La participación en el diseño de espacios que habitamos

May 23, 2017 | Autor: Omayra Rivera Crespo | Categoría: Architecture, Community Participation, Citizen participation, Codesign
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Descripción

por Omayra Rivera | 11 de marzo de 2016 | 6:30 am – 0 Comments

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Para que una persona o un grupo de personas puedan tomar decisiones con relación al espacio que habiten es necesario, en primer lugar, que estén informados. Necesitan conocer a fondo el lugar en el que se construye, además del funcionamiento, manejo y financiación de la construcción. En un proceso participativo las personas se informan, dialogan, colaboran, estudian y valoran alternativas. Pueden, en síntesis, negociar y decidir. Ser parte del proceso les ayuda a tomar conciencia, involucrarse y comprometerse con el espacio construido. Un proceso participativo es, por tanto, un proceso educativo y democrático. La participación puede verse con un proceso educativo, de compartir conocimientos. Cada cual aprende y enseña de lo que sabe. Según el educador brasileño Paulo Freire “…la participación, en cuanto ejercicio de la voz, de tener voz, de asumir, de decidir en ciertos niveles de poder, en cuanto al derecho de ciudadanía se halla en relación directa, necesaria, con la práctica educativo-progresiva…”[1] Participar implica, en consecuencia, tener voz, opinar, emitir un juicio relacionado a un asunto particular. Un discurso es cuestionado, puesto en tela de juicio, y puede ser modificado, convirtiéndose en un producto que no es de una sola persona sino de varias. Por tanto, en los procesos participativos se igualan las estructuras de poder, todos son educadores y todos son educados. Estos procesos se relacionan con la práctica educativo-progresiva ya que el conocimiento es construido por varios agentes, contrario a la práctica educativa tradicional en la cual existe un agente activo que posee todas las respuestas y agentes pasivos que se limitan a escuchar y recibir la información. Es por ello que participar es ser parte de un proceso, la construcción de un argumento que permite alcanzar un consenso mediante un diálogo.

