La noción de “distancia” en el psicoanálisis lacaniano (2015)

June 30, 2017 | Autor: Joaquin Sanchez | Categoría: Psicoanálisis, Psicoanálisis Lacaniano
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Descripción

Sanchez, Joaquín – La noción de “distancia” en el psicoanálisis lacaniano (2015). Introducción. Edward Munch señaló hace unos 100 años atrás, en el contexto del surgimiento de las cámaras fotográficas, que estas no podrán reemplazar a la pintura hasta que puedan ser llevadas al infierno. “La cámara fotográfica no podrá competir con la pintura mientras no se la pueda utilizar en el cielo y en el infierno”. El sentido de su declaración puede ser evidente para quien ha dedicado tiempo a estudiar la obra de este pintor expresionista, pero demorémonos un momento en pensar acerca de esta cuestión. La pintura y la fotografía tienen en común ser formas de arte basadas en la imagen. Mientras que la pintura es tan antigua como la humanidad misma, la fotografía se desarrolló en el siglo pasado, el siglo XX, y logró una masificación que la pintura nunca había logrado. Esto se debe a las diferencias en requisitos que la pintura y la fotografía implican para quien quiera hacer uso de estos recursos. Mientras que la fotografía únicamente requiere el conocimiento necesario para operar con la cámara, la pintura requiere un tiempo extenso de entrenamiento con los materiales, y del conocimiento de los fundamentos de la representación bidimensional. La cámara automáticamente organiza el espacio tridimensional en el plano bidimensional, mientras que el pintor debe por su cuenta estudiar esta organización del espacio y su representación. Ser capaz de realizar una pintura que refleje fielmente una imagen real es sumamente difícil, y son pocos los pintores en nuestro tiempo que podrían hacerlo. Mientras que la fotografía no requiere de gran esfuerzo y prácticamente cualquier individuo puede hacer uso de ella. Otra diferencia reside en la capacidad de la fotografía de multiplicarse en un número indefinido de reproducciones a partir de un único acto de tomar una foto, mientras que en pintura, cada producción es única. También podemos pensar en las diferencias en cuanto al costo material de ambos métodos, quizá a principios de siglo las cámaras implicaban una inversión, pero en nuestra cultura hiperconsumista actual eso ya no es así. El costo material de realizar una pintura es mucho mayor al de tomar una fotografía. Finalmente, otra diferencia está en el tiempo que requiere tomar una fotografía y realizar una pintura. La fotografía es prácticamente instantánea, mientras que una pintura exige mucho tiempo, si ha de ser fiel a la imagen representada. Si pensamos en el movimiento de los estilos en el ámbito de la pintura a comienzos de siglo, podemos comprobar una revuelta ante el surgimiento del arte fotográfico. Esta revuelta se orientó hacia un progresivo abandono de la representación de las imágenes reales, para explotar aquello que diferencia la imagen en la pintura de la imagen en la fotografía. La imagen de la fotografía es, podríamos decir, relativamente objetiva, en tanto que sin importar quien la tome, la imagen resultante será la misma. Lo cual no quita que reconozcamos que la perspectiva, la luz y el foco pueden mostrarnos diferentes miradas posibles de un mismo hecho: en las fotografías en que se utiliza una perspectiva forzada, por ejemplo, nos sorprendemos de que una persona parezca tomar el sol entre sus dedos, o parezca estar sosteniendo la torre de Pisa para que no se derrumbe. Si estas imágenes nos sorprenden, es porque hay juegos posibles con la imagen que desafían la idea que nos hacemos de lo que es “objetivo”.

Por su parte, la imagen en la pintura puede ir mucho más lejos, en muchos sentidos diferentes. No es exacto, pero en cierto sentido podríamos señalar que cada escuela de la pintura ha explotado maneras de hacer que la imagen desafíe la objetividad a través de recursos propios. No solo a través de lo representado por la imagen sino, en algunos casos, hasta en la descomposición de los elementos en que una imagen está conformada. La pintura abstracta no solo deconstruyó el campo de la representación pictórica, sino que también abrió el camino a nuevas estructuraciones posibles. Pareciera que en la automatización del proceso de construcción de una imagen, nos estaríamos perdiendo de la posibilidad de explotar las combinatorias posibles de aquellos elementos que la componen. Quizá podríamos decir que el surgimiento de la fotografía y del arte fotográfico forzó a la pintura a volverse sobre sí misma, a realizar un proceso de reflexión sobre sí misma, para potenciar aquello que la hace única. Es importante tomar en cuenta de todos modos, que antes de la fotografía, la pintura, incluso cuando se realizara a encargo, en la forma del retrato, siempre tuvo elementos no objetivos, que podríamos señalar como característicos de cada artista. En las pinturas de Botticelli, por dar un ejemplo, los cabellos están representados por el trazo de la silueta exterior que da la forma, mientras que el interior está compuesto por líneas paralelas muy cercanas entre sí, que realizan trazos largos, desde un borde al otro de la silueta, y que conforman, vistas en conjunto, armonías onduladas bellísimas. Estas armonías de líneas en los cabellos no son simplemente una representación objetiva de los cabellos reales, funcionan de manera alegórica, representando armonías en la naturaleza como las que el modelo geocéntrico atribuía al universo. Sabemos que las armonías remiten por definición a la música, y en lo que respecta al modelo geocéntrico, se trataba de la música de las esferas, que daban una impresión de universo simple, armónico y ordenado por la forma perfecta que es la esfera. De hecho, quizá en la comparación realizada hasta ahora, hemos apenas abordado cuestiones muy toscas, que no hacen realmente al valor de la pintura. La significación de una pintura podría ir mucho más allá de la manera en que da cuenta de cierta “realidad objetiva”. En todas las épocas podemos encontrar aspectos subjetivos en la pintura, que tienen que ver no con el objeto representado en sí mismo, sino con la manera en que un artista puede expresar su verdad. La pintura puede pensarse entonces, no solo como representación de una realidad objetiva, sino también como vehiculización de una verdad que, no solo se expresa en la pintura, sino que se produce en la pintura, a través de sus recursos. Pero seriamos deshonestos si no reconociésemos que podemos decir de la fotografía lo mismo. La fotografía, a su modo y con sus recursos, bastante más limitados en sus comienzos, pero que han ido desarrollándose en este tiempo que transcurrió, también sirve como vehiculización y creación de la verdad de un artista. Es que en realidad, difícil seria pensar en una actividad humana, artística o no, que no lo fuera. Esta vía no nos permite entender a qué diferencia entre la pintura y la fotografía haría referencia Edward Munch. Hay algo que en la pintura del artista se expresa y que no se expresa en la fotografía. Este algo es el efecto a posteriori, la retroacción que el autor plasmó en las imágenes de su pintura, y que la fotografía no lograría capturar. Para lograr este efecto a posteriori, Munch utilizó un método propio, que consiste en recordar las imágenes de su niñez, para entonces retratarlas tal y como se le presentan a la memoria. El resultado son imágenes no demasiado detalladas, poco objetivas, que muestran los hechos del pasado, a la manera en que el artista se los representa en su presente.

La cámara fotográfica obviamente no puede viajar al pasado, pero no se trata de eso. Incluso si pudiera, al tomar una fotografía de la escena que el artista recuerda en su presente y retrata, no aparecería en ella nada de lo que es significativo para tal artista. Este infierno del que habla Munch, infierno al que la cámara no puede viajar, no se encuentra en las coordenadas espacio-temporales tales como estamos habituados a pensarlas. No se encuentra en nuestro mundo. No es en el pasado mismo donde se encuentra el sentido de la imagen reproducida. Este sentido se halla en la manera en que el presente reproduce el recuerdo del pasado. Ese pasado quizá no había tenido significación alguna hasta este presente en que es resignificado. El infierno del que hablaba Munch no se encuentra ni en el pasado ni en el presente, se encuentra en la manera en que ese pasado retorna, intemporal, a la mente del artista. Ahora bien, en lo que respecta a los recursos a través de los cuales el artista plasmó los resultados de este método de producción de la imagen a reproducir, estos pueden percibirse en las obras. Necesitábamos la explicación del artista para comprender de donde provienen las imágenes, pero con la observación nos alcanza para comprender los medios para plasmar tales imágenes en un cuadro. Hay un número considerable de características propias del expresionismo. En los cuadros de Munch pueden contemplarse la falta de detalles que hemos mencionado antes, así como el uso de los contrastes, las sombras, las pinceladas largas, la focalización del detalle, una paleta de colores característica, etc. Como este no es un ensayo sobre estética, no vamos a dedicar tiempo a ninguna de estas cuestiones. Vamos a tomar un elemento sumamente significativo y que a cualquiera que contemple la obra de Munch le atrae rápidamente: la manera en que el espacio aparece curvado, deformado, como si la realidad retratada estuviera en estado líquido, fluyendo lenta y espesamente desde los confines del cuadro, y hacia el personaje o el espectador. Estas deformaciones del espacio no se limitan a la obra de Munch, ni siquiera se limitan a la pintura. El cine expresionista nos muestra, por ejemplo en la arquitectura de los escenarios en la película “El gabinete del doctor Caligari”, la curvatura de los tejados, los caminos, etc. También podemos encontrar esta arquitectura “torcida” en muchas de las películas de Tim Burton, especialmente en la escenografía de su película “Beetlejuice”. Otras veces, algunas películas usan, no distorsiones en el escenario mismo, sino la perspectiva para crear un entorno “torcido”, cuando se realizan planos tan cercanos a la cara de un actor, que todo lo que lo rodea parece estar cerniéndose en torno suyo.

Este efecto puede resultar fascinante o interesante para quien ojea ociosamente las pinturas, pero para Munch expresaban un estado de horror indescriptible. Si nos tocara percibir repentinamente el espacio de esta manera, probablemente también nos causaría horror. Pero podemos preguntarnos si esta deformación, curvatura del espacio, fue simplemente un medio arbitrario para dar cuenta de tal horror, o si efectivamente fue experimentado de esta manera. Esta cuestión no tendría cabida en la cultura occidental anterior a las teorizaciones de la teoría de la relatividad especial y general de Einstein, ya que se consideraba que el espacio era algo constante, un marco en el cual se situaban los hechos. Esta teoría, al igual que el expresionismo, surgió también en los primeros años del siglo XX, lo cual no es una casualidad. En las matemáticas y en la representación espacial, la posibilidad de pensar en espacios curvados existió mucho antes, pero no habían tenido repercusiones en la cultura. La perspectiva originada en el renacimiento nos ponía como sujetos frente a un mundo ordenado, donde cada objeto tenía su lugar. Algunos autores piensan que la perspectiva fue un descubrimiento, un perfeccionamiento respecto de la manera en que los artistas anteriores al renacimiento “intuían” el ordenamiento del espacio. En efecto, en las pinturas medievales y aún más antiguas, no podemos decir que la perspectiva esté totalmente ausente, sino que no era sistemática. Los artistas no tenían una reflexión suficiente de cómo se construía este tipo de espacio. Parecería entonces que la perspectiva simplemente fue encontrada en el renacimiento, como si fuera algo que estaba ahí, y que solo hubo que percatarse de ello. Otra manera de pensar esta cuestión, es afirmar que la perspectiva es una manera posible de organizar el espacio, creada por la cultura en desarrollo del colonialismo. Esta posición construccionista, implica que hay una producción mutua entre una cultura dada y su realidad, mediatizada por las prácticas sociales de una época dada. Colocarse en una u otra posición puede tener consecuencias en la posición ética de un analista, incluso si estas cuestiones no son objeto de reflexión en la mayoría de los casos. Nuestra cultura actual, a pesar de los desarrollos de las matemáticas y de la física, no ha salido de la posición en que se considera que la perspectiva es algo real, la manera en que se organiza el espacio. Incluso entre aquellos que reconocen estas variables, hay casos en los cuales prevalece aun la idea de que esta perspectiva es algo real. En este ensayo no pretendemos despejar esta cuestión, pero si será necesario mantenerla en suspenso, considerando ambas posiciones. Retornando a la organización del espacio, lo que implica la teoría de la relatividad general, de ser cierta, es que el espacio puede curvarse en función de la masa de los cuerpos que lo habitan. El espacio ya no es el marco de la experiencia, como lo pensaba Kant, sino que forma parte de las variables en juego. El espacio puede curvarse, pero no es de esto que se trata en la obra de Munch. Evidentemente no se trata del efecto explicable por la física, sino que suponemos que la física, y previamente las matemáticas, dieron lugar a pensar en efectos subjetivos de este tipo. El efecto de curvatura del espacio en las pinturas de Munch tiene que responder a otro tipo de causa. Esto si pensamos que es algo más que una simple expresión arbitraria del horror, como ya lo expresamos anteriormente. Pensamos que es algo más que eso, que tiene que haber alguna causa que hace que el espacio se curve en la realidad psíquica del autor. Distingamos la realidad psíquica de lo real, enfatizando la diferencia entre los términos realidad y real. Cuando decimos real, no nos referimos a una realidad objetiva, o compartida, se trata de algo totalmente diferente de la realidad.

Siguiendo la aclaración a la realidad psíquica que hace Alfredo Eidelsztein, esta no es la manera en que cada uno ve la realidad externa, sino la manera en que el psiquismo construye la realidad. Para Eidelsztein hay solo una única realidad psíquica, y ninguna realidad externa. Coincidimos en que no hay realidad externa, hay un real, y lo real no es de la misma naturaleza que la realidad. No son equivalentes. En lo que no coincidimos, quizá, o quizá se trate de una confusión con respecto a los términos, es en pensar que hay una realidad psíquica única. Podríamos pensar que hay, al menos, dos realidades psíquicas, correspondientes una a la estructura neurótica y otra a la psicótica. En este ensayo vamos a intentar explorar la experiencia del espacio en ambas estructuras, a partir de la noción de “distancia”, tal como aparece utilizada durante los seminarios de Lacan desde 1953 a 1980, intentando dar cuenta de la manera en que el espacio se organiza diferentemente en cada una de estas estructuras. El valor de estudiar la manera en que el espacio se organiza en cada estructura es comprender y apreciar los recursos con que cada estructura es capaz de dar cuenta de su realidad. Estos recursos son diferentes, implican modos de funcionamiento diferentes, por lo cual sería poco recomendable implementar para una estructura métodos iguales. A su vez, el estudio de la clínica de una estructura permite que se enriquezca la comprensión de la otra, no solo en lo que ya conocemos, sino en las posibilidades aun no estudiadas. Este trabajo tiene su precedente en un trabajo excelente de Rosine Lefort, llamado “El nacimiento del Otro”, publicado en 1980. Este trabajo se dirigía a los primeros meses de vida de dos niñas, una neurótica y otra psicótica. En los 35 años que han transcurrido desde la publicación de ese libro, la clínica psicoanalítica ha avanzado por diversas vías, cuyos productos podrían ayudarnos hoy a repensar estas cuestiones y extender los campos en los que son pensables. El recorrido básico de este ensayo comienza con la estructuración del espacio en la neurosis, luego avanzará hacia la estructuración del espacio en la psicosis. Ambos campos han sido estudiados por otros autores ya, por lo que trataremos de hacer un resumen de los resultados obtenidos por estos autores que ya han realizado ese trabajo. Lo que nos interesa proponer en este ensayo, y que quizá no ha sido explorado explícitamente aun, es la manera en que estas estructuraciones del espacio son conmovidas por operaciones específicas. Esto es, intentaremos dar cuenta de las operatorias que pueden hacer posible distorsiones, curvaturas en el espacio tal como es organizado en ambas estructuras. De lograr este objetivo, entenderíamos la causa de la curvatura del espacio en la obra de Munch, y de otros expresionistas, no como un recurso arbitrario del artista para dar cuenta del horror, sino que lo entenderíamos como una experiencia efectivamente padecida por el artista, y por cualquier otro individuo cuando se dan las condiciones que definiremos.

Nociones elementales para pensar la construcción del espacio. Pensar la construcción del espacio no es sencillo, vamos a requerir algunas nociones básicas para poder comprender los desarrollos realizados en la teoría psicoanalítica lacaniana. Estas nociones se encuentran en las matemáticas, más específicamente en la geometría, y a veces es sorprendente encontrarnos con que algunas expresiones que aparecen en el discurso de Lacan son referencias matemáticas que, de no conocerlas, nos llevan a interpretaciones completamente fuera de lugar. Un modo más ameno de adentrarnos en las bases de la geometría son los libros escritos por los propios artistas, como el “Tratado de la pintura” de Da Vinci, “Bases para la estructuración del arte”, de Klee, “Punto y línea sobre el plano”, de Kandinsky, y muchos otros. También hay libros sobre pintura escritos por filósofos, pero la distancia con respecto a la práctica, a veces, conlleva una pérdida con respecto a la manera en que un artista puede dar cuenta de su práctica. Esto ocurre, como señaló Nietzsche hace tiempo, porque el artista piensa la obra desde la perspectiva de su creación, mientras que el filósofo lo hace desde su recepción. No necesariamente es algo perjudicial, son perspectivas diferentes. También la formalización puede tener algo que ver. Comencemos por lo más básico. La pintura implica una representación bidimensional de una imagen que originalmente es tridimensional. Para realizar esta representación se recurre a los elementos de la geometría, el punto, la línea, la superficie, y el volumen. El punto tiene cero dimensiones (no ocupa lugar en el espacio), la línea tiene una dimensión, la superficie tiene dos, y el volumen tiene tres. Si pensamos que el espacio en que nos movemos cotidianamente es métrico, pensaríamos que solo el volumen necesitaría un tratamiento para ser representado en el plano bidimensional. Relacionamos al espacio métrico tridimensional a la geometría euclidiana. Es el espacio concebido como una pecera rectangular, recorte abstracto de un espacio supuesto infinito. Amontonamos en este espacio diversos objetos, y hay espacios vacíos entre estos. Mientras que la transposición al plano bidimensional la realizamos a través de la geometría proyectiva, como lo hizo Da Vinci en el renacimiento, y como la matematizó Desargues tiempo después. Este espacio no es imaginable, debido a la manera en que está organizado a partir de un punto al infinito. Lo más cercano a imaginarlo sería una circunferencia, con el punto al infinito o punto de fuga en la parte superior. Esta geometría estructura relaciones diferentes que la que estructura la geometría euclidiana. La diferencia principal tiene que ver con el quinto postulado de Euclides, según el cual las rectas paralelas no se cruzan, mientras que todas las rectas en el plano proyectivo, incluyendo las paralelas, se cruzan en el punto de fuga. Esta propiedad es la que causa que el plano proyectivo parezca una circunferencia, aunque no tiene una imagen imaginable realmente, ya que el punto de fuga está a infinita distancia. Diremos que está fuera de ese plano, estructurándolo. El punto de fuga del plano proyectivo en psicoanálisis tiene una significación importantísima, como veremos al explorar la organización del espacio en las estructuras, más adelante. Para pensar de manera sencilla la manera en que el espacio se organiza en la geometría proyectiva, y la importancia que tiene en ésta el punto de fuga, pensemos lo siguiente: miramos de frente al horizonte, por ejemplo, en una costa, veremos el mar por debajo y el cielo por encima. Entre el mar y el cielo podemos colocar una línea recta, y colocaremos otra línea recta entre nuestra mirada y el horizonte.

