La noción de Conversión en la Sagrada Escritura

June 24, 2017 | Autor: A. Gatica Andrade... | Categoría: Religious Conversion, Teología, Espiritualidad y fe, Espiritualidad, San Pablo
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Descripción

ATENEO PONTIFICIO REGINA APOSTOLORUM Facultad de Teología

La noción de Conversión en la Sagrada Escritura

Profesor: P. Pedro Barrajón, LC. Alumno: H. Alexis Gatica, L.C Número de matrícula: 00003330 PTE1001 Elaboratum de fin de ciclo Roma, 28 de abril de 2015

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INTRODUCCIÓN La teología no se limita simplemente a una reflexión científica sobre Dios y el misterio revelado. Implica también una experiencia teológica, es decir, una experiencia viva y personal de fe, esperanza y amor a Dios. No nos ofrece tan sólo contenidos o informaciones acerca del “objeto de estudio” (Dios), sino que nos lleva a un encuentro que interpela la propia inteligencia y voluntad. En lo personal, creo que esta experiencia teológica queda ejemplificada en la parábola evangélica conocida como “El Hijo Pródigo” o “Del Padre misericordioso” (Lc 15, 11-31)1, que revela, en primer lugar, la llamada libre y gratuita de Dios al hombre a entrar en comunión con Él y, posteriormente, la respuesta del mismo hombre ante esta invitación. La persona puede, gracias a su libertad, acoger esa llamada y responder con generosidad, o rechazarla y vivir como si Dios no existiese. Ahora bien, lo que hiere la comunión entre Dios y el hombre es el triste acontecimiento del pecado, que debilita la confianza en el corazón humano y suscita su alejamiento de la casa paterna. Sin embargo, la revelación nos muestra que esa invitación no fue única, sino que, por don de Dios, se repite cada día en la vida de todos nosotros. El Padre no se quedó de brazos cruzados, sino que salió al encuentro prometiendo la redención e invitando a reestablecer, con vínculos más fuertes, esa alianza libre entre Él y el hombre. La Sagrada Escritura nos muestra que el hombre, herido por el pecado y redimido por Cristo, está llamado a una respuesta del todo particular y, por así decirlo, radical: la conversión. ¿En qué consiste la conversión según la Biblia?¿Por qué es un concepto clave? Este trabajo pretende reflexionar sobre dicho concepto, partiendo del entendido de que es un tema amplio y de que quedarán muchas puertas abiertas para posteriores reflexiones. Dividiremos el análisis en tres partes: primero, estudiaremos la semántica de la conversión, que indicará los principales términos empleados por la tradición bíblica y que, a su vez, designan la experiencia de la conversión; en segundo lugar, haremos una fenomenología de la conversión intentando descubrir sus elementos u etapas esenciales, con el fin de poder elaborar ulteriormente una definición de la conversión y comprar ésta con 1

Los textos bíblicos han sido tomados de la siguiente edición de la Sagrada Biblia: Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2010.

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otras definiciones; por último, y con base a la definición elaborada, analizaremos un ejemplo concreto de conversión: el evento de la conversión de san Pablo.

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I. LA SEMANTICA DE LA CONVERSIÓN. 1. El Antiguo Testamento El Antiguo Testamento, en el relato del Génesis, refleja la plena conciencia por parte de Dios de una alianza establecida con el hombre: alianza enmarcada en un ambiente de libertad, generosidad y amor de Dios, quien crea al hombre a su imagen y semejanza. Esta alianza es rota debido al pecado del ser humano, que desconfía de su Creador (Gn 3, 36). Sin embargo, Dios —porque es Él mismo y no hombre (Os 11, 9) — promete a éste la redención y da inicio al plan de salvación. El Creador llama a los patriarcas y forma para sí un pueblo de su propiedad. Esta alianza es establecida de manera solemne en el contexto del Éxodo de los israelitas de Egipto, quienes se encaminan a la Tierra Prometida acompañados por el Señor. Destaca, en este marco, el término “Éxodo” que indica una salida, un paso radical de un estado de esclavitud a un estado de libertad. Dios toma de la mano al pueblo escogido, lo saca con mano poderosa y le ofrece su Ley. Sin embargo, el Antiguo Testamento indica también la condición débil y pecadora del pueblo, que falla en diversas ocasiones a la Alianza y se aleja de Dios y de su Ley, buscando en los ídolos una aparente libertad. Dentro de su pedagogía, el Señor permite que el pueblo experimente las consecuencias de sus decisiones: la pérdida de la Tierra Prometida, la esclavitud, el dominio férreo y opresor de otros pueblos. Los israelitas viven esta pérdida y lejanía de Dios y claman pidiendo su auxilio. En este contexto, surge un nuevo concepto introducido por la figura de los profetas, quienes invitan a buscar a Dios (Am 5, 4; Os 10, 12), a buscar nuevamente su rostro (Os 5,15; Sal 24,6), a humillarse ante Él (1Re 21,29; 2Re 22,19), a poner el corazón de uno solamente en Él (1Sam 7, 3). Estas actitudes están incluidas en el término hebreo tešuba que indica un cambio radical de rumbo, un volver atrás: se vuelve cuando se descubre el estar lejos del lugar en el que se debería estar o al descubrir que el camino recorrido ha sido equivocado2. El significado teológico de este término subraya la concepción de la relación con Dios como un camino, cuyo punto de origen y meta es el mismo Dios y, por el cual, el hombre debe caminar. Este concepto presupone una visión antropológica en la que se 2

