La muralla ciclópea de la ciudad romana de Ocuri (Salto de la Mora, Ubrique): Orígenes, fases constructivas y propuestas de interpretación

June 7, 2017 | Autor: L. Guerrero Misa | Categoría: Archaeology of the Iberian Peninsula, Sierra de Cádiz, Roman Archaeology
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Descripción

La muralla ciclópea de la ciudad romana de Ocuri (Salto de la Mora, Ubrique): Orígenes, fases constructivas y propuestas de interpretación Luis Javier Guerrero Misa Arqueólogo Director de las intervenciones arqueológicas en Ocuri entre 1997 y 2003 Resumen

Abstract

La realización de varias campañas de excavaciones arqueológicas de urgencia en la impresionante Muralla Ciclópea de la ciudad íbero-romana de Ocuri (Ubrique, Cádiz), no sólo ha conseguido la estabilización de dicha estructura, sino que nos ha ofrecido datos arqueológicos muy significativos para vislumbrar y conocer mejor los orígenes y el desarrollo histórico de la propia ciudad.

The accomplishment of several campaigns of archaeological excavations in the impressive Cyclopean Wall of the city Iberian - Roman of Ocuri (Ubrique, Cádiz), not only it has obtained the stabilization of the above mentioned structure, but has offered us archaeological very significant information to glimpse and to know better the origins and the historical development of the own city.

Palabras clave:

Keywords

Oppidum, Ciudad íbero-romana, Muralla Ciclópea, Edad del Hierro, Fenicios, Cartagineses, Entrada Monumental

Oppidum, Iberian-roman City, Cyclopean Wall, Iron Age, Phoenicians, Carthaginians, Monumental Entry.

ntre los años 1997 y 2003 realizamos una prolongada serie de intervenciones arqueológicas, de muy diverso tipo, en la ciudad prerromana y romana de Ocuri, situada en el Salto de la Mora o Sierra de Benalfí (que era su nombre original según los textos del siglo XVIII y XIX), cerro calizo que domina por el Norte a la ciudad actual de Ubrique (Cádiz). Estas intervenciones no sólo permitieron la puesta en valor del yacimiento, enmarcado en la «Ruta Arqueológica de los

Pueblos Blancos»(1), sino que nos han ofrecido una importante serie de datos arqueológicos que nos han ayudado a comprender mejor la dinámica arqueológica, histórica e incluso alguna luz sobre los orígenes de esta olvidada ciudad serrana y que ya hemos publicado en parte, siendo nuestra intención seguir publicando, paulatinamente, todos los estudios que vayamos realizando (Fig. 1).

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Figura 1. SILUETA DEL CERRO DEL SALTO DE LA MORA (UBRIQUE) DESDE BENAOCAZ.

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Hay que tener en cuenta que, a pesar de su importancia de esta ciudad romana en la historia de la Arqueología Española, no en vano fue una de las primeras en ser excavadas a finales del siglo XVIII(2), Ocuri apenas había sido estudiada, con metodología científica, hasta el momento, por lo que creemos que nuestras aportaciones han comenzado a poner las bases de una correcta interpretación arqueológica e histórica del yacimiento(3). Podemos decir ahora que la intervención en la Muralla Ciclópea ha permitido no sólo su salvamento, documentación e interpretación de su proceso constructivo y de degradación, sino que nos ha permitido descubrir una serie de estructuras prerromanas que, a su vez, nos han posibilitado vislumbrar algo sobre los orígenes de la ciudad. La presencia de estas estructuras de habitación bajo la propia muralla, que además han aportado un interesante material arqueológico, demuestra que la ciudad tuvo su origen en momentos adscribibles a finales de la Iª Edad del Hierro, hacia mediados o finales del siglo VI a.C. aproximadamente y puede que, si siguiéramos excavando, pudiéramos documentar su origen, por ahora sólo supuesto, en el Bronce Final. La Muralla Ciclópea de la ciudad de Ocuri se ha convertido así, tras casi tres años de intervenciones arqueológicas y otros varios más de análisis de sus materiales, en una de las estructuras arqueológicas mejor estudiadas del yacimiento, habiendo aportado una enorme cantidad de datos que han ayudado, de forma contundente, a cambiar radicalmente lo que hasta ahora sabíamos de esta ciudad. El origen de la intervención fue, sin embargo, el peligro de desplome y derrumbe que corría la muralla, debido fundamentalmente a la proliferación de vegetación intrusiva y, sobre todo, a la enorme presión ejercida por los escombros, derrubios y tierras de aporte de un gran cono de

