LA NOBLEZA EN EL REINO DE SEVILLA: PAUTAS E INSTRUMENTOS PARA SU ESTUDIO EN LAS EDADES MEDIA Y MODERNA. Conferencia pronunciada en las XI Jornadas de Historia sobre la Provincia de Sevilla. ASCIL y Diputación de Sevilla, 2014.

August 11, 2017 | Autor: Juan Cartaya Baños | Categoría: Historia Social, Sevilla, Nobleza, Fuentes Historicas
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LA NOBLEZA EN EL REINO DE SEVILLA: PAUTAS E INSTRUMENTOS PARA SU ESTUDIO EN LAS EDADES MEDIA Y MODERNA Juan Cartaya Baños Universidad de Sevilla

Señora Alcaldesa, señor Presidente de la ASCIL (o mejor querido José Antonio, constante compañero en los docentes campos de batalla). Estimados amigos ponentes, comunicantes y asistentes a estas Jornadas: Ante todo, quiero solicitar su benevolencia ante la expectación que pueda haber creado el ambicioso título de esta ponencia, con la que confío en satisfacer su interés y curiosidad acerca de cómo y con qué recursos y materiales puede estudiarse –al menos, a día de hoy- a este importante y ya teóricamente periclitado estamento, en concreto en el marco geográfico compuesto por el antiguo Reino de Sevilla, conformado en el pasado por las hoy provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva, incluyéndose en el mismo localidades hoy pertenecientes a otras provincias (caso, por ejemplo, de Málaga) o CC.AA. (caso de Extremadura). Pretendo, con el fin de facilitar la claridad de la exposición, dividirla en dos grandes partes: una de ellas, la primera, desea principalmente recorrer (aunque de modo somero, debido a la premura que nos marca el siempre fugaz tiempo) el devenir histórico de este estamento en la geografía del Reino sevillano, desde 1248 hasta el s. XVIII; la segunda expondrá a qué fuentes podremos acudir con el fin de realizar su estudio. No dudo que de mucho de lo que voy a hablar aquí no poca parte de ustedes, benevolentes asistentes, tendrán ya sobradas noticias como historiadores, cronistas o archiveros; sin embargo, confío en que esta ponencia a la que seguidamente doy comienzo pueda servirles de alguna utilidad.

1. LA HISTORIA a) Reconquista y repoblación Para conocer cuál es el origen de esta nobleza que aparece tras la conquista de la misma en 1248, no podemos disociar la implantación ex novo de este estamento en el antiguo Reino sevillano del esfuerzo reconquistador liderado por Fernando III, rey de Castilla y León, y por su hijo el príncipe Alfonso de Castilla. ¿Quiénes han acompañado al rey en la jornada sevillana, instalándose en la ciudad y en el alfoz colindante tras la recuperación del reino de manos musulmanas? Las órdenes militares no han perdido la ocasión y se encuentran, al completo, en el cerco de la ciudad y en los preliminares de su asedio: Santiago, con Paio Peres Correia, su maestre; Fernán Ordóñez y los calatravos; Per Yáñez y la orden de Alcántara; Fernán Royz y los sanjuanistas; Per Álvarez Alvito y los templarios. Vemos aquí, por tanto, cómo un importante grupo nobiliario –los freires de las órdenes- se encuentran en gran número en la conquista de la ciudad: esa presencia se verá recompensada tras la caída de esta por el rey, que concederá a aquellas importantes beneficios, implantándose fuertemente en las tierras recién conquistadas. Pero no son los únicos: además de milicias concejiles como la de Madrid y aliados musulmanes como el rey de Granada o el señor de Niebla, un numeroso grupo de próceres, caballeros y ricoshombres acompañarán al rey y recibirán su parte en el repartimiento que seguiría a la toma de la ciudad, como nos cuenta la Grand e General Estoria: es bien conocido el exhaustivo estudio realizado en la década de los cincuenta por Julio González acerca de la asignación de bienes y de tierras tras la conquista. Este reparto propició la creación de una nueva aristocracia en sustitución de aquella, de origen árabe y credo musulmán, que hubo de emigrar. No les faltarían oportunidades para prosperar a quienes aquí se asentaron: la existencia de la frontera permitió el mantenimiento de los ideales caballerescos y la obtención de recompensas e incentivos económicos gracias a los botines y a las mercedes reales. Esto –la suma de una 1