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Cf. J. BLANK, «Conversione», in Enciclopedia teologica, Editrice Queriniana, Brescia 19902,

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considera al hombre en su totalidad: la conversión implica el cambio tanto de mentalidad como del modo concreto de actuar. En síntesis, Dios, por medio de sus profetas, invita a su pueblo a volver a Él, a renovar el amor de la juventud. Y dada la inconstancia y fragilidad del pueblo, cuyo corazón está hecho de piedra (Ez 11, 19), es necesaria una transformación radical: esto es, una nueva creación del corazón. Por ello, el Antiguo Testamento da una neta importancia al corazón como el núcleo del ser humano que abarca la razón, la voluntad y el amor3. Vemos, además, que es el mismo Dios quien se anticipa al hombre. Es Él quien promete dar un corazón y un espíritu nuevos a sus hijos. Él es quien toma la iniciativa de llevar a su pueblo al desierto para hablarle al corazón. La versión griega, sin embargo, traduce tešuba con dos verbos diferenciando, así, los dos aspectos de la conversión: usa el verbo epistrephein, que indica el cambio de comportamiento en lo práctico, y el verbo metanoein (y su correspondiente sustantivo metanoia), que indican el cambio interior de la persona4.

2. El Nuevo Testamento El Nuevo Testamento usa el verbo griego metanoiein poniendo un mayor acento en la conversión interior, en la transformación del propio corazón, sin excluir el correspondiente proceso exterior posterior a la transformación interior. En las traducción latina de los evangelios se introduce el término poenitentia, término derivado de poena (castigo), que resalta el momento de la mejoría y del esfuerzo personal que ésta exige5. La metanoia es el concepto base de la predicación de san Juan Bautista, quien ante la inminente venida del Mesías invita al pueblo a la conversión (Mt 3,2). La venida del Reino implica un juicio para todos6. Es decir que el ser hijos de Abraham no exenta a nadie del llamado a la conversión (Mt 3,8). El hombre debe cambiar de comportamiento según su 3

Cf. J. BLANK, «Conversione», in Enciclopedia teologica, 146. Cf. X. LEÓN-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona 199617, 672. 5 Cf. Y. M. -J. CONGAR, Sacerdocio y Laicado, Estela, Barcelona 1964, 24. 6 Cf. B. MONDIN, «Conversione», in Dizionario enciclopedico di filosofia, teologia e morale, Editrice Massimo, Milano 1989, 165. 4

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estado (Lc 3, 10-14). Como signo de esta conversión, Juan ofrece un bautismo de agua, que es la preparación para el bautismo de fuego que traerá el Mesías prometido. Ahora bien, Jesús —el Mesías— habla de metanoia como la condición para formar parte del Reino de Dios que ya ha llegado (Mc 1, 15; Mt 4, 17) e indica el motivo de su misión y venida al mundo: Él viene a llamar a los pecadores a la conversión (Lc 5, 32). Jesús, ante la limitación y debilidad humana, insiste en la necesidad del auxilio de Dios para llevar adelante esta conversión del corazón (Mc 10, 26-27). Así mismo, recalca el carácter indispensable de la actitud de urgencia y responsabilidad por parte del hombre ante esta llamada a la conversión (Lc 13, 3-9; 16, 27-31). El evangelio de Lucas, en las parábolas de la misericordia, revela sobre todo el papel fundamental que desempeña Dios, pues Él nunca se cansa de esperar y de salir al encuentro del pecador con generosidad y misericordia (Lc 15). Esta actitud divina sorprende la mentalidad legalista y estática de los fariseos y saduceos. Así pues, los apóstoles reciben de Jesús resucitado la misión de seguir invitando a todos a la conversión (Lc 24, 47). El anuncio de los misterios de Cristo (vida, muerte y resurrección) y la llamada a la conversión y al bautismo son los elementos esenciales del kerygma. Lo vemos de inmediato en los discursos de Pedro después de Pentecostés (Hch 2, 38; 3, 19). De manera similar, Pablo, en su discurso en el Areópago, recalca que Dios sigue invitando a todos los hombres a la conversión (Hch 17, 30); e igualmente, en sus discursos a la comunidad de Mileto y ante el rey Agripa, confiesa con orgullo que ha dedicado todas sus energías a dar su testimonio a judíos y paganos para que se conviertan a Dios (Hch 20, 21; 26, 20). En el corpus paulino vemos no pocas referencias a la conversión: es necesario reconocer la bondad divina que nos lleva a la conversión (Rm 2,4); la tristeza vivida como Dios quiere produce un arrepentimiento decisivo y saludable (2Cor 7, 10); el testimonio de dulzura de los pastores puede suscitar la conversión de los pecadores (2Tim 2, 25). Profundizaremos un poco más en los textos de san Pablo en la tercera parte de esta investigación.

