La política de un ciudadano cualquiera
Descripción
La política de un ciudadano cualquiera Carlos Rivera Lugo Yo soy nadie de muchos. José Vargas Vidot
El anhelo silente de un cambio radical en nuestras circunstancias y la creciente frustración que se apalabra frente a las opciones políticas presentes, sobre todo la representada por los dos partidos que se han alternado como administradores del gobierno y la economía de la Isla, el Popular Democrático (PPD) y Nuevo Progresista (PNP), puede explicar porque la sorpresiva postulación de unos ciudadanos corrientes como candidatos a la gobernación haya copado el interés de no pocos en los últimos días. La primera, Alexandra Lúgaro llegó de la nada proclamando ser “la voz de un pueblo indignado ante la mala administración de tantos gobiernos provocando la crisis actual. La voz de los que saben que el nuestro es un gran país que merece un mejor destino”. Rápidamente cosechó las simpatías de unos y las descalificaciones de otros. ¿Se tratará de una opción refrescante que apela a los deseos de muchos de romper con lo existente y evitar la vuelta del PNP en enero de 2017, lo que crecientemente se dibuja como la fatalidad a la que estamos abocados como pueblo que pasivamente observa como se nos hunde el país? ¿O será una mera caricatura como el ufólogo que también lanzó recientemente su candidatura a la gobernación a nombre de un movimiento llamado “Todos somos hijos de Dios” o el encapuchado estudiante universitario que anunció su postulación por YouTube a nombre de un alegado “Movimiento para el Despertar de la Consciencia y la Descolonización”? En un artículo publicado el pasado 20 de marzo en El Nuevo Día, titulado El fenómeno Lúgaro, escribe Emilio Pantojas: “Se trata de la condición postmoderna, aleatoria, no estructurada, donde la lógica y la trayectoria política son opcionales. En medio del caos, cualquier rayo de luz alumbra. Si gobernar no es ordenar, servir, administrar con equidad y justicia, cualquiera puede hacerlo”. Abunda el profesor de la UPR: “Un país frustrado y desesperado recibe la figura mesiánica, una prensa ávida de noticias realza la notoriedad. ¿Será la líder guerrera? ¿La mesías postmoderna que rompa las cadenas de la partidocracia?”. Y concluye su reflexión: “Esto apenas comienza. No se trata de una persona sino de un fenómeno social. Hay que esperar. Como dice en los evangelios, por sus frutos los conoceréis”. El pasado viernes 27 de marzo, la credibilidad de la candidatura de Lúgaro parecía recibir un fuerte golpe al ser allanadas, por un contingente del Buró Federal de Investigaciones (FBI), las oficinas de su compañía América Aponte y Asociados, que mantenía contratos millonarios de servicios profesionales con el Departamento de Educación de Puerto Rico. Dichas oficinas fue sólo una de 17 allanados debido a una investigación por fraude que conduce el cuerpo represivo estadounidense a petición del la Oficina del Inspector General del Departamento de Educación de Estados Unidos. Habrá que ver qué produce esta investigación del FBI, una institución de por si bastante controvertible y desacreditada por su historia notoria de acciones arbitrarias e, incluso, criminales, en nuestra tierra.
La ausencia de una oposición verdadera A veces no estamos conscientes de la magnitud y complejidad de la actual crisis por la que atraviesa Puerto Rico, la cual está marcada no sólo por la crisis terminal de un modo de vida colonial-‐capitalista que nos lleva hacia nuestro creciente empobrecimiento como pueblo y nuestra creciente destrucción como país viable. Se trata, además, de la ausencia de una oposición verdadera, desde la izquierda, que pueda articular un nuevo proyecto de país que le devuelva la esperanza a un pueblo que crecientemente se consume en votos de protesta contra el gobernante incompetente de turno y el cínico endoso, en la alternativa, al “menos malo” en cada elección general. En el caso de la izquierda, se trata de un abanico de organizaciones que se realiza por medio de la protesta como si con ésta bastara para transformar radicalmente nuestras circunstancias. Lejos ha quedado una genuina voluntad de poder para revolucionarlo todo desde el presente, incluyendo la afirmación de un nuevo proyecto de sociedad desde el cual superar no sólo el callejón sin salida colonial, sino que también las extensas desposesiones y profundas desigualdades que caracterizan al capitalismo hoy. Aún el llamado del líder Machetero Filiberto Ojeda Ríos, asesinado en el 2005 por el FBI, a favor de la constitución urgente de un Frente de Salvación Nacional, ha sido ignorado olímpicamente por el narcisismo partidario prevaleciente. En ese sentido, el independentismo constituye una fuerza cada vez más marginal e inmóvil, así como conservadora, que sólo aspira a la mera reforma del actual sistema desde un discurso ético circunscrito a nuestra condición de víctima. La cuestión nacional se ha vuelto a divorciar de la cuestión social, cómo si esta última