mentalidad nobiliaria, apoyada en el ejercicio de las armas, y de una situación de liquidez económica gracias a sus posesiones- configuró una aristocracia intermedia, de corte urbano, poseedora de tierras, casas, alquerías y de diversos bienes –si no con abundancia, sí suficientes para poder mantener un cierto nivel y estilo de vida-, alejada por igual de las grandes casas (de las cuales algunas radicaban en Sevilla sin embargo, como sería el caso de los Ponce de León – después duques de Arcos-, o de los Guzmanes –de Niebla o de la Algaba-, a los que podríamos añadir otros linajes, como el de los Stúñiga) y alejadas también de los paupérrimos nobles e hidalgüelos de otras regiones españolas, debido fundamentalmente a que –descendiendo o no de los primeros caballeros de la conquista- este colectivo buscó siempre la estabilidad y la seguridad económica. Por ello, estos primeros “doscientos caballeros de linaje”, con el tiempo, irían vinculándose por alianzas con otros linajes, ya de pecheros u “hombres buenos” enriquecidos, que llegarían a ennoblecerse en el futuro –formando sin embargo inicialmente como caballeros de cuantía-, o de ricos oficiales reales de origen judío, recientemente convertidos al cristianismo. Algunas familias sin embargo abandonarían sus posesiones en la ciudad o en su entorno, regresando a sus solares de origen, debido a la inseguridad añadida que supusieron las revueltas mudéjares o las banderías formadas durante la guerra civil entre Sancho IV y los infantes de la Cerda. Sin embargo, los linajes nobles que quedaron en Sevilla fueron prontamente vinculándose al gobierno de la ciudad y a su administración en el concejo municipal: las regidurías y veinticuatrías se concentrarían en estos linajes, que se harían de esta forma con el mando local, creando un auténtico entramado de poder entre ellos, aunque supeditado –sin embargo- a su efectiva dependencia de las grandes casas. b) La nueva nobleza del s. XIV A lo largo del siglo XIV, la nobleza sevillana sufrirá cambios y mutaciones de importancia, que afectarán a su situación y a su futuro devenir: el diezmo de sus filas durante el reinado de Pedro I, la extinción biológica de los linajes o su empobrecimiento durante la crisis generalizada del siglo XIV, la aparición de nuevas familias durante el reinado de Enrique de Trastámara o la consolidación de otras más antiguas que hasta entonces habían tenido menor relevancia, a partir de la década de 1380. Otros linajes que sufrieron persecución o vieron amenazado su propio estatus nobiliario conocieron mejor fortuna durante el reinado de Enrique II: un ejemplo de ello serían los Ponce de León o los Guzmán, emparentados estos últimos de hecho con el nuevo rey por su ascendencia materna. Otros linajes ciudadanos, que habían tomado partido por el rey asesinado, serían desplazados y proscritos por el nuevo monarca: sólo hemos de recordar el caso del maestre de Calatrava, don Martín López de Córdoba, que sería ajusticiado por orden real en la plaza de San Francisco, cortándole cabeza, manos y pies, como ejemplo y aviso para navegantes acerca de lo que podía ocurrirles a los miembros de estos linajes nobles que no se acomodaran a los nuevos tiempos. Estas nuevas familias de la nobleza sevillana conocerán diversos orígenes: extranjeros –este concepto incluye a los linajes oriundos de coronas españolas distintas a la castellana-, como los Portocarrero, Bocanegra, Monsalve, Tous, Segarra o Cataño (podríamos incluir aquí a los peculiares Farfanes, que se instalaron en Sevilla procedentes de Marruecos en 1390); familias hidalgas como los Cerón; grandes casas señoriales (caso de los Afán de Ribera, Sandoval, Stúñiga, Guzmán de la Algaba) o linajes ciudadanos (Pineda, Mendoza), con orígenes o vínculos familiares en buena parte de los casos discutibles – por su cercanía a los acaudalados judeoconversos- que crearán importantes redes colectivas de poder y riqueza en la etapa final de la Edad Media sevillana. Debo hacer aquí una obligada mención a aquellos linajes a los que podríamos denominar “protoconversos” (convertidos antes del asalto a la judería sevillana en 1391), como los Marmolejo, Martínez de Medina, Araoz, Almonte, Las Casas, Alcázar o Cansino; algunos de estos linajes sufrieron –en el contexto de las luchas civiles entre los partidarios de Enrique IV y de Isabel I y de la instauración de la Inquisición, en la década de 1480- una importante persecución que provocó importantes alteraciones en dicho colectivo: se prendió –como nos recuerda el cura de Los Palacios- “a algunos de los más honrados e de los más ricos veinticuatros e 2

