La noche en la poesía primera de Felipe Benítez Reyes (los libros de la década de los 80)

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Descripción

La noche en la poesía primera de Felipe Benítez Reyes (los libros de la década de los 80) Inmaculada Moreno Hernández

IES Pintor Juan Lara El Puerto de Santa María (Cádiz)

Desde la publicación de su primer cuaderno de poesía en 1979 con el título de Estancia en la Heredad,1 la personalidad creadora de Felipe Benítez Reyes se ha venido distinguiendo por dos rasgos esenciales. El primero, en el plano expresivo, consiste en la defensa programática y consecución 2 estilística de lo que él mismo ha llamado un “tono menor” ; el otro rasgo se refiere a los temas de su poesía y estos pueden sintetizarse en dos bloques temáticos: a) el tiempo percibido como fugacidad; b) la relación literatura / vida. Con todo, es fácil constatar que los poemas en los que Benítez Reyes desarrolla este último asunto no hacen otra cosa que abundar en la idea de la fugacidad de la vida frente a la permanencia sui generis de la primera (tempus fugit / scriptum manet). El poema es para Felipe Benítez una manera (tal vez la única posible) de intentar detener la naturaleza fugitiva de las cosas y ese empeño, que se le antoja imperfecto cuando no inútil, origina su elaboración. Pero también el poema se dice fruto, no de una materia sentimental, sino de la huella de ésta, la infiel memoria, con lo que la metapoesía de sus versos acaba siendo de nuevo un asunto de fugacidades y permanencias; Benítez Reyes coincide en eso con W. H. Auden, que afirmaba: “La naturaleza del orden poético final 3 es el resultado de la pugna dialéctica establecida entre los recuerdos sentimentales y el sistema verbal” . 4 Permítaseme citar dos fragmentos de VM a título de ejemplo y de aclaración. El primero se encuentra en el poema titulado “Miseria de la poesía”:

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Rota, Pandero, 1979.

2 “El poeta, desde luego, no puede permitirse en nuestros días muchas bravuras de tono, porque su pecado más ridículo puede ser la altisonancia, bien sea de inspiración verbal o emocional. Como tampoco puede permitirse quizá mucho alarde estilístico, a riesgo de ser tildado de titiritero. El poeta de nuestros días (…) parece condenado a mantener una educada modulación de voz, sin destemplanzas…” escribe Benítez Reyes en “La Dama en su nube” en Renacimiento, revista de literatura, nº 2, Sevilla, invierno-1989; este ensayo se recogió en su libro de ensayos Bazar de Ingenios, Granada, La General, 1991, pág. 44. Cinco años más tarde, el mismo artículo sirvió de prólogo de Paraísos y Mundos, Madrid, Hiperión, 1996, pág. 12. Todo lo cual demuestra la constancia del criterio. 3

AUDEN, W.H.: La mano del teñidor, Barcelona, Barral, 1974, p. 80.

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Me referiré en este artículo a los cuatro libros publicados a lo largo de esta década como:

PM = Paraíso manuscrito, Sevilla, Calle del Aire, 1982 VM = Los vanos Mundos, Granada, Diputación de Granada, col. Maillot amarillo, 1985 MC= La mala compañía, Valencia, Mestral, 1989. PA= Pruebas de autor, Sevilla, Renacimiento, 1989

No menciono sin embargo en estas páginas aquellos títulos que, después de una primera edición, pasaron a formar parte de otros libros. Me refiero a Personajes Secundarios, Málaga, Plaza de la Marina, 1988 y a Japonerías, Torrelavega, Scriptum, 1989.

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Y en cierto modo tengo la difusa certeza de que existe un verso que contiene ese secreto trivial y abominable de la rosa: la hermosura es el rostro de la muerte. Si encontrase ese verso ¿bastaría? Tal vez no

El segundo lo tomo del poema “Anotaciones en un libro”: Cómo encontrar esa metáfora que contenga la luna, que contenga las largas noches de amor, de abatimiento, que exprese una emoción inexpresable, que evoque y resucite y haga nítidas las regiones lejanas que pisó la memoria?

