La organización socio-política de la cuenca de México. La caída de Tula

June 28, 2017 | Autor: M. Guevara Chumacero | Categoría: Aztecas, OTOMI, MESOAMERICA, TULA REGION, Demografia Histórica
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Descripción

Guevara, Miguel (2007). La organización socio-política de la cuenca de México. La caída de Tula, Octavo Coloquio de Doctorado en Estudios Mesoamericanos, FFyL, UNAM. La organización socio-política de la cuenca de México. La caída de Tula Miguel Guevara Chumacero Posgrado en Estudios Mesoamericanos, FFyL, UNAM

El problema Sabemos

que

con

la

caída

de

Tula,

ocurrieron

profundas

transformaciones políticas que cambiaron por completo la fisonomía territorial y política que hasta entonces prevalecía en la cuenca de México. Este periodo, que se conoce con varios nombres, azteca temprano, pre-azteca, o segundo periodo intermedio fase 3, resulta ser clave para entender importantes cambios regionales. A pesar de su relevancia, este momento situado entre 1150 y 1350, es una “edad oscura”, que incluso en los mapas del proyecto cuenca de México, se muestran amplios sectores completamente deshabitados como consecuencia de lo que se ha considerado un violento colapso demográfico (Sanders et al. 1979). A partir de nuevas estimaciones poblacionales y demográficas, resultado de investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en el norte de la cuenca de México1 percibo este periodo más bien como un decaimiento de las antiguas cabeceras políticas toltecas con una amplia continuidad poblacional y la creación de nuevas unidades políticas que muestran una compleja organización social (Guevara 2005). En las siguientes líneas intentaré

definir la organización

sociopolítica del área norte de la cuenca de México a la caída de Tula. 1

Proyecto de Salvamento Arqueológico Atotonilco-Tuxpan, a cargo de la DSA, INAH, 2005.

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La zona norteña de la cuenca de México, en la cual emprendimos nuestra investigación, esta comprendida por tres regiones. La primera de ellas, Temascalapa, constituye una zona baja que colinda con el valle de Teotihuacan y se caracteriza por sectores de pie de monte bajo y zonas aluviales. La segunda es Zumpango que está formada de suelos aluviales con amplias planicies en el noroeste y noreste. Las mayores corrientes permanentes son el río Salado de Hueypoxtla y el río de Tequixquiac. La tercera región es la de Pachuca, la cual fisiográficamente no esta localizada dentro de la cuenca, sino en la región de los llanos de Pachuca, y se caracteriza por ser una zona de extensas planicies atravesada por el río de Las Avenidas. ¿Señoríos o altepeme? Lo que podemos percibir en esta amplia zona a partir de 1150 es una acabada jerarquía en el patrón de asentamiento regional, producto de una compleja organización política que deja apreciar la coexistencia de varias unidades mayores o unidades político-territoriales. Sin embargo nos enfrentamos al reto de cómo denominar a esta sofisticada construcción política. Por supuesto que hubo un concepto en

Mesoamérica

que

definía

a

estas

entidades.

Los

trabajos

historiográficos modernos de los últimos veinte años (García Castro 1999; García Martínez 1987) nos han dejado ver que en la última etapa del periodo prehispánico había centenares de ejemplos de formas políticas complejas similares a las que se percibo en el norte de la cuenca y que quedaban comprendidas en la palabra nahua de altepetl. Por estos mismos trabajos históricos, sabemos que durante las primeras décadas de la Colonia se empleaba una expresión española que se acuñó para designar y definir al altepetl. La traducción que se había intentado fue la de Señorío, que a opinión de una gran parte de historiadores resulta una excelente traducción (García Martínez 1999:

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9). Por ejemplo, el estudio de la Sierra de Puebla que llevara a cabo García Martínez lo condujo a la conclusión de que el concepto original de altepetl estaba más próximo al concepto de señorío de lo que se había pensado, al grado de que llagan a ser sinónimos. Es en este sentido que se ha declarado que señorío y altepetl estarían así en un complejo conceptual congruente (García Martínez 1999: 10), lo cual puede ser uno de los motivos por el cual es un término ampliamente utilizado, especialmente en el campo de los estudios etnohistóricos. A pesar de su noble adaptación, el término se abandonó y fue erradicado

