LA PREHISTORIA EN LAS TIERRAS ALTAS DEL OCCIDENTE

July 8, 2017 | Autor: Erick G. Rizo | Categoría: Prehistoric Archaeology, Prehistory, History of Jalisco
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LA PREHISTORIA EN LAS TIERRAS ALTAS DEL OCCIDENTE1 Por Erick G. Rizo Xalixco. Estudios Históricos y Patrimonio Cultural A.C.

Resumen/Abstract La etapa prehistórica de Jalisco es un periodo del pasado muy poco conocido de la entidad. Lo anterior se debe básicamente a la existencia de datos dispersos al respecto, obtenidos la mayoría de hallazgos incidentales, sin el sustento adecuado de técnicas paleontológicas y arqueológicas; solo en unos pocos casos se han documentado los hallazgos a través de técnicas científicas. Así pues se carece de un marco interpretativo básico para la comprensión de tal etapa en el estado. Otro aspecto que aumentada la confusión, es la creencia popular, e inclusive presente aún en ciertos sectores de la academia, de la prehistoria jalisciense se extiende hasta la llegada de los españoles, dada la supuesta inferioridad tecnológica y cultural de las sociedades nativas. Como veremos, esta aseveración carece de total validez hoy en día. En el presente trabajo se hace una síntesis general de la etapa prehistórica de Jalisco, en particular de los valles y cuencas lacustres centrales, desde la llegada del hombre, hasta los albores de la civilización, es decir, la consolidación de la vida sedentaria y el comienzo de la urbanización en la región al principio del Preclásico (1500-1000 a.C.).

Un año particularmente seco. La peor sequía en la historia del lago de Chapala. Un niño, con tan solo una docena de años a cuestas. La fiebre del mamuth en tierras mariacheras. El niño camina por otrora las playas de la laguna, pateando latas y basura. Una piedra porosa, desgastada se asoma entre el lodazal. Pero no, no, no es una piedra… ¿Era Prehistórica, Arcaica o Protohistórica?

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Articulo incluido en Segunda Semana de Arqueología en León. Luis H. Carlín Vargas (coord.), PCLP AC, Universidad Meridiano, Editorial Montea, León, Gto., 2015. pp. 37-78.

La etapa prehistórica2 de Jalisco es una época nebulosa y confusa tanto en el imaginario popular como en el ámbito académico. Múltiples son los factores que lo causan; algunos de ellos se tratarán en estas páginas. Un aspecto que aumenta la confusión, es la creencia popular, e inclusive presente aún en ciertos sectores de la academia, de que la prehistoria jalisciense se extiende hasta la llegada de los españoles, dada la supuesta inferioridad tecnológica y cultural

de las sociedades

nativas. Así pues, es muy común leer o escuchar que las sociedades indígenas eran prehistóricas o que la historia comienza a la llegada de Cortés, lo cual revisite un claro sesgo eurocentrista. Además, la definición de la prehistoria en Jalisco no es del todo clara. En primer lugar por la falta de estudios sistemáticos para caracterizar adecuadamente el periodo. En segundo, porque desde un punto de vista historicista y eurocéntrica, la historia comienza con el surgimiento de la escritura. Así pues, muchos de los pueblos precolombinos serían prehistóricos bajo tal aseveración, inclusive civilizaciones de la magnitud de los incas. En el Occidente de México, la presencia de una tradición escriturística propia ha sido en general infructuosa hasta el momento (Yáñez 2009). Solo en el caso tarasco hay evidencias de un posible tradición pictográfica nativa (véase Roskamp, 2000), si bien, al parecer de menor arraigo que en otras zonas de Mesoamérica. En Jalisco y otras regiones más occidentales, a lo sumo tenemos evidencia de algunas inscripciones glifícas tardías, en especial las asociadas con el Complejo Grillo y Aztatlán (entre el 500 y el 1200 d.C.), de los periodos Epiclásico y Posclásico respectivamente (véanse figuras 1 y 2).

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Otro término usado por los investigadores como equivalente de Prehistoria es Paleoindio, es decir, la ocupación humana más antigua, y antecesora directa de los grupos amerindios, que se extiende desde (ca.) 15, 000 a 6,000/4,000 a.C., en otras palabras, el periodo que va desde la aparición del hombre hasta el surgimiento de la agricultura en la región.

Figura 1 y 2.- Chimalli en una alfarda de un templo de Los Toriles/Ixtlán del Río (izquierda). Escalera con glifos de El Chanal, Colima (derecha). Fotografías del autor.

