La pérdida del patrimonio artístico complutense durante la Guerra de la Independencia

May 23, 2017 | Autor: Josué Llull | Categoría: Art History, Heritage Conservation, Napoleonic Wars, Alcalá De Henares
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Descripción

II CENTENARIO DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ALCALÁ DE HENARES

CICLO DE CONFERENCIAS FEBRERO / ABRIL 2008

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Guerra de la Independencia

Director del Ciclo Luis Miguel de Diego Pareja

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Institución de Estudios Complutenses Edita. Institución de Estudios Complutenses ISBN: 978 - 84 - 88293 - 28 - 3 Depósito Legal: Maquetación: Francisco Viana Gil Portada: Baldomero Perdigón Puebla / Baldomero Perdigón Melon Imprime: Manuel Ballesteros Industrias Gráficas S.L. Alcalá de Henares (Madrid)

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SUMARIO Presentación José Luis Valle Martín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .

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Luis Miguel de Diego Pareja Antecedentes I. Motines y sublevaciones populares en Madrid: del Motín de Esquilacheal Motín de Aranjuez.. . . . . . . . . . . . . . . .

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Miguel Marchamalo Maín Antecedentes II. La situación internacional: guerras y alianzas contra la Convención, Inglaterra y Portugal. . . . . . . . . . . . . . . 35 José Luis Valle Martín Antecedentes III. Alcalá en los inicios del siglo XIX. . . . . . . . . . . . . . . 47 Francisco Javier García Gutiérrez El 2 de mayo y su repercusión en Alcalá. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 Luis Miguel de Diego Pareja El Estatuto de Bayona. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77 José Luis Barrio Moya Goya y la Guerra de la Independencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91 Antonio Marchamalo Sánchez De julio (Bailén) a diciembre (Somosierra). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119 Francisco Javier García Gutiérrez Las partidas de guerrilleros: El Empecinado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133 5

Guerra de la Independencia

Francisco Javier García Gutiérrez La vida cotidiana durante la ocupación francesa de Alcalá. . . . . . . . . . . 145 Enrique M. Pérez Martínez Las Cortes de Cádiz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 Luis Miguel de Diego Pareja Elecciones generales y municipales en Alcalá durante la Guerra de la Independencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163 José Llul Peñalba La pérdida del Patrimonio artístico complutense durante la ocupación francesa.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183 José Luis Valle Martín Sanidad y Beneficencia durante la Guerra de la Independencia . . . . . . . . 213 Ricardo Sola La Guerra de la Independencia vista por la sociedad inglesa contemporánea . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .227 Miguel Marchamalo Maín España tras la derrota francesa: regreso de Fernando VII y abolición de la Constitución. Los afrancesados. . . . . . .. . . . . . . . . . . . 255 Pedro Ballesteros Torres Guía bibliográfica de la Guerra de la Independencia y su época en Alcalá de Henares. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267

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Ciclo Conferencias II Centenario Guerra de la Independencia 2009, pp 183, 212 ISBN 978 - 84 - 88293 - 28 - 3

LA PÉRDIDA DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO COMPLUTENSE DURANTE LA OCUPACIÓN FRANCESA JOSUE LLUL PEÑALBA Institución de Estudios Complutenses INTRODUCCIÓN: EL EXPOLIO ARTÍSTICO DURANTE LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS. Las guerras constituyen, sin lugar a dudas, uno de los agentes más nocivos que influyen en el deterioro del patrimonio artístico. Históricamente siempre se han producido ataques directos contra las infraestructuras urbanas durante el fragor de las batallas, se han destruido intencionadamente objetos y edificios como represalia, y se ha prodigado el saqueo o pillaje en busca de botín como premio para los vencedores. En las guerras contemporáneas, la utilización de la artillería pesada, un armamento cada vez más sofisticado, y la consideración de la población civil como objetivo militar, han hecho aumentar sobremanera los niveles de destrucción de los núcleos urbanos. A ello hay que añadir la planificación sistemática del expolio artístico que algunos ejércitos, como los de Napoleón Bonaparte, llevaron a cabo durante sus conquistas. Desde la antigüedad, la destrucción o expolio de las riquezas artísticas de los enemigos ha sido una parte indisoluble de la estrategia militar en cualquier tipo de guerra, aunque las motivaciones han sido diversas: * Obtención de botín de guerra, que se manifiesta en la búsqueda y apro piación de riquezas. * Codicia sobre determinados objetos, que da lugar a un expolio basado en el coleccionismo selectivo. 183

Guerra de la Independencia * Certificación de la victoria, que tiene que materializarse en el incendio y la destrucción total de lo conquistado, para demostrar la dominación de los vencedores. * Represión o castigo no sólo contra las personas, sino también contra los objetos. * Humillación de los vencidos, porque la destrucción y el cambio de usos de determinados objetos o edificios puede suponer una provocación añadida. * Supresión de la identidad de los vencidos, que trae consigo la elimina ción de cualquier manifestación cultural anterior y la imposición violen ta de la cultura de los vencedores, justificada por una mentalidad clara mente etnocéntrica. * Lucha ideológica, que se muestra en la eliminación de los valores, ideas o expresiones culturales de los enemigos. Todo esto deriva en una serie de acciones planificadas y conscientes, dirigidas contra el patrimonio cultural de los pueblos enemigos. Este tipo de acciones adquirió un alto grado de sistematización durante las guerras napoleónicas. El propio Bonaparte fue un extraordinario mecenas y coleccionista de obras de arte. Sus campañas militares por Europa y el Norte de África le sirvieron para descubrir y adquirir una gran cantidad de objetos, que despertaron su admiración y codicia por su valor material, su mérito artístico, su rareza o su interés científico-cultural. Frente a las pirámides de Egipto se dirigió a sus soldados diciendo “desde aquí, cuarenta siglos os contemplan”, lo que da idea de la admiración con que se acercó a los vestigios del pasado, manifestando un inefable deseo de compartir su grandeza. En realidad, Napoleón pretendió hacer suya esa grandeza, apropiándose de infinidad de obras de arte, piezas arqueológicas y objetos valiosos allá por donde pasaron sus ejércitos. La mayoría de estos tesoros engrosó los fondos del Museo del Louvre, que por entonces ya era el primer museo en Europa de carácter público. Las estrategias empleadas para lograrlo fueron: * Saqueo bajo amenazas de muerte, dirigido por los generales del ejército. * Incautación oficial con la excusa de crear un Museo Nacional. * Selección de obras por marchantes especializados, como J. B. Lebrun. 184

* Traslado de las obras seleccionadas a París. * Incorporación de las obras al Museo del Louvre o venta a otros colec cionistas. Muchos generales bonapartistas, como Soult, efectuaron expolios paralelos para su propio beneficio, convirtiéndose en coleccionistas de arte a imitación del emperador. Es conocida una anécdota protagonizada por el propio Soult cuando mostraba su colección. Al referirse a una pintura expoliada dijo “a este cuadro lo estimo mucho porque salvó la vida de dos personas”. En realidad fue así, porque había amenazado con fusilar a esas dos personas en el acto, si no le regalaban dicha pintura. En fin, la nómina de objetos incautados por Napoleón y sus generales, durante sus conquistas, es ciertamente nutrida y significativa: la Piedra de Rosetta, el obelisco del Templo de Luxor, los caballos de bronce de la Catedral de San Marcos de Venecia, etc., y así sucesivamente. España se presentó como un gigantesco botín de guerra, que los ejércitos de Napoleón podían expoliar a su antojo, igual que habían hecho en otros lugares. Sin embargo, la salida de obras de arte no fue tan numerosa como cabría temer, porque los españoles ocultaron muchas de ellas, y también porque los franceses no valoraron positivamente tales obras. Por ejemplo, cincuenta pinturas que habían sido seleccionadas para Napoleón, completando un envío previo de otras doscientas cincuenta obras incautadas por Vivant Denon, salieron de España hacia París el 26 de mayo de 1813. Pero sólo seis de estas obras fueron expuestas en julio de 1814 en París, pues el resto se consideraron de segunda fila y no fueron del agrado de los responsables del Louvre. Paradójicamente, la Guerra de la Independencia sirvió para incrementar la valoración del patrimonio artístico español. Muchas obras de arte, que hasta entonces tenían un valor de uso exclusivamente privado, salieron a la luz por primera vez. Los franceses “descubrieron” pintores casi desconocidos para ellos (Zurbarán, Murillo, Velázquez), que empezaron a codiciar para sus museos y colecciones. Pero los franceses no fueron los únicos responsables del expolio; en él también intervinieron, en menor medida, los ingleses y los propios españoles. De hecho, conocemos el nombre de algunos ladrones significativos: Soult, Souchet, Faviers, Eblé, Belliard, Lejeune, Dupont, Crochart, Quilliet, Packe, Hay, Godoy, etc. En las décadas siguientes del siglo XIX, mu185