Podrían multiplicarse las citas, pero bástenos con estas en las que se manifiesta a las claras que para Felipe Benítez el poema es el resultado de una lucha estéril: el afán por detener la fugacidad de la vida. El tiempo, el incontenible tiempo, es el asunto central de la poesía de Benítez Reyes, sigue 5 siéndolo, desde luego, en el último libro publicado hasta la fecha, Las identidades , donde no cabe la menor duda de que el tema central, esto es, la identidad primera del hombre a la que se refiere el título en un inútil plural, es su sometimiento al tiempo. La dedicatoria de este volumen es, pues, una declaración de amor y, a la vez, un anuncio del asunto de las páginas que siguen: “A Silvia, la permanencia entre la fuga”. Dado que Benítez Reyes ha sido uno de los autores más significativos –si no el que más- de la poesía que sabemos hegemónica en los últimos años del siglo XX, analizar su obra precisamente en ese periodo me parece que es entrar en las claves de los años fundacionales de una corriente para la que Summerhill, ya a finales de la década que nos ocupa, señaló cuatro motivos preeminentes, curiosamente todos relacionados con el tiempo, a saber: el paso de la juventud, el descubrimiento del tiempo y la memoria, el tedio de la existencia y la presión de un futuro que se aparece como vacío e 6 inevitable . Ciertamente, la insistencia en abordar el conflicto del tempus fugit bajo cierta perspectiva 5

Madrid, Visor, noviembre de 2012

SUMMERHILL: “Spanish poetry of the eighties: some problems of definition” en España contemporánea. Revista de literature y cultura, I, 2, 1988, pág.108: “one finds a surprisingly high degree of similarity in certain basic themes and

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ideas. Over and over again, for example, various poets each in their way allude to the passing of youth, the discovery of time and memory, the tedium of existence, and the pressure of a future that appears empty yet inescapable.” Summerhill hace notar también en ese artículo que el único nombre coincidente en las tres antologías más importantes de la segunda mitad de los ochenta (que es cuando el panorama empieza a clarificarse) es el de “the andalusian Felipe Benítez Reyes”. Las tres antologías a las que hace referencia son: VILLENA, L.A.: Postnovísimos, Madrid, Visor, 1986; BARELLA, Julia: Después de la modernidad. Poesía española en sus distintas lenguas literarias, Barcelona, Antropos, 1987 y GARCÍA MARTÍN, J.L.: La generación de los ochenta, Valencia, Mestral Libros, 1988.

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generacional ha sido signo de identidad de un grupo de poetas de la promoción literaria de los 80. De hecho, la desvinculación de ciertos lugares comunes de la poesía de Benítez Reyes a partir de los años noventa (como es el caso de la noche marco de la fiesta) y la transformación de otros (como es el de los 7 valores del símbolo de la luna), sugiere cerrar este análisis en los primeros libros . Las líneas que siguen pretenden un acercamiento a ciertas formas de sugerir las desazones del tiempo que el poeta ha manejado en aquellos primeros libros; en concreto, las que tienen la noche como 8 símbolo y como eje de las sugerencias que aportan las restantes etapas del día así como otros términos de valor simbólico dependiente de éstas. Mediante el análisis de los primeros libros del autor, podremos establecer un sistema personal y perfectamente coherente de símbolos que dará unidad a la poesía de Benítez Reyes, tal como se verá al final de estas breves páginas. Es sabido que en la mayoría de los pueblos primitivos, así como en la antigüedad, era bastante común interpretar las partes del día como sugerencias de las edades de la persona y como vida y muerte, implicando en ello la luz y la sombra. Esta asociación es fácil y forma parte de nuestras 9 convenciones culturales, de modo que no creo que sea necesario insistir en ella ; sin embargo, la primera peculiaridad que puede observarse en la terminología simbólica de Benítez Reyes es que tales 10 sugerencias se organizan alrededor de dos polos que no son los convencionales noche / día , sino los de noche / mañana (o amanecer). La oposición de estos dos términos alterna su valor según la noche conlleve una valoración positiva o negativa. Y alrededor del binomio noche / mañana apatecen también unos símbolos satélites (atardecer, luna, luz /oscuridad) que completan el sistema de sugerencias. Podríamos reflejar esto en el siguiente esquema:

Además análisis según el esquema ideológico de Durand (DURAND, Las estructuras antropológicas de lo imaginario, Madrid, Taurus, 1982. 1ª edición, Paris, Bordas, 1979) de la poesía de Benítez Reyes publicada hasta este

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momento nos llevaría a apuntar una clara interpretación simbólica de la realidad de carácter diurno durante la década de los ochenta. Sin embargo, y siempre en clave interpretativa de Durand, su simbología parece evolucionar en las décadas siguientes a una visión de lo imaginario propia del régimen nocturno diseminatorio. A este respecto, véanse notas 10, 12 y 20 de este trabajo. 8 Hablo simplemente de “símbolos” en estas líneas para referirme a lo que Bousoño dio en llamar “símbolos de disemia heterogénea” Vid. BOUSOÑO: El irracionalismo poético, Madrid, Gredos, 1977, págs. 24-47. Esta terminología corrige la de “símbolos disémicos” empleada por el mismo autor unos años antes en BOUSOÑO: Teoría de la expresión poética, I, Madrid (5ª ed.), Gredos, 1970, pág. 201. Se trata de términos que, junto a la asociación de ideas no conscientes, arrastran un significado denotativo que nada tiene que ver con la connotación que aportan. Véase a este respecto una síntesis en torno a la tradición mítica del sol en CIRLOT, Juan Eduardo: Diccionario de Símbolos, Barcelona, Labor, 1978, págs. 416-418. Véase también, para ciertas tradiciones africanas, REVILLA, Federico: Diccionario de iconografía y simbología, Madrid, Cátedra, 2009, pág. 480.