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deyección, en la base del cual, a modo de presa de tierra, se encuentra situada la muralla y la entrada principal de la misma, taponada desde hacía siglos. La sobrecarga de los depósitos de ladera que se le habían ido acumulando en su zona trasera, podría haber terminado por destruir a la propia muralla, de ahí la necesidad que tuvimos de aliviar esta presión y destaponar la antigua entrada, cegada posiblemente por los ganaderos que durante varios siglos usaron las estructuras romanas como rediles y apriscos. Precisamente, el último de los agentes erosivos de la muralla es el ganado, vacuno y ovino, que sigue pastando en la zona alta de la ciudad y en su deambular hacia el pasto atraviesa la muralla, moviendo y deslizando las piedras. Tras recibirse el oportuno permiso de la Dirección General de Bienes Culturales, la intervención se inició el 23 de Enero de 2001 y concluyó, en su Primera Fase, el 30 de Junio del mismo año. Todos los trabajos se enmarcaron en el programa «Arqueosierra II», financiada por el Ministerio de Trabajo a través del INEM, la Consejería de Gobernación de la Junta de Andalucía y la Diputación de Cádiz. La segunda fase de la intervención arqueológica de urgencia y consolidación de la Muralla Ciclópea, se efectuó entre el 16 de diciembre de 2002 y el 15 de Septiembre de 2003. Esta última fase fue financiada en el marco del proyecto denominado «Arqueosierra III» (2002-2003), promovido y gestionado por la Mancomunidad de Municipios «Sierra de Cádiz» con los fondos de los organismos antes citados y siempre con el apoyo expreso del Ayuntamiento de Ubrique, propietario del yacimiento. Por último, en esta introducción, no queremos dejar de mencionar que hemos puesto de manifiesto también la importancia que para la historiografía de la Arqueología Andaluza tiene Ocuri, al ser una de

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Figura 2. LA MURALLA TRAS SU PRIMERA LIMPIEZA EN 1999.

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las primeras ciudades romanas descubierta en España en la que se utilizó una rudimentaria «metodología arqueológica», a finales del siglo XVIII. Esto convierte, a nuestro juicio, a su descubridor, el ubriqueño D. Juan Vicente Vegazo, en uno de los precursores y pioneros de la arqueología de Andalucía en plena época de la Ilustración (vide nota 2). Descripción de la Muralla Ciclópea Sin lugar a dudas, la Muralla Ciclópea de la ciudad de Ocuri es también una de las estructuras arqueológicas más representativas del yacimiento. Se trata de una estructura compuesta, en su estado actual, por una serie de grandes bloques calizos, más o menos irregulares, colocados «a hueso» y en los que se aprecian rectificaciones posteriores realizadas con piedra arenisca (canteadas y escuadradas) cogidas con mortero y enlucidas posteriormente. No obstante, ha sido no sólo objeto de un continuado expolio de materiales calizos, sino que ha sufrido con gran intensidad una serie procesos erosivos que la han degradado enormemente. Intuimos que todo el perímetro del Salto de la Mora debió de estar amurallado o, al menos, defendido por estructuras más o menos permanentes. No obstante, la propia orografía del escarpado cerro hace innecesaria la construcción de defensas permanentes en algunas zonas o sectores. No ocurre lo mismo en las zonas norte y sur del perímetro del cerro, donde sí se realizaron construcciones defensivas importantes por ser las zonas más vulnerables y ser, además, las zonas de mejor acceso al cerro y en donde debieron estar situadas las puertas a la misma. En el sector sur son pocos los vestigios que quedan, apenas unos muros inconexos en la zona que lleva al Pago del Rano y Valle de Santa Lucía, por donde discurre la calzada principal, la denominada popularmente como la «Tro-

