piedra. ABSTRACT The Soto’s culture, whose development is known in the Valley of the Duero between the IX and V centuries b. C. is one of the key stages in the process of stabilization of populations in the peninsular interior, as we witness the strengthening of the habitat. If until recently the fortifications of these populations were exceptional, for their limited representation in the archaeological record, the recognition of defenses in different digs have come to rectify this circumstance in the most central area of North Submetesa, coincident primarily with alluvial areas in which the fundamental raw material is mud and adobe, while on the other hand, the dispersion of this cultural horizon has spread to other peripheral areas of the Duero Valley, where there was yet evidence of outstanding fortifications in these cases using the stone. PALABRAS CLAVE Edad del Hierro, cultura del Soto, fortificación. KEY WORDS Iron Age, Soto’s culture, fortication.

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El tema que hemos elegido para participar en este foro requiere, a nuestro juicio, algunas reflexiones sobre dos aspectos relacionados con el mismo y que ayudarán a entender el por qué de la concreción de nuestra aportación. Nos referimos, por un lado, al carácter fortificado o no de los yacimientos del centro de la cuenca sedimentaria del Duero y, por otro, a la filiación cultural de los castros de sus territorios montañosos más occidentales. Tendremos presente así, en primer lugar, que cuando, en la Carta Arqueológica, Palol recapacitaba sobre la Edad del Hierro en tierras vallisoletanas, y refiriéndose a la emblemática estación, inmediata a la capital, de El Soto de Medinilla, recordaba cómo existían indicios de poblados semejantes jalonando las vías fluviales hasta el norte provincial (Palol y Wattenberg, 1974: 34, fig. 3); nada decía, sin embargo, respecto de la posibilidad de que estos estuvieran dotados de una muralla de adobes y empalizada como la que había excavado en el mencionado lugar

Fig. 1.- Planta de las excavaciones arqueológicas en el poblado del Soto de Medinilla y detalle del tramo de muralla exhumado (Palol y Wattenberg, 1974; reeditado Museo de Valladolid). 548

(Palol, 1963; Palol y Wattenberg, 1974: 182-185, fig. 61, láms. XV-XVII). Habrían de pasar casi cuatro lustros para que prospecciones llevadas a cabo con metodología actualizada y la fotointerpretación condujeran a la identificación de estructuras defensivas en algunos de los numerosos yacimientos soteños conocidos ya por entonces. En efecto, los trabajos de San Miguel en el interfluvio Duero-Pisuerga alcanzaron a reunir cincuenta y una localidades de la Edad del Hierro, en veintidós de las cuales parecían detectarse fosos o murallas, cuya función, a juicio del autor, no tuvo siempre que ser, al menos en el caso de las últimas, propiamente defensiva (San Miguel, 1993: 24-31, figs. 1 y 2). Con todo, como advirtiera San Miguel, la larga vida de algunos de estos lugares, que se mantuvieron ocupados durante la segunda Edad del Hierro y aún hasta la Alta Edad Media, introduce alguna incertidumbre acerca del momento en que pudieron erigirse tales obras (San Miguel, 1993: 29, nota 4, fig. 3; Olmo y San Miguel, 1993: 511 y 525). La novedad que suponía dicha documentación fue inmediatamente incorporada en el primer estudio de síntesis que siguió a su publicación (Delibes et alii, 1995a: 62-63), de la misma manera que sucesivos trabajos generales se han venido haciendo eco de las aportaciones que, en este sentido, habían proporcionado las excavaciones más recientes y que fueron dadas a conocer a partir de mediados de la última década del pasado siglo (Romero, Sanz y Álvarez-Sanchís, 2008: 660661; Delibes y Romero, 2011: 74-76). A estas últimas habremos de dedicar precisamente nuestra atención en las páginas que siguen, no sin antes plantear algunas cuestiones que se adivinan ya en el mismo título de nuestra aportación. El descubrimiento de las murallas a que nos referiremos ha tenido lugar en el marco de importantes obras públicas, lo que ha permitido, en consecuencia, intervenciones de considerable envergadura; tal es el caso, por mencionar las más destacadas, de las espectaculares murallas exhumadas en La Corona/

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El Pesadero, en Manganeses de la Polvorosa (Zamora) (Misiego et alii, 2013), o en el Castro de Sacaojos, en Santiago de la Valduerna (León) (Misiego et alii, 1999). Ello induce a pensar que solo en las excavaciones de considerable amplitud, y no con seguridad, será posible documentar este tipo de estructuras y que únicamente el azar y la suerte alcanzarán a ponerlas a la vista en las de reducidas dimensiones, centradas por lo demás habitualmente en el interior de los poblados, salvo que vayan directamente orientadas a su localización; y aun dar pie a entender, como se ha señalado recientemente que “La muralla de El Soto no creemos sea, dentro de la cultura soteña […], excepción sino regla…” (Delibes y Herrán, 2007: 276). Conviene no olvidar en cualquier caso que en La Corona/El Pesadero y otros lugares, al igual que ocurriera en El Soto de Medinilla, donde por lo demás tuvo una vida efímera, la muralla no se erigió al inicio de la vida del poblado, es decir, no fue programada en origen, lo que incita a sospechar que su erección pudo obedecer a circunstancias puntuales y diversas, y no necesariamente asociadas a la función militar (Romero et alii, 2008, 660; Delibes y Romero, 2011: 76). Sea como fuere, lo que sí nos consta es que tales obras siguieron construyéndose en el centro de la cuenca sedimentaria durante la