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10 Durand, en la obra ya citada, considera este doble eje antitético como fundamental para lo que dio en llamar “régimen diurno de la imaginación”.

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luna

MAÑANA o amanecer

NOCHE o madrugada

Atardecer o anochecer

oscuridad

luz

El desarrollo práctico del sistema simbólico anterior está, naturalmente, en función del valor del término eje que es la noche.

A)

NOCHE (+)

Tres son los ámbitos para los que la noche sirve de marco positivo: uno es el del momento fructífero para la creación literaria, otro es la ocasión de la fiesta (la alegría despreocupada de la juventud), el tercero es el contexto para la consecución del deseo sexual. De esta manera, si la noche aparece cargada de connotaciones positivas, arrastrará un sistema connotativo de las partes del día del que no se excluye la mención de la madrugada y en el que la alusión al amanecer ha de implicar necesariamente sugerencias negativas.

(+) (-) NOCHE, MADRUGADA > AMANECER (A.4).

CREACIÓN LITERARIA (A.1.)

FIESTA (A.2.)

AMOR FURTIVO (A.3.)

A.1.- LA NOCHE COMO MOMENTO FRUCTÍFERO PARA ESCRIBIR: Se trata de un ámbito ligado a la interpretación de la noche como ocasión de la fertilidad que registran los mitos griegos. Es conocido que, para Hesíodo, la noche era la madre de los dioses. En su Teogonía, interpreta que la noche y las tinieblas han precedido la formación de todas las cosas. En este marco, en varios poemas de Benítez Reyes la noche es el momento del día en el que se localiza la creación de la obra literaria. Lo que es realmente interesante en estas sugerencias de lo nocturno radica en que esta tarea creativa trae frecuentemente un cierto autoconocimiento y por eso la noche deja de 4

asumir sus habituales atributos de oscuridad: “noche de maga luz” leemos en “Serie menor, V”, de VM. Del mismo modo, en un sentido similar leemos en “El joven artista”, también de VM: Tú no buscabas sino la ambigua sensación –tan irreal a vecesde encontrarte a ti mismo a través de unos versos (…) en las noches a solas

A.2.- LA NOCHE (Y LA MADRUGADA) COMO MARCO DE LA FIESTA: Esta es la interpretación simbólica de la noche más recurrente en la poesía de Felipe Benítez durante la década de los ochenta. Trece son las menciones de la noche en este contexto en los cuatro libros de 11 los que aquí me ocupo, a las que hay que añadir el poema “Etopeya” de 1983, aunque publicado en libro en 1996 en Paraísos y Mundos (Madrid, Hiperión, apartado “Otros poemas”) y luego recogido 12 en Trama de Niebla (Barcelona, Tusquets, 2003, apartado “Poemas dispersos”). Benítez Reyes convierte la noche en estos versos en el marco del mundo “canalla” de estirpe 13 modernista, a la manera en que lo hacen otros jóvenes poetas del momento (Marzal, por ejemplo ). En este contexto quedan ligadas emocionalmente noche y juventud y con ellos el inocente y pasajero sentido gratuito del tiempo. Los elementos que la acompañan en este ámbito son el jardín, el vino, el 14 vaso, lo dorado según la tradición literaria de finales del XIX . Pero, aunque es evidente el ascendiente literario, no creo que estas connotaciones de la noche sean ajenas a un factor social y cultural contemporáneo de estos escritores: la “movida madrileña” y a lo que esta tuvo de referente para muchos jóvenes artistas del momento, incluso para aquellos que sólo vivieron sus consecuencias estéticas. Madrugada y noche se convierten aquí en sinónimos. En ellas la fiesta es la gloria de una juventud que se percibe como banal y engañosa: el vino y las copas simbolizan el placer. Eso sí, si estas copas están vacías, nos ponen en contacto con la intuición del placer negado o, con más frecuencia, con el placer consumido y muerto. Que el término “madrugada” aparezca en la poesía de Benítez Reyes como alternativa al término “noche” sólo en este ámbito de la fiesta juvenil parece cargar la palabra de connotaciones específicas de abandono de la convención social y de las normas, sin embargo la “¿El deseo te lleva –puedes no / responderme- a la noche? Te veo / en malos sitios; la compañía extraña / borracho, sin corbata y petrarquista”.