no fuese en el fondo la razón de ser de la primera. Tal vez el único desarrollo interesante en términos del independentismo haya sido el protagonismo significativo que tuvo el presidente del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), Rubén Berríos Martínez, con el apoyo del presidente nicaragüense Daniel Ortega, en la Tercera Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, celebrada en enero pasado en San José, Costa Rica. Constituye una maniobra audaz con potenciales implicaciones estratégicas para forzar la presencia creciente de Puerto Rico en la agenda de esta recién creada instancia de integración regional. No cabe duda que la viabilidad de cualquier nuevo proyecto de país está predicado sobre la inserción decidida de la Isla en los múltiples procesos de integración y cooperación que se han desplegado a través de Nuestra América en el siglo XXI. Por último, el llamado soberanismo sigue prisionero de lo “políticamente razonable y viable” dentro del status quo. Los independentistas que se adscribieron a dicha opción por sus alegadas bondades tácticas, se han quedado solos. Los ideales se apuntalan en la realidad Al final de su vida, el filósofo marxista francés Louis Althusser insistía en que la realidad no es producto de identidades o esencias absolutas que determinan inapelablemente nuestras circunstancias. Pretendemos demasiadas veces imponerle a la realidad nuestras comprensiones a priori, cuando en última instancia esa realidad es producto temerario de lo que éste llamaba un
materialismo aleatorio, es decir, unos hechos o eventos contingentes, mayormente con una infrahistoria propia, que explica porque a veces toman consistencia para impulsar unos sentidos particulares, muchas veces inesperados. Si la realidad deviene en otra cosa, es decir, si se transforma y supera su condición actual, es producto de esta convergencia de eventos y actos aleatorios que a veces coinciden para anunciar, desde sus entrañas, un particular sentido o impulso nuevo, a partir del cual articular nuevas ideas y propuestas. Marx puntualizaba que no existen ideales en abstracto. Para que nuestras ideas y proyectos tengan pertinencia tienen que partir de lo concreto-‐real. Es desde allí que se potencia el proceso de integración y totalización dialéctica de lo particular o, si se prefiere, el encuentro potenciador que se produce entre los hechos particulares y la realidad como fenómeno que no se reduce a la mera suma de sus partes. Lo concreto–real surge así como una rica totalidad de determinaciones y relaciones entre elementos diversos que toma consistencia en ciertos momentos, independientemente de nuestra voluntad. La lucha y la transformación revolucionaria de nuestras circunstancias tienen que enmarcarse en esta historia factual o de lo contrario no pasan dichos esfuerzos de ser presos de un wishful thinking que desemboca irremediablemente en la ineficacia. La práctica de la libertad no se da en el reino de las ideas a priori – sin menospreciar su importancia y su fuerza– sino en el reino de la necesidad y las experiencias concretas. Incluso, para la determinación de lo deseado, lo bueno y lo justo, más valen los sentimientos educados al calor de esa realidad que las razones que alegadamente deben presidir nuestro entendimiento y reacción frente a las experiencias de la vida. Y la vida te da continuamente sorpresas, que invalidan las alegadas certidumbres de la razón. Abrazar nuevamente la revolución Por ejemplo, si hay algo que ha contribuido al renacer del marxismo y a que se hable hoy de un socialismo o comunismo del Siglo XXI, es precisamente la misma realidad que vuelve a potenciar sus sentidos contradictorios y contestatarios, desde sus hechos y experiencias empíricamente constatables. Se trata del eterno retorno de la apuesta por una sociedad y un mundo en que los valores principales sean la libertad, la igualdad y el bien común. Si la historia parece renacer en estos tiempos de revueltas, resistencias e insurgencias civiles inesperadas y novedosas, protagonizadas por sujetos políticos no tradicionales, es porque nuestras circunstancias potencian nuevamente la movilización y organización de voluntades e ideas revolucionarias, tal vez bajo nuevas formas, frente al eterno retorno de la peor y más salvaje explotación y opresión de unos seres humanos por otros. La causa detrás de nuestra aparente impotencia colectiva como puertorriqueños es que nos hemos dejado circunscribir, en nuestras posibilidades, a la falsa situación impuesta por el capital y sus adláteres dentro de nuestra actual condición colonial. La llave para retomar las riendas de nuestro futuro está en abrazar nuevamente la fuerza de la revolución y de la concepción de una libertad que no esté condicionada por la propiedad privada y la riqueza de una ínfima minoría de la sociedad contemporánea. Y la revolución se hace realidad paso a paso, haciendo en cada momento lo que éste requiere para seguir avanzando y sumando fuerzas.
