La Palabrea Pacificadora de la Oración

June 28, 2017 | Autor: C. Mendoza | Categoría: Biblical Theology
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Descripción

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La palabra pacificadora de la oración1

Claudia Mendoza Introducción Con ocasión de una invitación a participar del Foro del Primer Panel de las Jornadas organizadas por el ISER, cuyo título fue “La paz en los textos bíblicos”, me propuse en ese momento tratar de tomar una (sola) idea de cada una de las tres exposiciones principales del Panel –por demás sugerentes– y transformarlas en el eje principal de mi intervención. De la exposición de la Rab. Arq. Graciela Grynberg me quedé con la idea de que “Shalom” es construir un camino hacia Dios, y que tiene que ver con “completar y estar completos”, con “integridad”, con “retribuir”, con “equilibrar”, con “pagar”. De la ponencia del R.P. Dr. Aldo Rainieri tuve en cuenta su interesante mirada sobre la compleja cuestión de la realidad del mal y la violencia, tan presentes en la vida de quienes estamos hechos “a imagen y semejanza de Dios”, uno de los más grandes obstáculos para la posible construcción de ese camino que es el “shalom”. Y de la intervención del Rdo. Dr. Néstor Míguez, el desafío y la responsabilidad de “derribar muros” –y no construirlos– para alcanzar la anhelada meta del “shalom” que nos ponga en camino, como humanidad plena y pacificada hacia Aquél que es nuestro origen y nuestro destino. Soy consciente de la enorme riqueza del los trabajos citados –y aprovecho esta ocasión para agradecer a Graciela, a Aldo y a Néstor el gran esfuerzo de reflexión y síntesis que tan competentemente nos han brindado – y pido disculpas si, al quedarme sólo con una idea de cada uno, no he hecho justicia a sus aportes tan logrados como generosos. Pero pretender más que eso hubiera sido para mi completamente inabarcable. ¿Cómo es el ser humano llamado al “shalom”, es decir, a construir un camino hacia Dios? Sin lugar a dudas, es un ser capaz de hacerlo, es “ imagen de Dios”. Y de hecho, en innumerables ocasiones y de diversas maneras son muchos los caminos que, “derribando muros”, el ser humano ha construido hacia Dios. Místicos, santos, hombres y mujeres de Dios, de ayer y de hoy, lo demuestran sin cesar. Pero también, la experiencia enseña en forma irrefutable que, el ser humano, aún en nombre de Dios, aun siendo “imagen de Dios”, puede ser muy destructivo y violento. La persistencia del fenómeno de la violencia a lo largo de los siglos, en todas las culturas, impregnadas o no por la fe y/o la religión, y en condiciones profundamente diversas, obliga a pensar seriamente que esa condición está bien arraigada en el corazón de la humanidad. No verlo, no tenerlo en cuenta, no analizarlo, no considerarlo, sería más que ingenuo y no conduciría a nada. La aproximación psicoanalítica al misterio del hombre nos ha hecho menos incautos en lo que respecta a la violencia. Según esta escuela, es imposible suprimir esta tendencia del ámbito de la vida humana, ya que se trataría de un elemento esencial de la personalidad2. La educación y el 1

Este trabajo contiene ideas ya adelantadas en una conferencia pronunciada en el Auditorio “Santa Cecilia” del Campus Universitario de la UCA en Puerto Madero el 21 de octubre del 2005 en la “Jornada Internacional sobre Religiosidad y Violencia: La violencia como antítesis del amor” organizada por la AIEMPR [Asociación Internacional de Estudios Médicos, Psicológicos y Religiosos]. 2 “Parece ser que el sexo y no la violencia es el centro del interés del freudismo. Pero el relato mítico que adopta el psicoanálisis como fórmula del desquiciamiento humano es el de Edipo. Y Edipo es