Así pues, resulta claramente conflictivo utilizar el término prehistórico en su acepción europea para el caso de muchas sociedades complejas americanas. Entones, otro concepto utilizado frecuente por los mesoamericanistas fue el de Periodo Protohistórico, utilizado en particular para las sociedades con escritura pictográfica del Posclásico, especialmente las del centro del país. Sin embargo, tal concepto también adolece de su carga eurocentrista, puesto que se parte de la aceptación tácita de que solo los pueblos con escritura son “históricos”. Además, otras sociedades mesoamericanas ya desde el preclásico desarrollaron sistemas de escritura propios, lo cual, bajo el concepto tradicional y eurocéntrico de la historia, las vuelve tan históricas como las civilizaciones egipcia, china o mesopotámica. Por otro lado, Arcaico suele ser el término más usado para definir a las sociedades mesoamericanas tras la aparición de la agricultura y antes del surgimiento del Estado y/o complejidad social. Entonces, ¿son las sociedades que habitaron Jalisco antes de la conquista, prehistóricas, protohistóricas o arcaicas? ¿Son acaso sinónimos? Para efectos del presente trabajo se distinguirán las tres etapas distintas: Prehistoria, Arcaico y Formativo. Entonces, los grupos humanos de la región pasaron por las dichas tres etapas hasta culminar en el surgimiento de sociedades complejas, como la Tradición Teuchitlán. Así pues, para efectos de análisis, en el presente trabajo por Prehistoria se entiende, que se trataría del periodo que inicia después de llegada del hombre a América (20 000/15 000 – 6000 a. C.). Abarcaría pues, parte de la última glaciación y la

transición hacia el actual periodo cálido interglaciar que atravesamos hasta la aparición de la agricultura. Luego tendríamos el periodo Arcaico (6000/4000 – 1500 a.C.), cuando comienza el cultivo de maíz y otras plantas domesticadas en el Occidente y otras regiones de Mesoamérica. Baste recordar que en América no existió un periodo Neolítico como en el Viejo Mundo. Y finalmente, la etapa prehispánica en sí (1500 a.C.1525/1600 d.C.), durante la cual tenemos sociedades complejas en la región, siendo el Formativo (1500-200 a.C.), cuando surgen dicha complejidad sociocultural. Tierra de Gigantes. Megafauna de Jalisco Antes de hablar de la megafauna que pisó las tierras jaliscienses, debemos dar un repaso de las características e historia geológica de la región, para hacernos una idea del espacio que habitaron los megamamíferos y humanos. Por tierras altas pues, se entenderá el espacio central del estado de Jalisco, confirmado por amplios valles y cuencas lacustres cerradas, con excepción de Chapala, que se encuentra entre los 1100 y 1800 msnm (véase mapa 1). La mayoría de los hallazgos sobre la prehistoria jalisciense se han realizado en esta zona, en las cuencas lacustres de las tierras altas (e.g. Chapala, Cajititlán, Zacoalco, San Marcos, Sayula). Lo anterior no debe sorprendernos, ya que dichos espacios acuáticos serían muy atrayentes para la megafauna prehistórica, y por ende para el hombre, dada la fertilidad de las tierras y la abundancia de agua. Cabe recordar que durante el cuaternario el clima en la región era más frío y seco que en la actualidad.

Mapa 1.- Cuencas lacustres de las tierras altas de Jalisco. Se muestra la máxima extensión de las cuencas en tiempos históricos.

La mayoría de los suelos de la cuenca Lerma-Chapala está conformada por suelos aluviales. Lo anterior tiene su origen en el periodo Plioceno, cuando se formaría un gran sistema lacustre al interior de la Mesa Central Mexicana, dado el estancamiento por la poca pendiente; dicho sistema posteriormente fue drenado por los movimientos telúricos y geológicos (Sánchez 2007:2, 3; véanse mapas 2 y 3). Entonces, el vaciamiento de los vasos lacustres sería lento y se debería a factores geológicos y acumulativos, como la erosión, el azolvamiento y el surgimiento de la barranca del Rio Santiago, que drenaría sus aguas hacia el océano Pacífico (Sánchez 2007:5, 6). La presencia de este gigantesco sistema lacustre sobre la Mesa Central, convertiría a dicha franja –cuyo extremo occidental son las tierras latas de Jalisco– en

un hábitat riquísimo para los megamamíferos típicos del Cuaternario. Así pues, no es de extrañar que la zona sea rica en fósiles de megafauna.

Mapa 2.- Cuenca del Río Lerma y antiguo sistema lacustre al interior de la Mesa Central Mexicana. Tomado de Sánchez (2007:4).

Mapa 3.- Antiguo sistema de lagos interiores del Pleistoceno. Tomado de Sánchez (2007:5).