Guerra de la Independencia chos viajeros ingleses, alemanes y franceses viajaron a España para describir, difundir y revalorizar su patrimonio artístico. Entre los expolios más significativos sufridos en nuestro territorio destacan los “murillos” robados por el mariscal Soult de los conventos de San Francisco y San Agustín de Sevilla, al igual que otros procedentes de la Catedral y del Hospital de la Caridad de la misma ciudad. Por su cantidad y su calidad (eran en su mayor parte de Zurbarán), destacan las pinturas de la Cartuja de la Defensión de Jerez, hoy diseminadas entre Grenoble, el Metropolitan de Nueva York y el Museo Provincial de Cádiz. De las obras maestras que había en España, hay que citar El matrimonio Arnolfini, de Jan Van Eyck, que adornaba las paredes del Alcázar de Madrid, desde que lo adquirió Felipe II en 1558. Justo antes de la Guerra de la Independencia se hallaba aún inventariado entre las colecciones reales, pero en 1816 apareció repentinamente en Londres, como propiedad del coronel escocés James Hay, que debió luchar en la batalla de Vitoria y saquear el cuadro entre el equipaje incautado a José Bonaparte. En 1842 fue adquirido por la National Gallery de Londres, donde se encuentra hoy. Los mismos derroteros siguió El aguador de Sevilla, de Velázquez, que en 1813 se hallaba en el equipaje de José Bonaparte, pero tras la batalla de Vitoria cayó en manos del duque de Wellington. Aunque Wellington se dispuso a devolver los cuadros incautados, el rey Fernando VII le permitió quedarse con ellos. El duque no tenía una idea exacta de cuál era su parte del botín hasta que abrió los paquetes en Londres, en 1814, y al ver la calidad y cantidad de las pinturas (cinto sesenta y cinco cuadros), escribió al monarca para devolver la colección. La respuesta de éste, recibida dos años después, le vino de parte del embajador español en Londres y decía: “Su Majestad, conmovida por su delicadeza, no desea privar a Vd. de lo que ha venido a su posesión por medios tan justos como honorables”. Éste es el origen de la colección de pintura de la Casa-Museo Wellington de Londres, en la que se incluye otra obra de Velázquez, Dos jóvenes a la mesa, y muchos otros cuadros de la Escuela Española del siglo XVII. Otro famoso lienzo de Velázquez, Cristo en casa de Marta y María, también fue llevado a Londres desde Sevilla, en este caso por el militar inglés William Packe, y hoy se encuentra en la National Gallery. Por último, merece la pena recordar el caso de la Venus del espejo, también de Velázquez. Originalmente en la colección de Gaspar Méndez de Haro, sobrino del Conde-Duque de Olivares, pasó a propiedad de la Casa de Alba en 1688. 186

En 1806, la pintura fue incautada por Godoy tras la muerte de la duquesa Cayetana de Alba, y en 1808 ya figuraba en manos de un particular en Inglaterra. Después de varias transacciones, la National Gallery de Londres la compró en 1906 por 45.000 libras, y allí se encuentra en la actualidad. Tras la caída de Napoleón, muchas de las obras expoliadas fueron subastadas para pagar deudas y acabaron dispersadas por todo el mundo. Por ejemplo, la colección del mariscal Soult, formada por multitud de cuadros, andaluces en su mayoría, fue vendida varios años después de la guerra a museos, galerías y coleccionistas de toda Europa. Algo parecido ocurrió con el famoso “equipaje de José Bonaparte”, intervenido por los ingleses tras la batalla de Vitoria, el 21 de junio de 1813; algunos de los cuadros que integraban el convoy, procedentes del Palacio Real de Madrid, nunca volvieron a su lugar de origen. Otras obras que lograron salir de nuestras fronteras tampoco fueron restituidas, entre otras razones por la negligente actuación de los embajadores españoles en el Congreso de Viena. Centrándonos en el caso concreto de Alcalá de Henares, hay que admitir que no se produjo aquí ningún suceso ni batalla especialmente relevante. Pero su privilegiada posición estratégica le convirtió en lugar de paso para las tropas bonapartistas, que instalaron varios cuarteles en antiguos conventos y colegios universitarios. Esto fue el caldo de cultivo perfecto, para que tuvieran lugar un sin número de atropellos contra nuestro patrimonio. Desde un punto de vista exclusivamente material, la cuantía de los daños provocados por la Guerra de la Independencia en Alcalá fue relativamente escasa, si lo comparamos con los expolios practicados en otras regiones de España. Por ejemplo, no resultaron dañados ni la Universidad ni la Iglesia Magistral, dos de sus más importantes monumentos, aunque sí sufrieron desperfectos la mayoría de los conventos de religiosos y el Palacio Arzobispal, así como otros edificios que podríamos clasificar de secundarios (la casa consistorial, las ermitas del extrarradio, el puente del Zulema, algunos lienzos de la muralla, etc.). La ciudad complutenses no sufrió grandes pérdidas materiales en su arquitectura, ni el expolio de obras de arte de gran calidad porque muchos objetos preciosos lograron ser ocultados a la mirada de los bonapartistas, y además no tuvo lugar en la ciudad ninguna operación militar importante ni asedio de artillería (como por ejemplo ocurrió en Zaragoza), de tal forma que los daños pro187

Guerra de la Independencia vocados se debieron a la represión y el simple tránsito de soldados por los edificios ocupados como cuarteles. Sin embargo, el valor simbólico de los atentados sí fue importante, y la población así lo entendió en aquella época, pues apreciaron cómo los enemigos se ensañaban con aquellos elementos significativos de su cultura, con la intención de borrar la identidad histórica y cultural de España. Así se explica el incendio de retablos, la destrucción de objetos litúrgicos, y el expolio de objetos pertenecientes a la Iglesia, como si la Razón revolucionaria de los extranjeros quisiera imponerse a la Fe tradicionalista española, haciendo desaparecer los signos de esta última. Alcalá permaneció bajo el dominio napoleónico desde el mes de marzo de 1808, cuando el general Murat tomó las riendas del poder en Madrid, hasta el 27 de mayo de 1813, día en que se marcharon hacia el Norte los últimos contingentes gabachos que quedaban en la provincia. En este largo período de invasión hubo dos intermedios de liberación: el verano-otoño de 1808, a causa del repliegue bonapartista provocado por la derrota de Bailén, y el verano-otoño de 1812, mientras el Duque de Wellington ocupaba la capital. A la hora de resumir los factores que provocaron daños directos sobre los bienes culturales complutenses, durante la contienda, podemos enumerar básicamente tres: 1. El saqueo o pillaje efectuado en busca de riquezas, sobre todo por las tropas napoleónicas, pero también por las españolas y por los propios habitantes de Alcalá. 2. La destrucción intencionada de elementos arquitectónicos, retablos, altares y otros objetos, por causa de operaciones militares directas, ac ciones represivas o deseo de eliminar vestigios religiosos. 3. Los usos incorrectos a que fueron sometidos muchos edificios históri cos, como iglesias y conventos, que acabaron sirviendo de cuarteles militares, cuadras, graneros, etc. Si ordenamos cronológicamente el proceso de destrucción experimentado, debemos señalar cuatro momentos especialmente luctuosos: el primer gran saqueo del 2 de diciembre de 1808, los meses subsiguientes al decreto desamortizador del 20 de agosto de 1809, las razzias efectuadas durante varios 188

días de abril y mayo de 1810, y la gran represión del 20 de abril de 1813, a lo que hay que añadir las consecuencias que pudiera ocasionar un pequeño terremoto sucedido en la noche del 2 de enero de 1812. Al término de la guerra, el municipio hizo balance de los desperfectos sufridos y empezó a reparar lo que pudo para lavar la imagen de la ciudad, aunque con pírricos recursos económicos. Otros muchos elementos arquitectónicos se abandonaron en su estado de destrucción, por no poder hacer frente a su arreglo, lo que dio lugar a un paisaje de ruinas y escombros muy pintoresco, que permanecería así durante varias décadas. LOS PRIMEROS SAQUEOS (1808-1809). La lista de atentados contra el patrimonio artístico complutense se inicia el 2 de diciembre de 1808. Por culpa de la entusiasta defensa que los habitantes hicieron de su ciudad ante la Grande Armée, la represión subsiguiente fue increíblemente sangrienta. Durante la batalla, en la que unos pocos paisanos mal armados trataron de contener la entrada de los enemigos, se registraron varios impactos de artillería contra las murallas y contra la Puerta de Madrid. Una vez que abrieron brecha, los franceses se internaron en la localidad y dieron rienda suelta a una truculenta noche de genocidios que duró hasta el alba. Aparte de los atentados cometidos contra el vecindario, las crónicas recogen también otros sucesos más directamente referidos a nuestro patrimonio. El más conocido de ellos es seguramente el ocurrido en el convento de San Bernardo. Según un relato escrito por las propias monjas en 1844, las Bernardas fueron obligadas a salir del monasterio en la mañana del 2 de diciembre de 1808 “sin más equipage que la cogulla, el breviario y una muda”, para ser conducidas hasta Nuevo Baztán, Olmeda de las Fuentes y Pastrana, donde permanecieron dispersas hasta el mes de febrero de 1809, en que volvieron a la clausura de Alcalá. El convento de San Bernardo quedó, pues, a merced de los franceses durante poco más de un año, aunque resulta difícil precisar el daño causado a sus riquezas en este período. De seguro el expolio de las obras de arte mueble fue mayor que los desperfectos arquitectónicos, pero tampoco excesivo, porque la riqueza artística de este monasterio ha llegado hasta nuestros días en un aceptable estado de conservación. El retablo-baldaquino del presbiterio, los cuadros de Angelo Nardi y los altares de las capillas radiales se salvaron 189

