La presencia \'bárbara\' en Hispania en las necrópolis del siglo V d.C.

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Resumen El número de hallazgos arqueológicos atribuibles a las primeras oleadas bárbaras, y que abarcaría los dos primeros tercios del siglo V, continúa siendo muy reducido en la arqueología de la Península Ibérica. En el presente artículo se aborda el estudio de la cultura material atribuible a un momento anterior a la instalación de los visigodos y que podríamos fijar hacia los años 409/411, con la llegada de las primeras oleadas de vándalos, alanos y suevos aprovechando la guerra civil generada por Geroncio, y el 480/490, momento de la arribada de los visigodos a la península. Este nivel I se corresponde con los niveles D2 y D3 de la cronología establecida por Tejral para los materiales de esta naturaleza encontrados en Centroeuropa. Palabras clave: Bárbaros, vándalos, alanos y suevos.

Abstract The amount of archaeological finds attributable to the first Barbarian incursions, included in the first two thirds of the 5th century, it's still reduced in the archaeology of the Iberian Peninsula. With the present paper the authors approach the study of the material culture attributable to the previous moment of the Visigoth's installation, which could be fixed around the year 409/411. This period would correspond with the Vandal, Alani and Suebi's arrival taking advantage of the civil war generated by Gerontius, and 480/490, when the Visigoths arrival to the Peninsula. This Level I corresponds to the Levels D2 and D3 of the chronology established by Tejral for this kind of materials found in Central Europe. Keywords: Barbarian, Vandal, Alani and Suebi.

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La presencia ‘bárbara’ en Hispania en las necrópolis del siglo V d.C. Rafael Barroso Cabrera*, Jorge Morín de Pablos*, Jorge López Quiroga**

LAS PRIMERAS INVASIONES Y EL ASENTAMIENTO VISIGODO EN HISPANIA La segunda mitad del siglo IV marca el inicio de un periodo de grave inestabilidad en el seno del imperio romano motivada, de un lado, por la crisis política en la que vive inmersa la institución imperial, con sucesivas tentativas de usurpación del trono, y, por otro, por la irrupción en el territorio de la Romania de numerosos contingentes bárbaros deseosos de integrarse en el orden romano. Por lo que se refiere a la península ibérica, la primera gran oleada bárbara se produjo hacia el año 409 cuando suevos, vándalos hasdingos y silingos y alanos atravesaron los pasos pirenaicos como consecuencia de la guerra civil que enfrentaba a dos usurpadores entre sí (Constantino III en las Galias y Geroncio en Hispania), y a éstos con el emperador romano Honorio (Arce, 1982: 151-162). La llegada de los bárbaros supuso un grave sobresalto en la hasta entonces plácida vida de la diocesis Hispaniarum y abrió la puerta a una fase de inseguridad en el territorio peninsular. La calma en que vivía inmersa la población de la diócesis durante siglos fue causa también de su absoluta indefensión ante los desmanes producidos por los bárbaros, quienes vieron en el saqueo y destrucción de las ricas villas cerealísticas de la provincia un botín apetecible y cómodo. La crónica de Hidacio, obispo de Aquae Flauiae, es testigo de primera mano de esta primera oleada bárbara y del reparto de esferas de influencia que siguió al dominio del territorio. Al poco tiempo de ocupar militarmente la península, los bárbaros deciden poner fin a sus correrías y depredaciones para asentarse en Hispania. * Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales de AUDEMA, S.A. Correo electrónico: [email protected] Correo electrónico: [email protected] ** Universidad Autónoma de Madrid Correo electrónico: [email protected]

