La politica exterior brasileña en la última década

August 14, 2017 | Autor: Ivj Monbles | Categoría: Political Science, Estados Unidos, Cooperación, Protagonismo
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LA POLÍITCA EXTERIOR BRASILEÑA EN LA ÚLTIMA DÉCADA: PROTAGONISMO Y COOPERACIÓN ANTE ESTADOS UNIDOS (2003 – 2012) Sara Eichert [email protected] Ignacio García Marín [email protected] Resumen Los autores tratan de examinar el posicionamiento de Brasil respecto a Estados Unidos en la arena internacional entre 2003 y 2012. Tratando de responder a la pregunta de ¿cómo se ha desarrollado la política exterior de un país emergente como Brasil respecto a Estados Unidos entre 2003 y 2012? se analizan las pautas que ha seguido la política exterior brasileña ante el programa nuclear iraní y la crisis política de Honduras. Se analizan las pautas que ha seguido la política exterior brasileña ante el programa nuclear iraní y la crisis política de Honduras. Bajo este análisis, los autores proponen que Brasil ha tratado de mantener un política diferenciada respecto a Estados Unidos especialmente durante la administración de Lula y que, ante los estudios de caso analizados, Brasil habría optado en un primer momento por una postura protagonista e individual pero no seguidista hacia la nación norteamericana. Sin embargo, los resultados que esta postura habría cosechado, habrían tendido a acercarle al posicionamiento de Estados Unidos, buscando una mayor cooperación en los estudios de caso analizados, especialmente con la llegada al poder de Dilma Rousseff en 2011 en la crisis iraní. Asimismo, Estados Unidos pareciera no mostrar excesivo entusiasmo ante la actuación de Brasil en ambas crisis así como a sus posibles aspiraciones globales en el nuevo sistema internacional.

Palabras clave: Brasil, Estados Unidos, cooperación, protagonismo, potencias regionales Abstract By seeking the answer to the question of how Brazil’s foreign policy stance– as an emerging regional power – towards the US has evolved between 2003 and 2012, the present article aims at analyzing the Brazilian foreign policy position within two cases studies: Iran’s nuclear program and the political crisis in Honduras. Eventually, the authors suggest that Brazil has tried to maintain a differentiated policy stance toward the United States especially during the Lula administration and that, in the case studies analyzed, Brazil would have opted initially for an individual position, differentiating itself from the U.S. American foreign policy decision. However, the results of such stance would eventually induce certain proximity regarding the U.S. foreign policy stance, furthermore looking for greater cooperation within the analyzed case studies, especially with the accession to power of Dilma Rousseff in 2011. The U.S. also does not seem to show much enthusiasm for Brazil’s efforts in Honduras and concerning Iran, as well as for its global aspirations in the international system. Key words: Brazil, United States, cooperation, protagonism, regional powers

1. Introducción Desde los comienzos del presente milenio, se ha evidenciado de forma progresiva un incremento del rol de ciertas potencias emergentes en la arena internacional. Éste podría haber sido el caso de China e India, a quienes su elevado crecimiento económico y sus propias magnitudes socio-económicas las han colocado en una situación de creciente influencia internacional. Asimismo, y debido en parte a la revalorización de las materias primas, América Latina ha vivido igualmente un proceso de creciente peso internacional, especialmente en el caso de Brasil. El empuje de estas y otras economías en desarrollo, junto a la parálisis económica que Europa y Estados Unidos viven desde 2008, facilitan la aparición en el tablero político mundial claros rasgos de multipolaridad. En escenario no obstante la nación norteamericana mantendría un papel preponderante. Aunque ahora, más que unas décadas antes, debería contar con el consenso y apoyo de ciertas potencias en la arena internacional. De entre los actores que han obtenido y/o reclaman un mayor protagonismo, podría destacarse el caso de Brasil, cuya trayectoria en la última década ha sido acompañada de un fuerte crecimiento económico y de ciertos hitos políticos como la consecución de la organización de los próximos juegos olímpicos, su desempeño en conflictos regionales (Haití, Honduras) así como su inclusión en ciertas esferas como el G-4 (Alemania, Brasil, India y Japón), los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Suráfrica) o foros multilaterales como IBSA (India, Brasil, Suráfrica). Esto, unido al tamaño de su economía, población y territorio en relación a sus vecinos ha llevado a que algunos comiencen a considerar a Brasil como la potencia regional latinoamericana o al menos, de Suramérica y una potencia emergente en el contexto internacional. Por tanto en el presente estudio se parte de una serie de presupuestos teóricos, donde se considera Brasil en el nivel de potencia regional-global en un mundo multipolar y tendiente a la regionalización. Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba (2011), Flemes (2009a; 2009b y 2010) y Nolte (2010) son algunos de los teóricos que emplearemos para justificar, definir y analizar qué lugar ocupar y aspira ocupar Brasil en el nuevo orden internacional de hoy, cuáles podrían ser sus objetivos y qué opciones tiene en la posible nueva distribución de poder que se está dando en nuestros días. Asimismo, se complementa esta parte teórica con un análisis en base a dos estudios de caso: la cuestión nuclear iraní y la crisis de Honduras 2009). Con ello se pretende el abordaje a la siguiente pregunta: ¿Cómo se ha desarrollado la política exterior de un país emergente como Brasil respecto a Estados Unidos en el período 2003-2012? Para lo cual partimos de las 2

