La Mutación Psíquica

July 24, 2017 | Autor: Carmen Lent | Categoría: La construcción de la subjetividad: Identidad y Cultura
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Descripción

LA MUTACION PSIQUICA
De lo particular a lo universal

en el jardín de las prohibiciones
lo maravilloso
canta
cógelo
está al alcance de tu mano
es el momento en que el hombre
es
cómplice del rayo
cristalización
aparición del deseo
deseo de la aparición

no aquí no allá sino entre
acá / allá
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Octavio Paz
Poema Circulatorio


I


Hace años que el tema me acosa. Por presentarse constantemente de
formas variadas, consiguió disfrazar largamente su analogía. Aún así, llegó
el momento de constatar que se trataba siempre de una misma música,
alterada apenas en su letra. Ese fué tambien el momento de percibir el
isomorfismo entre el asunto y la manera en que venía apareciendo.

Al principio no me dí cuenta, juro, ni un poquito. Es que no tenía
ni cómo darme cuenta. La psicología que conocí, con la cual me formé, no
tenía elementos, allá por los años 60, para pensar en la individualidad
radical de los eventos que provocan una mutación. Nos informaba a respecto
de pasajes, cambios, procesos que pertenecían a la universalidad, a las
regularidades estadísticas de una determinada cultura, lugar y época
histórica. Por lo tanto, ciertos fenómenos únicos - aún cuando a largo
plazo acaben ellos mismos por constituirse en una serie colectiva - eran
tan invisibles como el tema lo era para mí. No siendo reconocido, el hecho
no puede ser bautizado, no adquiere nombre, no tiene cómo existir. Sin
embargo, existe. Y es justamente la paradoja de esta existencia innominada,
una de las principales causas de sufrimiento para quien atraviesa la
situación.

Mientras el ser humano funciona como un organismo inmerso en el
ecosistema en el cual fué generado y dentro del cual se crió,
sintonicamente; mientras se mantiene unívoco con el conjunto de signos y
símbolos mediante los cuales fué semiotizado; mientras es un elemento
completamente asimilado al cuerpo de valores y expectativas de su círculo
de pertenencia; mientras toda esta edificación permanezca intacta, este ser
no tiene cómo reconocerse siendo pieza de engranaje. No realmente. Al final
de cuentas, todos sabemos que para los porteños, quienes hablan con acento
son los cordobeses…
.
Tomar conciencia del propio acento es, ni más ni menos, deslizar para
dentro del jardín de las prohibiciones. Transgredir la ímplícita
interdicción por la cual olvidamos nuestra autoconstrucción. Interdicción
que nos organiza, sin duda, posibilitándonos el vivir como si la realidad
fuera objetiva y nos viniera dada. Interdicción que, simultaneamente,
tantas veces nos cercena, empujándonos inadvertidamente hacia la ciega
repetición. Nos impide así ser cómplices conscientes del rayo, aquél con el
cual nuestro deseo podría entrar en escena y desmontar lo obsoleto, lo
imprestable de la vida. Nos dificulta, en fin, que podamos ser las
constantes Fenix que la transformación de lo humano invoca.

Recíprocamente, una vez instalada la brecha, la abertura exilante
entre el ser y su entorno, ya no será más posible retornar a la sordomuda e
implícita inmersión. Cuando obtenemos en las entrañas la insólita noción de
que somos ni más ni menos que piezas de engranaje, desaprender esta noción
es más insoñable que desaprender a andar de bicicleta.

Los paradigmas son hijos de su tiempo. Con la cresciente velocidad de
las alteraciones de este siglo, los modelos con los cuales fuimos
contruyendo percepciones y explicaciones, sufrieron metamorfosis poderosas.
Aquello que, apenas veinte años atrás sólo podia ser revelado por
accidente, que carecía d'un mot pour le dire, actualmente tiene suficiente
palabra propia para sostener su legitimidad. Aquí es dónde, de hecho,
entramos en el tema y para situarlo, me interesa hacer un cierto racconto
de su surgimiento.