Ahora bien, ¿puede venir la salvación colectiva de manos de iniciativas individuales y aisladas como las previamente mencionadas? La forma organizativa del partido, criatura de la forma de Estado y de política propia de los siglos XIX y XX, está siendo crecientemente desbordada desde los movimientos y las iniciativas independientes, como reflejo de una nueva subjetividad política. Sin embargo, ello no significa que haya que menospreciar la necesidad de abordar la cuestión de la forma organizativa que debe asumir esta pluralidad de voces y voluntades para adelantar sus objetivos frente a un Estado, incluyendo sus instrumentos partidarios, y un mercado capitalista que están conscientes de que se está ante la configuración creciente de un orden civil de batalla, cuyo motor es en última instancia la lucha de clases. El reto que tiene permanentemente ante sí una política revolucionaria es como potenciarse más allá de los eventos y los actos espontáneos y aislados, para conseguir que éstos tengan la necesaria resonancia que le vayan abriendo y profundizando una multiplicidad de grietas al sistema y desarrollando una pluralidad de nuevas posibilidades de cambio radical. El problema no es tan sólo declararse y rebelarse en contra de lo existente, como bien indica por ejemplo el retorno de más lo mismo luego de la llamada Primavera Árabe del 2010-‐2011. Se necesita la articulación de una fuerza organizada desde la cual realizar la potencialidad catalítica que pueda anidar al interior de estos eventos y actos mayormente espontáneos y fragmentados. Soy nadie de muchos En días pasados el fundador de la organización Iniciativa Comunitaria, José Vargas Vidot, reveló que se propone postularse al Senado, también como candidato independiente. Esperanzado en contribuir al cambio que necesita el país, Vargas Vidot señaló que “ya es tiempo que se establezca un nuevo modelo político y ese nuevo movimiento político no es la reformación de lo irreformable que son los partidos, es la participación activa de un pueblo”. Vargas Vidot llamó a los puertorriqueños a que participen en las elecciones de 2016, pero que no se reduzcan a meros votantes, sino que se presenten como candidatos independientes por todo el país para hacer una política diferente. Quiere representar a la gente, “a la gente que no está representada en ese Capitolio”. Puntualiza: “Voy a representar al pueblo entero”, a partir de “una solidaridad amorosa”. Y con la mayor humildad afirma: “Yo soy nadie de muchos”. Se trata del ser cualquiera potenciado por la singularidad de un deseo febril y contagioso. Es un ser que se atreve ser tal cual y alzarse más allá de una existencia vulnerable y apocada a la que nos han condenado las lógicas triturantes del capital y la colonia. Pero para ser tal cual –es decir, ser auténtico-‐ debe rebelarse contra su reducción a mercancía o a fuerza de trabajo o de consumo. Necesita salvarse de la desesperanza que nos arropa en este mundo colonial-‐ capitalista y sus matices claramente totalitarios. Fuera de los yermos amarres partidarios de la actualidad, debe forjar una nueva situación, una nueva forma de organizarnos y un nuevo balance real de fuerzas que trastoque el tablero político actual. La democracia es participación real
En una entrevista que el periodista Rubén Sánchez le hacía en días pasados en el programa Rubén & Co., a Alexandra Lúgaro y a Vargas Vidot, este último se manifestó a favor de retar el modelo electoral actual. Sostuvo que lo importante de la democracia no es en sí el voto sino que la participación política real. Añadió que el mundo entero se está moviendo en esta dirección, como lo demuestra, por ejemplo, el movimiento político Podemos en España y Syriza en Grecia. Se trata de la afirmación de una nueva política, la del ciudadano y la ciudadana cualquiera. Al fin y a la postre, si algo hace falta que entendamos que soberanos son sólo aquellos que deciden hacer una diferencia desde la autodeterminación. Podrán existir dudas fundadas sobre si las candidaturas independientes que se han presentado hasta ahora, sobre todo a la gobernación, son las mejores opciones. Definitivamente, ante este nuevo fenómeno, hay que saber separar el grano de la paja. Ahora bien, lo que no se puede dejar de valorar es que, por ejemplo, en el caso de Vargas Vidot, se trata de un “nadie de muchos”. ¿Un fenómeno catalítico? Sólo el tiempo dirá. Ahora bien, de lo que no debe caber duda es que si este fenómeno no hubiese surgido, habría que crearlo, sobre todo en la medida en que lo que está planteado es el reto de involucrar y movilizar a la ciudadanía toda en los asuntos de su propia gobernanza, para la articulación y ejecución de un nuevo proyecto de país y sociedad, ante el fracaso estrepitoso del régimen colonial-‐ capitalista vigente, incluyendo la estructura de representación bipartidaria que le apuntala.
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