siguientes hipótesis: 1) Brasil trata de mantener un política diferenciada de Estados Unidos, especialmente durante la administración de Lula y 2) ante nuestros estudios de caso, Brasil opta en un primer momento por una postura protagonista individual y no seguidista de Estados Unidos. Sin embargo, los resultados de esta postura tienden a acercarle a Estados Unidos, trayendo consigo una posición cooperativista del gigante suramericano.

2. Brasil: su definición como potencia regional-global y posibles estrategias a seguir en el nuevo sistema internacional ante la preeminencia de Estados Unidos Desde la caída del muro de Berlín 1989 hasta nuestros días se han producido notables cambios en la política internacional. El fin de la Guerra Fría trajo consigo el desmoronamiento de un hasta entonces tablero mundial casi bipolar, donde Estados Unidos y la Unión Soviética lideraban ambos bloques, dejando a un lado una amalgama de terceros países no alineados hacia estos polos. No obstante, esta configuración de las relaciones internacionales se derrumbó con la desaparición de la URSS como entidad política, trayendo consigo una transformación de este sistema internacional previo, e iniciando asimismo un cambio del sistema-mundo moderno provocado por los procesos de regionalización, globalización, posnacionalización y localización (Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba, 2008: 64-66). Por tanto, este período de cambio y en cierta medida inacabado y transitorio, trajo consigo una reconfiguración de las relaciones de poder, donde nuevos actores no estatales y distintos organismos interestatales cada día jugarán un mayor papel, dejando al modelo de Westfalia en una razonable crisis empujada por una regionalización global y la creación de entes supra-estatales (Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba, 2008; Tulchin y Espach, 2004). Así es que desde el final de la Guerra Fría se ha producido una amplia literatura sobre la estructura del nuevo sistema internacional y el papel de las regiones y potencias medias, regionales y emergentes a escala continental e internacional y del consecuente posicionamiento de Estados Unidos en ello1. En lo que se refiere al posicionamiento de Estados Unidos, se podría decir que han intentado profundizar su posición estructural como superpotencia o hegemonía global (Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba, 2008: 68-78). Sin embargo, existe un cierto consenso en la Academia de que el papel de potencias emergentes 1

Se distinguen diferentes teorías desde los enfoques del realismo clásico (Morgenthau) o del neorrealismo (también realismo estructural; Kenneth Waltz, Mearsheimer), como el equilibrio de poderes, la teoría de transición de poder (power transition theory; ver Kugler, 2006: Organski, 1958), o los complejos de seguridad regional (regional security complexes de Buzan y Waever, 2003) que se preocuparían por el análisis de potencias y la distribución de poder en este sistema internacional.   3