II

El hecho es que salí de Buenos Aires, tierra natal, dejando para
atrás 25 años de querencia, pertenencia total e incuestionada. Es más,
incuestionable. El hecho es que me vi instalada en Berkeley, California,
donde una serie de circunstancias aparentemente contingentes me llevaron a
cursar una posgraduación en Psiquiatria Comunitaria. El encanto de un
casamiento reciente y la embriagadora efervescencia californiana dos late
sixties, lubrificabam mi vida cotidiana. La novedad, para mi, era
generalizada, al punto de ser anestesiante. Había elegido este giro en el
rumbo de la vida y lo realizaba con toda la elegancia que cabía a alguien
que, en algún lugar no remoto de sí, se retiró de toda y cuanta cosa le era
familiar. Me acompañaba constantemente una sensación peculiar,
prácticamente corpórea por su intensidad. Sensación de haber perdido todo
lo que tenía, cuando, cursiosamente, estaba todo allí...
.
El hecho es que, en medio a este panorama, elegí, entre las
ramificaciones optativas de curso en que me encontraba, dedicarme a lo que
se llamaba "Crisis Intervention". Por "acaso", el postgrado en el Centro de
Psiquiatría Comunitaria en el que habia sido aceptada, consistía en un
proyecto nuevísimo, que en aquel momento sólo existía en tres lugares de
Estados Unidos[1]. Como un sueño cuya protagonista fuese mi vecina, no yo,
opte por la psicoterapia de las situaciones de crisis. A mí, por "acaso"
también, el tema me parecía interesante. Además, me seducía con la
tentación de disparar la artillería pesada del psicoanálisis argentino con
el que me había formado, sobre el suelo fertil de la practicidad y el
empirismo americano. Y cómo me fué necesario hacerlo. Recibía mucha
información sobre la "ïntervention", pero poco y nada sobre lo que
constituía, en definitiva, un proceso de crisis en la vida de un ser
humano. Las mejores definiciones de la época no iban demasiado más allá de
una alteración más o menos prolongada, o sino, un estado de desequilibrio
dentro de un equilibrio previo. Me proporcionaban la misma especificidad
que la receta para pollo al horno que venía en el libro de cocina que mi
madre mandó para su hija recién casada: "Tómese un pollo de tamaño medio.
Condimentese a gusto. Pongase en horno de temperatura moderada, hasta que
esté listo."

Qué alteración, cual desequilibrio? Qué es un tamaño medio, cómo se
condimenta un pollo? Aún las definiciones un poco más elaboradas no
instrumentaban para hacer ninguna lectura diferencial: una crisis podía ser
tanto una pelea conyugal, un brote psicótico, un duelo agudo o el malhumor
resultante de haber dejado caer la taza de café en el desayuno.

Sentada un día en Monterrey, un poco más al sur que mi San Francisco
hospedero, transité de repente el tunel de Alicia: era julio, un cálido
verano, y una bonita mañana en que el sol calentaba mis espaldas mientras
yo miraba el mar. Mar al cual, ni pensar en entrar, el Pacífico de western
estaba helado. Finalmente sorprendida por lo obvio, constaté que durante
toda mi vida hasta ese día, julio había sido sinónimo de invierno y frio;
que cuando, finalmente, llegaba la temporada de ir a la playa (ciertamente
una temporada y no el año entero) ya era enero y me aguardaba un Atlántico
acogedor que hacía de la playa el lugar de estar mucho en el mar. Y que,
sin ninguna duda, a la hora en el que el sol está en ese punto del cielo ya
es de tarde. Todo esto dejando de lado detalles que, por bien explicitos ya
ni entraban en consideración, como pagar el helado en dolar o medir la
playa en pies y pulgadas.