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Por otro lado, las cartas católicas no se centran en el tema de la conversión. Hacen alguna referencia: Dios es paciente con todos, pues no quiere que nadie se pierda sino que todos se conviertan (2Pe 3, 9). En la carta a los Hebreos, por ejemplo, se menciona que la apostasía (esto es, el pecado deliberado cometido después del conocimiento de la verdad) hace imposible una renovación posterior, pues la acción de Cristo es única e irrepetible (Heb 6,6). En cuanto a los escritos joánicos, encontramos pocas referencias sobre la conversión en el libro del Apocalipsis: dentro del contexto de las cartas a las siete iglesias, el Viviente invita a la Iglesia de Éfeso a la conversión, que tiene en su seno a un grupo de herejes y, si no se convierten, Él los combatirá (Ap 2, 16); a la Iglesia de Sardes le anima a recordar y guardar su palabra y, en consecuencia, a convertirse (Ap 3, 3); y a la Iglesia de Laodicea le conmina al celo y a la conversión, pues Él a quien ama, corrige y reprende (Ap 3, 19). Juan también muestra de manera semejante a la Carta a los hebreos, que los apóstatas se cierran ante la llamada a la conversión (Ap 3, 10-11; 16, 9-11).

8 II. LA FENOMENOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN. 1. Los elementos esenciales de la conversión.

Después de haber considerado los términos bíblicos que expresan la llamada a la conversión y sus diferentes usos a lo largo de la Sagrada Escritura, tenemos la tarea de elaborar una definición del concepto de conversión. Pero antes, basándonos en la semántica de la conversión que nos ofrecen los textos bíblicos, debemos descubrir los elementos esenciales de la conversión. Por ello, haremos un estudio fenomenológico de la misma. En primer lugar, podemos afirmar que la conversión es una experiencia religiosa. Es una experiencia en cuanto que el encuentro con la misericordia de Dios toca toda la existencia del hombre de modo radical y tangible, y no se limita a un simple cambio intelectual7. Y es una experiencia religiosa en cuanto que se vincula a la religión, virtud derivada de la justicia que regula nuestra relación con el Creador. En un contexto de alianza con Dios, el hombre debe ser fiel al pacto contraído con Dios (Gn 9, 8-17; 15, 1-21; 17, 122; Ex 19, 3-8; 24, 1-8; 34, 10-29; Dt 5, 1-21; 6, 1-25; 10, 12-22; 29, 9-20; Jos 23, 16; 24, 14-27). Pero esta alianza no se queda en un simple acto jurídico, sino que, sobremanera, se caracteriza por ser un acto de amor por parte de Dios que supera la infinita diferencia entre ambos contrayentes, como ya habíamos visto. El Señor es fiel a su Alianza, a pesar de que el hombre pecador no cumple sus promesas (Dt 9, 7-29; Os 2, 16-25). Dios mismo incluso reconoce que en muchos momentos la conversión de sus hijos es superficial (Os 6, 1-7). Sin embargo, el hombre puede renovar su compromiso volviendo sobre sus pasos y reemprendiendo su camino hacia Dios, es decir, convirtiéndose. La conversión es también un don, una gracia. Los textos de la Escritura reflejan muy bien este aspecto. El pecado del hombre merece la justicia divina. Sin embargo, Dios va más allá de la justicia: es más, se puede afirmar que la justicia divina consiste en su misericordia. Textos claves para comprender este cariz de la conversión son la profecía de Oseas (cc.1-3), el Libro de las lamentaciones (c.5) y las parábolas de la misericordia en el Evangelio según san Lucas (c.15). Israel comete un grave pecado traicionando el amor de «Para que haya “conversión, hace falta algo más que una pura información intelectual o que una convicción especulativa […] Es preciso que haya habido una experiencia personal, en la cual la propia existencia se haga problemática y se origine la exigencia de cambiar algo en la propia vida». Y.M.-J. CONGAR, Sacerdocio y Laicado, 21. 7