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cha», que une Ubrique con Benaocaz y con la Manga de Villaluenga, auténtico paso natural entre las dos zonas más escarpadas de la sierra y su comunicación directa con la serranía de Ronda. Por el sector Norte, empero, se conserva este gran lienzo de muralla y una puerta de entrada (taponada a nuestra llegada) que, además, daba servicio a las zonas de necrópolis (al menos dos claramente detectadas) y a otra vía de comunicación, quizás de menor entidad, con la zona del valle de Tavizna, donde se localizan numerosos asentamientos ibéricos y romanos(4). La longitud total de los dos sectores en los que hemos dividido la muralla Norte, más el vano de acceso, es de 26,5 metros (Fig. 2). Tras su primera limpieza en 1999, estimamos que la muralla debió tener, en su fase final, una anchura media de unos 2,10 metros (entre los 2,08 del sector noroeste y los 2,14 del norte) con bloques de gran tamaño por su cara exterior (algunos de hasta 1,80 por 0,90 mts, aunque la media suele estar en torno a 1 por 0,50 mts), ajustados entre sí «a hueso» y colocados de forma anárquica aunque sólida en aspecto. En ocasiones, los intersticios se cierran con calizas igualmente irregulares pero de menor tamaño. Los restos murarios se encontraban muy afectados por el crecimiento desproporcionado de varios lentiscos centenarios que han abierto grandes fisuras entre las piedras y ha ocasionado más de un derrumbe y desplazamientos, así como por otra vegetación intrusiva de menor entidad pero igualmente destructiva. La zona más noroeste se encuentra afectada por un gran desprendimiento de todo el paramento frontal de la mismas, que debió ser ciclópeo, y sólo se conserva la hilada interior, por lo que, en planta, da la impresión de ser curva, algo que sólo es un efecto óptico debido a esta pérdida. En esta zona, no obstante, la altura máxima conservada sin haberse realizado aún su excavación com47

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pleta, es de 3,10 mts. Si tenemos en cuenta que, por su interior, detectamos en la 2ª Fase un pavimento de una habitación a unos 30 cms del reborde conservado, podemos estimar que la muralla debió tener al menos 5 metros de altura. En el lado norte la altura máxima conservada es de 3,67 mts y la longitud total del sector es de 14,52 metros. Su fábrica se encuentra muy alterada en una zona concreta de su base por la inclusión de una serie de sillares escuadrados de arenisca, distintos tanto en material y en tipología a las otras piedras calizas, ya que están moldurados y almohadillados y pertenecen a una rectificación o remodelación posterior en la base de la muralla en la que se reutilizaron estos sillares y de la que hablaremos más abajo. Asimismo, al iniciarse las tareas de limpieza del vano de acceso y las zonas adyacentes al mismo durante 1999 y 2000, aparecieron dos pequeñas jambas frontales a la puerta que avanzan hacia el exterior a modo de contrafuertes (con lo que si se suman su anchura y la anchura de la muralla nos da un ancho de entrada de 3 metros). El vano de acceso en sí mide 1,70 metros de longitud. Los contrafuertes están construidos de forma radicalmente distinta al resto de la muralla, se trata de sendos cubos perfectamente escuadrados (de 90 por 95 y de 90 por 104 cms) realizados mediante mampostería de pequeños sillares rectangulares unidos con argamasa que se apoyan directamente sobre la roca natural del terreno, adaptándose a sus irregularidades de base. Exteriormente, estos sillares estuvieron enlucidos con argamasa blanquecina y debieron formar una puerta adelantada y adintelada a la muralla a la que daría prestancia y posibilitaría la instalación de una sólida puerta. De hecho, no sólo se conservan dos sillares con un orificio circular para introducir el gozne de la puerta, sino que, además, en los trabajos de limpieza se han extraído elementos de cor48