segunda Edad del Hierro; bien elocuentes son en este sentido, además de cuanto venían diciendo las prospecciones o la fotografía aérea (San Miguel, 1993: 36, fig. 5; Olmo y San Miguel, 1993; Sacristán et alii, 1995: 344, tabs. 1 y 2; Olmo, 2006), las recientemente excavadas en territorio vacceo. Así, el complejo sistema defensivo puesto al descubierto en Pintia (Padilla de Duero/Peñafiel, Valladolid), del que la fotointerpretación había ofrecido una idea aproximada (Olmo y San Miguel, 1993: 524525, fig. 5, láms. XVIIXX; Olmo, 1999: 416420, fig. 13, láms. X-XII; y 2006: 316-318, fig. 1, láms. I y II), y que forman una potente muralla de adobes y piedra y un triple foso o foso con tres senos (Sanz et alii, 2010, 2011 y 2014), y la impresionante muralla de Cauca (Coca, Segovia) (Blanco, 2014). Y, para finalizar el primero de los puntos anunciados, aún tendremos presentes –al tratarse de obras de índole diferente, en las que no habremos de detenernos más adelante, por no ser mucho lo que puede decirse de ellos–, los fosos documentados en yacimientos soteños, caso del no hace mucho exhumado en Medina del Campo (Valladolid) o de los excavados en Benavente (Zamora) y Roa (Burgos). En el cerro de La Mota de la primera de esas localidades se localizó un foso, cuyas dimensiones desconocemos, descrito como un foso de dos senos entre los que se sitúa una

Fig. 2.- La muralla de la Primera Edad del Hierro de La Corona/El Pesadero (Misiego et alii, 2013). 549

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plataforma (Cobos, 2010: 222, nota 12, fig. 9) o como un doble foso (Blanco y Retuerce, 2010: 77-78); en el flanco occidental del poblado de Los Cuestos de la Estación de Benavente se abrió en los lechos geológicos un foso de 20 m de anchura por 5-6 de profundidad (Celis y Gutiérrez, 1988: 79 y 84; Celis, 1993: 94-95) y, finalmente, en el área ocupada durante la fase Soto en la Rauda vaccea apareció un foso de sección en artesa, de casi 7 m de ancho por 5-6 de profundidad (Sacristán, 2011: 32). A destacar que en ninguno de los tres casos se ha documentado la muralla, si bien de tener en cuenta lo vislumbrado, aunque no sin interrogantes, en otros lugares, caso de los yacimientos vallisoletanos de El Castillo de Tordehumos y el casco urbano de Melgar de Abajo (San Miguel, 1993: fig. 2), parece lógico pensar que la tuvieran. Una vez más traemos a colación aquí las palabras de Delibes y Herrán y lo hacemos ahora a propósito del segundo aspecto que, como señalábamos en un principio, queremos comentar: “Tal vez, de tener que elegir un solo rasgo para definir la Cultura del Soto, habría que decantarse por su arquitectura de barro. Al menos es rigurosamente cierto que cuando los arqueólogos detectamos en la Meseta norte cualquier poblado del Primer Hierro en el que prevalecen las construcciones circulares de adobe, ya se localice en Ledesma, en Benavente o en Saldaña, la primera reacción es adscribirlo a la cultura soteña, mientras que si el material elegido para murallas y casas es la piedra –por más que el resto del equipamiento sea en líneas generales coincidente– enseguida hallaremos licencia para hablar, como ocurre en el oeste de Zamora o en Soria, de una “cultura castreña” de signo diferente” (Delibes y Herrán, 2007: 272). Tal dicotomía había sido planteada ya por Esparza, para el “foco castreño de Zamora noroccidental” como él prefiere denominarlo (Esparza, 1986. 387), veinte años antes, al señalar como era preciso diferenciar entre los poblados de Tierra de Campos y Tierra del Pan que, al este del Esla, cabe incluir en el grupo Soto de los castros que se extienden 550

