La noche de los cuchillos largos; la gran purga nacionalsocialista de 1934.

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Descripción

Arnau F. Pasalodos Universidad Autónoma de Barcelona

La Noche de los Cuchillos Largos.

Comprender la lógica de unos asesinatos diseñados por un Estado, en la llamada Noche de los Cuchillos Largos, sin antes analizar detalladamente los antecedentes a ese 30 de junio de 1934, es imposible además de peligroso. Se corre el riesgo de banalizar lo ocurrido y atribuir a esos asesinatos una motivación de carácter irracional y “maniática” por parte de los nazis, cuando lo que se debe tener claro es todo lo contrario, puesto que el asesinato en el Tercer Reich no es ni irracional, ni llevado a cabo por un o unos lunáticos, si no que forma parte del proyecto fascista y, la violencia, así como el posterior genocidio que estará por venir, se inserta dentro de una lógica que tiene funcionalidad y racionalidad. La funcionalidad de los asesinatos cometidos esa noche será palpable desde el primer momento en que analicemos los hechos, y es que la eliminación física de cualquier elemento perturbador permite al nazismo asentarse con mayor rapidez y fuerza que por cualquier otra vía. Por tanto, los asesinatos se llevan a cabo de acuerdo con la racionalidad de unos objetivos, ya que no son fruto de ningún impulso patológico si no de las propias políticas nacionalsocialistas. Es por ello que se vuelve necesario trazar el recorrido que vivió el nuevo Estado alemán desde su nacimiento tras la elección de Hitler el 30 de enero de 1933 como Canciller, hasta aquella noche de verano de 1934 y sus consecuencias.

La “toma del poder”. 1933 significó la fecha de un principio y un final al mismo tiempo. La República de Weimar moría definitivamente tras el nombramiento de Hitler como canciller, iniciándose el proceso que llevaría a Alemania a la guerra y el genocidio. Cualquier traba que pudiese existir al desarrollo de las conductas inhumanas que conducirían a Auschwitz o Treblinka dejó de existir entonces. Hitler consolidaba así un triunfo que se había ido desarrollando con el tiempo, las corrientes de continuidad de la política alemana y su cultura anteriores a la Primera Guerra Mundial (nacionalismo, patriotismo, imperialismo, racismo, antimarxismo, glorificación de la guerra, orden por 1

encima de libertad, etc.) se habían impuesto definitivamente, Hitler había conseguido unir en 1933 todas las corrientes de continuidad de la vieja Alemania. La rapidez de la transformación que recorrió Alemania tras la llegada de Hitler a la cancillería el 30 de enero de 1933 y, la consolidación y ampliación del poder en agosto de 1934 tras la muerte del presidente del Reich Hindenburg, resulto asombrosa para los contemporáneos. La transformación se produjo en una amalgama de medidas pseudolegales, de terror, manipulación y colaboración voluntaria. Los nazis solo tardaron un mes tras la llegada al poder en suprimir todas las libertades civiles protegidas por la República de Weimar. Tras dos meses en el poder los adversarios políticos de mayor actividad se vieron detenidos o huyendo de Alemania, el Reichstag había cedido sus poderes a Hitler dándole el total control de la capacidad legislativa. A los cuatros meses los sindicatos fueron prohibidos a pesar del enorme poder que habían tenido en Alemania y, en menos de seis meses, se había eliminado o desaparecido voluntariamente todos los partidos de la oposición, tan solo quedó el NSDAP. A inicios de 1934 la soberanía de los Länder fue abolida, y seria en el verano de 1934 cuando se eliminase de forma implacable y sanguinaria la amenaza creciente que acechaba dentro del partido y movimiento de Hitler durante la “Noche de los Cuchillos Largos”. Hacía ya mucho tiempo que la práctica totalidad de las organizaciones, instituciones, organismos profesionales, clubes y sociedades se habían alineado con el nazismo y, los que no lo habían hecho para entonces, fueron rápidamente eliminados. Este proceso en el que las diferentes organizaciones y el nazismo se coordinaron recibió el nombre de Gleichschaltung, y fue emprendido generalmente de forma voluntaria y rápida. Hubo algunas excepciones como las de la Iglesia católica y protestante junto al ejército. El cuerpo de oficiales era mayoritariamente nacionalconservador, pero no nacionalsocialistas, muchos de ellos rechazaban a Hitler al que veían como un simple y llano cabo, pero los nazis ofrecían un “todo para las fuerzas armadas”, dándole al ejército una posición privilegiada que consiguió finalmente el apoyo al movimiento por parte de la oficialidad alemana. El juramento de lealtad del ejército a la persona de Hitler tras la muerte de Hindenburg significó la simbolización de la total aceptación del nuevo régimen por parte del ejército. Con ello quedaba firmemente establecida la dictadura de Hitler. La rapidez de la transformación, y que el ejército y diversos grupos de poder estuviesen dispuestos a 2