Dos años después de saquear a su antojo la península, en el año 411 los bárbaros suscribieron un pacto con el usurpador Máximo por el que se repartían el territorio de la diócesis. A los hasdingos, el más numeroso de los pueblos invasores, les correspondió la parte oriental de la Gallaecia, en torno a los conventos de Asturica y Clunia, mientras los suevos ocupaban la parte occidental de la provincia, en los conventos de Lucus y Bracara. Los alanos se vieron favorecidos con la Lusitania y Cartaginense y, por último, a los vándalos silingos les cupo en suerte la Bética (Hid. Chron. 41) (Fig. 1). Más que un reflejo del poderío de cada uno de los pueblos invasores, el reparto parece sugerir más bien un interés por el dominio estratégico del territorio peninsular en relación con el control de las principales vías de comunicación. Así, mientras los vándalos hasdingos, el tronco principal del pueblo vándalo y como se ha dicho el más numeroso de todos los que penetraron en la península, podían dominar desde sus nuevos centros de poder las ricas llanuras cerealísticas de la meseta y la comunicación con la Galia a través de la vía AsturicaCaesaraugusta, los alanos y vándalos silingos pudieron hacerse con el control de las importantes vías de comunicación del centro y sur de la península –probablemente gracias al dominio del territorio situado en torno a Toledo o Sevilla respectivamente– con vistas a un posible traslado al norte de África (J. Pampliega, 1998: 208ss). Fue posiblemente ese interés en dar el salto a las ricas provincias norteafricanas, verdaderos graneros de Italia, lo que motivó la posterior orden dada a los visigodos de poner fin a las correrías de los bárbaros en Hispania hecha por las autoridades imperiales. Por entonces se había puesto fin a las convulsiones vividas entre los visigodos después de los asesinatos de Ataúlfo y Sigerico. Las circunstancias habían llevado al trono de los godos a Valia, monarca con el que se inicia un nuevo capítulo en la historia del pueblo tervingio. Valia

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Fig. 1. Oleadas bárbaras en el siglo V d.C.

decidió buscar el acuerdo con las autoridades imperiales de cara a conseguir un Landnahme donde asentar a su pueblo y poner fin al periodo de migración. Con ese propósito Valia suscribió dos acuerdos con los dirigentes imperiales. El foedus de 416 hizo de los visigodos la fuerza de choque del gobierno de Rávena en la Bética y Cartaginense frente a vándalos silingos y alanos. Dos años más tarde, en 418, Valia concluía un nuevo foedus con el patricio Constancio por el que los visigodos pasaban a asentarse en la Aquitania II. El tratado fue probablemente motivado por el temor a una entente común entre ambos pueblos germanos orientales en apoyo del usurpador Máximo. La novedad con respecto a anteriores foedera suscritos entre godos y romanos consistía ahora en que los visigodos no recibirían más provisiones por parte de las autoridades imperiales, sino que ocuparían una parte del territorio romano situado entre el Loira y el Garona –en concreto la provincia de Aquitania II y los distritos de Novempopulonia y Narbonense I, con las importantes ciudades de Tolosa,

Burdeos y Poitiers– donde residirían con total autonomía para su gens. Aunque los aspectos concretos del nuevo pacto nos son desconocidos y siguen siendo objeto de discusión por parte de los especialistas, parece probable que los visigodos consiguieran acceder al reparto de algunos fundi por parte de la aristocracia provincial, que recibiría a cambio, entre otras prestaciones, una cierta seguridad frente a posibles correrías de otros bárbaros o de los mismos visigodos. En efecto, el gobierno imperial justificaba esta medida y otros asentamientos similares, en la necesidad de contar con tropas que guarnecieran el territorio del Imperio. En la práctica, sin embargo, la medida tuvo como resultado la formación de diversos reinos bárbaros y la progresiva desintegración del imperio en sus provincias occidentales (J. Pampliega, 1998: 178ss). Desde el punto de vista legal el asentamiento debió producirse por el sistema ya conocido de la hospitalitas, siguiendo las leyes del 384 y 398, destinadas en principio para albergar a las tropas comitatenses del ejército impe-

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rial, según las cuales un tercio de las propiedades de los senadores galorromanos era entregado a los visigodos, aunque si el propietario era de rango ilustre la parte entregada sería la mitad de sus tierras. La cesión incluía también la misma proporción de pastizales, bosques, establos y ganado, así como presumiblemente los siervos. La situación creada era, en cualquier caso, un tanto paradójica por cuanto los visigodos se regían por sus propias leyes aun viviendo dentro del territorio imperial. Para el gobierno de Rávena, sin embargo, los federados visigodos continuaban al menos teóricamente como tropas bajo su jurisdicción. De esta forma, la administración civil de la provincia quedó reservada en manos de funcionarios romanos y organizada a través de la reunión en Arlés de un consejo de los gobernadores de las siete provincias afectadas (concilium septem prouinciarum) y del prefecto del pretorio. Con el reparto de tierras la nobleza visigoda pudo ver recompensada la lealtad hacia su rey durante los años de peregrinatio asegurándose de paso ricas propiedades donde establecer a sus familias, séquitos y servidumbre, es decir, a todo el conjunto sometido a su jurisdicción. Con la obtención del ansiado Landnahme se inició entonces un proceso de reforzamiento del núcleo aristocrático y una progresiva aculturación de éste de inspiración romanista que cristalizará en el reinado de Teodorico I. Después de este monarca, el interés de los reyes visigodos por los asuntos de Hispania no cesó de aumentar.