Sin embargo, no fue en ese día que confeccioné mi propia receta del
pollo, como lo haría después. Ese día, simplemente caí en el espejo y salí
del otro lado, donde ningún Sombrerero ni Reina de Corazones podría ser más
insólito que todo esto. Años después llamé a este lugar en el que sin duda
me encontraba, "Tierra de Nadie", tierra ésta que, cuando la habitamos, no
nos propicia estar en nuestra mejor forma para hacer cualquier receta.
Apenas sobrevivimos. Porque lo que tenemos en común con quién eramos
nosotros mismos en el ayer anterior al evento que nos depositó ahí, es
meramente la anatomía. Lo que sí tenemos todo el tiempo es la alteración
radical, el sol del lado opuesto, la temperatura que no encaja con una piel
que no está destinada a esperarla. A rigor, poca cosa encaja con su nombre
o es previsible en la tierra de nadie, inefable jardín del las
prohibiciones donde fuimos a parar por mero accidente. Y éste es el drama
(isn't it, Wittgenstein?)

Años después, cuando bauticé este territorio, aparecieron algunos
ingredientes de la receta. Llegando al Brasil, trabajé el tema de la
crisis. Dirigía en ese momento un Centro Asistencial específico para
situaciones de crisis en la Pontificia Universidad Católca de Rio de
Janeiro, y la cantidad de situaciones que demandaban nuestro atendimiento
fue determinante para poder formular ideas y operacionalizarlas. Si,
porque, qué hacer con esa señora con sus cuatro hijitos que perdió el
marido de la noche al día , creyendose rica y viviendo como tal, sólo para
despertarse una buena mañana y encontrarse no apenas viuda, como sin ningún
recurso económico, altas deudas y sin saber hacer nada para ganarse la
vida? O con los dos hermanos, de siete y nueve años, cuyos padres habían
sido presos por la represión (corrian los años 70), también de la noche al
día, y no se sabía si estaban vivos o no, si serían libertados o no? O,
todavía, con el muchacho que estaba por casarse y un desastre lo cegó,
impidiendole de retornar a cualquier modalidad de su vida anterior?

Desarrollé este tema, teórica y clínicamente por varios años, como
foco de interés. En esa época, era profesora de postgrado en la Universidad
y los alumnos y yo, apasionados por el asunto, avanzamos bastante en su
comprensión. Después, poco a poco, otros intereses se volvieron más
protagónicos y dejé de lado - así me pareció - las ideas sobre las crisis y
sus viscicitudes.

III

El nuevo asunto era la migración y, de la misma manera como habia
sucedido con el fenómeno de la crisis, me encontré con una cuestión
relativamene inexplorada por la psicología, con escasa o nula literatura
especializada, un campo teórico poco menos que virgen dentro del pesamiento
psi del momento.

Yo misma migré, nuevamente. Una vez más por opción, salí del Brasil
para pasar un año en la Ciudad de México, en la cual, una década atrás,
habia un alto número de exilados latinoamericanos. Ciertamente, muchos
argentinos sin la menor perspectiva, en esa época, de retorno al país. A
mí, como migrada-no-exilada, me interrogaban avidamente sobre los menores
detalles de nuestra tierra. (Eso motivó, más tarde, una serie de
reflexiones sobre el migrar y el ser exilado, la relación y la diferencia
abismal entre ambos)

Paulatinamente, fué haciendose más y más claro que, en otra vuelta de
espiral, estaba, sin duda, retornando a un viejo punto de partida: huevo de
Colón, como podemos ir percibiendo, el viejo y olvidado tema de la crisis y
la reciente novedad de la migración eran un único asunto. Asunto éste que
obedece a las mismas leyes en ambos casos, se produce como un mismo proceso
y lleva al mismo desenlace: provoca en el sujeto que lo atraviesa, una
mutación.