en

el

contexto

novohispano

por

ser

políticamente

incorrecto. La palabra tenía una serie de reminiscencias feudales que no convenían a la política de centralización de la corona. El uso del término señor fue legalmente restringido de 1538 a 1541 en una Real cédula de 1538, con lo cual el concepto de señorío quedó reducido a la designación del estatus o calidad de los nobles indígenas (García Martínez 1987: 77). Debo decir que el término “señorío” ha tenido negativas connotaciones para su empleo como categoría de análisis al ser considerado una herencia errónea de los administradores coloniales y cuyos contenidos hace difícil su conceptualización. Así, se ha dicho que se trata de un término que refleja los remanentes feudales de la sociedad española en el momento del establecimiento de sus colonias, el cual fue usado por los cronistas para describir, con base en una visión etnocéntrica, aquellas entidades políticas fragmentadas que encontraron en el Nuevo Mundo y el cual ha sido un término vago donde se han englobado la mayoría de los casos de sociedades posclásicas (Wiesheu 2001: 103). De igual manera yo agregaría que este acercamiento mediante el término de señorío no responde una pregunta clave: ¿A qué forma de organización sociopolítica corresponden estas sociedades? La única definición formal que se ha otorgado al término señorío se debe a García Martínez (1999: 10), quien nos dice que el

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nombre que se había dado a un señorío, se refiere a una organización con amplia expresión territorial que se desempeñaba en el terreno político y corporativo, con la presencia de un tlatoani como señor jurisdiccional. Aunque comparto la idea de que el término señorío resultó congruente con los rasgos esenciales que se atribuyen al término de altepetl, no obstante, el uso del vocablo implicó una generalización al uniformar

criterios

de

organización

en

todas

las

regiones

novohispanas. En especial debo resaltar, que estas estructuras mesoamericanas no eran uniformes ni homogéneas en términos de su nivel de organización política. Bajo el altepetl se desarrollaban complejas formas políticas que contrastaban con otros altepeme que contaban con estructuras sociales muy sencillas. Diferentes especialistas contemporáneos han designado a los altepeme

como

estados

o

reinos.

Algunos

han

considerado

conveniente el precisar que se trataba de señoríos territoriales. Otros han

preferido

subprovincias

definirlos y

más

como

corporaciones,

frecuentemente

como

comunidades,

ciudades-estado.

Ocasionalmente se les ha definido con el vocablo inglés polities, unidad política. Pero hasta donde recuerdo no existe discusión alguna sobre a qué forma de organización sociopolítica corresponden las sociedades que en la última etapa mesoamericana quedaron incluidas como altepetl o señorío. Si bien estas son formas o términos culturales propios que se emplearon localmente para designar a estos cuerpos políticos mesoamericanos, es de crucial relevancia, al menos para mí, el determinar que clase de sociedad dibuja el altepetl en su momento inicial de formación. En otras palabras, ¿a qué nivel de desarrollo social corresponde la organización del altepetl? Por supuesto, la forma en que asumo esta problemática es desde una perspectiva evolucionista cultural, en donde discutir la categoría del altepetl

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puede brindar un panorama sobre la diversidad evolutiva de las formas políticas. El altepetl Se ha dicho que la expresión más acabada de la organización política mesoamericana en el Altiplano Central fue el altepetl (García Martínez 1999: 66). Efectivamente, dentro del proceso de consolidación de las estructuras políticas que se vivió en el posclásico, el concepto de altepetl parece ser que cumplió con un papel sobresaliente. Resulta curioso notar que el origen de esta forma política al parecer cobró identidad en épocas asociadas a los movimientos migratorios, particularmente los que siguieron a la caída de Tula, y que tras ellos hubo diversos acomodos de grupos de linajes con la creación de nuevas cabeceras y la consolidación de nuevos ámbitos territoriales. El colapso de Tula como centro supra-regional trajo como consecuencia la reorganización política y territorial de esta zona. El norte de la cuenca entre 1150 y 1350 refleja importantes diferencias con el periodo tolteca, en espacial con la formación de una serie de nuevas unidades políticas relativamente autónomas, de un territorio restringido sin que se aprecie en el área la existencia de un centro mayor, pero con una base demográfica y la organización política que dieron lugar a la creación del altepetl sobre el cual se impuso finalmente la Triple Alianza. La etimología de la palabra deriva de atl “agua”, tepetl, “cerro” (en plural altepeme), y alude a una ciudad, un poblado de importancia. Los diccionarios de náhuatl del siglo XVI refieren la connotación central del término altepetl. El vocabulario de Molina de 1571, define altepetl como pueblo o rey. La palabra española rey es registrada como sinónimo de huey tlatoani, así que el término altepetl en Molina hace pensar que el término esta estrechamente asociado con la presencia de un gobernante (Hodge 1997: 209). En el vocabulario de Siméon, altepetl también está acompañado de

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conceptos

como

poblado,

ciudad,

estado,

rey,

soberano.