Guerra de la Independencia todos. Sabemos que los franceses “hicieron un agujero” en el vecino Palacio Arzobispal, que luego taparon, y que uno de sus soldados resultó muerto al descalabrarle una piedra rebotada, que había lanzado contra la estatua de San Bernardo colocada en la fachada de la iglesia. Pero aparte de eso, el menoscabo sufrido por el convento en los primeros años de la invasión no fue demasiado grande. Más serias fueron las consecuencias de la represión en otros edificios, especialmente en las ermitas de la ciudad. El 27 de junio de 1809 el ayuntamiento encargó al maestro de obras Bernardino García, que practicase un reconocimiento de los desperfectos ocasionados por la guerra en varias fincas y edificios de la municipalidad, “y por lo respectivo a las Hermitas se derriben las que conste hallarse ruinosas”. El informe del maestro de obras, que se conserva en el Archivo Municipal, aludió al mal estado del Matadero Público y a una casa desplomada en la calle Mayor, y refirió lo siguiente sobre la ermita de San Sebastián: “He visto la Hermita de Sn. Sebastián la que se halla mucha parte arruinada sin puertas, ni ventanas todo muy destrozado, y para abilitar parte de ella como es la capilla, y una parte que está detrás de ella que se conoce haber sido camarín demoliendo todo el cuerpo de la Yglesia, y las paredes que están a la parte del medio día, con el ladrillo, piedra, madera y teja que salga de este derribo podrá subsanar el gasto q. tenga la abilitacion de la capilla mayor, y parte que se halla detrás de esta, pues todo lo q. coge esta parte de fábrica se halla seguro y firme con toda decencia pª. poder colocar en su nido al Santo.” Este templo se hallaba extramuros, en la zona sur de la localidad, y se llegaba a él por el camino que salía de la Puerta del Vado hacia la cuesta del Zulema. Aparece representada a la derecha en la famosa vista de Alcalá de Antonio Wyngaerde (1565), como una construcción extremadamente modesta; prueba de ello es que la imagen del santo titular que estaba en el altar era de cartón. Era de patronazgo municipal y lugar de enterramiento de los ajusticiados en el rollo, pero a pesar del interés del consistorio por su recuperación, los daños sufridos en 1808 y 1809 aconsejaron su derribo y reutilización de materiales para otras obras. Así que poco tiempo después se ejecutaría un derrumbamiento parcial y “la reedificación del tejado de su media naranja”, según indican varias cuentas de “los gastos de demolición de la hermita de Sn. Sebastián con la imbersion 190

de sus materiales” presentadas a la aprobación del ayuntamiento en marzo de 1811. Los pocos restos que quedaron del templo desaparecieron completamente hacia 1820, cuando fueron reaprovechados para ciertas obras de fortificación en la zona del río Henares. De estos primeros saqueos se salvaron, en cambio, otras cosas, por ejemplo las mazas de plata del ayuntamiento y más de 20.000 reales en metálico procedentes del arca del Pósito, que fueron sabiamente ocultados, de tal suerte que los franceses no pudieron encontrarlos. Lo mismo sucedió con muchos cuadros, esculturas y obras de arte mueble que no acabaron expoliados gracias a la previsión de los complutenses. Los pozos de algunas casas y corralas del centro de la ciudad se convirtieron, a tal efecto, en un escondite bastante frecuente. LAS CONSECUENCIAS DE LA DESAMORTIZACIÓN DE JOSÉ BONAPARTE SOBRE EL PATRIMONIO ARTÍSTICO COMPLUTENSE Pasados los sinsabores de los primeros saqueos, hemos apuntado como segunda fecha especialmente fatídica el 20 de agosto de 1809, cuando fue decretada por el Rey José I la supresión de todos los conventos de religiosos, y la enajenación de sus bienes a favor del Estado. Aunque la medida se presentó como una forma de sacar al mercado un buen número de propiedades hasta entonces congeladas en manos muertas, y el producto obtenido se empleó en amortizar parte de la deuda pública, en la práctica las expropiaciones no facilitaron una mejor distribución de la riqueza agraria. Al contrario, se convirtieron en un medio de castigar a la Iglesia por su actitud de lucha contra el Imperio, y los beneficios obtenidos se utilizaron para pagar servicios a los afrancesados. Sea como fuere, la desamortización de 1809 constituyó con seguridad uno de los golpes más importantes contra el patrimonio artístico de Alcalá de Henares, especialmente en lo que se refiere a los objetos de arte mueble. A la incautación de obras de arte cometida por las autoridades francesas, hay que añadir la destrucción de otras por el ejército y el traslado de algunos elementos devocionales, procedentes de los monasterios, a iglesias del clero secular (parroquias pobres o templos que ya habían sufrido saqueos). Merece recordarse a este respecto el caso de las reliquias de San Diego y la imagen de Santa María de Jesús, removidas desde el extinguido convento de 191

Guerra de la Independencia franciscanos a la Iglesia Magistral y a la parroquia de Santa María, respectivamente, para asegurar su salvación. Es interesante apuntar cómo la fuente más inmediata para el conocimiento de lo sucedido en estas fechas en Alcalá, el Diario de un patriota complutense en la Guerra de la Independencia de Juan Domingo Palomar, se abre y cierra precisamente con la noticia de estas dos traslaciones, como si constituyeran ambas los límites simbólicos de la dominación napoleónica en la ciudad. El relato de Palomar se inicia el 22 de octubre de 1809, cuando tuvieron lugar las procesiones que se llevaron el cuerpo de San Diego y la imagen de Santa María a sus nuevos destinos, y finaliza el 6 de febrero de 1814, con la devolución de la Virgen al reinstaurado convento de Santa María de Jesús. El Real Decreto del 20 de agosto de 1809, confirmado por ley el 30 de septiembre del mismo año, determinaba exactamente lo que sigue en sus dos primeros artículos: “Art. 1º. Todas las órdenes regulares, monacales, mendicantes y clericales existentes en los dominios de España quedan suprimidas; y los individuos de ellas en el término de 15 días contados desde el de la publicación del presente decreto, deberán salir de sus conventos y domicilios, y vestir hábitos clericales regulares. “Art. 2º. Con arreglo al decreto de 20 de Febrero último, los Ministerios de Negocios Eclesiásticos, de lo Interior y de Hacienda dispondrán que se pongan en cobro los bienes que pertenecen a los conventos, y que queden aplicados a la Nación.” La ley expropiadora fue confirmada el 30 de septiembre del mismo año, en un nuevo decreto que señalaba que “todos los muebles de las casas confiscadas y conventos suprimidos [...] son bienes nacionales”, y a partir de ahí se iniciaron las incautaciones. En el caso de Alcalá de Henares, éstas afectaron sobre todo a los monasterios exclaustrados de regulares, que poseían más de la mitad de las fincas rústicas del término municipal. Estas fincas eran de gran valor agrícola, y su cercanía a la capital las hicieron muy apetecibles, por lo que muchas de ellas ni siquiera salieron a subasta y fueron adjudicadas directamente a personajes cercanos al rey, como los generales Lucotte y Donnat. Estos beneficiarios no se molestaron en pagar ni un real por las propiedades recibidas, y si lo hicieron, fue mediante cédulas hipotecarias que recibieron del propio monarca en premio a su fidelidad. Otras fincas, en cambio, sí fueron compradas por terratenientes que pujaron por ellas con rapidez. Entre las transacciones realizadas por el go192

bierno napoleónico merced a esta desamortización, Luis Miguel de Diego Pareja ha señalado las siguientes: *

Todas las tierras de los monasterios de Alcalá, excepto las que ya habían sido adjudicadas, fueron vendidas al general Lucotte el 15 de febrero de 1810, por 408.854 reales.

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Una casa, ciento setenta y dos fanegas de tierra de labrantía, un prado de dos fanegas y una dehesa de cien fanegas en el término municipal de Alcalá, de propiedad imprecisa, fueron vendidos a Juan Bautista Terón en 1810, por 192.566 reales.

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Una Hacienda de campo en Camarma, de propiedad no especificada, fue vendida a Vicente González Arnaco el 28 de junio de 1810 por 116.686 reales.

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La Hacienda de la Oruga, perteneciente a los Trinitarios Calzados, fue vendida a Francisco Gallardo el 6 de febrero de 1810, por 159.940 reales.

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El convento de franciscanos del Santo Ángel, vulgo Gilitos, con su igle sia, huerta y enfermería, fue vendido a Manuel Piñera el 3 de octubre de 1810 sin aprecio ni nada pagado.

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La enfermería del convento anterior, situada en la calle de los Gallegos, y el Oratorio de San Felipe Neri, vendidos ambos a Domingo Izquierdo en fecha indeterminada, por 23.121 reales.