al occidente del mencionado curso fluvial, por más que sea patente la derivación de estos últimos respecto de los primeros y unos y otros muestren afinidades en su cultura material (Esparza, 1986. 368 y 387). En lo sucesivo, el hecho de que las prospecciones en los castros cuando deparaban materiales cerámicos correspondieran siempre al mundo Soto vino a desdibujar esa dualidad y llevó a contemplarlos como un todo perteneciente a la cultura del Soto; además, y abundando en ello, se planteaba la duda de que la carencia de defensas en los poblados orientales fuera real, llegándose a plantear si los poblados de tipo Soto no habrían estado dotados también todos ellos de muralla, del tipo quizá de la de adobes y empalizada de la estación vallisoletana de referencia (Esparza, 1983-1984: 139; 1990:101-104; 1995: 105, 109 y 121-122; también: 2009: 31 y 34). La incorporación de los castros zamoranos al grupo Soto implicaba que alguno de los más antiguos, al menos, hubiera sumado a las defensas conocidas, murallas y fosos, el sistema de las piedras hincadas (Esparza, 2003: 158-165) y otro tanto ocurre en las inmediatas tierras portuguesas, ya que los poblados fortificados del Primer Hierro de la parte septentrional de la mitad oriental de Tras-osMontes, hasta la altura del Tua, se integran culturalmente en el horizonte Soto (Redentor, 2003: 143-144 y 147). En este sentido, y en línea con lo anteriormente expuesto, Esparza se pregunta acerca de la posibilidad de que los poblados soteños de la cuenca sedimentaria hubieran contado también con semejante artilugio defensivo (Esparza, 2003:169) y aún añadiríamos por nuestra parte la sugerencia de que las barreras hubieran sido, en dicho caso, de madera, al igual que sus pretendidos prototipos centroeuropeos (Harbison, 1971), y no de piedra, algo no tan inviable hoy a la vista de las estacas de Pinus pinaster, recuperadas enhiestas en dos de los senos del foso de la segunda Edad del Hierro de Pintia (Sanz et alii, 2011: 226, fig. 4). Por su parte, Martín Valls, a la vista de los materiales cerámicos de tipo soteño re-

Fig. 3.- Fosos en poblados de la Primera Edad del Hierro: arriba, perfil de la cava del poblado de Los Cuestos de la Estación, en Benavente (Celis y Gutiérrez, 1988), y en el centro, doble foso del poblado del primer hierro del cerro de La Mota, en Medina del Campo, seccionado por otro posterior de época de los Reyes Católicos (Blanco y Retuerce, 2010).

Fig. 4.- Murallas en emplazamientos castreños encuadrables en el horizonte Soto de Medinilla: 1: Manzanal de Abajo, Zamora (Escribano, 1990); 2: Cerco de Sejas de Aliste, Zamora (Esparza, 1986); 3: Moveros, Zamora (Misiego et alii, 1992); 4: Castro de los Baraones, Valdegama, Palencia (Barril, 1995). 551

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cuperados en Salamanca al pie del castro del Picón de la Mora, en Encinasola de los Comendadores, y en el de Las Merchanas, en Lumbrales, se preguntaba ya si los castros del occidente salmantino, al igual que los zamoranos, no tendrían una ocupación soteña y un origen, por tanto, en la primera Edad del Hierro (Martín Valls, 1998: 141-142). A ello habremos de añadir el reconocimiento de la filiación soteña de los niveles superiores del castro abulense de Los Castillejos de Sanchorreja (González-Tablas y Domínguez, 1995: 196-197). Finalmente, si nos dirigimos hacia el norte, los yacimientos leoneses de la Edad del Hierro han sido asimismo incluidos en el mundo Soto (Celis, 1996 y 2002), y yendo algo más al oriente nos encontramos, en tierras palentinas, con el castro de Los Baraones en Valdegama (Barril, 1995). En fin, como señala reiteradamente Esparza en un último trabajo, esos yacimientos largo tiempo contrapuestos –poblados de tipo Soto del centro de la cuenca del Duero y castros del sector montañoso occidental de la misma– constituyen, con pequeñas diferencias de matiz, una unidad, que no es otra que la cultura del Soto, añadiendo además que el nacimiento de los más antiguos de esos castros, los pertenecientes a la primera Edad del Hierro, podría vincularse al desarrollo del grupo Soto, por lo que habrían desempeñado un activo papel en la constitución del mismo (Esparza, 2011).

A continuación recogemos los principales yacimientos del horizonte del Soto que, situados en las comarcas centrales y nucleares de esta cultura, han deparado evidencias de murallas en sus superficies. En todos estos casos se trata de defensas levantadas, fundamentalmente, con materia prima endeble, barro y adobe, si bien en algunos de ellos se emplea la piedra para las cimentaciones. Este dato es muy interesante, toda vez que delata claramente que el material empleado en las fortificaciones de los poblados depende, fundamentalmente, de las ubicaciones geográficas.

Fig. 5.- Tramo de muralla de El Soto de Medinilla (1965). Documento conservado en el Centro de Documentación del Instituto Catalán de Arqueología Clásica –ICAC. Fondo Dr. Pere de Palol.

Fig. 6.- Detalle de la cara interna de la muralla de El Soto de Medinilla (1965). Documento conservado en el Centro de Documentación del Instituto Catalán de Arqueología Clásica –ICAC. Fondo Dr. Pere de Palol.