LOS MATERIALES DEL PENÍNSULA IBÉRICA

NIVEL

I

EN

LA

Hasta la fecha, el número de hallazgos arqueológicos atribuibles a las primeras oleadas bárbaras y que abarcaría los dos primeros tercios del siglo V continúa siendo muy reducido. Tanto es así que la propia tabla de catalogación por niveles arqueológicos de la toréutica de este periodo elaborada por Gisela Ripoll para la península ibérica comienza precisamente por el nivel II (Fig. 2), es decir, aquél que se corresponde con los materiales de la década 480/490 en coincidencia con las primeras noticias referentes a la penetración de los visigodos en tierras peninsulares (König, 1980: 220-247; 1981: 299-360; Ebel-Zepezauer, 1994: 380-397; Palol, 1991: 279-282; Schulze-Dörrlamm, 1986; Kazanski, 2000: 189-202; Sasse, 1997: 29-48; Ripoll, 1991: 111-132) (Fig. 3). Los materiales a los que se hace referencia en este apartado corresponden, pues, a un momento anterior a la instalación de los visigodos y que podríamos fijar hacia los años 409/411, con la llegada de las primeras oleadas de vándalos, alanos y suevos aprovechando la guerra civil

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generada por Geroncio, y el 480/490, momento de la arribada de los visigodos a la península (López Quiroga, 2001: 115-124). Este nivel I se corresponde con los niveles D2 y D3 de la cronología establecida por Tejral para los materiales de esta naturaleza encontrados en Centroeuropa (Tejral, 1988: 223-304; 1997: 321-392; 1999: 205-271). Aparte de estas migraciones populares, bien documentadas desde el punto de vista histórico, hay constancia de la llegada a la península de todo un conjunto heterogéneo de laeti o colonos militares de etnia germano-danubiana (alanos, cuados, vándalos y marcomanos procedentes de Panonia) con una conciencia étnica muy débil, cuando no inexistente. Asimismo, no debemos olvidar tampoco la presencia cada vez más acusada de elementos militares de origen bárbaro dentro del ejército romano del Bajo Imperio (Pampliega, 1997; García Moreno, 1991: 61-277). De hecho, esta integración de los bárbaros en el ejército romano ha servido para explicar la aparición de materiales de procedencia danubiana fechados entre el 375 y 450 (correspondientes a los niveles D1 y D2 de Tejral) en la Galia e Hispania. El primer gran yacimiento que podría relacionarse con este nivel I es la necrópolis tardorromana de Beiral en Ponte de Lima (Portugal), donde se han excavado una veintena de sepulturas de forma trapezoidal y orientadas. Los materiales se hallan diseminados entre el Museo de Etnografía e Historia de Douro Litoral de Oporto y el Museo Arqueológico de Lisboa, con algunas piezas en paradero desconocido (Viana, 1961; Rigaud de Sousa, 1979: 293-303). De esta necrópolis procede un anillo de oro con decoración cloisonné en forma de flor compuesta de 17 piedras de color granate dispuestas alrededor de un disco central y un gran collar de oro con paralelos en las “tumbas principescas” danubianas de la primera mitad del siglo V pertenecientes al “horizonte Untersiebenbrunn” o “Smolin o Kosino” (Fig. 4), piezas que se supone relacionadas con la moda imperante entre la aristocracia bárbara proto-danubiana de finales del siglo IV y comienzos del V (Hatt, 1965: 250-256; Kazanski, 1989: 59-73). Entre los paralelos puede citarse un ejemplar hallado en una sepultura femenina de Hochfelden (Bajo Rhin, Francia), otro correspondiente al segundo tercio del siglo V hallado en Bakodpuszta (Hungría) (Goram, 1992: 41 nº 31), otro procedente de Kertsch, fechado por Bierbrauer hacia el 400 (1994a: 563, fig. 14,4) y otro ejemplar aparecido en una sepultura femenina de Untersiebenbrunn (Baja Austria), junto a la antigua Carnuntum, capital de la Panonia I, del primer tercio de la quinta centuria (Wieczoreck-Perin, 2001, 108-111). Estos hallazgos del área centroeuropea se corresponden con los niveles D2 y D3 de la clasificación de

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Fig. 2. Toréutica visigoda en la Península Ibérica, según G. Ripoll.

