La Otredad en el Bestiario de Julio Cortázar

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Descripción

La Otredad en el​ Bestiario​ de Julio Cortázar. Raisa Gorgojo Iglesias, Miami University (OH)

Ponencia leída el 4/05/12 en la 3 ​2nd Annual Cincinnati Conference on Romance Languages and Literatures.

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La Otredad en el​ Bestiario​ de Julio Cortázar. Raisa Gorgojo Iglesias Los personajes de Julio Cortázar nunca están solos. Al autor le gusta crear dobleces dentro de las personalidades y jugar con la noción de "figura", que el escritor define como "el sentimiento (…) de que aparte de nuestros destinos individuales somos partes de figuras que conocemos". Lo que implica la noción de figura cortazariana es que la identidad no puede construirse sin una otredad intrínseca o extrínseca al individuo. El otro puede ser una parte del yo, el otro puede estar fuera y ser "lo" otro o "el" otro. Es decir, la persona o personaje, como resalta Marta Morello Frosch, no pueden ser dos físicamente al mismo tiempo, pero sí tener varias identidades interiores capaces de identificar la otredad en sí, lo cual provoca un conflicto, pues una intenta sobreponerse a la otra. La otredad funcionará como condicionante fundamental de la trama, precipitando un desenlace fatal en la mayor parte de los casos. Tanto es así, que Mac Adam afirma que los cuentos de Cortázar se construyen recombinando “las tres funciones básicas: situación inicial, intervención de la presencia ajena y reacción a esa intervención.” Esta interpretación, acercándose más a una división de los elementos del cuento al estilo de Prop, rechaza implícitamente las lecturas psicoanalíticas y sociales, llevadas en ocasiones hasta tal extremo que Alazraki afirma que Alina, protagonista del cuento “Lejana”, es un sujeto susceptible de diagnóstico en lugar de un personaje. Así pues, en estas páginas se analizará de que manera influye la otredad en el Bestiario ​ de Cortázar en el argumento y en la trama, entendidas según Tomachevsky: “trama” como sucesión de acontecimientos y “argumento” como modo en que el lector se entera de ellos. En este estudio se propondrá, para ello, la interpretación de los elementos externos

como un caso de heterogeneidad identitaria que funciona como una fuerza

invasora. Nos detendremos en el análisis de “Casa tomada”, “Carta a una Señorita en París”, “Ómnibus” y “Bestiario” porque la otredad en todo ellos no sólo impide la libertad

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de movimientos, sino que limitándola y limitando los espacios, produce un efecto asfixiante. Los personajes pueden actuar de dos modos: no cuestionando la presencia invasora y adaptándose a ella o intentando ejercer su libertad para continuar su camino, aunque casi nunca lo consigan y el desenlace sea trágico. El otro siempre influye y es imposible escapar a él. Morello Frosch destaca que el personaje "se define por donde está en cuanto es un ente social; incluso su deseo de transgredir o trascender dicho ámbito (…) implica un esfuerzo por inscribirse en un contexto o vivencia distinta, estar con otros, en otro lugar y ser una cosa diferente". La fuerza invasora que constituye la otredad en ​ Bestiario se traduce en una alteración de la trama, y del destino del personaje. Ese deseo y su consecuente transgresión para alcanzarlo será el eje de la trama. Así pues, Cortázar nos ofrece su bestiario moderno, un índice de animales representativos de algún aspecto de la naturaleza humana. Revisitando un catálogo medieval o dieciochesco, en sus páginas se desgranan tipologías de animales en contacto con los personajes, formando incluso parte de ellos mismos, hasta el punto de que podría leerse ​ Bestiario ​ calculando el peso de la otredad animal. En algunos casos es fundamental, como en "Circe," ​ tanto por la fascinación que ella ejerce en ellos como por la posibilidad, sugerida dado el título del cuento, de que Delia esté convirtiendo a sus novios en animales cuando descubren su ​ otra ​ identidad, la de asesina o si se quiere, bruja. Sin embargo, en otros cuentos las alusiones a una otredad animal no son tan evidentes: los bailarines del Santa Fe Palace en "Las puertas del cielo" obedecen a instintos animales y primarios; podemos decir incluso que la masa, como ocurre en "Ómnibus," ve reducida sus características individuales como personas y se quedan en un totum revolutum bestial e inhumano. Asimismo, Alina comenta que un personaje tiene "cara de foca balbuceante", compara a su madre cuando duerme con un "pescado enormísmo" y afirma que su novio es "mi cachorro". En cualquier caso, todos ellos son “otros” que obstaculizan de algún modo la vida de los protagonistas. Pero también los