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1.- EL SOTO DE MEDINILLA (VALLADOLID) El yacimiento que da nombre al grupo cultural se localiza al noroeste de la ciudad de Valladolid, en uno de los marcados meandros del río Pisuerga. Sobre una superficie de en torno a 2 ha, se encuentra un tell con unos 6 metros de sedimentos antrópicos sobre la terraza natural, que acoge al poblado de la Primera Edad del Hierro –no nos adentraremos ahora en las consideraciones al respecto del posterior y más extenso oppidum vacceo, levantado sobre todo en el territorio colindante y, en última instancia, parcialmente sobre el anterior–. Dado a conocer en los años 30 del siglo XX, fue objeto de amplias excavaciones arqueológicas en los años 50 y 60 de esa

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misma centuria por parte de P. de Palol y F. Wattenberg, recogiéndose sus resultados en diferentes artículos y, sobre todo, en la Carta Arqueológica de Valladolid (Palol y Wattenberg, 1974: 181-195, láms. XV-XXI). Entre 1989 y 1990 se efectuó un sondeo que precisó la secuencia estratigráfica del poblado, con once niveles de ocupación superpuestos, que se desarrollan durante la Edad del Hierro, entre los siglos IX y V a.C. (Delibes, Romero y Ramírez, 1995; Delibes et alii, 1995b: 145-146) Como se desprende de las últimas investigaciones, se reconoce la superposición de las dos etapas de la cultura, una formativa vinculada a las construcciones circulares cuyo perímetro dibujan hoyos de poste, basadas en una arquitectura de cañas y barro –a la que se vincularían los tres niveles de base localizados en el sondeo de 1989-1990–, y otra de plenitud, caracterizada por la arquitectura del adobe –en la cual se encuadrarían tanto los restantes ocho niveles de la última secuencia estratigráfica como los cinco detectados en las excavaciones de Palol, que fueron denominados por éste como Soto I los dos inferiores y como Soto II los tres siguientes, separados en éste caso por un potente lecho de incendio– (Delibes, Romero y Ramírez, 1995: 154-169; Delibes et alii, 1995b:145-148). En dos de las campañas de excavación dirigidas por Palol, entre 1957 y 1965, se actuó en la muralla del poblado protohistórico, reconocida en el flanco noroccidental del tell (Palol, 1964; Palol y Wattenberg, 1974: 181185). Documentada a lo largo de 25 m lineales, se vincula su erección con el denominado por Palol nivel Soto I-2, una fase de ocupación que debe situarse dentro de la actualmente contemplada como etapa de plenitud del horizonte cultural, por cuanto anteriores al mismo se sitúan el Soto I-1 y los tres estratos de cabañas de hoyos de poste del sondeo de 1989-90 (Delibes y Romero, 2011: 74-75). Su estructura se compone de un muro de dos metros de ancho, formado por grandes adobes prismáticos, dispuestos de forma plana y apoyados unos sobre otros por su cara larga. De este muro se constatan, en las zonas

Fig. 7.- Zócalo de la muralla de El Soto de Medinilla y filas de estacas a sus pies. Delibes y Herrán, 2007.

Fig. 8.- Cimentación de la muralla de El Soto de Medinilla (1965). Documento conservado en el Centro de Documentación del Instituto Catalán de Arqueología Clásica –ICAC. Fondo Dr. Pere de Palol.

Fig. 9.- Filas de hoyos de las líneas de empalizada documentadas hacia el interior del poblado de El Soto de Medinilla (1965). Documento conservado en el Centro de Documentación del Instituto Catalán de Arqueología Clásica –ICAC. Fondo Dr. Pere de Palol. 553

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donde mejor se documentó, de 5 a 8 hiladas, desigualmente conservadas, además de otras muchas desplomadas, generalmente hacia el exterior, donde su excavador mencionaba hasta 5 m de derrumbe de la construcción. La cerca se apoyaba sobre un nivel compactado de cenizas, relacionado con una primera fase del poblado sin fortificar –Soto I-1–, reconociéndose en algunos puntos una zanja de cimentación que llega hasta las gravas geológicas. Al interior del poblado se reconocen varias líneas de empalizadas –hasta cinco en algunos puntos–, conformadas por pequeños hoyos de poste consecutivos y separadas entre sí de 0,5 a 1 m. La primera de las líneas se apoya directamente en el muro de adobes (Palol y Wattenberg, 1974: 182-184, fig. 61). Esta muralla fue víctima de un incendio, el mismo que sirvió para diferenciar en su momento las etapas Soto I y II, desplomándose su restos hacia el interior y exterior del recinto por ella delimitado. Por encima de la misma se abrieron nuevos postes relacionados con una posible pared de contención del poblado, ya en la fase intermedia del Soto II, y, en un momento más tardío, se adosaron a sus restos nuevas viviendas, en este caso de la etapa celtibérica. Por último, cabe señalar que toda esta zona ha sido objeto de destacadas nivelaciones de tierras en época contemporánea, con el fin de acondicionar los terrenos para los cultivos agrícolas (Palol y Wattenberg, 1974: 182-185).