Esa línea recta se cruza perpendicularmente con la primera, en un punto que llamaremos el punto de fuga. Todas las líneas paralelas a la línea de nuestra mirada, que se encuentren a la izquierda o a la derecha de esta línea, tendrán una inclinación, no serán perpendiculares como la línea de la mirada, ya que esas líneas también desembocarán en el punto de fuga. Es por esto que decimos que las rectas paralelas se cruzan en la geometría proyectiva. Todas las rectas se cruzan en el punto de fuga. Incluso las rectas que sean paralelas a la línea del horizonte, se cruzan con el punto de fuga en el infinito, lo cual resulta más que absurdo para la intuición. Si sacamos una foto a ese paisaje, la cámara registrará lo mismo que nosotros. Se llama a esto la realidad objetiva. Diremos que la realidad psíquica de la estructura neurótica organiza el espacio de esta manera, pero nos abstendremos de afirmar que esto tenga algo que ver con lo real. Ahora bien. Llamamos geometría proyectiva a esta geometría, que no es métrica, porque permite no solo dar la sensación de que vemos el espacio tridimensional en un plano bidimensional, sino también porque opera con la manera en que los puntos en el plano se proyectan al punto de fuga. Para cualquier punto que tomemos, trazaremos una recta entre el punto y el punto de fuga, y con poco esfuerzo podremos desplazarlo en esa proyección. No resulta útil para un punto único, pero si es una operación útil cuando queremos desplazar volúmenes, superficies o líneas en ese plano. Mientras mantengamos la relación entre los puntos, desplazando un punto de esa superficie, sabremos donde colocar el resto de los puntos a partir de sus rectas de proyección. Un número de matemáticos, entre ellos Gauss y Poincaré, derivaron las consecuencias de esta diferencia entre la geometría euclidiana y la proyectiva con respecto al quinto postulado. Gauss lo hizo al trabajar con triángulos cuya suma da un número mayor a 180 grados (sobre superficies con curvatura positiva), y Poincaré con triángulos cuya suma da menos de 180 grados (sobre superficies de curvatura negativa). Esto solo es posible en la geometría proyectiva, elíptica e hiperbólica, respectivamente. Puede parecer poca cosa, pero ser capaces de pensar en otras geometrías permitió abandonar la noción de espacio como marco constante de la experiencia. Einstein basó su teoría de la relatividad general de la física en los desarrollos matemáticos de esos autores. Pensar en una geometría no euclidiana dio paso también al desarrollo de la topología gracias al trabajo de Euler en matemáticas. Cuando en psicoanálisis hablamos de espacio no métrico, de

geometría no Euclidiana, nos referimos a un espacio topológico, ya que muchos desarrollos teóricos en la teoría de Lacan implican el uso de una versión bastante particular de la topología. Dado que los objetos del psicoanálisis no ocupan lugar en el espacio, pero tienen dos dimensiones, usamos la topología para estudiar las propiedades de esas superficies hechas de lenguaje y de tiempo. Ese uso de la topología está bastante difundido, y no hay analistas lacanianos que no conozcan, al menos de vista, al ojear los seminarios y escritos de Lacan, la manera en que los objetos topológicos se relacionan con los objetos del psicoanálisis. Pero hay otro uso de la topología, que es el referido a la construcción de la espacialidad, tal como lo veremos en este ensayo. Puede pensarse o bien que las dos topologías son diferentes, o bien que en algún punto están conectadas. No pretendemos llegar a una conclusión aquí acerca de este punto, ya que no es el objetivo de este breve trabajo. Un punto de contacto de ambos usos de la topología en psicoanálisis se encuentra en el caso del esquema R, presentado en “De una cuestión preliminar”. Este es el esquema de la constitución de la realidad psíquica. En una nota agregada en 1966, casi diez años después de haber escrito este texto, Lacan señala que el esquema R es un objeto topológico, llamado cross-cap, homomorfo al plano proyectivo. Dado que el corte de esta superficie topológica da cuenta del fantasma, es decir $ ◊ a, quizá podríamos pensar que ambas topologías tienen un punto de origen en común. También podemos encontrar un punto en común cuando pensamos la cuestión de la reversión del toro. Si la entendemos como operación de pasaje entre el yo (moi) del espejo y el yo (je) del discurso, tal como vamos a verlo más adelante en este trabajo, podremos dar cuenta de las consecuencias de la ausencia de esta operación en la psicosis y su construcción del espacio. A diferencia del espacio métrico de la geometría euclidiana, en la topología la métrica no tiene ningún significado. Podemos pensar la topología, al menos aquella con la que vamos a trabajar, como relaciones entre posiciones respectivas. Mientras se conserven las relaciones respectivas entre las posiciones, un objeto puede deformarse en sus dimensiones sin dejar de conservar sus propiedades topológicas. En psicoanálisis, Lacan tomó tanto las propiedades de los objetos topológicos como sus manipulaciones posibles, para mostrar los objetos de la clínica. Pero ya en los estudios psicológicos de Bender y de Piaget acerca del desarrollo del dibujo, estos autores señalaban que la construcción del espacio en el niño de hasta tres años es topológica y no métrica. En los libros sobre el tema podemos encontrar ciertas constantes en la estructuración del espacio tridimensional en su representación bidimensional en los niños pequeños, lo llamativo es que esta estructuración es similar a la estructuración de la imagen en los sueños tal como la había descripto Freud años antes de estos estudios. Los dibujos de los niños muestran una gramática singular, que podemos pensar como recursos para la representación del espacio tridimensional, diferentes a las que muestran los adultos. Anterior a la estructuración clásica del dibujo, hay otra estructuración, topológica, donde no es la métrica, sino las relaciones entre elementos las que definen la manera en que el espacio se estructura. Es muy común por ejemplo encontrar en los dibujos de los niños el recurso al “doblado” del plano, o la secuencia temporal expresada como yuxtaposición de escenas en el espacio. Pero retomando la topología, algunas nociones básicas son la de homomorfismo, es decir la relación entre dos objetos en apariencia diferentes que sin embargo responden a dos propiedades básicas: biyección y bicontinuidad. Cuando estas propiedades están presentes, decimos que pudimos

manipular un objeto hasta transformarlo en el segundo, conservando las propiedades. La biyección por su parte es la propiedad de conservar cada uno de los puntos de un objeto en la transformación a otro objeto, mientras que la bicontinuidad es la propiedad de que cada uno de los puntos mantenga la relación de posición con respecto a los otros durante la transformación. Estas propiedades gobiernan también las operaciones de inyección y de inmersión en diferentes espacios de las figuras topológicas. Hablamos de inyección cuando las propiedades se cumplen en el pasaje de un espacio a otro, por ejemplo, de un espacio tridimensional a uno bidimensional. Hablamos de inmersión cuando una de las propiedades no se cumple. Se trata principalmente de casos en los cuales aparecen puntos y/o líneas de autointersección, es decir, la superposición de dos puntos en un mismo lugar. Los nombres de estas propiedades y fenómenos pueden parecer difíciles al comienzo, pero con un poco de estudio se vuelven relativamente sencillos. La autointersección nos interesa porque se da en dos de las figuras topológicas con las que trabaja el psicoanálisis. Se trata de la botella de Klein y del cross-cap. A simple vista puede verse que la botella de Klein se inserta en sí misma. En el caso del cross-cap es un poco más difícil darse cuenta, ya que nuestra intuición del espacio euclidiano nos mueve a pensar que la forma es diferente de como realmente es. Podríamos pensar que son superficies tan solo que se tocan, pero en el esquema podemos ver que la unión de las superficies se hace cruzada, entre puntos con la misma letra.

Botella de Klein y cross-cap. Gracias a las reglas que permiten la transformación de la apariencia de los objetos topológicos, se llama a la topología una geometría de caucho, debido a la naturaleza maleable de este material. Cuando Lacan en el Seminario IV habla de una lógica del caucho propia del inconsciente, está refiriéndose a esta forma de llamar a la topología. Quizá, con un poco de imaginación, podríamos pensar el espacio en las obras expresionistas en que se presentan las curvaturas del espacio, como un espacio de caucho. Cuanto menos, podemos decir que estas obras no se organizan totalmente ni por la geometría euclidiana ni por la geometría proyectiva. En este ensayo vamos a centrarnos en la noción de “distancia” para pensar la organización del espacio. Quizá es un elemento un poco arbitrario, no totalmente representativo de un campo tan extenso como puede serlo el de la organización del espacio. Si elegimos esta noción en particular, y no otra, es debido a que en la presentación de Rosine Lefort de casos de autismo en el año 1954, durante el Seminario I de Lacan, ya aparecían estas nociones de distancia en el tiempo y en el espacio. Veremos el caso de Robert, “el lobo” en la sección acerca del espacio en la psicosis.

Previamente, en el periodo de entre-guerras, algunos psiquiatras, entre ellos Minkowski, intentaron una aproximación muy interesante a la experiencia fenomenológica de las distorsiones en tiempo y espacio. Estos autores no salían de la fenomenología, por lo que no dieron cuenta de las estructuras en que se sostenían esos fenómenos. Nosotros intentaremos dar cuenta de la estructura, aunque sea en el dominio limitado que atañe a la noción de distancia y sus perturbaciones. En la clínica psicoanalítica, donde pensamos la experiencia del espacio tanto en términos de espacio tridimensional como de superficies, la noción de distancia media entre ambas lógicas. Cuando el espacio tridimensional se derrumba, la distancia desaparece y aparecen fenómenos de superficie de los cuerpos. Lo que proponemos pensar en este trabajo es que la distancia, si bien está presente siempre, al menos potencialmente, no es de la misma naturaleza en ambas estructuras. Comprender la naturaleza de la distancia, su dimensión estructural, en cada una de las estructuras, nos permitirá comprender mejor los fenómenos, así como también los recursos con que cada estructura cuenta para organizar el espacio que le es especifico. Los resultados pueden extrapolarse a la dimensión del tiempo, ya que cuando hablamos de dimensión estructural de un fenómeno los contenidos pueden variar sin que cambien sus relaciones. Entendemos una estructura como un sistema de relaciones. En la neurosis, esta estructura se organiza en torno a una ausencia, a un elemento excluido. Por eso se dice que en la estructura el centro es siempre una falta. Se llama a este elemento el S1 de la cadena significante, aunque veremos algunos esquemas donde no se trata de la exclusión de un significante, sino del punto de fuga y del sujeto. Pero no son sino diferentes escansiones de un mismo fenómeno. En la psicosis falta esta exclusión, veremos cuáles son las consecuencias en la estructura de tal ausencia. Hablamos en este trabajo de estructura, y quizá haga falta una aclaración. Si bien abordar el tema de la distancia, tanto en el espacio como en el tiempo, parece una cuestión de psicología, de desarrollo de un psiquismo, no es esa nuestra orientación. Ya mencionamos a Piaget y a Bender, que elaboraron teorizaciones acerca del desarrollo y la construcción del espacio en los niños. En nuestro caso, al hablar de estructura, nos referimos no al psiquismo, sino al lenguaje, que preexiste a los individuos, y del cual el sujeto es solo un efecto. Para el psicoanálisis no hay desarrollo, hay una estructura significante previa y en que se sostiene la consistencia imaginaria del espacio, el tiempo, las sensaciones, el cuerpo, los afectos, etc.

I. Neurosis. Para decirlo brevemente y desde el comienzo, la noción de “distancia” es posible en la organización del espacio de la estructura neurótica en función de haber sido inscripta en el Otro. Es necesario el registro simbólico para que puedan representarse distancias abstractas en el espacio. Esto es algo sabido por los analistas lacanianos. Dedicaremos esta sección del ensayo a intentar recorrer, paso a paso, lo señalado al respecto por Lacan y otros autores. Para comprender el lugar del cuerpo en la neurosis debemos realizar un breve recorrido, desde los comienzos de la enseñanza lacaniana. Lo primero de lo que debemos dar cuenta son los registros que propone Lacan, estos son lo simbólico, lo imaginario y lo real. Hemos hecho mención de lo real en la introducción. Se trata, en los comienzos de la enseñanza de Lacan, de aquello que el psiquismo expulsa de si en la constitución del yo. Este proceso de auftossung, expulsión, lo toma Lacan de Freud, y es a través de este que el yo diferencia aquello que le pertenece a sí mismo y aquello que no, que le pertenece al mundo exterior. Se trata en la obra de Lacan de un proceso por el cual algunos contenidos se inscriben en lo simbólico y otros quedan fuera, conformando lo real. Por su parte, lo simbólico es una red significante que recubre en parte lo real, lo hace a través de cortes, por oposición significante. Lo cual da a la captura de lo real una propiedad diferente: mientras que en lo real hay graduaciones y nada falta, en lo simbólico, por la oposición en pares, siempre se trata de elementos organizados a partir de la diferencia. Finalmente, lo imaginario se estructura en lo simbólico, y da cuenta de nuestra representación de las sensaciones, los afectos, la percepción, el cuerpo, etc. Todos estos registros están articulados no al nivel de sus contenidos propios, sino al nivel de lo simbólico. Esto implica que cualquier perturbación tiene que pensarse al nivel de lo simbólico y no de lo imaginario en que se manifiesta. Habiendo señalado lo básico acerca de los tres registros, diremos entonces que el cuerpo y el espacio se organizan en lo imaginario, aunque tienen su articulación al nivel de lo simbólico. Por ejemplo, una perturbación de lo simbólico perturbará el cuerpo en lo imaginario. Ya Freud había señalado muchas cuestiones importantes que vamos a considerar en este ensayo en su trabajo “Introducción del narcisismo”, pero aquí vamos a usar la manera en que Lacan completa la teoría del narcisismo, agregando la noción del Otro, lugar de inscripción de lo simbólico. Lacan utiliza el modelo óptico del ramillete invertido para dar cuenta de las instancias en que un individuo sitúa su cuerpo y la mirada. En esta experiencia, se produce una imagen virtual de un jarrón con flores a partir de un juego de espejos, que reúne una imagen real (del ramillete) con una virtual (del jarrón), apareciendo la imagen completa para el que mira, detrás del espejo plano. El sujeto experimentará su cuerpo como estando detrás del espejo, mientras que sitúa en el lugar de su mirada frente al espejo, a la mirada del Otro. Se trata de una inversión de los lugares, que hace a la alienación imaginaria del cuerpo, y que nos permite articular la experiencia del cuerpo.

Esta es la última versión que hace Lacan del esquema del ramillete invertido, es de 1960. Lacan pasó siete años retocando su esquema, hasta llegar a esta versión, que sitúa algunas modificaciones en su concepción de la clínica en el movimiento de rotación del espejo señalado por la flecha. Pero no es de eso que trataremos en este ensayo. Nos interesa entonces situar el lugar del cuerpo más allá del espejo para entender la dinámica del reconocimiento. Para que el individuo pueda dar cuenta de su deseo, tiene que alienarse en este esquema, colocando al Otro en el lugar desde donde se mira en el espejo, y su cuerpo en esa imagen, en el otro. Esto explica los fenómenos que suelen verse en los niños pequeños, donde la llamada transitividad les hace decir del otro lo que les corresponde a sí mismos. Por eso Lacan toma la frase de Hegel: el deseo del hombre es el deseo del otro. En el adulto hay alienación también, pero no a este nivel del transitivismo. Sabemos decir yo (je) antes del predicado, nos creemos autores de nuestro habla. Para que esto ocurra debe operar algo específico, que vamos a ver en topología como reversión del toro. Esta operación produce una reversión de la relación entre demanda y deseo. El toro es la figura topológica más común en la obra de Lacan. Aparece mencionado en su conferencia de 1953 Función y campo de la palabra, y si ponemos atención a su seminarios, hemos de comprobar que aunque no siempre lo menciona, muchas veces Lacan hace referencias al toro en su discurso. Por ejemplo, en el Seminario 1, Lacan menciona lo paradójico que resulta pensar que lo que más propio del individuo, su yo, está fuera de él, en la superficie del toro que conecta el afuera y el adentro del agujero central. Pero el toro que nos interesa aparece desde el Seminario 9, donde trabaja la relación entre la demanda y el deseo. Si pensamos en la figura del toro podemos distinguir dos tipos de círculos, los que encierran el espacio del toro, y los de su circunferencia. Llamaremos generatriz y directriz a estos círculos, respectivamente. Miller da una imagen bastante buena de estos círculos, planteando la imagen de un anillo colocado en una cuerda que se desplaza a través de esta. El anillo es la generatriz, y la cuerda, cerrada sobre sí misma, la directriz.

Esta es una representación del toro con la generatriz y la directriz. Puede comprobarse que en esta representación, en lugar de un anillo tenemos bucles, que nos permiten pensar en la continuidad de la generatriz en su recorrido que forma la circunferencia de la directriz. En términos abstractos, hay infinitos bucles de la generatriz, y una circunferencia de la directriz. Aplicando esto al análisis, vamos a pensar que hay un número determinado de bucles, que representan la demanda, y que en su recorrido dan cuenta de la directriz, el deseo. Dijimos que vamos a dar cuenta de la reversión del toro, esta reversión la presenta Rosine Lefort en su libro El nacimiento del Otro, de 1980, a partir de un trabajo de unos matemáticos franceses, que demostraron la posibilidad matemática de esta reversión. Hay en internet un video realizado en 1994, llamado How to turn a sphere inside out, donde podemos ver en detalle el procedimiento necesario para tal operación. Aquí solo contaremos con el esquema realizado en 1979, que da cuenta de la reversión del toro, que es lo que nos interesa. El problema de utilizar el esquema es la dificultad que implica para nuestra imaginación dar cuenta de la reversión, pero la topología nos interesa justamente por eso, por forzar a nuestra imaginación a pensar de otra forma.

Este esquema de 1979 nos muestra básicamente el comienzo y el final de la operación, pero con eso nos alcanza para lo que tenemos que ver en este trabajo. Si prestamos atención a las figuras a y b, vemos una transformación válida del toro, ya que en topología es válido cambiar las dimensiones, dado que la métrica no significa nada en esta matemática. Un toro y una “esfera con asa” son la misma cosa, la transformación nos va a permitir, por otro lado, intuir más fácilmente la reversión. En el toro de las figuras a y b, antes de la reversión, podemos poner el dedo en el agujero central, que hemos llamado directriz, mientras que la generatriz pasa por dentro de la superficie, es decir, nuestro dedo está recorriendo la generatriz al meterse en el agujero de la directriz. Cuando se realiza la reversión, puede ser difícil verlo al comienzo, pero podemos comprobar que donde metíamos antes el dedo, ahora está el asa, mientras que donde estaba el asa, ahora está el agujero. Si queremos meter el dedo, deberemos cambiarlo de posición, ahora debemos ponerlo en sentido vertical. Lo que ocurrió es que la directriz pasó a ser la generatriz, y la generatriz pasó a ser la directriz. Una forma fácil de comprobarlo, es pensar en la figura antes de la reversión. Si

pudiéramos meter la mano dentro de la “esfera con asa”, podríamos pasar el dedo por dentro del asa, trazando la directriz, mientras que por fuera lo pasábamos por la generatriz. Cuando invertimos el toro, esta relación se invierte. Si en topología la directriz se convierte en generatriz y viceversa, en la clínica esto se traduce como una transformación de la demanda en deseo y viceversa. Esta es la reversión del toro pensada como operación clínica. Giselda Batlle señala que se trata de la identificación primaria, dada cuando hay un solo toro, también podríamos pensar que se trata de la constitución del inconsciente, ya que de ahora en más ya no se trata de un solo toro, sino de dos toros, abrazados.