dentro de estas regiones aumentará en un futuro mundo multipolar (Flemes 2009a, 2009b, 2010: 94). Efectivamente, desde el posicionamiento neorrealista de Mearsheimer (2001) no se puede entender la dinámica y el orden del sistema internacional si no se reconoce la existencia de regiones y consecuentemente a ello, los equilibrios de poder regional. Por ello, el sistema internacional de la posguerra fría ni es unipolar ni disfruta Estados Unidos de la hegemonía global 2 . Waltz tampoco reconocería una estructura unipolar en este nuevo sistema internacional. En suma, Estados Unidos tendría, siguiendo a Mearsheimer, la hegemonía regional norteamericana (Little, 2007: 217-218). Por lo cual se habla por ejemplo de un sistema con “polaridades indefinidas” (Lafer 1996) o de cierta multidimensionalidad (Tulchin y Espach 2004: 23) tanto geográficamente como en términos de niveles de poder (blando y duro, Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba 2011: 255) y que se encontraría en construcción. En otro orden, en lo que se refiere a América Latina como actor en este nuevo sistema internacional, Tulchin y Espach (2004) advierten la carencia de estrategias propias de los países, así como su necesidad de formular estrategias de política exterior dirigida al reposicionamiento de los países latinoamericanos en el tablero mundial (véase Smith, 2004; Tulchin y Espach, 2004). Se justifica ya que después de la Guerra Fría América Latina habría recibido escasa atención por parte de potencias mundiales como Estados Unidos dejando a la región principalmente como un mercado de inversión económica y con limitada importancia política. Esto se debe según ellos a que no se percibiría a la región como una “amenaza para los Estados-nación que dominan los asuntos internacionales” enfrentando por ello el riesgo de la marginalización o de la irrelevancia, pese a que en actualidad los países de la región podrían estar obteniendo cierta importancia a nivel político para la hegemonía global (Estados Unidos) en el ámbito económico y de seguridad (Tulchin y Espach, 2004: 22-23). En segundo lugar, para explicar el comportamiento de los actores estatales en el tablero mundial, se opta por una perspectiva sistémica y neorrealista. Todos los Estados en este sistema internacional además del objetivo general de sobrevivir, rivalizarían continuamente por maximizar su poder (blando y duro). No obstante, algunas potencias como Estados Unidos tendrían además el objetivo de vigilar los cambios de la distribución de poder, siguiendo para ello estrategias que pondrían el equilibrio de poder internacional y regional en su favor, aumentado su poder o bien frenando las aspiraciones de terceros Estados que buscaran la hegemonía regional (Mearsheimer, 2001: 236). Otra estrategia de las grandes 2

Entiendo unipolaridad como “a structure in which one state’s capabilities are to great to be counterbalanced” (Wohlforth, 1999: 9). Al contrario, un hegemon podría ser comprendido como “a state that is so powerful that is dominates all the other states” (Mearsheimer, 2001: 40), midiendo su potencial en base de su capacidades de poder blando y duro (militar) (ibíd.: 45).

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potencias como Estados Unidos que menciona Mearsheimer es la del buckpassing, dejando a otras potencias confrontar una posible hegemonía regional o estimulando la competencia por el liderazgo regional de varios países en su determinada región. Al contrario, a la estrategia de usar el poder duro (militar y económico; hard-balancing), se añade también la estrategia de soft-balancing (por vías económicas, institucionales y diplomáticas) o el bandwagoning (ver Schweller, 1994 o Waltz, 1988), como una estrategia de coalición frente a una gran potencia. La estructura y dinámica internacional multipolar es por tanto especialmente propensa a conflictos y la creciente institucionalización y cooperación de poder no ha dejado desaparecer a la política de poder (Mearsheimer, 2001: 361). Aquí podría añadirse una de las críticas del realista Randall Schweller (1994; 1996) hacia los neorrealistas, y una distinción clásica de la escuela realista, también usada en la teoría de transición de poder: las nociones del Estado estatus quo y revisionista basado en el conflicto de intereses estatales, el primero satisfecho (y contribuyendo a las normas y la estructura del sistema internacional) y el segundo, luchando por una posición y reformulación de este sistema. En este sentido, Brasil a menudo ha sido definida como una potencia regional (ver por ejemplo Buzan y Waever, 2003) o potencia media que tendría capacidad de colocar en la agenda sus propias demandas pero no así la capacidad de impugnar el liderazgo de potencias dominantes como EEUU (Kugler, 2006: 4). Asimismo, existen conceptos que combinan el termino medio y regional como las potencias medias regionales o las potencias regionales secundarias de Huntington (1999). Es decir, Brasil sería caracterizada con cierta ambigüedad tanto como potencia regional como potencia media. En esta línea, Nolte (2010) quien trabaja en la distinción analítica entre las potencias medias y regionales, subraya que estas “nuevas” potencias medias como Brasil son, en primer lugar, potencias regionales y se les podría considerar igualmente como potencias medias a escala global en base de sus capacidades materiales e inmateriales. Por lo tanto, las potencias regionales a escala global optan por estrategias empleadas normalmente por potencias medias tradicionales (Nolte, 2010: 890-91). Ejemplos de ello, podrían ser la formación de coaliciones en instituciones internacionales y en general, su interés en ejercer influencia en estas instituciones. Prefieren además, como las potencias medias tradicionales, medidas cooperativas y multilaterales en la esfera internacional como son la creación de instituciones regionales e internacionales (Nolte, 2010: 891). Estas ideas también son introducidas por Flemes (2009a; 2009b) quien define a Brasil aunque considera que es una potencia regional- como potencia media para analizar su comportamiento y opciones para su política exterior. 5