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ambiente civilizado lo mismo que tendencias al amor y a la socialización –que también existen y están tan arraigadas como las anteriores– no serían siempre suficientes para modificar las tendencias primitivas al egoísmo, al dominio, a la violencia, a la crueldad. Hacer frente a la agresividad humana –para evitar que desemboque en conductas destructivas– es un problema moral y educativo-cultural que exige ser seriamente considerado. Es una gran cuestión que no se resuelve sólo con bellos discursos ni con buenos sentimientos. "El impulso de muerte" que cada uno lleva dentro de sí no debe ser infravalorado. Más bien es necesario –si de veras se quiere transitar sendas de plenitud (de “shalom”)– sacarlo a la luz y tomar conciencia de que la agresividad destructora, la tendencia al dominio, tiene que ser controlada, sometida, encausada, orientada, ordenada –tanto en el ámbito de la persona como en el de la sociedad– al crecimiento en el amor. Y la religión –o, mejor aún, la fe– puede ser un factor importante para lograrlo. Aunque, mal entendida, lamentablemente, no será más que parte del problema. La Palabra de Dios no peca de ingenuidad. Desde las primeras páginas de la Biblia y a lo largo de todo el arco del trayecto históricosalvífico, la Escritura toma muy en serio la tendencia (auto)destructora del ser humano, que no deja de hacer crecer el “mal” y la violencia. En este horizonte se desarrolla nuestra existencia real y concreta y desde allí experimentamos el desafío de abrir caminos "sanantes", orientadores y esperanzadores que nos permitan salir de los surcos ciegos, toscos, arrebatados, iracundos que vamos construyendo implacablemente en nuestro andar. Propongo un recorrido por las Sagradas Escrituras que nos lleve a transitar de una manera más simbólica que exegética por la experiencia del ser humano –sobre todo, el religioso– que, conciente del mal y la violencia que lo aprisionan, anhela ser sanado y, recuperando su condición de “ imagen”, alcanzar la meta del “shalom”, aunque resulte “costoso”. Por eso me preguntaré primero en qué consiste bíblicamente “ser imagen de Dios” y de qué maneras el ser humano ha contrariado esa su condición creatural. Luego intentaré mostrar que una auténtica experiencia religiosa, oyente de la Palabra y dispuesta a dejarse transformar por el amor del Padre en la oración, tiene un enorme poder sanante, “pacificador”, y ayuda activamente a responder fielmente y con integridad, al que nos hizo a su imagen y por puro amor. 1. Ser “imagen de Dios” “dominando” lo infrahumano3 "Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra... 28Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra» " (Génesis 1,26.28) inseparablemente incestuoso (sexo) y asesino (violencia) de su padre: estas dos transgresiones marcan su relación con el origen” (Beauchamp, P. – Vasse, D., "Reflexiones a dos voces sobre la violencia. Un exégeta – Un psicoanalista", en: Id., La violencia en la Biblia, Navarra, Cuadernos bíblicos 76, 1992, 24); Cf. L. Beirnaert, "Irriducibile violenza", en: Id., Verso una teologia della violenza?, Brescia, 1969, 61-82. S. Freud, "El por qué de la guerra", en: Id., Obras completas VIII, Madrid, 1973, 4307s. 3 Cf. S. Croatto, El hombre en el mundo. Creación y designio. Estudio de Génesis 1:1-2,3, Buenos Aires, 1974. Beauchamp, P. – Vasse, D., "La historia primitiva. Las semillas de la violencia", en: Id., La violencia en la Biblia, 7-15.

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El ser humano está hecho para tratar de parecerse sólo a Dios, de quien es imagen. Así "lo piensa" y así "lo hace" su creador. Pero, ¿en que consiste, según el texto programático de Génesis 1,26-29, el hecho de ser "imagen y semejanza de Dios"? A esta pregunta se le han dado a lo largo de la historia inumerables respuestas, de lo más variadas4. Nos quedaremos sólo con una, que surge del texto mismo, concretamente, del “mandato”, del “objetivo”, del “para qué” Dios lo hace “a su imagen”. Este “objetivo”, este “mandato”, este “para qué” queda expresado con cierta insistencia en la Escritura en términos de "dominio" (radfh), de "sometimiento" (kaba$). De sometimiento de la tierra, de dominio de los animales. “Imagen”, entendida desde esta perspectiva, resulta una categoría mucho más dinámica que estática. Ser “imagen y semejanza de Dios” es algo dado –por el Creador– pero también es una tarea que la creatura está llamada a realizar. Dios-Creador ha dejado en la tierra a su propia "imagen" como hacedor, como señor del mundo recién formado y dispuesto para él. Cuando el hombre se multiplique y domine, someta la tierra y –en particular– a los animales, estará actuando “su mandato” de ser-imagen-de-Dios.5 Recibe fuerza para ello del poder eficaz de la bendición divina, de la Palabra de Dios que lo bendice –y que él es capaz de escuchar– y tendrá que ejercer ese dominio delegado y encomendado –ya que es imagen de alguien que actúa por la Palabra– también mediante la palabra,6 aquello que lo hace radicalmente distinto del universo animal. 4

Estas respuestas pasan por: (1) Interpretar o no "semejaza" como sinónimo, complemento o atenuante de "imagen”. (2) Por entender las categorías tanto en términos "corporales" –dado que se transmite de padres a hijos "por generación"– como en términos o "espirituales" –como inteligencia, voluntad, libertad–. (3) Por entenderlo a manera de "representación", de estar presente en la "imagen" de un modo u otro la realidad representada. En este sentido el ser humano en cuanto “imagen” de Dios sería algo así como una presencia "real" de Dios en la tierra. 5 "Este «dar paso» al hombre es la gran gesta del Dios bíblico" –dice S. Croatto, 198– a diferencia de los mitos contemporáneos o anteriores, que acentúan precisamente lo contrario, es decir, "la determinación de los destinos" por los dioses. Si la dominación del mundo (infrahumano) es la "intención" del designio divino de crear al hombre, significa que, a nivel del texto, este es el tema central. El ser humano aparece de una manera equilibrada en una posición intermedia en el universo: entre Dios y el reino inorgánico o animal. Es distinto del animal (aunque tienen cosas semejantes con él). Ha de mantener ese equilibrio de "ser imagen de Dios", evitando la desmesura (pretendiendo ser más que "imagen") o el rebajamiento de su dignidad (renunciando a ser más que el animal). Y, sobre todo, Dios en ningún momento le manda aquí que domine o someta a otros seres humanos. 6 Así lo sugiere el texto que da cuenta del primer contacto del humano con los animales: Gén 2,19 y así se ve simbólicamente confirmado por el régimen alimenticio "vegetariano" original (Génesis 1,29). El hombre pensado originalmente por Dios no se “alimenta” derramando sangre. Después del diluvio –que constituye un nuevo comienzo y un "nuevo orden": el presente– se vuelve a hablar del dominio de los animales y de las prescripciones alimenticias, pero en términos muy diversos: "Que el temor y el miedo a vosotros esté en todo viviente de la tierra... En vuestras manos han sido puestos... Toda bestia que esté viva os servirá de alimento" (Génesis 9,2.3, cf. 9,1-7). Ahora, a diferencia de Génesis 1,29, Dios entrega los animales al hombre como "presa". Es comprensible entonces el temor y el miedo del animal al hombre. Ya no se trata de un "dominio no-violento". Se trata de otro tipo de "dominio" y, por tanto, de ser "imagen de Dios" de manera diferente. ¿Habrá que decir que Dios se muestra bajo otra imagen, que corresponde ahora a lo que es el hombre? Para compensar esta concesión hecha a la violencia, Dios

