la obra invisible de Arturo Cariceo como creación

July 27, 2017 | Autor: Miguel Romera | Categoría: Filosofía, Estetica
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Descripción

LA OBRA INVISIBLE DE ARTURO CARICEO COMO ACONTECIMIENTO Y COMO RESISTENCIA. UNA INTERPRETACIÓN ARRIESGADA DESDE DELEUZE Y GUATTARI.

¿Qué hace interesante al arte a los ojos de Gilles Deleuze? ¿Cómo se puede definir una obra de arte y con qué criterios? ¿Cómo funciona y para qué sirve? ¿Qué relación establecen la filosofía y el arte y qué implicaciones genera? ¿Cómo interpretar la estética de Deleuze, si existe algo así?
Si bien dar una respuesta como merecen a estas preguntas está fuera de los límites temporales de nuestro encuentro, sí vamos a intentar a aproximarnos a ellas en tanto que nos pueden orientar y dar lugar a un encuentro con la Obra Invisible de Arturo Cariceo, que es lo que hoy realmente nos convoca, además de celebrar el hecho de habernos conocido y de que existimos, como diría Deleuze.
Deleuze y Guattari proclaman con cierto tono de manifiesto en Mil Mesetas que: "nosotros no creemos para nada en un sistema de las bellas artes, sino en problemas muy diversos que encuentran sus soluciones en artes heterogéneas. El arte nos parece un falso concepto, únicamente nominal." El arte se interpreta como forma de pensamiento, como forma de expresión no representacional, sino intensiva, como forma de intervención que cuestiona la reproducción de lo dado (la imitación de la naturaleza), a favor de las fuerzas creativas de la vida, de la diferencia, de aquello no sometible al poder identificante de lo uno.
El arte conecta con la ontología de la diferencia de Deleuze, al desconstruir desde la práctica artística los mismos ítems que lleva a cabo la filosofía deleuzeana, a saber, la imagen dogmática del pensar, la representación y el sujeto como origen fundador del sentido. El arte, desde sus propios y específico medios, contribuye a hacer pensable aquello que quedó imposible de pensar bajo los parámetros de la imagen del pensamiento dogmática o la razón clásica o el paradigma de la representación, a saber, la diferencia. La diferencia difiere en y de sí misma, haciendo inviable la consideración de la reproducción de la realidad como la operación originaria y fundamental de la filosofía y del pensamiento. Ninguna reducción paranoica a la identidad, sino proliferación esquizo de diferencias afirmarán más tarde Deleuze y Guattari. La diferencia se repite diferentemente, siempre como otro. Una oposición no dialéctica (contra Hegel) por la cual ya no hay el que lo múltiple sea absorbido por la totalidad y ya no hay subsunción de la contradicción en el momento de la síntesis absoluta de la identidad y de la reconciliación. Para Deleuze, la diferencia está detrás de toda cosa, no habiendo nada detrás de la diferencia, Se niega, y el arte también lo realiza, toda ley que se presente como identidad absoluta y como determinación totalizante que anule la vida singular y dinámica bajo la forma de un universalidad abstracta y estática. Valgan estas afirmaciones ontológicas para comprender que la obra de arte tiene una relación con el acontecimiento: toda obra de arte constituye un acontecimiento, produce un acontecimiento. Para Deleuze, en Lógica del sentido, los acontecimientos se producen siempre por contraste con un ruido de fondo (las singularidades en el seno del caos). El acontecimiento introduce un orden, una secuencia, un punto de referencia, por el cual se ingresa en el universo del sentido. El caos es el que proporciona la materia prima para la génesis del sentido: los acontecimientos son resultado de un trabajo de organización y de ensamblaje, por el cual las singularidades son dispuestas en series para dar lugar a un cierto funcionamiento. Hay el trasfondo caótico de las singuridades asubjetivas, impersonales y preindividuales sobre el cuál el filósofo traza un plano de inmanencia en el que se crean los conceptos, que son singularidades siempre referidas a un espacio y tiempo concretos; el científico marca los puntos de referencia de un sistema de coordenadas; y el artista compone sensaciones, haciendo devenir sensibles, visibles las fuerzas invisibles. Deleuze y Guattari dejan claro que filosofía, arte y ciencia difieren en la naturaleza del plano que establecen y en los elementos de que los pueblan. Tampoco se piensa más ni mejor con conceptos que con afectos y perceptos y que con functores. La filosofía no poseería en plenitud la facultad de juzgar y pensar, que hubiera dado lugar a una subordinación de la ciencia y del arte.