des de las viviendas (Martín Valls y Delibes, 1978), los más recientes trabajos han puesto de manifiesto la existencia de un importante poblamiento, distribuido en dos recintos diferenciados, donde se emplazan el conjunto de viviendas, tanto de planta circular como cuadrangular (San Miguel, 1993: 328). Se trata de un poblado de planta triangular, delimitado al oeste por el río Pisuerga y al noreste por el arroyo de Zorita, mientras que el este y el sur son los lados más desprotegidos, reconociéndose en el flanco suroriental una potente muralla, que se reconoce en la fotointerpetación de imágenes aéreas y que parece que pudo estar precedida de sendos antemurales (San Miguel, 1993: 327-328). A tenor del análisis efectuado debió realizarse en material plástico, probablemente adobe, coincidiendo con una curva de nivel que hace de resalte del enclave en este punto, y que podría llegar a tener hasta 6 m de espesor, de acuerdo al crecimiento diferencial del cereal (Olmo y San Miguel, 1993: 522-524).

2.- ZORITA, EN VALORIA LA BUENA (VALLADOLID) En el curso medio del río Pisuerga, aguas arriba del anterior, se encuentra el tell de Zorita, en tierras del municipio vallisoletano de Valoria la Buena. Se trata de una elevación de unos 5 m sobre el territorio circundante, que se ha originado tanto por la erosión de los cursos fluviales como por la superposición de un importante cúmulo de depósitos arqueológicos, vinculados a un poblado del horizonte Soto de Medilla. Conocido por interesantes hallazgos de crisoles de fundición y pinturas en las pare554

Fig. 10.- Planta del yacimiento de Zorita, en Valoria la Buena (San Miguel, 1983).

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Fig. 11.- Planta y perfiles de la excavación de la muralla del castro de Sacaojos (montaje a partir de Misiego et alii, 1999). 555

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3.- CASTRO DE SACAOJOS, EN SANTIAGO DE LA VALDUERNA (LA BAÑEZA, LEÓN) En un pequeño promontorio, dominando la vega fluvial del río Duerna, se emplazó este enclave, que contó con una extensión de 1,5 ha, y que en diferentes momentos del siglo XX fue sustancialmente reducida por varias circunstancias, como la extracción abusiva de fosfatos o la construcción de una carretera local. Fue dado a conocer por J. Mª. Luengo, siendo objeto de excavaciones arqueológicas por parte de Morillo y Messeguer entre 1971 y 1975, y ampliamente estudiado posteriormente por J. Celis (1996).

La ocupación del recinto debió extenderse durante la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, a tenor de los materiales deparados en los diferentes trabajos llevados a cabo en el mismo. Entre ellos cabe señalar las tareas de excavación efectuadas en 1996 al verse afectada una parte del yacimiento por el trazado de la Autovía del Noroeste, A-6 (Misiego et alii, 1999: 43-46). Entre los hallazgos deparados por esta intervención se encuentran las estructuras defensivas reconocidas en el denominado Sector I, en el talud norte del castro y frente al río. Sobre un nivel de horizontalización, que a su vez cubría varios hoyos de poste de construcciones relacionadas con la ocupación detectada en otro ámbito del en-

Fig. 12.- Vista general de la muralla documentada en el castro de Sacaojos (Misiego et alii, 1999).

Fig. 13.- Perspectiva de las líneas de empalizada y la muralla terrera del castro de Sacaojos (Misiego et alii, 1999). 556

Fig. 14.- Líneas de hoyos de los agujeros de la empalizada de Sacaojos, tras retirar los cuños de piedra (Misiego et alii, 1999).

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Fig. 15.- Vista frontal de la muralla de La Corona/El Pesadero (Misiego et alii, 2013).

Fig. 16.- Perspectiva cenital del derrumbe y del trazado de la muralla de La Corona/El Pesadero (Misiego et alii, 2013). 557

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clave y relacionada con la etapa formativa de la cultura del Soto, se erige un potente muro terrero, documentado en una longitud de 13 m, conformado por varios manteados de arcilla endurecida, con una anchura de entre 1,25 y 1,90 m y un alzado conservado de unos 5060 cm, muy afectado por la erosión de la zona donde se ubicó. Como complemento de esta defensa se levantaron al interior del recinto, en paralelo al primero y a una distancia de 1 y 2 m, respectivamente, dos alineaciones de hoyos de poste, cuya base aparece reforzada por piedras, que llegan a tener una altura de 50 cm, y que contendrían y acuñarían una empalizada, al menos para la más cercana al lomo terrero, mientras que para la segunda, con hoyos de mayores dimensiones, se piensa en otras posibilidades, como una sujeción de la anterior o bien la base de un camino de ronda. También se realizó una trinchera exterior a las líneas de postes anteriores, paralela a ellas, que debió servir de drenaje de las aguas del poblado, de forma que preservaría la fortificación (Misiego et alii, 1999: 56-58, fig. 9). Estas defensas de Sacaojos se sitúan cronológicamente en la etapa de plenitud del horizonte del Soto de Medinilla, siglos VII a V a. C., si bien no puede precisarse a que momento concreto de ocupación del castro, por cuanto a este horizonte del Soto deben vincularse las 4 fases documentadas en la secuencia estratigráfica detectada en las excavaciones de Morillo y Messeguer (Celis, 1996: 46) o en alguno de los cuadros de 1996 (Misiego et alii, 1999: 58-60). 4.- EL CASTRO, EN VILLACELAMA (VILLANUEVA DE LAS MANZANAS, LEÓN) Este castro se localiza a escasos 700 m al ESE del pueblo de Villacelama, inmediatamente sobre la carretera LE-512, de Valencia de Don Juan a Mansilla de las Mulas. Se trata de un ligero alomamiento seccionado por la carretera en la vega del Esla, a un kilómetro del cauce. En las excavaciones realizadas en sus terrenos se han localizado evidencias ma558