ponerse al servicio del régimen, se debieron a las condiciones en que Hitler consiguió el poder. Las élites del “viejo orden” se habían ido debilitando y ello las condujo a posicionarse en favor del nombramiento de Hitler como canciller, esos grupos tradicionales de poder habían ayudado a destruir la democracia de la que rehuían. Hitler los había necesitado para alcanzar la cima del poder, pero ellos también le habían necesitado a él en el proyecto contrarrevolucionario. Ésta es la base donde encontramos los elementos que llevaron a Hitler a la cancillería del Reich. Los equilibrios de poder entre Hitler y sus socios tradicionalistas siempre acabó favoreciendo los intereses del primero. El ejército buscaba evitar enfrentamientos entre la población civil ante la remilitarización, y solo el movimiento de masas que acarreaba tras de si el nacionalsocialismo podía asegurar la estabilidad y el control en las calles, al mismo tiempo que se conseguía la destrucción del marxismo. Esa dependencia del nuevo canciller y, el respaldo a las medidas adoptadas ya desde los primeros días, hizo evidente la debilidad de las élites alemanas tradicionales en el futuro más próximo, cuando la contrarrevolución acabó en una revolución racial y se abrió el camino hacia la Segunda Guerra Mundial y el genocidio. Cuando Hitler accedió al cargo de canciller el 20 de enero de 1933 no estaba en posición de actuar como un dictador mientras viviese Hindenburg. Pero en el verano de 1934, con el fallecimiento del mariscal de campo, logró unir la jefatura del estado y la presidencia del gobierno, su poder se ilimitaba y, por entonces, el culto a su personalidad había aumentado enormemente al pasar de “canciller del pueblo” a ser un caudillo nacional. La mayoría de los alemanes habían experimentado una gran aversión hacia el sistema parlamentario de Weimar, al que consideraban un gran fracaso y, como consecuencia, esas mismas personas estaban dispuestas a entregar a un solo hombre con cualidades heroicas y prácticamente mesiánicas, el monopolio del control del estado. (Kershaw, 2000).

“No habrá una segunda revolución”. El 6 de julio de 1933 Hitler se reunió con los gobernadores del Reich y señaló el fin de la revolución tras la conquista final del poder, se iniciaba ahora un proceso de consolidación que seguiría contando con la depuración como arma para lograr abatir cualquier oposición. El cuadro de las SA, que ahora disponían de un puesto en la 3

administración municipal, se encontraban una complicada posición como para considerarse subordinado al Estado y, Hitler, lo quisiera o no, debía enfrentare a un sistema poliárquico, en el que las responsabilidades burocráticas y las del partido se entrecruzaban. En ese mismo 1933 la Reichswehr comenzó a mostrarse recelosa en cuanto a la posición favorable del nuevo régimen, se mostraban favorables a que el proceso de “normalización” trajese consigo el fin de la actividad de las SA y las continuas proclamaciones de una segunda revolución. Las Secciones de Asalto que no eran otra cosa que una milicia popular, ahora eran vistas por los miembros de la Reichswehr como un peligro real que buscaban convertirse en una alternativa al ejército. Lo que si era evidente es que las SA aspiraban a aumentar su función de custodiar la defensa nacional con un mayor contenido político, Röhm llevaba tiempo apostando por una campaña en favor de la radicalización de la Gleichschaltung. Las SA se estaban viendo sumergidas en una operación que pretendía aislarlas. En agosto de 1933, Göring, mandó disolver las fuerzas auxiliares de la policía, mermó notablemente las finanzas de las SA y creó una comisión especial para estudiar posibles excesos que pudieran cometerse tras decretarse una ley de amnistía. Hasta la primavera de 1934 Hitler trataba de llegar a acuerdos con Röhm, tanto es así que Hitler había permitido en septiembre de 1933 una orden por la que el jefe de las SA podía crear una red de agentes especiales que asegurasen el control político de las autoridades, y al mismo tiempo había permitido a Röhm entrar junto a Hess en el gabinete para mostrar esa fusión entre el Estado y el partido. En febrero de 1934 Hitler señaló que condenaría abiertamente a quienes apostaran por la continuidad del proceso revolucionario que como hemos señalado ya consideraba acabado, pero Röhm en la primavera de 1934 se mostró aún con mayor radicalidad. Él y Hitler habían diseñado los límites de la capacidad operativa de la que disponían las SA en acciones militares, pero Röhm siguió tratando de armas a las milicias, de manera que parecía desear que las milicias a las que estaba al mando pudiesen en cualquier momento enfrentarse con algún enemigo de esa “segunda revolución”. La prensa propia de las SA, el Der SA-Mann, comenzó a publicar entonces llamamientos a acabar con los obstáculos burocráticos para que el proceso revolucionario culminase por fin. La base de la organización de las SA se encontraba en una situación generalizada de desempleo, hecho que era considerado por los viejos militantes de las milicias algo intolerable tras la toma del poder en una 4