No obstante, en el presente estudio se considera a Brasil siguiendo a Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba (2008: 65), desde una perspectiva estructural-sistémica, como una potencia regional-global con aspiraciones de “reposicionarse estructuralmente” en el tablero mundial. Teniendo en cuenta que Estados Unidos es una de las potencias que sustancialmente influye en la creación de normas y de la estructura del sistema internacional (Mearsheimer, 2001: xi; Waltz, 2000), se considera que es razonablemente importante para Brasil posicionarse frente a Estados Unidos. Siguiendo en cierta medida el postulado de Womack (2007) quien considera que las potencias regionales son los principales actores que nuclean las jerarquías de poder regional e internacional, estas potencias regionales-globales tienen una posición intermedia (al igual que las potencias medias) “entre las potencias mundiales (incluyendo a Estados Unidos) y Estados menores y periféricos” (Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba, 2011: 266) en un sistema internacional que como hemos comentado anteriormente se caracteriza por sus múltiples dimensiones geográficas y de poder. Brasil sería entonces un Estado situado “en el área de capitalismo semiperiférico (…) un Estado semidesarrollado(s) y semiindustrializado(s)” (p. 268). Esta semiperiferia según los autores es “un punto de llegada y de partida: de arribo desde la periferia y de salida para el centro” con lo cual uno de sus principales objetivos es aumentar sus capacidades materiales e inmateriales para llegar así a la posición estructural de centro, lográndolo principalmente a través del desarrollo socioeconómico interno y defensa de la soberanía nacional y autonomía internacional (p. 268-6). Es oportuno mencionar que lo anteriormente planteado coincide con los tres factores contextuales mencionado por Flemes (2009b: 161). Para la formulación de sus estrategias las potencias regionales- globales estructuralmente posicionados entre el centro y la periferia tendrían que prestar atención primero, en la continuidad de la supremacía de actores globales como Estados Unidos y de nuevos países emergentes como China; en segundo lugar, la creciente interrelación de los asuntos regionales e internacionales, y en tercer lugar, que las estrategias de política exterior se están haciendo en el contexto de un nuevo sistema internacional emergente, con un orden y una dinámica multipolares. Por tanto, y con el fin de analizar el comportamiento de Brasil en su política exterior hacia Estados Unidos, se ha elegido un enfoque teórico metodológico a partir del cual se analiza la política exterior brasileña en base a factores principalmente externos como pueden ser la política de poder o de la dependencia, es decir una aproximación sistémica al comportamiento de los Estado-nación en la arena internacional como respuesta a la dinámica del sistema internacional (van Klaveren, 1984, citado en Bernal-Meza, 2005: 244). Además siguiendo los trabajos de Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba (2011), de Flemes (2009a; 6

