LA PACIFICACIÓN DE ARAUCO

May 22, 2017 | Autor: A. Trivero Rivera | Categoría: Pueblo mapuche, Mapuche History, Araucania
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Descripción

LA PACIFICACIÓN DE ARAUCO En el paradero de Cruz del Sur de Valdivia, 18 de junio de 1998

“¿Qué edad tenía la guagua que mataron?”. “Dos años no más, tenía la gagüita, dos años no más. Y era varoncito...”. Quien me habla es una persona que hasta hace pocos minutos me era desconocida. Nos encontramos en el paradero de Cruz del Sur, en Valdivia. Estamos esperando que salga el pullman para Temuco y nos sentamos el uno al lado del otro para tomar cafecito. Llueve, pero no hace mucho frío. Me había mirado sin decirme nada, y yo no soy persona que toma la iniciativa de hablar con un desconocido. Fué él que al final, mirando la cámara fotográfica que llevaba en bandolera, me dijo: “no es buen tiempo, éste, para ir de turista”. Lo miré: andava vestido como persona de campo, tendría por lo menos unos sesenta años (después me di cuenta que era más joven, pero la vida no pasa igual para todos) y una cara bien india. “Es cierto, pero no me molesta la lluvia. Al contrario: me agrada”. “¿Alemán?” me preguntó. “No - le contesté con mi accento gringo - soy chilote”. Me fijó divertido: “¿acaso me está tomando el pelo?”. “No. Soy chilote, de Achao”. “Usted no se parece na’ chilote”. “No, no parezco chilote, y tampoco he nacido en Chiloé. Nací en Italia y viví en Chiloé solamente durante unos pocos años. Pero desde entonces me siento chilote, nada más que chilote, y no tengo otra patria”. “¿Y vive en Chiloé?”. “Ojalá! No, vivo en Italia, desde casi veinteicinco años”. “¿Y si le gusta tanto Chiloé, por qué se fue a vivir a Italia?”. “Porque yo no andaba de acuerdo con el señor Pinochet: teníamos ideas diferentes. Pero ese señor tenía argumentos muchos más firmes que los míos: él se quedó”. “Ya: se quedó. Y todavía no se va: sigue quedándose no más, y parece que a los chilenos les gusta así...”. “¿Acaso usted no es chileno?”. “Soy mapuche”. “Y los mapuches no son también chilenos?”. “¿Acaso los chilenos, consideran chilenos a los mapuches?”. Quedamos un rato en silencio, pero ya había algo en común: ninguno de los dos amaba a Pinochet. Ahora fui yo a interrumpir el silencio: “¿Usted es de Temuco?”. “No, soy de Cunco. ¿Sabe usted donde queda?”. “No”. “Yendo hacia la Cordillera. No es tan lejos de Temuco”. “¿Y es bonito?”. “Cunco no es gran cosa. Pero yendo más hacia la Cordillera, entonces sí que es muy lindo. Por allá queda el Volcán Llaima”. Quedó silencioso por un rato y despué añadió: “yo vivo en una reducción. Con Pinochet lo pasamos muy mal. Muy mal”. “Cuénteme”. “¿Para qué?”. “Porque es justo que se sepa lo que pasó”. “Ya no le interesa a nadie, lo que pasó. Chile es un país que se ha prostituido. La verdad, la justicia: huevadas, ¡puras huevadas! Lo único que quiere la gente, en este país de mierda, es ganar, ganar, ganar. Lo venden todo, por el dinero. La gente no quiere saber que es lo que pasó. Dicen que es porque hay que perdonar, pero no es cierto. Hay que hacer