Dos toros abrazados, encadenados. A partir de esta operación de reversión del toro, tendremos dos toros abrazados, formando una cadena de dos eslabones. El inconsciente que se ha constituido queda del lado del Otro, ya que, como puede verse, la generatriz de un toro es la directriz del toro del Otro, y viceversa. Algo que podemos comprender a partir de esto, es que el inconsciente es “externo” al sujeto. Pero no nos dejemos fascinar por estas referencias, ya que en realidad tendremos que aprender a pensar que en topología las referencias de “adentro” y “afuera” no son tan fáciles de pensar como creemos. Guiándonos por lo que hemos situado en el esquema, el deseo del Otro es la demanda del sujeto, y la demanda del Otro es el deseo del sujeto. Esto es lo que entendemos por constitución del inconsciente. Cuando el sujeto habla, más allá de su demanda, está el deseo del Otro, su inconsciente. A partir de la operación de reversión del toro ya no podemos pensar en un sujeto aislado, siempre se trata de un toro encadenado a Otro toro. A veces cuando se enseña la teoría del psicoanálisis, pareciera darse a entender que el sujeto tiene su inconsciente, con este esquema podemos entender qué relación tiene con el inconsciente como discurso del Otro. También sería bueno evitar el error sustancialista comúnmente aplicado al sujeto y al inconsciente. Hablamos de sustancialismo cuando nos referimos a lo que subyace, lo que se encuentra por debajo, como sostén y causa, de ciertas propiedades y ciertos efectos. Tenemos que pensar al inconsciente y al sujeto no como sustancias sino como efectos. Cuando estudiamos la topología propia del psicoanálisis, sería erróneo por ejemplo decir que el toro es el sujeto, porque no es el toro en sí mismo, sino las operaciones que pueden realizarse con él lo que tomamos para dar cuenta del sujeto. El sujeto es un efecto de estas operaciones posibles. Para realizar una comparación sencilla, podemos pensar en un ejemplo espeleológico, nos apoyamos para esto en la expresión que usa Lacan en su Seminario 1, donde compara el cuerpo a una caja de resonancia. La espeleología es una versión concreta de la topología abstracta. No hay superficies topológicas en el mundo concreto en que vivimos, solo superficies topográficas, como en el interior de una cueva. Si queremos estudiar la topografía de una cueva, usamos un sonar,

ondas de sonido que al chocar con las superficies, y rebotar hasta el aparato emisor-receptor, trazarán, en función de las distancias recorridas, la superficie topográfica de las paredes de la cueva. Creemos que las paredes existen incluso cuando no las ponemos a prueba, este es el prejuicio de la versión vulgar de la ciencia que domina en nuestra cultura. En psicoanálisis no podemos adherir a este prejuicio, las paredes existen en tanto el aparato las traza, y no antes ni después. Es como si el choque de las ondas de sonido hiciera aparecer, ex nihilo, de la nada, las paredes. Volviendo a nuestro objeto de estudio, el sujeto y el inconsciente son efectos del discurso, no son algo que un individuo lleve en su cabeza de un lado para el otro. De la topología lo que tomamos como mostración son las operaciones posibles, no las figuras en sí mismas. Esto cuenta para cada una de las figuras, no solo para el toro. El inconsciente es el efecto del habla, cuando un individuo habla se produce como sujeto, y se produce su inconsciente en la trama misma del discurso dirigido a Otro. Se aclara así lo afirmado en el comienzo, debemos aun recorrer la constitución del espacio. Si pensamos en el sujeto como efecto del discurso, entonces hablamos de un sujeto bidimensional, es decir, que se extiende en los bucles de la demanda en el toro, según las coordenadas del tiempo que definen la linealidad del discurso y las de la repetición, que definen las vueltas del bucle de la demanda. Este sujeto bidimensional no puede encontrarse en el espacio tal como lo pensamos de manera cotidiana, es decir, en el espacio tridimensional definido por la geometría euclidiana. De la misma manera en que ocurría con la carta robada en el cuento de Edgar Allan Poe, sin importar cuanto rastrillemos el espacio euclidiano, nunca vamos a encontrar al sujeto, porque este tiene sus coordenadas en otro tipo de espacio. Las neurociencias deberían aprender esto algún día. Por otro lado, cuando nos toca hablar del espacio en la neurosis, tenemos otro esquema de Lacan para ayudarnos en este recorrido por los aportes del psicoanálisis. Se trata del esquema R que Lacan estrena en 1958, cuando realiza su escrito “De una cuestión preliminar”. Como habíamos señalado antes, este es otro de los esquemas donde pueden verse conectados dos usos de la topología: la topología del espacio y la del sujeto. Este esquema, con su transformación, será la herramienta más importante para el desarrollo de este ensayo, porque es donde podremos situar la constitución del espacio en las estructuras y sus diferencias.

El esquema R. Este esquema tiene muchas letras, así que tenemos que situar las coordenadas mínimas para poder entenderlo. El esquema se llama R porque la R del medio representa la realidad psíquica, que se constituye entre los bordes de lo imaginario a la izquierda y lo simbólico a la derecha. Nos queda

delimitada entonces la realidad con los vértices MimI, y dos triángulos, lo imaginario y lo simbólico. Los vértices exteriores de ambos triángulos, ϕ en el imaginario y P en el simbólico, representan la libido y el Nombre-del-Padre. Ambos elementos deben encontrarse excluidos del campo para que la realidad pueda sostenerse en el medio. Hay otra forma en que puede pensarse este esquema, y es la forma que nos interesa en este trabajo. Hemos señalado ya que el plano proyectivo no puede tener una representación, pero podríamos, con un esfuerzo de imaginación, colocar la mirada en ϕ y el punto de infinito del horizonte en P. De este modo nos quedaría la franja de la realidad en el medio, donde se encuentran los objetos proyectados en el plano. Cuanto más cerca de la mirada, es decir de ϕ, más grandes se proyectan los objetos, mientras cuanto más cerca del vértice P, es decir del punto de fuga se encuentren, más pequeños nos van a parecer. Nasio señala adecuadamente que la libido tiene un sentido de potencial, ya que aquí representa la distancia entre el vértice y la franja de la realidad. Podríamos decir que si la libido entrara en el campo la pulsión no podría hacer su recorrido, fenómeno que veremos más adelante cuando tratemos la psicosis. La mirada debe estar fuera del campo, incluso aunque cuando razonamos nos damos cuenta de que estamos constituyendo el campo con nuestra mirada, cuando miramos si podemos no sentir angustia es gracias a que nos olvidamos de nuestra propia mirada. Si por algún motivo la reencontramos, hay angustia. Esto lo vamos a ver más adelante también. Algo similar ocurre con el otro vértice, el Nombre-del-Padre. Su posición fuera del campo garantiza lo imposible, si entrara en el campo este se cerraría sobre sí mismo. Quizá sería adecuado comparar este efecto al que sufrió Juanito en su sueño, cuando no podía alejarse de su hogar con el tren. El recorrido siempre volvía al inicio. Lacan analiza estos recorridos imposibles en el Seminario 4, y la manera más adecuada de comprenderlos es a partir de la topología como puede verse aquí. Que Juanito no pudiera alejarse es un problema de distancia obviamente, pero podemos ahora ver más claramente que se trata de un problema de constitución de distancia, esta no se da sino a partir de ciertas condiciones, la exclusión del campo en los vértices de los dos puntos que hemos señalado. Si volvemos a prestar atención al esquema R de Lacan, veremos que en el interior de la franja de la realidad se encuentran a y a’, el yo y los otros. Quizá en un momento de confusión podríamos preguntarnos qué hace el yo ahí si la mirada dijimos que está en el vértice de lo imaginario. Pero si recordamos el esquema de los espejos, ya habíamos visto que la mirada se separa del cuerpo. La mirada debe salirse del campo de la realidad, de los objetos, y por su exclusión este campo tiene consistencia. Como antes, esta separación, esta esquizia de la mirada, como la llamaba Lacan, implica que el cuerpo al que llamamos nuestro yo nos es otro. Solo a través de entregar el cuerpo a la mirada en el campo del Otro podemos tener un cuerpo imaginario. Hemos conectado las coordenadas básicas de uno y otro esquema, pero cabe hacer una aclaración: hay una diferencia observable en las relaciones entre los registros imaginario, simbólico y real en ambos esquemas, que responde a cambios en la teoría de Lacan durante estos años. Mientras que en 1953, cuando Lacan presentaba su primer esquema del ramillete invertido, lo simbólico servía como articulación de lo imaginario y lo real, ahora en 1958 con el esquema R tenemos una relación diferente, donde simbólico e imaginario forman un montaje que sitúa la realidad.

Nos toca ahora dar cuenta de la función del Nombre-del-Padre en el esquema, lo que nos permitirá introducir la transformación del esquema en un cross-cap con semiesfera, tal como lo señala Lacan en su nota de 1966 al texto “De una cuestión preliminar”. Pero vamos a introducir la función del Nombre-del-Padre desde otro ángulo primero, a partir de un aporte muy interesante de Pura Cancina, que muestra esta función en el seminario de Lacan “El seminario de la carta robada” de 1956. En este seminario Lacan presenta un juego de combinatorias ternarias y cuaternarias. Con estas combinatorias es posible situar la introducción de lo imposible a partir de la función del Nombre-del-Padre. En primer lugar está la combinatoria ternaria, que utiliza los signos (+) y (-) en combinaciones de a tres. Estos signos representan la ausencia y la presencia, son los significantes del fort-da que da inicio a lo simbólico. Bajo este régimen ternario de la combinatoria, no sería posible predecir lo que no puede resultar al combinar los signos. Esto representa lo arbitrario del deseo de la madre, y es el fundamento de lo que suele llamarse el estrago. Introduciendo una combinatoria cuaternaria, si será posible predecir lo que no puede resultar de combinar los signos. Para cada combinatoria, uno de los signos disponibles deberá quedar excluido de la combinatoria, y de esta manera definirá la serie de la que está excluido. Ese signo puede ser reemplazado por otro en su posición, y ocurrirá lo mismo, cambiando el resultado pero manteniendo la misma estructura. La función de este cuarto elemento muestra de manera sencilla la función de la metáfora paterna, donde el Nombre-del-Padre viene a colocarse en el lugar del deseo materno, introduciendo lo imposible.

Se trata de un funcionamiento a partir de una exclusión, de un agujero en torno al cual se ordena el resto de los elementos. Siempre que hablamos de estructura neurótica se trata de esta estructura organizada en torno a una falta. Sin dudas, se trata de una forma de pensar, y trabajamos con cosas abstractas, pero eso no quita que sean aplicables a la realidad. Por ejemplo, hablamos del materialismo de nuestra sociedad capitalista, donde el dinero organiza la circulación de los bienes. Pero podemos pensar que, por ejemplo en el caso del dólar, esta moneda desde 1913 ya no representa la pertenencia del oro de una nación, sino que pasó a representar una deuda con respecto a la reserva federal, que es una propiedad privada. Es decir cada billete, con toda su potencia, no es sino una deuda de la nación. Se ve bien claramente el valor de lo simbólico allí, no se trata de la sustancia como causa, sino de la deuda como causa de la organización de lo social. Para que lo simbólico funcione, tiene que situarse lo imposible, es decir, un lugar tercero excluido de la circulación que cumple una función de nominación de los elementos del conjunto. Otro ejemplo, esta vez de la necesidad del lugar tercero. Ya Henri Bergson, antes que Freud, había situado la necesidad de un tercero para que exista un efecto cómico. El ejemplo sería una situación donde una persona hace o dice algo ridículo, que muestra su error de juicio, si nosotros vemos a esa persona, inmediatamente vamos a buscar la mirada de otro, a quien dirigirle una sonrisa cómplice. Ni siquiera pensamos en por qué hacemos esto. Necesitamos de un tercero para poder situar los valores de verdad de ese juicio errado que mostró el primero. Cuando hacemos esto, y el tercero

nos devuelve la mirada confirmando el error de juicio del primero, se produce lo cómico. Esto es lo que significa que necesitemos del campo del Otro para poder registrar los fenómenos. Sin ese campo no nos daríamos cuenta de nada, todo sería un caos de ideas indistinguibles. Ya lo hemos señalado antes, sin ese campo del Otro la distancia espacial y temporal, como la conocemos, también es imposible. Pero situemos la función del Nombre-del-Padre en el campo de la realidad del esquema R, así podremos apreciar de qué modo funciona. Ya vimos la función del Nombre-del-Padre en la combinatoria ternaria y cuaternaria. Se trata ahora de ver qué lugar tiene en el esquema R. Dijimos anteriormente que del lado de lo imaginario, en el vértice izquierdo del esquema, se sitúa la libido, y que en el vértice derecho, el Nombre-del-Padre. Debería ser fácil deducir entonces lo que sigue. Cuando comparamos el esquema R al campo de la visión, dijimos que nuestros ojos estarían en el vértice imaginario, y que nuestro cuerpo, junto con los objetos, se sitúa en la franja de la realidad. En el otro vértice, el simbólico, se sitúa entonces el punto de fuga, que organiza el espacio de lo visual. Este punto de fuga es el imposible que sitúa el Nombre-del-Padre, el elemento excluido en torno del cual se organizan los elementos situados en el campo visual, así como el campo visual mismo, el espacio y el tiempo tal como los experimentamos en la neurosis. El punto de fuga no solo marca el lugar en que la línea del horizonte se cruza con la línea de nuestra mirada, se trata de un punto a infinita distancia, imposible de introducir en el campo de los objetos. Ahora que ya tenemos los elementos necesarios para articular la construcción del espacio y del tiempo, es momento de pasar de la metáfora visual, intuitiva, que hemos utilizado, para dar cuenta de la manera en que funciona esta estructura. Efectivamente, si hablamos de psicoanálisis hablamos de estructura del lenguaje, no de estructuras imaginarias. Lo imaginario se estructura al nivel de lo simbólico, y es la estructura simbólica la que debemos estudiar si realmente queremos comprender algo. Por ejemplo, si nos sintiéramos a gusto con la explicación alcanzada hasta ahora, porque hemos realizado un modelo del espacio en la neurosis, no podríamos explicar ningún fenómeno de distorsión del espacio, ni en la psicosis ni en la neurosis. Lo que Lacan entiende por estructura del lenguaje es la metáfora y la metonimia, aunque a veces decimos que la estructura del lenguaje es el conjunto de los significantes en sus relaciones respectivas. Metáfora y metonimia son recursos en la retórica, pero en psicoanálisis vamos a ver que sus funciones no son equivalentes. Cuando hablamos de metonimia hablamos del encadenamiento de los significantes, en el discurso ese encadenamiento traza una línea temporal de sucesión, que podría parecer una línea recta pero que el psicoanalista debe saber señalar en sus contorsiones y sus vueltas en forma de bucles. La metáfora, en sí misma, es la sustitución de un significante por otro. Dado que los significantes en sí mismos, apartados de sus relaciones con otros significantes no significan nada, tenemos que pensar que en la metáfora la sustitución vale en tanto un significante entra en la relación con otros significantes en la que estaba otro. Pero lo que nos interesa no son las operaciones en sí mismas, sino la relación que tienen entre sí. La metonimia no es pensable sin la metáfora, porque en la metáfora un significante tiene el lugar de exclusión del que hablamos a lo largo de este capítulo. Cuando hablábamos de combinatorias cuaternarias, diremos ahora que se trata de una operación metafórica, en ese caso se trataba de la metáfora paterna. En la cadena de dos significantes, habrá un tercer significante, excluido, que

organice esa cadena. Este efecto define al discurso de la neurosis. Se trata de que un significante que viene a nombrar al significante S2, ubicado en segundo lugar para cerrar el sentido. Hay algo que puede pasar más o menos a menudo, cuando escuchamos a alguien mientras habla, no sabemos en qué significante termina su discurso, así que vamos tomando como último significante de la cadena discursiva, cada uno de los significantes que aparecen sucesivamente, de manera arbitraria, entendiendo diferentes sentidos en lo que dice. Sucesión y sustitución, metonimia y metáfora, como podemos ver, son la estructura del lenguaje en la neurosis. Lacan señala que en la sucesión, la metonimia, hay una pérdida del valor del discurso, mientras que en la metáfora hay una ganancia. Si pensamos que en el discurso hay un elemento excluido, que organiza los significantes, entonces cuanto más trabaja la metonimia más nos alejamos de ese elemento, es como cuando ponemos excusas interminables para no reconocer algo que dijimos. Por otro lado, cuando realizamos la sustitución, es decir la metáfora, estamos poniendo en relación un significante sustitutivo con respecto a los otros significantes, por lo que nace un sentido nuevo. Hay ganancia en este caso. En esta estructura, entonces, será la metonimia la que nos permita pensar la noción de distancia. Encadenamos significantes para producir distancia, una distancia abstracta, diferente a la medida espacial y temporal, pero que permite estructurar la distancia en el espacio y en el tiempo. Esta función de la metonimia, como ya lo vimos, no es posible sin la posición de un significante excluido por la función de la metáfora. Pero una vez posible, se convierte en una referencia consistente, imaginaria, de la distancia con la que cuenta la estructura neurótica. El campo del Otro, en que decíamos antes que se sitúa nuestro yo, nuestro cuerpo, es en realidad la suma de los significantes disponibles, organizados por la exclusión de un significante. Llamamos S1 a ese significante excluido, y S2 a los significantes disponibles en el Otro. Para que el sujeto llegue a situarse en el campo del Otro hemos visto la reversión del toro anteriormente, por la cual la línea generatriz se invierte en directriz y viceversa, conectando el deseo del Otro a la demanda del sujeto y el deseo del sujeto a la demanda del Otro en el toro invertido. Nos queda explicar cómo el sujeto se localiza en el Otro ahora que lo entendemos como estructura significante. Tenemos dos versiones de esta explicación, una sencilla en el Seminario 10 de Lacan, y la otra más compleja en el Seminario 11. Vamos a usar la del Seminario 10 por ahora, ya que con eso nos basta en esta parte del trabajo. En este seminario Lacan aporta una operatoria en la cual se ilustra la constitución del sujeto del discurso. Tenemos una serie de elementos que son el campo del Otro (A), El campo del sujeto (S), El Otro no autentificado (Ⱥ), el sujeto dividido ($) y el resto de la operatoria (a).

Este es el esquema de la división de Lacan.

En la operatoria pareciera que las letras se han invertido ente el piso superior y el medio. Se trata de la ausencia del Otro, expresada como Ⱥ, en el campo del sujeto. Podría tratarse de la salida de la madre en el caso del fort-da. Esta ausencia del Otro se registra en el campo del sujeto, y en la sustitución de la madre por el significante de su falta, se mortifica. A esta falta del Otro el sujeto responde con su propia falta, situándose como ausencia en el campo del Otro, es decir el $. Decimos entonces que el sujeto responde con un símbolo, con su ausencia, al llamado del Otro. La resultante de esta operación es el objeto a, que Lacan introduce en este seminario, y que nos va a permitir entender por qué Lacan sitúa en el esquema R una figura topológica llamada cross-cap. En realidad se trata de una semiesfera con cross-cap, un equivalente topológico del esquema R, si pensamos la franja de la realidad como una cinta o banda de Moebius. En esa equivalencia, los bordes imaginario y simbólico conforman la semiesfera.

No se trata de comparar el esquema R a la figura del cross-cap, sino de compararlo a la operatoria posible con esta figura, que consiste en el corte que separa el cross-cap propiamente dicho de la semiesfera. Cuando hacemos este corte, lo que representamos es la extracción del objeto a, posibilitando el deseo en la estructura neurótica, y quedándonos la banda de Moebius por un lado, que representa al sujeto en su corte, y por el otro lado, la semiesfera que representa al objeto a. Lo imposible introducido por el Nombre-del-Padre se sitúa aquí en el punto de autointersección de la banda de Moebius. La semi-torsión de la banda de Moebius permite unir simbólico e imaginario. El espacio y el tiempo, en conclusión, tienen en la neurosis su consistencia en la estructura del lenguaje tal como la hemos visto, por las operaciones de metáfora y metonimia. Se trata de una noción de distancia abstracta, que no necesita de objetos para poder ser pensada, y que se sitúa para el sujeto en el campo del Otro. Esta estructuración del tiempo y del espacio nos permite pensar que son parámetros “objetivos”, es decir, compartidos con los otros sujetos. Aquí hemos visto que no son naturales, sino que se construyen no sin dificultades. Ni que decir que no todos los sujetos han realizado esta construcción, y por lo tanto no comparten con los neuróticos estos parámetros. Pero sobre todo, y es el motivo de escribir este pequeño trabajo, en la neurosis los parámetros del tiempo y del espacio no son siempre constantes. Si bien hemos construido una consistencia imaginaria, a partir de la estructura simbólica del lenguaje, esta consistencia puede perderse temporalmente ante algunas operatorias. Nuestra cultura occidental nos motiva a creer que esa consistencia es constante, y nosotros mismos intentamos convencernos de que así es. Pero sería muy difícil pensar en un individuo que no haya vivido efectos de desrealización, de pérdida de la consistencia de su realidad. Nos interesa indagar qué operatorias pueden producir estos efectos, y qué importancia pueden tener en la clínica.