Entiendo el territorio psíquico como ese lugar corpóreo que la
semiotización inaugura para cada individuo, para fundarlo como sujeto y
concomitantemente como ciudadano de alguna latitud. Pienso a este individuo
como teniendo simultaneamente una dimensión universal por la cual forma
parte de la raza humana de todos los tiempos; una dimensión única que le es
tan exclusiva como su bagaje genético y sus impresiones digitales, y una
dimensión particular por la cual se vuelve el sujeto de su historia en un
momento y lugar determinados. Como dice Humberto Maturana: "Los humanos
existimos en nuestro operar en el lenguaje, y conservamos nuestra
adaptación en el dominio de significados que esto crea." En este sentido,
el evento que desplaza al sujeto de su territorio psíquico puede ser
considerado una migración. Una migración que sin alterar su inmersión
universal ni su característica única, afecta centralmente al particular que
la historia del sujeto construyó.

Así pues, toda crisis consiste en el estado de desenraizamiento
proveniente de la desterritorialización. Este estado será la manera que el
sujeto tiene de sobrevivir al período de tránsito entre un territorio
psíquico ya imposible y otro aún inviable de ser habitados. El individuo se
mantiene instalado sobre su dimensión universal y su dimensión única,
mientras el particular no pueda manifestarse. Su nombre es Ninguno,
habitante de la Tierra de Nadie, residente fuera del tiempo y del espacio
concensual. Estación en la cual la existencia del sujeto ya no es más
unívoca con el lugar en que lo era, y todavía no coincide con el lugar en
el cual está.

Esta migración es determinada siempre por el Acontecimiento, el
Accidente. Evento exterior al sujeto que asume su potencial disruptor por
ser no sólo imprevisto, como fundamentalmente imprevisible, aleatorio,
irreversible. Simultaneamente, tiene como característica esencial ser de
tal magnitud que desplaza al sujeto de todos aquellos atributos que lo
configurabam como este particular, sin afectar su universalidad y unicidad.

Este movimiento del Accidente instala el primero de tres mandatos
existenciales negativos, que funcionan como axiomas de esta configuración.
Este primer mandato reza asi:

No puedes (continuar a) ser quien eres.

Y así es vivido por quien se vé subitamente destituído de todas sus
referencias, en un vuelco inesperado de los acontecimientos. La puerta
hacia atrás está definitivamente cerrada. No apenas como habitualmente lo
está, cuando el flujo de la vida nos va empujando sin retorno; lo que está
cerrado, en este caso, es la posibilidad de poner en juego el capital que
conseguimos acumular en los años de semiotización previos al
desplazamiento, y del cual no podemos disponer, simplemente porque su
moneda poco paga en este nuevo lugar.

Por otra parte, frente al Accidente que lo destituyó de si mismo, el
sujeto no tiene condiciones actuales de funcionar de ninguna otra manera
que la conocida y por lo tanto, inadecuada. Visiblemente nos referimos a un
proceso en el cual el factor tiempo es absolutamente protagónico de, por lo
menos, tres formas: 1) la instantaneidad de la instalación del evento; 2)
su irreversibilidad y 3) la distancia que separa temporalmente al
individuo de áquel en el cual se irá convirtiendo.

La segunda premisa determina:

No puedes (todavía) ser otra persona

La puerta hacia adelante aún no se ha abierto. El individuo es
Ninguno y todavía no tiene como ser otro. Aquí, la tercera premisa sella
definitivamente el cuadro:

No puedes (salvo muerto o delirante) dejar de ser.

Si simplemente pudiera levantarse y abandonar toda esta
configuración, no existiría la crisis. Sólo que ese abandonar sería posible
sólo através de la muerte física, o entonces, através del delirio que
cortocircuitase esta construcción. Ciertamente, si el individuo no puede
dar un paso adelante ni un paso atrás, le resta como alternativa dar un
paso al costado, lugar por excelencia de la Tierra de Nadie.

