LA NUEVA GUERRA FRÍA Y LA DEMOCRACIA

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Descripción

LA NUEVA GUERRA FRÍA Y LA DEMOCRACIA
Algunas personas se enmiendan cuando ven la luz;
otras cuando sienten la cercanía de las llamas"

Fernando Álvarez Simán*
[email protected]
Los que creían que con la caída del muro de Berlín en 1989 se había
terminado la llamada "guerra fría" se estarán sorprendiendo por los eventos
de los últimos años, cuando los mismos protagonistas de esa etapa están
protagonizando nuevamente situaciones muy tirantes, aunque difícilmente se
llegaría ahora a amenazas de "guerra violenta" como en el pasado. Nos
referimos a las tensiones que arrecian entre China y EE.UU. por una parte,
y Rusia y EE.UU. por la otra. En todos los casos se están notando grandes
ambigüedades en sus respectivas políticas externas, pues mientras se
evidencia una retórica altisonante en sus declaraciones oficiales, todas
las partes disfrutan de un renovado auge en sus comercios bilaterales, lo
cual hace muy difícil que se llegue a enfrentamientos frontales, y menos en
el campo militar.
En el caso de China, causó revuelo la aprobación de una ley "anti-secesión"
que oficializa su conocida reclamación sobre la isla de Formosa,
considerada por Beijing como una "provincia rebelde" pero donde opera el
gobierno de Taiwán, estado reconocido como soberano por apenas una
treintena de naciones, mayormente centroamericanas y caribeñas. Sin embargo
en la ONU se la reconoce como país miembro, pero su participación se limita
a actividades culturales, ambientalistas y humanitarias, a raíz de su
status anterior, siempre que no choquen con la posición china.
Curiosamente, ni siquiera EE.UU. tiene ahora relaciones diplomáticas con
Taiwán, aunque la aceptaba como el gobierno legítimo de China desde 1949
hasta el viraje iniciado por la apertura de Nixon en 1971 y el
restablecimiento de relaciones con Beijing por Carter en 1977. En los años
90, Clinton definió mejor las relaciones con Taiwán con tres principios
negativos: a) No a la independencia, b) No a dos Chinas y c) No a nuevas
membresía de Taiwán en organismos internacionales.
A simple vista, se hace patente la ambigüedad de estos principios, que
persiguen perpetuar las confusas relaciones actuales, que parecen tan poco
realistas como la anterior postura de que Taiwán, una isla de una veintena
de millones de habitantes, representara a la China Continental, con más de
mil millones habitantes y con un gobierno estable, aunque su origen sea de
imposición. Bush también tomó el camino del medio, pues mientras reconoce a
Beijing como el legítimo gobierno de China, aunque sea un "competidor
estratégico" en materia geopolítica, advierte a Taiwán que sea mesurado en
sus actos, evitando cualquier declaración de independencia que comprometa
la posición privilegiada con EE.UU., su proveedor de armas y virtualmente
su protector desde sus inicios. Pero el gobierno actual en Taipei se opuso
enérgicamente la nueva "Ley Anti-secesión" de Beijing, al haber autorizado
el Parlamento taiwanés al gobierno central a "tomar medidas militares", si
fuera necesario, para evitar la anexión forzosa de la isla a la China
continental.
EE.UU. y Taiwán parecían satisfechos hasta ahora de estas extrañas
relaciones, que implica un reconocimiento extraoficial del gobierno
taiwanés, especialmente cuando Washington afirma que cualquier cambio
forzoso del status causaría graves tensiones entre China y EE.UU., pero sin
comprometerse a un pacto defensivo formal. Ahora esas tensiones serían muy
poco probables, después de que la apertura económica de Beijing en las
últimas dos décadas ha hecho llover cuantiosas inversiones estadounidenses
a China Popular, además de que EE.UU. es el principal socio comercial de
China. Así, ambas naciones se necesitan mutuamente en el plano económico y
las fuertes declaraciones mutuas se convierten en la práctica en mera
retórica nacionalista para fines políticos, pues cualquier rotura de
relaciones tendría graves repercusiones en el área política. También cuenta
mucho la opinión pública estadounidense, poco dispuesta a librar una guerra
para defender a sangre y fuego la soberanía de una nación asiática después
de la polémica invasión y "democratización" de Irak, sin olvidar el serio
revés de Vietnam. De modo que, para ser realistas, lo más probable es que
siga vigente el actual y ambiguo status de Taiwán, por lo menos en el
futuro previsible, con los altibajos propios de una relación forzada por la
historia y las circunstancias, pero con riesgo de que vuelva a aparecer
otra crisis según los mandatarios que gobiernen los países involucrados.
En otro caso de relaciones frías, entre Moscú y Washington se nota