Al extremo poniente de dicho sistema lacustre se encontraba el Chapala primigenio. Así pues, el antiguo lago de Chapala, el de la era pliocénica/pleistocénica, extendía sus aguas entre los 1550 y los 1650 msnm, es decir más de 100 metros su nivel actual, lo cual implicaba que sus aguas se extendían hacia el Bajío guanajuatense por el este y el bajío zamorano hacia el sur, uniendo sus aguas con otros cuerpos

lacustres del interior del país (García 1988:9; Sánchez 2007:5; véanse mapas 2 y 3). La extensión hacia el poniente de este verdadero mar chapalico primigenio, aún no es clara, pero es probable que se extendiera hacia las vecinas cuencas de Magdalena, Cajititlán, Sayula, San Marcos, Zacoalco y Atotonilco, las cuales forman hoy junto a Chapala una sola subprovincia fisiográfica (véase Acosta 2010:57). Haciendo un ejercicio imaginario, se podría viajar en una embarcación mediana desde Querétaro hasta Guadalajara. Si bien, la evidencia paleoambiental es escasa, la existencia de la misma fauna acuática en las cuencas citadas jaliscienses y en otras que conformarán el antiguo Sistema de Lagos Interiores de la Mesa Central, registrada por las fuentes históricas (Acuña,1987 y 1988; Alcalá, 2008; Patiño, 1878; Sugiura, et al. 1998; Williams, 2014), deja entrever la posibilidad, y esto es por ahora una hipótesis, que dicho macrosistema lacustre tuviera vasos comunicantes con otras cuencas de las tierras altas (véase mapa 4). Así pues, tendríamos una extensa área de lagos y pantanos comunicados entre sí, muchos de ellos (como Cajititlán, Zacoalco, Sayula, San Marcos y Atotonilco) tendrían zonas de contacto con la cuenca chapalica y por ende con el resto del sistema lacustre interior. Como ya se ha mencionado la fauna acuática mencionada recurrentemente en las fuentes históricas3 es prácticamente la misma entre las cuencas de la región, desde Magdalena hasta el valle de Toluca: pescado blanco –o amilotl/amilote, charales, bagres, sardinas, etc.–. Además, otro elemento que apoya la hipótesis aquí esbozada, por ejemplo, es la composición de los suelos en los valles de Poncitlán y Toluquilla, así como de la cuenca de Cajititlán, básicamente tierras negras de origen aluvial y alta productividad agrícola, similares a las del Bajío –que fuera el centro de tal Macrosistema lacustre interior–. Por otro lado, es probable que otros cuerpos lacustres 3

A finales del siglo XVIII se describían los tipos de peces y demás fauna acuática encontrados en la laguna de Cajititlán de la siguiente manera: “Un pez llamado blanco, por tener blanca así la carne como el cútis, con escamas relucientes como la plata, que el mayor es como una tercia de vara corriente: el segundo (que llaman pescado bagre) este tiene ménos (sic) espinas que el blanco, y la carne no tan blanca, que tira algo á color morado, el cútis grueso de color oscuro y muy liso, sin ninguna escama; es apreciable al gusto, y más la hembra, y dañoso á la salud por ser frío y flemoso: la tercera de las especies es uno chiquillo llamado charal que el más grande no pasa de sesma de vara, del mismo color y escama del blanco, y del mismo aprecio, por ser casi de la misma especie; el cuarto y último es un pecesillo muy espinoso, llamado sardina, la mayor es de una cuarta, es apreciable al gusto y á la salud, y despreciable por su mucha espina; tiene escama y color prieto deslavado. […] Asimismo hay en esta dicha laguna tortugas chicas y ranas grandes comestibles, fuera de otros animalillos que no les hacen aprecio, como perrillos de agua que son más chicos que los que hay en otros lagos y ríos del reino; no tienen pelo éstos, sino el color y cútis del pescado bagre, y muy lisos. Hay también culebras chicas de varios colores, y otras varias sabandijas de agua sin ninguna utilidad, y sin ponzoña” (Patiño, 1878:201-203).

prehistóricos en los valles de Tequila (cuenca de Magdalena y los valles de Ahualulco, Tala y Ameca), fueran drenados de manera lenta y natural por el río Ameca. Los embalses que sobrevivirían hasta tiempos recientes en la zona sur de los valles de Tequila, serian pues, restos de los lagos prehistóricos (véase mapa 4).

Mapa 4.- Extensión del antiguo marca chapalico y los hallazgos de megafauna y actividad humana prehistórica en la región. Elaborado por el autor con datos del INEGI, IJAH, Alberdi y Corona (2005), Benz (2005), Canales, et al. (2000), Sánchez (2007) y Solórzano (1976).

Un aspecto que llama la atención es la concentración de la evidencia de tanto de megafauna como de actividades humanas en las riberas de lo que fuera el antiguo mar chapalico (véase mapa 4). Especialmente importante para ello ha sido el estudio de la cuenca de Zacoalco, donde se han encontrado restos de mamuts, así como de