II. Psicosis. Nos toca ahora dar cuenta de la experiencia de la distancia en el espacio, y también en el tiempo, de la psicosis. Para hacerlo, debemos no solo caracterizar esta experiencia, sino además dar cuenta de la estructura sobre la que se soporta. Pero aquí nos encontramos con un problema: algunos autores, como por ejemplo Rosine Lefort, en cuya obra se inspiró este trabajo, consideran a la psicosis una a-estructura. En efecto, si nos atenemos a la definición en términos estrictos de la estructura, esta se organiza en torno a una falta, un agujero central. Encontramos esta falta en la estructura neurótica, pero es discutible hablar de una falta en la psicosis. Para dar cuenta de una manera sencilla de la diferencia en estructura entre neurosis y psicosis, podríamos utilizar una comparación con la física, que nos permite darnos una idea, imaginarizar, la organización de la estructura en neurosis y psicosis. Podríamos utilizar el modelo de la física relativista de Einstein, con sus distorsiones de la trama del espacio y el tiempo como modelo. Pero aún más sencillo resulta aprovechar los campos de fuerza del electromagnetismo, ya que con la ayuda de pequeñas virutas de hierro se hacen visibles. Podemos imaginar las experiencias o buscarlas en videos de internet fácilmente. Para comenzar, imaginemos un imán, que se coloca bajo un papel, sobre el cual esparcimos las virutas de hierro. Veremos que estas se organizan en torno al lugar donde del otro lado del papel se encuentra el imán. Si usásemos dos imanes la impresión sería mucho más espectacular, porque veríamos los efectos de ambos campos de fuerza en choque, pero no es lo que nos interesa en esta comparación. Las virutas se mantendrán firmes en su lugar debido a la presencia del imán, aun si inclinásemos el papel. El imán afecta a las virutas, las organiza, incluso estando fuera del campo de las virutas. En el siglo XXI obviamente no nos sorprenden estos fenómenos.

Esta es una pseudo-esfera. Si quisiéramos graficar la fuerza de atracción en el campo de la superficie del papel, diríamos que se trata de una pseudo-esfera, es decir, una esfera de circunferencia negativa, hiperbólica. Cuanto más nos acercamos a la fuente de atracción, más se comprime la malla, porque más fuerte es la atracción electromagnética. El imán excluido del campo que constituye la superficie del papel, es decir, del campo de las virutas, funciona como el S1 excluido en la estructura neurótica, que organiza los S2 en el campo del Otro. Se trata de una estructura organizada en torno a una falta, una exclusión.

Si queremos entonces imaginar la estructura, en términos laxos, de las psicosis, entonces sería fácil hacerlo en la comparación con los campos electromagnéticos. Empecemos con el caso de la paranoia, simplemente tomamos el imán y lo ponemos del lado de las virutas. Lo que obtendremos será un apelotonamiento, una compactación, de las virutas sobre el imán, desaparece toda distancia y toda posibilidad de ordenamiento. Y para el caso de la esquizofrenia, quitemos el imán de debajo del papel, y guardémoslo en un cajón. Las virutas quedaran sueltas, desplazándose libremente ante cualquier movimiento del papel sobre el que se encuentran. Es una comparación bastante burda, pero es una manera de imaginarizar lo que sería una estructura en ambas psicosis. Para entender a que remiten estas experiencias, sería positivo aprovechar la lectura que Eidelsztein hace de las estructuras, en su libro “Las estructuras clínicas a partir de Lacan”, ya que podríamos considerar a esta la articulación más rigurosa que tenemos sobre las estructuras. Para empezar, Eidelsztein propone hablar no de estructuras neurótica y psicótica, sino de clínica del intervalo y la holofrase. El motivo de esta propuesta es constituir una relación lógica entre ambas clínicas, en torno a las operatorias en juego, tal como Lacan las presentó en su Seminario 11. Cuando hablamos de neurosis, o más propiamente dicho de la clínica del intervalo, que es un concepto más abarcativo y que incluye a la perversión y al fobia, nos referimos al intervalo entre S1 y S2. En nuestra comparación este intervalo estaba expresado por la hoja de papel que separaba el imán de las virutas. El sujeto de la clínica del intervalo se encuentra entre S1 y S2, ya que como repetía incansablemente Lacan: “un sujeto es lo que un significante representa para otro significante”. Este intervalo hace posible la distancia abstracta tal como la veíamos, ya que esta se constituye por el encadenamiento significante. El ordenamiento de las virutas remite a lo que se llama a significación fálica. La significación fálica, que es una de las consistencias imaginarias junto con la sensación, el cuerpo, etc., tiene su base en la falta del S1 en el campo del Otro, es decir, con respecto del conjunto de los significantes disponibles en S2. La clínica del intervalo es por definición una clínica en dos escenas, la del Otro, donde están los S2, y la del S1 excluido, hacia donde tiende la significación. Cuando los significantes se estructuran de esta manera, la consistencia imaginaria será posible tal como la hemos visto. Por otro lado, en este capítulo pensamos en la clínica de la holofrase, que incluye la psicosis, la debilidad mental, y las respuestas psicosomáticas (este nombre para los comúnmente llamados fenómenos psicosomáticos es otro aporte de Eidelsztein, que prefiere el término “respuesta” ya que se trata de la respuesta del sujeto al llamado del Otro), y a la que nosotros agregaríamos el autismo, ya que el autismo, como vamos a ver, presenta, a pesar de todas sus diferencias en el nivel de los fenómenos, una estructura equivalente a la clínica de la holofrase. Quizá se deba a que el libro de Eidelsztein es del año 2008, es decir, antes del surgimiento de la mayoría de los libros sobre autismo de los que hoy disponemos. Aunque de todos modos el principal argumento podría ser que Lacan no agregó el autismo a la lista. Esta clínica de la holofrase explica por qué en nuestro ejemplo no hay nada que se interponga entre las virutas y el imán. En la paranoia, no hay distancia entre la significación y el significante, no hay significación propiamente fálica, ya que el S1 no está excluido. Todo es signo. Mientras que en la esquizofrenia tampoco hay significación fálica, ya que el agujero donde debería estar el S1 impide que se produzca el “punto de capitonado”, el abrochamiento que permite a los significantes articularse a la significación. En la esquizofrenia veremos que la significación, cuando existe, es

completamente deslizable, ya que no tiene donde inscribirse. Ambas clínicas se pueden comprobar en los ejemplos que propone Miller en su texto “Las presentaciones de enfermos”. Cuando hablamos de clínica de la holofrase tenemos de base la forclusión del Nombre-del-Padre. A diferencia de la clínica del intervalo, donde el S1 está excluido, lo que vamos a encontrar aquí es algo totalmente diferente. Mientras que la exclusión del S1 posibilita lo simbólico, por remitir a una ausencia, que es lo más característico del significante, en el caso de la holofrase la forclusión impide la entrada a lo simbólico del Nombre-del-Padre. Se produce en el momento primordial de lo que Freud llamaba la Auftossung aus dem Ich, del que ya hablamos cuando nos tocó introducir los tres registros de la tópica lacaniana. En lugar de Bejahung, afirmación primordial, se produce una Verwerfung, forclusión de un significante, el lugar S1 que debería organizar la estructura. En el centro de lo que hubiera sido estructura, y que llamaremos en este caso a-estructura, no se encuentra el significante excluido, sino un agujero real. Si bien al nivel del fenómeno la paranoia y la esquizofrenia parecen muy diferentes, ambas responden a la misma a-estructura. La significación, aparentemente inmediata y con certeza de la paranoia, responde a un vacío de significación, que corresponde a este agujero. Lo mismo pasa con la deriva de los significantes de la esquizofrenia, esta deriva depende del agujero donde debía inscribirse la falta del significante del Nombre-delPadre. Pero así como se ve afectada la significación, una consistencia imaginaria, por la a-estructura significante, todas las otras consistencias también sufren los efectos. Habiendo imaginado estas experiencias, pasemos a la articulación con la teoría psicoanalítica. Para dar cuenta de la psicosis, un método disponible es la comparación con la neurosis. Tomaremos los esquemas del capítulo anterior, y veremos qué cambia. En esta tarea vamos a ir avanzando a la vez con las operatorias posibles sobre esos esquemas. La psicosis se puede explicar por la comparación con la neurosis, pero lo mismo puede decirse a la inversa: obtenemos una mejor comprensión de la neurosis a partir de comprender la psicosis. Vamos a empezar tomando el comentario de Lacan a dos casos de autismo, aunque no fueron nombrados como tales en su momento. Si bien la noción de autismo comenzó a aplicarse a estos casos de la clínica de niños a partir de la década de los ’40, por alguna razón desconocida no se la usó en 1954, durante el Seminario 1. Se trata de dos casos, uno de Melanie Klein y otro de Rosine Lefort. El primero nos va a permitir situar la manera en que Lacan pensaba en ese tiempo el autismo, mientras que el segundo nos va a permitir adentrarnos en la noción de distancia en el autismo. El caso de Melanie Klein es muy famoso, se lo llama el caso Dick por el pseudónimo que le dio Klein al niño. Este niño se mostraba indiferente a los adultos, con un lenguaje y juego casi completamente limitados. Lacan sitúa el juego como una articulación entre imaginario y real, que en este caso no estaba presente. Señala entonces la manera en que lo simbólico debería poner en articulación lo imaginario con lo real. Para introducir esta articulación, Lacan presenta la primera versión del esquema del ramillete invertido.

Primer esquema del ramillete invertido de Lacan. En este esquema podemos tomar las flores por lo real y el jarrón por lo imaginario o al revés, por ahora no hace diferencia. Lo que interesa es que la posición del ojo en lo simbólico, con respecto al punto donde el haz de luz se intersecta, permite o no la articulación de lo imaginario y lo real. Si el ojo no estuviera a la altura, o a la distancia adecuada, no sería posible producir la ilusión del ramillete. Es interesante que Lacan, a diferencia de otros autores, llama ilusión a lo que vemos los neuróticos, mientras que lo que percibe el psicótico es lo que él llama la verdad de la estructura. Eidelsztein propone las nociones de “normal” y “natural” para cada clínica respectivamente, las vamos a ver más adelante porque nos sirve en este trabajo. Retomando el esquema, es obviamente un modelo a fin de ilustrar las relaciones tópicas, pero es un modelo del que debemos tomar cada comparación posible. Si nos preguntamos por ejemplo qué significa el lugar del ojo en lo simbólico, este remite al lugar que en el orden simbólico tiene el sujeto. Este lugar del sujeto aparece en diferentes esquemas de Lacan, por ejemplo aparece también en el grafo del deseo, allí donde se intersecta el mensaje del sujeto con la significación del Otro. En este trabajo lo vamos a entender como el lugar que el sujeto busca tener en el S2, es decir, en los significantes disponibles en el Otro. Ya lo hemos visto, se trata del deseo de reconocimiento. Sin deseo de reconocimiento no hay lugar en lo simbólico, y sin lugar en lo simbólico no hay chance de articulación entre lo imaginario y lo real. Esta era la primera articulación lacaniana, que no es la misma que encontraremos a la altura del Seminario 11. Lacan va a abandonar progresivamente la noción de deseo de reconocimiento, en la medida que desarrolla su teoría del objeto a. Pero pasemos al otro caso de autismo de 1954, que nos interesa más que el caso Dick. Se trata del caso de Robert, llamado el lobo, ya que era un niño que únicamente repetía esa expresión, para diferentes contextos. Este caso de Lefort era más grave que el caso Dick, y requirió mucho más trabajo terapéutico que una simple intervención de “enchapado de lo simbólico”. El fenómeno dentro del caso que nos interesa puede parecer insignificante si no lo vemos desde el psicoanálisis. A diferencia de los manuales de categorías psiquiátricas, no nos interesamos únicamente en aquello que molesta de una estructura, nos interesa todo aquello donde pueda verse reflejada esta, sea perjudicial, beneficioso o indiferente para los otros. En este caso, lo que vamos a tomar es algo muy sencillo: se trata de una práctica de Robert, en la cual, para poder vaciar su orinal, lo hace mediante su rebalsado debajo de la canilla del baño. En términos de la autora, no hay lapso de tiempo entre el vaciado y el llenado. Lacan, por su parte, señaló respecto a Robert que había perturbaciones en la noción de distancia.

Es este tipo de fenómenos el que nos remite a una estructura. Si bien la estructura no puede percibirse en la realidad más que a través del fenómeno, estaríamos perdidos sin esta noción, ya que es en realidad desde la estructura que podemos leer el fenómeno. Sin la noción de estructura, no solo el fenómeno sería inexplicable, sino que no podríamos captarlo siquiera. Dijimos que el autismo corresponde a la clínica de la holofrase. Intentemos pensar este fenómeno desde la teoría de esta clínica. Si entre el llenado y el vaciado del orinal no hay lapso de tiempo, no hay distancia, entonces no podríamos decir propiamente que ambos términos representen una oposición para Robert. Tenemos los significantes “llenado” y “vaciado”, en su relación holofrásica S-S. A partir de esta relación de significantes se organiza la significación de ambas ideas. Pero sin un elemento tercero, la nominación que los haga ser S1-S2, no hay diferencia posible entre ambos significantes. Eso no significa que en la clínica de la holofrase la distancia no existe, diremos que no existe en términos abstractos, como suele funcionar para nosotros. Vamos a ver en el capítulo que sigue cómo en la clínica de la holofrase la distancia es posible en términos concretos, es decir, por la intermediación de objetos concretos entre un significante y otro. Lo que aparece cuando se trata de holofrase es la iteración del significante. En el caso de Robert, se trata del significante “el lobo”. Fueron los trabajos sobre autismo los que motivaron la producción de este trabajo, y dado que presentan los cuadros más graves al nivel fenoménico, son excelente material para pensar la clínica de la holofrase, incluyendo los otros cuadros posibles dentro de la categoría. Si pasamos a la constitución del espacio, ya dijimos anteriormente que tanto Piaget como Bender, cada uno en sus respectivas investigaciones, llegaron a observar que el espacio del niño menor a 3 años es topológico, mientras que el nuestro es métrico. Estos autores pensaban que se trataba de una cuestión de maduración, es decir de desarrollo del psiquismo. Nosotros hemos comprobado que se trata de una estructura del lenguaje que no está en el interior de un individuo, ni es dependiente de este. Se trata de una posición del sujeto respecto de esta estructura exterior a él, y de la cual el sujeto no es sino un efecto. Retomemos entonces el esquema R de 1958, para dar cuenta de la clínica de la holofrase a través de su transformación en el esquema I. Vamos a ver como se reorganizan los elementos.

Tenemos entonces el primer esquema, R, que vimos para la estructura de la neurosis. Dijimos que en este esquema, la banda que representa la realidad, es en realidad una banda de Moebius, que

constituye en su autointersección el cross-cap que en la neurosis se separa por un corte con respecto a la semiesfera de lo simbólico y lo imaginario. Diremos ahora que es a partir del esquema I que, produciéndose este corte del que hablamos, se genera el esquema R. Sin el corte, nos encontramos con la clínica de la holofrase. Si miramos el esquema, veremos que se conservan algunos elementos. Por ejemplo, aun puede hallarse la banda MimI, pero ya no recorta la realidad como lo hacía en el esquema R. También vamos a encontrar que la forma cuadrangular previa se ha estrechado, en forma de hipérboles terminadas en asíntotas. Esta distorsión es relativa a la entrada de ϕ, ahora φ0, y del Nombre del Padre, ahora P0. Estos ya no cumplen la función que tenían estando excluidos del cuadrángulo. Podemos pensar los subíndices 0 que llevan escritos como una manera de expresar que en la clínica de la holofrase no son sino dos agujeros en la estructura. Podemos decir que son agujeros en la función simbólica. Lo simbólico seguirá existiendo, pero sin sus referencias. Cuando propusimos una comparación entre el plano proyectivo y el esquema R, dijimos que había que hacer una equivalencia entre la mirada y el punto de fuga del plano proyectivo con los dos vértices, imaginario y simbólico, del esquema R. Si pasamos entonces al esquema I, los vértices se han introducido en el cuadrángulo, distorsionándolo. Esos vértices que debían permanecer excluidos del campo de la realidad, ahora están dentro como agujeros. La realidad persistirá pero como un islote de realidad, infinitizada en las asíntotas de los otros dos vértices del cuadrángulo. Al decir que la realidad queda infinitizada, no nos referimos a que esta se extiende infinitamente, sino por el contrario, se trata de que la distancia se ha vuelto infinitamente reducida. La realidad, para el sujeto psicótico, se aplana, en el sentido de volverse bidimensional. Se producen así todos los fenómenos de borde propios de la clínica de la holofrase, ya que no hay distancia en términos abstractos, hasta que el sujeto encuentre maneras singulares y concretas de reestablecer la noción de distancia. En el caso del autismo, donde este fenómeno es mucho más fácil de percibir, Laurent propone el término “desplazamiento del borde autístico” para la reconstitución de la distancia por parte del autismo. Lo veremos en el próximo capítulo. Pero no solo en el autismo hay fenómenos de borde, también se produce en la paranoia, y aun mas, en la esquizofrenia. Minkowski llamaba “mórbidas” a las compensaciones que el esquizofrénico lograba, ya que la noción de distancia que se construye no es la nuestra. Un caso muy famoso de esquizofrenia donde puede verse el fenómeno de borde es el caso de Louis Wolfson, quien escribió un libro llamado “El esquizo y las lenguas”, trabajado tanto por analistas como por esquizoanalistas. En su libro, Wolfson describe la manera en que la voz de su madre se introducía en su cráneo, en su cerebro, sin que él pudiera evitarlo, hasta que pudo lograr producirse una barrera gracias al uso de una lengua extranjera, mediante la cual traducía las palabras de su lengua materna. En el caso de la neurosis el cross-cap que representa al sujeto es separado del objeto a, la semiesfera, por un corte. En la clínica de la holofrase este corte no se produce, por lo que el objeto a no es extraído del cuerpo. O mejor dicho, no se registra la extracción, el objeto a actúa como si estuviera en el interior del cuerpo. El psicótico no puede sustraerse al efecto constante del objeto a, es decir, no puede sustraerse al goce sin límite del Otro. Esto nos hace diferenciar aquello en lo que consiste el pasaje al acto en la neurosis y en la psicosis: mientras en la neurosis el sujeto se identifica al objeto a caído de la escena del Otro, es decir, se sustrae de su registro; en la psicosis el