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Su capacidad de dominar, según el designio primordial, es más “lógica” que “violenta”. Cuando "no domine" "a los animales", fácil –y probablemente– terminará siendo él mismo dominado por ellos, empañando, oscureciendo su condición, su “tarea” de "ser imagen de Dios", de re-presentar, de hacer presente a su Hacedor. Eva/Caín: escuchar al animal o dominarlo "Hemos celebrado alianza con la muerte, y con el šeol hemos hecho pacto... porque hemos puesto la mentira por refugio nuestro y en el engaño nos hemos escondido" (Isaías 28,15) La furia homicida que captura a Caín y se apodera de él aparece expresada simbólicamente en el texto bíblico como una "fiera que acecha". Dios, al verlo cabizbajo e irritado, le advierte: "...si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar" (Génesis 4,7). Este simbolismo "animal" ya había aparecido en el texto sagrado cuando una "serpiente" invitaba a su madre Eva a desconfiar de Dios y de su "mandamiento", y ella –como su hijo Caín después– en vez de a Dios, "escuchó al animal" –a uno de aquellos seres en los que "el adam" no encontró un “interlocutor" adecuado que "lo auxilie" en su peligrosa fragmentariedad (Génesis 2,20)– y se dejó guiar por él. No siguió la palabra de Dios sino que sucumbió ante “la voz” del animal, de lo inhumano, de lo infra-humano, de lo pre-humano, que le hablaba tanto desde afuera como desde adentro. Simbólicamente hablando, "no lo dominó", "no lo sometió", como lo "exigía" su "ser imagen de Dios". Actuó idolátricamente, "a imagen”–no de Dios sino– “del animal". Ahí parece estar simbólicamente oculto el misterioso origen (del pecado) de la violencia. Es esa bestia acechante, "monstruosa" la que estamos llamados a dominar o ella nos someterá implacablemente (cf. 1 Pedro 5,87), multiplicándose voraz, intensa e incansablemente, "de generación en generación" hasta subyugarlo todo (Génesis 6,5.11-128). Como si estuviera escrito en la naturaleza misma de la violencia un dinamismo propagador expansivo –el de los comportamientos (infra)humanos descontrolados– que genera una violencia cada vez mayor, hasta terminar con todo. El hombre había sido puesto en la existencia desde el origen para multiplicar la vida, no la muerte, la "imagen de Dios", no la imagen del animal, por la fuerza de la bendición (Génesis 1,28). En lugar de "llenar la tierra de Dios", multiplicando "la imagen" que lo hace presente, prohíbe "comer la sangre" –símbolo del principio de la vida, cuyo dueño es Dios– de los animales que mate el hombre (Génesis 9,4). E, inmediatamente a continuación se recuerda el tema de "ser imagen" vinculándolo a la prohibición del homicidio, de “derramar sangre humana”: Génesis 9,5-6) y al mandato de multiplicarse (Génesis 9,1.7; cf. 1,28a), de multiplicar la vida, de la que no es dueño, no la muerte. 7 1 Pedro 5,8 "Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar". 8 Génesis 6,5.11-12 "...la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo […] v11 La tierra estaba corrompida en la presencia de Dios: la tierra se llenó de violencias. v12 Dios miró a la tierra, y he aquí que estaba viciada, porque toda carne tenía una conducta viciosa sobre la tierra". Cf. Génesis 8,21.

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"escucha al animal" –ícono simbólico de la violencia9– inundando su propio habitat de letal monstruosidad. 2. Ser “imagen de Dios” por la palabra "Envía tu luz y tu verdad, ellas me guíen" (Salmo 43,3) "Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad" (Juan 17,17) El hombre imagen de Dios es un ser que puede hablar, que puede oír: un “ser hablante” 10 –no así el animal– y está llamado a “realizar” su "ser-imagen" también por su capacidad de hablar, de decir, de decirse, de escuchar. Esa es su forma "original" de cumplir el mandato divino de dominar, de someter a “las bestias”, si lo hace en conformidad con su ser de “imagen”, "según la verdad". Cuando intente hacerlo de otra manera, con violencia –deformando su condición de ser "imagen" de su Hacedor– se verá irremediablemente afectada por esa violencia también su propia palabra, su hablar, su capacidad de comunicación, su capacidad de comprensión, su decir, su escuchar. Y de múltiples maneras: con mentiras, engaños, ignorancia, distorsiones, adulación, calumnias, difamación, falsedad, fraudes, falsa religión, mutismos, a-dicción. Se verá perturbada su capacidad de acceder a la verdad, sustituyéndola, suplantándola por imágenes –por ídolos–, se verá comprometida su capacidad de acceder a sí mismo y a los demás, de comprenderse, de dialogar. Al distanciarse de quien es imagen, se distanciará inexorablemente de la verdad. Así será cada vez menos humano, se parecerá cada vez más al “no-hablante" animal. En esta situación también corre seriamente el riesgo de "animalizar a Dios", trocándolo por una imagen deformada –un ídolo– o –en formas más veladas pero no menos perversas– bajo la apariencia de una piadosa religiosidad. Dios mismo terminará siendo víctima de la violencia del discurso. El Dios del violento termina siendo violento.11 Y una vez que se le imputa la propia 9