La obra de arte, igual que el acontecimiento, surge por contraste con relación a un fondo indiferenciado (caótico) como principio de discernibilidad. El origen del ser de sensación, que es la obra de arte, marca la diferencia, expresando la singularidad del acontecimiento, al cual implica y encarna. Una obra de arte convoca una multiplicidad de líneas de fuerzas, que se escapan del control del propio artista (se les va literalmente de las manos) y que sólo son experimentadas parcialmente por cada integrante del público receptor de la obra. Esta obra desborda tanto las percepciones que la recorren como los sentimientos y afecciones que suscita. De ahí que Deleuze y Guattari, para marcar la diferencia con las afecciones y las percepciones del sujeto, tanto si se trata del artista autor como si es el caso del espectador de la obra, las denominen de un modo diferente, a saber, los perceptos y los afectos.
Cuando la obra se sostiene, el acontecimiento que implica y lleva consigo se manifiesta con luz propia, con absoluta independencia de que su creador lo sepa o sea consciente de ello o el público experimente un rechazo o no considere tal producción como obra artística.
En Deleuze no encontramos una estética de la representación (la dualidad sujeto-objeto como estructura articulante de la experiencia estética, como la kantiana), sino una estética de la sensación (hay una escisión insuturable entre sujeto y objeto, como señala Adorno). En este sentido, el pensamiento de Deleuze es un monismo, que evita toda escisión o dualismo entre discurso y objeto, entre concepto y objeto y rechaza toda pretensión o tendencia trascendental: el empirismo trascendental de Deleuze, a pesar de la denominación, constituye una afirmación radical de la inmanencia, por lo que no debe confundirse con el trascendentalismo kantiano. En el caso de Deleuze, se trata de las condiciones de la experiencia real, donde las condiciones no trascienden lo condicionado, mientras que en Kant las condiciones lo son de una experiencia posible, como formas a priori de la sensibilidad (espacio y tiempo) y del entendimiento (categorías o conceptos puros).
En Deleuze y Guattari, los principios genéticos de la sensación son, al mismo tiempo, los principios de composición de la obra de arte; e inversamente, es la estructura de la obra artística la que reúne estas condiciones. Lo decisivo en la contemplación o en la experiencia de la obra de arte no es tanto entender o comprender lo que quiso decir el artista, sino establecer cómo funciona su composición y como se acopla y entra en conexión con el exterior. Deleuze y Guattari proclaman en Mil Mesetas que: "nosotros no militamos en absoluto por una estética de las cualidades, como si la cualidad pura (el color, el sonido...) contuvieran el secreto de un devenir sin medida (…) Una concepción funcionalista, por el contrario, se limita a considerar en una cualidad la función que cumple en un agenciamiento preciso o en el paso de un acontecimiento a otro".
¿Qué problema plantea el artista y cómo lo resuelve? ¿Qué proceso de creación implica? El criterio que sostienen Deleuze y Guattari son de orden estrictamente pragmático, que tiene que ver con si la obra se sostiene por sí misma, si expresa el acontecimiento y lo conserva, si transmite una intensidad y, en resumidas cuentas, si funciona. Si la obra de arte no se sostiene por sí misma se hunde, arrastrando consigo al acontecimiento devolviéndolo al caos. La obra de arte conserva, pero siempre en conexión y dando lugar a flujos desterritorializados que recorren el plano de inmanencia. Cada obra de arte conmemora su propia presencia y quien la percibe puede devenir otra cosa. En el límite, ya no importa lo que el artista pensó, sintió o vivió ni sus ocultas intenciones, sino que se trata de componer una sensación de tal modo que encarne, efectúe el acontecimiento, en la confluencia diferencial de líneas heterogéneas de fuerzas. No obstante, para Deleuze Guattari esto no es suficiente, ya que no basta con encarnar el acontecimiento. La obra debe, además, hacer circular el acontecimiento y ponerlo en conexión con otros agenciamientos. Bloques de luz y de color, líneas de sonoridad, planos escénicos, componentes diferenciales conjugándose en relaciones de apareamiento y contraste.
Deleuze dice en Francis Bacon, lógica de la sensación, que " el arte puede entonces ser figurativo: bien que no lo es en primer lugar y que la figuración no es sino un resultado. Si la representación está en relación con un objeto, esta relación resulta de la forma de la representación." Lo que viene a señalar Deleuze es que lo figurativo, frente a la Figura, queda preso de lo perceptivo y lo orgánicamente unificado. La Figura es el Cuerpo sin órganos, el cual queda definido por zonas de indiscernibilidad e intensivas, frente al organismo, que constituye una unidad funcional, jerarquizada y discernible de órganos o partes constituyentes en función de una finalidad. Deleuze realza el arte que cuestiona, en su propio funcionar, lo orgánico y la representación, eligiendo las fuerzas intensivas. "En el arte, y en la pintura como en la música, no se trata de reproducir o de inventar formas, sino de captar fuerzas. Por eso mismo, insiste Deleuze en su monografía sobre el pintor Bacon, ningún arte es figurativo."