sujeto produce una extracción concreta del objeto a, mayormente a través de la automutilación en el caso de la esquizofrenia y a través del apuñalamiento del perseguidor en la paranoia. La realidad de la neurosis es llamada “normal”, mientras que la de la psicosis seria “natural”, veamos en qué se diferencian, y por qué llevan estos nombres. Dijimos que el esquema I es una distorsión con respecto al esquema R, pero que en realidad el segundo surge cuando al primero se le realiza la extracción del objeto a. Hay una oposición entre tiempo lógico y cronológico aquí. A la realidad “natural”, para que pase a ser realidad “normal”, hay que vaciarla. Este vaciamiento que caracteriza a la realidad de la neurosis se produce por la introducción de elementos abstractos, como el punto de fuga del plano proyectivo. Si el punto de fuga se retrae al campo de la realidad, entonces el espacio se aplana, se infinitiza la ausencia de distancia, como ocurre en las asíntotas del esquema I, que se acercan infinitamente, pero que solo llegan a cortarse mutuamente en el infinito. Cuando se afirma que en el niño el espacio es topológico, se trata de esto. Aún no está funcionando la metáfora paterna, el espacio se organiza topológicamente porque se trata de superficies bidimensionales, las del borde del cuerpo tal como las imaginaba Piera Aulagnier en su libro “La violencia de a interpretación”, con su representación pictográfica. Es el momento previo a la reversión del toro que ya mostramos. En este tiempo previo, el otro es otro real, un doble no reflejado del sujeto, no es el otro especular de la neurosis que se produce por la reversión del toro. El otro real es característico tanto en las respuestas psicosomáticas como en el caso del autismo. En el primer caso, se ha comprobado que las afecciones psicosomáticas responden al cuerpo del otro real, como doble del cuerpo propio. El fenómeno presenta un detalle significativo en estos casos: la identificación al otro real no es especular, es decir, no hay inversión de los lados derecho/izquierdo, sino que vamos a encontrar las afecciones en el mismo lado. Mientras que en el caso del autismo, es mucho más patente la ausencia de otro especular, ya que hay casos de autistas adultos que no solo no pueden reconocerse en el espejo, sino que además creen que su reflejo es otra persona. Como ya dijimos, del otro lado del espejo, para nosotros, está el campo del Otro. Si nos miramos al espejo es para ver qué ve el Otro al vernos. Tener un lugar en el campo del Otro es lo que nos permite registrar, tener conciencia de lo que hacemos. Esta referencia del campo del Otro está ausente en la clínica de la holofrase. Si el sujeto psicótico, el psicosomático, el autista puede saber algo de sí, es a partir del otro real, con las diferencias que eso implica. Sin embargo, cada estructura tiene sus propios recursos, y el otro real es un recurso valioso a la hora de pensar la terapéutica. Vamos a ver más en detalle esto en el próximo capítulo. Generalmente se piensa que la holofrase es una frase o palabra que concentra una significación, como la holofrase del habla infantil. Cuando hablamos de clínica de la holofrase no nos referimos a esa acepción del término. Se trata de la imposibilidad de situar la nominación que haga una diferencia entre el S1 y el S2, es decir, de un fallo al nivel de la metáfora. Lacan señalaba que el lenguaje psicótico era eminentemente metonímico. Esto significa algo diferente de la metonimia neurótica. Se trata en la psicosis de metonimia sin límite, deslizamiento de la significación. Esta estructura significante de la clínica de la holofrase es la que organiza la consistencia imaginaria en la vida del sujeto psicótico en todas sus dimensiones. Ya mencionamos el deslizamiento de la significación, y su contraparte, la certeza de la significación, ambas remiten al agujero en la función de lo simbólico, la falta del significante fálico. Vamos a ver

como se manifiesta la estructura psicótica en las otras consistencias imaginarias. Para empezar, tenemos la relación yo-otro, que Lacan escribía a-a’, donde a significa autre, es decir, otro. El primer a seria el autre, el otro imaginario, es decir nuestros semejantes. Lo interesante es que el segundo elemento es a’, o sea el yo, pero entendido como una copia del otro. Esto es lógico de pensar, ya que como vimos anteriormente, el yo se constituye apropiándose de la imagen y del deseo del otro. Esta operatoria de apropiación en la neurosis se llama atribución subjetiva, y es la que nos permite pensar que somos los que hablamos, cuando en realidad somos hablados por el lenguaje. En la psicosis el sujeto afirma ser hablado, es decir, no hay atribución subjetiva con respecto a los enunciados de la alucinación. Pero en el nivel del a-a’, lo que tenemos es la disolución imaginaria. El yo se multiplica, así como el otro. Esto es sorprendente, pero en realidad lo sorprendente debería ser que los neuróticos puedan no multiplicarse de esta manera. El psicótico, al producirse la disolución imaginaria, simplemente da testimonio de nuestra inevitable fragmentación. Si en la neurosis es posible la ilusión de unificación es gracias a la extracción del objeto a, que da consistencia a las imágenes del yo y del otro. Al nivel del cuerpo también vamos a encontrar los efectos de la estructura psicótica holofrásica. La significación fálica es lo que nos permite inscribir las funciones de los órganos. Sin esta significación, los órganos parecen funcionar por sí mismos, o aun peor, bajo una influencia externa. Las vivencias psicóticas alucinatorias de tener insectos bajo la piel, las de no tener órganos, o tenerlos estallados, etc, son testimonio de estos efectos. Las referencias del propio cuerpo también sufren una disolución, una multiplicación. Ya Freud señalaba como en el discurso esquizofrénico aparecían referencias de órganos multiplicados, como los poros de la piel de la nariz. La identidad se ve afectada, en los dos registros que la definen: la procreación y la muerte. Las dos preguntas de la neurosis tienen lugar en las psicosis, como deriva de la identidad: ser hombre/mujer, estar vivo/muerto. Las emociones y las sensaciones también se ven afectadas por la estructura, como es de esperarse. En el diagnóstico clínico de la psicosis, la incapacidad de dar cuenta de la gestalt de una figura es un indicador importante. Y obviamente todas las parestesias, sensaciones imposibles de imaginar para un neurótico, dan cuenta de la estructura igualmente. Algunas parestesias son horrorosas de imaginar, pero el sujeto psicótico, si bien las comenta, a veces se muestra indiferente, no afectado por estas sensaciones de las que da testimonio. Finalmente, el objeto de nuestro trabajo, las nociones de espacio y de tiempo se ven afectadas. Hemos dicho que se llama realidad natural a esta realidad psicótica, es decir, una realidad en la que no se han introducido elementos abstractos. La distancia en la neurosis es posible gracias a la articulación metonímica, es decir, gracias a la interposición de los significantes, que median entre un hecho y otro hecho, o desde un punto y otro. En la psicosis hay metonimia, pero no sirve para producir distancia. Esto es debido a que esta metonimia no funciona con la nominación que hace que los significantes que se interponen sean diferentes unos a otros. Hemos llamado iteración del significante a este efecto, y es central para entender este fenómeno. Cuando en la década del ’70 se fundamentó de manera matemática la teoría del Big Bang, hubo una enseñanza que todos conocemos y repetimos constantemente. Antes del Big Bang no había tiempo, ya que el tiempo es la distancia entre un hecho y otro hecho. Como antes del Big Bang no había nada, entonces no había hechos, entonces no había tiempo. A nosotros nos suena tonto y muy sencillo esto, pero es un logro de la teoría relativista. Antes se pensaba que el tiempo era una

constante que no se veía afectado por los fenómenos físicos. Lo mismo el espacio. Ahora pensamos que era un error de la física previa creer que eran constantes. Si hay tiempo y espacio, entonces, es porque hay interposición. Sin interposición no se puede distinguir nada de lo que ocurra entre dos puntos. La nominación depende del campo del Otro, y como no está funcionando en la holofrase, entonces no hay nominación posible. En la holofrase, dado que la nominación no funciona, los elementos interpuestos no permiten situar la distancia. Para ponerlo en términos simples, aunque el tiempo pase para todos los demás, el tiempo no pasa cuando no se registra como pasando, es decir, por la consecución de los significantes distinguidos por un número, por la nominación. Lo mismo ocurre con la distancia. No hay distancia entre un punto y otro si no hay registro de los puntos intermedios, y este registro solo es posible por la nominación en el campo del Otro. El espacio abstracto, vacio, no existe en la clínica de la holofrase. Espacio y tiempo se viven aplanados. Se trata de un espacio y de un tiempo topológicos, que deben pensarse bidimensionalmente, como puras superficies. Cuando no hay métrica, la única lógica que permite pensar articulaciones entre elementos en el tiempo y el espacio, es la lógica de las relaciones respectivas. Para “producir” distancia, si no se cuenta con la nominación para producir tiempo y espacio abstracto, entonces hay que recurrir a los objetos concretos para producirlo, interponiendo objetos entre un hecho y otro del tiempo, entre un punto y otro del espacio. Esa será la temática del próximo capítulo.

III. Estabilización del espacio en la psicosis. Realicemos un pequeño ejercicio que nos permitirá retomar algunas cuestiones de capítulos anteriores, estas nos van a servir en este capítulo. En topología trabajamos con superficies, es decir, en dos dimensiones, pero cuando miramos las figuras topológicas, estas tienen un aspecto tridimensional. La razón de esta diferencia aparente se debe a que las figuras topológicas originalmente se expresan en el plano, a través de la combinatoria de sus vértices. Según como se unan los vértices del cuadrángulo podremos obtener una u otra figura. Es por ello que las figuras topológicas son siempre planas, aunque tengamos que torcerlas para conectar los vértices.

Del cuadrángulo a la banda de Moebius. Supongamos que los vértices superiores se llaman a y a’, y los de abajo se laman b y b’. Si conectamos a con a’ y b con b’ obtendremos un cilindro, lo mismo pasa si conectamos a con b y a’ con b’. De hecho, si conectamos primero a con b y a’ con b’, y una vez realizado el cilindro conectamos a con a’ y b con b’, entonces tendríamos un toro. El toro no es sino un cilindro que se cierra sobre sí mismo. Pero si queremos hacer una banda de Moebius, antes de conectar tenemos que realizar una pequeña operación, una semitorsión que permita conectar a con b’ y b con a’. Se trata de formar una cruz sobre el plano. Es decir, conectamos un vértice de arriba con su opuesto de abajo y uno de abajo con su opuesto de arriba. La banda de Moebius tiene algunas propiedades interesantes, que van contra nuestra intuición de lo que es la geometría clásica. Una de estas propiedades es que tiene un solo lado. Pensar una figura de un solo lado es muy difícil para nosotros, porque estamos acostumbrados a pensar en términos de dentro/fuera. Pero la cinta de Moebius tiene efectivamente un solo lado, y podemos demostrarlo de muchas maneras. Por ejemplo, podemos pintar su superficie entera sin atravesar ningún borde, y si la atravesásemos con un objeto, este objeto habrá entrado por el mismo lado que ha salido, lo cual parece absurdo a nuestro pensamiento. Otra propiedad de la banda de Moebius es que tiene también un solo borde. Una banda, una cinta normal tiene dos lados y dos bordes, al realizar la semitorsión hemos conectado el final de lo que sería un borde de la cinta con el otro borde, quedándonos solo uno. Si seguimos con el dedo el borde de un lado de la banda de Moebius, llegaremos al borde del otro lado, porque en efecto se trata de

un único borde. Cuando vemos la banda de Moebius nos parece que tiene dos lados y dos bordes, solo podemos percatarnos de que tiene uno cuando realizamos el recorrido por su superficie. Ahora, recordemos que Lacan, en su nota de 1966 a su “De una cuestión preliminar”, nos indica que el cuadrángulo de la realidad en el esquema R, en topología se trata de una banda de Moebius. Sus vértices eran, del lado imaginario, m e i, y del lado simbólico, M e I. Ya vimos cual debe ser la combinatoria necesaria para realizar una banda de Moebius: Lacan la llama MimI. Para realizar esta combinatoria hace falta realizar la semitorsión, la inversión que permite conectar lo que está arriba con lo de abajo y viceversa. Una consecuencia de esta identificación de la banda de Moebius a la franja de la realidad, es que, al tener la banda solo un borde, deberemos concluir que los bordes imaginario y simbólico que la limitan conforman un continuo. En efecto, en el cross-cap con semiesfera podemos comprobar que la banda de Moebius autoatravesada que llamamos cross-cap, limita con la semiesfera en un solo borde. Recordemos ahora que para que haya neurosis ha de realizarse el corte entre el cross-cap y la semiesfera, es decir, debe realizarse la extracción del objeto a (la semiesfera). Cuando el corte no se realiza, nos queda algo diferente, que se llama la a-esfera, es decir, la figura completa, que corresponde a la psicosis. El objeto a no ha sido extraído, lo que cambia las propiedades del crosscap, lo torna a-esfera donde hay continuidad entre el adentro y el afuera. Retornemos entonces de la topología a los esquemas de Lacan, para la neurosis teníamos el esquema R, equivalente al corte entre cross-cap y la semiesfera, y para la psicosis el esquema I, equivalente a la a-esfera. Lo que era la franja de la realidad pensada como banda de Moebius por efecto de la semitorsión, es ahora una banda normal, que ha perdido su semitorsión, se ha “destorsionado”. Diremos entonces que la realidad de la psicosis se ha distorsionado, se ha aplanado. Este es uno de los muchos ejemplos de la manera en que es posible leer a Lacan en sentido vulgar y en sentido matemático. En sentido vulgar, la realidad de la psicosis está distorsionada, es decir, se ha trastornado. En sentido matemático, la realidad está distorsionada porque perdió su semitorsión. Es importante no perder de vista la posibilidad de lectura matemática al leerlo. Que la realidad se distorsione significa que se aplana, podríamos decir que se vuelve bidimensional. En algunas traducciones esta expresión aparece como “ser dejado plantado”. Se refiere a este efecto de desaparición de la distancia. El espacio de la psicosis cuando este efecto está en juego tiene que pensarse como relación entre superficies planas, bidimensionales. Es un espacio de puro borde, donde la distancia abstracta a la que estamos acostumbrados no existe, y el psicótico deberá encontrar maneras de desplazar este borde, para poner límite al goce del Otro, así como también para organizar su percepción del tiempo y del espacio. En este capítulo vamos a ver algunos casos donde comprobaremos esta experiencia, así como también las maneras en que cada psicótico puede hacerse su espacio con elementos de la realidad concreta. Mencionamos el goce pero no hemos dedicado espacio a introducir el tema. Se trata de un concepto lacaniano muy complejo, muy discutido también, y que fe introducido junto con el objeto a en los comienzos de la década del ’60. Lo que nos interesa aquí es que si el objeto a está relacionado al goce, y este objeto a no es extraído del cuerpo en la psicosis, como lo vimos en la a-esfera, donde no se realiza el corte entre la semiesfera y el cross-cap, entonces el sujeto psicótico no podrá sustraerse al goce del Otro, porque no puede extraer el objeto a, ya que la extracción es la operación simbólica del Nombre-del-Padre.

En la neurosis la extracción permite sustraerse al sujeto del goce del Otro. El sujeto dispone del fantasma, del montaje simbólico-imaginario que vela lo real, constituyendo su realidad. Recordemos que el fantasma, $ ◊ a, no es sino el corte mismo del sujeto (cross-cap, banda de Moebius auto-atravesada), respecto del objeto a (la semiesfera). Si el fantasma vacila, es decir, si por alguna razón cae el velo que cubre lo real, se sale de la escena del Otro en el pasaje al acto. Por otro lado, en la psicosis, la presencia del objeto a en el cuerpo del sujeto o en el cuerpo del doble, del otro real, implica que el pasaje al acto se produce por la extracción en lo imaginario del objeto a, es decir, por un acto de automutilación del cuerpo, o de mutilación del cuerpo del doble. Existen estabilizaciones en la clínica de la holofrase: psicosis, psicosomáticas, autismo, etc. Hemos señalado en el capítulo anterior la manera en que la holofrase implica que la distancia en la dimensión del espacio y del tiempo no existe en términos de intervalo abstracto. Ahora bien, obviamente esto no es un estado constante, ni se da siempre en el mismo grado. En el caso de la psicosis, por ejemplo, se distingue periodo prepsicótico, desencadenamiento, y estabilización. Los efectos de la holofrase en términos de distorsión de la realidad se dejan notar claramente en el desencadenamiento, el propio sujeto psicótico testimonia un cambio radical en su realidad. En los periodos prepsicóticos y de estabilización de la psicosis, por otro lado, la situación de la realidad es casi indistinguible con respecto a la realidad neurótica. No será por el aspecto, por lo imaginario que sepamos que se trata de una psicosis, sino por la estructura. Aquí es donde fallan todos los intentos de catalogar los indicios de la psicosis. La diferencia la da la estructura y ésta no es algo sensible. Gracias a los esquemas R e I podemos comprobar las diferencias en la estructura, el esquema I presenta dos agujeros: P0 y φ0 allí donde deberían estar inscriptos el falo ϕ y el Nombredel-Padre, P. Estos agujeros están presentes durante toda la vida del sujeto psicótico, y si puede aun con ello llevar una existencia soportable es gracias a recursos imaginarios singulares que el mismo ha descubierto siendo funcionales. En la clínica, el analista no puede saber de antemano qué recurso puede servir para un sujeto singular, no puede forzarlo a adquirir uno, y mucho menos puede forzarlo a actuar de un modo diferente al funcionamiento de su estructura. Solo puede acompañarlo en el tratamiento para habilitar el descubrimiento. Pero si bien no se puede saber de antemano cual será ese recurso singular, si debe saber qué lugar ocupa el recurso de que se trate, asimismo la función que tiene para el sujeto. Para ello puede el analista servirse del esquema I, donde los vértices M, I, m, i del cuadrángulo de la realidad se conservan y permiten situar estos recursos de los que hablamos.

El esquema I.