Se observa en esta relación una mayor cantidad de ventas referidas a fincas rústicas, cuyo valor era superior al de las urbanas. Los inmuebles del casco urbano pertenecían principalmente a los conventos de monjas o al clero secular, sobre todo al Cabildo de la Magistral, y no fueron tan apreciados. Por otra parte, algunas congregaciones como la de los PP. Capuchinos se declararon pobres de solemnidad, sin más propiedades que su convento. En la lista de monasterios y colegios eclesiásticos afectados por esta desamortización hay que incluir también el de franciscanos de Santa María de Jesús o San Diego, el de Jesuitas, el de Recoletos, el de Mercedarios Calzados, el de la Madre de Dios, y los colegios del Rey, de San Agustín, y de León. Ninguno de ellos salió a subasta, quedando en poder del gobierno francés, que los utilizó para acuartelamiento de tropas. Éste es sin duda uno de los factores que más influyeron en el proceso de destrucción del patrimonio arquitectónico 193

Guerra de la Independencia complutense, el uso incorrecto que se hizo de muchos edificios religiosos para fines militares. La explicación de este hecho está en la amplitud y versatilidad de dichos inmuebles, razón por la cual unos cuantos de ellos ya habían sido aprovechados por el ejército español con anterioridad. Un caso especialmente revelador lo constituye el del Colegio Máximo de Jesuitas, que vio salir a los integrantes de la Compañía en 1767, y después de un breve período en el que se convirtió en cuartel de la Guardia Walona (1771-1774), y acogió las aulas de la Universidad (1776-1798), fue ocupado finalmente por el Regimiento de Zapadores (1803-1808). Una vez consumada la “Fuga de los Zapadores”, el 24 de mayo de 1808, el colegio permaneció desierto y fue saqueado por los propios vecinos de Alcalá, que arramblaron con casi todos los enseres y objetos de valor. Según Luis Miguel de Diego, tanto fue el daño producido, que el edificio quedó en pésimas condiciones para albergar al ejército durante la Guerra de la Independencia, y únicamente fue ocupado por tropas transeúntes cuando la afluencia de soldados era muy grande. El aspecto desolado de su interior era tal que, cada vez que los franceses querían instalarse en él, debían hacer requisa de camas por toda la ciudad; y cuando los militares se marchaban dejando solo el edificio, la población volvía a saquearlo para recuperar las camas. Es posible que para el acuartelamiento de tropas fuera necesario realizar algunas modificaciones en la arquitectura del convento, sin embargo, no tenemos noticias precisas sobre el alcance de las mismas. Sí sabemos que durante la Francesada se produjeron hechos típicos del contexto bélico que se estaba viviendo, como el traslado de los portones para cerrar con ellos el acceso fortificado de la Puerta de Mártires. Pero como ya hemos advertido, los desperfectos ocasionados en el colegio no fueron causados sólo por el ejército francés, sino también por los habitantes de Alcalá. Al término de la guerra, el ayuntamiento procedió a realizar un inventario de los bienes existentes en los inmuebles que habían sido utilizados como cuarteles, y el 14 de agosto de 1813 “se pasó al edificio que ha sido Cuartel de Zapadores Minadores en la calle de Libreros y nada se halló en el que inventariar”. Por esta razón, una Comisión de Bienes Nacionales correspondientes al Cuerpo de Ingenieros tuvo que dedicarse a buscar casa por casa en Alcalá, así como en varias dependencias oficiales de Madrid, los libros y objetos extraviados del convento, recuperando sólo una parte de ellos. Así, al término de la guerra el Secretario de Estado de S. M. tuvo que 194

“aprovar el presupuesto de gastos de obra que debe efectuarse en la Casa q. fue de los Jesuitas de esta ciudad”, y que había elaborado el maestro de obras Juan Contreras, comisionado por don Roque de Rochel, con el fin de dejar el colegio en unas mínimas condiciones de habitabilidad. Esta necesidad se hizo más acuciante cuando el gobierno decidió la vuelta del Regimiento de Zapadores a este local, para lo cual el ayuntamiento complutense reiteró su solicitud de “que se lleve a efecto la reparación mandada hacer en el Combento de los Jesuitas [...] y que a la mayor posible brebedad se abilite el Quartel que se espresa para de este modo dejar libre al vecindario de la carga que tanto tiempo hace sufre”. Aquellas reparaciones, de las que ha quedado constancia en el Archivo Municipal, se iniciaron finalmente en octubre de 1815, y el cuerpo de Zapadores volvería a instalarse en el edificio hasta los agitados sucesos del Trienio Liberal. El convento de Jesuitas fue el primer inmueble desamortizado, de ahí que su supervivencia fuera enormemente azarosa, por lo prolongado de su secularización. Pero la ley sancionada por José I en 1809 condujo al mismo destino a otros muchos edificios eclesiásticos, que fueron abandonados, destruidos, o utilizados como cuarteles. El tiempo que duró la guerra de la Independencia convirtió a Alcalá, por su posición estratégica cercana a Madrid, en lugar de fonda en medio de las idas y venidas de las diferentes tropas del ejército que pasaron por aquí. Por eso los extinguidos colegios y monasterios de religiosos fueron utilizados como cuarteles para la soldadesca, o como dependencias de todas clases para intendencia militar. Esto no era un hecho aislado en aquel contexto bélico tan peculiar; baste recordar el ejemplo de la sinagoga de Santa María la Blanca en Toledo, usada como cuadra por los franceses. Se trataba simplemente de aprovechar edificios amplios y carentes de uso en aquel entonces, así que las necesidades militares pasaron por encima de cuestiones más sensibles como el respeto a los monumentos artísticos. Un destino todavía más funesto le sobrevino al colegio-convento de Mercedarios Calzados, situado en la calle de los Colegios. La desamortización de José I enajenó a favor de la Hacienda pública sus tierras, y empleó el edificio para acuartelamiento de tropas. Previamente, en 1803, este convento ya había sido exclaustrado para instalar en él algunas dependencias de la Academia de Ingenieros militares, pero los peritos lo valoraron como una construcción endeble y mezquina, incapaz de resistir demasiado tiempo la ocupación de los soldados. Es por ello que los frailes mercedarios no protestaron 195

Guerra de la Independencia demasiado cuando se les obligó a trasladarse al Colegio de Aragón, en la calle de Santiago. Si la situación del convento ya era mala de por si, su completa ruina se produjo en la primavera de 1810, cuando el retablo fue destrozado para extraerle el pan de oro, el ajuar de la iglesia expoliado y el edificio completamente incendiado. Para hacerse una idea precisa del grado de destrucción alcanzado, añadiremos que al finalizar la guerra, la Academia de Ingenieros expresó su intención de recuperar los edificios que había utilizado anteriormente en Alcalá, para lo cual se encargó al teniente coronel Blas Manuel Teruel que evaluara la gravedad de los desperfectos ocasionados en el convento de la Merced; su informe concluyó que no merecía la pena invertir los cuantiosos dineros que costaría reconstruirlo. Notificó que se hallaba en situación de extremo abandono, con importantes destrozos en el pavimento, la techumbre, maderas, hierros, etc., hasta el punto de que le había sido expoliado cualquier elemento aprovechable como ventanas y puertas (las cuales habían sido empleadas en las fortificaciones que rodearon el Palacio Arzobispal). De la arquitectura de la iglesia, construida según trazas del arquitecto milanés Juan Andrea Rodi entre 1596 y 1607, apenas había nada susceptible de restaurar, así que se optó por demoler sus ruinas, utilizando algunos materiales en la reparación de los colegios limítrofes de San Basilio y los Manriques. Entre estos dos sólo quedó en pie una pequeña parte del muro original del convento de la Merced, que al cabo del tiempo también se derrumbó, por lo que el solar vacío que se veía allí llegó a ser conocido como el “Erial de Mercedarios”. Entre los edificios más castigados en Alcalá por esta situación tan particular, se encuentra también el convento de Dominicos de la Madre de Dios, construido entre 1676 y 1737 bajo el patronazgo del IX Duque del Infantado, don Gregorio de la Cerda Silva y Mendoza. Su iglesia pertenece a la tipología congregacional, y se levanta sobre una planta rectangular en la que se inscribe una cruz latina, enmarcada por tres capillas con tribunas a cada lado de la nave principal, y cubierta por bóveda de cañón y una airosa cúpula en el crucero, atribuida al círculo madrileño de fray Lorenzo de San Nicolás. La amplitud y diafanidad de este templo provocó que los franceses se fijaran en él para convertirlo en establo en mayo de 1810, según denunció Juan Domingo Palomar en su Diario de un patriota complutense en la Guerra de la Independencia: 196