Al anular la diferencia, la representación pretende ser idéntica a lo que pretende presentar, igual que el sujeto se considera unitario e idéntico en la representación que hace de sí mismo. El arte como modo creativo de pensamiento, cuando el pensamiento ha dejado de identificarse con una mera operación de reconocimiento, de confirmación de lo ya preestablecido y constituido de antemano a través de unos postulados que operan subyacentemente como postulados de la imagen dogmática del pensar.
Creación como resistencia afirmativa, tanto de la filosofía por medio de conceptos no entendidos ya, como dice Deleuze, como "míseras abstracciones" sino como singularidades, como del arte por medio de los afectos y perceptos y las sensaciones que componen la obra de arte. Creación también como producción de lo nuevo, como la más alta expresión de la potencia de lo falso, de la capacidad de falsificar y fabular. Una potencia de lo falso que debe interpretarse no como lo opuesto a la verdad, sino como replanteamiento perspectivista de lo verdadero: no hay una verdad absoluta e incondicionada a descubrir o desocultar, sino procedimientos de verificación en un contexto dado. En otras palabras, la potencia del arte es la potencia de lo falso, que significa que hay tantas verdades como puntos de vista comparecen.
El arte es lo contrario de una operación "desinteresada": contra Kant que distingue la belleza desvinculada de todo interés. El arte, en Deleuze, es una actividad con su propia especificidad y autonomía pero que ,a la vez, entra en conexión y entra en resonancia con otras actividades teóricas o prácticas tales como la filosofía (mostrando lo virtual/el acontecimiento o la exhibición visible de lo invisible), la evaluación ética (diagnosticando el estado cultural del momento presente) o la praxis o acción política (combatiendo los poderes establecidos).
Hacer ver lo que no se ve cuando se mira es mostrar lo invisible o el virtual o el acontecimiento.
Resumiendo lo dicho hasta ahora, la creación y la experimentación artísticas son concebidas por Deleuze en el marco de una definición y una crítica del arte pensadas en el horizonte teórico de una filosofía de la diferencia y del acontecimiento, de una crítica a la supremacía de la representación así como una resistencia al capitalismo y al psicoanálisis.
Esta dimensión política del arte consiste en su apelación a un pueblo que falta, que falta por construir en un proceso constituyente, a saber, esa comunidad de mujeres y hombres libres como elemento movilizador e intempestivo (aquel que va contra su tiempo a favor de un tiempo por venir), como condición posibilitante para que las obras de arte se sostengan por sí mismas: cada obra de arte realiza una pequeña revolución silenciosa e imperceptible, una conmoción que sacude el lenguaje de un modo invisible, un desconcierto de las facultades frente a la armonía que busca el sentido común como acuerdo y concordancia. Se impugna el orden de significación dominante dándole voz e iniciativa de agencia a las fuerzas que fueron reprimidas y excluidas del ámbito de la significación. La potencia del arte para imaginar y fabular un "pueblo por venir" para una tierra nueva, como dice Deleuze Guattari, para generar una comunidad de encuentros afectivos efectivos, de las fuerzas, las potencias y sus intensidades, abierto a la contingencia de no saber lo que puede un cuerpo colectivo de decisión como multitud.
La filosofía y el arte se ajustan a lo que "hay", pero de un modo intempestivo para poder transformarlo, para poder llevar a cabo una crítica operativa con efectos, como una intervención en lo real a nivel molecular (devenires) y micropolítico, tomando el pulso a las pasiones que son, como explica muy bien Amanda Núnez, "aquello diminuto que sólo estorba a los "grandes" sistemas morales-molares y no es que Spinoza las asuma resignadamente como lo malo que hay en lo humano y les conceda legitimidad en todas sus vertientes, sino que no puede obviarlas si pretende ajustarse a lo que hay y no caer en la inventiva imaginaria de un mundo trascendente que juzga."
La filosofía y el arte creando, resisten y dan lugar y tiempo a nuevas posibilidades de vida, de agenciamientos inéditos y a nuevas intervenciones de acción y soluciones siempre transitorias.
El neoliberalismo contemporáneo se ajusta bien a lo que Deleuze Guattari caracteriza en El AntiEdipo como la desterritorialización paranoica del capital y sus reterritorializaciones parciales como microfascismos tales como los fundamentalismos religiosos como Estado islámico o la violencia machista. Se trata de operar en esas condiciones materiales para producir una inversión, una subversión y un sabotaje de los códigos hegemónicos. Lo interesante es que no sólo hay una crítica negativa o destructiva sino que abre un campo de posibles, emancipando así la sensibilidad, la sensualidad, el deseo sexual y del propio pensar abriéndolas a las fuerzas creativas plásticas que rompen violentamente con el restrictivo y castrador marco de la representación.