herramientas líticas prehistóricas, petrograbados, atláts o lanzaderas y por si fuera poco evidencia del inicio de la domesticación de las plantas en la región (Benz, 2005; Solórzano, 1976). Cabe mencionar que la megafauna de las tierras altas jaliscienses es básicamente la misma que se encuentra en el centro del país, lo cual no sorprende, ya que ambas regiones formaban parte del mismo ecosistema de la Mesa Central. Si bien, la megafauna que habitó el país antes de la gran extinción del Holoceno, está mejor estudiada en la zona centro del país, y en menor medida en la zona norte y occidente. Así pues, sabemos que entre los megamamíferos que habitaron el centro del país y probablemente las riberas del mar chapalico estarían diversas especies de perezosos, osos de cara chata (el mayor mamífero depredador terrestre), tigres dientes de sable, capibaras, camellos, mixotoxodontes, borregos almizcleros, caballos americanos, gonfoterios, lobos terribles, leones americanos, bisontes gigantes, mastodontes americanos, gilptodontes, armadillos gigantes, berrendos, llamas, venados, tapires, y las estrellas de las películas sobre la prehistoria: los mamuts (véanse Galindo, 2012:6087 y figuras 7, 8 y 9).

Figura 1.- Visita del personal del IJAH a la excavación de Santa Catarina. Archivo Histórico IJAH.

Figuras 2 y 3.- El Lic. Francisco Ayón Zester en las excavaciones (izquierda). Sosteniendo un molar del mamut (derecha). Archivo Histórico IJAH.

Entre los hallazgos más relevantes de megafauna en Jalisco se encuentra el de Santa Catarina. En febrero de 1962 acaeció el hallazgo del famoso Mamut, hoy todo un icono del Museo Regional de Guadalajara. El hallazgo fue realizado por los pobladores del poblado cercano de Santa Catarina (en el cerro del Tecolote, dentro de la cuenca de San Marcos en el centro-sur del Estado), quienes lo reportaron al arquitecto Diego Delgado, catedrático de Historia de la Arquitectura de la Facultad de Ingeniería de la UAG (Universidad Autónoma de Guadalajara), y el escultor Luis Ocampo (García, 2012). El hallazgo fue un parteaguas en el estudio de la prehistoria jalisciense, al ser el primer fósil excavado de manera científica. El IJAH (Instituto Jalisciense de Antropología e Historia) aportó apoyo logístico a la excavación e incluso su fundador Francisco Ayón Zester asistió a las excavaciones (véanse figuras 1-3). Además, en el mismo cerro del Tecolote se encontraron puntas de proyectiles del tipo Clovis, de los primeros indicios de la presencia humana en Jalisco, lo cual lo vuelve un sitio de primer nivel, si bien no hay evidencia directa que asocie la actividad humana con la megafauna (García, 2012).

Figuras 4 y 5.- Esqueleto y defensas del megamamífero. Archivo Histórico IJAH.

Figura 6.- Molar enyesado del Mamut de Santa Catarina. Archivo Histórico IJAH.

Además, debe señalarse que los hallazgos de restos fósiles de fauna cuaternaria en la región de las tierras altas de Jalisco datan de antiguo. De ella se originaron leyendas tan conocidas como la de los “Gigantes de Tala”: Los yndios viejos de este pueblo de Tlala nos cuentan que por tradición muy antigua de sus padres y abuelos, sauen como en los tiempos passados vinieron a este valle por la parte del Occidente una gran tropa de Gigantes de muy disforme (sic) estatura que en número dicen los yndios eran quatrocientos y que entre ellos no vino mujer alguna, y que llegados a este valle causaron tanto temor entre los habitantes del, que algunos se huyeron, y los que quedaron les dauan por tributo a acad uno cierta cantidad de mujeres para solo hacerles de comer, y muchas no eran bastantes según lo que comían y dizen tambien los yndios deste valle que como los Gigantes no trajeron mujeres cometían entre sí el pecado torpe [es decir, actos homosexuales], en pena de lo qual los hauia hanegado una gran avenida de aguas conque se consumieron todos (Mota y Escobar 1993:36).

Dos fenómenos estarían detrás del origen de tal leyenda: primero como se ha señalado, el descubrimiento de distintos restos fósiles en la región, el mismo Mota y Escobar lo presenciaría a inicios del siglo XVII durante su visita pastoral al obispado de Guadalajara al pasar por Tala dice que “vimos aquí vn hueso que era de vn muslo que solo él era de siete palmos de largo y la choquezuela que encaja en la çea era como una botija commun en grandeza y desta proporsion emos visto otros huesos que oy (sic) día están aquí” (Mota y Escobar 1993:36). Y segundo, las migraciones relacionadas con la aparición del Complejo Aztatlán y la lengua náhuatl en el centro de Jalisco durante el Posclásico temprano. A lo anterior se suma la existencia de un centro ceremonial Aztatlán en las cercanías del actual Tala, denominado el Peñol de Jorge Dipp (González et al. 2007:29). La confusión de restos fósiles con los de supuestos gigantes es algo que sucedió a menudo en el Viejo Mundo. Además, la purificación de los pecados con la aniquilación por agua, algo ya visto en el relato diluviano del

Génesis, indica ya cierto nivel de asimilación de las tradiciones orales indígenas y la recién impuesta doctrina cristiana.