No porque el animal sea violento o cruel (de ninguna manera lo es). "No hay violencia más que desde el momento que intervienen el hombre [...]. El hombre "proyecta" su violencia en el animal. El mundo animal, por la multiplicidad que lo constituye y lo divide, simboliza esos aspectos disociados del hombre que pueden llegar a reconciliarse entre sí o, por el contrario, explotar en conflictos. En efecto, cada animal presenta al hombre un aspecto de su ser: fuerza, belleza, rapidez, solidez, fecundidad... Al querer captarse a sí mismo, el hombre no capta más que lo que es captable: no a sí mismo, sino una parte tan sólo de él mismo" (P. Beauchamp– D. Vasse, "Interpretación: La imagen divina como mansedumbre, el ídolo como violencia", en: Id., La violencia en la Biblia, 11) 10 "…fórmula que invierte Lacan llamándolo un «hablantente», para significar que es el hablar lo que le hace ser y no viceversa (étre parlant - parlêtre)" [P. Beauchamp– D. Vasse, "Interpretación: La imagen divina como mansedumbre, el ídolo como violencia", en: Id., La violencia en la Biblia, 10]. 11 "El hombre, a través de ese cristal que son sus propias lentes, ve a un Dios violento. Esto no quiere decir que no vea a Dios... Dios no se hurta de esa mirada deformada. Dios acepta pasar por esa visión. Pero es para transformar esa violencia y convertirla. Esto se produce en la historia no por efecto de una simple decisión humana. En la vida o en la Biblia llamamos muchas veces violencia a lo que no es más que la revelación de nuestra propia violencia" (P. Beauchamp– D. Vasse, "En la imagen de Dios, la violencia humana", en: Id., La violencia en la Biblia, 12).

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violencia, se lo rechaza o –después de haberlo hecho "a imagen nuestra"– se lo obedece sin vacilar.12 ¿Cómo reecuperar al Dios verdadero? La Escritura señala un camino posible: purificar el discurso reencontrando la Palabra y abriéndose a la experiencia transformante de la oración, de la oración verdadera, "en Espíritu y Verdad" (Juan 4,23). Reencontrar la Palabra, abrirse a la oración "Tenme piedad, Señor... sáname" (Salmo 6,3) "yo soy el Señor, el que te sana" (Éxodo 15,26) "su Palabra envió para sanarlos y arrancar sus vidas de la fosa" (Salmo 107,20) La violencia niega la palabra, se niega a nacer de la Palabra, impide el encuentro con la palabra fabricando imágenes, ídolos, "idealizaciones". Sin palabra dicha y escuchada no hay verdadera vida humana. Nacemos de la palabra y crecemos y vivimos en perfecta salud sólo si nos hablan y nos escuchan, sólo si hablamos y escuchamos. La palabra, si es verdadera, si dice verdad, ordena, nos ordena, nos da inteligencia, nos crea como sujetos, nos devuelve el rumbo original. Y es capaz de contrarrestar la brutalidad de la violencia y permitirnos reencontrar la integridad –el shalom– del designio primordial. Porque ese designio primordial de integridad, de shalom, de dominio no-violento del animal que todos llevamos dentro, según la narrativa bíblica, fracasó. El mundo se llenó de violencia (Génesis 6,5.11-12; 8,21), se vació de palabra. Se hizo sordo a la voz divina –que persiste en seguir gritando: «¡Escucha!» (shemá)– sofocada por la voz sutil del animal, que perturba desde dentro y acecha desde fuera. Pero la violencia, la animalidad, no es la última palabra. La bestia acechante (Génesis 4,7) puede ser dominada, la cabeza de la serpiente lacerante puede ser aplastada (Génesis 3,15), la imagen divina que todos llevamos grabada, que se ha ido oscureciendo al ritmo de nuestro andar, puede ser restaurada, puede volver a resplandecer, puede volver a brillar. “Casa de Jacob, ¡vamos! y caminemos a la luz del Señor” (Isaías 2,5). La Palabra primordial, fuente y sentido de toda palabra, Aquella por la que existimos, la Palabra de Dios, nuestro Hacedor, que nos sigue hablando, abre sendas, ilumina los caminos, vence las tinieblas, resuena con pleno poder y vitalidad. “…en [La Palabra] estaba la Vida y la Vida era luz de los hombres, 5y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Juan 1,4-5).

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"...los símbolos religiosos influyen tanto en los códigos de comportamiento humano que una comunidad religiosa guardará cierta homogeneidad con su Dios; si se cree que este es violento, aunque sea por causas muy nobles y justas, también ella será violenta [...] y esa violencia, presente en Dios, resultará teológicamente justificada también en el mundo humano" (G. Barbaglio, Dios ¿violento?, Navarra, 1992, 5.21).