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Dios. La idolatría es equiparada al adulterio. Ambos pecados son severamente penalizados en la cultura hebrea. El hombre, al cometer el pecado, se autoexcluye, rompe el vínculo con Dios. A saber, no son casuales los nombres de los hijos que tiene el profeta con la mujer adúltera: “No consolada” y “No mi pueblo”. Sin embargo, Dios renueva su amor y es Él quien sale en búsqueda de su esposa infiel, la lleva al desierto (lugar arquetípico de encuentro exclusivo y existencial) para hacerle redescubrir que Él es el verdadero Esposo. Dado que la profecía usa un lenguaje humano, antropomórfico, se ve que se da una conversión inicial en el mismo corazón de Dios, quien primero amenaza con realizar su justicia en relación a su esposa infiel, pero después da un giro radical, desbordando amor y llenando la historia de esperanza. Este reencuentro implica, por así decir, un cambio ontológico que supera las expectativas y el mismo mérito; todo ello se ve en la renovación de los nombres: pasan a ser “Compadecida” y “Pueblo mío”. El capítulo 5 del Libro de las lamentaciones muestra la toma de conciencia por parte del pueblo pecador, que reconoce su vergüenza, pero que, asimismo, subraya la necesidad de que venga primero el don de Dios para que, en consecuencia, el hombre pueda volver sobre sus pasos (Lam 5, 21). En el Nuevo Testamento, las parábolas sobre la misericordia insisten también en la donación gratuita y perdonante por parte de Dios, añadiendo la nota de la felicidad que experimentan Dios y los ángeles ante la conversión del pecador. Por poner algunos ejemplos: el pastor no duda en asumir el riesgo de buscar a la oveja perdida y comparte su alegría al encontrarla; la mujer no es indiferente al perder una moneda y hace fiesta con sus amigas (con el riesgo de gastar lo aparentemente recuperado) por encontrarla; y el padre reacciona desproporcionadamente cuando corre al encuentro de su hijo pecador, acogiéndole de forma espléndida y, al mismo tiempo, es capaz de salir en la búsqueda del hermano mayor que peca de orgullo. Así mismo, la conversión, además de ser una experiencia religiosa y una gracia, implica un cambio del corazón, como ya hemos expuesto. Y entendemos el “cambio del corazón” mediante la riqueza que nos ofrece el sentido bíblico que, como mencionamos antes, tiene una visión integral del hombre: abarca sus pensamientos, deseos y acciones. El corazón es el centro y la fuente de toda la actividad humana. Y ante la realidad del pecado, el corazón del hombre busca con inquietud la respuesta al problema del mal y solamente

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podrá encontrar esa respuesta en su propia conversión al Dios vivo. El profeta Ezequiel anuncia la promesa divina de la gracia de la transformación del corazón: éste, endurecido por el pecado será convertido en uno nuevo (Ez 11, 19; 36, 26). El salmo 51 (50), 12 muestra la conciencia de que solamente Dios puede transformar el corazón humano y ruega la acción divina sanadora. De manera similar, Jesús recalca ante sus discípulos la acción hiriente que tiene el pecado sobre el corazón (Mc 7, 20-23) y no son pocos los pasajes en los que Jesús advierte la dureza de corazón del pueblo y, especialmente, de sus jefes (Mt, 19, 8; Mc 3, 5; 10, 5; Lc 6, 10). Por otro lado, la conversión es una respuesta libre del hombre a la llamada generosa de Dios. Él actúa con su gracia en el corazón del hombre, quien puede responder positiva o negativamente. Por ende, la gracia no cancela la libertad del hombre. Dios invita a la conversión, pero no fuerza jamás a nadie. El hombre que está abierto a la acción de la gracia es transformado de tal forma que responde de manera radical, viviendo su libertad en plenitud: esa es la libertad de los hijos de Dios. Basta repasar los diversos pasajes que nos ofrece el Nuevo Testamento donde se dan casos clamorosos de conversión: Leví (Mt 9, 910), Zaqueo (Lc 19, 1-10), la pecadora arrepentida (Lc 7, 36-50), los discípulos desanimados que van camino a Emaús después de la muerte de Jesús (Lc 24, 13-35), la multitud después del primer discurso de Pedro en Pentecostés (Hch 2, 37-41), el eunuco etíope (Hch 8, 26-39) y Saulo, perseguidor férreo de los cristianos (Hch 9, 1-19). Pero también hay testimonios de quienes cierran su corazón, a pesar de que es el mismo Jesús quien les dirige la llamada a la conversión (Mt 11, 16-24; 12, 38-42; 21, 28-32; 21, 33-46; Jn 8, 48-59; 9, 40). Por último, la conversión conlleva el anuncio del kerygma. No se limita a un cambio personal (que no es poco), sino que busca transmitir de manera impetuosa y entusiasta esta experiencia a los demás. Este es un elemento muy propio del Nuevo Testamento. A continuación, algunos ejemplos: Levi, el publicano, después del contacto transformante con Jesús, invita a otros como él para que compartan con Jesús (Mt 9, 10; Mc 2, 15-16; Lc 5, 29); los ciegos curados, a pesar de que Cristo se lo prohíbe, van y anuncian a todos (Mt 9, 31); asimismo, el leproso sanado, pregona con alta voz (Mc 1, 45); el endemoniado, una vez liberado, es enviado por el mismo Jesús a anunciar todo el bien que