jurados e bachilleres e letrados e honbres de mucho favor”, cuyos descendientes sin embargo, tras pagar a la hacienda real composiciones y fardas, se integrarían de nuevo con facilidad en el epicentro del entramado nobiliario, aunque no dejaron de sufrir algunos sobresaltos, caso de la revuelta comunera sevillana en septiembre de 1520 (un epítome de las pasadas pendencias entre Ponces y Guzmanes, a las que en breve me referiré) debido a que parecía que, pese a las condenaciones inquisitoriales, “hera la çiudad regida” por los cristianos nuevos. Otro fenómeno interesante que podemos apreciar, al estudiar la nobleza urbana de Sevilla en los años finales de la Edad Media –al igual que ocurre en otros lugares de la corona castellana-, es la relevancia que irá teniendo progresivamente el grupo de burgueses ricos, capacitados para poder armar a su costa a un caballero, y al que conocemos con el nombre común de “caballeros cuantiosos”, “de cuantía”, o “caballeros pardos”, a los que ya he mencionado de pasada, y que formaban entre las tropas que realizaban las algaras en los territorios de frontera y las tierras bajo dominio musulmán. Regulada su situación por diversos monarcas, prosperarían y muchos de ellos terminarían asociándose con la aristocracia urbana, accediendo a cargos municipales, y gozando de privilegios fiscales reservados a la nobleza de sangre, tales como la exención de la moneda forera. Terminarían desapareciendo como tales, al solicitar las propias Cortes y varias ciudades y villas (por ejemplo Sevilla y Carmona) su desaparición, que tendría lugar mediante real cédula de 28 de junio de 1619. Estos caballeros cuantiosos podemos verlos recogidos, pormenorizadamente, en documentos como el padrón de cuantías sevillano de 1384: en él aparecen los caballeros, “los que an de prestar”, en este caso dineros para armar tropas y barcos – galeras- con las que defender la costa y el alfoz sevillano de las incursiones de los ejércitos portugueses, en guerra con Juan I de Castilla. El propio padrón identifica bajo el epígrafe de los “caualleros”, tanto a los que son tales como a los cuantiosos, artesanos en su mayoría suficientemente ricos como para “poder prestar”, lo que nos impide deslindar exactamente quienes son unos u otros cuando las denominaciones no están suficientemente claras. Estos linajes sevillanos se enfrentarían en banderías irreconciliables durante los años comprendidos entre 1471 y 74, apoyando a una u otra de las dos grandes familias que habían surgido del movimiento nobiliario sevillano del siglo XIV: bien vinculándose a los Ponces de León o bien a los Guzmanes, la nobleza sevillana tomará partido hasta 1492, año del fallecimiento de don Rodrigo Ponce de León y de don Enrique de Guzmán, los dos próceres de ambos linajes: este hecho facilitará el control de la ciudad por parte de la reina Isabel de Castilla y provocará el sometimiento del estamento a la autoridad regia, detentada desde entonces en la ciudad por los asistentes en nombre de los monarcas y haciendo pasar a la historia los revueltos tiempos de los bandos. c) La nobleza sevillana en la Edad Moderna Ya a finales de la centuria y durante los primeros años del nuevo siglo, con ocasión de los descubrimientos geográficos impulsados por la corona castellana (caso de las Canarias, en donde intervendrían los Peraza, Herrera o Las Casas), y con la llegada a la ciudad de diversas familias de mercaderes de origen extranjero, la aristocracia sevillana continuará su renovación gracias a las nuevas aportaciones que supondrán para ella linajes como los de los Federigui, Bucareli, Corzo, Mañara, Vicentelo de Leca, Pinelo o Centurión, consolidando con ello unos cambios que asociarían a la nobleza urbana con estos nuevos plutócratas, también rápidamente ennoblecidos mediante las compras de hidalguías, juros, mayorazgos, señoríos o hábitos, como recoge el cronista Luis de Peraza: “No sólo se venden, y no están en poder de sus propios señores, mas de los linajes de muchos de aquellos a quien se hizo la merced ninguna memoria ni rastro queda en esta ciudad”. Con ellos habría que mencionar a otras familias de conocido origen judeoconverso, caso de los Caballero o de los Illescas, que acabarían plenamente integrados en la élite social ciudadana, encontrando durante esos años –en este caso, gracias al comercio con Indias- una sólida ubicación en la misma, pese al puntual ataque de genealogistas mercenarios y de perniciosos linajudos: este afán por acumular riquezas y obtener beneficios del tráfico con Indias haría que se ironizara sobre la nobleza sevillana en otros lugares, menos favorecidos, de la Península. 3