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Hay que volverla a escuchar. Hay que dejar que Ella construya el camino hacia Dios que es el shalom. “…por la palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos…” (Salmo 17,4) Sólo que es un camino que hay que aprender a transitar contando con la realidad de la violencia, la propia y la ajena13. No hay manera de eludirla, nos rodea, aparece implacablemente. Está metida en la psiquis humana y, por ello, no es de extrañar que también aflore en el espacio propio e íntimo de la oración, ahí mismo donde se hace posible el encuentro dialogante y transformante del ser humano con su Padre Dios.

Cuando la violencia asoma en la intimidad de la oración “¡Oh Dios, rompe sus dientes en su boca!" “Púdranse como hierba que se pisa” “Se alegrará el justo de haber visto la venganza, sus pies bañará en la sangre del impío” (Salmo 58,7a.8b.11) "…¡caiga la muerte sobre ellos, vivos en el šeol se precipiten…!” (Salmo 55,16) "¡Hija de Babel, devastadora, feliz quien te devuelva el mal que nos hiciste, 9 feliz quien agarre y estrelle contra la roca a tus pequeños! (Salmo 137,8-9) Las grandes figuras orantes de la historia de la salvación no tuvieron miramientos al momento de expresar ante Dios sus deseos más violentos, sus rencores más amargos, sus aspiraciones más vengativas. El Libro de los Salmos es un muestrario más que elocuente de ello14 –aunque pueden 13

Dice Denis Vasse: "La violencia es una fuerza de la noche. Es ciega y ciega a los demás. La violencia es ciega porque quiere reducirlo todo a ella misma por la fuerza. Niega la Palabra original que «establece la diferencia». Su leitmotiv inconsciente es: «No hay Otro» o «No hay diferencia» [...] El violento reduce el otro al mismo. Ve en el otro la imagen que tienen que someter porque le pertenece. Esto es... escaparse de la vida del Espíritu y negarse a nacer de la palabra. En cuanto sujeto, el hombre no existe... más que en la palabra [...] La violencia manifiesta un encuentro imposible de vivir. Concibe ese encuentro en el registro de una diferencia objetiva que hay que reducir para establecer la unidad [...] un encuentro vivido bajo una forma imaginaria como negación de uno de los términos, bien en la fusión o bien en la exclusión. La fusión, experimentada como confiscación intolerable en el aprisionamiento del doble. La exclusión, como abandono en un aislamiento sin vida" (Beauchamp, P. – Vasse, D., "Reflexiones a dos voces sobre la violencia. Un exegeta – Un psicoanalista", en: Id., La violencia en la Biblia, 25). 14 De hecho, muchos de estos salmos –y ciertos versículos de otros– fueron excluidos del nuevo ordenamiento romano de la "Liturgia de las Horas" por su contenido violento, porque hacen oír a

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nombrarse también a varios sabios, profetas y discípulos de Cristo que han expresado sentimientos de este tipo y que son transmitidos en las Sagradas Escrituras–.15 Si bien cabe reconocer que pedir a Dios venganza tiene una cierta "ventaja" ya que, al hacerlo, se la sustrae –si no del todo, al menos en parte– de la iniciativa humana, muchas veces incitada por el resentimiento y el rencor, también es necesario advertir que cuando la exigencia sin matices de violencia entra en el espacio de la oración termina por teñir de violencia los rostros de ambos interlocutores: el de Dios, porque de Él se espera, en última instancia, una acción violenta y el del orante mismo, que la desea con vehemencia. El que accede a Dios en este tipo de plegaria no imagina otro camino ni piensa en métodos no violentos para repeler el ataque cruel del adversario y vencerlo definitivamente. Pero también hay otras voces orantes que, si bien expresan sentimientos similares, muestran la posibilidad de salir de ellos por otras sendas, confiando en la acción sanante de Dios. Son personas que, en su oración, describen la situación amarga y desesperada, pero no imploran que Dios actúe con saña. O son plegarias de personas que se atreven a contar con meridiana claridad cuánto odian a los hombres sanguinarios, pero que ruegan al Señor que ponga a prueba esos sentimientos y los guíe por el camino de eternidad. En ese espacio, transformante, terapéutico, sanante, “pacificador” de la oración encuentran la posibilidad de descargar el odio, la amargura, la rabia, el rencor que sienten, en quien saben que los oye y los puede ayudar, sin multiplicar la violencia, sin que resulte dañado alguien más. Dos Salmos lo ilustran elocuentemente: el Salmo 22 y el Salmo 139: El Salmo 2216, es la oración de una persona que comienza lamentándose de un Dios que parece sordo y ausente, que no responde a su clamor rugiente: 22,2 "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado lejos de mi salvación la voz de mis rugidos v.3 Dios mío, de día clamo, y no respondes, también de noche, no hay silencio para mí"