M, I, m, i, será nuestras coordenadas en la clínica de la holofrase. M es el lugar simbólico de la madre, el primer Otro del sujeto, el lugar donde se encuentra la lengua. I es el ideal en lo simbólico, el rasgo unario. La m minúscula significa el moi, el yo. Finalmente, la i es la imagen del otro, es decir el otro imaginario. Lacan situó en estas coordenadas del esquema I las que corresponden al caso Schreber. Para cada caso de psicosis tratado por el psicoanálisis, estas coordenadas son las que permiten pensar el arreglo singular al que llega el sujeto. Cuando decimos arreglo puede tratarse de la relación con el propio analista, o de una producción estética, o de una identidad reconocida por otros, o una determinada forma de relacionarse con el lenguaje, o hasta de hablar. El objetivo de este capitulo es ilustrar, a través de casos bastante conocidos, algunos recursos de los que el sujeto de la clinica del intervalo puede hacer uso para reestablecer su realidad. El esquema I aporta las coordenadas necesarias para pensar estos casos, como lo señalamos anteriormente. El primer caso que podemos tomar es el de Alejandra Pizarnik, no vamos a intentar retratar el caso entero, sino que vamos a tomar de distintos casos, aquellos elementos que nos sirvan para caracterizar la experiencia de la distancia y los arreglos que en cada caso puedan lograrse. Los diarios de Pizarnik están llenos de alusiones a la experiencia del vacío, alusiones en el lenguaje poético que corresponde a una poeta, pero en los cuales podemos percibir el efecto de la forclusión de los polos simbólico e imaginario del esquema I. Se trata del vacío al nivel de la significación y al nivel de la propia identidad. Lo que específicamente nos interesa tomar son dos menciones en su diario de un deseo erótico que no pasa por el amor, sino por el tacto de un cuerpo, sin importar de qué género o edad sea, un cuerpo junto al cual situar el propio. En su segunda mención, cuatro años después, la única diferencia es que esta vez se trata de legiones de cuerpos, otra vez aparece la indiferenciación con respecto al género y la edad. Podríamos pensar que se trata de un intento de situar los bordes del cuerpo propio a partir del contacto con los bordes del cuerpo de otros. No a la manera de reflejo imaginario que vivimos en la neurosis, sino a la manera de otro real, que no se refleja (ya vimos anteriormente lo que implica el pasaje al reflejo con respecto a la dialéctica de la demanda y el deseo en la reversión del toro). El cuerpo del otro real, en contacto con el cuerpo propio, permitiría situar los bordes del cuerpo, que de otra manera se vive aplanado por la distorsión de la franja de la realidad en el esquema I de Lacan. Vale mencionar que hay otros intentos de arreglo de las categorías de tiempo y espacio, más del lado de la producción artística, y que responden a su concepción de que el tiempo se expresa en la prosa y el espacio en la pintura. Sin embargo y lamentablemente, a juicio de la propia Pizarnik, estos terrenos se le presentaban como de muy difícil o imposible acceso. Mientras que el tratamiento del propio cuerpo a partir del cuerpo del otro está del lado de lo imaginario, el trabajo con la obra artística podemos situarlo del lado simbólico, pero de una manera singular en el sentido que la escritura tiene en la psicosis, como operación sobre lo real. Otra forma de tratamiento del borde, algo similar a la anterior, puede comprobarse en la invención de Temple Grandin, una mujer autista que ha logrado muchos avances y cuyo caso es comentado por diversos autores, entre ellos Jean-Claude Maleval, en su libro “El autista y su voz”. Siendo autista con inteligencia superior, la propia Temple creo un aparato similar al usado para dirigir y calmar a las vacas, llamado “trampa para ganado”. Se trata de una exclusa de madera, es decir, un recinto con puertas que se cierran cerniendo a quien pasa entre ellas. Temple las usaba sobre su propio

cuerpo, con el fin de calmar su ansiedad. Es interesante destacar que con el paso del tiempo la maquina se rompió y no fue reconstruida, ya que Temple pasó a abrazar personas. A diferencia del caso de Pizarnik, no se trata de un doble del propio cuerpo, es decir, de otro real, sino de una aparato que sin embargo cumple una función similar: situar los bordes del cuerpo, limitando la realidad que se encuentra infinitizada, para así poner límite al goce que la invade. Se puede ver de qué modos tan diferentes en lo concreto pueden obtenerse operatorias similares. Sin duda hay que distinguir entre la psicosis y el autismo, pero en tanto ambos cuadros son parte de la clínica de la holofrase, vamos a encontrar puntos en común, que responden a la estructura holofrásica de soldadura entre S1 y S2. Se trata de crear un borde que haga límite entre el campo de la realidad, donde se encuentra el cuerpo, y aquellos elementos invasores que le vienen de afuera. Sin este borde, toda vivencia se hace invasiva, ya que no hay distancia entre el hecho y el cuerpo propio. En la clínica de la holofrase, cuando no se cuenta con la distancia abstracta del intervalo entre S1 y S2, hay que recurrir a elementos concretos que permitan articularla. Con estos dos ejemplos vimos lo más básico de los efectos de borde. Aún tenemos que ver cómo articular a nivel de lo concreto, qué diferencias implica, y como funciona tal articulación. Podemos tomar entonces los aportes muy particulares de Nasio, que habla de formaciones de objeto, oponibles a las formaciones del inconsciente que postulaba Lacan en su Seminario 5. La propuesta teórica de Nasio no apunta a desplazar la teoría de Lacan, sino que es un complemento. Hay formaciones del inconsciente, que se rigen por la estructura del significante, y hay formaciones de objeto, que no se rigen por esa estructura. Cuando hablamos entonces de formaciones de objeto, nos referimos a las formaciones propias de la clínica de la holofrase, donde la estructura no tiene el lugar del S1, debido a la forclusión del Nombre-del-Padre, y por lo tanto es discutible hablar de estructura, si la entendemos como teniendo una falta en su centro. Lo mismo ocurre respecto de los significantes. Cuando la red que les da sus propiedades ya no es una estructura, quizá sería mejor no hablar en términos de significantes, aunque no tenemos por lo pronto otro termino (excepto quizá el termino letra). Diremos entonces que son “ya no significantes”, para dar cuenta de la manera en que a partir de los efectos de la forclusión van a funcionar. Si indagamos una formación de objeto podremos comprobar que hay restos de la huella significante, pero el modo de funcionamiento ya no da cuenta de las propiedades del significante. El siguiente ejemplo lo tomamos de “Las batallas del autismo”, de Eric Laurent. Nos va a permitir pensar una metonimia “ya no significante”, de desplazamientos por contigüidad material. Se trata de un caso de Virginio Baio comentado por Laurent, y que fue llamado el niño del cubilete rojo. Al comienzo del tratamiento, el niño tenía la costumbre de construir un dispositivo, sosteniendo dos cuentos de agua sobre una silla, bajo la cual se colocaba él mismo. Ni que decir que cualquier movimiento podía hacer caer toda la construcción, lo cual generaba en el niño un estado de crisis que lo llevaba a la automutilación. Esta es una forma de arreglo, de equilibrio delicado que el niño había logrado, a partir de los recursos con que contaba en ese entonces. Con el paso del tiempo y el avance en el tratamiento, lo que pudo notarse fue la construcción de una cadena de objetos nuevos, que si bien siempre tienen la misma función, dan lugar a una extensión del dominio y de intercambios con el entorno. La serie de los objetos termina con una lapicera, que progresivamente lo llevó a la escritura como un modo de automutilación soportable y

sin daño en el cuerpo. Respetando el modo de funcionamiento, que depende de la posición subjetiva, pueden realizarse desplazamientos en cualquier estructura. Escribir para nosotros no es algo especial, pero el autismo nos permite comprobar que implican una operación de vaciamiento que no es fácilmente tolerable ya que implica la extracción de parte del cuerpo. Lo que interesa en este caso es que los desplazamientos son de objeto, se parte generalmente de un objeto extraíble del cuerpo real del doble, como anteojos, una lapicera, etc., y se pasa a otros objetos sin la mediación del significante. Si bien no podemos hablar de metonimia en sentido estricto, se trata de una forma de metonimia de objetos concretos, que permite operar sobre el cuerpo y sobre la realidad. Si la realidad está aplanada en la clínica de la holofrase, y si la noción de distancia es imposible en estas condiciones, el encadenamiento de objetos puede funcionar restituyendo algo de ese espacio, organizando la realidad y demás aspectos de lo imaginario. Podemos dar ejemplos de cada aspecto de la consistencia imaginaria recuperada en la clínica de la holofrase, pero nos contentaremos con solo algunos casos. La novela detectivesca El curioso incidente del perro a medianoche es diferente del resto, ya que su protagonista es un niño autista. Se puede obviamente cuestionar qué nivel de confiabilidad tiene una ficción para pensar en la clínica, pero nosotros trabajamos con lo que es verosímil antes que con lo que es verídico. El valor de esta novela al menos para este trabajo es que muestra de qué manera es posible reestructurar el espacio a partir de elementos concretos. En una parte de la historia el niño tiene que recorrer solo el túnel subterráneo con el fin de llegar al tren que lo lleve a la casa de su madre. Es interesante que comente en este punto que una de las dificultades consiste en que la vista no es como la de un videojuego, donde podría verse a sí mismo caminando desde arriba, en tercera persona. Su problema era tener que hacer el recorrido en primera persona, tener que estar en medio del túnel, entre las otras personas, letreros y ruidos. Ya indicamos antes que en la neurosis es posible enterarse de las cosas que pasan en el yo gracias ubicarse en el campo del Otro, cuando esta ubicación no es posible, verse a sí mismo en tercera persona como en un videojuego tampoco lo es. La solución que encuentra al problema de cruzar el túnel la encuentra fijando su vista en el suelo e imaginando una línea que, saliendo de los pies, trazara el recorrido hasta el final del túnel: Empecé a caminar por la línea roja, diciendo “izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha”, porque a veces cuando estoy asustado o enfadado, me ayuda hacer algo que tenga ritmo, como tamborilear. Mediante el trazo de un borde sobre la superficie del suelo resulta posible marcar una diferencia que introduzca orientabilidad al espacio real. A diferencia del obsesivo, que pisa las señales en el suelo sin fallo para poner la decisión del lado del Otro, este niño autista no cuenta con el campo el Otro donde situar su imagen, por lo que necesita de medios concretos para situarse en el espacio. En el espacio tal como estamos acostumbrados a pensarlo, tenemos orientación de izquierda y derecha, arriba y abajo, debido a que los objetos están reflejados así como nuestro cuerpo lo está. Recordemos que el objeto originalmente es objeto del deseo del otro, y desde allí lo tomamos como objeto de deseo propio. El objeto de la neurosis es un objeto que tiene el lado del otro y el lado del yo, a diferencia de algunos objetos topológicos, como el cross-cap, que no tienen orientabilidad, no son orientables. En topología la banda de Moebius es orientable, ya que no sería lo mismo que

hagamos la semitorsión a la derecha o a la izquierda. Dos bandas, una con orientación derecha y una con orientación izquierda son homomorficas, pero diferentes en su presentación. Vamos a ver la orientabilidad y no orientabilidad del objeto en la neurosis en el próximo capítulo. El siguiente caso es el de Joey, llamado el niño-maquina, presentado por Bruno Bettelheim. Se trata de un niño de nueve años, de quien es difícil señalar si se trata de un caso de autismo o de severa deprivación afectiva. Se discute bastante esta cuestión, hay quienes plantean que Joey era un “falso autista”. La diferencia principal entre autismo y deprivación afectiva consiste en que el autismo es una posición del sujeto, no tiene psicogénesis, por lo cual no vamos a encontrar cambios a nivel del funcionamiento a lo largo de la vida, aunque si se pueden esperar efectos beneficiosos de una terapia adecuada; mientras que en el caso de la deprivación afectiva si es posible la entrada en la neurosis, que suele darse en edades avanzadas durante el tratamiento. Se trata de niños que por ejemplo aún no han desarrollado la reversión del toro, y que la realizan junto a su terapeuta. Nosotros no vamos a definir esta cuestión discutida, no es este el lugar para tratar los argumentos a favor y en contra. Nos interesa el funcionamiento de Joey, el lugar que las maquinas tienen en su realidad. Este niño recurría a numerosas maquinas, armadas por sí mismo, para dar cuenta de sus funciones orgánicas. Si bien Bettelheim lo llama el niño-maquina, el niño mecánico, Laurent propone llamarlo el niño-órgano, ya que esas máquinas que Joey adhería a su cuerpo funcionaban como órganos externos de sus funciones orgánicas. Una de estas máquinas era un cable imaginario con el que se conectaba a la corriente eléctrica, para cargar la energía de su cuerpo. Sin la energía eléctrica le hubiera sido imposible hacer funcionar su sistema digestivo y otras funciones de su cuerpo. Joey tenia también una máquina para respirar, una para cagar, etc., todas maquinas necesarias para que su organismo funcionase. No hace falta decir que esas máquinas no hacen funcionar el organismo de Joey en el sentido médico, lo hacen funcionar en el sentido en que el psicoanálisis entiende el funcionamiento del organismo. Lacan escribe la pulsión como $ ◊ D, es decir, sujeto en función de la demanda del Otro. En la neurosis nuestra pulsión funciona de esta manera, porque estamos conectados al Otro en la manera en que ya vimos los dos toros abrazados. Cuando los dos toros no están abrazados, como en este caso, y nos da igual que se trate de autismo o de deprivación afectiva, ya que en este punto significa lo mismo, la pulsión no puede darse debido a que se rechaza la demanda del Otro. Las máquinas de Joey vienen al lugar de esa demanda del Otro necesaria para que la pulsión se articule, se haga posible. Sin la demanda del Otro los órganos no funcionan, no se puede respirar, no se puede cagar, etc., esta manera que encontró Joey es una entre las maneras singulares en que cada psicótico debe dar cuenta de la demanda del Otro. Puede tratarse de que el Otro no exista, o que el goce del Otro no tenga límite, en ambos casos hará falta un objeto mediador que haga posible esa relación en un marco que pueda situar límites. Hace poco se comenzó a realizar trasplantes cocleares, que permiten oír a los hipoacúsicos. Una madre hipoacusica que comparte la dificultad con sus hijos se realizó este trasplante, colocándose y colocándoles una pequeña maquina en el oído para recuperar la audición. Lo que la sorprendió es que sus hijos, cuando no quieren escucharla, simplemente apagan el aparato. Este tipo de posibilidades de poner límite al goce del Otro es una manera en que se mediatiza la relación, se la vuelve controlable y soportable. La posibilidad de apagar y prender el aparato funciona como un intervalo en lo concreto. Es solo un ejemplo del lugar de la máquina en la pulsión.

Cuando hablamos de pulsión es importante no caer en un prejuicio, que consiste en creer que dentro del cuerpo habría una energía que necesita salir. Si la demanda está dentro de la fórmula de la pulsión $ ◊ D, debemos entender que sin demanda no hay pulsión. No se trata de algo que sale del cuerpo y se encuentra con el campo del Otro, se trata de una demanda que viene del campo del Otro y hace existir a la pulsión. Con Lacan tenemos que aprender a pensar a la inversa de lo que estamos acostumbrados. En el autismo la pulsión no “funciona”, no porque no haya agujeros del cuerpo, sino porque se rechaza la existencia del Otro, siendo esta existencia del Otro lo que hace que haya agujeros en el cuerpo en segundo término. La topología nos ayuda a pensar más allá de las categorías de adentro y afuera a las que estamos acostumbrados, ese es su valor. Pasemos al siguiente tema. Se le da el nombre de invención a la manera en que un sujeto psicótico puede hacer uso de su síntoma para suplir la función del Nombre-del-Padre. Pierre Naveau nos ofrece el caso de Louis, un joven que habla en capicúa, es decir, cierra la frase repitiendo el comienzo. Para Naveau las frases quedan espejadas, podríamos decir que no quedan exactamente espejadas, ya que no se dice toda dos veces, la frase tiene un comienzo, un desarrollo, y la vuelta del comienzo a modo de cierre. Al haber tratado el efecto de la nominación del Nombre-del-Padre sabemos que en la neurosis si podemos hablar de una diferenciación entre S1 y S2 es gracias al efecto de esa nominación, que hace que ambos S tengan un número, un nombre diferente que les permite diferenciarse, y así tomar lugares respectivos. En la psicosis, por su parte, no ocurre esto, ya que está forcluido el Nombre-del-Padre. El discurso no tiene la posibilidad de diferenciar un significante del otro, con lo cual ningún significante viene a marcar el final de las frases, y de ahí entendemos el aspecto metonímico del discurso psicótico. Pero cuando pensamos en el discurso de Louis, si situamos su invención, es decir, la manera capicúa de su modo de hablar, de alguna manera la repetición del comienzo de la frase al final funciona de alguna manera como S2 que viene a cerrar el discurso. Quizá sea algo molesto para quienes lo escuchan, pero le permite a Louis dar un término, limitar su discurso que de otro modo caería en la deriva metonímica. Al mismo tiempo, situar un S2 de esta manera tiene otro beneficio para Louis, que es situar un intervalo dentro de la frase, ya que como señalamos, está el comienzo, el desarrollo, y el cierre, el desarrollo aparece una sola vez, y puede distinguirse del resto, en tanto media entre el comienzo y el final. Si dijimos que en la clínica de la holofrase no hay distancia en términos abstractos, a través de esta invención la distancia se construye de manera concreta, utilizando el comienzo de la frase a modo de repetición que la cierre. El intervalo se sitúa dentro, no como distancia irreductible entre S1 y S2, sino como distancia concreta, debida a la mediación de otro significante que ocupe un lugar en medio de esos dos significantes. De no disponer de ese significante mediador, la distancia volvería a desaparecer, por lo que todos estos recursos que puede encontrar el psicótico son temporales y frágiles. Dependen de la disponibilidad de esos medios concretos. En términos generales, se llama metáfora delirante a la manera en que en la psicosis es posible para el sujeto suplir la función de la metáfora paterna de que no se dispone debido a la forclusión del Nombre-del-Padre. La manera en que se alcanza la metáfora delirante es siempre singular, no puede ser predicha, lo que si sabemos por la teoría es cómo funciona la metáfora en uno y otro caso. Ya vimos que la metáfora en Lacan sitúa algo que en la lingüística no está lo suficientemente subrayado, se trata de la manera en que el significante que sustituye a otro significante, al encontrarse en el

lugar en que el otro se encontraba, entra en relación con todos los otros significantes, lo cual implica un plus de valor, una creación de realidad nueva. Esto es decir, con la metáfora paterna se crea una realidad. Debemos acostumbrarnos a pensar que la realidad no es algo fijo y perdurable, es algo que se crea a cada momento, es un acontecimiento. La metáfora paterna, con la exclusión del S1 y su posición respectiva al S2, se repite a cada momento, recreando la realidad de la neurosis. En la clínica de la holofrase, es decir, en la psicosis, la respuesta psicosomática, etc., el momento del desencadenamiento es aquel en que nada viene al lugar de la respuesta, es decir, aparece un agujero real en el lugar donde debería estar el S1. La primera reacción del sujeto es la perplejidad, queda paralizado ante el agujero, la pérdida de la significación. Será a través de la metáfora delirante como la realidad pueda ser restituida. Si recordamos el primer esquema del ramillete invertido, cuando Lacan explica el problema y la solución que Melanie Klein encuentra para el caso Dick, se trataba de la ubicación del sujeto en el orden simbólico. Si el ojo del esquema, es decir, el sujeto, no se ubica adecuadamente en donde se produce la imagen, entonces la realidad aparecerá fragmentada, en este caso, aparecerá el ramillete por un lado, y el jarrón por el otro. La metáfora delirante deberá dar un lugar al sujeto para restituir la realidad, y ese lugar se da por la vía del ser. El ser es algo que existe en tanto hay lenguaje, por eso Lacan dice que es un pleonasmo decir “ser del lenguaje”, porque no hay ser fuera de tal dimensión. Cuando decimos ser del lenguaje, nos remitimos al nombre, a un acto de nombrar necesario para insertarse en el ser, según la teoría de Lacan en la década del ‘50, o de engendrarse en el ser, según la teoría lacaniana de la década del ’60. Efectivamente, es difícil pensar que haya algo antes del nombre, si nos atenemos al pensamiento creacionista de Lacan. En la neurosis el nombre viene del Nombre-del-Padre. En la psicosis, la forclusión del Nombre-del-Padre implica que el sujeto tendrá que encontrarse un nombre una vez que el llamado de Un-Padre haga evidente el agujero de la forclusión, es decir, una vez que se produzca el desencadenamiento. Es comprensible entonces que la alucinación, la primera respuesta que el sujeto recibe en el desencadenamiento, nombre al sujeto en su goce: en el caso marrana que Lacan comenta el nombre alucinado es precisamente “marrana”, y en el caso Schreber es Luder, es decir, “puta”, en alemán. Lo que le retorna de lo real al psicótico en la alucinación es aquello que fue expulsado de lo simbólico, y esto expulsado es el imposible, en este caso el imposible de la identidad psicótica, que es total, y por lo tanto no hace lugar a lo imposible. Eidelsztein señala con mucha pertinencia que el imposible expulsado de lo simbólico por Schreber era la homosexualidad, y el mismo Schreber lo señala, al decir que su emasculación debía ser un designio divino, ya que él nunca había tenido dudas sobre su heterosexualidad. Con la metáfora delirante el sujeto psicótico obtiene un ser, y esto es correlativo del restablecimiento de la realidad, ya que la posición del sujeto es lo que permite el montaje de la realidad sobre lo real. A diferencia del nombre que el Nombre-del-Padre otorga al sujeto, que deja al sujeto neurótico en el intervalo entre S1 y S2, es decir, en la imposibilidad de situarse completamente en el campo del Otro a partir de un único significante, en la psicosis el nombre no implica intervalo, es una producción delirante. Esto implica que la realidad psicótica en ningún momento dispone del intervalo abstracto, necesariamente el intervalo debe ser construido con recursos imaginarios, sacados de la realidad. Laurent los llama “trozos de real”.