No podemos minimizar la convulsión que supondría para la ciudad el Descubrimiento, y tras él, la creación en 1503 de la nueva Casa de la Contratación y Negociación de las Indias. Este fundamental acontecimiento, que centralizaría en Sevilla el comercio con América y atraería a la ciudad a multitud de nuevos habitantes de toda clase y condición, se vería acompañado por la fundación, en 1543, del Consulado de Cargadores. Todo ello nos hace apreciar cómo estos acontecimientos provocaron unos cambios de mentalidad tan importantes que “las creencias tradicionales magnificando la virtud y el valor como la base de la nobleza cayeron en desuso. Una sociedad adquisitiva estaba emergiendo, y un espíritu de lucro sobrevolaba la ciudad [...]. Si la vida sevillana estaba caracterizada por el materialismo y la codicia, ningún grupo social reflejaba esto más que la nobleza local”, como bien enunciaba la profesora Ruth Pike en uno de sus clásicos trabajos. ¿Quiénes son estas familias nobles de la Sevilla del siglo XVI? Luis de Peraza, en su Historia de la Ciudad de Sevilla..., nos ofrece una lista de las mismas, aunque no completa. En primer lugar menciona a los cargos administrativos más importantes de la ciudad, entre los que se hallan personajes como el conde de Orgaz, los duques de Medinasidonia, Arcos y Béjar, los condes de Gelves, de Teba y de Palma y los marqueses de Tarifa y Villanueva, sin olvidar a significados próceres como los Téllez Girón, duques de Osuna desde 1562. En segundo lugar, los veinticuatros de la ciudad: Guzmanes, Ponces, Monsalves, Cárdenas, Méndez, Castillos, Mendozas, el linaje de Enríquez y las familias de los Riberas, Saavedras, Tellos, Medinas, Ortices, Zúñigas, Sandovales, Torres, Gallegos, Roelas, Santillanes, Herreras, Pinedas, Marmolejos, Casaus, Segarras, Moscosos, Esquiveles y Solises. Este grupo se verá acompañado por otros linajes sin plaza en el cabildo, pero igualmente aquilatados según el autor, como los Peraza, Sotomayor, Farfán o Montesdeoca. Montoto, en su obra de 1938, recoge igualmente otro listado, confeccionado por Gonzalo Argote de Molina, al que se añaden otros nombres relevantes de la nobleza sevillana de la época; y clasifica finalmente a la aristocracia de la ciudad en seis categorías: Grandes, señores de título, nobles vinculados al gobierno y la administración, caballeros de órdenes, veinticuatros y jurados, y por último hidalgos y caballeros sin puestos de representación, algunos de los cuales habían accedido por privilegio real (es decir, por compra) a la ansiada condición nobiliaria. Una ejecutoria de hidalguía podía costar unos 5.000 o 6.000 ducados entre 1552 y 1609, aunque ciudades como Sevilla se opusieron enérgicamente a esa práctica de las ventas, sobre todo tras recibir de golpe a un nutrido número de hidalgos en un corto plazo de tiempo, como ocurrió en 1567. Este tipo de prácticas provocaron quejas y reclamaciones de las Cortes solicitando del rey la interrupción de las mismas, como ocurriría en 1563, 1578 y 1592; rogando también evitar el acrecentamiento de los cargos públicos, volviéndolos a su número original: Sevilla pagaría, en 1582, 50.000 ducados a la hacienda real para frenar la venta de hidalguías. Esta interrupción en la venta de privilegios provocó la queja de los pecheros más ricos, que veían bloqueada una vía de ascenso a la nobleza; queja que expusieron ante el Cabildo sevillano en 1586, alegando que [...] estando libres todos los naturales destos reynos para procurar sus acresentamientos y prinçipio de noblesa por los términos que pudiesen, la çiudad en perjuyzio suyo avía fecho asiento con su magestad para que solos ellos no lo pudiesen hazer, en lo qual an reçibido grande agrauio. Sin embargo, a veces simplemente bastaba con desarrollar, en una villa suficientemente alejada de la capital, un modo y un estilo de vida nobiliario –posesiones, rentas, caballos, coches, capillas y patronatos, etc.- que hicieran que sus vecinos los tuvieran por nobles notorios: en no demasiado tiempo, serían recibidos como tales por el concejo, y esa garantía les permitiría dar el salto ya como hidalgos a la ciudad, práctica que denunciaba, en 1587, el veinticuatro sevillano García de Cerezo. Pero está claro que este tipo de ardides los utilizaban, básicamente, aquellas familias emergentes que deseaban –o necesitaban- garantizar ante la sociedad su limpieza de sangre o de oficios, sus buenas costumbres y su condición nobiliaria, para alcanzar el deseado estatus y una cierta tranquilidad social, máxime cuando ya diversas instituciones –colegios 4

