La Pasión en Oscar Wilde

July 25, 2017 | Autor: Ignacio María Rubio | Categoría: Religious Conversion, Literatura, Pasión, Cristianismo, Dolor
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Descripción

Oscar Wilde, el buen ladrón
La pasión de Cristo en Oscar Wilde.

"Todos estamos en la cloaca, pero algunos miramos hacia las estrellas"
(Lo dice lord Darlington en "El abanico de lady Windermere", de Oscar Wilde)


"Buscar a Wilde en la cloaca, ya sea para revolcarse con él en el fango o para señalarle con el dedo del desprecio farisaico, es no entenderlo. Aquellos que deseen conocer con mayor profundiad a este hombre tan enigmático, no deberían mirarle a él en la cloaca, sino mirar con él hacia las estrellas". Estas palabras son del biografo Joseph Pierce en su magnífica obra sobre Oscar Wilde, "la verdad sin máscaras". El título da ya mucho para reflexionar. Un hombre que fue prototipo de la moda y el éxito en su época, y después de su caída en desgracia, el prototipo de la decadencia moral... al que en el fondo no podemos considerar ni un dandi enamorado de los lujos y las modas sensuales, ni un cínico amoral sin ningún atisbo de escrúpulos. Tiene razón Pierce, y por ello vamos a intentar hacer lo que nos propone: vamos a dejar de lado la crítica habitual a este gran artista y esteta del decandentismo y la última época de la era victoriana, para mirar con él – con sus ojos, desde la cloaca – a las estrellas.

Para intentar penetrar en la mente y el corazón de un escritor es necesario profundizar tanto en su vida como en su obra. Nada más difícil. Todavía más si es el caso de un genio como lo es nuestro fabuloso romántico poeta inglés (irlandés, póstumamente. Inglés si consideramos que Irlanda fue, durante vida del escritor, dominio británico). Sería una locura intentar profundizar en su tiempo, pero sería necesario para hacer un buen trabajo. Intentando unir todo esto tomamos un texto privilegiado del autor, que es a la vez obra suya y parte de su vida, en la que deja reflejar su visión acerca de Cristo y de su Pasión. Se trata de la carta que escribió desde la carcel a su amigo Alfred Douglas, causante próximo de que acabase encerrado en la misma. Esta carta es una auténtica obra de arte y refleja mucho del estilo, del temperamento y de la profundidad intelectual y espiritual de nuestro hombre. El texto es hoy en día conocido como "De profundis".

Después de dos años en la cárcel, el sufrimiento y el dolor le hicieron pasar por una profunda experiencia de Dios y de sí mismo. Son numerosos los pensamientos que dedica a esta experiencia espiritual. La ve como algo opuesto a lo que en su vida había vivido y ejemplificado, entregado a todo tipo de pasiones y desenfrenos. "Es el alma del hombre lo que Cristo anda buscando siempre. La llama «el Reino de Dios» y la encuentra en toda persona. La compara con cosas pequeñas, con una semilla diminuta, con un puñado de levadura, con una perla. Porque sólo realiza uno su alma desprendiéndose de todas las pasiones ajenas, de toda la cultura adquirida, y de todas las posesiones exteriores, sean buenas o malas". Él mismo tuvo que pasar por este desprendimiento purificador, hasta un punto en que no pudo perder más, cuando le fue quitada la patria potestad sobre su hijo mayor: "Yo aguanté frente a todo con cierta testarudez de la voluntad y mucha rebelión de la naturaleza hasta que no me quedó nada en el mundo más que Cyril. Había perdido mi nombre, mi posición, mi felicidad, mi libertad, mi hacienda. Era un preso y un indigente. Pero aún me quedaba una sola cosa hermosa, mi hijo mayor. De improviso la ley me lo quitó. Fue un golpe tan atroz que no supe qué hacer, así que me tiré de rodillas, y agaché la cabeza, y lloré y dije: «El cuerpo de un niño es como el cuerpo del Señor: no soy digno de ninguno de los dos». Ese momento pareció salvarme. Entonces vi que lo único que había para mí era aceptarlo todo. Desde entonces - por curioso que esto sin duda te resulte- he sido más feliz".

Es en este punto, en la carcel de Reading, donde llega al clímax de su vida, cuando puede ver con claridad sus falsas ilusiones y cuando puede quitarse las máscaras que le impedían ser él mismo: "Un hombre cuyo deseo sea ser algo aparte de símismo, ser Miembro del Parlamento, o tendero próspero, o abogado eminente, o juez, o cualquier bobada semejante, de todas consigue ser lo que quiere ser. Ése es su castigo. El que quiera una máscara tiene que llevarla". En este estado de postración, encontrándose humillado y sin nada más en este mundo, en medio del dolor y del sufrimiento... es donde se encuentra definitivamente consigo mismo. O donde es alcanzado por Dios, y a través de esta experiencia se encuentra definitivamente a sí mismo frente a sí mismo: la verdad sin máscaras."Era, por supuesto, mi alma en su esencia última lo que había alcanzado. De muchas maneras yo había sido su enemigo, pero me la encontré esperándome como amiga. Cuando se entra en contacto con ella, el alma le hace a uno sencillo como un niño, como dijo Cristo que había que ser. Es trágico que tan pocas personas «posean su alma» antes de morir". Su experiencia del dolor y el sufrimiento cambia profundamente su forma de ser y de ver la vida. La experiencia de Dios a través del dolor le hacen ver el dolor mismo de otra forma, hasta el punto de considerarlo una prerrogativa: "Tengo derecho a compartir el Dolor, y el que puede mirar la hermosura del mundo, y compartir su dolor, y comprender algo del prodigio de los dos, está en contacto inmediato con lascosas divinas, y se ha acercado tanto como el que más al secreto de Dios".