“El comandante de esta ciudad, Mr. Beauvois, dispuso y ejecutó una cuadra para caballos en la que fue iglesia de la Madre de Dios, haciendo que en ella se fabricasen una gran cantidad de pesebres, sin embargo de que había otras habitaciones en el convento que podían destinarse para este uso sin tocar a la iglesia; pero la impiedad exigía que de este modo hiciese profanación del lugar más sagrado.” Es de suponer que la expulsión de los dominicos permitió la libre entrada de personas en el cenobio, con el consiguiente expolio de sus riquezas y el incendio del magnífico retablo-camarín de la capilla mayor, obra de Alexandro Pelayo instalada en 1691. El uso del templo como cuadra acabaría por destrozar todo lo que aún existiera de valor en el lugar, y a los daños materiales habría que añadir, como bien apuntaba Palomar, el componente sacrílego de la acción, que violentó un espacio sagrado dejándolo a merced de los caballos. Una profanación similar sufrió el oratorio de San Felipe Neri. Esta institución fue fundada en 1694 por iniciativa de don Martín de Bonilla y Echevarría, canónigo de la catedral de Ávila, erigiéndose la iglesia entre 1699 y 1714, a cargo de los maestros de obras Bartolomé Oñoro y Manuel Crespo. Se ha sugerido el nombre de José Benito Román como el autor de su fachada principal, que sigue una derivación tardía del tipo carmelitano con una sola portada, y también la semejanza en planta (rectangular con una cúpula ovalada situada perpendicular al eje, sobre el tramo anterior al presbiterio, a modo de transepto), con la capilla real del antiguo Alcázar de Madrid. Por otra parte, la colección pictórica de este oratorio es sin duda la más notable de Alcalá, con obras de Vicente Carducho, Antonio de Pereda, Teodoro Ardemans, Juan Vicente Ribera, Antonio Palomino y Mariano Salvador Maella, entre otros. El inmueble fue enajenado por el gobierno bonapartista a favor de Domingo Izquierdo, que lo compró en 1809 junto con la enfermería del convento del Ángel por sólo 23.121 reales. El nuevo propietario permitió al ejército bonapartista utilizar la iglesia como almacén del trigo incautado en septiembre de 1811, “acumulándose tanto en él, que por las ventanas altas sacaban los sacos”. Previamente había sido despojada de una magnífica colgadura de terciopelo y del cuadro que presidía el retablo del altar mayor, que representaba la Apoteosis de San Felipe Neri y era obra de Teodoro Ardemans. El suelo del templo completamente desembaldosado, sacándose y dispersando los cadáveres enterrados; 197

Guerra de la Independencia paradójicamente, el resto de la colección pictórica ha llegado intacto hasta nuestros días, menos el retablo, que fue incendiado. Debido a su destrucción, después de la guerra los religiosos mandaron redecorar el testero de la iglesia con una pintura mural que imitaba arquitecturas fingidas de estilo clasicista, y que ha sido parcialmente recuperada en la actualidad, en las obras de restauración que han servido para instalar en el edificio el Museo Arqueológico Regional. Al regreso de Fernando VII, el convento fue devuelto a los filipenses merced al decreto del 26 de agosto de 1813, y ya no volvería a ser desamortizado en todo el siglo XIX, por estar sus religiosos dedicados a labores de enseñanza. Gracias a esta inusual estabilidad, la congregación filipense pudo dedicarse a enmendar el estado de deterioro en que quedó la iglesia por culpa de la Francesada, realizando diversas obras de recomposición del monumento. La más significativa de esas obras fue la ornamentación del testero de la iglesia, desnudo tras la destrucción del retablo barroco original que cobijaba el cuadro de Teodoro Ardemans, y que probablemente fue realizada por el pintor Manuel Laredo, hacia 1894. El resultado de esta intervención era una decoración mural a base de arquitecturas fingidas de estilo neoclasicista, que enmarcaba un lienzo de la Virgen de Guadalupe donado por el sargento mayor destinado en México, Juan Pérez Merino; en los laterales de esta composición se colocaron unas estaturas de bulto de San Felipe y Santa Teresa, detrás de las cuales se fingieron dos hornacinas, mientras que un telón de teatro coronaba todo el conjunto. La inclusión del sagrario, la mesa de altar, las citadas estatuas y el cuadro de la Virgen, provocaba una notable confusión óptica con el fondo pintado de la capilla mayor, de forma que resultaba difícil distinguir lo que era de verdad y lo que estaba figurado. Ese juego sutil entre la realidad y la ficción, muy característico en la obra de Manuel Laredo, es similar al que dicho artista practicó en los retablos de la ermita de San Isidro, la iglesia de Santiago y el beaterio de clarisas de San Diego de la misma ciudad de Alcalá, aunque el resultado clasicista de la decoración filipense se asemeja mucho más a las creaciones del italiano Pablo Sístori en Murcia. El retablo fingido del oratorio de San Felipe constituye un curioso ejemplo de cómo la quadratura continuaba siendo un recurso muy socorrido, para realizar decoraciones murales bastante efectistas a finales del ochocientos. Lamentablemente, esta obra tan curiosa fue borrada y enlucida a principios de 198

la década de 1970, por lo que hoy sólo es conocida a través de antiguas fotografías y descripciones. Para ir terminando con el penoso índice de destrucciones sucedidas a raíz de la desamortización josefina, añadiremos que el Real Colegio de San Agustín y el Colegio de León sirvieron ambos de cuartel a las tropas francesas, a partir de 1810, experimentando diversos destrozos. Además, al convento de Recoletos de San Nicolás de Tolentino le fueron arrebatados sus portones para ser colocados en la Puerta de Santiago, aunque sorprendentemente le respetaron el magnífico lienzo de Claudio Coello, la Apoteosis de San Agustín (1664), que presidía su retablo mayor. Lo mismo le sucedió a la iglesia de San Basilio, a la que desmontaron sus puertas para usarlas en las barricadas del Palacio Arzobispal; además de eso los franceses destrozaron los altares y parte del ajuar litúrgico, y destruyeron el archivo conventual, con lo cual el expolio fue enorme. Peor suerte corrió el Colegio de Málaga, que después de sufrir el pillaje de los gabachos, fue utilizado por éstos como cuartel, y en 1809 se incendió parcialmente debido a una explosión de material bélico almacenado en su interior; la cuenta los desperfectos ocasionados al final de la guerra debió ser importante, porque el colegio no logró dinero suficiente para repararlos y los dos únicos estudiantes que le quedaban en 1814 tuvieron que ser trasladados al Colegio de León. El Colegio del Rey también fue saqueado, y a su rector Carralero le acusaron de ser el auténtico desvalijador de la plata y los libros de la biblioteca en los años posteriores a la guerra (1814-1819). Por último, el Colegio de Santa Catalina o de Los Verdes se vio en la obligación de vender una gran cantidad de fincas, e invertir parte de sus rentas para recomponer los destrozos, por estar “en sumo deterioro el edificio material del expresado Colegio y también el de la posada titulada de los Caballeros propia de él, situada en la calle de Libreros, con motivo de la ocupación enemiga”. Finalmente, el convento de franciscanos de Santa María de Jesús, vulgo San Diego, también fue víctima del pillaje durante la guerra, hasta tal punto que “se ven las huellas del saqueo veinte años después”, al decir de Azaña. En mayo de 1813, El Empecinado mandó instalar aquí un hospital de campaña, para lo cual se realizaron ciertas obras de urgencia. La precariedad de medios de aquella enfermería obligó pocos meses después a que se planteara su traslado a diversos destinos (el monasterio de San Juan de Dios, el Hospital de Antezana, etc.), cerrándose finalmente y trasladándose los enfermos a Madrid. No sabe199

Guerra de la Independencia mos si fue en el transcurso de aquellas obras, o simplemente para extraer materia prima con la que fabricar municiones, cuando se escamoteó el plomo que cubría la cúpula barroca de la capilla funeraria de San Diego (1659), según una denuncia presentada al ayuntamiento en octubre de 1813: “Se dio cuenta de un oficio del Administrador de Sequestros de esta Ciudad en que espresa la extracción de cierta porción de plomo en plancha de la media naranja del Combento de Sn. Diego y pide se practiquen diligencias en su razón para descubrimiento de los agresores.” Pero la exclaustración dictada por José I no fue la única medida legal sancionada para enajenar a favor del Estado los bienes de la Iglesia. Aunque las medidas expropiadoras afectaron principalmente al clero regular, el gobierno afrancesado también ordenó en varias ocasiones decomisar toda la plata y el oro que hubiera en los templos del clero secular, dejando solamente los vasos más elementales para el culto. Como muestra de ello, el 21 de marzo de 1810, los delegados bonapartistas confiscaron de la Magistral diecisiete lámparas y otras piezas de orfebrería que sumaban en total diez arrobas de plata, al igual que hicieron con otras alhajas y con las campanas de todos los monasterios de Alcalá, que derribaron a finales del mismo mes de marzo de 1810 para llevárselas a Francia. Al campanario de la Magistral, por cierto, le apostaron unas atalayas durante la guerra para que sirviera de puesto de vigía. Peor suerte aún corrieron los retablos de muchas iglesias, que fueron inventariados por las autoridades afrancesadas sin atender a su calidad artística, sino dividiéndolos simplemente en tres categorías: grandes, chicos y colaterales. Muchos de ellos fueron adjudicados para aprovechar el pan de oro por valor de 38.000 reales, más 9.000 reales por las piezas de hierro, por lo que acabaron destrozados e incendiados sus deshechos. Afortunadamente otros retablos se salvaron porque la fugacidad de los asentamientos militares no dejó a los franceses tiempo para más. En fin, el deterioro fue enorme, fundamentalmente a causa del ejército, aunque por otro lado, esa utilidad de los conventos como cuarteles fue una de las características que les salvó de correr la misma suerte que otros monasterios madrileños, que fueron derribados bajo criterios urbanísticos. Las autoridades afrancesadas trataron de poner freno a tanta devastación por medio de algunas medidas legales, pero la propia dinámica de la guerra hizo esta tarea una auténtica utopía, según explica este texto de Amador de los Ríos: 200