Los

españoles denominaron a esta institución pueblo de indios, o simplemente pueblo. Pero los españoles también se refirieron a estas entidades políticas como señoríos. Resulta muy relevante la aportación de García Castro (1999: 41) quien encuentra que el concepto nahua de altepetl también tiene sus equivalentes en varias lenguas otomianas. Localizó en un vocabulario español-otomí (ca. 1750) la palabra andehe antae hae, ligada a las formas andehe (agua) y noltae hae (cerro). En el idioma matlazinca la palabra inpuhetzi significa “pueblo de vecinos” y es muy seguro que su etimología provenga de inthahui (agua) y de inihetzi (cerro). En la zona de estudio no se ha identificado en la documentación histórica términos otomíes para referirse a estas categorías, solamente en Tizayuca el Códice Kaska utiliza el término altepetl, pero debemos recordar que ésta fue la unidad política con el mayor componente nahua de la región. En los estudios actuales sobre el altepetl, la definición más común es una comunidad con tierras en común, límites y un asentamiento central que gobierna sobre poblados sujetos (Licate 1980). Así, el término se emplea para hacer referencia a un grupo de gente que tenía control sobre un espacio territorial dado y que estaba unido, esencialmente, por lazos políticos. La importancia de la organización del altepetl en la cuenca de México era tal que al momento de la Conquista se han estimado entre 40 y 50 altepeme en el valle de México, cuyas poblaciones variaban entre 12 000 y 50 000 habitantes. Así se vislumbra que el altepetl constituyó una sofisticada construcción política que, multiplicada en centenares de ejemplares, jugó un papel central a partir de la última etapa del periodo prehispánico y durante la época colonial (García Martínez 1999: 8). García Castro (1999) precisa los cuatro principales rasgos que definen el altepetl. En primer lugar está su capacidad política de entreveramiento poblacional o étnico. La diversidad identitaria de

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grupo fue un elemento constante en la composición de este nivel organizativo. Un documento que proporciona información acerca de las poblaciones del norte de la cuenca es la Descripción del Arzobispado (1897), publicada por García Pimentel y escrita hacia 1570, respondiendo al mandato del Arzobispo de México. Así, este documento registra que a la llegada de los españoles se reconocían dos categorías de poblaciones, aquellas en las que se hablaba otomí y aquellas en las que se hablaba principalmente náhuatl (Soustelle 1993: 475). Pero la configuración lingüística de esta zona observada a la llegada de los españoles y reportada en documentos como la Descripción del Arzobispado, fue el resultado del impacto tardío de la Triple Alianza en esta región a través de estrategias como la colonización

y

la

aculturación,

lo

cual

contribuyó

a

que

las

poblaciones locales comenzaran a asimilar la lengua náhuatl. No obstante, para el momento pre-mexica que estamos estudiando debió prevalecer

un poblamiento

indígena dominado

por

los grupos

otomianos. El segundo rasgo es la naturaleza local del ámbito señorial del altepetl que indica el ámbito territorial que ocupaban estas unidades políticas las cuales se mostraban una jurisdicción separadas de otros altepeme. Pero el altepetl no fue necesariamente una unidad territorial compacta y continua. Hubo casos de una intermitencia de dependencias

con

numerosos

ejemplos

de

enclaves

o

incluso

ejemplos de un complejo entreveramiento territorial entre distintos altepeme (Licate 1980: 38). El último rasgo es la estructura piramidal del poder, que se caracterizaba por la existencia de una organización jerárquica en cuya cúspide se encontraba la figura del gobernante, denominado tlatoani, que era la autoridad suprema. Hay que señalar que cada altepetl además estaba compuesto de un número variable de entidades sujetas llamados calpulli o tlaxilacalli, según distintas

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fuentes o regiones de referencia. En la región, el término empleado para estas entidades sujetas a la cabecera fue el de tlaxilacalli (Palma 2000). Por su ubicación, estos tlaxillacalli se consideran cercanos o internos así como externos o distantes. Algunos autores consideran que cada una de estas entidades sujetas pudieron retener cierto grado de independencia, y poseían un gobernante que ostentaba un título menor al tlatoani. Dicho de manera simple, el altepetl fue un espacio constituido por un asentamiento central o cabecera y sus áreas sujetas, constituidas por los capultin o tlaxilacalli. La creación de los primeros altepeme Uno de los principales retos que enfrentamos en esta investigación es la dificultad de reconstruir la estructura política que prevaleció en la región antes del impacto imperial de la Triple Alianza. Ante esta interrogante García Castro (1999: 44) en su estudio acerca de los Matlazincas del valle de Toluca, nos dice que la conquista mexica no provocó cambios radicales entre los grupos locales, lo que hace posible que aún a principios del siglo XVI se logre advertir cuál fue la organización política preexistente al imperio tenochca. Incluso entre los primeros españoles se percibió esta organización local que fue empleada para montar sobre ella las nuevas instituciones coloniales. Dicha continuidad se debe al tipo de imperio que tuvo la Triple Alianza; nos referimos a una organización hegemónica. Esta clase de imperios posee varios atributos. Su forma de expansión es mediante la conquista militar, aunque su característica más sobresaliente es que no hay un control directo en las regiones sometidas por la imposición de un gobierno; por lo común ocurre simplemente un mecanismo de manipulación del sistema político local para servir a las necesidades imperiales (Schreiber 1992: 3). Así, esta forma de imperio centra su atención en los intereses económicos y controlan la producción y la distribución de los recursos que les