En el caso del autismo aunque propongamos pensarlo dentro de la clínica de la holofrase, hay muchas diferencias. El momento de inicio del autismo se sitúa entre el año y medio y los dos años y medio, mientras que no hay desencadenamiento como ocurre en las psicosis. A comienzos del siglo pasado, antes de que exista el término “autismo”, se hablaba de “demencia precosisima”, pero el autismo tiene muchas diferencias con la demencia precoz y la esquizofrenia. Es importante señalar que estas diferencias nos hacen pensar las coordenadas del esquema I de manera muy diferente a la psicosis, por ejemplo la transferencia no será erotomaniaca sino que será al otro real como doble, lo cual debe ser un objetivo del analista o terapeuta ya que resulta una vía de acceso privilegiada a la vida del autista. Maleval señala una serie de recursos del autista que podrían pensarse en el lugar de las coordenadas M, I, m, i del esquema I de Lacan, aunque el autor no hace esta asociación. Se trata del Otro de síntesis, del objeto autístico y del otro real, el doble. Estos recursos comienzan dando la impresión de cerrar el mundo del autista, debido a su manejo estereotipado, pero con el tiempo pueden convertirse en medios de desplazar el borde autístico, es decir, medios para introducir nuevos elementos a la realidad del sujeto. Se trata de una suplencia allí donde están los agujeros de la significación fálica y del Nombre-del-Padre. Esta suplencia no cambia la estructura, cuyo funcionamiento sigue siendo el mismo. En el caso de las respuestas psicosomáticas, como su nombre lo indica son respuestas al llamado de un-Padre. También implican una forclusión previa, y pueden pensarse como una alternativa al desencadenamiento. Hay casos de psicosis donde una respuesta psicosomática aparece antes del desencadenamiento, como una línea defensiva intermedia antes de la respuesta psicótica. Nasio nos presenta a la lesión de órgano como una realidad local, es decir, localizada en el órgano afectado, es una manera “silenciosa” de producir una realidad cuando falta el lugar del S1. Debemos señalar también que la noción de formación de objeto a permite situar las psicosomáticas junto a las psicosis, poniendo al sujeto fragmentado en relación con el objeto a. La diferencia entre psicosis y psicosomáticas, por otro lado, puede verse especialmente en el lugar que tiene el otro real para el afectado: la lesión de órgano es una respuesta al órgano del otro real, donde no hay reflejo, reversión del toro, sino que es un doble del sujeto. En el discurso del sujeto psicosomático se va a percibir los efectos de la holofrase, el lenguaje de órgano, como lo llamaba Freud, es patente, y las frases tienen que entenderse al pie de la letra, ya que así es como afectan el cuerpo del sujeto. Para cerrar el capítulo, tan solo un pequeño comentario sobre la melancolía. Este cuadro también puede pensarse dentro de la clínica de la holofrase aunque lacan no lo haya incluido. La melancolía muestra las coordenadas del otro como doble, y la no extracción del objeto a, que produce efectos devastadores en las consistencias imaginarias del sujeto, como sus sensaciones y su vitalidad. Pero también se ve reflejada en las distorsiones del espacio y más que nada del tiempo. Séglas, que escribió sobre la melancolía, señalaba cómo el delirio del melancólico anuda el pasado con el presente, y a la vez con el futuro, donde los hechos del pasado traerán una ruina futura que anula el presente. Lo que nos interesa es la manera en que estos momentos se anudan, no lo hacen como normalmente los pensamos, sino de una manera “fuera del tiempo”, es decir, tan certera que el tiempo que media se vuelve nulo. Es como una ecuación matemática, in-mediata, no hay intervalo.

IV. Alteraciones del espacio en la neurosis. Llegamos al cuarto y último capítulo de este trabajo. Vimos en capítulos anteriores cómo la estructura neurótica, gracias al intervalo entre S1 y S2, sostiene en la consistencia imaginaria una noción abstracta de la distancia, tanto temporal como espacial. Cuando decimos abstracta nos referimos a que no es dependiente de ningún elemento concreto, no hace falta poner nada en medio para que haya distancia. Por otro lado, vimos también como en la clínica de la holofrase, que incluye a la psicosis, al no haber intervalo entre S1 y S2, la distancia en términos abstractos no existe, y en todo caso el sujeto deberá encontrar maneras de interponer elementos concretos para producir la distancia, y con ello, el espacio y el tiempo. La diferencia central entre ambos casos es la forclusión del Nombre-del-Padre, en tanto lugar del S1 que tiene la función de situar un punto abstracto, punto de imposibilidad en lo real. Mientras la distancia abstracta es algo constante ya que no es dependiente de la presencia o ausencia de algún elemento concreto, la distancia creada en la clínica de la holofrase es dependiente del elemento usado, es decir, en cuanto este elemento esté ausente, la distancia volverá a dejar de existir. Los fenómenos que dan cuenta de este hecho van desde la imposibilidad de contar, es decir, de distinguir entre una primera, segunda, tercera aparición de lo mismo, que remite directamente a la falta de la función nominadora del Nombre-del-Padre, hasta fenómenos mucho más espectaculares como la incapacidad de distinguir los bordes del propio cuerpo respecto a los del cuerpo del otro. Dijimos que la realidad de la neurosis, o más abarcativamente, de la clínica del intervalo presenta una semitorsión, mientras la realidad de la clínica de la holofrase está distorsionada, es decir, ha perdido su torsión, queda aplanada. Esto explica que la vivencia psicótica, autista, etc., sea una vivencia de superficies, donde no hay dos escenas, la del sujeto y la del Otro, sino que estas se encuentran mezcladas, en continuidad. La pérdida de la escena del Otro propiamente dicha implica que el sujeto no va a tener acceso a su imagen como vista en tercera persona, no va a poder situarse allí donde se encuentra su cuerpo y su palabra, hasta que encuentre algún modo de suplencia. En la clínica del intervalo, es decir, neurosis, perversión y fobia, la torsión de la banda de Moebius que es la realidad en el esquema R implica la separación entre la escena del sujeto y la escena del Otro, el sujeto va a colocar su cuerpo en la escena del Otro, lo que le va a permitir orientarse en su realidad. Lo que nos interesa presentar en este capítulo son las ocasiones en que la banda de Moebius pierde su semitorsión en la clínica del intervalo. Efectivamente, la distorsión de la realidad no es privativa de la clínica de la holofrase, también puede darse en sujetos neuróticos, fóbicos y perversos. Pero si pensamos la distorsión como estado “natural” de la psicosis y el arreglo como momento secundario, también nos toca pensar la semitorsión como estado “normal” de la neurosis y la distorsión como posibilidad. La distorsión de la realidad enfrenta al sujeto al espacio real, topológico, diríamos que la topología es la geometría propia del espacio real, mientras que la semitorsión de la realidad, al dar lugar al montaje de simbólico e imaginario, vela lo real dándole la consistencia imaginaria del espacio métrico, euclidiano al que estamos acostumbrados. Cuando la banda de Moebius de la realidad de la clínica del intervalo se vuelve plana, el sujeto, así sea por solo unos momentos, se encuentra con la realidad distorsionada del espacio topológico. Nos toca entonces estudiar de qué maneras la banda de Moebius puede volverse una banda normal, qué operatorias hacen posible esa transformación, y qué lugar tienen esas operatorias en los cuadros clínicos.

Vamos a empezar con la fobia, comúnmente presentada en niños pequeños, aunque también puede pensarse la fobia en adultos, que en ocasiones no está acompañada del objeto temido, y entonces es llamada ataque de pánico. Ambas situaciones tienen algunas diferencias, pero las coordenadas son básicamente las mismas. En psicoanálisis no es la edad de la persona lo que importa, sino qué operatorias están en juego, no hay una maduración que sitúe manifestaciones posibles e imposibles, sino una posición subjetiva que se da de una manera u otra. Como no disponemos de mucha extensión, y buscamos mantener la simpleza, vamos a utilizar el caso Juanito que es conocido por todos en el ámbito analítico. Lo que nos interesa es la distorsión de la banda de Moebius de la realidad, por lo que en el caso tenemos dos sucesos especialmente significativos para este trabajo. El primero se trata de una mancha negra en la boca del caballo, que el padre de Juanito no atina a identificar. Lacan le da a esta mancha una descripción que es tan bella y fascinante que vale la pena citarla textualmente: También es posible que lleven la marca de la angustia. Lo borroso, la mancha negra, tal vez tenga cierta relación con ella, como si los caballos recubrieran algo que aparece por debajo y cuya luz se ve por detrás, a saber, esa negrura que empieza a flotar. En esta descripción podemos ver algo del espacio topológico. La mancha negra no es algo, es un espacio real, recubierto por el caballo del espacio imaginario, es una formación muy interesante, porque podemos vislumbrar la aparición de un espacio dentro del otro. Pensar en un espacio sin métrica dentro de uno con métrica es algo difícil. Algunas experiencias nos permiten tener una intuición de ello. Bachelard escribió un libro precioso llamado “La poética del espacio”, donde en uno de los capítulos dedicados a la miniatura da numerosos ejemplos de violaciones del principio de que el contenido debe ser menor que el contenedor. Un ejemplo podemos tomarlo de una muestra que había, quizá siga habiendo, en el museo de La Plata: se trata de una mirilla donde al acercar el ojo podemos ver en el interior una réplica del abismo marino, que logra muy hábilmente dar la sensación de que un espacio ilimitado entra en el espacio diminuto del mas allá de la mirilla. Esta mancha del caballo en la fobia de Juanito da cuenta de la angustia, señal de lo real, que se encuentra cubierta por los objetos identificables del temor que sufre el pequeño niño. La fobia tiene la función de recubrir la angustia, darle contorno y límites. Vappereau habla de puertas, y Lacan de umbrales, que la fobia construye para estructurar el mundo, a partir de las categorías del adentro y el afuera que definen el espacio euclidiano al que estamos acostumbrados. La mancha queda como el resto irreductible de lo real que la fobia no ha llegado a velar. Tenemos el otro elemento del historial de la fobia de Juanito que queremos tomar para este trabajo, se trata de los recorridos del tren y de los coches. Cuando Juanito habla con su padre al respecto, el padre le pregunta si no teme que estos lo lleven lejos y no poder volver. Pero a Juanito esta posibilidad no le da miedo, él sabe que podría volver fácilmente. Algo similar ocurre en un sueño suyo, en el que el tren parte, pero no lo lleva lejos sino que vuelve al punto de partida. Se trata de circuitos que muestran una particularidad evidente: se cierran sobre sí mismos. Lacan lo señala con la expresión “la partida imposible”. Algo ha ocurrido con el espacio para que estos recorridos no puedan alejar a Juanito de su hogar, para que todo circuito vuelva a cerrarse sobre sí mismo. Vistos en sentido geométrico, estos

circuitos se asemejan al recorrido de las rectas sobre el plano proyectivo, donde toda recta infinita cierra sobre sí misma en el punto al infinito. Y en física estos recorridos asemejan a las orbitas de los cuerpos causadas por la deformación que la masa ejerce sobre la trama del espacio. En nuestros esquemas, los que usamos desde el comienzo del trabajo, no se trata de una deformación del espacio por efecto de la masa, se trata del efecto del Deseo de la Madre, con mayúsculas. Una forma sencilla de mostrar la función de la fobia en el caso Juanito es mostrar cómo se constituye el montaje simbólico-imaginario de la realidad, vamos a hacerlo deshaciendo y volviendo a armar el esquema R, en función de los tiempos del Edipo. Obviamente esto no ocurre de manera cronológica, el esquema R no se constituye pieza a pieza, ya que las piezas han de situarse solo a posteriori. Primero tendríamos el lado imaginario, el juego del señuelo, de identificación con el falo que Juanito juega con su madre, se trata de una relación de a tres.

Primer tiempo del Edipo.

Segundo tiempo del Edipo.

El triángulo de lo imaginario representaría a la relación imaginaria de a tres entre Juanito, el falo y la madre. Del otro lado tenemos el triángulo de lo simbólico, donde el tercer término es la función de un padre real. En la obra de Lacan el padre real no existe, en tanto la paternidad se asume, no es demostrable. En el caso de Juanito, la fobia ocupa este lugar, permitiendo el montaje de la realidad sobre lo real. Cuando sumamos al primer triangulo la letra P del padre real, se cumple la función del Nombre-del-Padre, ya que pasamos de una combinatoria ternaria a una cuaternaria, por el agregado del elemento cuarto, que tiene una función de más uno, es decir, de uno excluido para organizar las combinaciones posibles e imposibles de los otros tres elementos. Sin el agregado del elemento más uno, que hace posible la combinatoria cuaternaria, la combinatoria terciaria no podría situar lo imposible. El niño sería el objeto del Deseo de la Madre en ausencia de imposible, es decir, sin posibilidad de salida. Esto explica los circuitos que siempre retornan al punto de partida, cuando el elemento P aún no está en juego, la realidad se distorsiona, se cierra sobre sí misma, en una curvatura que sale y vuelve a entrar en el campo de la madre. Si bien en este caso se trata de un niño que está atravesando el Edipo, estos efectos pueden ocurrir en cualquier edad, ya que la fobia y el pánico no son privativos de la niñez. Siempre responde a la misma lógica, cuando el Otro está sin barrar para el sujeto, de modo tal que este no pueda sustraerse a su goce, el espacio se cerrará sobre sí mismo.

En el caso de Juanito Lacan sitúa en la reacción de asco a las bragas de la madre que el niño se será fetichista. La madre anteriormente llevaba con ella a Juanito al baño, y lo dejaba verla mientras se cambiaba, y, mientras en un primer momento (el de la trampa imaginaria) el niño muestra interés, luego en el segundo momento se desentiende de ello. Se trata de la posición subjetiva de Juanito, que le permite decir a Lacan, una vez constatada, que el niño no será fetichista. El primer momento el Edipo se revela entonces como decisivo para la posición del sujeto, y debemos partir de allí para abordar la cuestión de la perversión. En efecto, tanto la neurosis por la vía de la fobia y la perversión parten del primer momento del Edipo, y se van a diferenciar en la posición del sujeto en la triada imaginaria: niño, falo, madre. La posición que va a tomar el perverso será la del objeto, por vía de una identificación al lugar de la madre en la triada. Tenemos referencias muy valiosas en los seminarios de Lacan 4 y 10, así como en el escrito “Kant con Sade”, que vamos a articular con un cuento de Edogawa Rampo, llamado “El infierno de los espejos”. Este cuento trata de un joven que hereda de su abuelo una afición intensa por los espejos, que se convirtió en obsesión al conocer el efecto de los espejos cóncavos, como el que usa Lacan en su esquema del ramillete invertido. El joven se llamaba Tanuma, y utilizando el dinero de sus padres, comenzó a construir y a investigar espejos de diverso tipo en su hogar. Su primera gran construcción fue una pequeña habitación cuyo piso, paredes y techo estaban recubiertas por espejos planos, donde la imagen de quien entrara se multiplicaba infinitamente. La afición de Tanuma era entrar desnudo a la habitación, y bailar desenfrenadamente ante los espejos, que reflejaban y multiplicaban su imagen, cubriendo todo el campo de visión. Con el tiempo Tanuma desarrollaría una nueva invención, ya que siempre buscaba perfeccionar su experiencia. El amigo de Tanuma es entonces llamado un día debido a una emergencia en la casa. Al llegar lo que encontró fue una esfera de gran tamaño colocada en medio de una habitación, de la cual surgía el eco de una risa cuya fuente no parecía identificable. Lo que extrañó al amigo es que saliera una risa en lugar de pedidos de auxilio para salir de la esfera, por lo que sospechó que Tanuma podría haber enloquecido, y se decidió a romper la esfera para sacarlo de allí. Tras romper la esfera con un martillo, sacó a su amigo del interior, y pudo comprobar que este estaba forrado de espejos curvos, así como con fuentes de luz necesarias para producir el reflejo en el interior cerrado de la esfera. La cordura de Tanuma se había perdido, por lo que el amigo será quien nos provea de sus reflexiones sobre el caso. Para el amigo, resulta impensable qué tipo de imagen se produciría el habitar un espacio cubierto de espejos curvos, habría de tratarse de algo tan impensable que quedaría totalmente al margen de nuestro mundo. De ahí el nombre del cuento, “El infierno de los espejos”, la construcción de Tanuma introduce en nuestro mundo algo infernal, algo que no debería existir, pero que se encuentra en los márgenes de nuestro mundo. Recordemos que en el comienzo de nuestro trabajo citamos a Munch, quien decía que su pintura, a diferencia de la cámara fotográfica, retrataba el cielo y el infierno. Al igual que en las experiencias de la fobia, diremos que se trata de la entrada de lo real en el espacio de la realidad, es decir, un espacio o geometría topológica se introduce en nuestro espacio que corresponde a la geometría euclidiana. Esto implica que la vivencia ocurre al nivel de los bordes, de las superficies, ya que el espacio se ha aplanado, se ha vuelto bidimensional, y en su aplanamiento se ha infinitizado, como ocurre con las asíntotas que por mucho que se acerquen no llegan a

cerrarse, excepto en el infinito. En estas condiciones la distinción entre el sujeto de la mirada y el objeto mirado se hace imposible, se ha introducido al sujeto, la mirada, en el campo de los objetos, las imágenes reflejadas en el espejo. Siempre que ocurre esto aparece el espacio topológico. En el Seminario 10 Lacan habla del vínculo singular que existe entre el ser y el tener, y dice: ahí donde está, eso no se ve. En la identificación perversa al objeto, la falta del sujeto pasa del lado del Otro. En este punto nos sirve un esquema simplificado del espejo con que Lacan sitúa el fantasma perverso y el neurótico. Puede verse claramente que los términos del fantasma $ ◊ a, están del lado del Otro en el fantasma neurótico, mientras que el objeto queda del lado del sujeto en la perversión, y el S, que señalamos como la mirada, desaparece del esquema.

Podríamos decir que Tanuma en el cuento, mientras habita el espacio del interior de la esfera de espejos, desaparece como sujeto, queda del lado de la imagen del espejo, hasta que esta esfera es destruida y vuelve a aparecer. La perversión no es una psicosis, no podemos comparar el esquema R al esquema I para situarla, el montaje se produce y el fantasma, aunque funcione diferente al de la neurosis, está presente para velar lo real. Necesitamos avanzar en la obra de Lacan para encontrar otro esquema que nos ayude a pensar la identificación al objeto, con su consecuente desaparición en el lugar del sujeto, y ese esquema será el nudo Whitehead, en donde se articulan dos aros, uno al derecho, y el otro presentando una semitorsión, lo cual puede recordarnos a la disposición del fantasma en la topología de superficies, que articula la semiesfera con la banda de Moebius autoatravesada.