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ha recibido (Lc 5, 18-20); Zaqueo manifiesta de manera concreta los frutos de su conversión (Lc 19, 8); también uno de los ladrones, viendo a Cristo morir, se convierte y predica a su compañero de muerte haciéndole ver la inocencia de Jesús y su fe en el Reino (Lc 23, 40-42); finalmente, los discípulos desanimados que iban camino a Emaús, ante el contacto con el Resucitado, no escatiman regresar para anunciar lo sucedido a sus compañeros (Lc 24, 33-35).

2. Definición de Conversión. En vista de los elementos que nos evidencian los diversos textos bíblicos analizados anteriormente en la semántica y la fenomenología de la conversión, podemos formular la siguiente definición de conversión. Se trata, pues, de una experiencia religiosa compuesta por: una gracia de Dios que busca la transformación radical del corazón del hombre, la respuesta libre del hombre ante esta llamada de Dios y el anuncio del mensaje de Cristo. El Catecismo de la Iglesia Católica usa el término “conversión” alrededor de 38 veces y contiene los diferentes elementos que la Sagrada Escritura ofrece. Habla específicamente de la conversión al tratar el tema del sacramento de la penitencia y de la reconciliación8. Antes de ofrecer una definición, indica primero sus elementos fundamentales: Jesús llama de continuo a la conversión (no es “una” conversión, sino que ésta debe estarse renovando), llama a un regreso al Padre. Es también una lucha con miras a la santidad. El bautismo es el lugar principal de la primera y fundamental conversión. Así pues, la Iglesia tiene como tarea una purificación constante (una segunda conversión). El Catecismo, teniendo presentes los elementos fundamentales antes mencionados, ofrece esta definición en el número 1428: «Es el movimiento del “corazón contrito” (Sal 51, 19), atraído y movido por la gracia (Cf. Jn 6, 44; 12, 32) a responder al amor de Dios que nos ha amado primero (Cf. 1Jn 4, 10)»9. Y en los números 1430 y 1431 equipara la conversión interior a la penitencia interior, y explica que es una «reorientación radical de toda la vida, 8

Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, Coeditores liturgicos et alii - Libreria Editrice Vaticana, Madrid 19922, 328–332. 9 Ibid., 329.

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un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido». Y añade que esta conversión «comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia»10. Otros diccionarios teológicos nos ofrecen definiciones semejantes. Por ejemplo: Battista Mondin afirma que «en campo religioso, es el “cambio de dirección” de quien pasa de una vida de pecado a una vida de total dedicación a Dios». Mondin, habla del marco religioso e indica el cambio de conducta11. En el diccionario teológico de León-Dufour, se ofrece una definición más bien descriptiva y enuncia los elementos propios: el cambio de conducta (desviarse del mal e ir por la senda del bien) que abarca tanto la dimensión interior del hombre como su comportamiento externo12. A diferencia de estas definiciones, la nuestra quiere subrayar dos aspectos poco considerados: es una gracia de Dios, esto es, una iniciativa libre y generosa del Señor, que busca la sanación del corazón y del amor de su creatura, y la respuesta libre del hombre, que puede secundar esta gracia que Dios le ofrece o puede rechazarla.