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12 La noche como marco de la fiesta nocturna desaparece casi en la poesía posterior de Benítez Reyes. No obstante, ha sido retomada ocasionalmente, como es el caso del poema “El momento final de la fiesta” del libro La misma luna (Madrid, Visor, 2006) con todas sus implicaciones simbólicas: vaso de cristal, amanecer, tiniebla, luz. Sin embargo, en esta ocasión más reciente el poeta aborda la permanencia en el recuerdo de esa fugacidad engañosa que es la juventud (fiesta nocturna); y es que el asunto central de este libro es la memoria. Sobre otros motivos que apuntan al cambio de esquema simbólico posterior a los años ochenta, véase nota 20. 13

MARZAL, Carlos: El último de la fiesta, Sevilla, Renacimiento, 1987.

14 Véase el análisis que Bousoño hace de estos elementos relacionados con la fiesta nocturna en los poemas XXVIII y LXX de Antonio Machado en BOUSOÑO, Carlos: Teoría de la expresión poética, Madrid, 5ª edición, Gredos, 1970, págs. 261-266.

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auténtica insumisión clara que revelan los personajes de estos poemas es la de la consciencia de la muerte, la de la fugacidad de la propia juventud, consciencia que, sin embargo, ya ha aparecido en el momento de la escritura en el que el yo lírico ha tomado distancia confirmando que, en la imaginación poética de Benítez Reyes, la fiesta nocturna, esto es, la juventud, son fuegos artificiales que arden y se consumen en sí mismos pronto y no andan muy alejadas de la muerte, por eso suelen traer aparejados cierto tedio común a otros poetas de su promoción. Así lo hace notar Summerhill: This is the tedium of one who has realized that desire fulfilled is desire lost. It is a feeling shared by many poets of the eighties, young writers who have lived happy early years, look back in longing on what 15 appears to them a heroic age of the past

Es curiosa la evolución del símbolo de la noche como marco de la fiesta: su mención se inicia en PM (1982) con dos poemas (“Murmullos en escuela neoplatónica” y “Ética a Julio”). En ambos un anciano sabio aconseja a jóvenes sobre la vida de modo tal que vino, noche (y madrugada), celebración (u honras) y juventud se amalgaman en la misma llamada de atención. Sólo unos años después, en VM (1985), son ya cinco las referencias a la fiesta nocturna, pero en todas ellas ésta se advierte como acabada o a punto de terminar; es decir, o es un recuerdo dorado (“Confidencias”, “El símbolo de nuestra vida”, “Sevilla”) o el personaje describe ya los destrozos de los últimos momentos de la madrugada presintiendo que no le quedan ya muchas fiestas o que la fiesta que vive está a punto de verse sorprendida por el amanecer que le pondrá término (“Helena” y “Monsieur Désir 2”) con sus “serpentinas sucias” o sus “rosas podridas”, sin dejar de reconocer en todo ello “los últimos años de tu juventud”. T.S. Eliot y Ciorán se asoman, cada uno a su manera, en esta transposición de pasado y futuro en el presente. Otro tanto ocurre en MC (1989) en los cuatro poemas que juegan con idéntico simbolismo para la noche o la madrugada (“Martes de carnaval”, “Flor de una noche”, “Las malas compañías” y “La recompensa”). Más patéticas son aún las dos menciones al marco de la fiesta en PA (1989). En “Stone Disco (de 7 a 10)” se destaca el engaño de las fiestas nocturnas, esto es, la falacia de la juventud (“camino de la noche, la música dorada” empieza el poema en una identificación nochefiesta) en la que en realidad sólo se encuentran sirvientas “aprendizas de damas”, “falso satén”, “licor 16 malo” y algún que otro “voyeur”. En “Los convidados de las últimas fiestas” la melancolía se debe a que “vendrán los jovencitos / a quitarnos el cetro”. En todos los casos fiesta, noche y juventud van de la mano, como un triple y frágil tesoro que se evapora con la mañana. En estos contextos el amanecer queda connotado negativamente como final del feliz engaño del que nunca hubieran querido salir sus personajes y aparece con él el polo contrario de la antítesis, arrastrando serpentinas sucias y copas vacías por los suelos y sugiriendo fugacidad y muerte (la de la edad dorada). A3.- LA NOCHE COMO ÁMBITO DEL AMOR FURTIVO: El sexo, el deseo, el amor, suelen aparecer como elemento anexo a la fiesta, aunque no podemos relacionarlo invariablemente con ella. Son múltiples las referencias al deseo en la fiesta nocturna por medio de símbolos como las copas alzadas, o tiradas por el suelo en alusión al deseo saciado y olvidado. 15

SUMMERHILL: op. cit., págs. 109-110

16 El poema está dedicado a Carlos Marzal, compañero de promoción, cuyo único libro publicado en ese momento era El último de la fiesta, Sevilla Renacimiento, 1987