últimamente una situación igualmente ambigua, pues aunque parecía que Rusia
se integraría al concierto de naciones democráticas, siguen manifestándose
tanto un enfoque autocrático interno y unas serias contradicciones en su
política exterior, todo lo cual hace pensar en una renovada guerra fría con
EE.UU., si bien de menores proporciones que la anterior. Más bien se habla
de una "paz fría", en vista de que ya no existen amenazas constantes con
armamento nuclear, dado que el poderío bélico y la rol geopolítico de Rusia
han sido fuertemente disminuidos con la desintegración de la Unión de
Republicas Soviéticas Socialistas (URSS) y la debacle económica posterior.
Pero quedó una resentida casta militar, que resiente el papel secundario
que tiene actualmente y que presiona constantemente para recuperar la
influencia que tenía anteriormente en materia política. En vista de que las
naciones no pierden de repente sus antiguos vicios, Moscú trata ahora de
reponer su arsenal militar mientras el gobierno central utiliza prácticas
autoritarias para reafirmar su dominio sobre las provincias y evitar una
ulterior fragmentación de su territorio, como sucede en el caso de
Chechenia. En este caso, como Rusia ha sido víctima de sonados atentados
terroristas en su territorio, Moscú se ha solidarizado a menudo con EE.UU.
en su intento de controlar el terrorismo de inspiración islámica. Sin
embargo Washington ha hecho saber su disgusto cuando Moscú ha usado métodos
antidemocráticos y hasta brutales para reprimir movimientos secesionistas,
aun en provincias con mayoría musulmana, levantando la protesta en muchos
ámbitos sensibles a toda violación de derechos humanos.
De este modo, mientras Moscú condena teóricamente el terrorismo, se ha
opuesto a las iniciativas de EE.UU. en Asia e incluso ha apoyado regímenes
abiertamente antagónicos a la superpotencia, como Irán y Corea del Norte,
mientras tiene una agresiva política de acercamiento a sus ex socios de la
era soviética, como China, Cuba, Vietnam y toda nación del tercer mundo que
manifieste una oposición constante a las ambiciones hegemónicas de
Washington, esgrimiendo nuevamente el argumento del antiimperialismo y la
multipolaridad. Mientras tanto, Rusia trata de convertirse nuevamente en
una potencia militar de consideración, aprovechando el discurso
nacionalista en confrontaciones electorales, a sabiendas de que genera
adeptos por elevar el maltrecho orgullo de los rusos, todavía resentidos
por la repentina desintegración del imperio soviético.
Una política evidentemente ambigua, pues mientras no puede darse el lujo de
ahuyentar a los capitales extranjeros -mayormente europeos y
norteamericanos, tampoco puede dejar de insistir en una cierta
independencia en materia diplomática, revirtiendo a los antiguos y ambiguos
discursos antiimperialistas soviéticos, obviamente poco realistas cuando la
misma URSS representaba la mayor potencia imperialista del globo, con un
férreo dominio de Europa Oriental y de las regiones anexadas durante la era
zarista (Ucrania, Bielorrusia, las 'mini-repúblicas' del Caucazo y de Asia
Central) y la etapa soviética (los países Bálticos), así como su apoyo
abierto a regímenes autoritarios en Cuba, Vietnam y Corea del Norte, y a
naciones islámicas de tendencia autocrática de izquierda, como Libia,
Siria, Sudán e Irán. Así, no parece haber cambiado mucho las cosas, pues,
como antes, Rusia sigue dando apoyo moral y material a ejércitos de
liberación nacional, aunque ya con una intención más comercial y no tanto
con fines ideológicos, ahora que ha abrazado a regañadientes el sistema
capitalista.
A final de cuentas, es difícil no concordar con el pragmático concepto de
que no existen lealtades ni ideologías, sólo intereses grupales y
personalistas, ejercidos por camarillas que llegan al poder explotando las
debilidades de la democracia. Algo que da que pensar, y enfatiza la
necesidad de que las sociedades de las naciones democráticas, o con
apariencia de serlo, se involucren más decididamente en la selección de sus
gobernantes, para no arrepentirse luego. Es evidente que la democracia está
bajo ataque por sus lentos resultados y sus tímidos esfuerzos para
disminuir la pobreza en muchos países, mayormente cuando se aplica a
sociedades poco maduras en materia política, un hecho palpable y que tendrá
que encararse seriamente si se quiere que prevalezca ese sistema en el
siglo XXI, y no sólo en teoría.
La sabiduría es la habilidad de ver con mucha anticipación las
consecuencias de las acciones actuales
Russell Ackoff


* Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Chiapas
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