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nisa y de dintel que presentan líneas molduradas. Las referencias conocidas de antiguo hablan de restos de columnas y otros elementos decorativos recogidos en el lugar, por lo que la muralla debió tener una entrada monumental en época romana al menos (Fig. 3). Primera fase de la intervención (2001) Lo más urgente fue, durante la primera fase de la intervención arqueológica, iniciar el proceso de alivio de la presión a la que estaba sometida la estructura, por lo que planteamos dos cuadros en ambos extremos internos de la Muralla, uno en el lado Noroeste y otro en lado Norte. El primero de ellos medía 7 por 5 metros y se excavó por capas artificiales de 20 centímetros. Así llegamos a una profundidad de 80 centímetros, excepto en una pequeña zona que no fue posible por la existencia de un gran lentisco centenario, comprobándose que toda la tierra retirada pertenecía a un mismo nivel de relleno, posiblemente colmatado de golpe. Es de destacar la gran cantidad de escoria de hierro que apareció, llegándose a recuperar hasta 6.2 kg en un lugar donde ya Vegazo hizo mención a la posibilidad de que hubiera habido una fundición(5). En cuanto a la cerámica, de muy pequeño tamaño en general, se contabilizaron más de 3000 fragmentos correspondientes en su mayoría a cerámica común romana, aunque también se hallaron algunos vidriados nazaríes, modernos y varios fragmentos de cerámica hechos a mano. Destacamos 136 fragmentos de sigillata, todos ellos muy rodados, minúsculos algunos, siendo la gran mayoría de sigillata sudgálica, aunque también hay algunos fragmentos de hispánica y de imitación. De las hispánicas hay cuatro fragmentos decorados con círculos concéntricos, hojas lanceoladas y guirnaldas de tipo muy frecuente. Las formas identificables son también muy habituales con tipos Drag 15/17,

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Figura 3. DESCUBRIMIENTO DE LAS PILASTRAS Y EL TAPONAMIENTO DE LA PUERTA.

Drag 17, Ritt 5 y Ritt 8. Entre la común cabe destacar una boca de ánfora del tipo Dressel 9. Se recogieron algunos objetos de metal entre los que se encuentran 5 monedas, dos de ellas de la ciudad de Carteia (San Roque, Cádiz). En el sector Norte, por el interior, se practicó un cuadro de 5 por 5 mts, con objeto de delimitar bien la muralla y aliviar la presión de los sedimentos de la ladera que se acumulaban sobre la ella. Paralelamente, limpiamos de hierbas y tierra vegetal la pared de roca que limita la muralla por el lateral este, apareciendo un muro de cierre y una especie de escalinata por la que se accedería a la parte superior del recinto de entrada, en dirección a la zona donde se encuentra la Vivienda y Cisterna nº 1. Para localizar la cara de la muralla por su lado interior continuamos con el rebaje, esta vez desde la zona de entrada hacia el este y tras retirar el nivel de relleno, de unos 80 centímetros de grosor, apareció otro nivel

con la tierra mucho más clara en el que se inscribían varias estructuras murarias de menor entidad y aparejo mixto. En principio, distinguimos tres restos de muros: uno, que atraviesa el corte de norte a sur y a la vez es el de mayor grosor; un segundo, paralelo al anterior con una anchura de 20 cms y una longitud de 2 mts y un tercero, de 23 cms de anchura, perpendicular a los anteriores, y que se encuentra embutido en el perfil este. A nivel estratigráfico, nos encontramos con tres niveles bien diferenciados. Un primer nivel de relleno, alterado, de unos 80 cms de grosor, con materiales fundamentalmente romanos, muy rodados, pero con inclusión de materiales más modernos. Destacamos alguna cerámica vidriada nazarí y cristiana, fragmentos de una posible espada de hierro, un disco de plomo, una fíbula, una moneda hispanoromana de Carteia, una bala de plomo de época napoleónica y hasta una moneda de 5 céntimos de Alfonso XII fechada en

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1877. A continuación, un segundo nivel, romano, de 1,10 mts de grosor, sin inclusiones posteriores y enmarcada por una tierra mucho más clara en asociación a los muros transversales posteriores a la muralla y, por último, un tercer nivel, que presenta una tierra más parda y contiene materiales protohistóricos (sobre todo fragmentos de cerámica a mano o a torno lento). De ellos hablaremos más adelante, pues en la segunda fase conseguimos documentar perfectamente su posición estratigráfica y adscribirlos a una estructura rectangular datable a finales de la 1ª Edad del Hierro. Entre las cerámicas del nivel romano existen una cuarentena de pequeños fragmentos de sigillata, igualmente muy rodados y desgastados, fundamentalmente

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sudgálicos, aunque hay también de imitación y alguno hispánico. Se identifican formas tipo Drag 35, Ritt 8, Drag 27, Drag 15/17 y media copita de imitación de sigillata del tipo Drag 27. Entre las cerámicas comunes de este segundo nivel, destacan varios fragmentos de lucernas de volutas, una de ellas presenta disco decorado con un busto radiado, y varios «pondus» (pesas de telar). Igualmente, hay que indicar que en esta zona de la muralla la presencia de escoria de hierro es mucho menor que en el sector noroeste interior, registrándose tan sólo unos 500 gramos. En cuanto a las monedas, además de una de Carteia con Neptuno al reverso, hay un bronce de Domiciano (81 al 96 d. C.), y otro de Antonino Pío (fechada por su reverso, con una cerda amamantando a cuatro crías bajo un roble, en el 144 d.C.; Fig. 4).