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Fig. 3. Nivel II, según G. Ripoll

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Fig. 4. Anillo de oro. Beiral, Portugal

Fig. 5. Collar. Beiral, Portugal

Fig. 6. Collar de ámbar. Rúa do Hospital, Vigo

Tejral, fechado entre los años 380 y 480 d.C. Gracias a estos paralelos, podríamos incluir el collar de Beiral dentro el nivel D2 de Tejral correspondiente al periodo 380/400440/450 d.C. (Fig. 5.). Dentro de este escaso conjunto de hallazgos merece citarse también un collar de perlas de ámbar en forma de champiñón o de ocho (Fig. 6), según la terminología acuñada por Maczynska (Tempelmann-Maczynska, 1985: 81-86), procedente de una tumba femenina de la necrópolis tardorromana de la Rúa do Hospital, de Vigo (Pontevedra). Es un ejemplar único, del que no se conocen paralelos conocidos, y que se encontró dentro de contextos claramente romanos (Hidalgo Cuñarro-Viñas Cue, 1998: 807-839), algo que parece repetirse en todos los lugares donde se ha documentado este tipo de collares. La cronología de estas piezas es ciertamente amplia y abarca desde los niveles C1 (160/180-260/270) hasta el D (finales del siglo IV o comien-

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zos del V) (Tempelmann-Maczynska, 1985: 85-86). Sin duda, por su tipología y paralelos, el ejemplar pontevedrés debe encuadrarse en este último momento. El mayor problema que presenta este grupo de piezas no es, sin embargo, el de su cronología, sino el de su adscripción a un origen étnico. O, dicho con otras palabras, el problema de la adscripción étnica de las mismas y del sujeto que lo portaba. El problema tiene difícil solución y no existe una respuesta universal. Así, se sabe que los collares de ámbar en forma de champiñón son piezas de adorno personal muy frecuentes en las sepulturas femeninas de los germanos occidentales que habitaban las riberas del Elba, en las regiones centrales de la Germania Libera. Maczynska señala también su aparición entre los hallazgos pertenecientes a la Cultura de Cernjachov, especialmente importantes en el área oriental de Pomerania, en la denominada “cultura de Wielbark” y en el “grupo Maslomecz” (Kazanski, 1990/91: 113; Maczynska, 1997: 104-105). Probablemente estas tres culturas hayan jugado un importante papel en el desarrollo del comercio de este tipo de piezas a juzgar por el origen del material, ya que el ámbar europeo es en su mayor parte originario de esta parte del viejo continente. De igual modo, podría adscribirse al horizonte cultural de Cernjachov o Sintana-de-Mures un peine procedente de Cacabelos (León) (Figs. 7 y 8). Un taller de fabricación de peines de cuerna de cérvidos se excavó entre 1961 y 1990 en Birlad-Valea (Vaslui, Moldavia, Rumanía). La ocupación se fecharía entre los años 300-390/395 (correspondiente a las fases cronológicas C3-D1) y se encuadraría dentro de la cultura de Sintana-de-Mures. Ejemplares formalmente muy semejantes al peine leonés se documentan ampliamente en tierras orientales: Perejaslav-Chmel’nickij (Kiev, Ucrania), Belen’koe (Belgorod, Odessa, Ucrania), Mihalaseni (Botosani, Moldavia, Rumanía), etc (Bierbrauer, 1994b). En Occidente, encontramos un paralelo en la necrópolis de La Turraque (Beaucaire-sur-Baise), encuadrable en la fase C3-D1 (Larrieu et al. 1985: 257ss; Bierbrauer, 1994c; 298s). En cuanto a la necrópolis de Beiral, podría postularse una relación con elementos vándalos, tal como se ha hecho en relación a otros hallazgos peninsulares (Coimbra, Beja o Granada) o del Norte de África, sin excluir tampoco otras posibilidades como la de su relación con la llegada de grupos de suevos o alanos, o incluso la de una tumba en costume princier de tipo danubiano (aunque con ausencia de las fíbulas características de la moda danubiana) correspondiente a la esposa de un jefe militar bárbaro al servicio de Roma (López Quiroga, 2001: 122).