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resultan necesarios. Mediante estas estrategias se mantiene un control en las provincias con poco costo para el imperio. Resumiendo, podemos decir que una organización imperial hegemónica se caracteriza por (siguiendo a Hassig 1985: 93): 1) la expansión del dominio político sin el control territorial directo; 2) un foco de seguridad interna del imperio para ejercitar su influencia sobre un rango limitado de actividades dentro de las provincias sujetas; 3) por lo común se conservan intactos os gobiernos provinciales, más que sustituir a los señores o gobernantes locales. Es decir que esta clase de imperios tuvieron un control político más que territorial. Estos son los motivos por lo cual las diversas unidades políticas que son sojuzgadas por un imperio hegemónico retienen cierto grado de autonomía y algunas dimensiones de toma de decisión en aspectos de control político (Schreiber 1992: 14). La mayoría de los imperios mesoamericanos fueron de carácter hegemónico y el caso tenochca no fue la excepción, por lo cual no es de extrañar que la administración imperial de la Triple Alianza en sus provincias fuera laxo. Al respecto varios autores sostienen que los mexicas conservaron a los tlatoque locales, siempre cuando éstos reconocieran el poder imperial y mantuvieran lo que parece fue el principal objetivo imperial, el pago de tributo. De esta forma podemos plantear que pese a los cambios propiciados por el sometimiento de la Triple Alianza ejercido en el norte de la cuenca de México, la estructura interna de las poblaciones asentadas en esta región no se afectó de manera sustancial por lo que conservó su organización, incluso hasta el momento de la conquista

española.

Y

justamente

la

organización

de

estas

comunidades del norte de la cuenca fue a través del altepetl. La territorialidad de los altepeme del área de estudio puede ser reconstruida a partir de su referencia en topónimos de distintas fuentes coloniales. Tal como lo señala García (1999: 38): “Los topónimos nativos reflejan el alcance y limitación de las relaciones

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señoriales que se establecían al interior de un señorío. Los topónimos indican que se trataba de señoríos o unidades políticas separadas que ocupaban un terreno más o menos diferenciado”. Lo anterior se justifica debido a que los topónimos de poblados tributarios a la Triple Alianza registran la conquista de lugares que tenían el rango de altepetl con la presencia de un señor o tlatoani (García 1999: 57). En este sentido hay una línea de continuidad desde la conformación de los primeros altepeme hasta el periodo colonial temprano, reflejado en los topónimos. Una fuente importante donde se registran los topónimos de los poblados conquistados por la Triple Alianza en la zona que estamos estudiando es la Matricula de Tributos. Siguiendo este documento y partiendo de la suposición de que hay un alto grado de continuidad entre la organización política del periodo azteca temprano con lo registrado al momento del contacto colonial, lo cual nos permitiría percibir la organización política premexica en la zona bajo estudio, estimamos la presencia de cuando menos cinco de los altepeme que darían forma a la nueva organización política y territorial de la región. Estos son Apaxco, Tequixquiac, Hueypoxtla, Xilotzingo y Tetlapanaloya y Tizayuca los cuales como hemos planteado fueron poblados cabecera de altepetl bajo el imperio tenochca pero que debieron haberse originado con anterioridad. Estas cabeceras se ubican en la parte central del área, especialmente en el valle aluvial y el pie de monte bajo de los ríos Tequixquiac, Salado y el de las Avenidas. Cada una de ellas funcionaron de forma autónoma, es decir, con un gobierno propio centrada en la figura de tlatoani local, lo que en este sentido garantizaba una independencia política. De esta forma, en el paisaje del norte de la cuenca apreciamos el surgimiento de seis unidades sociopolíticas autónomas las cuales estaban situadas cercanas entre sí dentro de una región geográfica muy homogénea. 10