organización que por aquel entonces contaba con tres millones de miembros, por lo que el riesgo a que se iniciasen enfrentamientos armados era real. Las SA se vieron desde marzo de 1934 sumergidas en un proceso de asfixia que incluía el ascenso de las SS, como el nombramiento de Himmler como jefe de la policía prusiana. Ese ascenso de las SS era resultado de una medida preventiva de defensa de la dirección del partido nazi, que pretendía contar con el sector de Himmler en el caso que las Secciones de Asalto decidiesen llevar a cabo algún tipo de resistencia armada. A comienzos del verano de 1934 el Führer se encontraba dispuesto a llevar a cabo medidas excepcionales y de carácter definitivo, animado por su entorno político y presionado por la Reichswehr. (Gallego, 2001). Hitler había conquistado Alemania en 1933 pero restaban por afrontar una serie de problemas: evitar una segunda revolución, tratar de arreglar las complicadas relaciones entre las SA y el ejército, mejorar la mermada economía alemana y acabar con un paro que por entonces llegaba ya a alcanzar a seis millones de personas en Alemania y, por último, conseguir igualdad de armamento para Alemania en la Conferencia del Desarme de Ginebra para poder acelerar el rearme del Reich. Röhm, jefe de las Secciones de Asalto, era partidario de llevar a cabo una “segunda revolución”, e incluso a su formulación se le unió Goebbels, que el 18 de abril de 1933 escribiría en su diario: “Todo el mundo en el pueblo habla de una segunda revolución que debe llegar. Esto significa que la primera revolución no es un final. Ahora hemos de ajustarles las cuentas a los de la Reaktion. La revolución no debe de ninguna manera detenerse”. (Shirer, 2013).

Los nazis habían destruido a la izquierda, pero la derecha aún permanecía: las grandes corporaciones y financieros, la aristocracia, los Junkers, etc. Algunos nazis con posiciones más radicales pretendían acabar con ellos también, Röhm en el verano de 1933 diría: “Se ha ganado una victoria en el camino de la revolución alemana […] Las SA y las SS, que soportan la gran responsabilidad de haber puesto en marcha la revolución alemana, no permitirán que ésta quede traicionada a mitad de camino […] Ya es hora que la revolución nacional deje de serlo y se convierta en una revolución nacionalsocialista […] Somos los garantes incorruptibles del cumplimiento de la revolución alemana”. Pero Hitler no seguía esa línea de pensamiento. Para él las 5

consignas socialistas nazis habían sido propagandísticas, un medio para conseguir el apoyo de las masas en el camino hacia el poder, y pensaba que por el momento la derecha debía ser apaciguada, pero no eliminada. Por tanto, no debía haber una segunda revolución. El 1 de julio de 1933 lo dejaría bien claro ante dirigentes de las SA y las SS, a los que dejo claro que lo que Alemania necesitaba en esos instantes era orden, y prometía ahogar todo intento de romper dicho orden, pues la segunda revolución solo conduciría al caos de la nación. En un discurso en la Cancillería, el 6 de julio de 1933, les hizo saber a los gobernadores estatales que el poder político estaría más seguro cuanto más consiguiesen afianzarlo económicamente, dejaba claro pues que la revolución nazi era política, pero no económica. Tanto es así que Hitler para dar forma a sus palabras acabó destituyendo algunos “radicales” nazis que habían intentado hacerse con el control de las asociaciones de patronos, y volvió a colocar a Krupp y Thyssen en los puestos de dirección de las mismas, disolvió la Liga de Combate de los comerciantes de clase media y acabó nombrando a Schmitt, director general de Allianz, ministro de Economía en lugar de a Hugenberg. La desilusión y desasosiego entre las unidades de asalto de las SA se hicieron evidentes. La mayoría de ellos eran anticapitalistas y creían que la revolución por la que habían luchado y dejado muchos de ellos sus vidas, les comportaría botín y buenos empleos, ya fuese en empresas o en la administración de la nueva nación, pero ahora esas esperanzas se veían acabadas. (Shirer, 2013).

De la indecisión a la decisión. Las orgías de venganza, cargadas de un odio visceral contra enemigos políticos y raciales, se habían convertido en una tónica habitual a lo largo de la geografía alemana. Gran parte de los detenidos en este periodo estuvieron enceradas en campos y prisiones, la mayoría de estas improvisadas, de las SA. Solamente en Berlín se contabilizaron unas cien, campos y prisiones en las que las torturas y vejaciones eran el pan de cada día para los apresados. La conducta autoritaria y grosera de los SA provocó la indignación de una buena parte de la población, incluidos sectores favorables a los nazis. Llegaban quejas de la industria, el comercio y de diversos organismos locales sobre altercados, pelas y actuaciones bochornosas por parte de guardias de asalto. Incluso el propio ministerio de asuntos exteriores alemán protestó por una serie de 6