Figura 4. MONEDA DE ANTONINO PÍO HALLADA EN LA MURALLA

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FECHADA EN EL

144 D.C.

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En lo referente al destaponamiento de la entrada original de la Muralla, debemos decir que los resultados fueron espectaculares, al descubrirse un par de los escalones originales de acceso y parte de la calzada antigua. Por otro lado, tenemos las jambas donde, probablemente estuviera la puerta, todo ello flanqueado por los contrafuertes cuadrados que servirían de base para las columnas, ya excavados en 1999, y los restos de un dintel con cornisa moldurada, lo que daría un aspecto de gran monumentalidad a todo el conjunto de entrada. La anchura que presenta ésta es, además, bastante considerable, alcanzando los 3 metros con la suma de muros, jambas y contrafuertes. El vano de acceso en sí, mide 1,70 metros de anchura (Figura 5). Sabíamos por lo narrado por Fray Sebastián de Ubrique que, en este lugar, estaba la puerta de la Muralla Norte de Ocuri y aunque Fray Sebastián describe un arco con columnas, no creemos que él las viera

directamente en los años treinta del siglo XX, sino que más bien recreó lo que sí pudo ver Juan Vegazo en 1792(6), aunque sí atestigua la presencia de numerosos restos de fustes y basas, algunos de los cuales fueron recogidos en los años setenta del siglo pasado por Manuel Cabello y trasladados a la actual Plaza de Misión Rescate de Ubrique. En cuanto al material aparecido durante el proceso de excavación de este «tapón» artificial, se recogieron diversos fragmentos de sigillata, una veintena de ellas sudgálicas y otra decena de hispánicas (una de ellas con decoración floral). Como formas sólo se identifica un gran plato de pie alto tipo Drag 17 y un borde de una copita tipo Drag 24/25. Entre los metales abundan los clavos de hierro, tachuelas y dos monedas pertenecientes a emisiones hispano-romanas, una a la cercana ciudad de Iptuci (Cabezo de Hortales, Prado del Rey) y otra a la de Carteia de la misma

Figura 5. DESTAPONAMIENTO DE LA ENTRADA

Y APARICIÓN DE LOS ESCALONES.

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tipología que la encontrada en el sector Norte Interior de la Muralla. Otros materiales que se recogieron durante la eliminación del tapón de la entrada fueron un gran tachón en bronce, que pudo pertenecer a la misma puerta de entrada, y un fragmento de cerámica medieval decorado a la cuerda seca perteneciente a un recipiente de gran tamaño. En la zona exterior del sector Norte de la Muralla, al tener una gran pendiente y encontrarse muy degradada por el paso continuo del ganado, que había provocado un enorme desplazamiento de los grandes bloques calizos que forman la muralla, decidimos realizar una limpieza y saneamiento completos. Nuestro objetivo era descubrir la línea de muro y dejarlo preparado para una futura consolidación. No obstante, tras la limpieza inicial, nos surgieron dos graves inconvenientes, por un lado la elevada pendiente que hacía muy difícil el trabajo, sobre todo en días lluviosos, y por otro lado, el enorme peso de los grandes bloques calizos, que en ocasiones superaban los 500 kilos, por lo que se decidió dejar la ladera limpia y consolidada, pero a la espera de poder contar con medios mecánicos para retirar los grandes bloques desprendidos. En cambio, en el exterior del sector Noroeste, una zona mucho menos escarpada y que tiene una pequeña zona aplanada, que conforma un pequeño reborde a la propia muralla, decidimos realizar una limpieza y una nivelación del terreno para contar con una entrada alternativa para los visitantes mientras se destaponaba la entrada original. Al realizarse el rebaje de apenas unos 30 cms aparecieron dos inhumaciones en posición de decúbito prono y con los brazos extrañamente colocados por encima de la cabeza y en posición Este-Oeste. Tras la exhumación y documentación de estos restos, se descubrió que se hallaban depositados directamente sobre la pie-