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Ibid., 330. Cf. B. MONDIN, «Conversione», in Dizionario enciclopedico...,165. 12 Cf. X. LEÓN-DUFOUR, Vocabulario de…, 672. 11

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III. UN EJEMPLO CONCRETO: LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO. Una vez definida la conversión, veamos ahora un ejemplo concreto que sintetiza todo lo mencionado anteriormente: Saulo de Tarso en el camino a Damasco. Intentaremos evidenciar, en esta conversión, los elementos vistos en la definición ofrecida en el capítulo anterior y los elementos propios que proporciona la conversión concreta de san Pablo, pues enriquecen e iluminan con una luz particular la experiencia general de la conversión. A modo de introducción, podemos indicar de manera sucinta dos aspectos propios de la conversión paulina. En primer lugar, tenemos que decir que es un caso paradigmático dentro de las conversiones de la historia de la Iglesia: podemos observar que la acción de Cristo en el corazón de Pablo es de un carácter tan radical, vivo y profundo que no se limita a un simple cambio de conducta, sino que hasta se da un cambio de nombre (Saulo pasa a llamarse Pablo), lo que indica la fuerza de transformación del poder de Dios en todo el ser. Es interesante la anotación de Philippe Bossuyt y de Jean Radermakers: «El nombre Saulo deriva de la raíz sh’l, que significa “interrogar”, “pedir”; se podría traducir: “interpelado”, “llamado en causa”»13. En segundo lugar, la conversión de Pablo no es un evento que permanece en el pasado, sino que será un punto fundante de toda la vida y predicación de este hombre y él profundizará cada vez más en dicho momento de su historia14. La conversión de Pablo implica una experiencia religiosa, pues cambia de manera profunda su relación con Dios. En la carta a los Gálatas, él mismo indica que aventajaba en su condición de judío (es decir, en la vivencia de su fe, de su relación con Dios y de defensa de las tradiciones) a muchos coetáneos (Gál 1, 13-14). A nadie mejor que él se podría aplicar el concepto de “justo”, pues él se ajustaba a la ley. Era irreprochable (Flp 3, 5-6). E indica también que su conducta era avalada gracias a que fue discípulo de Gamaliel, otro maestro judío reconocido por su doctrina y su justicia (Hch 22, 3). En eso radicaba su perfección de entonces. Pero, una vez que Cristo se aparece en su camino y le indica cuál es su vocación, toda la justicia que consideraba como ganancia, la tiene por

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P.BOSSUYT - J. RADERMAKERS Lettura pastorale degli Atti degli Apostoli, EDB, Bologna 1996, 356 (La traducción es mía). 14 Cf. Ibid., 353.

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basura por Cristo (Flp 3, 7-8). Pablo no está sobre Cristo, sino que se concibe como prisionero de Cristo (Ef 3, 1), como su siervo (Flp 1,1). La conversión de Pablo no es fruto de un esfuerzo suyo, sino que es una gracia de Dios. Si Pablo buscaba a Cristo era para perseguirle y acabar con Él. Fue Cristo quien le salió al encuentro15. En la primera carta a Timoteo, Pablo afirma con mucha humildad que fue compadecido por Dios, pues no sabía lo que hacía al perseguir y blasfemar la verdadera fe, y que la gracia del Salvador sobreabundó en su corazón (1Tim 1, 13-14). Si se llama apóstol es por la pura gratuidad de la voluntad de Dios (Col 1,1). Reconoce en la carta a los Gálatas que ha sido elegido y llamado por la gracia de Dios y pone a Dios como testigo de que no miente (Gál 1, 15.21). Podemos ver también que la experiencia de la conversión suscita en Pablo un cambio en su corazón. Pablo mismo, al narrar en diversas ocasiones el evento de su conversión, cuenta cómo pasó de perseguidor implacable a predicador del Reino. Los Hechos de los Apóstoles indican con estas claras expresiones la actitud inicial de Pablo ante la Iglesia: «Saulo, por su parte, se ensañaba con la Iglesia» (Hch 8, 3) y «Saulo, respirando todavía amenazas de muerte contra los discípulos del Señor…» (Hch 9, 1). No era propiamente simpatía lo que sentía en su corazón; era un celo ardiente por la ley lo que le llevaba a ser implacable (Hch 22, 3-5; 26, 6)16. Sin embargo, el encuentro con Cristo, el verle y oírle, le cambia de tal forma que, de considerarse perseguidor, pasa a saberse hijo (Hch 13, 32-33) o como prisionero encadenado por el Espíritu (Hch 20, 22). Así también, el amor de Dios lo convierte en padre de muchas comunidades (Rm 4, 14-16); hasta expresa que no debería considerársele apóstol, sino un aborto (1Cor 15, 8)17. Si antes estaba dispuesto a todo para llevar a la cárcel a los cristianos (Hch 26, 9), ahora está dispuesto a morir por el nombre del Señor (Hch 21, 13). De hecho, Pablo muere para la Ley por medio de la ley y, así, puede vivir para Dios (Gál 2, 19-20). Pablo vive una experiencia profunda y transformadora de la misericordia de Dios, la cual lo llevará a proclamar que nada podrá separarle del amor de