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narradores implícitos de los cuentos se sirven de analogías animals: el ómnibus es descrito como un animal en la jungla, rodeado de bocinas que "ladran" y locomotoras que "aúllan"; en “Bestiario”; Isabel describe a su primo como “Nino sapo” o “Nino pescado”; en "Casa tomada”,

las manos de Irene tejiendo son como "erizos plateados", teje con puntos

semejantes a un trébol, tiene voz de papagayo en sueños. Efectivamente, y citando a Jaime Concha, estamos ante un “espacio

de

monstruos, Bestiario por cierto lo es y desde su mismo encabezamiento; pero el secreto

de

su monstruosidad

reside más bien en los hilvanes del laberinto, en

paredes y rincones de una casa en constante metamorfosis.” Si Concha se dedicó a analizar la influencia del espacio y la casa como laberinto, nosotros nos proponemos entender la influencia del otro que la habita, algo así como el minotauro del laberinto, por continuar con la metáfora. Son tres los nexos existentes en los relatos que analizaremos con respecto a la influencia de la otredad. Primero, la invasión e interferencia en la vida cotidiana de una fuerza externa al ámbito familiar, representado en general por la casa, se erige en recordatorio de la existencia de un otro que vigila y condiciona la vida propia. Segundo, ninguno de los personajes parece cuestionar esa intrusión irreal. Tercero, las presencias ajenas, las voces/ruidos y los conejitos, aíslan al individuo de su mundo, y al hacerlo también le aísla de la cultura, es decir, de la civilización. Este aislamiento culmina con una expulsión definitiva de la casa. En su análisis sobre "Casa Tomada," Alazraki destaca que el relato se fundamenta en el silencio que los personajes guardan al respecto de la causa de ser acechados y perseguidos. Ese silencio es en realidad muy elocuente al pensar que conocer y poder explicar al otro es imposible, más aún cuando Cortázar juega con un narrador homodiegético que nunca dará al lector la información que los personajes sí tienen. Lo único que se le trasmite al lector es la constante sensación de opresión tanto en el interior de la casa como en la Argentina de 1939, en cuyo Buenos Aires se respira “un aire impuro

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y terroso, que dificulta la respiración.” El microcosmos que conforma el relato se repliega en sí mismo y no ofrece escapatoria. En ese sentido, el balance entre opresión y tensión es perfecto, pues las invasiones no pueden predecirse. Todo en el cuento funciona como una irrupción no deseada, como una invasión de cada espacio personal.

En palabras de Jaime Alazraki existe "una

oposición entre un orden (la vida de los hermanos en la casa) y una fuerza que conmueve ese orden (manifestada en el relato a través de los ruidos) y termina destruyéndolo (con el abandono de la casa por los hermanos)." Pero esa expulsión ya había comenzado dentro de la casa, porque cada estancia arrebatada alejaba a los personajes del mundo e la cultura, impidiendo el acceso a los utensilios para tejer, a la literatura francesa o incluso a una pipa para fumar. Esa sensación asfixiante y de aislamiento la comparte el protagonista de “Carta a una señorita en París”, donde nos encontramos ante un respetable traductor que se traslada al lujoso piso de una amiga por motivos de trabajo. Su única peculiaridad es la de vomitar conejitos, hecho perfectamente asumible al inicio del cuento, pero que terminarán convirtiéndose en una invasión en toda regla. A diferencia de lo que ocurre en “Casa Tomada”, siguiendo a Jaime Concha, aquí la casa no es invadida, sino destruida por el otro. Y habría que añadir que no sólo la casa, sino también, los elementos representativos de la cultura, como las pinturas o los tomos de libros. El personaje, de ese modo, se ve retirado del mundo exterior, incluso mostrando dificultades para desempeñar su trabajo como traductor. Paradójicamente, no es el hecho de vomitar conejitos lo que desespera al redactor de la carta, sino el hecho de no poder controlarles, sobre todo cuando ya han crecido y se convierten en puras bestias. Es decir, la otredad invasora puede ser aceptable y se puede convivir con ella hasta que rebasa ciertos límites. Al igual que en “Casa tomada”, al inicio nuestro protagonista tampoco intentó luchar contra el otro, ni cuestionarse el hecho de vomitar conejos. Así, en palabras de