2009b y 2010) y Nolte (2006) se proponen algunas de las estrategias de política exterior para una potencia regional-global (a nivel internacional): (1) La formación de coaliciones y cooperación con otras potencias regionales o medias (Flemes, 2009a; 2009b: 163; Nolte, 2010: 890-91; Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba, 2011: 270). (2) Softbalancing, entendido como una estrategia de equilibrio suave contra las potencias mundiales y superpotencias como Estados Unidos a través de vías económicas, institucionales o diplomáticas (Flemes, 2009a; 2009b: 164; Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba, 2011: 270). (3) El establecimiento de una hegemonía regional como contrapeso a la hegemonía regional estadounidense (counterbalance) con el fin de incrementar su influencia mundial. (4) La promoción de una política de cooperación “con Estados periféricos y de mediación entre éstos y los Estados centrales” (Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba, 2011: 270). (5) Formular un política exterior determinada hacia los Estados Unidos y otras potencias mundiales (Nolte, 2006) (6) Finalmente, una última estrategia podría descansar en “apostar por un orden internacional multilateral y multipolar regido por el derecho internacional – lo que implica la defensa de la ONU y de sus instituciones políticas y especializadas” (Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba, 2011: 270). 3. Estudios de caso: del protagonismo a la cooperación 3.1 Irán y su programa nuclear   Las ambiciones de Irán de contar con un programa tecnológico nuclear, se remontan al menos a la década de los años '70 del pasado siglo (NTI, 2012). No obstante, más recientemente y especialmente a partir de 2004 comienza lo que podríamos denominar como la crisis nuclear iraní. Brevemente, se puede destacar que la posición del gobierno de Irán versa en que su único objetivo del programa es desarrollar la capacidad de generar energía nuclear con fines pacíficos, donde las sospechas del Organismo Internacional de la Energía Atómica (en adelante OIEA) y de las potencias occidentales son de que lo que en realidad persigue, es dotarse de armamento nuclear. Desde entonces se producen una serie de altibajos políticos, donde Estados Unidos ha buscado la imposición de sanciones económicas por parte de la comunidad internacional hacia Irán e incluso la intervención militar como vía de frenar 7

estas tentativas. Interesante en nuestra opinión es que la postura de EEUU perdió cierta beligerancia con la llegada de Barack Obama, aunque las presiones de ciertos sectores internos y especialmente de Israel en el plano internacional trajeron nuevamente la cuestión a la agenda política internacional. En cambio, la postura de Brasil durante estos años, especialmente bajo el mandato de Lula, podríamos destacar que ha sido por un lado tratar de ser neutral y por otro lado, diferenciada de EEUU en cuanto ha hecho una mayor apuesta por el diálogo que EEUU e incluso tratando de “comprender” a Irán (Grabendorff, 2010: 165). Algunos autores sostienen que las propias aspiraciones nucleares y civiles brasileñas podrían, al menos en parte, justificar este posicionamiento (Lafer 2002: 21). Ejemplo de esta posición, ha sido la negativa brasileña de apoyar condenas y sanciones por parte de organismos internacionales como las Naciones Unidas o de la Unión Europea (Cabral, 2009), así como de varios encuentros bilaterales mantenidos entre Ahmadinejad y Lula a lo largo de la pasada década o de iniciativas con terceros países como Turquía que buscaban una alternativa como solución a la crisis nuclear iraní. Por tanto, se mostraría aquí una posible diferenciación de posturas entre Estados Unidos y Brasil. Optando el primero por una presión más contundente y decidida, y siendo el segundo defensor de un mayor diálogo y de reticencias hacia las posturas de buena parte de los Estados desarrollados. No obstante, otro punto que consideramos interesante es el cambio de postura por parte de Brasil desde la llegada de Dilma Rousseff a la presidencia del gobierno. A pesar de que un primer momento de su mandato Brasil votó de nuevo en contra de las sanciones que el Consejo de Seguridad impuso a Irán a instancias de una exigencia de EE.UU por el incumplimiento de las resoluciones de la ONU referidas al enriquecimiento de uranio. Lo hizo al lado de Turquía, país con el que había compartido negociaciones con Teherán en mayo de 2010 para destrabar el conflicto. Esta posición conjunta de Brasil y Turquía trajo consigo una no positiva valoración por parte de Estados Unidos, donde su secretaria de Estado, Hillary Clinton reaccionaría negativamente ante estos acuerdos, denunciando “la irresponsabilidad de Lula de amenazar los consensos internacionales” (Hakim, 2011: 27) en torno a la cuestión nuclear iraní. Sin embargo, poco después, y con la llegada de Dilma Rousseff a la presidencia de Brasil, por primera vez en una década el país apoyó el envío de un relator de las Naciones Unidas a Irán con el objetivo de investigar las violaciones de Derechos Humanos en dicho país. Algo que podría valorarse como un acercamiento a las posturas mantenidas hasta entonces por Estados Unidos respecto a Irán y que rompería en cierto modo con la postura 8