incidentes en que diplomáticos extranjeros habían sido insultados y maltratados. La posibilidad de que las SA se hiciesen ingobernables comenzaba a tomar forma tras el verano de 1933. (Kershaw, 2000). De nuevo aparecía el viejo conflicto entre Hitler y Röhm por determinar la postura y propósito de las SA. Desde los inicios del nacionalsocialismo Hitler había insistido en que las Secciones de Asalto eran una fuerza política y no militar, que debían proporcionar violencia y terror en beneficio del partido para conseguir mayor poder político. Pero para Röhm, las SA eran la columna vertebral del movimiento nazi y el núcleo del ejército revolucionario que debía nacer, quitando de una vez por todas de la dirección militar a los antiguos generales prusianos y formar una fuerza combativa revolucionaria. Hitler por su parte era consciente de que, sin el apoyo o la tolerancia del ejército alemán, le habría resultado imposible acceder al poder y, por tanto, el actual gobierno dependía en cierta medida de dicho respaldo, sobretodo viendo que el estado de salud de Hindenburg era extremadamente delicado. Además, creía que la oficialidad alemana podía ser capaz de llevar a cabo el propósito de formar una fuerza armada potente y disciplinada, para los propósitos expansionistas que estaban por venir, cosa que las SA no estaban en posición de cumplir, puesto que eran buenas para los combates en las calles y pueblos alemanes, pero no como ejército moderno. Los puntos de vista entre Hitler y Röhm se postularon irreconciliables y, desde aquel verano de 1933 hasta el 30 de junio de 1934, se vivió un enfrentamiento entre ambos. Hitler jugó un papel a dos bandas para calmar los ánimos de ejército y SA. Hitler había prometido a los mandos militares que las fuerzas armadas no serían solicitadas para tomar parte en una posible guerra civil, y que podían dedicarse ahora sin problema ni traba alguno al rearme de Alemania. Además, promulgó una nueva ley en referencia al ejército, en la que se abolía la jurisdicción de los tribunales civiles sobre los militares y suprimía a los representantes elegidos por la tropa. Con estas medidas Hitler conseguía que, muchos generales y otros cargos del ejército, comenzasen a ver la revolución nazi con un punto de vista más favorable. Por la otra parte, las de las SA, Hitler nombraba a Röhm miembro del gabinete el 1 de diciembre de 1933 y, en una carta enviada a Röhm reiteraba que el papel del ejército era garantizar la protección de la nacional alemana en las fronteras, y que la misión de las SA era asegurar la revolución y el Estado nacionalsocialista, dejando claro en la carta que el éxito de las SA se había producido 7

principalmente a las buenas acciones y decisiones tomadas por Röhm. Dicha misiva seria publicada en el Völkischer Beobachter el 2 de enero de 1934, a modo de contribuir a un intento de suavizar los conflictos que florecían con las SA, fue durante la Navidad y Año Nuevo de 1934 cuando la rivalidad entre SA, ejercito, y las proclamas por una “segunda revolución” se vieron temporalmente apaciguadas. El 30 de enero de 1934 Hitler se dirigió al Reichstag, se cumplía un año desde su nombramiento como Canciller y el acceso al poder del nacionalsocialismo. En ese año había logrado acabar totalmente con la República de Weimar, la democracia había sido substituida por una dictadura personalista, todos los partidos políticos habían sido eliminados excepto el NSDAP, se había conseguido acabar con los gobiernos estatales y sus parlamentos, logrando así una unificación y centralización del nuevo Reich. Además se habían destruido todos los sindicatos, las asociaciones democráticas habían sido suprimidas, los judíos habían sido apartados de la vida pública y profesional, la libertad de palabra y prensa restaban abolidas, se había anulado la independencia de los tribunales y la vida política, económica, cultural y social quedaba condicionada a las reglas nazis. Si bien todo habían estado éxitos para los intereses nacionalsocialistas hasta el momento, en un meteórico ascenso que apenas llevaba un año de vida desde el nombramiento de Hitler, ahora aparecían nuevos problemas a los que el dictador y el régimen debían hacer frente. (Shirer, 2013).

La fabricación del dictador aún no era completa a finales de 1933, a pesar de todos los cambios que experimentó Alemania, tal como hemos visto en las anteriores líneas. Restaban aun con fuerza dos obstáculos que no permitían aún establecer un poder total sin trabas, y los obstáculos se encontraban relacionados entre si. Las SA, el ejército del NSDAP, había sobrevivido a su finalidad, la de alcanzar el poder y la dirección de Alemania. Ahora pues, tras la “toma del poder”, las SA se convertían en una fuerza que perturbaba el equilibro en el Estado por las ambiciones militares de Röhm. Eliminar o apaciguar a las SA era una tarea titánica, la organización era inmensa, mayor que el propio partido, y entre sus filas se encontraban la “vieja guardia” del Movimiento. Las SA eran una organización paramilitar que no aceptaba su subordinación a los dirigentes políticos del partido, por lo que las tensiones habían existido desde 1921, aunque siempre habían restado apaciguadas gracias a la lealtad 8