Es Ninguno quien sobrevive y no enloquece. Habita una tierra
contingente que aloja al universal y al único remanente, después del
impacto que retiró al particular de su lugar constituído. En esta tierra,
ontologicamente siendo quien es, no Es. Temporalmente anclado en el
presente, tiene como pasado su propio ser que perdió vigencia y como futuro
aquel ser que todavía no entró en vigor. Antropologicamente, la Tierra de
Nadie es un umbral en el cual la persona reside en estado liminar, sin
demarcación ritual colectiva que declare el entierro del antiguo y la
iniciación del actual, como acontece tradicionalmente en los ritos de
pasaje. Este individuo, en vez de esto, deambula socialmente anónimo,
desprovisto de las atribuciones que le darían pertenencia a diversos
círculos. Anónimo y consecuentemente anómico, su organismo sufre una
alteración sistémica. Cuerpo físico que es, atraviesa una modificación
radical de la significación que sus órganos tenían anteriormente.
Psiquicamente, el sujeto sintetiza en su conciencia el desarraigo. Dejó
atrás de sí todo alquello que consiguió recubrir de los afectos más
variados. Zambullido en la ambiguedad, mantiene vivas sus demandas sin
acceso a la organización que le permita encaminarlas como deseos. Si fué
despojado de sus objetos libidinizados, incluyendose a si mismo en este
despojo, cómo satisfacer sus necesidades fundamentales? Hasta que haya
reaprendido, residirá en el ámbito de la paradoja, insoñable barriga de si
mismo. Asistirá, lúcido y despierto, a su propia y honda regresión.
Privilegiado espacio, ciertamente, de la creación posible, de la aliviante
salida de la ciega repetición. Pero no todavía, no ahora, cuando la tarea
es sobrevivir. Y, al mismo tiempo, imprescindiblemente ya, puesto que sin
creación constante la sobrevivencia en sí sería imposible.

Como bien dice el brasileño: "Lo que no mata, engorda". Si la caída
en la Tierra de Nadie fué por accidente, el desenlace será creado,
inventado. No hay salidas colectivas, ni ritualizadas, ni guiones para los
casos imprevisibles. Que hacer en ausencia del argumento original de la
Tribu? Mutar. That's the name of the game.
Y mutar, gente, es poesía pura.

IV

Patada en el meollo del sentido, esto es lo que el Accidente produce.
El dolor psíquico que se genera por la falta de sentido, por la perdida de
esa ilusión primordial en la cual todos nadamos, es innenarable. En el caso
de las crisis, el dolor tiene, temporariamente, una connotación muy
especial. Se trata de una específica confusión entre no estar y no ser.
Como el que está en la Tierra de Nadie no habita ninguna congruencia, se
siente no siendo.

La reconstrucción que emanará de esta situación es de hecho, un acto
poético. Con su lengiuaje original invalidado, el migrante tendrá que
escribir la poesía que asuma la ruptura, que la sintetice, la recree. Desde
su marginalidad, precisará escapar constantemente a la amenaza de
permanecer girando en la orbita periférica del desviante. Desde su
marginalidad también, podrá ter acceso a la visión de algunas orillas y a
un grado de opción mayor para su segunda fundación.

Caer en la Tierra de Nadie es descubrir lo implictamente velado a
nuestro conocimiento por nuestras propias circunstancias de vida. Solemos
tomar como verdades primarias, como "realidades existenciales", aquello
que, en la estadía en la Tiera de Nadie, reconocemos como siendo reglas de
juego, de interaccion. Atributos de un lugar y de una época en que vinimos
al mundo y crescemos, y mas próximo aún, de nuestro círculo familiar. Todo
lo que hace sentido. Estamos, apenas, impedidos habitualmente de recordar
que hacer sentido es un hacer, un confeccionar lo que no viene dado. Como
dice el poeta "Caminante son tus huellas / el camino, nada más /
caminante, no hay camino / se hace camino al andar / y al volver la vista
atrás / se va la senda que nunca / se ha de volver a pisar / caminante, no
hay camino / sino estelas en la mar..."