Como discutiremos con posterioridad, es posible que durante esta etapa se vislumbrara por primera vez en la región varios centros políticos autónomos, sin que se pueda desprender una sola o unificada jurisdicción. Como en el caso de esta forma de organización política, el norte de la cuenca estaba constituida por diversos centros administrativos con sus respectivas unidades territoriales autónomas, que en cada caso tienden a ser aproximadamente del mismo tamaño. Otra característica compartida es que a pesar de su autonomía política, muestran un gran número de elementos comunes (Renfrew 1986: 2), en aspectos tales como su cultura material, instituciones políticas similares o la misma lengua, en este caso con una predominancia del otomí, lo que hace de ella una región de gran homogeneidad cultural. Durante este periodo y a raíz del colapso de Tula, ocurrió una reorganización de las cabeceras políticas, asentándose en el área central del área de estudio, y es muy posible que en fuese en este momento cuando se definió la configuración que apreciamos tanto en el periodo Tardío como en los primeros años de la Colonia. De esta forma, el periodo pre-azteca en la región estaría caracterizado por la emergencia e interacción pequeñas y diversas unidades políticas vecinas, nombradas altepeme, de equivalente escala y estatus. Hay que hacer algunas precisiones con respecto a estas cabeceras.

Hemos

visto

que

debido

al

reciente

proceso

de

urbanización no se pudo hacer la identificación de los principales asentamientos de la región y su caracterización se realizó con documentos históricos. Así en el mapa del periodo Tardío apreciamos los seis centros provinciales en los cuales se considera una población extensa y nucleada de entre 1000 y 10000 habitantes. Sin embargo, con base en el escrutinio de documentos históricos y la evidencia del patrón de distribución de los sitios (Palma 2003: 68) se ha visto que en realidad estas importantes comunidades fueron núcleos de población más bien pequeños, de entre 500 y 1000 habitantes, y que

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el grueso de la población se distribuyó alrededor a través de un patrón de asentamiento disperso. Algo equivalente se documenta a partir del único asentamiento que no se ubica debajo de un poblado moderno. Nos referimos a Jilotzingo, población que fue congregada en el siglo XVI y cuyo emplazamiento original se ubica en la cima del cerro del mismo nombre y estuvo definido no por un centro provincial, sino por una aldea dispersa grande. Otro caso similar ocurre con Tizayuca, en donde el proyecto cuenca de México identificó solamente un caserío, pero donde se tienen referencias históricas de que fue la cabecera del altepetl (Palma 2000). Así, podemos decir que los centros regionales del periodo azteca temprano solo llegaron a alcanzar la categoría de una aldea dispersa grande, pero le otorgamos la jerarquía de centro regional ya que durante éste y el siguiente periodo fueron la cede del poder político. Quizás sea momento de buscar respuesta a la pregunta más importante que tengo acerca de esta región. ¿Cuál fue la organización política de estas comunidades otomíes tras la caída de Tula? Hemos dicho que estas comunidades, que sobrevivieron al colapso de Tollan, se reorganizaron bajo la forma de distintos altepeme. Pero aquí cabría la segunda pregunta de radical importancia: ¿Qué tipo de organización sociopolítica poseía un altepetl? La organización sociopolítica del altepetl La mayor parte de los autores coinciden que las características anotadas para el altepetl, describen una organización estatal con una sociedad clasista que dominó un territorio con una cabecera, definida fundamentalmente por el lugar ocupado por el palacio real, con tierras y asentamientos sujetos. Esta coincidencia que lleva a concebir al altepetl como una organización estatal la apreciamos en distintos autores quienes señalan que el Altiplano Central de México estaba constituido desde el siglo XII por pequeños estados locales sugiriendo que el altepetl poseía este rasgo político o forma de

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organización estatal en la época prehispánica. Pero, ¿podemos en realidad hablar del altepetl como un estado? Hemos señalado como una de las principales características definitorias del altepetl su organización piramidal. No obstante, es de primordial relevancia determinar cuantos niveles jerárquicos poseía este tipo de organización. Sabemos que en la cabecera del altepetl se localizaba la principal figura, centrada en el gobernante o tlatoani. Un siguiente nivel jerárquico estaba formado por un señor o gobernante de categoría menor. Los señores sujetos fueron semi-autónomos y tenían la jurisdicción sobre las áreas que les eran designadas o mostraban autoridad en uno o más de estos tlaxilacalli. Se piensa que los señores de estos dos niveles organizativos, cabecera y sujeto, estaban relacionados por lazos de lealtad y dependencia personal en los que tenía lugar la distribución primaria del tributo y otras obligaciones que el segundo nivel administrativo debía al primero (Licate 1980: 37). Existe un caso documentado en el cual podemos apreciar un tercer nivel organizativos que podía alcanzar el altepetl. El territorio del