teriales que apuntan a una primera ocupación probable en las postrimerías de la Edad del Bronce y ya segura desde los inicios de la Edad del Hierro, en un entorno cultural que entronca con el mundo del Soto (Celis, 1996: 46). Cuenta con varios niveles superpuestos de casas circulares, originariamente de postes y posteriormente con muros de adobe, que ocupan un espacio difícil de determinar hoy en día por el alto arrasamiento del cerro. En uno de sus límites, su principal investigador reconoce un foso en superficie al que se asociaría una empalizada para definir el espacio de la ocupación (Celis, 1996: 46; Celis, 2002: 107). La zona, a decir de dicho autor, se encuentra en la actualidad desvirtuada por el laboreo agrícola, y nunca ha sido objeto de una intervención arqueológica directa, por lo que no se puede descartar que la tierra extraída del foso, en un terreno sedimentario de importante componente arcilloso, hubiese servido para formar un muro o talud al interior sobre el que levantar la empalizada a la que alude, al modo en que consta en otros enclaves coetáneos, tanto relativamente cercanos, caso de Sacaojos, como más distantes. 5.- LA CORONA/EL PESADERO, EN MANGANESES DE LA POLVOROSA (ZAMORA) En el yacimiento de La Corona/El Pesadero, en Manganeses de la Polvorosa, al norte de la provincia de Zamora, una intervención reciente ha permitido constatar, sobre una extensión de 2,5 ha, cuatro fases habitacionales –Ia, Ib, Ic y Id–, enmarcables todas ellas en los momentos de plenitud de la cultura del Soto. A la última de ellas, Id, se adscribe la construcción de una potente muralla, como consecuencia, muy probablemente, de algún tipo de amenaza o inseguridad. Esta construcción defiende el flanco occidental, el más accesible del poblado. Apoyados sobre un basamento de tres hiladas de grandes bloques cuarcíticos, se alzan dos paramentos laterales escalonados, de adobes colocados a soga, rellenándose el interior

con una capa de adobes prismáticos sin ordenación aparente. Es difícil determinar la altura que pudo alcanzar, al encontrarse parcialmente destruida por un vertedero de la segunda Edad del Hierro. Todos los indicios apuntan a que esta muralla cerraría el espacio existente entre el arroyo de El Pesadero y el comienzo de la escarpa meridional de La Corona, con orientación noreste-suroeste y siguiendo la pendiente natural, constituyendo de este modo el límite occidental del poblado durante esta fase de ocupación Id (Misiego et alii, 2006: 115-117, lám. II; Misiego et alii, 2013: 207-214, láms. 90-95). Exhumada en 15,6 m de longitud y con un ancho cercano a los 6 m, por encima de una construcción anterior, conservaba unos 2 m de alzado, destacando su importante derrumbe, en el que se apreciaban adobes enteros. Tiene un basamento de grandes cuarcitas al exterior, sobre las que se apoya el paramento de adobes, conformando hileras dispuesta a soga y tizón, esquema que se repite, sin las piedras, en el interior. El relleno estaba formado por una base de barro sobre la que se depositaron, de forma aleatoria, piedras de mediano tamaño, adobes y tierras cenicientas. Esta estructura cerraba el flanco occidental del enclave, existiendo al exterior probablemente campos de cultivo y pastizales para el ganado (Misiego et alii, 2013: 207-213). Respecto a la muralla cabe señalar que su levantamiento no debió corresponder necesariamente tan sólo a tareas defensivas sino que pudo estar vinculada a otras facetas, como la de salvaguardar al poblado de las cre-

cidas del arroyo, la protección y estabulación del ganado o la definición de áreas o sectores de actividad concretos. 6.- CERRO DE SAN VICENTE, EN SALAMANCA Pequeña elevación ubicada al suroeste del caserío urbano de la actual Salamanca, donde se emplazó un poblado de la primera Edad del Hierro, encuadrable en el horizonte cultural del Soto. Tuvo una superficie de algo más de 1 ha, con acumulaciones de sedimentos de más de 2,5 m, en cuyo interior se evidencia una agrupación de viviendas de planta circular, con una cierta organización interna, en la que las construcciones se organizan en bandas siguiendo un eje noroeste-sureste, con un espacio central abierto (Macarro y Alario, 2012: 49-41 y 67). El caserío se encuentra en la parte superior de una plataforma fluvial cortada por el río Tormes y varios de sus afluentes, teniendo escarpes rocosos de arenisca por sus frentes oeste, sur y norte. El punto más vulnerable se localiza al noreste, con un estrangulamiento natural del terreno, que fue aprovechado para ubicar la muralla del poblado, construida según sus excavadores en las etapas más antiguas de ocupación del caserío (Macarro y Alario, 2012: 18 y 21-22). Esta cerca se desarrollaría en un frente de unos 90 m lineales, enlazando zonas de abrupto relieve. En los cuatro sondeos arqueológicos que se abrieron para su docu-