mayores universitarios como los de Valladolid, Salamanca o Sevilla; o cabildos municipales como el de la propia capital andaluza desde 1515, por cédula de la reina Juana- exigían, cuando menos, pruebas de dicha limpieza de sangre e incluso de nobleza para ingresar en ellos. Evidentemente, para alcanzar cualquier cargo público, prebenda, dignidad o beneficio el aspirante había de formar dentro del grupo: fuera, no había nada para él. Una vez alcanzada de uno u otro modo la deseada consideración nobiliaria, se accedía seguidamente a la compra de dignidades, oficios y beneficios municipales o eclesiásticos: esta burguesía urbana acapararía los puestos de mando de los municipios, y con ello la posesión de regidurías vitalicias puso en sus manos también las procuraciones en Cortes. En 1543, se estimaba el valor de una veinticuatría en un millón de maravedís; de una juraduría en cerca de doscientos cincuenta mil y de una fiel ejecutoria cerca de quinientos mil. Estos precios dejaban evidentemente los cargos municipales en manos de aquellos muy ricos que podían permitirse pagarlos; algo que igualmente ocurriría en la catedral sevillana o en otros beneficios a lo largo y ancho de su reino, como los arcedianatos de Carmona o de Reina, o los canonicatos en Osuna o Écija, cuyos beneficiados formaban parte de la nómina de esa nueva nobleza compuesta por miembros significados y relevantes del Consulado sevillano, grosarios del comercio indiano, inversores en tierras, títulos o juros vinculados a su vez a recién creados mayorazgos, asentados en grandes latifundios como los del Torbiscal o el de Troya, en Utrera; que enlazarían con diversos linajes nobiliarios de la ciudad, o darían lugar a la creación de nuevas familias tituladas, exhibiéndose públicamente en lucidos cortejos caballerescos (que provocarían la creación de la Maestranza sevillana en 1670, seguida por otras hoy extinguidas, caso de las de Lora, Carmona o Utrera), formando en las filas del Santo Oficio como familiares o alguaciles mayores del mismo, o de prestigiosas corporaciones como las hermandades de la Santa Caridad, del Rosario de Regina o de la Soledad, del Carmen Calzado; o adquiriendo a la Corona masivamente empleos militares, coloniales y títulos nobiliarios mediante el conocido sistema del beneficio, como ocurrió durante las décadas de 1670 y 1680, distinguiéndose Sevilla en esta práctica dentro de la Corona de Castilla. No habrá muchos cambios en esta dinámica hasta el traslado de la Casa de la Contratación a Cádiz en 1717, a pesar de que ya mediado el siglo XVII la riqueza iba disminuyendo en la ciudad tras la terrible peste de 1649, entrando en una adversa situación socioeconómica, y hallándose “disminuidos [en] mucho los caudales indianos [...], sin que en tantos años de comercio se hayan visto apenas dos Corzos”, lo que nos indica la reducción del volumen de negocio en la Sevilla que aún era puerta de las Indias: un empobrecimiento que provocó incluso disturbios como el conocido motín de la Feria de mayo de 1652 y que iría a peor ya en la década de 1680, cuando Sevilla deje de ser, en favor de Cádiz, la base principal de las flotas: un golpe mortal –el traslado de la Casa- del que esta nobleza comerciante nunca pudo recuperarse, convirtiéndose en un estamento cuya base económica pasó de una actividad inversora y comercial a convertirse en rentista y agraria (con notorias excepciones sin embargo: recordemos el caso del importante emprendedor y veinticuatro Pedro Pumarejo, llegado como tantos otros de la Montaña santanderina en los años medios del s. XVIII) hasta su extinción legal en 1836, con la confusión de estados. En años futuros, algunas de estas familias prosperarán con éxito; otras desaparecerán o se empobrecerán, debido a los cambios y avatares de la desigual fortuna. En cualquier caso sus líneas principales terminarán entroncando con otros linajes, sumándose así a otras familias nobiliarias o dando lugar a otras nuevas, en un proceso de renovación progresiva que –por permanente- aún hoy no ha terminado, en una época en la que no obstante la nobleza como estamento lleva cerca de dos siglos desaparecida.