“El hambre, la miseria, la desmoralización consiguiente a tantas penalidades como experimentaron los habitantes de la antigua Compluto, teníanla medio desierta, y no era maravilla que los instintos de destrucción, nacidos á presencia del espectáculo ofrecido tantas veces por Alcalá desde la exclaustración francesa, les condujera a extravíos censurables, a que trataron de poner remedio las autoridades de José Bonaparte, disponiendo primero el Intendente en orden de 8 de Julio de 1810, comunicada al Ayuntamiento en 8 de Agosto siguiente, que se conserben los monumentos sepulcrales, seguramente de los conventos y de las iglesias, y después, dándose cuenta al Ayuntamiento de 5 de Marzo de 1811, de un oficio del Administrador de Bienes Nacionales, para que la Municipalidad publicase un pregón, conminando con la correspondiente multa a cualquier vezino que rompiera o dilapidase los Edificios de Bienes Nacionales, comprase efectos robados de ellos…” Al término de la guerra, Fernando VII devolvió las fincas incautadas a sus antiguos dueños, pero la ruina ocasionada en muchos edificios provocó la decisión de demolerlos o su abandono definitivo, como ocurrió con el Real Colegio de San Agustín, que no volvió a ser ocupado por los religiosos debido a sus graves destrozos. LAS ACCIONES REPRESIVAS DE MAYO DE 1810 Y ABRIL DE 1813 Otra de las grandes causas del menoscabo sufrido por el patrimonio artístico complutense fue la represión francesa, que se desarrolló con especial malignidad en la primavera de 1810 y el fatídico día 20 de abril de 1813. El Diario de un patriota complutense en la Guerra de la Independencia cuenta cómo en los meses de abril y mayo de 1810 vinieron repetidamente a la ciudad una cuadrilla de galopos de Madrid, a quienes las autoridades francesas dieron plena libertad para destruir los retablos de las iglesias y los conventos suprimidos, con el fin de extraer de ellos el pan de oro. Así pues, fueron destrozados altares e imágenes por medio de hachazos o sacándolos a las calles, donde los quemaron en grandes hogueras junto a muebles, libros, cuadros, y un sinfín de objetos de valor. Algunas de estas obras fueron incendiadas en el interior mismo de los templos, lo que ennegreció terriblemente los paramentos, cuando no destruyó por completo los edificios. El autor del citado Diario..., el regidor Juan Domingo Palomar, recuerda además la actitud sacrílega de aquellos vándalos, 201

Guerra de la Independencia pues “sucedió que mientras el Jueves y el Viernes Santo adorábamos a Dios en los monumentos de las pocas iglesias que nos dejaron, en las demás estaban quemando y derribando los altares”. Estas escenas volvieron a producirse la terrible noche del 20 al 21 de abril de 1813, con motivo de una cruenta represión napoleónica, en venganza por haber acogido Alcalá unos días atrás a los guerrilleros de El Empecinado. Quizás en esta fecha los daños fueron más humanos que materiales, aunque no faltaron los atentados contra el patrimonio cultural, como sucedió en el convento de las Bernardas. Los franceses colocaron su artillería en la iglesia y en la plaza del monasterio, y después de robar la portería y el cuarto del capellán, pidieron a gritos que les abriesen las puertas de la clausura, en la cual suponían que había objetos de valor. Como las monjas habían huido a los tejados, no obtuvieron ninguna respuesta, así que forzaron el torno para intentar penetrar en el convento, cosa que no lograron. Sí consiguieron entrar en la sacristía, sobre la una de la noche, donde robaron todo el ajuar de la liturgia y los copones, sacando por la fuerza las hostias del sagrario y arrojándolas por el suelo. Según Esteban Azaña, estuvieron haciendo fechorías toda la noche, hasta las siete de la mañana que se largaron, salvándose por fortuna el interior del monasterio, porque no pudieron forzar el torno. Más difícil resulta datar con precisión la fecha en que ocurrieron otras agresiones al patrimonio, pues carecemos de referencias documentales o historiográficas concretas. Cada vez que los ejércitos de Napoleón sufrían una derrota o un retroceso en el frente, las represalias se recrudecían, a modo de venganza, sobre la población civil. También cuando no se cumplían sus exigencias en relación a la conducta política o al pago de contribuciones. Por estas circunstancias se produjeron ataques continuos contra los bienes culturales de Alcalá, como una forma de minar la moral de sus habitantes, haciendo desaparecer los elementos más significativos de su identidad como pueblo. Con la duda de si fue en 1810 ó en 1813, apostillamos aquí los sucesos acaecidos a otros monumentos alcalaínos durante la Guerra de la Independencia. De los templos seculares, en primer lugar hay que anotar la destrucción del retablo mayor de la ermita de San Isidro, propiedad del Gremio de Labradores, quien la levantó en 1650 en las eras de trigo que había junto al camino de Meco. Este santuario se hallaba normalmente cerrado, y sólo era abierto al público para la romería del santo patrón y la festividad de la Inmaculada Concep202

ción. Su valor artístico es limitado: fábrica de ladrillo y cajones de tierra, planta de cruz griega, interior enlucido de yeso con decoración de pilastras toscanas y potente cornisamiento, bóveda de cañón en los brazos, cúpula encamonada sobre el crucero, fachada lisa remata en frontón, y pórtico de ingreso con tres arcos de medio punto. Los objetos de arte que pudieran hallarse en el interior antes de la Guerra de la Independencia eran casi inexistentes, sobresaliendo el retablo barroco del altar mayor. Los soldados bonapartistas destruyeron ese retablo para extraer el pan de oro, utilizaron la ermita como cuadra e incendiaron los pocos muebles que había en ella, de forma que al final de la contienda el monumento se hallaba en un estado lastimoso. Así consta en varios documentos del año 1815, en los que el Gremio de Labradores pedía licencia al ayuntamiento para emprender las necesarias obras de restauración: “Se dio cuenta de [...] la solicitud que ha hecho la cofradía del bendito San Ysidro relativa a q. se la conceda licencia pª. rifar el fruto de una tierra o las alhajas de plata q. pueda proporcionar a fin de reponer la Hermita y efigie del Santo, para q. tenga el culto que se daba antes q. se destruyese por las tropas francesas.” Lo cierto es que “el coste que podrán tener las obras para reparar, y reponer la Hermita y efigie de San Ysidro” debió ser bastante elevado, porque mediados de siglo el templito se hallaba todavía “en su mayor parte inhavilitado”. Ello nos induce a pensar que las reparaciones efectuadas fueron insuficientes, probablemente debido a la precariedad de medios de la cofradía de agricultores. Un Libro de Juntas de esta hermandad recientemente sacado a la luz refiere ciertas obras de retejo, restauración y cimentación a partir de 1818, que concluyeron con la reubicación de la imagen titular de San Isidro en el altar mayor, el 15 de mayo de 1821. A pesar de lo cual, todavía en 1882 el P. Acosta de la torre denunciaba la situación de deterioro en que se encontraba la ermita, de la que decía: “no estaría de mas que le diesen una vueltecita de obra por fuera”. En este contexto de empobrecimiento artístico debemos encontrar las causas por las que, en 1885, la cofradía de labradores contrató al artista Manuel Laredo para que redecorase el presbiterio de la ermita. Al igual que hizo en el oratorio de San Felipe Neri, este pintor realizó un retablo fingido en trampantojo, por medio de arquitecturas pintadas al temple, que sirvió para devolver a la ermita su dimensión litúrgica a la vez que la ennoblecía artísticamente. Así, el 203