que las SA mostraban hacia la figura de Hitler. Este hizo poco por resolver los problemas y tensiones que se iban acumulando desde la llegada al poder, y actuaria finalmente cuando la situación era insostenible y de una forma implacable. El problema de las SA estaba relacionado con la otra amenaza que no permitía aun la consolidación total del poder de Hitler, Hindenburg era ya muy mayor y estaba constantemente enfermo, el problema de la sucesión de Hindenburg era algo evidente en aquellos momentos, en los que parecía que la vida del mariscal del campo se apagaba definitivamente. Hindenburg era el comandante supremo del ejército alemán, además del jefe del Estado. La Reichswehr se encontraba alarmada por las pretensiones militaristas de las SA y, por tanto, si Hitler no lograba calmar esa situación, era probable que los altos mandos del ejército decidiesen favorecer otro candidato como jefe de Estado cuando Hindenburg falleciese. Este hecho habría contado con el apoyo de otros sectores conservadores que, a pesar de sus actitudes antidemocráticas y autoritarias, se sentían incómodos con el nuevo régimen nacionalsocialista. Mientras tanto, dentro de las SA, el culto a Röhm era cada vez mayor en detrimento de Hitler. En la Concentración del Reich de la Victoria del Partido de 1933, por ejemplo, había sido el mayor protagonista tras Hitler, siendo presentado como la mano derecha del Führer, y a principios de 1934 Hitler prácticamente ya no aparecía en el periódico de las SA, SAMann, en favor del dicho creciente culto a la figura de Röhm. Hitler por entonces no se decidía a disciplinar a Röhm, ni aún menos a destituirle, estaba entre la espada y la pared ante una decisión arriesgada. Pero las necesidades de establecer sólidamente su poder le obligaban a situarse en favor de los intereses y no de los paramilitares. El 28 de febrero de 1934 se celebró en el ministerio de la Reichswehr una reunión a la que asistieron jefes de la Reichswehr, de las SA y de las SS, en la que Hitler rechazó rotundamente los planes propuestos por Röhm para que se crease una milicia de las SA, que debían limitarse sus actividades a cuestiones políticas y no militares. La Wehrmacht pues debía ser la única institución armada de la nación. Hitler se dio cuenta pues, a principios de 1934, que no tenía más elección que aplacar las intenciones de las SA y sobretodo de su líder, Ernst Röhm. (Kershaw, 2000).

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El invierno y la primavera de 1934. Según el jefe de la Gestapo, Rudolf Diels, ya en enero de 1934 Hitler le pidió a él y a Göring que reuniesen material sobre los excesos que estaban cometiendo las SA. Y desde febrero en adelante, el alto mando de la Reichswehr reunió información secreta sobre las actividades de las SA, información que acabaría recibiendo Hitler. Para entonces Röhm se había ganado una serie de enemigos poderosos que acabarían uniéndose contra las SA. Göring deseaba librarse de las SA en Prusia y, Himmler junto a Heydrich, comprendían que su proyecto de construcción de imperio se debía basar en que las SS rompiesen con su órgano superior; las SA, y así acabar con el poder de Röhm. Hess y Bormann eran conscientes de lo que las SA despreciaban a la Organización Política y, el peligro que conllevaba que las SA pudiesen en algún momento sustituir al partido, hecho que no es parecía nada lejano ante los informes que hablaban de grandes cantidades de armas en manos de las SA, así como más ejercicios militares y aumento de desfiles. Hitler tenía claro que debía romper con Röhm, el problema era como hacerlo. En febrero y abril estuvo dispuesto a reducir las SA en dos tercios, y que fuesen colocados bajo la supervisión internacional y así garantizar su desmilitarización. No hay indicio alguno en estos momentos de una conspiración para matar a Röhm. El mayor problema para Hitler y el Movimiento llegaría a mediados de junio de 1934. Von Papen pronunció un discurso que atacaba directamente al nuevo régimen, criticó incluso un falso culto a la personalidad, refiriéndose naturalmente a Hitler: “Los grandes hombres no los hace la propaganda, sino que surgen de sus propias acciones”. El aparato censurador nacionalsocialista no logró que, el discurso pronunciado en la universidad de Marburgo, se extendiese por toda Alemania y llegase al exterior. No se volvió a dar durante el Tercer Reich una crítica tan directa y fuerte al núcleo del régimen y mucho menos procedente de un personaje tan destacado como Von Papen en aquel momento. El discurso significó el detonante final de una operación brutalmente salvaje que se llevaría a cabo a final de mes. (Kershaw, 2000). Hitler invitó a las SA a que prolongasen el permiso del que gozaban durante todo el mes de julio, durante se tiempo no podían utilizar el uniforme ni realizar desfiles o ejercicios. El 7 de junio Röhm anunció que se retiraba con licencia por enfermo, pero lanzó una amenaza: “Si los enemigos de las SA esperan que éstas no volverán a 10