"piadosos orantes" rogando a Dios la destrucción total, la aniquilación de sus enemigos, suplicando al Señor que "haga justicia" interviniendo con violencia. Se trata de los Salmos 58, 83 y 109. Algunos de los versículos omitidos en el nuevo ordenamiento litúrgico son 5,11; 21(20),9-13; 28(27),4-7; 31(30),1619; 35(34),3a.4-8.20-21.24b-26; 40(39),15-16; 54(53),7; 55(54),16; 56(55),7a.8; 59(58),6b-9.12-16; 69(68),23-29; 79(78),6-7.12; 109(110),6; 137(136),7-9; 139(138),19-22. Otros salmos no fueron excluidos, y, sin embargo, celebran el "eterno amor" del Dios que quema, que hace que la tierra trague, que ahoga, que hiere, que mata a sus enemigos: Sal 106,1.11.17-18 "¡Aleluya! ¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! ...v11 El agua cubrió a sus adversarios, ni uno solo quedó… v17 Se abre la tierra, traga a Datán, y cubre a la cuadrilla de Abirón; v18 un fuego se enciende contra su cuadrilla, una llama abrasa a los impíos...". Sal 136,1.11.17-18 "¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! ...v10 Hirió en sus primogénitos a Egipto, porque es eterno su amor... v17 hirió a grandes reyes, porque es eterno su amor; v18 y dio muerte a reyes poderosos, porque es eterno su amor...". 15 Un profeta: Jeremías 20,14-15.17-18; 17,18; 11,20. Un sabio: Sirácida 16,6-16; 28,13. Dos discípulos de Cristo: Lucas 9,54 [ver 1 Tesalonicenses 4,6; 2 Tesalonicenses 1,6-8; Hebreos 10,29-30]. 16 Salmo que, según los Evangelios de San Mateo y de San Marcos, estaba rezando Jesús a gritos, con fuerte voz en el momento final de su agonía (Marcos 15,34; Mateo 27,45).

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¿Por qué parece que abandona, que no responde? Si el orante sabe que Dios siempre está cuando se le habla, porque es un Dios que mora, que vive, que habita, que descansa en la oración de Israel: 22,4 “¡Pero tú eres el Santo, habitas en la alabanza de Israel!” La historia de su pueblo lo confirma. Es un Dios en quien se puede confiar, que libera, que no defrauda: 22,5 “En ti confiaron nuestros padres… v 6 a ti clamaron y se vieron libres, en ti confiaron sin tener que arrepentirse” Así, a pesar de la aparente sordera de Dios, el orante sabe que es escuchado y relata al que mora, habita, vive, descansa en su oración –la oración de Israel– su penoso estado. Es como un gusano que da asco. Todos se burlan ¡y se burlan de su confianza en Dios! 22,9 "Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo, v8 todos los que me ven de mí se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza: v9 «Se confió al Señor, ¡pues que él le libre, que le salve, si se complace en él!»” ¡Cómo no va a abandonarse en Dios! Él lo sacó del seno de su madre y lo llenó de confianza ya desde entonces, y ya desde entonces lo conoce como “Dios mío”. “Su Dios” no puede estar lejos, cuando la angustia está tan cerca… 22,10 “Sí, tú del vientre me sacaste, me diste confianza a los pechos de mi madre; v11 a ti fui entregado cuando salí del seno, desde el vientre de mi madre Dios mío eres tú” v12 No andes lejos de mí, que la angustia está cerca…” Cerca, muy cerca están los malvados, como bestias acechantes, como toros que acosan, como leones que desgarran y rugen, como perros que rodean. El orante teme, vacila, se derrama, se consume, tiene seca la boca, puede contar sus huesos, es frágil y vulnerable ante quienes hasta se reparten su ropa (22,13-19): 22,13 “Novillos sin cuento me rodean, me acosan los toros de Basán; v14 me amenazan abriendo sus fauces, como león que desgarra y ruge. v15 Como agua me derramo, mis huesos se dislocan, mi corazón, como cera, se funde en mis entrañas. v16 Mi paladar está seco como teja y mi lengua pegada a mi garganta… v17 Perros sin cuento me rodean, una banda de malvados me acorrala; mis manos y mis pies vacilan, v18 puedo contar mis huesos. Ellos observan y me miran, v19 reparten entre sí mi ropa y se echan a suertes mi túnica”

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Acosado y despojado, no destila odio ni pide venganza. Clama al que parece lejos que corra a librarlo de la espada, de las garras, de las fauces, de los cuernos de los que lo están acechando (22,10-22). Dios sabrá cómo. Él no le va a dar indicaciones a su Señor. Y tan seguro está en su confianza, que desde el fondo de su postración y su impotencia, se compromete a contar en la asamblea, en tono exultante de alabanza, que Dios nunca abandona, que escucha, que jamás oculta su rostro ¡e invita a todo Israel a sumarse ya desde ahora a su canto agradecido! (22,2325): 22,23 “¡Contaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré! v24 «Los que estáis por Yahvé, alabadlo, estirpe de Jacob, respetadlo, temedlo, estirpe de Israel. v25 Que no desprecia ni le da asco la desgracia del desgraciado; no le oculta su rostro, le escucha cuando lo invoca»” Todos lo tienen que saber. El canto y la adoración no puede interrumpirse, ni con la muerte: también los descendientes tienen que comprometerse en el servicio de seguir cantando y contando, para que el pueblo que aún no nació pueda saber que el Señor no tiene las manos atadas, que nunca está lejos, que, soberanamente, siempre obró: 22,28 “Se acordarán, volverán a Yahvé todos los confines de la tierra… v30 Ante él se postrarán los que duermen en la tierra, ante él se humillarán los que bajan al polvo. Y para aquel que ya no viva v31 su descendencia le servirá: hablará del Señor a la edad v32 venidera, contará su justicia al pueblo por nacer: «actuó el Señor»” El Salmo 139 lo canta un “orante” que se dirige a quien sabe lo conoce íntimamente, como nadie, que lo rodea por todas partes, que puede penetrar hasta lo más íntimo de su ser, que desde su nacimiento lo tiene ante su mirada, que nada se le escapa y, por ello, le canta admirado y agradecido (139,1a-18): 139,1 "Señor, tú me escrutas y conoces; v2 sabes cuándo me siento y cuándo me levanto, mi pensamiento calas desde lejos; v3 esté yo en camino o acostado, tú lo adviertes, familiares te son todas mis sendas. v4 Que no está aún en mi lengua la palabra, y ya tú, Señor, la conoces entera... v6 Ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla… v14 te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios tus obras…” Pero, de repente, en un brusco viraje, en un doliente lamento, comienza a hablar de gente impía, sanguinaria, intrigante, dolosa, adversaria de Dios, y no vacila en expresar sus horrendos sentimientos hacia ellos: le dan asco, los odia con odio colmado y ¡desea que Dios los mate! (Salmo 139,19-22):