Fig. 17.- Planta del tramo exhumado de la muralla en relación al yacimiento de La Corona/El Pesadero (Misiego et alii, 2013). 559

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mentación se detectó un muro de entre 2 y 3 m de anchura y un alzado conservado de 1,4 m, levantado sobre el suelo natural con grandes bloques de arenisca y lajas de pizarra trabadas con arcilla. Sobre esta base se dispondría, también formando parte de la estructura, un potente nivel de tierra, con abundante mezcolanza de piedra, canto y pizarra. Este relleno interior sería forrado por un paramento de arcilla decantada (Macarro y Alario, 2012: 21-22, lám. 10). Este enclave salamantino se atribuye al horizonte del Soto y se fecha entre los siglos VIII y VI a. C. (Macarro y Alario, 2012: 61, 88 y 90), tanto por el análisis de sus construcciones de adobe como por el de los enseres en él recogidos. Sin embargo, hay algunos testimonios de fases más antiguas de ocupación, menos documentadas en el registro, y a la cual se asociarían ciertas estructuras de hoyos de poste excavados en el sustrato natural, que recuerdan las construcciones de la fase formativa del Soto. La muralla reconocida en el frente noreste del poblado se vincula a la etapa de plenitud del poblado.

Tal y como se deduce de lo expuesto en las páginas precedentes, la antaño excepcional muralla del poblado de El Soto de Medinilla va siendo, con el paso de los años, cada vez menos excepcional, especialmente en los poblados situados en la zona central de la cuenca del Duero y en sus valles aluviales. Como se señalaba anteriormente, este aspecto cambia sustancialmente en el caso de los asentamientos castreños del reborde de la Meseta, donde el medio físico determina la erección de perímetros defensivos mediante piedra, si bien los contextos culturales en los que se incluyen sean idénticos a los de los primeros, es decir, los propios del horizonte cultural del Soto. En los ejemplos comentados de yacimientos del Soto con defensas de barro y adobe no es posible determinar, en la mayoría de los casos, si ese cíngulo circunda totalmente al poblado, lo que es probable en el propio Soto de Medinilla, o, como parece ocurrir en el cerro de San Vicente de Salamanca o La Corona/El Pesadero de Manganeses de la Polvorosa, se circunscri-

Fig. 18.- Lienzo documentado de la muralla del Cerro de San Vicente (Alario y Macarro, 2012). 560

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be a su flanco más expuesto. A este respecto, es preciso llamar la atención sobre el hecho de que en el caso de Sacaojos, el punto donde se ha localizado la estructura defensiva es precisamente el más escarpado del contorno, si bien se desconoce su existencia en otros puntos del perímetro. En los casos más complejos se trata de estructuras compuestas por un alineamiento conseguido mediante cuantiosas acumulaciones de adobes cuidadosamente ordenados, al menos en sus dos caras, o sucesivos vertidos de barro hasta conformar un importante lomo, sobre y tras el cual se disponen varias líneas de postes, quizá para dar una mayor prestancia a la construcción y dificultar el acceso, si bien es posible que estos maderos quedaran integrados en la estructura para dotarla de una mayor consistencia. Los alineamientos al interior, reconocidos en Soto de Medinilla y Sacaojos, pueden tener también la finalidad de acuñar el lienzo para darle estabilidad o servir de base a un pasaje sobreelevado para facilitar el tránsito perimetral. Donde el material lo permitía, el cimiento está conformado por mampostería

de piedras locales, caso del cerro de San Vicente o Manganeses de la Polvorosa, refiriendo estos casos la proximidad de los mismos a zonas más quebradas geográficamente, donde la piedra llega a sustituir completamente al barro. Ejemplo de ello puede ser el caso del castro de la Luz, en Moveros (Zamora), donde a un lomo terrero de la Edad del Bronce se yuxtapone una muralla de piedra en todo su alzado, datada en la primera Edad del Hierro, dentro de compases del Soto pleno. Muy posiblemente, en los casos en los que era preciso, ante estas defensas se abrirían fosos excavados en el terreno, como sucede en Melgar o Villacelama, o bien pudo acontecer en casos donde tan sólo se han reconocido cavas perimetrales, como Roa, los Cuestos de la Estación de Benavente o el cerro de la Mota, en Medina del Campo. Lo que parece fuera de duda es que en cada ámbito geográfico dentro de un mismo horizonte cultural se emplea el material que más a mano se tiene y que con menor coste de fuerza y energía pueda utilizarse. La arcilla es la materia prima básica empleada en la cultura del Soto,