agruparse o que se llamará sólo a una parte después de su licencia, podemos permitirles que disfruten con esa breve esperanza. Recibirán la respuesta en el momento y en la forma en que sean necesarios. Las SA son y seguirán siendo el destino de Alemania”. Antes de marcharse de Berlín, Röhm invitó a Hitler a entrevistarse con los dirigentes de las SA en Wiessee, el 30 de junio. Hitler respondió afirmativamente, aunque en ese momento aún no sabía en qué forma acabaría acudiendo. Como se citaba en líneas anteriores, el discurso de Von Papen causó una gran furia en Hitler y los principales dirigentes. El 20 de junio Von Papen se presentó ante Hitler diciéndole que no podía tolerar tal prohibición de “un ministro recién llegado”, y acabó presentando su dimisión como vicecanciller. Lo que más preocupó a Hitler fue la amenaza de Von Papen en poner al corriente a Hindenburg sobre lo ocurrido, puesto que disponía de informes que mostraban al presidente disgustado con la situación de tensión en el país, y estaba pensando en declarar el estado de sitio entregando el poder al ejército. Hitler decidió volar al día siguiente a Neudeck para entrevistarse con Hindenburg, a su llegada se hicieron realidad las sospechas de los informes y, Hindenburg, le dio un ultimátum o establecería el estado de sitio. Hitler era consciente de que si el ejército se hacía con el poder seria su fin y el del gobierno nazi. Ahora el canciller pensaba que no le quedaba más que una alternativa, debía suprimir las SA y detener su voluntad revolucionaria. Hitler vaciló sobre lo drásticas que debían ser las medidas contra las SA, pero Göring y Himmler le ayudarían a decidirse, ambos habían redactado listas de enemigos que debían ser liquidados. Pretendieron convencer a Hitler de que se estaba formando un enorme complot contra él, y era necesaria una respuesta implacable. Seria Himmler el que convenciera al Führer de que Röhm estaba planificando un golpe de Estado, y este le dio órdenes directas de que aplastara cualquier intento de sublevación, Himmler debía encargarse de Baviera y, Göring, de Berlín. Los momentos más críticos estarían por llegar a partir del 25 de junio cuando el general Von Firtsch, comandante en jefe, decidió poner al ejército alemán en estado de alarma, con la consecuencia de que todos los permisos eran cancelados y las tropas debían ser acuarteladas. El 28 de junio Röhm sería expulsado de la Asociación de Oficiales de Alemania y, Blomberg, un día después, publicó en el Völkischer Beobachter un artículo en el que afirmaba “el ejército […] está detrás de Adolf Hitler […] quien sigue siendo uno de los nuestros”. El ejército, por consiguiente, estaba instando a la 11

purga, aunque evidentemente no querían mancharse las manos de sangre. Hitler se había marchado de Berlín el 28 de junio para asistir a la boda de un Gauleiter nazi, por lo que el propósito del viaje no sugiere que sintiera una amenaza de grave crisis inminente, Göring y Himmler ordenaron a destacamentos espaciales de las SS que se mantuvieran en estado de alarma, se sentían libres para actuar por propia cuenta. El 29 de junio Hitler recibió de Goebbels una noticia desde Berlín, Karl Ernst, jefe de las SA en Berlín, había puesto en aviso a las fuerzas de asalto de la ciudad. Hitler proclamó posteriormente que hasta ese 29 de junio simplemente había decidido destituir a Röhm y arrestar a algunos jefes de las SA. (Shirer, 2013)

Llegaron las balas y, el verano. Hitler declaró el 13 de julio en el Reichstag que había recibido dos mensajes urgentes desde Berlín y Múnich el 29 de junio, primero que en Berlín había sido ordenada una revista de alarma para las cuatro de la tarde y, una hora más tarde, se debería pasar a la acción por parte de las SA, en segundo lugar, en Múnich, los SA habían sido ordenados a reunirse a las nueve de la noche, cosa que Hitler consideró como toda una sublevación. Con ello justificó en el Reichstag la purga que iba a desarrollarse el 30 de junio, pero lo cierto es que, por ejemplo, Ernst, el jefe de las SA de Berlín, se encontraba en un viaje a Bremen con su novia para irse de luna de miel a Madeira y, Röhm, había dejado a su escolta en Múnich. Los mensajes de los que habla Hitler fueron seguramente enviados por Göring y Himmler, y desde luego se puede percibir lo exagerados que habían sido. (Shirer, 2013). El 29 de junio por la tarde Hitler se encontraba en Bad Godesberg donde tenía previsto reunirse con Goebbels y Sepp Dietrich. Llegó a la reunión creyendo que lo que por fin se iba a producir era una operación contra Von Papen, y no contra las SA y Röhm. Había pruebas, aseguraron, de que Röhm estaba conspirando junto a Schleicher, Strasser y el embajador francés François-Poncet, por lo que Hitler estaba decidido en actuar al día siguiente. Las tentativas golpistas eran del todo falsas, pero distintos grupos de las SA por toda Alemania, se habían lanzado a las calles tras escuchar los rumores de una operación inminente contra ellos, o sobre una posible destitución de Röhm. Sepp Dietrich marcó