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Por otro lado, en la poesía de estos años se muestra el encuentro amoroso con las facetas equívocas de una misma piedra que promete y defrauda. Se vincula a la noche pero en el marco de la intimidad de hoteles inhóspitos. Véase “Poema de los seres imaginarios” (VM), o estos versos de “Encargo y envío” (MC) por ejemplo: Y son teatrales noches magas las noches de amor furtivo -en hoteles no siempre confortables-

A.4.- EL SÍMBOLO DE CONTRASTE DE LA NOCHE (+): EL AMANECER (-) El amanecer arrastra de manera general los valores de comienzo, de reinicio o vida nueva, prácticamente en todas las culturas conocidas. Sin embargo en el caso de la poesía de Benítez Reyes, al girar las sugerencias simbólicas de las partes del día en torno al valor central de la noche, se encuentra el lector con que el amanecer y sus sinónimos (aurora, alba) arrastran la connotación de punto final del universo nocturno al que sirven de antítesis. Así, si la noche tiene valor positivo, el amanecer aparecerá cargado negativamente. De esto existen ciertos antecedentes literarios como el de las albas o composiciones que exaltan el encuentro nocturno de los amantes, en los que éstos temen la llegada del amanecer. Esta visión negativa del amanecer se generaliza en Benítez Reyes durante la década a la que me refiero y la salida del sol se convierte entonces en la amenaza de la fiesta nocturna que es la juventud, por ejemplo, y así lo podemos encontrar en varios poemas de PA y de VM. Sin embargo el amanecer no es amenaza alguna en aquellos poemas en los que la fiesta perdura en el recuerdo, porque la memoria prestigia sin ambajes aquello que nos hizo momentáneamente felices y ahí no cabe la antítesis negativa, por eso en MC apenas hay una mención a la “aurora”. Ningún poema más explícito para confirmar lo que digo que “Tormenta de verano” (PA) porque, aunque en este poema el símbolo de la juventud no será la fiesta nocturna, sino el verano luminoso, el amanecer arrastra como en el inconsciente poético del autor el valor de muerte o de aviso de ella que tiene al oponerse a la nochejuventud. Observen la adjetivación de “alba” y la extraña compañía paradójica de “sombras” y “vejez”: Que a los días de sol y juventud siguen las sombras y la vejez, y un alba indeseada

En el caso de la noche como actividad creativa, el amanecer insiste en sus connotaciones de punto final, de cansancio e incluso de cierta desmoralización. Veámoslo en “El joven artista” (VM): Ahora estás ya cansado y la luz inconsciente del amanecer filtra sus láminas de plata (…) El esfuerzo ¿fue en vano?

Como ejemplo de amanecer como punto final de la noche del encuentro sexual citaré “Palabras privadas, 3” (VM) donde, tras relacionar el amor con todos los símbolos de la desilusión (“muertos ángeles”, “cadáver de un cisne”, “sombras”, “lunas muertas”, “estrellas despuntadas”…) termina resumiendo:

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Siempre esconde el amor su aurora oscura.

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B) LA NOCHE (-) En las antípodas de la noche con las sugerencias vitalistas ya analizadas, se sitúan las sugerencias de muerte y de misterio. Estos son los valores simbólicos de la noche más comunes en nuestra cultura a lo largo del tiempo. El sueño como imagen de la muerte está en la Ilíada y está también en el Antiguo Testamento y el sueño es a la vez hermano de la muerte y del misterio. La noche en sus valoraciones negativas trae consigo el siguiente sistema de sugerencias: (-) (+) TARDE > NOCHE / AMANECER > MAÑANA (B.3)

EL PASADO MUERTO (B.1)

LO DESCONOCIDO TEMIBLE (B.2)

B.1.- LA NOCHE CONNOTANDO LA FRUSTRACIÓN DEL RECUERDO (EL PASADO MUERTO) La oposición noche/día como muerte/vida es una convención cultural para nosotros tan asumida que parece que convivimos con tales sugerencias prácticamente como si se tratase ya de puras denotaciones. Sin embargo, el universo simbólico de Felipe Benítez personaliza esta oposición introduciendo un referente nuevo en la convención cultural: la memoria. Encontramos la noche ahora en compañía de otras imágenes evocadoras de la muerte en los ciclos de la naturaleza (invierno, frío, mar...), pero, si en este marco el día es el símbolo implícito de la vida, la noche se carga ahora de una concreción nueva; es la sugerencia de la muerte, de lo que ya es pasado, sí, pero en tanto que supone el humus de aquella vida muerta, los restos desfigurados de aquello que fue y que componen el recuerdo de ella. Esta es la personal dicotomía de Benítez Reyes. En "El poeta Juan de Tassis describe los sepulcros" (PM) el poeta del XVII ha visitado unos panteones, tras esto reflexiona y escribe sobre ellos (y sobre el oficio del artista, también) en "esta noche indistinta" mientras se da cuenta de que: En las losas que miro los nombres permanecen por mano del oficio, lo que es sólo noticia de una escasa devoción, pero no falso en arte

Es muy barroco el juego aquí de Benítez Reyes y, sin duda por eso, ha situado el marco histórico en el siglo XVII.