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139,19 "¡Ah, si al impío, oh Dios, mataras, si los hombres sanguinarios se apartaran de mí! v20 Ellos que hablan de ti dolosamente, tus adversarios que se alzan en vano. v21 ¿No odio, Yahveh, a quienes te odian? ¿No me asquean los que se alzan contra ti? v22 Con odio colmado los odio, son para mí enemigos" Finalmente, el orante, volviendo a las palabras del inicio (139,1), se somete íntegramente a quien conoce su corazón y le pide que lo examine, que lo escrute, que evalúe si esos sentimientos lo están llevando a transitar por caminos de ira (sentir no es lo mismo que actuar), e implora a su Señor que lo conduzca por el camino de eternidad: 139,23 "Escrútame, ¡oh Dios!, mi corazón conoce, examíname, conoce mis lo que me perturba; v24 mira si camino de ira hay en mi, y condúceme por el camino eterno" “Orantes” de este tipo saben que el odio, el rencor, el deseo de venganza, la violencia, si bien no pueden evitarse, si pueden sanarse, curarse, “pacificarse”. Si no se sanan, si no se curan, si no se “pacifican”, si no “salen” sin dañar a alguien más, no se podrá transitar el camino de la eternidad, el que lleva recta e íntegramente –“beshalom”– hacia Dios. Y saben que, en el espacio de la oración, pueden encontrarse confiadamente con la Palabra y la acción del que los puede reconstruir desde dentro, devolverles la mirada, el brillo del rostro, la imagen perdida –por el sufrimiento, por el dolor, por la injusticia, por el cruel deseo de venganza, por la bestialidad acechante, propia y ajena, que siempre está dispuesta a aflorar– y así poder volver a reflejar, en forma cada vez más radiante, cada vez más plena, más restaurada, más limpia, más pura la gloria del Rostro del que a imagen suya nos creó. Todo es cuestión de aprender orar… “Señor, muéstranos al Padre” (Juan 14,8) "Señor, enséñanos a orar" (Lucas 11,1) "el mismo Dios que dijo: «De las tinieblas brille la luz», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo" (2 Corintios 4,6) "Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y Verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren" (Juan 4,23) Pedir que nos "enseñen a orar" no significa querer conocer técnicas de concentración, de relajación o de acceder a algún milagroso "mantra" que pueda abrir las puertas del cielo e instalarnos en la asamblea de los dioses. Se trata más bien de aprender a incorporar en nuestra

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existencia cotidiana la voz del Padre, a poner delante de Él nuestros pensamientos, nuestras experiencias, nuestros deseos y sentimientos, nuestros proyectos, nuestras miserias, nuestros miedos y angustias, también nuestras esperanzas, sabiendo que escucha, que consuela, que purifica, que encausa, que “pacifica”, que sana. Esa fue la vivencia profunda y personal de Jesús. Así supo mostrar con certeza el rostro del Padre (Juan 14,9). Así, en la intimidad de la oración, edificó su vida. Así también, suplicando intensamente, construyó caminos hacia el Padre en su propia muerte (Juan 14,6). Por eso, es quien máximamente puede enseñarnos a orar. Quién en vida fue un auténtico orante “en Espíritu y verdad”, caminó “derribando muros” (Efesios 2,14), y “aprendiendo obediencia” (Hebreos 5,8), llegó hasta el final fatídico de la cruz, hecho espacio de encuentro –tan áspero como plenamente filial– con la Voluntad del Padre en la oración. El autor de Hebreos describe con audacia extrema la pasión de Cristo en términos de súplica escuchada y de educación dolorosa.17 "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente 8y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; 9y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hebreos 5,7-9). La perspectiva de morir crucificado –y también traicionado, abandonado, injustamente acusado, negado, fracasado– provocó intensa angustia y desolación en el hombre Jesús, quien clamó y suplicó a Aquel que podía librarlo de la muerte (cf. Mc 14,33-36 y lugares paralelos). El autor de Hebreos resalta especialmente la manera como estos acontecimientos fueron arrastrados hacia la oración de Jesús. El impulso de querer escapar –que brotó del impulso de querer vivir–, de no amar como Dios le pedía que amara, no fue rechazado por el Nazareno sino que fue presentado al Padre en un diálogo suplicante. No tuvo reparos en expresar su deseo de huir –de no amar de esa manera– poniéndolo por completo en manos de Dios, para que sea Él quien eligiera soberanamente el camino a seguir. Una oración de este tipo siempre es escuchada. Este vínculo mantenido, esta palabra pronunciada, esta apertura a la acción divina –en el seno de una una agonía fatal y dolorosa– tuvieron un efecto transformante en el hombre Jesús. La plegaria modeló su deseo y, lejos de pretender imponerle a Dios una solución fijada de antemano, se conformó a Su Voluntad y bebió del caliz que Su Mano le ofrecía. Imploró la acción poderosa de Dios en la oración y la acogió en obediencia y docilidad, desde el fondo de su terrible tormento. Por ese padecimineto fue transformado (¿transfigurado?) y por ese sufrimiento aprendió “a ser hijo”, a imagen del Dios-amor, de un amor “no-violento”, entregado, débil, desarmado, “impotente”.18 Su sangre inocente no pide venganza. Su pasión orante y obediente logró enderezar en el escenario del patíbulo la naturaleza humana deformada por la desobediencia. En él fue (re)creado un hombre nuevo, totalmente conforme a la