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inmediatamente a Múnich y se le ordenó coger a dos compañías del Leibstandarte1 y presentarse con estas en Bad Wiessee a las once de la mañana del 30 de junio, donde Röhm y otros oficiales de las SA dormían en su hotel, el Hanselbauer. Hitler en su llegada a Múnich al amanecer de ese 30 de junio fue informado de que, en Múnich, unos 3.000 SA armados gritaban en las calles: “Hitler está contra nosotros, la Reichswehr está contra nosotros; las SA a la calle”. Completamente enfurecido al enterarse de los disturbios y proclamas, decidió no esperar hasta la mañana siguiente, si no actuar con toda inmediatez. (Kershaw 2001). Hitler y su séquito se dirigieron directamente al Ministerio del Interior, donde estaba detenido August Schneidhuber, jefe de la policía de Múnich y oficial de mayor rango en las SA de la ciudad. El Führer al verle se lanzó directamente sobre el oficial llamándole traidor y arrancándole las enseñas de su rango, Schneidhuber que no entendía nada de lo que estaba ocurriendo fue trasladado a la prisión de Stadelheim. (Maracin, 2010). Al alba salieron de Múnich hacia Wieessee en tres vehículos y, allí, encontraron a Röhm y los demás durmiendo en el hotel. Hitler junto a un grupo de policías irrumpió en la habitación de Röhm y con una pistola en la mano le acusó de traidor, comunicándole además que estaba detenido. Edmund Heines, dirigente de las SA en Breslau, fue despertado y encontrado en su cama con un joven, una imagen que la propaganda nazi aprovecharía a posterior para criticar la moral de las SA. Otros miembros del estado mayor de Röhm fueron detenidos y encerrados en el sótano del hotel, hasta la llegada de un autobús, que los transportaría hasta la prisión de Stadelheim en Múnich. Hitler y su séquito se marcharon a la Casa Parda, la situación era limite y Hitler estaba totalmente fuera de si, uno de los presentes recordaría a posterior como al Führer se le escapaba la saliva de la boca al hablar. Tal era la furia de este que aseguró que Röhm había recibido 12 millones de marcos de los franceses para acabar con él, y afirmó que tanto el jefe de las SA como los que formaban parte de la conspiración iban a acabar fusilados. Los dirigentes presentes pidieron todos el extermino de esos “traidores”, incluso Hess pidió poder matar personalmente a Röhm. Hitler dio orden de ejecutar a seis miembros de las SA en Stadelheim, no se celebró tan solo un juicio sumario. Pero por el momento Hitler se negaba a fusilar a Röhm, probablemente por la pérdida de prestigio que conllevaría matar a su mano derecha. Mientras tanto en Berlín, Goebbels, 1

Formación de élite de las Waffen-SS formada inicialmente como guardia personal armada de Hitler.

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llamó a Göring con la contraseña “Kolibri”, y puso a los escuadrones de la muerte en movimiento alrededor del país. La improvisación fue total, al igual que había pasado en Baviera. Göring aprovechó la ocasión para ampliar su cometido y dar un golpe contra los “reaccionarios” de Papen y Schleicher. Las SS se presentaron en la vicecancillería junto a un comando de la Gestapo y mataron a tiros a Herbert von Bose 2, también asesinaron a Edgar Jung3, que llevaba detenido desde el 25 de junio. Von Papen y su equipo fueron puestos bajo arresto, como vemos la matanza se extendió también al ámbito de los enemigos políticos del nacionalsocialismo, no solo a las SA. El jefe de Acción Católica, Erich Klausener, también fue liquidado por las SS. Gregor Strasser, el que llegó a ser número dos del partido y que tuvo en su mano a posibilidad de escindir al NSDAP, pero que acabaría dimitiendo y alejándose del partido, fue enviado al cuartel general de la Gestapo y a tiros lo asesinaron. El comandante general Bredow, mano derecha de Schleicher, también acabó muerto. Ritter von Kahr, antiguo adversario del Führer, fue asesinado a machetazos cerca de Dachau. (Kershaw, 2000). Miembros de las SS de paisano, se presentaron en casa del general Von Schleicher y le dispararon al abrir la puerta junto a su esposa. Von Papen tuvo mayor fortuna y escapó con vida. En Múnich hubo veintidós asesinatos según se ha podido esclarecer, la mayoría de ellas fueron ejecutadas por iniciativas locales, la sed de sangre y las ganas de venganza no necesitaron ninguna directriz central. Lo que era evidente es que los hechos estaban comenzando a desmadrarse y, a las diez de la noche, Hitler llegó a Berlín con la recomendación de Göring de acabar con los asesinatos. Hitler accedería a parar la purga a regañadientes, ya que insistió en que había más personas que merecían un tiro. En aquellos momentos Röhm todavía seguía con vida y Hitler dudaba sobre qué hacer con él. Himmler y Göring presionaron sobre el Führer para que decidiese poner fin a la vida del jefe de las SA y, Hitler, aceptaría finalmente el 1 de julio. Eicke, comandante del campo de Dachau le ofreció a Röhm la posibilidad de suicidarse para redimir sus acciones, o en caso contrario sería asesinado. Le fue entregada un arma a Röhm junto al último número del Völkischer Beobachter, que contenía los detalles del “golpe de Röhm”. Lo dejaron encerrado en una habitación,

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Jefe de la División de Prensa del vicecanciller Von Papen y opositor del nacionalsocialismo. Opositor del nacionalsocialismo, escribió el discurso que Von Papen leyó en la Universidad de Marburgo.