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En la práctica educativo-progresiva el educador, que en el caso de la ejecución del espacio habitado sería el diseñador, es quien dirige el proceso de construir el conocimiento, aporta su saber y ayuda a los educandos a encontrar su propia voz y a emitir un juicio crítico. Es por ello que la participación es también un proceso político y democrático. Político, ya que varias personas se congregan en un foro dirigido para tomar decisiones relacionadas a un bien social, partiendo de la base de que el conocimiento pertenece a todos. Esta idea de participación se remonta, por tanto, al momento en que un grupo de personas se reunía, por primera vez, para tomar decisiones que afectaban al colectivo. Esto ocurría, por ejemplo, en la antigua Grecia cuando sus ciudadanos se reunían en el ágora y tomaban decisiones relacionadas con el futuro de la ciudad. Participar es un proceso democrático, ya que todos los participantes tienen el poder de expresar su opinión y que las decisiones respondan a la voluntad del colectivo. Tal como exponen los arquitectos Gustavo Romero y Roberto Mesías en el libro La participación en el diseño urbano y arquitectónico en la producción social del hábitat, la participación es “…una manera democrática y socialmente equitativa de toma de decisiones”[2]. Es, por consiguiente, un proceso de igualdad de derechos sobre el espacio habitado. Sin embargo, participar también implica el análisis de varias opciones y sus implicaciones. La participación es un proceso complejo, en el que es necesario considerar no solo las opiniones de cada persona involucrada, que pueden estar influenciados por su grado de educación previa, experiencia e intereses particulares, sino también los intereses colectivos y la información que pueda ser útil para el desarrollo del proyecto. En un proyecto de diseño se deben tomar en cuenta diversas propuestas, obtener información del proyecto (referente a necesidades, intereses, historia, sueños…) y estudiar proyectos previos que puedan servir de referencia para conocer posibles impactos sociales, ambientales y físicos de la obra. David Wilcox, autor de The Guide of Effective Participation, identifica cinco niveles de participación en un proceso democrático. Estos responden a los intereses en juego, capacidades de los participantes, contextos y relaciones de poder político. Van desde informar, consultar, tomar decisiones, actuar en conjunto y apoyar iniciativas de grupos independientes[3]. En el primer nivel se informa sobre el asunto a discutirse y hay poco margen para cambios. Un ejemplo de esto es cuando los proponentes le informan a un grupo de personas sobre un proyecto que se va a llevar a cabo, que podría afectarles de alguna manera. Los involucran lejanamente pero no los hacen parte del proceso de tomar decisiones. En el segundo nivel se consulta a las personas acerca de diversas propuestas que ya están sobre la mesa. En el tercer nivel todos los involucrados intervienen en la toma de decisiones. El cuarto nivel implica que todos actúen juntos, por ejemplo, creando grupos de colaboración que persiguen un fin común. En estos últimos dos niveles se desarrolla la práctica educativo-progresiva ya que se lleva a cabo un diálogo en igualdad de derechos. Por último, como quinto nivel, también es posible apoyar iniciativas que ya ha tomado un grupo de personas. Este apoyo puede ser financiero, de asesoría, de logística, de organización o relacional. Este nivel también podría calificarse como un proceso de mediación entre la administración central, diversas entidades y el grupo de personas que ha tomado la iniciativa. La información está implícita en todos los niveles pero si es unilateral, es decir, si solo se informa a las personas sin tomar en cuenta sus opiniones, se impide que el proceso sea democrático. Wilcox también describe las diversas fases de un proceso participativo que comprenden: la iniciación del proceso, motivada por un proyecto del gobierno o un problema que afecte a los miembros de una comunidad; la preparación de una o varias propuestas y el desarrollo de las estrategias para llevar a cabo el proyecto o resolver el problema; la participación per se, en donde se exponen las ideas, las opiniones y los intereses de las personas involucradas; y la continuación o desarrollo, donde todos trabajan juntos en la consecución de un mismo propósito. Peter Levin identifica algunos vehículos inadecuados de participación en el libro Design Participation como: las reuniones públicas únicas, en las que la discusión es demasiado formal y forzada no existe un verdadero diálogo con las personas de la comunidad, ya que no permiten que se elabore el tema a fondo; el apartado de opiniones, preguntas y respuestas, que en ocasiones no son contestadas, se contestan de una manera superficial o de una manera que favorece a la administración central; los cuestionarios, que en algunos casos también son superficiales, demasiado específicos o enfatizan las preferencias de la administración; y las encuestas públicas