17 Nótese que el oxímoron “aurora oscura” coincide con la paradójica serie de alba, sombra y vejez señalada arriba, en el poema “Tormenta de verano”.

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En "El guerrero" (también de PM), poema que recoge una vez más el tema de la literatura como memoria de la vida, nos interesan los primeros versos: De la muerte no guardo sino la imagen de algo lento en el mar. Era la noche y eran las leyendas; se hundía mi nave en mar de sombra, y yo quise morir . Pero ahora regreso de la bruma y descanso en tus ojos.

Lo difuso y lo muerto se dan la mano en la imagen de la noche como ingredientes únicos del recuerdo. De los muchos poemas que abordan la noche en este ámbito (la memoria del pasado), recogeré sólo dos más a modo de ejemplo: uno, “La intrusa” (PA) que no es sino una alegoría de la memoria a quien la voz del poema impreca: Cómo puedes ya herirme si ha pasado ya el tiempo y el pasado no es nada, ¿cómo llegas de noche

El segundo poema es “Las sombras del verano” (MC). La asociación es clara: digamos que en una ciudad costera mediterránea, el final del verano es un símbolo más adecuado para la muerte que el invierno: “Aquel verano delicado y solemne, fue la vida”, leemos en el primer verso. Situados ante un pasado que se identifica con la vida el presente aparece ante el lector, unos versos más abajo, cargado de todos los símbolos de la muerte (“flores muertas”, lo “helado”, las “hojas secas”, “el mar”, el “juguete roto”…) de la fugacidad de la belleza (las “rosas”). Ese presente se localiza, además, en la noche (“trae la noche / un viento helado…”); por eso, cuando más adelante, en el poema, leemos: Oigo esta noche tu cuerpo desplomarse en la piscina

no necesitamos que se nos diga que ese sonido del cuerpo contra el agua es sólo el recuerdo de algo que no existe ya, porque es de noche; de idéntico modo que es también “cada noche” cuando resuena un “eco transmundano” y “en la memoria”. Otros poemas que mantienen las mismas sugerencias para la noche serían: “El invierno” (PM), “Arte menor” y “La esencia del tiempo” (PA) o “Nightmare”, “La casa” y “Encargo y envío” (MC).

B.2.- LA NOCHE CONNOTANDO LO DESCONOCIDO TEMIBLE De amplísima tradición romántica, la noche aparece como marco de un terror presentido casi exclusivamente en VM, donde es especialmente frecuente, y en MC. La noche en estos poemas no implica memoria, ni un tiempo terminado, sino el momento de la ensoñación temible o el aún más terrorífico de la consciencia de la indeterminación del futuro. En todos estos casos la pesadilla (el mundo de los sueños en negativo) es una mención frecuente. 9

Así “Elogio de la naturaleza” (VM) recoge –en alejandrinos, cómo no- parte de la imaginería y del tono modernista. En este poema, claro está que las noches tienen que aparecer con un halo lánguido y mágico (“noches de sueños enemigos”, las llama en un verso). Del mismo modo, en “La condena” (VM), tras describir los elementos de una pesadilla, el poema termina señalando, junto a la condición nocturna de “esta condena” que se repite, el misterio de su origen. Ciertas noches, con ligeras variantes, esta fiel pesadilla me atormenta. Lo que hice para merecerla no lo sé.

Vida y noche se hermanan inopinadamente en “Al cumplir 23 años” (VM) simplemente por el misterioso porvenir que la hace temible y, así, después de dedicar tres cuartas partes de la extensión del poema a volver la vista sobre el pasado a través del filtro de la memoria, los versos finales encaran el futuro con la intranquilidad que da lo desconocido: Lo que haya de venir yo no lo sé. ¿Y pagaré mi precio, y arrojaré mi alma a los perros que aúllan en la noche sola de mi vida? Lo que habrá de venir yo no lo sé.

En “Elegía” y en “Miseria de la poesía” (en VM ambos) encontramos asociaciones similares entre el miedo, la noche y lo desconocido. Citaré sólo un ejemplo más, en esta ocasión, de MC; son los versos de “Elegía segunda” que rezan: Derrumbaron la casa de los duendes altivos que luchaban de noche contra los inexactos dragones de la pesadilla

donde ni solo es “de noche” no sólo hay “dragones”, sino que su indeterminación queda subrayada con el adjetivo “inexactos”.