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pero tras diez minutos sin oírse ningún tiro Eicke y Lippert entraron y le mataron a tiros. Hitler publicaría el siguiente comunicado: “Al antiguo jefe del estado mayor, Röhm, se le dio la oportunidad de asumir las consecuencias de su conducta traicionera. No lo hizo así y fue por lo tanto ejecutado”. El 2 de julio Hitler pondría fin de manera oficial a la “operación” y, Göring, ordenó quemar todos los expedientes relacionados. Pero por fortuna, no se destruyeron todos, gracias a ello conocemos a las ochenta y cinco víctimas de la Noche de los Cuchillos Largos, tan solo cincuenta tenían relación con las SA, aunque es probable que el número de víctimas totales fuese aún mayor. La purga sobre las SA continuaría, Viktor Lutze se hizo cargo de la organización y, en un año, quedó reducida al 40% de su tamaño, convirtiéndose en una organización de instrucción y deportes militares. (Kershaw, 2000). Por otra parte, Shirer (2013), menciona que Hitler, en su discurso ante el Reichstag el 13 de julio de 1934, citó la cifra de sesenta y una personas fusiladas, de los cuales diecinueve eran altos jefes de las SA que trece murieron al resistirse a ser arrestadas y que tres se habían suicidado, por tanto, hacen un total de setenta y siete víctimas. Pero cuantas personas fueron asesinadas en esos hechos no se ha podido determinar con cierta exactitud. El Libro Blanco de la Purga, redactado por emigrados de Alemania, establecía 401 asesinatos, pero solo eran capaces de identificar a 116 personas. En 1957, en el juicio de Múnich, se dio la cifra de más de mil muertos. Las víctimas murieron por venganza, por contar con demasiada información en sus manos o incluso por error en su identificación.

Las consecuencias de la purga. El 1 de julio Hitler recibiría la felicitación del presidente Hindenburg por su “resuelta acción y gallarda intervención personal que han ahogado la traición en su germen y salvado al pueblo alemán de un gran peligro. Von Blomberg procedió a “legalizar” los asesinatos como una medida necesaria para la defensa del Estado. Hitler el 13 de julio diría ante el Reichstag: “Si alguien me reprocha y pregunta por qué no acudí a los tribunales normales de justicia, entonces puedo contestarle lo siguiente: En esa hora, yo era responsable del destino del pueblo alemán, y por tanto pasé a ser el juez supremo del pueblo alemán. Todos deben saber para ocasiones posteriores que, si levantan sus manos para atentar contra el Estado, la muerte segura es su destino”. El ejército además salió engañado de las consecuencias que acarrearía la eliminación del 15

poder de las SA, puesto que tras estas llegaron las SS. (Shirer, 2013). El resto de alemanes cuyas vidas no se vieron afectadas por las matanzas no tuvieron mucho que decir. El jefe de la oficina de la Associated Press, Lochner, mandó a un par de reporteros a entrevistar a berlineses, reaccionando la mayoría de ellos con indiferencia. El 3 de julio el gabinete de Hitler había dado legitimidad a la ilegalidad de los asesinatos, se redactó un decreto que decía: “Las medidas tomadas el 30 de junio, el 1 y el 2 de julio de 1934 para frustrar los intentos de traición y de alta traición se consideran medidas imperativas para la defensa nacional”. (Maracin, 2010). Es decir, la política nazi acababa de convertir el asesinato ilegal, sin defensa jurídica posible y si tan siquiera con juicios sumarísimos, en algo legal. Se permitía el asesinato indiscriminado ante cualquier posible enemigo del Estado, la violencia inherente en el fascismo alemán acababa de llegar a su máximo apogeo.

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Bibliografía.

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Gallego, F. (2001). De Múnich a Auschwitz. Una historia del nazismo, 1919-1945. Barcelona: Plaza & Janés Editores.

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Kershaw, I. (2000). Hitler. 1889-1936. Barcelona: Ediciones Península.

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Maracin, P.R. (2010). La Noche de los Cuchillos Largos. Madrid: La Esfera de los Libros.

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Shirer, W.L. (2013). Auge y caída del Tercer Reich. Volumen 1. Triunfo de Adolf Hitler y sueños de conquista. Barcelona: Editorial Planeta.

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