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que frecuentemente no son tomadas en cuenta.[4] Tanto en el diseño urbano como en el diseño de vivienda colectiva, los arquitectos y los urbanistas adoptan el papel de técnicos especializados que sirven de intermediarios, que interpretan los deseos de los habitantes, y que actúan como mediadores entre la comunidad y la administración. En los proyectos particulares, como la vivienda privada, los arquitectos atienden las demandas de sus clientes, que pueden incluso elegir el lugar en donde se construirá su vivienda o local. Del mismo modo, en los proyectos de vivienda colectiva y espacios de uso público los arquitectos escuchan las voces de la comunidad a través de procesos participativos y trabajan con el colectivo aceptando la complejidad del proceso. Los habitantes pueden organizarse en una asociación o participar en un proceso dirigido desde la administración. En ambos casos, no existe un cliente individual sino colectivo. Las soluciones pueden ser varias, como viviendas que se transformen con el tiempo o espacios que cada persona pueda adaptar a sus necesidades. El diseño del conjunto puede basarse en un estudio del lugar y un diálogo con sus habitantes. La participación presupone, por consiguiente, un giro en la educación de los arquitectos, ya que dejan de ser los únicos creadores de la obra, en este caso el espacio público o la vivienda colectiva, y comparten el control sobre ella, para crearla en colaboración con los habitantes. No obstante, es necesario que utilicen su conocimiento técnico para actuar como intermediarios, educadores y educandos, y no meros intérpretes de ideas y administradores. Más allá de llegar a un consenso entre los ciudadanos y la administración para encontrar la solución perfecta, el asesoramiento técnico-social consiste en negociar y estudiar las demandas de los habitantes para definir prioridades y hacer un juicio concreto de la situación. En este juicio el arquitecto necesita tomar en cuenta, por ejemplo, los recursos materiales, de mano de obra y financieros de que dispone la comunidad, la normativa vigente en el lugar donde se va a construir, el impacto ambiental de la construcción y, a partir de esto, ofrecer diversas soluciones fundamentadas. En un proceso participativo los arquitectos aceptan que las personas son diferentes y que poseen diversos tipos de necesidades, motivadas por diferencias biológicas, sociales y culturales. Entre ellas se encuentra la necesidad de subsistencia y protección, pero también de identidad y libertad, que canalizan a través de la participación en la creación del entorno edificado. Los arquitectos, por tanto, necesitan considerar que el entorno edificado, además de proteger, identifica a sus habitantes y que, por tal razón, ellos buscan formar parte de su creación. Cada persona, habitante de una comunidad, se identifica en términos de similitud con los otros miembros del colectivo, ya que poseen costumbres y tradiciones en común, y de diferencia, ya que se destaca como un ser único, con necesidades particulares. Es decir, las particularidades típicas de cada persona definen su identidad. Cada individuo se identifica con “el otro” pero también con el espacio que habita, que es tanto proyección como espejo de sus acciones y su forma de pensar. Asimismo, cada comunidad, o colectivo, intenta resaltar las diferencias que la distinguen. Esto ocurre, generalmente, en la construcción vernácula o popular, mientras que en la construcción industrial se edifican estructuras que en ocasiones que no responden a la cultura e identidad de un colectivo sino la cultura de masas de una sociedad industrializada. Ante tal panorama, en los procesos participativos se pretende que las personas colaboren en el diseño de comunidades distintivas a partir de sus características y objetivos comunes, sin que dejen de definir su identidad particular. Entre todos pueden imaginar su futura comunidad y crear el relato que la convierta en realidad. De esta forma, la ciudad tradicional resulta en la ciudad imaginada. Tanto la identidad individual como la colectiva deben ser consideradas en los procesos participativos ya que cada habitante necesita que el espacio construido sea reflejo de su idiosincrasia, de las características que lo distinguen. Al participar en el diseño del entorno edificado los ciudadanos eligen las características que definen el lugar en el que habitan, que los identifica. Se rigen entonces por su sentido de pertenencia, ya que formar parte de un proceso participativo es también formar parte de un lugar.