Figura 7.- Replica del Mamut de Santa Catarina en el Museo Regional.

Figura 8.- Cráneo de tigre dientes de Sable. Museo Regional de Guadalajara.

Uno de los hallazgos más importantes en la región en tiempos recientes fue la localización de un gonfoterio de tierras bajas en la localidad de Santa Cruz de la Soledad, Chapala en abril del año 2000, durante una de las peores sequias que en los últimos años ha afectado al vaso lacustre. Baste señalar que los hallazgos de antiguos proboscidios han sido frecuentes en la cuenca chapalica y otros puntos como en los municipios de Ameca, Ajijíc y El Salto, (Alberdi y Corona, 2005:249, 250; El Universal, 2007). Pero sin duda, fue el hallazgo del Gonfoterio, mal llamado “Mamut de Chapala” por la prensa y la gente en general, el que desató una verdadera fiebre de fósiles durante el inicio del milenio (véase figura 9). El breve relato con el que se abre el presente artículo trata precisamente como un niño tapatío de 12 años encontró durante una excursión escolar diversos restos fósiles en la ribera de Chapala al poco tiempo de encontrarse el gonfoterio. Dichos hallazgos continúan hoy en día, y generalmente

terminan por enriquecer colecciones privadas en lugar de ir a parar a repositorios y museos. De hecho el hallazgo más reciente es acaba de registrarse en el municipio de Amacueca, dentro de la sureña cuenca de Sayula, donde se localizaron osamentas de dos megaterios o perezosos gigantes (El Informador, 2014; véase figura 10).

Figura 9.- Esqueleto del Gonfoterio de Chapala en el Museo de Paleontología de Guadalajara Federico Solórzano Barreto. Imagen El Informador (2011).

Figura 10.- Excavación de dos perezosos gigantes en el municipio de Amacueca. Imagen El Informador (2014).

Recientemente, en el valle de Toluca, en el extremo oriental del antiguo sistema de lagos interiores de la Mesa Central, se han encontrado como ofrendas en contexto mucho más recientes, en tiempos del Formativo, defensas de mamut que los antiguos habitantes extrajeron de las partes bajas del citado valle para depositarla como ofrenda

en las elevaciones del valle (Boletín del INAH, 2014). Dicha práctica no es descartable en la zona de estudio, dada la abundancia de restos fósiles. De hecho en el área de Zacoalco-Sayula se encontró una vértebra de ballena prehistórica (hoy custodiada en el Museo de Paleontología de la ciudad) que fuera objeto de modificaciones culturales en tiempos prehispánicos. La llegada del hombre y el periodo arcaico en Jalisco. La llegada del ser humano a América ha sido un tema que ha intrigado a diversos religiosos y científicos desde el siglo XVI. Los datos genéticos, arqueológicos y lingüísticos parecen indicar que la población nativa americana se originó a raíz de migraciones desde Siberia a través del estrecho de Bering (Wells, 2009). De hecho parece haber habido dos o tres oleadas migratorias asiáticas: la primera y más antigua, desde Siberia, daría origen a la mayor parte de las lenguas indígenas, agrupadas en la familia lingüística Amerindia, y que se extiende tanto en Norteamérica como en Sudamérica, quizá llegada al continente entre los 20 y los 12 mil años antes de Cristo. La segunda, que originó a la familia lingüística Na-dene llegaría hacia el 10 000 a.C., vía costera desde el sureste de Siberia o desde el norte de China, y se introdujo solo a Norteamérica, entrando por las costas del Pacífico. Finalmente la familia esquimalaleutiana, que derivó de la primera migración siberiana, distribuyéndose hacia el este hasta Groenlandia (Wells, 2009:152-156). Así pues, hasta que no se demuestre científicamente lo contrario, es presumible que los primeros grupos humanos llegaran al Occidente desde el norte, provenientes del actual USA. Los grupos humanos que llegaron a la zona se encontrarían con un paisaje muy prometedor, rico en agua, recursos naturales y en caza mayor. El Sistema Lacustre Interior de la Mesa Central Mexicana (véanse mapas 2, 3 y 4) podría bien considerarse uno de los más ricos de Norteamérica a finales del Pleistoceno. Contrariamente a lo que se imagina, la migración humana en el continente no sería fruto de un viaje épico, sino resultado de la expansión biológica, es decir, de la expansión natural de poblaciones humanas debida al crecimiento demográfico exponencial que impulsaba a los individuos a buscar nuevos territorios (Finlayson, 2010). Lo anterior debió haber sido un proceso bastante común y rápido, tras el internamiento de las primeras bandas humanas en las praderas norteamericanas, dado que al llegar a las planicies se encontrarían con una reserva alimentaria insospechada y sin explotar como lo era la rica megafauna del continente. Así pues, las poblaciones