Fig. 19.- Recreación del trazado de la muralla y del caserío del Cerro de San Vicente (según Alario y Macarro, 2012). 561

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especialmente en la construcción de su arquitectura doméstica, siendo escasos los ejemplos en los que se utiliza la piedra en las cimentaciones de esas estructuras. Sin embargo, no acontece del mismo modo en las defensas, como hemos podido comprobar, ya que mientras en las zonas aluviales es mayoritario el empleo de adobe –Soto de Medinilla, Zorita– o barro endurecido en forma de lomos –Sacaojos, Villacelama–, conforme se avanza hacia el reborde montañoso de la Meseta se emplea progresivamente la piedra para las cimentaciones –Manganeses, Cerro de San Vicente– o, ya en zonas de geografía más complicada, se utiliza directamente el material pétreo del entorno en todo el alzado –caso de los castros leoneses, zamoranos, salmantinos o palentinos–, si bien en estos casos el empleo de arcilla como amalgama es común. Cabe abrigar ciertas dudas acerca del carácter exclusivamente defensivo de estas construcciones, máxime cuando algunas de ellas parecen tener una vida no muy larga en relación con la del poblado al que se asocian, lo que podría deberse a que se erigieran con ocasión de una circunstancia ocasional y concreta. Ese podría ser el caso de la muralla de El Soto de Medinilla, la cual, que sepamos, es la única que fue destruida por un violento incendio, a juzgar por el nivel de carbones y cenizas que cubrían sus derrumbes. En otras ocasiones, como acontece en el caso de Manganeses de la Polvorosa, su erección pudo obedecer a otro tipo de factores como el anegamiento del inmediato arroyo del Pesadero, que llevó a forzar su cauce fuera del poblado, o simplemente para establecer una delimitación con otros fines, como encerradero del ganado o diferenciación de los espacios residenciales y productivos. Ello, obviamente no sería ajeno a la sensación de seguridad y de pertenencia a una misma comunidad que tales obras proporcionarían a los habitantes del poblado frente al espacio exterior. En definitiva, a pesar del todavía reducido número de enclaves soteños en los que han podido documentarse obras defensivas, ya haya sido gracias a intervenciones arqueológicas o mediante la fotointerpretación, la excepcional muralla de El Soto de Medinilla, que en su día 562

constituyó un unicum, cuenta hoy con algunos importantes paralelos que es de confiar se vean debidamente ampliados con el paso del tiempo y el avance en la investigación arqueológica. De ser así, como cabe esperar, y teniendo en cuenta lo dicho al inicio de estas páginas en cuanto al carácter soteño de los castros de la orla montañosa del occidente y norte de la periferia meseteña, podría llegar a pensar que la cultura del Soro fue, como se ha sugerido en alguna ocasión, una cultura amurallada. BIBLIOGRAFÍA BARRIL VICENTE, M. (1995): “El castro de ‘Los Baraones’ (Valdegama, Palencia): un poblado en el alto valle del Pisuerga”, en F. Burillo Mozota (coord.): Poblamiento Celtibérico. III Simposio sobre los celtíberos (Daroca, 1991), Institución “Fernando el Católico”, Zaragoza, 399-408. BLANCO GARCÍA, J. F. (2014): “Descubiertas las murallas vacceas de Cauca”. En C. Sanz Mínguez (dir.), Vaccea Anuario 2013, Centro de Estudios Vacceos “Federico Wattenberg” de la Universidad de Valladolid, Valladolid, 78-79 BLANCO GARCÍA, J. F. y RETUERCE VELASCO, M. (2010): “Últimas intervenciones arqueológicas en el cerro de La Mota (Medina del Campo, Valladolid)”. En C. Sanz y F. Romero (dirs.), Vaccea Anuario 2009. Centro de Estudios Vacceos “Federico Wattenberg” de la Universidad de Valladolid, Valladolid, 77-79. CELIS SÁNCHEZ, J. (1993): “La secuencia del poblado de la Primera Edad del Hierro de ‘Los Cuestos de la Estación’, Benavente (Zamora)”. En F. Romero Carnicero, C. Sanz Mínguez y Z. Escudero Navarro (eds.), Arqueología Vaccea. Estudios sobre el mundo prerromano en la cuenca media del Duero. Junta de Castilla y León, Valladolid, 93-132. CELIS SÁNCHEZ, J. (1996): “Origen, desarrollo y cambio en la Edad del Hierro de las tierras leonesas”. En ArqueoLeón. Historia de León a través de la Arqueología. Ciclo de conferencias, León 19931994. Junta de Castilla y León y Diputación Provincial de León, León, 41-67. CELIS SÁNCHEZ, J. (2002): “El Bronce Final y la primera Edad del Hiero en el noroeste de la Meseta”. En M. A. de Blas Cortina y A. Villa Valdés (eds.), Los poblados fortificados el noroeste de la Península Ibérica: formación y desarrollo de la cultura castreña. Coloquios de Arqueología en la cuenca del Navia. Homenaje al Prof. Dr. José Manuel

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