La resistencia al capitalismo, al neoliberalismo, como hace la Obra Invisible de Arturo Cariceo, se articula y se implementa desde las condiciones históricas reales, de la situación política, buscando movimientos de desterritorialización eventuales. Es una cuestión de percepción de las fuerzas impersonales, presubjetivas , indóciles y deseantes. Si la filosofía es aquella actividad que consiste en crear nuevos conceptos que permiten pensar el mundo de un modo cada vez diferente, ya que la experiencia de la realidad siempre nos excede constantemente; el arte, por su parte, crea bloques de sensación que son capaces de alterar y remover la costra endurecida de la sensibilidad.
Para resistir hay que experimentar: la experimentación como cuento de nunca acabar ya que la obra de arte rebasa, se rebasa a sí misma como objeto y rebasa las expectativas y los esquemas cognoscitivos y perceptuales del sujeto que la contempla, porque la vida misma es siempre rebasamiento de lo establecido como lo eterno y necesario por un sujeto legislador. Este rebasamiento, en el modo de un resto irrepresentable pero productivo, es lo que Theodor Adorno llamaría lo no-idéntico y Gilles Deleuze, diferencia.
La obra de arte se vincula con el juego, con ese despliegue espontáneo de la afirmación de la inocencia de la existencia, ese juego inmanente de la producción deseante afirmativa.
La obra de arte impulsa de este modo una experiencia pura, que excede la sensación subjetiva y la materialidad objetiva y queda siempre en medio, produciendo conexiones inesperadas, desconcertantes y bodas y ligazones contra natura. Deleuze destituye a la verdad del lugar privilegiado que le concedió la tradición metafísica a favor de lo nuevo, lo interesante. Lo nuevo excede y rompe con el tiempo de Chronos, aquel tiempo indiferenciado y homogéneo del tiempo físico, y acompaña y surge con la potencia de lo inactual, una temporalidad intensiva. La obra de arte, según Deleuze, expresa la resonancia íntima del mundo, que es una pura exterioridad sin esencia, ni sustrato ni fundamento.
Deleuze, en un gesto de ironía a la vez que de un modo tendencioso, se pregunta del siguiente modo en los Diálogos con Claire Parnet: "¿Cómo queréis pensar sin haber leído a Platón, Descartes, Kant, Heidegger y tal o tal libro sobre ellos? Formidable escuela de intimidación que fabrica especialistas del pensamiento" y añadimos, expertos en corroborar lo establecido, ideando sistemas que ahogan y extinguen la creatividad del pensar en pro de una escolástica desconectada totalmente de la vida, sin utilidad para la sociedad, absolutamente inerte, endogámica y sin capacidad de conectarse a otras formas de pensar como el arte. Deleuze y Guattari, frente a ese pensar fosilizado, realizan una denuncia de los regímenes molares, tecnocráticos, déspotas, "que alienan los deseos de las máquinas deseantes, gregarizados y emparanoiados." No se niega, señala Navarro Casabona, la máquina técnica social económica, sino que se reclama su subordinación a las máquinas deseantes. Una colectividad de máquinas deseantes y libres en oposición radical a un colectivo como un todo que integra las partes, anulando y neutralizando las diferencias bajo una jerarquía de poder o bajo un axioma director de los flujos del deseo.
Este pensamiento crítico muestra como ciertos imperativos económicos, políticos y del deseo, disfrazados como "democráticos" o "emancipadores" , resultan producir y reducir a las mujeres y a los hombres a un estado de postración, servidumbre, impotencia y explotación. Todo ello propiciado y fomentado, como dice Navarro Casabona, "por los aparatos psiquiátricos y de asistencia social institucionalizados, los divanes de los psicólogos y las consultas sentimentales y masturbatorios de los grandes aparatos mediáticos.
Para ir concluyendo, de momento, en la cuestión sobre el arte ya no tiene preeminencia en Deleuze y Guattari los problemas relacionados con el juicio estético de belleza, sino que se articula sobre la cuestión de la creación libre de todo encorsetamiento representacional o imitativo, contra la representación como métrica del juicio estético, que elabora "moldes" sensibles bajo la forma de sentimientos reconocibles que hacen de la experiencia estética una interpretación de la conciencia reguladora, El arte es asunto más de experimentación que de representación e interpretación, que pone en crisis cualquier imagen dogmática (sea en la forma de autoridad o de sentido común) que domestique las fuerzas vitales a través de esquemas idealistas de finalidad, representación y esencia.
Dice Deleuze a Claire: " en tu rostro y en tus ojos siempre se ve tu secreto. Pierde el rostro. Se capaz de amar sin recuerdo, sin fantasma y sin interpretación sin pararse a recapitular. Que tan sólo haya flujos, flujos que unas veces se agotan, se congelan o se desbordan y otros se conjugan o se separan…en las líneas de fuga tan sólo puede haber una cosa: experimentación-vida".




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