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Cf. A. Vanhoye, “El camino seguido por Cristo”, en: Id., Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo, Salamanca, 1984, 136-147 (con indicación bibliográfica). 18 ”El Padre celestial revelado por Jesús no reacciona simétricamente a la violencia con la violencia. En una palabra, Dios no es omnipotente en la historia porque es no-violento, desarmado, antisimétrico, antimimético –en cuanto que no responde a los violentos con una acción igual y contraria–” (G. Barbaglio, “Dios le ha hecho justicia” en; Id., Dios ¿violento?, 233).

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intención divina y totalmente capacitado para la comunión perfecta con Dios en el amor 19. Así llegó a ser “para todos los que lo obedecen causa de salvación eterna” (Hebreos 5,9). Así también se manifestó ante todos como un verdadero hijo, un extraordinario maestro de obediencia y de oración. Algunas consideraciones conclusivas Construir el Shalom, derribando muros, sin dejarse vencer por el (ani)mal “…¡Paz, paz al de lejos y al de cerca! –dice el Señor–...” (Isaías 57,9) "La paz os dejo, mi propia paz os doy” (Juan 14,27) Dios nos llama al “Shalom”, a construir un camino hacia Él. Un camino que pueda ser transitado por todos, un camino sin muros, y, por eso, un camino amenazado a cada paso por todos los rostros de la violencia, los propios y los ajenos. La violencia no puede ser eludida: hay que enfrentarla, acecha como una bestia rugiente que nos quiere devorar. Hay que atravesarla, si se quiere llegar a algún lugar. Pero ¿cómo enfrentarla? ¿cómo atravesarla, cruzarla, transitarla, superarla? ¿Con más violencia? ¿Con más ceguera? ¿Con más brutalidad? ¿Construyendo muros? Es una gran tentación. La historia de la humanidad parece demostrarlo acabadamente. Pero, ¿es ese el camino? La violencia miente, miente sobre sí misma, escapa de la palabra, huye de la verdad, es el gran instrumento del “padre de la mentira”, no sabe de obediencia, no escucha, no habla, no le importa entender, no le importa el “otro”, desquicia la fuerza, rechaza de antemano, no soporta la diferencia. Nunca es un camino. Y mucho menos, un camino hacia Dios. Fijemos la mirada entonces en quienes nos mostraron otro camino. Los que se abrieron a la Palabra. Los que nos enseñaron a rezar. Los que dejaron de oír al animal y se dedicaron a escuchar a Dios. Los que no le tuvieron miedo a las diferencias ni rechazaron de 19

Su manera de intervenir a favor de los hombres no consistió en tomar la espada y en pelear (como el rey del salmo 45) sino que intervino de manera “sacerdotal”. Su docilidad total para con Dios y su amor incondicional a los hombres lo llevaron a tomar sobre sí hasta el fondo la condición humana, introduciendo en ella un dinamismo interno de cambio radical. Así es como quedó transformada la condición del hombre, no ya por una intervención exterior, de eficacia superficial, sino por dentro. La pasión constituyó para Cristo su manera de hacerse sacerdote (su consagración sacerdotal), ya que “en un único y mismo acontecimiento Cristo llevó a fondo su solidaridad con los hombres, bajó hasta lo más hondo de su miseria, y… abrió esa miseria, gracias a su oración suplicante y su adhesión dolorosa a la acción transformadora de Dios, que pudo por consiguiente crear en él al hombre nuevo, perfectamente unido al Padre y disponible a los hermanos. En Cristo transformado de esa manera se llevó a cabo la mediación entre el nivel más bajo de la miseria humana y las cimas inalcanzables hasta entonces de la santidad divina. Cristo, el que «ofreció y fue escuchado», el que «aprendió por sus sufrimientos la obediencia», se ha convertido en su propio ser en el mediador más completo” (A. Vanhoye, “Relaciones entre «todo sumo sacerdote» y «Cristo»”, en Id., Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo, 151).

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antemano. Los que no mienten. Ellos, como Dios, hablan, escuchan, entienden, saben, ven. Aprendamos a oírlos. Y sobre todo, no dejemos de escuchar nunca la poderosa “palabra de la cruz” (~O lo,goj o` tou/ staurou/; 1 Corintios 1,18), la que venció irreversiblemente a la violencia con la fuerza del bien y el potencia misteriosa y transformante del amor, del amor oblativo, manso, comprometido, valiente, generoso, íntegro, plenamente eficaz. Y así, podremos ser contados entre los muchos que se dejaron “pacificar” por el amor del Padre en el espacio privilegiado y sanante de la oración y aprendieron a amar como Dios quiere que amemos. Y, como ellos, tengamos mucha, pero mucha fe en el Amor (1 Juan 4,16).

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