Guerra de la Independencia aspecto desnudo del altar, desornamentado por la destrucción de su primitivo retablo, fue corregido mediante un recurso barato pero a la vez vistoso y efectivo, que incluso parecía ampliar los límites de la arquitectura real mediante la percepción ilusionista de un ábside inexistente. Cobijado en este ábside fingido se disponía un tabernáculo neobarroco inspirado en la capilla-baldaquino de la Virgen del Pilar, diseñada por Ventura Rodríguez para la basílica zaragozana; en medio de esta estructura Laredo colocó una reproducción de la Inmaculada Concepción de Aranjuez de Murillo, y a los lados las imágenes de San Antón y Santa Bárbara (imitación de arquetipos barrocos del siglo XVII), como patronos benefactores de la cofradía de labradores. En resumen, un pastiche eclecticista que se hizo muy frecuente en Alcalá a finales del ochocientos, para hacer olvidar las pérdidas ocasionadas en su patrimonio artístico durante la Guerra de la Independencia. Las tropas napoleónicas también entraron a saco en la ermita del Val, ocasionando importantes desperfectos en su arquitectura. El santuario del Val era una construcción gótica erigida por mandato del Arzobispo Tenorio hacia 1376, en un lugar próximo a la ribera del río Henares (un val o valle), donde un labrador había encontrado una imagen de la Virgen María. El edificio era bastante capaz, “de gruesas paredes maestras de tierra y cal levantada sobre fuerte cimiento de piedra y anchos pilares de ladrillo con sus botareles de mampostería muy fuertes”, estaba cubierto por bóvedas de crucería, con los cuatro evangelistas pintados sobre ellas, y ostentaba unas cartelas con el nombre y el escudo de armas de don Pedro Tenorio. Debido al saqueo producido en la Guerra de la Independencia, la ermita quedó arruinada y desprovista de mobiliario durante varias décadas, aunque la citada imagen de la Virgen, una talla de alabastro del siglo XIV, policromada y vestida, se salvó gracias a que fue trasladada poco antes a la Magistral. Atendiendo al estado de deterioro de la fábrica, en 1814 la Cofradía del Val se vio obligada emprender obras de restauración, que no debieron resultar suficientes a tenor de esta descripción que hemos encontrado en la documentación histórica municipal, relativa al mes de junio de 1833: “Conferenció el Ylte. Ayuntamiento sobre el estado ruinoso en que se encuentran los restos de la que fue hermita de Ntra. Sra. del Val, Patrona tutelar de esta ciudad, y la precisión de reedificarla o demoler aquellos para evitar desgracias; y teniendo entendido que para el primer objeto adoptó la Cofradía de esta Sagrada Ymagen, la rifa de ciertas alhajas de plata en que llegaron a interesarse diferentes personas, acordó que por el Sr. Presi204

dente se oficie al Prioste de dicha cofradía, designándole un termino bastante para q. efectue una, u otra obra, invitándola mas bien a la primera porque por este medio se renovaría el mayor antiguo culto que en aquel sitio se prestaba a Ntra. Señora.” Una interminable discusión acerca de si la financiación de aquellas obras correspondía al ayuntamiento (por ser la Virgen del Val patrona de la ciudad), a la Cofradía del Val (por estar encargada de la manutención de la ermita), o al cabildo de la Iglesia Magistral (depositario de la imagen, patrono del santuario y beneficiario de sus rentas), dilató el inicio de las obras de restauración hasta finales del siglo XIX. Entonces sería radicalmente transformado por los arquitectos Martín Pastells (1889) y José de Azpíroz (1924-1929), de tal forma que Alcalá perdió así uno de sus monumentos medievales más interesantes. Finalmente tenemos que reseñar la total destrucción de la ermita de San Roque, que estaba sobre una loma junto al cementerio actual. Apenas tenemos datos sobre este santuario, que está representado a la izquierda de la ciudad en el dibujo de Antonio Wyngaerde de 1565, y que parece un edificio pobre y minúsculo, rematado por una espadaña. Los efectos de la Francesada debieron ser devastadores sobre él, pues en 1817 el ayuntamiento decidió recoger sus escombros para sacar algún fruto de su venta. Según la documentación del Archivo Histórico Municipal, hacia 1833 ya no debía quedar nada de sus ruinas, y el consistorio dilucidaba si vender a un vecino el solar “donde existió la Hermita”, o instalar allí un polvorín. OTROS EJEMPLOS DE DESTRUCCIÓN Al término de la guerra, el Jefe Político de Madrid envió una circular a todos los pueblos de la provincia mandando que le enviasen noticia de las “casas consistoriales, iglesias parroquiales, cárceles, cañerías, puentes, barcas, caminos y calzadas, cuya reparación es urgente y necesaria”, así como el coste que dichas reparaciones podrían suponer. El ayuntamiento de Alcalá respondió a esta circular el 14 de abril de 1814, dando cuenta de los siguientes desperfectos: “Las obras de la clase indicada, cuya execucion requiere ser pronta, y de las que individualmente se hablará, pueden ascender, según la certificación del Maestro Alarife interino de la Ciudad a treinta y seis mil quinientos reales 205

Guerra de la Independencia vellón; a saber, los reparos de la Casa de Ayuntamiento importarán ochocientos reales; los de encañados de aguas dulzes, arcas, y pozos del nacimiento de aquellas seis mil reales: los de la cárcel publica seis mil reales, sin que por esto quede servible a racionales, cuya salud procure conservarse; pues fue sin duda construida en tiempo de la barbarie, e ignorancia: los del Puente inmediato a la Ciudad sobre el Henares, de continuo transito a la Alcarria, setecientos reales: los de la Carnicería publica, sin contar los que por obiar su ruina acaban de hacerse mil reales: la construcción de la Barca, con su casilla, para diferentes puntos de dicha Alcarria, diez y siete mil reales: los de calzadas, y empedrados nuebos cinco mil reales sin que se haga merito del empedrado de casi todas las calles de la Ciudad en cuya vasta operación se consumirían caudales inmensos. La necesidad de la mayor parte de las obras manifestadas se debe a la mano regeneradora o devastadora del enemigo de todas las Naciones. Es igualmente de necesidad la construcción del cementerio si se ha de cumplir con las superiores ordenes dadas en el asunto: se tiene dirigida a V.S. la certificación del coste que podrá tener en el sitio señalado.” Vemos que en esta relación sólo se citan los edificios de titularidad municipal, es decir, la Casa Consistorial, el Matadero, la Cárcel Pública, y otros elementos de infraestructura urbana como las cañerías y pozos de aguas, calzadas, empedrados, etc.; es por esto que no vienen consignados ninguna de las iglesias ni conventos de religiosos antes comentados. Si hacemos una suma global del parte de guerra, podemos hacernos una idea bastante precisa del formidable estado de destrucción en que se encontraba la ciudad en 1814. A este sombrío balance habría que añadir los daños ocasionados en el Palacio Arzobispal, por haber sido utilizado como cuartel del ejército, primero por los franceses y luego por las fuerzas españolas del general Morillo. De resultas, la arquitectura del alcázar sufrió importantes desperfectos, fueron destruidos muchos muebles, y desapareció un gran número de libros de su biblioteca. Durante la Guerra de la Independencia, las mayores transformaciones experimentadas en el entorno del inmueble prelaticio, se debieron a las obras de fortificación ejecutadas allí. Por miedo a los guerrilleros de El Empecinado, en noviembre de 1809 el comandante galo de la guarnición de Alcalá había ordenado que se tapiasen con tierra y maderos todos los portillos y accesos de la ciudad, dejando sólo expeditas las puertas de Mártires, Santiago, Madrid y el Vado; en estas cuatro se colocaron postigos afirmados con maderos, apostando 206

guardias y cerrando a cal y canto por las noches. Las obras de fortificación se repitieron justo un año después, por orden del Gobernador de Madrid, el Conde Augusto Belliard, publicándose además un bando que conminaba a los vecinos a clausurar las puertas de las casas y corrales que dieran al campo, con el fin de evitar fugas y “que esta ciudad esté en estado de defensa por todos los lados”. El 18 de febrero de 1811, el maestro de obras Bernardino García certificaba la conclusión de estos trabajos, que incluyeron la obstrucción de aquellas puertas de casas que daban al exterior de la ciudad, la reconstrucción de varias tapias, la colocación de postigos en los accesos principales, y la consolidación de las murallas. Puesto que el Palacio Arzobispal estaba siendo utilizado como comandancia militar y almacén de trigo de los bonapartistas, los trabajos de reforzamiento de su cerca se realizaron con especial dedicación. En verano del mismo año de 1811 volvieron a ejecutarse arreglos en la muralla, foso, torres y parapetos, y concretamente el 29 de diciembre, fueron convocados todos los albañiles y jornaleros por orden de las autoridades intrusas, para que cegasen con tapias y barricadas las calles que daban acceso al palacio. Así fue cerrada la plaza que media entre el alcázar prelaticio y las calles de Santiago, San Felipe y San Juan, de tal forma que las tropas napoleónicas y los afrancesados se quedaron encerrados en su fortín. Con estas obras de fortificación, efectivamente fue retrasada la entrada de la guerrilla en la localidad, así como los posibles motines que pudieran provocar los vecinos, pero Alcalá quedó convertida en una especie de búnker. Según Palomar, para mayor desgracia nos hallamos encarcelados los vecinos de la ciudad, porque temiendo a los Empecinados han cerrado la población, dejando solas cuatro entradas”. Por si lo expuesto hasta ahora pareciese poco, en la batalla que libró El Empecinado contra el ejército napoleónico, el 22 de mayo de 1813, y que supuso la liberación de la ciudad, cayó en desgracia otro monumento más: el Puente del Zulema. Este puente tenía grabadas en algunos de sus sillares marcas de canteros medievales de la época del Arzobispo Tenorio, que fue quien ordenó su construcción; posteriormente fue restaurado por Sebastián de la Plaza en el siglo XVII, llegando a principios del XIX en buen estado de conservación. La crónica de Juan Domingo Palomar registra que en aquella batalla se produjo fuego cruzado durante una hora y media, situándose los guerrilleros a un lado del puente (el de la cuesta que sube al Gurugú) y los soldados imperiales al otro (el que daba a Alcalá). En ese tiempo la artillería francesa “despidió más de cincuenta tiros”, que provocaron un daño muy considerable en la arquitectura del puente. Así lo reflejaba un informe municipal elaborado en agosto de 1813, dirigido al Intendente de la provincia de Madrid: 207