humanas crecerían exponencialmente gracias a la gran reserva alimenticia, abriendo nuevos territorios hacia el interior del continente. Entonces, la llegada del hombre a México, y por ende al Occidente, debió acaecer entre los 20 y 15 mil años a.C., siendo los primeros restos materiales asociados con actividades humanas las culturas líticas norteamericanas conocidas como Folsom y Clovis. Así pues, debe señalarse que no hay evidencia hasta el momento de culturas líticas en el Occidente asociadas a otros yacimientos antiguos sudamericanos como Monte Verde, en Chile, a diferencia de la lítica de grupos paleoindios norteamericanos (Clovis y Folsom). Por ejemplo se encontró material Clovis en Sonora, asociado a restos de un gonfoterio de tierras bajas (Galindo, 2012). Además, se han localizado puntas Folsom en el sitio de Guachimontones, en Teuchitlán, si bien dentro de un contexto cultural mucho más tardío, probablemente depositadas como ofrendas, una en el juego de pelota 1 y otra en el circulo 6 (Canales, et al. 2006; véase figura 11). En qué medida los antiguos teuchitecas asociaban dichos elementos líticos con sus antepasados, nos es desconocido, pero es probable que si los consideraran parte de su historia, al depositarlos en espacios de alto valor simbólico y ritual. También se han localizado puntas Clovis talladas en obsidiana dentro de la cuenca de Zacoalco-Sayula, lo curioso es que la obsidiana no es nativa de tal cuenca, sino de los valles de Tequila al norte (Esparza 2014). Lo anterior podría ser un indicio de cierto intercambio regional durante la era prehistórica entre los grupos humanos de las tierras altas.

Figura 11.- Ubicación de las puntas Folsom halladas en Teuchitlán. Tomado de Canales, et al. (2006).

Otra herramienta temprana, utilizada desde la prehistoria hasta la llegada de los españoles fue el atlátl o lanzadera, registrado en la zona de Zacoalco y Sayula en particular (Solórzano, 1976). Una zona prometedora en hallazgos prehistóricos y arcaicos es la cuenca de Cajititlán, que probablemente fuera parte del Sistema Lacustre de la Mesa Central. En las colecciones locales se aprecian diversos instrumentos líticos, de entre los que destaca un raspador de pedernal, al parecer encontrado en la ladera poniente del cerro del Sacramento, y que por la técnica utilizada para hacerlo, bien podría ser prehistórico (Esparza, 2013, comunicación personal; véase figura 12). De hecho, en el citado cerro existen yacimientos de pedernal, caliza, tezontle y cuarzo, lo cual lo haría muy atractivo (además de la riqueza en fauna acuática) para los primeros habitantes de la región.

Figura 12.- Raspador de pedernal de Cajititlán. Podría datar de la etapa prehistórica de la cuenca. Colección particular.

Otros elementos que indican la presencia humana en la región desde el periodo prehistórico serían los petrograbados. Cabe señalar que en el Occidente, el uso de petrograbados fue bastante común hasta muy entrada la etapa prehispánica. Entonces existen zonas ricas en petrograbados en Santa Anita y San Agustín (cerca de Guadalajara), Cajititlán (en especial en la ribera sur), Chapala, Mascota, Sayula, la Presa de la Luz en Jesús María (en los Altos de Jalisco), Zacoalco, La Huerta, La sierra Huichola, entre otras áreas (véase Esparza y Rodríguez 2013; Morales, 2009; Moya 2006).

Figura 13.- Petrograbados de La Huerta, Jalisco. Imágenes cortesía del IJAH.

Hasta el momento, una de las mayores concentraciones de petrograbados presumiblemente prehistóricos se localiza en las áreas lacustres de las Tierras Altas de Jalisco. En el área de Poncitlán, por ejemplo, existe una gran muestra de petrograbados (en particular en la sierra de Mezcala, frente a la ribera lacustre), del periodo arcaico y del prehispánico, incluso algunos podrían ser poco anteriores a la conquista y asociados con los grupos cocas de la zona (Morales, 2009). Como ya se ha señalado, en el Occidente destaca la pervivencia del uso de petrograbados desde el periodo prehistórico hasta prácticamente la conquista española. Así pues, tenemos la incorporación de petrograbados en la arquitectura pública de la región era una práctica frecuente en algunos sitios, como en Tzintzúntzan, Zaragoza y El Cóporo, por ejemplo. Por otra parte, el primer cambio antrópico a gran escala en el paisaje del antiguo Occidente, y de las tierras altas en particular, acaeció con el surgimiento de la agricultura y el modo de vida sedentario, en el llamado periodo Arcaico, entre el 6000/4000 y el 2000 a. C; primeramente, afectaría las áreas lacustres –como nuestra zona de estudio–, valles y costa, donde se asentaron las mayores densidades de población desde la época prehistórica (Jardel, 1994:27). Otros estudios polínicos hablan de la presencia de agricultura en las cuencas lacustres de las tierras altas de Jalisco y las bajas de Nayarit hacia 5000 años antes de nuestra (Brown, 1992:45). En 3600 a.C. aparece por primera vez, polen fósil de maíz (Zea), evidencia de una economía agrícola ya consolidada (Brown, 1992: 45-46). En la cuenca de Zacoalco-Sayula hay evidencia científica de la aparición de actividades agrícolas (al parecer cultivo de calabazas y frijoles) hacia 4780 ± 60 antes del Presente, es decir, que para el 2800 a.C. (Benz, 2005:2), los habitantes de la zona, otrora rica en megafauna de Pleistoceno, habían iniciado ya la transición de una vida nómada a la sedentaria. En la zona de Zacoalco, el sitio denominado Moreno 5, es el que tiene una mayor evidencia de ocupación arcaica (véase figura 14). Aquí no debe descartarse que al igual que otros casos de sedentarización en el mundo, los primeros cazadores-recolectores establecieran campamentos permanentes en zonas de alta productividad, como es el caso de la cuenca en cuestión, rica en alimentos de distintos biotopos. Así pues, quizá la sedentarización podría haber precedido a la experimentación de cultivos. A favor de lo anterior debe mencionarse que en el sur de Jalisco existen poblaciones espontáneas de parientes silvestres del maíz, la calabaza y los frijoles (Benz, 2005). Entonces resulta que a unos kilómetros desde las riberas