mantenida por Lula da Silva anteriormente. Producto de ello, se ha podido producir un cierto distanciamiento entre las administraciones de Irán y Brasil, lo que sin duda podría estar refrendado por las declaraciones del asesor de prensa del presidente iraní, Ali Akbar Javanfek de que “la presidenta golpeó todo lo que Lula había hecho. Destruyó años de buen relacionamiento” (El Observador, 2012) y especialmente por la ausencia de Brasil como destino del presidente iraní en su gira por Latinoamérica en 2012, hechos que nos podrían indicar distanciamiento entre ambos países. Por tanto, el rol de Brasil fue bastante distante de lo que quizá EEUU hubiera querido para sus intereses, destacando eso sí una diferencia entre la política llevada a cabo por Lula y la que de momento está mostrando Dilma, ya que si bien durante el gobierno de Lula, Brasil ofreció una postura más conciliadora y comprensiva con Irán, ayudada en ocasiones de terceros países, y rechazando represalias políticas y económicas hacia la nación persa, Brasil tendió a un acercamiento hacia los postulados estadounidenses, dejando atrás una etapa previa de protagonismo y/o diferenciación. Es decir, la crisis nuclear iraní mostró primero divergencias de posicionamiento entre Estados Unidos y Brasil, con una posterior convergencia tras la llegada de Dilma Rousseff al gobierno.

3.2 La crisis política de Honduras   La denominada crisis política que vivió Honduras a partir del 28 de junio de 2009, se produjo a raíz de la destitución e inmediata expulsión del hasta entonces presidente del país Manuel Zalaya. Le sustituyó en el cargo Roberto Micheletti, miembro también del Partido Liberal de Honduras, quien hasta entonces ostentó el cargo de Presidente del Congreso Nacional. El nuevo presidente no fue reconocido por apenas ninguna institución internacional y recibió fuertes críticas de otros Estados latinoamericanos y europeos (El País, 2009a). Tras un gobierno de apenas 6 meses, abandonó el poder en favor de Porfirio Lobo (del Partido Nacional), ganador de las elecciones celebradas durante el mes de noviembre de 2009. Sin entrar en detalle en los motivos que pudieron propiciar este hecho, así como de los actores e intereses que estaban detrás de ello, es importante reseñar que la deposición de Zelaya se legitimó desde el poder judicial tras un enfrentamiento público contra el Congreso con la cuestión de la reelección presidencial de trasfondo. Aunque esta presunción por parte del poder judicial pudiera ser una justificación y/o legitimación de la actuación, creemos que a priori podemos enmarcar las causas de esta crisis política estrictamente a motivaciones de carácter interno. No obstante, entre la destitución de Zelaya, su inmediata sustitución por Roberto 9

Micheletti y la posterior convocatoria de elecciones de finales de 2009 donde Porfirio Lobo resultó elegido como nuevo presidente del país, se encontrarían elementos que sí se pueden circunscribir a la política internacional. El posicionamiento de Estados Unidos, México, Brasil, UNASUR, la Unión Europea o España entre otros muchos actores regionales e internacionales pasó desde una primera condena casi unánime y razonablemente homogénea en su trasfondo, a una posterior diseminación de posturas y críticas ante el desarrollo de los acontecimientos. Así pues, desde un primer momento la posición brasileña se mostró hostil ante los hechos acontecidos, tomando para ello ciertas represalias diplomáticas como la suspensión de visados y pasaportes para hondureños, medidas defendidas a partir de las posiciones de las Naciones Unidas y de la Organización de Estados Americanos (en adelante OEA) que condenaron lo que fueron a calificar como golpe de Estado (da Silva, 2010: 2). Estados Unidos se mostró en una línea igualmente de condena, aunque quizá con limitado énfasis (El País, 2009b). Sin embargo como se anunció previamente, la llegada del presidente depuesto a la embajada brasileña el 21 de septiembre posicionó a Brasil como actor protagonista en la problemática hondureña. No hay consenso sobre si la llegada de Manuel Zelaya a la embajada brasileña se llevó a cabo con una mínima coordinación y conocimiento por parte de Itamaraty, pero puede hacerse referencia a algunos cables publicados por Wikileaks que atestiguan sorpresa e improvisación por parte del personal de la embajada en Tegucigalpa (Embajada de Brasilia, 2009a). Siguiendo esta misma fuente, -la cual ostenta cierta subjetividad al componerse principalmente de opiniones vertidas por personal afín a la administración estadounidense- la preocupación brasileña derivó de la presunta incapacidad del gobierno de Lula de lograr influir no sólo en los acontecimientos relacionados con la crisis política hondureña, sino incluso de poder asegurar la vida a los miembros que en aquel momento acompañaban a Manuel Zelaya en la embajada. Y es que dicha embajada fue atacada con gases lacrimógenos, cortes de agua y luz y asediada por el ejército hondureño, donde el propio Micheletti exigió el final del hospedaje del presidente depuesto en territorio diplomático brasileño. En este punto podría encontrarse una situación no sólo de ruptura o de diferencia de apreciaciones entre Washington y Brasilia, sino que además, a tenor de lo que revelan fuentes presuntamente involucradas, la nación suramericana se vio superada e incapaz de poder actuar e intervenir, tratando además de atraer a Estados Unidos hacia sus intenciones. Ejemplo de ello fueron reuniones bilaterales entre diplomáticos de ambas naciones, caso de Arturo Valenzuela, secretario de Estado adjunto de Estados Unidos para el Hemisferio Occidental y 10