2. LAS FUENTES a) Las fuentes secundarias Es de agradecer que en los últimos años podamos atisbar un importante repunte del interés que, para los investigadores de la Historia, puede suponer el estudio del estamento noble 5

sevillano, en un espectro de tiempo que abarca desde los años medios del siglo XIII (coincidiendo, obviamente, con la conquista de la ciudad en 1248) hasta –y creo que se trata a día de hoy de una fecha tope- el proceso desamortizador que se iniciaría con Godoy en los últimos años del siglo XVIII y que no concluiría hasta el primer cuarto del siglo XX, un proceso enajenador del que esta clase no dejó de beneficiarse. En el caso de Sevilla ya son más numerosos los estudios que, desde un moderno acercamiento historiográfico, han tratado de acercarse a los múltiples aspectos dignos de estudio de este diverso y polimorfo grupo social, caso de los trabajos –precursores sin duda- de Ruth Pike, que aún a día de hoy sirven como fuente fundamental para todos aquellos que desean acercarse a la historia de la ciudad en el siglo XVI; o (ya mucho más cercanos en el tiempo) los de Díaz Blanco, que ha profundizado en el estudio de varios linajes de gran interés, en general de origen jenízaro, que asociados al tráfico con Indias alcanzaron en el siglo XVII el ansiado premio de un título nobiliario; o los de Iglesias Rodríguez y Núñez Roldán, que han logrado caracterizar igualmente a notables alcuñas de mercaderes, posteriormente devenidas en parte principal de la nobleza ciudadana, caso de los Federigui o los Bucareli, al igual que –caso de Núñez Roldán o de quien les habla- hemos estudiado instituciones creadas por y para el estamento, como la Real Maestranza de Caballería sevillana, glosada en el pasado por León y Manjón o por el marqués de Tablantes, siguiendo la línea seguida en este tipo de estudios institucionales por otros eruditos de la época, como Gestoso, Guichot o Montoto, o por genealogistas como el marqués del Saltillo o el conde de la Marquina, que en su momento recuperaron o dieron a conocer fuentes desconocidas o de difícil acceso, con unos criterios hoy sin embargo superados. Acerca de los grosarios y cargadores de Indias también nos han hablado (y magistralmente) el inolvidable maestro don Antonio Domínguez Ortiz –no hay que recordar su ingente obra, entre la que destacan sus trabajos sobre las Clases Privilegiadas, su Orto y Ocaso de Sevilla o su Comercio y Blasones-, Enriqueta Vila Vilar y Guillermo Lohmann Villena, estos dos últimos en sus trabajos dedicados a los Mañara, a los Espinosa o a los Almonte, al igual que otros autores, como García Fuentes o Gil-Bermejo, se han centrado en los procesos socioeconómicos del comercio con América, protagonizado en buena parte por individuos pertenecientes al estamento. Álvarez Santaló y García-Baquero estudiaron en su día los recursos económicos de los nobles sevillanos del XVIII, al igual que lo hizo –para los siglos XVI y XVII- dentro de otro trabajo de más amplias dimensiones Aguado de los Reyes. También algunos señoríos han sido estudiados in extenso, caso del Señorío del Puerto por Iglesias Rodríguez, o el de Carrión de los Céspedes por InfanteGalán; y Fernando Hidalgo nos ha dado cumplida cuenta de los recibimientos de hidalgos en las villas del Aljarafe. Otros estudios han trabajado aspectos parciales sobre la historia, la cultura o la mentalidad del estamento, bien en artículos independientes, en volúmenes compilatorios o en trabajos más específicos, o cuya orientación es eminentemente local: es imposible, sin embargo, referirnos a todos (libros, catálogos o artículos) en tan corto espacio de tiempo. Algún trabajo de importantes dimensiones, caso del monumental estudio sobre los conversos sevillanos de Juan Gil, toca como es lógico el más que conocido entronque entre un buen número de casas nobiliarias con ese importante colectivo perseguido. Autores como Rafael Sánchez Saus han tratado el devenir del estamento durante los siglos medievales, tanto en extraordinarias monografías que hoy sirven de referencia, como en trabajos más puntuales; y otros investigadores, como González Carballo, han tocado la importantísima cuestión de las villas y lugares cuyos señoríos jurisdiccionales fueron ostentadas por órdenes militares, como la de San Juan. También se han trabajado las grandes Casas asentadas en el antiguo Reino sevillano, caso del profesor Carriazo Rubio, aquí presente –autoridad indiscutible en todo lo que tenga relación con los Ponce de León y sus señoríos de Arcos y Marchena-, de Atienza Hernández con la Casa de Osuna, de Herrera García con el Estado de Olivares o de Salas Almela, en relación con los duques de Medina Sidonia; y también se han estudiado algunos cargos hereditarios, como el del Adelantado Mayor de la Frontera, trabajado por Vázquez Campos. Otros autores estudian las instituciones en las que formaron los individuos de este notorio estamento, caso del Ayuntamiento sevillano o los Concejos locales, como González Jiménez, Franco Silva, Navarro 6