lacustres se encuentran seis zonas de vegetación natural distintas, las cuales ofrecen al menos 100 especies de plantas comestibles, algo que sin duda no debió haber pasado desapercibido por los antiguos cazadores-recolectores (Benz, 2005:3-5).

Figura 14.- Herramientas líticas del Arcaico encontradas en el sitio Moreno 5 en la cuenca de Zacoalco-Sayula. Tomado de Benz (2005:22).

En otras zonas de Mesoamérica hay datos que apoyan la propuesta de que el teosinte, el ancestro silvestre del maíz, fue domesticado hacia el 4200 a.C. (Benz, 2005:3). Se han propuesto cuatro centros de domesticación de plantas comestibles en el país: la Sierra Tamaulipeca, México Central, la cuenca del Balsas y las Tierras Altas de Jalisco (García-Bárcena, 2000:15). Que las tierras altas sea uno de dichos centros de domesticación no debe sorprendernos, dada la enorme diversidad ecológica de la zona y la existencia de variantes locales del teosinte, calabazas y frijoles. La primera evidencia de cultivo de maíz en Zacoalco proviene de una mazorca de maíz (obtenida un abrigo rocoso) que data del 1760 ± 60 años antes del Presente (primeros siglos de la era cristiana), si bien, su cultivo debe ser mucho más antiguo (Benz, 2005:2). Como ya se ha mencionado, el inicio de las actividades agrícolas transformó el paisaje de la región. Por ejemplo, en zonas como la laguna de Zapotlán (ciudad Guzmán, Jalisco), estudios paleoambientales perfilan un medio cuya vegetación Arcaica consistía básicamente en pinos y robles. Será hacia 1200 d.C. que dichos bosques decrecieron, ya sea a consecuencia de alguna sequía, o bien, fruto de la intensa actividad humana en el ambiente (Brown, 1992:45, 46, 87-97). Lo más probable es que se trate de evidencia directa de la actividad antrópica en el medio, ya que la

sequia más intensa registrada en la zona hasta el momento, acaeció en la cuenca de Magdalena entre el 4500 y el 3000 a.C. (Anderson, et al. 2013), en pleno periodo Arcaico, mientras que los cambios en la vegetación registrados por Brown (1992) son mucho más tardíos. En las tierras bajas nayaritas, la evidencia paleoclimática apunta a una presencia de una considerable actividad humana sobre el medio y sus recursos entre los años 1000 a.C. y 1200 d. C. (Brown, 1992: 45-46, 87-97). Entonces, si bien la evidencia aún es fragmentaria, podemos proponer que el periodo Arcaico en las Tierras Altas inicia hacia el 6000/4000 a.C. y que se extendería hasta el 1500 a.C., dándose en él la transición a la vida agrícola y los primeros procesos de “complejización social”. Dicho proceso de cambio sociocultural seria particularmente intenso en las cuencas lacustres, convirtiéndose en uno de los focos de domesticación botánica más importantes de Mesoamérica, dada su gran riqueza ecológica, y muy probablemente, debido a que ya desde el periodo prehistórico albergará densidades poblacionales importantes. Al inicio del Formativo, entre el 1500 y 1000 a.C. se iniciaría un proceso de intensificación agrícola que desembocaría en el surgimiento de sociedades complejas en la región, y uno de los primeros desarrollos estatales de Mesoamérica. Los albores de la civilización en Jalisco. Al inicio del Formativo, entre el 1500 y 1000 a.C., como ya se ha dicho, se iniciaría un proceso cambio sociocultural y económico muy interesante en la región: la aparición de sociedades complejas y de uno de los primeros desarrollos estatales de Mesoamérica: la Tradición Teuchitlán, en los valles de Tequila. Hacia el Formativo tardío, hace su aparición este desarrollo estatal temprano, caracterizado por una arquitectura en círculos concéntricos, juegos de pelota, conjuntos cruciformes, tumbas de tiro, cerámica estilo Ameca y Oconahua rojo sobre crema, explotación intensiva de la obsidiana y la construcción de campos chinamperos –así como otras obras agrohidráulicas– en las cuencas lacustres (Esparza, 2009; Weigand, 1993, 1996, 2013; López, 2011). La relevancia de tal fenómeno es grande, incluso a nivel panmesoamericano, dado que Teuchitlán (ca. 200 a.C.-450 d. C.) se trata de uno de los desarrollos estatales más antiguos de Mesoamérica, anterior incluso, a la aparición del Estado Teotihuacano. Sin embargo, los antecedentes más tempranos de la Tradición Teuchitlán bien podrían remontarse hasta fechas tan lejanas como 1000 a. C., en el