altepetl

de

Tlacopan

estaba

dividido

en

ocho

divisiones

administrativas, cada una gobernada por un señor supremo. Los ocho estaban divididos en tres grupos: primero, la capital de Tlacopan y su ambiente inmediato, gobernado por el señor principal; segundo, cuatro señores sujetos de rango relativamente alto, cada uno con una capital pero con ningún o pocos asentamientos dependientes; tercero, tres gobernantes sujetos de rango relativamente bajo, cada uno

con

asentamientos

dependientes

y

sujetos

al

señor

de

Cuauhtitlan, un miembro del segundo grupo. Este sistema de organización nos permite percibir tres niveles de organización política que estarían definiendo al altepetl como una forma estatal. No obstante, la organización del altepetl en tiempos pre-aztecas en el norte de la cuenca muestra una historia diferente. En el Códice Osuna se expresa por medio de pictogramas y caracteres latinos la

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organización política prevaleciente al momento de la Conquista. En este documento se representan tres categorías de gobernantes, el tlatoani que se expresa por medio de una diadema azul o xiuhitzolli unidas a vírgulas de palabra; la segunda categoría esta representada por la cabeza del señor local también con una diadema pero sin la voluta, lo que podría corresponder a un teuctli o un tlatoani de menor jerarquía; y finalmente a los señores locales sin insignia alguna. Hay cinco lugares con la presencia de un tlatoani, uno de los cuales es Apaxco. De acuerdo con los Anales de Cuauhtitlan, Apaxco era la cabecera de 20 pueblos, entre los cuales el Códice Osuna cita a Hueypoxtla, Tetlapanaloya, Tequixquiac y Xilotzingo que aparecen con una jerarquía menor y con una dependencia política hacia Apaxco. Parece ser que hacia finales del periodo Tardío, Apaxco poseía una jerarquía política mayor que el resto de las poblaciones de la región de estudio, habiendo funcionado como cabecera política de un extenso territorio que abarcaba veinte poblaciones, que incluían a varias de las comunidades estudiadas. De esta manera podemos señalar que hacia este momento existían tres niveles jerárquicos por encima de las pequeñas aldeas dependientes: en la cima de la jerarquía se encontraba Apaxco con la presencia de un tlatoani, inmediatamente y dependiendo de esta cabecera se localizaban Hueypoxtla, Tequixquiac, Tetlapanaloya y Xilotzingo, con la figura de un teuctli o un tlatoani de jerarquía menor, e incluso hay la posibilidad de la presencia que un tequitlato que sustituyera en algún momento al gobernante local; el tercer nivel en la jerarquía estaba formado por señores dependientes de estos últimos que gobernaban en los poblados dependientes o tlaxilacalli. Sin embargo, al parecer la posición de Apaxco como cabecera política fue implantada en fechas cercanas a la llegada de los conquistadores españoles, quizás a partir de la época de la muerte de Ahuizotl (Hernández y Martínez 2002: 67). Es probable que sus

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relaciones con los poderes de centrales Cuauhtitlan y con la propia Tenochtitlan le resultaran favorables para alcanzar la categoría de cabecera y tener tanto sujetos, a través de lo cual Apaxco creció en importancia, logrando convertirse en cabecera de una extensa región y en una de las cinco poblaciones que contaron con un tlatoani. La tardía dependencia que tuvieron las poblaciones del norte de la cuenca hacia Apaxco, nos hace indagar en la organización política de la región en tiempos pre-aztecas. El patrón de asentamiento sugiere la ausencia de sitios dominantes. Es importante notar que el patrón de distribución no se concentra en un solo sitio, ya que no se aprecia un sitio que actúe como asentamiento central por su rango. Se trata más bien de un patrón de asentamiento no jerárquico que está inserto en un esquema de múltiples cabeceras de una jerarquía similar, con territorios restringidos. Efectivamente, la reorganización de la población, la configuración interna en las agrupaciones de asentamientos, y su separación espacial, puede ser vista como resultado de la emergencia de unidades políticas independientes. Lo que podemos distinguir en la región son tres tipos de rango tomando en cuenta la jerarquía que poseen. En el primer nivel se ubica el centro regional, como cabecera de altepetl, punto de coordinación de las actividades de la organización y lugar donde reside el señor supremo. El segundo nivel jerárquico lo representan centros de coordinación locales, seguramente tlaxilacalli externos en los cuales reside un jefe subordinado al centro regional. Por lo común estos señores locales mantienen una relación de parentesco, por medio de linajes, con el jefe principal. Por último, encontramos una agregación de aldeas dependientes de estos centros. Según lo expresado en este análisis entre el primer y segundo rango existe una relación jerárquica, en tanto que los sitios de tercer rango no parecen mantener una relación de jerarquía. Esta forma de organización administrativa nos recuerda a los cacicazgos, que comprenden un territorio y población compacta que poseen dos