Sáinz, Márquez Redondo, Ollero Pina o Campese Gallego. Existen asimismo obras cuya voluntad y enfoque son básicamente compilatorios, para ser utilizados fundamentalmente como fuente (me remito a diversos catálogos y relaciones publicados por la editorial Hidalguía, el Centro de Estudios Históricos Ortiz de Zúñiga o la editorial Fabiola de Publicaciones Hispalenses, entre los que caben destacar los materiales compilados por Fernando Artacho, Delgado Orellana, Díaz de Noriega o Adolfo Salazar). En cualquier caso, la aparición de nuevos trabajos en fechas recientes –el mes pasado ponía en las librerías el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla una nueva obra de mi mano sobre los problemas generados por las pruebas de hábitos de órdenes militares en la Sevilla de los ss. XVI y XVII- me hace albergar grandes esperanzas sobre el futuro inmediato de estos estudios. ¿Cómo olvidar, obviamente, aquellas obras –a las que podríamos nombrar como clásicas- y que por su propia y venerable antigüedad, o por la autoridad exhibida por sus redactores, pueden considerarse también a día de hoy casi como fuentes primarias? Baste recordar aquí las obras impresas –familiares para los estudiosos de la nobleza, o los genealogistas- de Ortiz de Zúñiga, Argote de Molina, Farfán de los Godos, Fernández Melgarejo, Mexía, Rivarola, Morovelli, Juan de Hariza, etcétera. Todas ellas, con sus respectivos grados de acierto o fiabilidad, son inexcusables textos de consulta; sin olvidar las relaciones y manuscritos –caso del importantísimo de don Juan Ramírez de Guzmán de la Biblioteca Colombina, cuya próxima edición, a la que he dedicado dos largos años, se hará realidad en breve. Todas ellas deben ser consultadas y utilizadas, eso sí, críticamente. b) Las fuentes primarias A estas alturas entiendo que debo hacer también una puntualización genérica, y que creo necesaria, aunque pueda parecer una obviedad: el estudio histórico depende para su realización de las fuentes disponibles. Así, acerca de aquellos linajes –o personajes- sobre los que exista una mayor documentación podremos presentar un más amplio espectro de información; en cambio, sobre otros las referencias serán más escasas. Algunos ejemplos: el hecho de que hoy, en el Archivo General de Andalucía, se preserve el rico archivo privado de los Arias de Saavedra, nos permitirá ofrecer sobre el primer marqués del Moscoso y su linaje –al igual que sobre sus colaterales Neve- un volumen casi ingente de información; al igual que, por ejemplo, el que don Pedro José de Guzmán Dávalos, primer marqués de la Mina, desarrollara relevantes actividades públicas y el curso de las mismas fuera igualmente controvertido, ha podido generar un importante acervo documental gracias al cual podremos contextualizar extensamente al personaje. El hecho de que unos linajes optaran a diversas dignidades o cargos –caso de hábitos o canonjías- nos permitirá, en los instrumentos realizados al efecto, poder atisbar un complejo y extenso mundo de prestigio y de relaciones, o, por el contrario, de conflictividad familiar. En cambio, con otros linajes no tendremos la misma suerte: archivos volatilizados, cambios bruscos en la suerte familiar, el hecho de que el individuo fuera final de su linaje o simplemente no tuviera descendencia directa, o que su sucesión haya desaparecido absolutamente de los registros, provocan que el volumen de información se reduzca sustancialmente, y en algunas circunstancias incluso desaparezca, al no haber nadie interesado en conservarla. A ello he de añadir el hecho de que, en fechas más añejas –caso de la Edad Media- el número de instrumentos se reduce sensiblemente. Son por tanto, pese a estas carencias, las fuentes documentales la base sobre la que debemos cimentar nuestras investigaciones: unas fuentes cuyos fondos comprenden contenidos administrativos, territoriales, económicos, familiares y genealógicos, relativos a empleos, mercedes y honores, heráldicos, eclesiásticos o judiciales, etcétera. Es el caso de los fundamentales –y poco los encarezco para lo mucho que merecen- protocolos notariales, conservados en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla (que también conserva, recientemente catalogados, los fondos rescatados del incendio en 1918 de la antigua Audiencia Provincial, de grandísimo interés pese a su estado fragmentario) o en los archivos locales –Carmona, Osuna, 7

Écija entre otros, que también custodian actas municipales, nombramientos de cargos y recibimientos de hidalgos, o fondos específicamente nobiliarios como por ejemplo el de los marqueses de Peñaflor, en Écija; o los documentos procedentes de fondos nobiliarios particulares y las copias de los fondos andaluces de las Casas de Alba o Medinaceli depositados en el Archivo General de Andalucía. Archivos provinciales como los de Huelva o Cádiz custodian también documentación de gran importancia sobre el tema que nos ocupa, mostrada al público incluso en algunas recientes exposiciones. No podemos olvidar los expedientes matrimoniales, padrones parroquiales y libros sacramentales conservados en diversos archivos eclesiásticos, tanto el General del propio Arzobispado hispalense como los de diversas parroquias de la ciudad y de las localidades de su antiguo Reino (buena parte de este material podemos hallarlo en los archivos episcopales de otras ciudades, caso de Huelva o de Jerez de la Frontera, a los que se remitieron años atrás), además de los interesantísimos manuscritos genealógicos de la Biblioteca Capitular y Colombina, a los que ya he aludido. Obviamente, debe