Guerra de la Independencia “Se hizo presentte una representtacion echa con fha. treinta de Agosto ultimo al Sor. Intendente de esta Provincia por los dos Señores Procuradores en q. manifiestan que en la Batalla del veintte y dos de Mayo de este año, padeció considerablemente por la artillería enemiga, el único y famoso Puente del Rio Nares inmediato a la Ciudad, paso para la Alcarria y demás Pueblos del mediodía, y suplican a su Sª. se sirva dar para su reparación la mas pronta providencia.” En respuesta a esta solicitud, la superioridad ordenó que un perito reconociera el puente y compusiese un presupuesto de los gastos de restauración. Sabemos que el alarife José Lorenzo fue el encargado de practicar dicha inspección, que se conserva en el Archivo Municipal y que advertía de lo siguiente: “...el puente titulado de Zulema situado sobre el Río Nares [...] se halla con dos rompimientos en sus antepechos o barbacanas causados en el ataque del día veinte y dos de Mayo último, cuya reparación es urgentísima ya porque se aumentarán de lo contrario dichas roturas y de consiguiente será mucho el coste de su composición, y ya porque pueden ocurrir desgracias en ganados y personas”.

El propio José Lorenzo calculó entonces que entre materiales y mano de obra, el coste de la restauración podría ascender a unos 400 ó 500 reales, cifra más que discreta. Pero a pesar de la advertencia, nada se hizo, porque a continuación sobreviene un amplio vacío documental, que dura hasta marzo de 1826 y luego octubre de 1828, fechas en las que tan solo se denuncia que “el Puente de Zulema se halla intransitable y muy próximo a su total destrucción [...] es absolutamente necesaria su reparación con la mayor urgencia”, razón por la cual el procurador de la ciudad ordenó hacer un nuevo reconocimiento. Por si fuera poco, durante el Trienio Liberal, el puente fue parcialmente derrumbado y su ojo central había quedado obstruido. Finalmente, el arquitecto real Leonardo Clemente Aparicio y el albañil Cosme Aceytero lo reconstruyeron en octubre de 1829, siendo nuevamente restaurado por el arquitecto del distrito, Tomás Aranguren, en 1863. En fin, con los pormenores relativos al Puente del Zulema, acabamos aquí la desastrosa relación de edificios monumentales dañados en mayor o menor medida durante la Guerra de la Independencia. No cabe duda de que, por su culpa, el patrimonio artístico de Alcalá de Henares entró en el siglo XIX tremendamente mermado. Para hacernos una idea más global de lo expuesto, podríamos resumir en la siguiente tabla los espacios arquitectónicos afectados por la guerra, la gravedad de su deterioro, las causas del mismo, y la fecha posible en que tuvieron lugar los daños. La lista de monumentos y edificaciones está ordenada alfabéticamente. 208

209

Incendio del edificio.

Colegio de Málaga

Alteración de la arquitectura.

Convento del Ángel

Convento Mercedarios Calzados

Incendio del edificio.

Represión francesa.

Convento Madre de Dios Destrucción del retablo.

Destrucción de altares.

Colegio de San Basilio

Colegio Máx de Jesuitas Traslación de las puertas.

Uso como cuartel.

Represión francesa.

Destrucción completa.

Saqueo del interior.

Uso como cuadra.

Saqueo del interior.

Desamortización.

Represión francesa.

Uso como cuartel.

Abandono del edificio.

Saqueo del interior.

Represión francesa.

Colegio del Rey

1810

1810

1810

1810

1808-1813

1809-1813

1808-1813

Ocupación francesa.

Colegio de Sta. Catalina Desperfectos varios.

Saqueo del interior.

1809-1813

1809

1809-1813

. 1808-1813

1808-1813

Colegio de San Agustín Desperfectos en toda la arquitectura. Uso como cuartel.

Uso como cuartel.

Desperfectos varios de poca consideración. Uso como cuartel.

Colegio de León

Casas vecinales ct ciudad Daños arquitectónicos varios. Ince, saqueo. Represión francesa

Desperfectos en toda la arquitectura. Represión francesa.

Casa Consistorial

CAUSAS DE LOS DAÑOS FECHA

DAÑOS EXPERIMENTADOS

EDIFICACIÓN

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Ermita del Val

Ermita de San Sebastián

Ermita de San Roque

Ermita de San Isidro

Desperfectos en toda la arquitectura. Saqueo.

¿Impactos de artillería?

Represión francesa.

Desperfectos en toda la arquitecturaDerrumbe.

Represión francesa.

Desperfectos en toda la arquitectura. Derrumbe.

Uso como cuadra.

Destrucción del retablo. Saqueo del interior.Represión francesa.

1808-1809

1810-1813

1810-1813

Expolio del plomo para hacer municiones. 1809-1813

Uso como hospital.

Represión francesa.

Desamortización.

plomo de la cúpula.

Pérdida de las planchas de

Traslación de reliquias. Saqueo del interior. Obras de transformación.

1809-1813

Convento de San Diego

Desamortización.

Traslación de las puertas.

1808-1813

Convento de Recoletos

Represión francesa.

Saqueo de la iglesia y la sacristía.

Convento monjas S. BernardoDaños en la estatua de San Bernardo de la fachada.

Guerra de la Independencia

211

Puerta de Mártires

Puerta de Madrid

Puente del Zulema

Palacio Arzobispal

1808-1813

1809-1813

Alteraciones diversas en su arquitectura. Obras de fortificación.

Obras de fortificación.

Desperfectos en parte de su arquitectura. Impactos de artillería. 1808-1813

1808-1813

Impactos de artillería durante la Batalla del Empecinado. 22-mayo-1813

Daños estructurales. Desperfectos en arcos y antepechos.

Uso como cuartel.

Obras de fortificación.

Saqueo del interior.

Desperfectos diversos. Alteración de la arquitectura.

Uso de la iglesia como almacén de granos. 1810-1811

Represión francesa.

Oratorio de San Felipe Destrucción del retablo. Desperfectos diversos en el interior.

Obras de fortificación.

Impactos de artillería.

Derrumbe de algunos lienzos. Alteración de las tapias arzobispales.

1810 21-marzo-1810

Murallas

Orden gubernativa.

Expolio de lámparas y alhajas de plata.

Iglesia Magistral

Represión francesa.

Guerra de la Independencia REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS. ACOSTA DE LA TORRE, Liborio: Guía del viajero en Alcalá de Henares. Alcalá de Henares, Imprenta de F. García Carballo, 1882. AMADOR DE LOS RÍOS, Rodrigo: “Alcalá de Henares durante la Guerra de la Independencia”, La España Moderna, nº 129 (septiembre de 1899), pp. 37-76 AZAÑA CATARINEAU, Esteban: Historia de la ciudad de Alcalá de Henares, antigua Compluto, 2 vols. Alcalá de Henares - Madrid, 1882-1883. Edición facsímil por la Universidad de Alcalá, 1986. DIEGO PAREJA, Luis Miguel de: “La Desamortización de José Bonaparte en Alcalá de Henares”, Actas del III Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Guadalajara, 1992, pp. 489-497. DIEGO PAREJA, Luis Miguel de: “Alcalá de Henares en la Guerra de la Independencia. Del dos de mayo a la derrota de Somosierra”, Anales Complutenses, vol. XII, 2000, pp. 85-101. GARCÍA GUTIÉRREZ, F. J.: “Alcalá en la Guerra de la Independencia. Notas de un diario”. Anales Complutenses, vol. I, 1987, pp. 281-311. LLULL PEÑALBA, J.: Manuel Laredo, un artista romántico en Alcalá de Henares. Alcalá de Henares, Fundación Colegio del Rey, 1996. LLULL PEÑALBA, J.: La destrucción del patrimonio arquitectónico de Alcalá de Henares (1808-1939). Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá de Henares, 2006. MARCHAMALO SÁNCHEZ, Antonio - MARCHAMALO MAIN, Miguel: La Iglesia Magistral de Alcalá de Henares. Historia, Arte y Tradiciones. Alcalá de Henares, Institución de Estudios Complutenses, 1990. PALOMAR, J. D.: Diario de un patriota complutense en la Guerra de la Independencia. Prólogo y notas de Juan Catalina García. Madrid, Tipografía de los Hijos de M. G. Hernández, 1894. Edición facsímil por la Institución de Estudios Complutenses, Alcalá de Henares, 1991. SÁNCHEZ MOLTÓ, M. V.: “Ermitas y santuarios de Alcalá de Henares”, en el Libro-guía del visitante de la ermita-parroquia de San Isidro Labrador. Obispado de Alcalá de Henares, 1994. 212

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