B.3.- EL SÍMBOLO DEL CONTRASTE DE LA NOCHE (-): LA MAÑANA (+) 18

El término “mañana” representa la oposición benéfica a la noche de sugerencias negativas (el pasado muerto). La mañana lleva tal carga de inicio esperanzado que con frecuencia es el bálsamo contra uno de los motivos constantes en la poesía del poeta roteño: la memoria. Así en “Las ilusiones” (VM) Si cada cual saliese una mañana olvidado de sí, desasistido de todo su pasado, sin memoria

18 En un número reducido de poemas el día luminoso se convertirá en variante léxica de la mañana. Así ocurre en “Playa en octubre” (PM), en “Elegía” (PA) y en “Las sombras del verano” (MC).

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En “Lo fugaz” (VM) la repetición casi anafórica de “pasarán” (se refiere a “estos años”) estructura el poema y la voz de esos versos, en primera persona, se sitúa voluntariamente en el futuro para observar un posible recuerdo borroso del presente. Pero cuando vuelve la mirada más atrás, a su adolescencia (el inicio de la consciencia de la vida), la imagen evocada va a ser “salimos al mar una mañana”.

C) LOS SÍMBOLOS SATÉLITES DE LA NOCHE: LAS LUCES, LA OSCURIDAD EL ATARDECER, LA LUNA Llamo aquí símbolos satélites a aquellos términos cuyas sugerencias culturales matizan las connotaciones de la noche como eje de este sistema simbólico. Cuatro son las sugerencias símbólicas satélites que recogí en el esquema inicial: 1) La luz, 2) su ausencia (la oscuridad), 2) el atardecer y 3) la luna. C. 1) La luz y su ausencia, la oscuridad, son rasgos semánticos ligados al campo de las partes del día y están en el origen de estas. Las menciones que Benítez Reyes hace de ellas en su poesía son abundantísimas y se les debe atribuir esta función subordinada en la manera simbólica de significar. 19, Son llamativas las escasas ocasiones en las que se atribuye oscuridad al día pero sobre todo son especialmente significativas las frecuentes atribuciones de luz a la noche que he llamado positiva, porque constituyen una aparente visión paradójica de la oposición noche/día, altamente connotativa y que podría describirse como sigue: En el caso de la noche como fiesta, atribuir a la noche un brillo fugaz es común en aquellos poemas en los que la noche sirve como marco festivo. Así en “El símbolo de toda nuestra vida” (VM) se invoca “la memoria dorada de la juventud” y también el “brillo de bengalas de verbena, / en el cielo apagado donde flotan los ángeles muertos, los deseos adolescentes”. Diferencia Benítez Reyes el brillo que se aplica a la fugaz bengala en relación con el fácil hastío y la pérdida de lo dorado de la juventud. En otro poema, “El final de la fiesta” (VM), concluye “duró poco la fiesta” y señala que “en el jardín nocturno brillaban los guirnaldas”. En “La juventud”, por otro lado, define ésta por “un brillo de agua” y en “Palabras privadas, 2” podemos encontrar una variante de ese brillo en los fuegos de artificio; la condena de la soberbia del amor, que siempre se cree eterno, es su propia muerte, por eso en este poema no falta ni la rosa ni las sombras crepusculares ni las tinieblas a las que el amor ilumina con “fuego de artificio” marcando con la fugacidad y la inconsistencia a su belleza. Aún citaré un caso más, el de “Las sombras del verano” (MC), en el que las “Risas festivas / de los amigos encendiendo bengalas” son la imagen del recuerdo de un verano que ha terminado y del que quedan sólo sombras. En la noche que sirve de marco a la creación literaria encontramos el mismo efecto de brillos y dorados. Véase “La poesía” (PA), donde aparece una variante léxica de este brillo (“fulgor de joya”) atribuido a la poesía, de la que también se dice en el poema: “eran vanos los mundos que ofrecía” y “tasada la joya, su valor no es tan alto” aludiendo de nuevo a la inconsistencia de su prestigio. En cuanto a la noche que acoge al deseo, sirva de ejemplo “Encargo y envío” (MC). Leemos allí: “y es un cuerpo de oro /en el poema el cuerpo que se ama”. ¿Por qué es de oro el cuerpo amado en el 19 “Sombras del verano” (MC) es modelo de esta situación, ya que el poema se refiere a un verano (juventud) ya pasado.