Este es el nudo Whitehead, representa al sujeto y al objeto a. El aro con semitorsión, como la semitorsión de la banda de Moebius, representa al sujeto, mientras que el aro normal representa al objeto a. En la identificación al objeto, lo que tenemos es una propiedad de este nudo, que consiste en que podemos des-torsionar un aro, torsionando el otro aro. Es como el truco de anudar la bufanda, cuando la tomamos con los brazos cruzados. Si ponemos los brazos al derecho, mientras no soltamos la bufanda, entonces el nudo pasará a esta. Paula Hochman escribió un recorrido en la obra de Lacan sobre la posibilidad de representar el fantasma

en la topología de nudos. La identificación del sujeto al objeto no implica que una fusión a este, sino que significa que el sujeto se sitúa allí donde el objeto está, mientras que el objeto escapa al lugar donde estaba el sujeto, es algo irreductible, y da sentido a la frase que citamos de Lacan. Ahora bien, lo que nos interesa cuando hablamos de perversión es su diferencia con la neurosis. En la neurosis el fantasma es $ ◊ a, donde el losange implica una relación que no es de correspondencia. El punto en que el $ se conecta al a es desplazable, mientras que en la perversión hay una estasis, una petrificación del goce, que Lacan sitúa en Kant con Sade en el fetiche. El fantasma perverso queda petrificado allí donde está el límite de la castración, se constituye por metonimia de aquello que estaba en continuidad a la castración, en el caso Juanito podría haber sido la camisa levantada de la madre que dejaba y no dejaba ver el pene supuesto a la madre. Se trata de bordes. Vimos como el espacio real puede introducirse en el espacio de la geometría euclidiana en la fobia y en la perversión, nos toca ahora situar las coordenadas en que estas experiencias pueden darse en las neurosis. Lacan llamó al Seminario 10 “La angustia”, ya que ésta se distingue respecto de los otros afectos, en tanto no remite a la relación al otro semejante, sino que remite a la aparición en el campo de los objetos de aquello que es Unheimlich, ominoso. Se trata de un objeto diferente de los otros, el objeto de la angustia es un objeto que no tiene reflejo en el espejo. Lacan justamente critica la creencia de que la angustia no tendría objeto, afirma que la angustia no es sin objeto, lo cual implica que lo tiene, pero es un objeto diferente. Dediquemos entonces algunas líneas a lo umheimlich a los fines de situar la estructura de esta experiencia. Lacan utiliza el esquema del espejo, muy simplificado, solo requiere el espejo plano donde se refleja la imagen, y donde decimos que se encuentra el campo del Otro. En ese campo se sitúa el i’(a), es decir, la imagen del objeto, reflejo de la i(a) que está del lado del sujeto. Para que el sujeto pueda verla, y pueda desearla, el i’(a) tiene que estar del lado del Otro. Como esta imagen está reflejada, izquierda y derecha están invertidas, hay una reversión, como ocurre cuando revertimos un guante. La posición de los dedos cambia, podríamos ponérnoslo en la otra mano. Ahora bien, hemos señalado que para que haya clínica del intervalo debe darse la extracción del objeto a, llegados a este punto tenemos la posibilidad de explicar como ocurre esto, ya que no debe tomarse en sentido literal, no es que se extraiga el objeto a del cuerpo en la neurosis y no se extraiga en la psicosis. Usamos estas expresiones para referir operatorias, y deberemos admitir que el esquizofrénico que se automutila para extraer el objeto a si lo está tomando en sentido literal. Ni que decir que no podrá extraer el objeto, y que su extracción requiere de una operatoria simbólica. La extracción del objeto remite entonces al resto que queda en cuanto el sujeto S, en un momento mítico, debe inscribirse en el lado del Otro. De esta inscripción surge el $, el sujeto efectivamente engendrado en el lenguaje, y el resto de esta operación es el objeto a. Tanto $ como a quedan del lado del Otro, y por ello el fantasma en la neurosis es $ ◊ a, el sujeto sitúa en el campo del Otro el objeto que supone perdido, y el i’(a) del que hablábamos viene a recubrir el a. Si el i’(a) resulta atractivo para el sujeto es debido a que reviste al objeto a, este es el efecto del fantasma en la neurosis, vela lo real, constituyendo una realidad que tiene sentido para el sujeto. Recordemos que en los dos lados de la realidad del esquema R tenemos el –ϕ y el Nombredel-Padre, que posibilitan esta operatoria. Mientras el fantasma vela lo real, es decir el objeto a, resto de la operación de división subjetiva, la realidad va a aparecer bajo la geometría euclidiana.

Lo unheimlich es entonces la entrada del objeto a en el campo del Otro, es decir, aparece el objeto a entre los objetos comunes. Fue un gran acierto de Freud llamar unheimlich a lo que nosotros llamaríamos siniestro u ominoso, porque la expresión en alemán alude a la familiaridad. El objeto a es algo que nos es familiar, ya que es el resto real de la operatoria por la cual somos sujetos, pero su aparición causa angustia porque es algo que debería permanecer oculto, velado por el fantasma. Cuando el objeto a entra en el campo del Otro, los extremos que mantienen al fantasma se reintroducen en el campo, especialmente el –ϕ. Esto implica que la realidad pierde su consistencia imaginaria, su tridimensionalidad. Podemos dar algunos ejemplos, para ilustrar estas operatorias. Si uno camina por un lugar concurrido, y de repente se encuentra con un espejo, el segundo que toma darse cuenta de que se trata de uno mismo, implica algo de angustia, especialmente el encontrarse con la propia mirada. Algo similar ocurre cuando escuchamos nuestra propia voz en una grabación, las primeras veces tienen unos segundos en los cuales no nos reconocemos, y al mismo tiempo podemos sentir algo de angustia. La separación entre el lugar de sujeto y el campo del Otro es puesta en cuestión en esas experiencias, lo cual hace que nos angustiemos durante los instantes que nos toma volver a ubicarnos en el lugar externo al campo del Otro como sujetos y en el interior como imagen. Pero hay vivencias aún más características, que son las de las fobias que podemos tener en la adultez. Si nos da temor un insecto, y este camina por la pared de la habitación en que nos encontramos, nos resultara difícil al menos por unos instantes, no sentir que está caminando por la superficie de nuestro cuerpo. La distancia entre el insecto y el propio cuerpo, a pesar de que nuestra visión nos indica que es existente, se reduce a cero cuando tenemos temor. El vacío entre uno y otro no sirve para protegernos porque en ese caso nos pensamos como superficies bidimensionales. Ni que decir cuando perdemos de vista al insecto, la sensación de contacto con él aumenta aún más, lo que nos demuestra que nuestro cuerpo está en otro lado del que pensaríamos racionalmente. Pensar lo unheimlich en sentido tradicional sería el encuentro con una parte de nuestro cuerpo que puede pensarse como extraíble, desmontable. Estas partes remiten a las formas del objeto a: oral, anal, la voz y la mirada. La entrada del objeto a, objeto real a nuestro espacio implica que la geometría euclidiana es desplazada por la topológica, donde las distancias y la oposición dentrofuera no tienen ningún significado. Lacan explica esto por la imposibilidad de reflejar el objeto a, ya que es una superficie topológica. Más allá del aspecto espacial que destacamos en este trabajo, no debemos olvidar la relación entre el objeto a y el goce, ya que es el aspecto más perturbador para el sujeto de estas experiencias. Antes de abandonar esta temática, es interesante señalar un artificio pictórico que permite situar la vivencia de la angustia. Se trata de la perspectiva de dos puntos de fuga, que originalmente tuvo la función de ilustrar objetos que no están de frente a nuestra mirada, sino que están en sentido oblicuo. En el cine este tipo de perspectiva forzada se utiliza mucho para cerrar la toma sobre la cara de un personaje en momentos de pánico y terror, y tiene sentido si pensamos que con tal efecto difícilmente podemos situar el entorno del sujeto. Expresa la incapacidad del sujeto de situarse por fuera del campo de lo visto, y por lo tanto, la dificultad de situar la distancia entre el mismo y los objetos que lo rodean. En sentido contrario, las terapias cognitivas enseñan a los sujetos que sufren de pánico a hacer listas mentales de los objetos a su alrededor, con el fin de reconstruir el espacio y así encontrar algo de tranquilidad.

Hemos llegado a la última parte de este ensayo, donde nos toca dar cuenta de las distorsiones del espacio en la clínica de la neurosis, más específicamente, durante el análisis. Ya señalamos que este no es un trabajo destinado a dar cuenta de una “psicología de la construcción del espacio”, sino que aquí intentamos situar las coordenadas de aparición de estos fenómenos, con el fin de demostrar su importancia en la clínica. En la bibliográfica analítica hay muchos escritos acerca de las distorsiones del espacio en la clínica de la holofrase, pero pocas menciones de este fenómeno en lo que toca al análisis. Vamos a proponer en esta sección la idea de que estos fenómenos de distorsión están directamente conectados con las operaciones propias de un análisis, con lo cual desconocerlos no sería fácilmente excusable. Resulta interesante tomar la expresión que utiliza Nasio en su libro “Los ojos de Laura”, el autor habla de la “experiencia psicoanalítica”, como acontecimiento que se ubica en el proceso de un análisis, pero que no abarca todo el tiempo del proceso. Ya usamos la expresión acontecimiento antes, nos sirve para expresar fenómenos que no dependen de algo sustancial, y que por lo tanto no persisten en el tiempo por sí mismos, sino que existen en el instante y tendrán que renovarse una y otra vez para existir. Vamos a intentar mostrar cómo la experiencia del espacio y del tiempo durante este acontecimiento no responde a la estética tradicional, sino que responde a la aparición de lo real tal y, como lo hemos visto, con la aparición del objeto a en el campo de los objetos. Para que haya análisis indudablemente tiene que haber analizante y analista, es decir, dos personas cada una con sus consistencias imaginarias: dos yo, dos cuerpos, dos sensaciones, etc., distinguibles las unas de las otras. No podemos decir lo mismo del inconsciente, del deseo y del sujeto en análisis. No podemos decir que haya dos sujetos, dos inconscientes, dos deseos en un análisis. Si bien Lacan en los primeros años del seminario utilizaba el término “intersubjetividad”, muy pronto abandonó esta expresión, ya que un análisis se da entre un sujeto y un Otro, es decir, entre dos posiciones diferentes. Otra vez, no se trata de que una persona es el sujeto y la otra persona es el Otro del sujeto, sino de que estos términos no pueden localizarse en los individuos. En un análisis sujeto y Otro, deseo e inconsciente no son localizables en el tiempo ni en el espacio, surgen de un acontecimiento, y se desvanecen inmediatamente después. Lo que origina este acontecimiento es la intervención del analista, que debe situarse topológicamente en la banda de Moebius que representa al sujeto, o mejor dicho, lo que representa al sujeto es el corte de la banda de Moebius. En el discurso del analizante la intervención del analista va a situar un corte, que haga de la banda de Moebius, que tiene un solo borde y una sola cara, una banda normal, es decir, una superficie de dos caras y dos bordes. Es en la operación de corte que separa en dos caras lo que antes era una continuidad: el campo del sujeto y el campo del Otro. Del discurso del analizante en el cual éste creía reconocer su intención como causa del decir, el corte separa el decir y el dicho, aquello que fue entendido y aquello que quedó inconsciente. No significa otra cosa que esto cuando hablamos de inconsciente, y Lacan lo dice claramente: “el decir queda olvidado detrás del dicho”. Así lo expresa en “El atolondradicho” de 1972. El analista con su intervención produce el inconsciente del analizante, esto es algo que resultaría difícil pensar en términos de localización en el espacio, ya que no podemos decir que este inconsciente se encuentre en la persona del analizante ni en la del analista. Ahora bien, lo que nos interesa aquí es que este corte sobre el discurso tiene efectos sobre el cuerpo y sobre la realidad. A esta altura afirmar que el significante puede tener efectos sobre el cuerpo no

debería sorprender a nadie, pero vamos a intentar dar fundamento a esta idea. Ya dijimos antes que es la entrada del objeto a al campo de los objetos comunes lo que causa angustia, y que el objeto a es el resto real de la operación de división subjetiva. Si un análisis se desarrolla en lo que Lacan llamó en 1953 el “campo de la palabra”, entonces será en el discurso que tendremos que situar esta aparición del objeto a, y ello requiere también pensar la topología del sujeto. La superficie topológica adecuada para dar cuenta del sujeto como efecto del lenguaje es el toro, que ya hemos visto con anterioridad.

El toro con los bucles del discurso. Con el toro puede expresarse la relación entre el sujeto y el Otro en el discurso. Sabemos que la generatriz, el bucle del discurso en la repetición de la demanda, tras un número de vueltas traza una vuelta en más, que es la vuelta de la directriz, es decir, del deseo. El toro del sujeto se encuentra abrazado al toro del Otro en la neurosis, lo que implica una equivalencia entre la generatriz del sujeto, su demanda, con la directriz del Otro, el deseo del Otro. Lo mismo a la inversa. El discurso que para el sujeto sería lineal, ante la intervención del analista forma bucle, vuelta de la generatriz, hasta que en la vuelta en más que traza la directriz lo que decanta es el objeto a, causa del deseo. Si el objeto deseable en el campo del Otro se escribe i’(a), es porque lo que vela ese objeto deseable es el objeto a, el objeto causa el deseo. En la llamada por Nasio “experiencia psicoanalítica” cae momentáneamente el velo del objeto a, por lo que las consistencias imaginarias del sujeto se desvanecen aunque solo por unos instantes. Este tiempo y espacio en que se da la experiencia psicoanalítica no puede ser situado en las coordenadas imaginarias, por lo que podríamos compararlo a una singularidad, tal como se la piensa en física. Se trata de un punto, por definición sin dimensiones, donde no puede situarse la distancia. En topología seria comparable a los puntos de auto-intersección, que si bien no son válidos en matemáticas, ya que implican que la superficie no es representable en la dimensión tres, Lacan los utiliza deliberadamente. Siguiendo la comparación con la física, una singularidad surge cuando una gran cantidad de masa se compacta en un punto, fenómeno que acostumbramos llamar un agujero negro. Se trata de una singularidad porque las ecuaciones no permiten seguir el fenómeno, debido a la relación de oposición entre tiempo y masa. En una película sobre la juventud de Stephen Hawking, éste toma la representación topológica de la singularidad de Robert Penrose para extenderla y explicar el Big Bang. Podemos usar esto, obviamente tan solo como una imagen, de la experiencia psicoanalítica. Diremos entonces que tenemos un primer momento donde hay dos cuerpos, dos yo; luego un segundo momento, el de la singularidad, donde se produce el corte de la banda de Moebius y entonces se desvanece la consistencia imaginaria, ya no hay distancia, y hay un sujeto; y finalmente

un tercer momento donde se reconstituye la consistencia imaginaria, otra vez hay dos cuerpos, hay distancia.

La topología del agujero negro. En el caso de las psicosis esta experiencia implicaría un desencadenamiento, mientras que en la neurosis la recuperación de las consistencias imaginarias es relativamente rápida, pero no es sin consecuencias, ya que trae aparejada un cambio en la posición subjetiva. Eidelsztein señala como un signo de este cambio el hecho de que el analizante empezará a hablar de otras cuestiones, se percatará de otras cosas que siempre estuvieron presentes pero que no entraban antes en su campo de interés. Es el efecto del objeto a, que desde su posición velada otorga atractivo a los objetos. Cuando se produce un cambio de posición subjetiva, al ocupar un nuevo lugar en el orden simbólico, al sujeto le corresponden entonces nuevos objetos. Como anécdota un poco graciosa, algunos analistas cuentan que sus pacientes en ocasiones salen del consultorio a los tumbos, confunden el lado izquierdo del pasillo con el derecho, etc., se trata efectivamente del efecto que tiene la entrada del objeto a en el campo. Este fenómeno como pudimos ver responde a coordenadas específicas, que son fundamentales en un análisis. La angustia como señal de lo real no es señal de un real cualquiera, sino de aquello que le concierne al sujeto, el resto que lo simbólico deja “afuera”, según señalábamos al comienzo de este trabajo. En realidad lo simbólico no deja “afuera” a lo real como pensaba Freud. Si lo real ex-siste y lo simbólico es el agujero, entonces lo que hace lo simbólico es cernir lo real, rodearlo, expulsándolo “adentro”. La consistencia imaginaria por su parte requiere de un elemento excluido, el S1, para sostenerse. Cuando el S1 registra el lugar de la falta, se constituye la realidad del sujeto por la organización de los significantes que llamamos S2. Si el objeto a que la realidad vela entra en el campo, entonces la realidad se desvanece, pierde su consistencia. Si bien el objeto a es uno, tiene cuatro formas típicas, que son el objeto oral, anal la voz y la mirada. En un análisis la demanda va a circular en torno a una de estas formas del objeto, por eso el recorrido completo de la demanda permite situarlo. Los analistas llamados postfreudianos, incluyendo a Aulagnier, subrayaron el registro de lo imaginario, considerando como central la presencia de dos cuerpos, dos yo, etc., en un análisis. No se trata de desvalorizar este registro, sino de darle el lugar que le corresponde. Por si solo no permite situar la experiencia psicoanalítica, puesto que el sujeto, el Otro, el deseo y el inconsciente, nociones fundamentales, no son consistencias imaginarias. Hemos intentado mostrar cómo dependen de otra

geometría para ser situados, y como la entrada de esta geometría en el espacio de la geometría euclidiana produce distorsiones. Nos toca entonces cerrar este ensayo, no sin antes responder a la pregunta que hemos planteado al comienzo. Cuando hablamos de la obra de Edward Munch, dijimos que la representación pictórica del estilo expresionista muestra distorsiones en el espacio. La pregunta se dirigía a intentar dar cuenta de si se trataba de una simple convención, una manera de expresar el horror, o si efectivamente pudiera ser una experiencia vivida por el artista. Creemos que, en vistas del recorrido realizado, podemos afirmar que se trata de una experiencia efectivamente vivida. Pero si está en duda aun nuestra afirmación, tenemos un dato que nos puede ayudar. El propio autor cuenta la historia de cómo surgió su famosa pintura “El grito”: “Iba caminando con dos amigos por el paseo –el sol se ponía –, el cielo se volvió de pronto rojo, yo me paré; cansado, me apoyé en una baranda –sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no veía sino sangre y lenguas de fuego–, mis amigos continuaban su marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo, –y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza.” La pintura es de 1892, dos años después de que su hermana fuera internada en un psiquiátrico. En el comentario del artista no se hace mención a este dato, pero podría ser importante. Resulta fácil reconocer el objeto voz en el alarido infinito del que habla Munch, lo realmente interesante es la dificultad que implica situar este alarido. Penetraba toda la naturaleza, pero no está dicho de donde surge. Para poder situarlo necesitaríamos la presencia del Otro, donde situar el lugar del alarido, pero en este caso no parece estar disponible. Pareciera tratarse de un fenómeno al nivel del otro real, del doble del sujeto, lo que implica que no hay manera de distinguir lo que se sitúa en uno o en el otro, ambos, el sujeto y el otro, son la misma cosa. Lacan en el Seminario 5 habla de la etimología del verbo aterrar, que significa echar por tierra. El significado es muy elocuente cuando queremos dar cuenta del fenómeno de la distorsión del espacio, ya que implica el aplanamiento, la bidimensionalidad donde todas las cosas están a distancia infinitamente cercana. Aquí no hay posibilidad de distancia, el objeto a le concierne al sujeto, y no hay manera de sustraerse de él. El espacio métrico de la geometría euclidiana, por otro lado, tiene la posibilidad de situar el vacío entre el sujeto y los objetos. El espacio que llamaríamos “real” de la topología no tiene métrica, por lo que no permite situar el vacío. Ya lo hemos señalado, para “hacer espacio”, en la clínica de la holofrase, hace falta situar objetos entre las dos superficies que se encuentran infinitamente cercanas. Estos objetos pueden ser objetos de colección, basura, palabras, unidades de medida, etc., mientras estén allí pueden ser efectivos para situar la distancia espacial en lo concreto, mientras que en el caso de la distancia en el tiempo podría tratarse también de unidades de medida, así como de hechos, palabras, gestos, etc. Estos recursos presentan un equilibrio frágil pero renovable y optimizable. Respetar la estructura de un sujeto es permitirle encontrar su manera de hacer con su estructura, en lugar de forzarlo a imitar otras.

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