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niveles de jerarquía administrativa sobre el asentamiento mínimo. Podríamos pensar que los altepeme del norte de la cuenca se asocian estrechamente a la organización de un cacicazgo, en el que se detecta un sistema de jerarquía administrativa en dos niveles. La caída de Tula trajo consecuencias en la jerarquía política de la zona; la pérdida de la dependencia política hacia Tula propició un descenso en la jerarquía administrativa de la región. Bajo el dominio de Tollan, la región estaba constituida por tres niveles administrativos propios de una organización estatal. Para este momento pos-tolteca, apreciamos unidades políticas que presentan solamente dos nivelen de organización. Lo anterior nos señala una pérdida en la complejidad sociopolítica sin la existencia de Tula. Sin embargo no creo que la región se enfrentara a un fenómeno de involución o devolución política resultado del colapso del estado tolteca. El atribuir una forma de organización de cacicazgo a estos altepeme otomíes dejaría fuera la búsqueda de una respuesta al acertijo crucial: ¿por qué estas sociedades mantuvieron la presencia de las clases sociales? La permanencia de la figura de un tlatoani en las cabeceras de cada altepetl niega la posibilidad que nos encontremos frente a una organización de cacicazgo. Pero, a qué podemos atribuir la pérdida en la complejidad de la organización jerárquica en la región. Mi respuesta es simplemente que se removió al estado como institución de regulación. Las evidencias arqueológicas de la organización administrativa regional nos sugieren que este conjunto de altepeme dejó de estar instituido bajo una organización estatal. Considero que los pequeños altepeme de la región no contaban con una institución estatal, y sin embargo poseían clases sociales. En ocasiones, cuando un estado se dividía o desintegraba, el resultado era la formación de provincias más pequeñas, semiautónomas o de alianzas indefinidas, que a veces presentaban jerarquía de asentamientos de sólo tres niveles. Las provincias más

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pequeñas

y

menos

poderosas

eran

gobernadas

por

señores

hereditarios, que controlaban territorios mucho menos extensos (Marcus 1995: 312). Para Joyce Marcus (1995: 321) estas antiguas provincias, que por lo común no eran más grandes que los cacicazgos, no deben considerarse “estados”. Sin embargo una característica notable que poseen es que eran administrados por gobernantes que se seguían llamando “reyes” a pesar de tener reinos mucho a más pequeños. Para investigadores como Marcus (1995: 314) es preferible emplear el término señorío para estas unidades políticas. La apreciación hecha por Marcus es importante. Pienso, como bien lo señala la autora, que estas sociedades no contaban con una institución estatal, y sin embargo existían clases sociales. Esos reyes de quien nos habla Marcus son herencia de una sociedad de tipo clasista que persistió más allá del estado. Para mí esta persistencia es una señal de que el estado es una institución que surge como consecuencia de una sociedad de tipo clasista y no el proceso inverso. Esta forma de organización social, una estructura clasista o estratificada sin la existencia del estado no está contemplada en las etapas de evolución unilineal propuestas por Service:

Banda

Tribu

Cacicazgo

Estado

Pero diversos estudios en el marco de la evolución social han descrito a estas sociedades que poseen una estructura clasista pero sin la referencia a un aparato estatal. Dentro del materialismo histórico, la hipótesis de la sociedad clasista inicial (Bate 1984) plantea

que

el

origen

de

las

clases

sociales

antecede

la

institucionalización del estado. Una vez establecidas, las clases dominantes necesitaron de la coerción y la administración para la reproducción del sistema social, incluido por supuesto la enajenación

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del excedente productivo. Para tal efecto las clases dominantes conformaron y establecieron instituciones como consecuencia del desarrollo de la estructura clasista. Este fue el camino para el proceso de formación del estado (Bate 1998: 91). Expuesto así, el estado no retrata un estadio de evolución social, sino que es una institución creada en el ámbito de las primeras sociedades clasistas. En estos términos el estado debe ser concebido como un aparato institucional que surge como consecuencia del desarrollo de sociedades clasistas, y como tal puede definirse como una institución especializada que controla y media las relaciones políticas entre las diversas clases sociales, además de que administra el complejo sistema económico en el que se ven envueltas estas sociedades, tanto en la tecnología de producción, como en la regulación de las formas de intercambio, distribución y consumo. Descrito de esta forma, es perfectamente entendible que hubo momentos de realidad histórica concreta, particularmente en las primeras fases del desarrollo clasista, en las que se contempló la existencia de una sociedad basada exclusivamente en las clases sociales sin la presencia del aparato estatal.