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poema? El contexto aclara algo: “son teatrales noches magas / las noches de amor furtivo / ―en hoteles no siempre confortables―Así que la verdad literaria prestigia falsamente (noches teatrales) el cuerpo real de la persona amada. C. 2) El atardecer (anochecer, tarde, crepúsculo...) constituye otro de los momentos del día con más tradición simbólica en nuestra cultura y connota melancolía o pérdida serena. El crepúsculo vespertino se identifica con Occidente (el lugar de la muerte), lugar donde los héroes míticos se enfrentan al final de sus días. Los crepúsculos aportan siempre las sugerencias del momento indefinido que a la vez separa y une a los contrarios (noche y día). La pérdida serena y melancólica que comporta el crepúsculo vespertino tiene un cierto prestigio sentimental, aun arrastrando sugerencias de dolor. La pérdida que comporta el atardecer se diferencia de la que representa la noche cerrada en ese poso de prestigio luminoso que queda tras la pérdida que los modernistas llamaron spleen y del que carece la noche como muerte en sí misma. “De aquellos paraísos” (PM) sería un buen ejemplo de todo esto. El título ya señala el territorio de la pérdida gracias a la clave de la deixis. La tiniebla, las sombras, las estatuas, las flores caídas salpican con su simbología conocida todo el texto, así como el alejandrino modernista abundantemente dosificado y el epifonema final que resume el sentido del poema (“De todo cuanto muere / alzo la copa blanca por mi vida”) confirmando lo que se enuncia en los primeros versos: La penumbra indulgente de atardeceres magos la luz sin macular, el aire vago

No me detendré más en este aspecto, valga a modo de ejemplo de lo obvio una breve enumeración de títulos de poemas de estos años en los que el atardecer aporta estas connotaciones: “Elogio sentimental” y “El mercader”, (de PM ambos), “Nolugar” y “Sevilla” (de VM los dos), “Las sombras del verano” y “FSF” (de MC). C. 3) La luna, símbolo satélite de la noche y ligado naturalmente a lo nocturno, será referencia 20 inequívoca de la muerte en estos cuatro primeros libros de Felipe Benítez . Constituye la muerte de las cosas deseadas y fugaces incluso en la noche de valor positivo: tanto en la noche-fiesta como en el amor, pero también en la noche que enmarca el mundo de la literatura. Un poema titulado así, “La luna” (VM) es una enumeración de metáforas que confirman estas sugerencias (“luz negra”, “aguas de los mares”, “agua de charca”, “nieve”, “define lo triste”). Por si cupiera duda, en algunos casos, se hace acompañar este símbolo de términos del campo léxico de la muerte explícitamente:“Hay siempre lunas muertas, estrellas despuntadas, / sombras de muertos ángeles” dice en “Palabras privadas, 3” (PA) describiendo al amor; en “La intrusa”, poema del mismo libro, leemos: “la luna muere lenta y hace frío esta noche”; igualmente, en “Flor de una noche (MC): “final de fiesta ya, muerta la luna”. Decía que la luna también evoca muerte en la noche de la literatura: Han caído las lunas que alumbraban los libros 20 Más allá del periodo del que aquí me ocupo, la luna es una de las referencias simbólicas que no ha desaparecido de la poesía de Felipe Benítez Reyes, pero sus sugerencias con los años incidirán en la pervivencia misteriosa de lo acabado y muerto, esto es, en la memoria. Este nuevo símbolo de la luna es claro en uno de sus últimos libros, el titulado precisamente La misma luna (Madrid, Visor, 2006) y parece subrayar de nuevo esa evolución del mundo simbólico del poeta al régimen nocturno diseminatorio, como apunté en notas anteriores. Del análisis de ese cambio aquí apuntado me ocuparé en un trabajo posterior.

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y esos gritos que oigo son del tiempo que muere

escribe el poeta en “Elegía segunda”(MC). En la noche con el valor negativo de lo acabado la luna sirve para corroborarlo de modo que la mención de ésta refuerza el símbolo de la caída o el descenso que Durand sitúa en el régimen diurno de 21 la imaginación como símbolo catamorfo de indudable carácter negativo . “La casa” (MC) escenifica una pesadilla donde unos niños lloran “bajando la escalera / del tiempo, hacia un mar de olas negras. / Las hogueras relucen como lunas caídas”. CONCLUSIÓN: En los primeros trabajos poéticos de Benítez Reyes encontramos un sistema de símbolos disémicos muy coherente basado en la noche como eje de distintas sugerencias en torno a la fugacidad de las cosas. Frente a la noche se articulan unos valores antitéticos que son recogidos por la mención de la mañana y, a partir de esta oposición, surge todo un entramado de matices representados por símbolos satélites que enriquecen tales sugerencias. Se trata de una estructura de connotaciones que parte de los valores arquetípicos de las partes del día sobre las que Benítez Reyes opera una quiebra controlada de las expectativas del lector de manera que resulta un juego de intuiciones no solo personales sino, en algunos casos, también generacionales.

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DURAND: op. cit., págs, 111, 187,190.

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