Tiene en sus páginas una descripción detallada de la pasión del Señor, poniéndola en una perspectiva artística y comparándola con otros hechos y textos de la historia universal. La descripción no tiene desperdicio: "La parva cena con sus compañeros, de los cuales uno ya le había vendido a un precio; la angustia en el silencioso olivar bajo la luna; el falso amigo que se acerca para entregarle con un beso; el amigo que todavía creía en él, y en quien como sobre una roca había esperado edificar su Casa de Refugio para el Hombre, que le niega cuando el gallo grita al amanecer; su soledad absoluta, su sumisión, su aceptación de todo; y al lado de todo eso, escenas como el sumo sacerdote de la Ortodoxia que se rasga iracundo las vestiduras, y el Magistrado de la Justicia Civil que pide agua con la vana esperanza de limpiarse de esa mancha de sangre inocente que hace de él la figura escarlata de la Historia; la ceremonia de coronación del Dolor, una de las cosas más prodigiosas que haya en toda la crónica de los tiempos; la crucifixión del Inocente ante los ojos de su madre y del discípulo al que amaba; los soldados que se juegan sus ropas a los dados; la terrible muerte con que dio al mundo su símbolo más eterno; y su entierro final en el sepulcro del hombre rico, con el cuerpo envuelto en lino egipcio y especias y perfumes caros como si hubiera sido el hijo de un Rey".

La figura de Cristo y el encuentro con Él marcan profundamente la imagen de su propia vida pasada. Le enamora la figura del Cristo que viene a salvar al pecador, pues lo experimenta de una forma muy viva y profunda en su misma vida: "(...) es al tratar con el Pecador cuando es más romántico, en el sentido de más real. El mundo siempre había amado al Santo como lo más cercano posible a la perfección de Dios. Cristo, por un divino instinto que había en él, parece haber amado siempre al pecador como lo más cercano posible a la perfección del hombre". Parece que Wilde quiere excusar por medio de estas y otras palabras la maldad del pecado y considerar buenos los hechos que en sí son deplorables. Pero no es esto lo que busca. Quiere dar a ver como es que, por medio de la miseria, de la fragilidad y del pecado, el hombre puede encontrar a Dios. Porque Cristo busca al hombre en su miseria para rescatarlo. Como a aquel hombre que colgaba de la cruz a su lado el día de su Muerte: aquel hombre criminal al que Cristo mismo salió al paso por medio del dolor para mostrarse a él y para que él se descubriese y se encontrase consigo mismo. Y de esta experiencia de sufrir junto a Cristo crucificado surge la petición: acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.

Comparar a Oscar Wilde con San Dimas – según la tradición, es así como se reconoce al "buen ladrón" del evangelio de Juan -, puede ser un poco atrevido. Pero lo es todo lo que tenga que ver con Oscar Wilde. Es un personaje que se sale de los moldes habituales. No son pocas las descripciones biográficas que lo tildan de "enigmático". Enigmático por ser difícil de categorizar. Por ser difícil de comprender, por ser difícil de aceptar. A los cínicos, a los amantes del placer sobre todas las cosas, a los enemigos de toda ley y moral... les encantaría tenerlo como su bandera e insignia. Pero no podrían adoptarlo consecuentemente. Si siguen el camino que él siguió, hasta el final, deberán abandonar su postura. Los puritanos, los fariseos, lo que no han se han ensuciado jamás la punta del zapato – al menos aparentemente – con las beleidades de este mundo... lo considerarán demasiado escandaloso, demasiado depravado y hundido en el pecado, como para poder sacar algo en limpio de él. Pero estos todos habrán caído en el escollo de quedarse en la cloaca con él, o de mirarle con dedo acusador en la cloaca. Como el otro ladrón, el malo, crucificado al otro lado de Jesús, se quedó en sus fechorías, en sus crímenes, en su "cloaca"... y como los fariseos que también extendieron su dedo acusador al ladrón bueno, al que se arrepintió, mirándole "en la cloaca", en el repudio de la cruz. Él fue el único que desde su cruz, desde su cloaca, "se puso a mirar a las estrellas": a ese Cristo crucificado a su lado, que le dio la salvación y el paraíso que desde siempre había estado buscando sin saberlo.

Adquieren un valor incalculable las palabras con que el poeta acaba esta epistola a Alfred Douglas: "Viniste a mí para aprender el Placer de la Vida y el Placer del Arte. Acaso se me haya escogido para enseñarte algo que es mucho más maravilloso, el significado del Dolor y su belleza". Fue el dolor lo que purificó a Wilde en la carcel, lo que le hizo dar un giro de ciento ochenta grados en su vida. Como él mismo llega a decir, no es nadie por su vida frívola, sino que llega a ser alguien por su encuentro con Dios: "Por entrar en su presencia uno llega a ser algo. Y todos estamos predestinados a su presencia. Por lo menos una vez en su vida, todo hombre camina con Cristo a Emaús". Fue este encuentro con Cristo por medio del dolor lo que le llevó a una conversión interior que dio sus frutos en su lecho de muerte, cuando pidió la comunión con la Iglesia Católica.










La práctica totalidad de las citas de este texto son tomadas de "De Profundis".




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