Sociedad Pre-tribal

Sociedad clasista inicial

Sociedad Tribal

Institución estatal

Sociedad tribal jerárquica (cacicazgo)

Por

su

parte

Morton

Fried

plantea

que

las

sociedades

estratificadas anteceden la conformación del estado en el desarrollo de una evolución política: Sociedad igualitaria

Sociedad jerárquica

Sociedad estratificada

Sociedad estatal

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La sociedad estratificada es definida por Fried (1979: 141) a partir de relaciones diferenciales entre los miembros de una sociedad y sus medios de subsistencia, en la que algunos de sus miembros no tienen dificultades en el acceso a los recursos estratégicos, en tanto otros enfrentan diversos impedimentos en su acceso a esos mismos recursos

fundamentales.

únicamente

en la

esfera

Para de

Fried

el

estado

puede

una sociedad donde

ocurrir

exista

una

diferenciación entre gobernantes y gobernados. Así, la sociedad estratificada es el germen del establecimiento del estado. Lo anterior es debido precisamente a que el nuevo orden social, con su marcada distribución diferencial en el acceso a recursos estratégicos, debe mantenerse y reforzarse lo que da pie a la transición a la sociedad estatal como un nuevo estadio de evolución política. Tomando

en

consideración

estas

perspectivas,

es

perfectamente entendible que tras un evento de colapso estatal el sistema

clasista

permanezca

y

sea

esta

estructura

de

clase

dominante quien regule y administre la reproducción del sistema social. Los estudios en el norte de la cuenca de México se muestran como un laboratorio de la evolución social que nos permite entrever las divergencias que pueden ocurrir en esta evolución. Altepeme. Sociedad clasista sin la persistencia del estado como institución

Colapso estatal

Estado tolteca

Ciclo de desarrollo de la evolución política en el norte de la cuenca de México

El altepetl fue una estructura de gran dinamismo que pudo alcanzar la organización de un estado, pero también hay situaciones que nos enseñan que tuvieron una complejidad menor. Lo que sí se

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mantiene constante en todos los casos, es la permanencia de la figura del gobernante central, símbolo de una sociedad clasista. La herencia tolteca a la organización del altepetl fue una sociedad de tipo clasista, un señorío en términos de este estudio, que perduró más allá del estado. Recordemos uno de los principales rasgos del altepetl fue la estructura piramidal del poder, dominado por la imagen del tlatoani, que era la autoridad suprema. Podemos decir que ante el colapso de la organización estatal, la institución central del altepetl que permitió dar orden al sistema territorial, se encontró en la figura del gobernante. Cumplía un papel central como figura en la identificación social, líder religioso, cabeza del gobierno, quien manejaba la economía y orientaba el orden social del altepetl. La sobrevivencia de las clases sin el estado condujo que la manifestación institucional recayera en la persona del gobernante ante el cual las comunidades sujetas y sus miembros mantuvieron una adscripción personal. Se ha llegado a señalar (Licate 1980) que él funcionó como el gobernante absoluto, no solamente como un individuo principal o cabeza de un grupo de parentesco, sino como la personificación real de la comunidad del altepetl, especialmente la elite y su territorio ocupado. Este puede ser unos de los motivos por el cual el altepetl sea registrado por Molina como sinónimo de rey, y es lo mismo que los primeros conquistadores, administradores y evangelizadores vieron en la organización de estas comunidades, por lo cual le otorgaron el término de señoríos. De esta forma, el caso estudiado nos enseña que tras el colapso de Tula, hay únicamente una reorganización territorial de las cabeceras políticas con la creación de los primeros altepeme en esta zona, con una persistencia sin cambios considerables en las pequeñas aldeas y caseríos de la región. De igual forma aprecio una continuidad en algunos linajes provinciales otomíes, los cuales perduran aún incluso hasta el periodo colonial. Lo anterior nos sugiere que el

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estado

puede

fracturarse

políticamente

sin

incurrir

en

una

descomposición y colapso social. Tras el colapso estatal, nuevas formas de organización política tuvieron lugar, formas que amplían nuestra visión sobre la compleja organización mesoamericana del posclásico que apenas empiezan a entenderse y que tienen su lugar en el amplio contexto de la evolución social. Bibliografía Bate, L. Felipe 1984 "Hipótesis

sobre

la

sociedad

clasista

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