plata, y recordar no sirve para hacer plata. Por éso que nadie quiere saber lo que pasó. Los muertos están muertos”. “A mi me interesa”. “¿Por qué? Usted es gringo, aúnque dice de ser chilote. ¿Por qué le interesa saber lo que pasó?”. “Porque no he venido a Chile para sacar bonitas fotos: para éso, mejor me compro unas postales. Vine porque quiero entender a este país, porque mi mujer pertenece a este país y es tan india como usted que vive en una reducción”. “Y si yo le cuento lo que pasó en mi reducción, ¿usted lo va a decir en Italia? Acá en Chile no le importa a nadie, pero puede ser que en Italia quieran saber, así como usted quiere saber...”. “Sí, lo voy a contar en Italia, y si usted cree, lo voy a escribir”. “Sí, éso es. Tiene usted que escribirlo, lo que le pasó a los mapuches di mi reducción. Yo se lo cuento, pero usted lo va a escribir”. "Los milicos llegaron en la madrugada. Todavía no amanecía. Con los elicópteros, llegaron. Eran dos, y desde arriba ametrallaban las casas. Con los megáfonos nos dijeron que teníamos que ir a la cancha de fútbol, todos, también las mujerse y los niños, con las manos levantadas. Así lo hicimos, no convenía desobedecerles a los milicos, así que todos nos fuimos no más a la cancha, todos, también las mujeres y los niños. Entonces bajaron los milicos y algunos nos rodearon, mientras otros seguían disparando hacia las casas. "Después nos separaron de las mujeres y de los niños. Antes nos desnudaron y luego comenzaron a pegarnos con unos palos, preguntándonos donde estaban los dirigentes, los guerrilleros. Pero no había ningún dirigente, ningún guerillero: nosotros se lo decíamos, y ellos más nos pegaban y volvían a repetirnos las mismas preguntas. También nos torturaban con la corriente electrica, con una maquinita que tenían. Pero lo peor fue que los milicos obligaron a las mujeres, también a las cabritas, a desnudarse. Totalmente desnudas, quedaron, y ellos se reían, y las tocaban con sus manos sucias, como si los milicos no tuvieran madres, esposas, hermanas, hijas. Buen rato anduvieron los milicos en eso. A nosotros nos amenazaban con los fuciles, y también encañonaban a los niños, amenazándolos que los iban a matar si lloraban. Y los niños se qudaban callados por el miedo que tenían. Después a los milicos se les ocurrió otro juego: obligaron a las mujeres, que seguían desnudas, a pasar por entre las murras: una vez, y después otra vez, y otra vez más, y por mientras les disparaban cerquita de sus pies o por encima de sus cabezas. Todo su cuerpo le sangraba a las mujerese, pero esos animales seguían no más obligándolas a pasa entre las murras. Y después nos tocó también a nosotros, y mientras nos rasguñabamos en las murras, nos seguían apaleándonos. Duró así hasta la hora de almuerzo. "Entonces nos obligaron a tendernos en la cancha, también las mujeres y lo niños: era tanto el miedo que tenían, los niños, que nadie lloraba. Y mientras un grupo de milicos quedó allí, encañonándonos, otro se fué casa

por casa, destruyéndolo todo y robando todo lo que pudieron robar. No nos dejaron nada, nada nos dejaron los milicos. La platita, las pocas joyas que podían tener nuestras mujeres, todo se lo llevaron esos animales. Y no le bastó, que también dieron fuego a dos casas. Sin razón, así no más les dieron fuego, de pura maldad. "Cuando llegó la tarde, se llevaron a tres hombres y a un viejo. Los amarraron y a patadas y combos los subieron por encima de sus elicópteros y se lo llevaron. Decían que eran guerrilleros, pero no es cierto. Eran campesinos como nosotros, campesinos no más. Y cuando los elicópteros se levantaron, otras vez se pusieron a disparar, pero esta vez también en contra de la gente. Fué así que hirieron muchas personas, sobre todos mujeres, y mataron al viejo y a la guagüita. Dos años, tenía la guagüita, dos años, pero la mataron no más. Y siguieron disparando contra los animales, las vacas, los caballos. Nos mataron casi todas las ovejas, nos mataron. Habrán sido ovejas guerilleras, como la guagüita: solamente dos años, tenía, pero según los milicos habrá sido un guerillero, sino para qué la matarían? Eso, me pregunto yo, para qué la matarían a esa guagüita que era tan buena y que no lloraba siquiera?" “Pero, eso que me estás contando - ahora nos tuteamos - ¿lo viste con tus ojos, o te lo contaron?”. “¿No me crees?”. “Sí que te creo. Pero, ¿tú mismo viste lo que me contaste? ¿Con tus propios ojos?”. “Yo estaba allí. Ven a pasar algunos días en la reducción, a hablar con la gente. Vas a entender muchas más cosas que en la sede de la Conadi, donde sólo saben mentir, engañar. Ven a la reducción: allí todo el mundo se acuerda de lo que pasó. Nadie se olvida de nada... ”. Pero no sirve de nada recordar estas cosas. No hacen ganar dinero, y Chile es el jaguar de América latina. No tiene tiempo para detenerse.

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