de Marco Aurelio García, asesor especial para asuntos internacionales brasileño mantenida el 14 de diciembre de 2009. En dicha reunión, a pesar de que ambos reconocieron la necesidad de que Zelaya pudiera abandonar Honduras con un especial salvoconducto de Micheletti, chocaron a la hora de valorar las elecciones de noviembre y de encontrar una salida a la crisis política en dicho país. Asimismo, un segundo cable de Wikileaks (Embajada de Brasilia, 2009b) revela que el Ministro de Asuntos Exteriores brasileño relató que “el Ministerio de Relaciones Exteriores se centra únicamente en conseguir la participación del gobierno de Estados Unidos y del gobierno español en la cuestión de Honduras”. Dicho cable destaca igualmente la percepción de la embajada estadounidense de que Brasilia no tenía una estrategia definida y las críticas de diputados brasileños ante un caso del que consideran “no estaban preparados para ello” (ibíd.) No obstante, la política exterior brasileña colocó la cuestión hondureña entre sus prioridades, haciendo declaraciones públicas en boca de su presidente o del canciller en cumbres con Estados e instituciones de África, América Latina o la ONU (da Silva, 2010: 3) con el objetivo de fortalecer su presión sobre el gobierno de Micheletti, hecho que no sucedió si entendemos que finalmente este gobierno logró deponer al ex presidente Zelaya, convocar elecciones de donde surgiera un nuevo gobierno y lograr un paulatino reconocimiento por parte de la Comunidad Internacional. 4. Conclusiones Tras la reciente exposición de estudios de caso, como fueron la crisis nuclear iraní y la crisis política hondureña, se ha podido observar que Brasil mostró una actitud diferenciada respecto a los Estados Unidos en un primer momento. Aún siendo ambos casos razonablemente diferentes, la posición brasileña tendió a converger hacia la mantenida por Washington a lo largo del tiempo. Esto pudo deberse a la incapacidad de Itamaraty de lograr resultados concretos por sí misma, o bien porque Estados Unidos en ningún momento mostró una actitud que permitiera a Brasil verse como un actor relevante en ambas crisis. Por tanto, de aquí podría extraerse que quizá la nación suramericana albergue una posición en la arena política internacional coherente con su estatus de potencia emergente, que busca su lugar en el tablero político y que se siente con fuerzas de influir en diversas crisis que se le presentan. Sin embargo, dados los resultados que de ello se han derivado al menos en nuestros estudios de caso, pudiera parecer prematuro para Brasil mantener una política exterior de este calibre. Otra idea relevante que puede extraerse durante esta investigación, recae sobre el rol que Estados Unidos ha jugado. Vista su actitud respecto a Brasil podría entenderse que no 11

tiene excesivos deseos de cooperación. Bien sea porque no lo necesite o bien porque no desea promover

un

reconocimiento

tácito

de

Brasil

como

el

gran

referente

suramericano/latinoamericano. Lo cierto es que esto podría cuestionar la capacidad de ambas naciones de lograr una cooperación coherente a sus indudables roles en América Latina, así como que en este mundo multipolar que poco a poco se asienta, Estados Unidos no está dispuesta a regalar protagonismo a nadie.

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