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Andreu y Fonquerne (1968), estos personajes en ningún momento se cuestionan la presencia de lo extraño

y de hecho, acomodarán sus vidas a este nuevo elemento,

ignorando la inquietud y el miedo que sienten. No obstante, si bien el autor de la carta acomoda otra vez su vida en la casa prestada, cuando el vómito de conejitos se descontrola, finalmente, toma la iniciativa de terminar con su vida antes de que "el otro", terminen con ella, y se suicida. Hasta ahora hemos hablado del movimiento de dentro hacia afuera que fuerza la otredad en los personajes de estos cuentos, pero por contraste, en ​ Cefalea la invasión será doble, tanto en forma de mancuspias como de migrañas, que impedirá cualquier tipo de movimiento y sólo permitirá la permanencia, el estatismo. El clima no es por ello menos asfixiante y también se produce el efecto de aislamiento: por un lado, la sociedad repudia a estos personajes que se atreven a criar las mancuspias; por otro, los propios animales invaden su casa. La guinda la ponen las cefaleas que les aíslan en un dolor perpetuo consigo mismos, de modo que los personajes están paralizados y siguen adelante con sus rutinas de un modo obcecado, “alienados tanto por una fuerza externa como por sí mismos”, como apuntó Lanin A. Gyurko. Este autor propone asimismo que las mancuspias son una proyección que los personajes hacen de la enfermedad para entretenerse e intentar olvidar sus síntomas. Malva Filer who dice que los personajes de Cortázar son “seres que se aferran desesperadamente a un sistema de vida que, aunque absurdo, les da una falsa sensación de seguridad.” La otredad, en este caso, serviría en principio para perpetuar este sistema, pero el desenlace, cuando las mancuspias escapan a su control, muestra claramente que eso no es posible. Así pues, aceptando que las mancuspias son un reflejo de la enfermedad, es precisamente ésta el otro ajeno a la propia identidad, una invasión externa que condiciona cada aspecto de la vida hasta el punto de que ​ es la vida de los personajes, quienes terminan identificándose con el medicamento que utilizan para tratar su tipo específico de cefalea. Finalmente, los elementos múltiples que conforman la otredad se unifican en las últimas líneas del relato: “El cráneo comprime el cerebro como un casco de acero -bien

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dicho. Algo viviente camina en círculo dentro de la cabeza. (Entonces la casa es nuestra cabeza, la sentimos rondada, cada ventana es una oreja contra el aullar de las mancuspias ahí fuera)". Tampoco tienen escapatoria los personajes de “Ómnibus” y realmente, la sensación de asfixia que transmite este cuento es angustiante porque se desarrolla en un entorno claustrofóbico del que no hay escapatoria, pues los protagonistas insisten en que bajarse en la siguiente parada no es aceptable ya que han comprado un boleto de quince. En otras palabras, ello tampoco cuestionan las reglas establecidas, motivo por el cual les preocupa el ser distintos del resto por el hecho de no llevar flores. La otredad no invade propiamente en este relato: son ellos dos quienes entran en ella, suben al ómnibus sin haber acatado las reglas no escritas del juego. Por ello,

se ven censurados por las

miradas de demás pasajeros, que culminarán con los intentos de ataque por parte del revisor y el conductor. En este relato también se crea una sensación de asfixia similar a los demás, lo que le hace especial es que todo parece ser una impresión de los personajes. De ser así, el ómnibus y el momento de tensión serían una proyección de los miedos de estos personajes, como las mancuspias lo eran de la enfermedad. Sin embargo, lo que creemos que hace que la presión sea real y no imaginada es el hecho de que al bajarse, compran flores. Se uniformizan, el individuo, forma parte de la otredad, que ha conseguido restablecer un orden violado. Finalmente, el cuarto tipo de otredad que analizaremos es el de “Bestiario”, y se desmarca de los anteriores en varios puntos. A diferencia de lo que ocurre en los demás cuentos, en “Bestiario”, el espacio donde se desarrolla la acción, la casa, parece ser un símbolo de la libertad. Veíamos cómo, en palabras de Gyurko, en “Casa tomada” la mansión es un laberinto que, según el autor, simboliza la conciencia de los personajes En cualquier caso, es una fuerza opresora. La misma sensación de encierro la sufre el traductor que vomita conejitos, aislado