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Cf. P. BOSSUYT - J. RADERMAKERS, Lettura pastorale..., 356–357. Cf. J. SÁNCHEZ BOSCH, Escritos paulinos, Editorial Verbo Divino, Navarra 19992, 22–23. 17 Cf. Ibid., 25. 16

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Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor (Rm 8, 35-39). Ya no es el celo de la ley el que apremia su corazón, sino el amor de Cristo (2Cor 5, 14). Si antes se gloriaba de ser irreprochable en su conducta, después llegará a gloriarse en la cruz de Cristo (Gál 6, 14). Si bien Pablo experimenta el llamado por parte de Dios, al mismo tiempo, no deja de ser libre su respuesta. Cuando narra su encuentro con Cristo no menciona nunca una amenaza por parte de Dios a responderle. Es él mismo quien pregunta al Señor qué debe hacer (Hch 22, 10) y quien se pone en manos de Cristo. Hemos mencionado anteriormente que él se considera siervo de Dios en espíritu (Rm 1, 9). Pablo mismo reconoce que debe seguir luchando en su corazón contra la realidad de la ley del pecado para poder corresponder mejor a la gracia de Dios y que es la gracia de Dios la que le da las fuerzas para vivir la verdadera libertad de espíritu (Rm 7, 14 – 8, 13). Pablo vive la paradoja del amor de Cristo, que es un amor que le libera y, al mismo tiempo, le subyuga y le impulsa a dejar todo para predicar el Reino (1Cor 9, 23). Finalmente, Pablo vive a conciencia y con alegría la penitencia que conlleva su conversión, completando en su propia carne lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1, 24). Por último, Pablo, por su conversión, siente la obligación de anunciar el mensaje de Cristo. Es interesante notar que los Hechos de los Apóstoles y algunas cartas nos reportan las narraciones de la conversión de Pablo en el contexto de las defensas del mismo ante los judíos y los romanos (Hch 22, 1-21; 26, 1-23; Gál 1, 13-24; Flp 3, 1-11). Él podría limitarse a indicar que es inocente, pero no lo hace. Podemos observar que narra su pasado como fariseo y su celo en la persecución de los cristianos, pasando después a explicar con lujo de detalles su encuentro con Cristo y terminando con la inferencia de que no puede ocultar la verdad de la redención obrada por la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo y que debe compartir con todos este tesoro encontrado (Hch 26, 27-29; Rm 10, 1; 1Cor 1, 17). En conclusión, el anuncio del mensaje de Cristo siempre va ligado a la propia experiencia de la conversión (2Cor 4, 13-14). Podemos decir que la de Pablo es punto de partida y justificación de su predicación, pues él debe transformarse en modelo de los que creen en Dios (1Tim 1, 16), y que su predicación se alimenta de la experiencia tan profunda y radical de su conversión. Pablo ve como consecuencia natural el predicar a Cristo (Hch 9,

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20) y lo siente como un deber al que no puede desobedecer (Hch 26, 19-20), por el hecho de que Jesús está realmente vivo (Hch 13, 30-31; 17, 31; 25, 19.23).

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COMENTARIO CONCLUSIVO Para terminar este breve estudio, quisiera ofrecer, de modo sintético, algunas conclusiones personales. En primer lugar, a lo largo de este trabajo he podido reconocer cómo la conversión, además de ser una experiencia fundamental en la vida de todo creyente en Cristo, es un concepto bíblico y teológico que debe ser profundizado y predicado con renovada atención, sin descuidar la riqueza que contiene. Es decir, esto debe ser meditado en la oración personal y comunitaria y no puede limitarse a ser predicado en un mero contexto cuaresmal, sino que forma parte del mensaje esencial del evangelio. El Reino de Dios, Cristo mismo, ha llegado e implica una actitud de acogida por nuestra parte. Por ende, estamos llamados a una conversión constante18. Es providencial que presentemos este sencillo estudio después de unos días de la convocación al Jubileo de la Misericordia por parte del Santo Padre Francisco. Dicho acontecimiento será una oportunidad de oro para que podamos responder personalmente a la llamada que hace Jesús de convertir el corazón al amor misericordioso del Padre. En segundo lugar, este estudio me ha permitido admirar el testimonio que nos dejan los santos. Ellos son la teología viviente, encarnada. Al estudiar el ejemplo concreto de la conversión de san Pablo, hemos visto que la acción de Dios no tiene límites. La gracia, cuando actúa en un corazón bien dispuesto, obra transformaciones radicales. Además, descubrimos que los santos no son los seres perfectos que ya llegaron a un estado definitivo de paz e indiferencia: la santidad exige una lucha constante y una respuesta libre. Ellos nos revelan que «la conversión no es sólo un deber, es también para todos una posibilidad […] nadie puede ser dado por irrecuperable»19. Por último, este trabajo comporta un desafío de cariz tanto personal como pastoral. Ante esta llamada constante a la conversión puede surgir interiormente un problema, que ha sido justamente observado por F. Greiner en una conversación con el entonces Card. Joseph Ratzinger: «[La conversión] ¿es una invitación a buscar una meta elevada que nunca podremos alcanzar con el tiempo, o nos compromete a seguir adelante con todas las fuerzas