consultarse la documentación conservada –recordando sin embargo que salvo alguna excepción sus fondos sobre sus actividades caballerescas comienzan en 1725- en el Archivo de la Real Maestranza de Caballería, al igual que diversa documentación que, custodiada hoy en el Archivo General del Ministerio de Justicia de Madrid, se remite a diversos expedientes de concesión de títulos nobiliarios a miembros de diversos linajes sevillanos, además de otra documentación de contenido económico (establecimientos de mayorazgos, percepciones de rentas, adquisiciones de juros y de títulos de deuda, etcétera), profesional (memoriales, relaciones de méritos) o familiar (capitulaciones matrimoniales, testamentos, dotes, etcétera) de la sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, que hoy recoge fondos de Casas tan importantes como las de Medinaceli, Osuna o Arcos, en el Hospital Tavera de Toledo. Son menos –aunque importantes sin embargo- los fondos específicamente sevillanos en la colección de la Fundación Casa de Alba, ya que tras el incendio del palacio de Liria en 1936 sólo se conserva un 10% del total de los fondos documentales que en él se custodiaban: de más de 4.000 legajos que tuvo en su día restan poco más de 400 a día de hoy, lo que nos da buena cuenta de la magnitud del daño. Y no podemos dejar de lado el fundamental archivo de la Fundación Medinasidonia, con más de 6.000 legajos, en Sanlúcar de Barrameda. Podemos añadir a estas fuentes un número relevante de documentos conservados en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia (colección Salazar y Castro), hoy felizmente digitalizados en buena parte o –ya en la Biblioteca Nacional- los conocidos Porcones o pleitos sobre mayorazgos, a los que debemos sumar un importante número de manuscritos, también accesibles en Internet. No podemos dejar a un lado en este consolidado mundo de la red de redes el portal PARES, que recoge documentos procedentes de la Real Chancillería de Valladolid, del Archivo General de Simancas, del Archivo Histórico Nacional de Madrid (con sus fundamentales fondos de Consejos suprimidos y sus expedientes de Órdenes Militares, entre otros, además de la sección Nobleza a la que líneas atrás me he referido), y del Archivo General de Indias (con secciones facticias dedicadas a concesiones de escudos de armas, árboles genealógicos o títulos nobiliarios, y con interesantísimos expedientes de pasajeros o relaciones de méritos). Es esencial la consulta –hoy facilitada por un buscador online- de los fondos de la antigua Chancillería de Granada (tanto de sus pleitos y provisiones de hidalguía como de los fondos de su antigua Audiencia), y la de los documentos hoy custodiados en el Archivo Municipal de Sevilla, tales como actas de cabildo, escribanías, blancas de la sisa de la carne, padrones, papeles del mayordomazgo o la fundamental colección del Conde del Águila, además de diversa documentación conservada en otras instituciones privadas, como las hermandades de la Santa Caridad, la Soledad –de la parroquial de San Lorenzo- o la del Señor San Onofre, por remitirme a algunas radicadas en la capital.

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En cuanto a los fondos privados a los que podríamos tener acceso, y concluyendo ya, he de decir que en general hoy son poco conocidos, hallándose desgraciadamente demasiadas veces en estado fragmentario, disgregados o en peligro de estarlo, por el poco interés que en ellos puedan tener sus herederos, aunque algunas familias sin embargo los conserven con mimo: los Maestre en su origen alcalaínos –transplantados desde la flamenca Brujas en el s. XVII- y los Medina aljarafeños, hoy marqueses de Esquivel, descendientes de un conspicuo linaje de tesoreros y arrendadores de rentas del reinado de Juan II; los documentos de los enriquecidos mercaderes florentinos Bucarelli, marqueses de Vallehermoso con Carlos II –cuyos descendientes son hoy Queralt, condes de Santa Coloma, un linaje cuya ascendencia podemos remontarla hasta la Alta Edad Media catalanoaragonesa-; los marqueses de La Motilla, hoy Solís-Beaumont y en el pasado Fernández de Santillán, linaje este último presente en la conquista de Sevilla en 1248, con fondos entre otros –además de su título por varoníaprocedentes del condado de Casa-Alegre; los condes de Cantillana, descendientes del audaz grosario que fue Juan Antonio Corzo Vicentelo, el mercader más rico de la ciudad en la Sevilla indiana del s. XVI; los emprendedores Ybarra, de tanta importancia política, económica e industrial durante el periodo isabelino y la posterior Restauración borbónica; o los Laso de la Vega carmonenses, marqueses de las Torres de la Pressa, entre otros que no paso a enumerar por no ser más cansino a sus oídos, los guardan aún, en general cuidadosamente. El uso correcto, por tanto, y el profundo respeto a todos estos recursos nos permitirán evitar ser sometidos, como historiadores, al riguroso juicio que Fernán Pérez de Guzmán emitía a mediados del s. XV sobre algún que otro desvergonzado cronista en sus lúcidas Generaciones y Semblanzas: “Hombres de poca vergüença a quienes más les plaçe relatar cosas estrañas e marauillosas que uerdaderas e çiertas”. Muchas gracias por su paciencia y atención.

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