La salida de la Tierra de Nadie está marcada, no por un ritual ni por
la instalación de otro guión preestablecido, y si por una especie de
lucidez "perspectivista", con la cual va cicatrizando la impreganación, el
sufrimiento de la retirada del territorio original.

Ciertamente, hay nuevos aprendizajes en esta salida, para esta
salida. Sin embargo, fundamentalmente, hay una nueva manera de aprender,
edificada ahora sobre la propia consciencia de la construcción de todo.
Ciertamente también, la persona hará nuevos vínculos significativos, donde
quizá lo más significativo sea la propia redefinición de lo que es un
vínculo.
Tendrá capacidad entonces de percibir lo que solamente habia sido
padecido, y será éste el momento de superar un obstáculo diferente: el de
ser definitivamente distinto de los nativos locales del grupo en que se
encuentre incluído. No por ser un sujeto que viene de "afuera", sino por
haber descubierto una noción perspectivista de la existencia y del
significado de los territorios en la vida cotidiana. Esa comprensión le
dará, como referencia y pertenencia, aquel grupo de mutados que,
"migrados"originalmente de procedencias diferentes de la suya, comparten
ahora el propio proceso de trassnformación como una tierra más., dado que
ya o se espera ninguna como siendo la prometida. La tierra ahora, cada una,
es la prometida por ser ésta, en la que está, ya no más encajado en un aquí
o un allá, sino entre , en las márgenes, en los seres que el hombre fué
siendo y los que creó en el camino.
En mi deambular personal, ésto me llevó a decir:

pisar sin suelo el riesgo
paso que pisa precipicios

girar para el ahora
ésta, mi cabeza
abandonar de repente
la estatua de sal

corriendo atrás de la fuga
capturo nada

dónde estarás, pequeña paz
secreto cuerpo del Hombre

sostengo el tamaño
peso de mi peso en cada mano
de la punta de los dedos
a la punta de los dedos
toda yo
ninguna yo
tantos intervalos.

V

Hemos estado sobrevolando, inevitablemente, por cuestiones harto
complejas, muchas de las cuales podemos aquí meramenta enumerar. No
quisiera encerrar, sin embargo, sin por lo menos hacer mención de dos más.