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Estos hallazgos de Beiral y Vigo vienen a sumarse a una serie de objetos de difícil encuadramiento hallados en diversas partes de la península. Dentro de este grupo destacan una fíbula de bronce documentada en las excavaciones del castro romano de Cidadela (Sobrado dos Monxes, La Coruña) (Caamaño Gesto, 1984: 233-254); un broche de cinturón considerado “suevo” hallado en Baamorto (Lugo) (Koch, 1999: 156-198, fig. 2); una fíbula hallada en la villa romana de El Hinojal (Mérida, Badajoz) (Kazanski, 2000: 201, fig. 4); un fragmento de daga conservado en el Museo Arqueológico de Barcelona (Almagro, 1951: nº 14); los restos de una tumba femenina de Málaga y dos fíbulas de lámina de plata de Calzadilla (Sevilla) (König, 1980: 220ss), así como algunas fíbulas halladas en la península consideradas demasiado sistemáticamente como “visigodas”, pero cuyo origen merecería una profunda revisión.

Figs. 7 y 8. Peine. Cacabelos, León

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A todos estos objetos hay que sumar además una serie de fíbulas de cabeza circular y pie alargado tipos Smolin y Kosino-Gylavan, así como algunos broches de cinturón de mediados o de la segunda mitad del siglo V que presentan una gran similitud con otras piezas halladas en el área danubiana (Kazanski, 1991). Se trata de las fíbulas aparecidas en diversos yacimientos portugueses, entre las que cabe destacar las de la ciudad romana de Conimbriga (Coimbra), en Vitória do Ameixal (Estremoz), Idanha-a-Velha (Castelo Branco), Monte Mozinho (Codeixa-a-Nova), Castro de Falperra (Braga) y Cerca do Castelo de Sines. Piezas que Salete da Ponte (2001: 456457) clasifica como de “tipo en P” y considera romanas tardías pero dentro de un contexto militar en el que tendría su lugar la acción de unidades germanas al servicio del imperio (Fig. 9).

Interesante es igualmente consignar un pequeño lote de piezas que por su carácter parecen estar relacionadas de alguna u otra forma con la presencia de elementos alanosármatas en la Península. Nos referimos a un conocido ejemplar de spatha procedente de una sepultura de Beja (Alentejo, Portugal). Se trata de una spatha que conserva parte de la empuñadura y los arriaces con decoración de celdillas romboidales con incrustaciones de pedrería (Fig. 10). Considerada por Kazanski parte del ajuar de un bárbaro-oriental al servicio del imperio, tal vez podría ponerse en relación con la costumbre funeraria alano-sármata (Raddatz, 1959: 142-150; Kazanski, 1991: 123-139; Mastykova-Kazanski, 2006). Junto a esta pieza habría que citar el collarín de oro con colgantes luniformes hallado en el Albaicín de Granada (Fig. 11), una pieza extraña en todo el ámbito occidental, pero con paralelos en ejemplares pón-

Fig. 9. Fíbulas de “tipo en P”. Conimbriga, Portugal

Fig. 10. Spatha. Beja, Portugal.

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Fig. 11. Collar. Albaicín, Granada

Fig. 12. Collar, alfileres y cuentas de collar. Mérida –fot. Consorcio de Mérida-.

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Fig. 13. Materiales del Nivel I en la Península Ibérica.

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ticos correspondientes a las poblaciones sármatas sedentarias y fuertemente helenizadas del litoral del Mar Negro, y que probablemente debió llegar a España a través de contingentes alano-sármatas (Tempelmann-Maczynska, 1986: 375-387; Mastykova-Kazanski, 2006: 292). Por último, dentro de este lote hay que incluir también un extraordinario conjunto compuesto por un collar de oro con adornos en forma de hojas lanceoladas decorados con filigrana y granates, dos alfileres de cabeza poliédrica y varias cuentas de collar elaboradas asimismo en oro hallado en el transcurso de la excavación de una necrópolis de setenta tumbas en Mérida (Fig. 12), cuya cronología habría que fijar entre los siglos III a finales del V (Foro, 2006: 6). Se trata, sin duda, del ajuar de una sepultura privilegiada perteneciente a una

Fig. 14. Mapa de dispersión del nivel I en la Península Ibérica

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ilustre dama miembro quizá de una familia distinguida de algún jefe bárbaro al servicio del imperio. En suma, si bien no contamos en la península con una gran cantidad de elementos pertenecientes al nivel I (Fig. 13), este conjunto de piezas es lo suficientemente numeroso como para permitir afirmar su existencia, al tiempo que describen una imagen de heterogeneidad étnica más acorde con lo que sabemos que fue el periodo final del Imperio romano y la época de las grandes migraciones populares. Es posible que pueda explicarse este reducido número de objetos pertenecientes a esta fase debido a la incompleta etnogénesis desarrollada en nuestra península por los pueblos de estas primeras invasiones y a su escasa proyección histórica (Fig. 14).

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