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En Puerto Rico existen varias organizaciones que realizan procesos de participación ciudadana para llevar a cabo proyectos en espacios públicos. Desde los años 70 arquitectos como Edwin Quiles han trabajado con las comunidades en la toma de decisiones para la construcción de su entorno. Algunas de las herramientas utilizadas por él para promover el diálogo y el entendimiento del espacio donde se llevaría a cabo el proyecto son las maquetas y los mapas interactivos. Por ejemplo, a una maqueta de sitio realizada para uno de sus proyectos, se le podían añadir y quitar módulos de edificios y también se le podían añadir notas con cualidades de los espacios. El proceso es educativo en la medida que se puede apreciar como cada decisión de diseño puede afectar el contexto inmediato o como el contexto ayuda a sentar unas pautas para el diseño. Iniciativas actuales como el Proyecto Enlace del Caño Martín Peña y la Oficina de Alianzas del Municipio de San Juan con el proyecto de Presupuesto Participativo, responden a la descripción de Wilcox del cuarto nivel de participación. Los planificadores, urbanistas y arquitectos del Proyecto Enlace, por ejemplo, trabajan con líderes de las ocho comunidades del Caño Martín Peña, denominados G8, y con el Fideicomiso de Tierras, que determina que las viviendas y locales son de individuos o familias pero las tierras son del colectivo o la comunidad protegiéndolas así de la especulación. Algunas herramientas de participación utilizadas por el Proyecto Enlace para involucrar a los residentes en el proyecto del dragado del caño y otros relacionados son las maquetas preparadas en grupos, guías de construcción y folletos informativos. En el caso del proyecto de Presupuesto Participativo se crean grupos de delegados de las comunidades con los cuales se trabaja para desarrollar las propuestas de los residentes de mejoras permanentes en el entorno y que éstas se puedan llevar a votación. En las reuniones con los delegados se discute cada propuesta y también se realizan talleres o dinámicas en las que pueden ver diversas formas de desarrollarlas. Desde otra perspectiva, el Taller de Diseño Colaborativo, que se compone de estudiantes de arquitectura, y la organización sin fines de lucro La Maraña responden al quinto nivel de participación de Wilcox apoyando iniciativas comunitarias como la Casa Taft 169 (proyecto de ocupación de una estructura abandonada para convertirla en un centro cívico), con procesos participativos que les ayudan a encontrar soluciones para sus necesidades de espacios comunitarios. Algunas herramientas de participación utilizadas por el Taller de Diseño Colaborativo son los dibujos de fachadas y mapas con íconos de cortar y pegar con propuestas, una pared pizarra en una estructura en ruinas para la expresión de deseos comunitarios, una línea de tiempo (“timeline”) interactiva para promover la historia oral como descripción del espacio, estaciones de juegos con preguntas y una maqueta intercambiable e colaborativa para evaluar y combinar diversas soluciones de diseño. La Maraña, por su parte, utiliza el método de “Human Centered Design” que promueve un diálogo con preguntas abiertas y de empatía con el futuro o posible usuario de los espacios que se diseñen. Por su parte, colectivos como el Taller Creando Sin Encargos, transforman espacios abandonados o en desuso de comunidades, implicando a estudiantes, voluntarios y residentes con técnicas de participación en el diseño y construcción de las intervenciones. Una de las herramientas utilizadas por el colectivo es un taller de fotografía con niños a manera de cacería de imágenes (“scavenger hunt”) según un cuestionario que ayudó a identificar espacios con potencial de cambio en la comunidad de La Perla.

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Otra forma de incentivar la participación ciudadana es la creación de promoción, folletos o caricaturas como es el caso de “El Súper Ciudadano”, creado por la Fundación para un Mejor País, con historias en las cuales los residentes se convierten es súper héroes que tienen el poder de mejorar las condiciones de su comunidad con sus decisiones y acciones. Este tipo de ilustraciones informan, educan e involucran a los residentes, promoviendo el cambio hacia un entorno más acorde a las necesidades pero también a la idiosincrasia de las comunidades. Las herramientas de participación utilizadas en los ejemplos anteriores permiten una participación amplia, buscando que cada voz pueda ser escuchada más allá de las reuniones. Asimismo, la utilización de imágenes o figuras permite que las decisiones sean más fáciles de visualizar y evaluar asegurando que el proceso sea didáctico. Al igual que en el diseño de espacios, no existe una fórmula o herramienta ideal. Cada caso es diferente e inherente a la cultura y al tipo de población que existe en el lugar. Lo importante es que cada proceso, más allá de ser participativo es colaborativo, en el que todos aprenden, todos son escuchados y todos aportan, de manera que los espacios no solo se diseñan y se construyen para la gente sino con la gente. [1] Freire, Paulo. “Educación y participación comunitaria”, Nuevas perspectivas críticas en educación. Barcelona: Paidós, 1994, p.3 [2] Romero, Gustavo y Mesías, Rosendo. La participación en el diseño urbano y arquitectónico en la producción social del hábitat. México: CYTED, 2004 [3] Wilcox, David. The guide of effective participation. London: Joseph Rowntree, 1994 [4] Levin, Peter. “Participation in planning decisions”, Design Participation. London: Academy Editions, 1972, p.35

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