La primera es epistemológica. Años atrás, escribí a respecto de la
carencia de paradigma que posibilitase la teorización de los procesos de
cambio ocasionados por el Accidente - cuando éste fuerza al sujeto a la
pérdida de un continente semiótico : "La carencia de paradigma zambulle a
los terapeutas en la inevitable limitación de tener que encarar sujetos
psiquicamente migrantes con hipótesis, en el mejor de los casos,
parcialmente adecuadas: en la clínica, se atiende a estas personas como si
fuera, exclusiva o predominantemente, la elaboración de un duelo, o una
regresión severa, o la ruptura de un vínculo simbiótico. Como si se tratase
de esta persona en particular que presenta un estado de confusión, o esa
peculiar configuración narcisista. En fin, no se posee todavía el
instrumento que permita reunir todos estos aspectos - y otros - en un único
diseño. Toda enfasis en la iatrogenia que se produce por esta limitación,
que conduce a severos equívocos - aún cuando sean involuntarios - me parece
poca. Repetidas veces comprobé que el síndrome se alivia casi
inmediatamente cuando debidamemte reconocido y bautizado, tanto cuanto se
arrastra y agrava cuado no es localizado como tal. Creo que las migraciones
psíquicas constituyen el punto de intersección de una pluralidad de rectas
consistentes en diversas disciplinas del hombre, todas ellas
imprescindibles para dar al fenómeno su verdadera dimensión. No se trata
más de enriquecernos con reflexiones interdisciplinarias, y si, de usar
articuladamente un instrumental que nos permita una lectura
transdiciplinaria. Del mismo modo como acontece con los individuos que
pasan por este proceso, se impone para la teorización una migración que nos
aleje de la inmobilidad de las viejas identidades teóricas enclaustradas,
para generar nuevas lecturas, vislumbrar varias margenes conceptuales y
enfrentar la dificultad de tener que recrear la palabra que denomine.
Esta migración teórica es justamente la que debe ser emprendida
contemporaneamente. Las propuestas actuales de varios campos del saber nos
conducen, como el propio Accidente, a desplazarnos, a veces violentamente,
de nuestro antiguo lugar. Del campo de la lógica, de la física, de las
matemáticas, de la biología, del propio psicoanálisis, nos vemos felizmente
bombardeados con proposiciones que alteran radicalmente nuestra concepción
del tiempo, que reescriben la relación entre el orden y el desorden. Nos
hablan de la construcción y desconstrucción del espacio. De la ruptura de
la simetría, de la emergencia de la fluctuación, del comportamiento de los
sistemas alejados del equilibrio, de la autoorganización, de la
eventualidad de una lógica ternaria. Echan por tierra, definitivamente,
cualquier antigua pretensión a la objetividad de la ciencia, mediante
precisos cuestionamientos sobre la relación entre el observador y lo
observado. Y más aún, llegan a declararnos que "la objetividad es la
ilusión de un mundo sin observador" En fin, el estudio de la subjetividad
contemporánea recibió subsidios definitivamente imposibles de ser
ignorados, los cuales dibujan ciertas promesas de emergencia de un
pensamiento, mientras abofetean a no pocos con la destrucción de sus
castillos obsoletos. Sobretodo, golpean más duro a quien nunca migró
teoricamente, a quien se estableció considerando su propio saber enraizado
en el ombligo del mundo.

Por lo tanto, ya no nos corresponde lamentar la falta de un paradigma
actual, que está on the making, para poder reconocer los efectos de la
descontinuidad y aproximarnos de lecturas cada vez más abarcadoras. Talvez,
nuestra tarea ahora tenga más relación con la necesidad de desvincular
visiones del mundo que pertenecen originariamente a varios paradigmas
diferentes, de épocas diferentes, y que habitualmente son lanzadas en un
mismo discurso sin discriminación, provocando un grado considerable de caos
e incoherencia, ciertamente indeseables. Sin ir más lejos, en el propio
psicoanalisis, podemos pensar simplemente en lo que significa el uso
corriente de una terminología que ha atravesado todo el siglo XX - ya que
practicamente es un pensamiento que viene cumpliendo sus cien años - y
donde todavía es absolutamente común que usemos, sin mayores revisiones,
términos traducidos del alemán de la Viena de fin de siglo pasado,
desconociendo olimpicamente las alteraciones de la subjetividad en todos
estos años, en todas las latitudes del planeta. Eso, sin contar con los
aportes del psicoanális del mundo entero, que se fueron "agregando" a lo
largo del siglo, sumándose como un acordeón los unos a los otros. A rigor,
poco se ha hecho, en ese sentido, para una epistemologia del pensamiento
que trata, ni más ni menos que del psiquismo.

La segunda y última cuestión, ciertamente relacionada con esto, se
refiere al cambio paradigmático desde ún ángulo social y clínico.

Cuando comencé a trabajar en los casos de crisis, veinte años atrás,
un de los puntos centrales de la cuestión era su característica de caso
único. Por serlo, pasaba desapercibido, y si detectado, se precisaba de una
rotunda justificativa teórica para abordarlo.Pues bien, en la actualidad,
se impone a cada día con más claridad la idea de que no son apenas los
paradigmas del conocimiento los que atraviesan períodos de intensas
transformaciones, sino la totalidad de los aspectos de la vida humana, asi
como el propio planeta, Tierra de Todos. Si, anteriormente, podíamos y
debíamos considerar que el Evento era único e imprevisible en la vida de un
sujeto, ahora su actuación llega al universal. Para el ser humano, la
velocidad de las alteraciones planetarias, aliada a la imprevisibilidad de
las mismas en todos los niveles, se ha constituído en el propio Accidente.