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Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 329. R. CANTALAMESSA, Echad las redes: Relexiones sobre los Evangelios, Ciclo C, EDICEP, Valencia 2003, 100. 19

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y carismas que hemos recibido?»20. Descubrimos con mucho realismo, como el hijo pródigo, nuestras limitaciones y, en más de alguna ocasión podemos sentir el peso de nuestra humanidad y un natural desaliento. El Card. Ratzinger afirma, con la claridad que le caracteriza, que la cristiandad adolece hoy de una falta de disposición a convertirse; indica también que el sujeto reconoce que no puede alcanzar por sí mismo la meta que se propone, pero que le asusta igualmente el compromiso de la enseñanza y de la vida eclesial. Así mismo, Ratzinger trae a colación el pasaje de los Hechos de los Apóstoles donde Pedro predica por primera vez a los judíos reunidos después de Pentecostés, fragmento que muestra la estructura de la conversión: la escucha del mensaje apostólico y el pesar por la culpa cometida. Como bien comenta el otrora cardenal, la verdadera enfermedad del mundo pagano es la insensibilidad, esto es, la incapacidad de sentir pesar, de arrepentirse. Sin este yugo, no hay enmienda. Y apunta que esta insensibilidad es inevitable si no existe un Redentor: sin Él, no se puede soportar la verdad —se recurriría a la mentira de la obcecación— y no se puede conocer al Redentor y creer en Él sin tener el valor de ser veraz consigo mismo. Por ello, la conversión exige el compromiso. Pero, y cito literalmente, esta conversión no significa «el esfuerzo espasmódico por alcanzar un alto rendimiento moral, sino el mantenimiento de la sensibilidad para la verdad y la fidelidad a Aquél que nos hace soportable la verdad, además de fructífera y saludable»21. Cristo, con su gracia y si le dejamos actuar, nos permite convertirnos. El salmista afirma que Dios «como un padre siente ternura por sus hijos» y que «conoce nuestra masa y se acuerda que somos barro» (Sal 103 [102], 13-14). No podemos cansarnos de pedir al Señor todos los días la gracia de la verdadera conversión del corazón, pues solamente Él nos la puede dar: «Conviértenos, Señor, y nos convertiremos» (Lam 5, 21).

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J. RATZINGER, Un canto nuevo para el Señor: La fe en Jesucristo y la liturgia hoy, Sígueme, Salamanca 1999, 171. 21 Ibid., 173.

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BIBLIOGRAFÍA

ASOCIACIÓN DE EDITORES DEL CATECISMO, Catecismo de la Iglesia Católica, Coeditores liturgicos et alii - Libreria Editrice Vaticana, Madrid 19922. BLANK, J., «Conversione», in Enciclopedia teologica, Editrice Queriniana, Brescia 19902, 1201. BOSSUYT, P. - RADERMAKERS, J., Lettura pastorale degli Atti degli Apostoli, Lettura pastorale della Bibbia 25, EDB, Bologna 1996. CANTALAMESSA, R., Echad las redes: Relexiones sobre los Evangelios, Ciclo C, EDICEP, Valencia 2003. CONGAR, Y. M.-J., Sacerdocio y Laicado, Estela, Barcelona 1964. LEÓN-DUFOUR, X., Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona 199617. MONDIN, B., «Conversione», in Dizionario enciclopedico di filosofia, teologia e morale, Editrice Massimo, Milano 1989, 855. RATZINGER, J., Un canto nuevo para el Señor: La fe en Jesucristo y la liturgia hoy, Sígueme, Salamanca 1999. SÁNCHEZ BOSCH, J., Escritos paulinos, Introducción al estudio de la Biblia, Editorial Verbo Divino, Navarra 19992. Sagrada Biblia: Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2010.

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ÍNDICE INTRODUCCIÓN ......................................................................................................................... 2 I. LA SEMÁNTICA DE LA CONVERSIÓN ................................................................................. 4 II. LA FENOMENOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN ..................................................................... 8 III. UN EJEMPLO CONCRETO: LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO ..................................... 13 COMENTARIO CONCLUSIVO ................................................................................................. 17

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