periodo Preclásico o Formativo (Weigand, 2006:39). Es así que hacia el inicio del primer milenio a. C. hacen su aparición de los primeros rasgos arquitectónicos de la tradición Teuchitlán, en la fase San Felipe (1000 a.C.-200 a.C.), como plataformas circulares construidas encima de tumbas de tiro, quizá como un incipiente culto a los antepasados (Weigand, 1993; véase figura 15).

Figura 15.- Circulo 2 del sitio de Guachimontones, Teuchitlán, Jalisco.

El ascenso de Teuchitlán también marcaría el inicio de un proceso de urbanización regional (Weigand, 2008). Por éste, se entiende que se hace referencia al surgimiento de aquellos asentamientos con población densa, con claros indicios de complejidad social o económica (Smith, 2005:404). Para efectos de esto debe señalarse la existencia de un sistema de asentamientos urbanos encabezados por Teuchitlán, en los valles de Tequila hacia el final del Formativo. Estamos pues en los albores de la civilización en el Occidente, es decir, la consolidación de la vida sedentaria y el nacimiento de las ciudades en la región. CONCLUSIONES Cabe señalarse que la etapa prehistórica y la subsecuente era arcaica, aún están mal caracterizadas en la región occidente, dada que la mayoría de los datos son dispersos, y a que aún falta un marco regional interpretativo para su estudio. Las excavaciones paleontológicas son pocas, y generalmente resultado de salvamentos, si bien, la zona es prometedora, siendo una de las vetas fosilíferas sobre el pleistoceno superior más rica del país.

Otro aspecto, ya mencionado, es que la creencia popular (e inclusive presente aún en ciertos sectores de la academia) que la prehistoria jalisciense se extiende hasta la llegada de los españoles, dada la supuesta inferioridad tecnológica y cultural de las sociedades nativas. Como se ha visto, ésta aseveración carece de total validez hoy en día, a la vista de los nuevos hallazgos arqueológicos en la región. En el presente trabajo se ha visto la relevancia de los valles y cuencas lacustres centrales de Jalisco en la consolidación de la vida sedentaria mesoamericana, como una zona temprana de domesticación botánica (y quizás animal también, debe recordarse que el perro pelón o xoloizcuintle, es originario del Occidente) en Mesoamérica. Cabe entonces preguntarse, si la abundancia de recursos en la zona fue un factor determinante en una posible concentración demográfica temprana en la región, quizá desde la prehistoria. De ser así, el perfil demográfico alto presente en las tierras altas, podría haber influido fuertemente en los posteriores procesos de cambio sociocultural que desembocarían el surgimiento temprano de sociedades complejas. Además, durante los cambios paleoclimáticos que sucedieron a la transición entre el pleistoceno y el holoceno (ca. 10 000 a.C.), las cuencas y fértiles valle de las tierras altas jaliscienses debieron ser un refugio ideal ante condiciones más inhóspitas para los cazadores recolectores del Occidente.

Agradecimientos Agradezco especialmente al desaparecido Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, al Lic. Juan Gil Flores y al Dr. Luis Gómez Gastélum el acceso al material fotográfico resguardado en el archivo Histórico de la institución, en el marco del proyecto de investigación “El papel del Instituto Jalisciense de Antropología e Historia en la investigación arqueológica del Occidente de México. Historia de la arqueología en Jalisco”. Dicho proyecto, en que realice mis prácticas profesionales y servicio social, se centró en analizar la forma en que se dio la investigación arqueológica en el Estado de Jalisco entre 1959 y 1976, fecha en que se consolida la presencia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en la entidad. También agradezco al Dr. Rodrigo Esparza López por sus observaciones sobre los materiales de las colecciones Cajititlán. Finalmente a los compañeros de Xalixco. Estudios Históricos y Patrimonio Cultural A.C., Issac, Laura y Maribel por su apoyo en ésta y otras investigaciones.

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