La importancia de este hecho me parece inmensa. El tiempo hizo una
peculiar fusión con lo imponderable y ambos se han vuelto protagonistas
para una humanidad que, presente en este inicio de milenio, independiente
de edad, sexo, raza, etc., se ha visto lanzada hacia la perplejidad. Una
humanidad que presenció y continúa a presenciar alteraciones no pensadas y
hasta impensables en un lapso de tiempo que las hace inasimilables. Si
antiguamente considerabamos que el particular de un individuo era obligado
a mutar, actualmente, con cresciente evidencia, extendemos esa obligación
al universal. Estamos, por lo tanto, universalmente zambullidos en la
ambiguedad, la incertidumbre. Cuando anteriormente el sujeto ingresaba en
la Tierra de Nadie, podíamos entender claramente que una de las razones
fundamentales de su desconcierto era la imposibilidad de construir esa
fantasía de futuro que es patrimonio de quien está anclado en su territorio
psídquico. La fantasía de quien se da el lujo de decir "las cosas siendo
como son, la semana que viene, el mes que viene, el año que viene, haré,
seré ..." quien consigue creer en la realización posible de esta idea y se
orienta para hacer con que tenga existencia. En la ambiguiedad y la
incertidumbre, sin embargo, las cosas siendo como son hacen parecer todos
los futuros y ningún futuro como igualmente posibles, dificultando la
acción y haciendo prevalecer la inercia. Si ya no poseemos la condición
necesaria para construir esas fantasías específicas, nuestra tarea ahora
parece ser el aprender a convivir en una Tierra de Nadie que se globalizó.
Es decir, no podemos más relegar solamente al terreno de la epistemología
contemporánea la idea de que el sentido es construído. Esta idea ahora es
practicamente una imposición para todos. Evidentemente, los cambios
planetarios afectan de maneras diferentes a los que aquí estamos, de
acuerdo a muchos factores. Los intentos del imaginario colectivo para
elaborar esta situación ya están visiblemente en acción, de formas también
variadas.

El hecho es que, mientras antes, tanto como ciudadanos cuanto como
terapeutas, nos encontrabamos vis-a-vis con alguien que había perdido su
territorio psíquico, nosotros nos considerabamos en condiciones de
representar para ese sujeto específico un punto de referencia estable.
Quien estaba encajado en su contexto y no se veía obligado a mutar, se
constituía en un mojón del camino para los mutantes. Quienes somos hoy, los
terapeutas y los pacientes? Podremos continuar los terapeutas a
considerarnos - ya que hace mucho no nos creemos los dueños del saber -
como una "referencia estable", como talvez lo pensasemos no hace demasiado,
quiza todavía unos diez años atrás? Cuales son las transformaciones
imprescindibles de una clínica contemporánea, que ciertamente ya deben
estar en curso y nosotros sin saber? No será que ya están actuando, sueltas
por ahí dentro de nuestros consultorios, y, como todos los temas en su
inicio, invisibles a nuestras palabras y por lo tanto sin poder
existir...pero existiendo?

Hoy en día, fuimos todos alcanzados por la descontinuidad. Con todos
sus riesgos, sus peligros, sus oportunidades. Cabe a nosotros, pues,
comprendernos caídos en esa brecha, ni acá ni allá. Brecha por la cual se
puede entrever, se pone finalmente en evidencia la construcción de las
construcciones. Donde es hasta posible que lo maravilloso cante, que el
deseo pueda aparecer, y donde ahora es practicamente obligatorio que seamos
cómplices del rayo.

Carmen Felicitas Lent.


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[1] Centros creados por Gerald Caplan
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