por su incontrolable secreto que le fuerza a

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realizar un movimiento hacia el exterior cuando le destruyen la casa. Y de nuevo, ocurre de idéntica forma en “Cefalea”, donde la casa es en sí misma es e otro asfixiante, Gyurko incluso propone que se trata de un psiquiátrico. Pero en “Bestiario” la casa es un símbolo de libertad, aun siendo vigilada por el tigre. En ese sentido, el tigre es a la casa lo que Isabel al formicario: “"Isabel se acercaba llevando la vela. Pobres hormigas, iban a creer que era el sol que salía. Cuando pudo mirar uno de los lados, tuvo miedo; en plena oscuridad las hormigas habían estado trabajando. Las vio ir y venir, bullentes, en un silencio tan visible, tan palpable. Trabajaban ahí adentro, como si no hubieran perdido todavía la esperanza de salir". En este punto, cabe detenerse para mencionar otro elemento que separa este cuento de los anteriores: la individualización de los personajes. El caso diametralmente opuesto es el de los protagonistas de “Cefalea”, quienes están reducidos a una masa casi animal, definidos solamente por sus síntomas y su rutina. Pero tampoco en los demás casos hay una caracterización de los personajes, sino que funcionan como pretextos narrativo. Isabel, por el contrario, tiene un papel activo que sólo se explica entendiendo su carácter y sus deseos. Como apunta Mac Adam, estamos ante

"la existencia de una

presencia ajena que todos reconocen pero que se niegan a investigar, se reproduce en el tigre. Isabel representa el catalizador que hace que finalmente el equilibrio se destruya". La diferencia fundamental, pues, es que Isabel sí cuestiona la presencia del otro, y no permite el estrangulamiento de la existencia de los habitantes de la casa, ni la propra. Metafóricamente, es ella quien hace que los personajes tengan que enfrentarse consigo mismos, es ella quien instaura un nuevo equilibrio haciendo que el tigre mate al Nene. Por ello, no parece alejado a los propósitos del relato afirmar que no sólo el tigre es el otro, sino Isabel, que va a la casa durante el verano a invadir sus espacios y a modificarlos. El relato no deja margen para preguntarse por el tigre, ya que su presencia es aceptada como lo fueran los conejitos o las mancuspias, sino que hay que preguntarse por Isabel, otro nivel de otredad en el relato.

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En este estudio se ha analizado la otredad como una presencia invasora, que cerca al individuo en un espacio vital mínimo, buscando imponer su orden y expulsándole cuando éste no lo acata. La otredad se manifiesta de muchas maneras en las páginas de Bestiario: ​ entidades, conejitos, maridos enamorados, tigres, visitas, la sociedad, mancuspias, enfermedades, hechiceras, dobles. Todos ellos, persiguen al protagonista para someterlo a unas reglas, condicionando su realidad y limitando su espacio al mínimo. Se ha visto en ese sentido cómo los escenarios descritos por Cortázar contribuyen a la creación de una sensación de asfixia y angustia. Ninguno de los personajes tiene escapatoria, la otredad es omnipresente. Incluso Alina (en cuyo relato no hemos podido detenernos) habiendo alcanzado su destino anhelado, resulta finalmente atrapada. Este patrón podría extenderse al resto de la obra de Cortázar, ya que la otredad, que no tiene que ser precisamente sinónimo de un doble o figura, teje sus redes en torno a los protagonistas, atrapándoles e influyendo en la trama. Es Cortázar quien le da forma en el argumento, jugando con los episodios oscuros y los silencios, nunca dando al lector el conocimiento completo de lo que está sucediendo.

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Borinsky, Alicia. "Juegos: Una Realidad sin Centros." ​ Estudios sobre los Cuentos de Julio Cortázar. ​ Ed. David Lagmanovich. Barcelona: Ediciones Hispam, 1975. 59-72.

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