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dra caliza natural del cerro que allí tiene una pequeña plataforma de unos dos metros de ancho desde la base de la muralla antes de caer en un escarpe pronunciado hacia la ladera. En el nivel inferior de la muralla crece un enorme lentisco convertido ya en árbol, y sus raíces habían convertido los huesos en un amasijo de muy difícil excavación. Los enterramientos junto a la muralla El interés de estos enterramientos literalmente «extramuros» estuvo fundamentalmente, no sólo en su situación, sino por sus posturas extrañamente forzadas, en decúbito prono, ligeramente ladeados y con la destacable particularidad de que los brazos de ambos enterramientos se situaban por encima de la cabeza y en posición que nos hace pensar que las muñecas de sus brazos estuvieron atadas. En el proceso de exhumación aparecieron restos de un individuo infantil asociados al segundo enterramiento. Tras ser documentados gráficamente, fueron exhumados y analizados por un equipo de antropólogos físicos (J. M. Guijo, R. Lacalle y J. C. Pecero) que emitieron el pertinente informe(7) del que destacamos lo siguiente: Los tres individuos identificados corresponden a un esqueleto femenino (Enterramiento 2), un feto a término (9,5 meses intrauterinos lunares o noveno mes de embarazo en su final) y uno de sexo masculino, con ciertas reservas (Enterramiento 1), por el carácter incompleto de la pelvis. En lo que se refiere a su edad destaca el hecho de que se trate de individuos adultos muy jóvenes, sin que superen los 25 años. El esqueleto femenino tendrían entre 20 y 24 años y el masculino se encuadraría entre los 18 y los 24. A nivel tipológico los restos óseos no depararon suficiente información para captar la globalidad de caracteres. Sin embargo, algunas zonas anatómicas en condición fragmentaria del cráneo

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apuntan a valores dolicocéfalos-mesocéfalos (cráneos medianamente alargados) de la bóveda y características del aparato masticador que les hacen compatibles con poblaciones de tipo mediterráneo (ramificación regional del tronco caucasoide o blanco). En lo referente a la talla el individuo masculino debió tener entre 166 y 172 cms de altura, mientras que el femenino oscilaría entre 159 y 161 centímetros. En los esqueletos adultos son legibles una serie de lesiones que se produjeron en vida. La reacción del hueso en forma de cicatrización, formación de hueso nuevo o procesos destructivos constituye la prueba de esos padecimientos vitales. En ambos casos nos encontramos con eventos traumáticos aunque sin consecuencias invalidantes graves. El esqueleto número 1 presenta daños vertebrales en los cuerpos dorsales conocidos como enfermedad de «Scheuerman» en relación a presiones verticales. El individuo número 2 presenta una fractura consolidada en el extremo distal del cubito izquierdo, con callo óseo evidente (cicatrización) sin que el hueso haya sufrido acortamiento alguno en relación al mismo hueso del otro lado. Las lesiones que se derivan de procesos críticos o anémicos son las que caracterizan en mayor medida a estos dos individuos. En ambos casos podemos leer en la dentición la existencia de periodos en los que el individuo ha pasado épocas de enfermedad o déficit nutricionales. Tal hecho puede observarse en forma de surcos transversales visibles a simple vista que recorren la superficie de los dientes. En el individuo 2 se asocia además, la presencia de porosidad en el techo orbitario, manifestación que se asocia por parte de algunos autores con trastornos hemolíticos (déficit de hierro) en la dieta. Igualmente podemos apreciar una serie de lesiones infecciosas en los individuos 1 y 2, con predilección por los miembros in-

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feriores y sólo en un caso con manifestación en el cráneo. Estas lesiones se presentan en forma de recrecimientos óseos de tipo estriado sobre la superficie del hueso normal a causa de la inflamación de la membrana que envuelve (y que a la vez nutre) al hueso en estado fresco. Se ignora si el origen fue una infección concreta claramente identificable, pero estas lesiones se vinculan usualmente a pequeños traumas derivados de sobreesfuerzos físicos. En el esqueleto dental se advierten igualmente una serie de lesiones que tienen en común su conexión con la formación de depósitos anómalos como factor causal primario o secundario. En el caso del individuo 1 las encías han sufrido una pérdida de altura del reborde óseo por alguna causa que ha provocado su inflamación. Ignoramos si ello se ha debido a la presencia de sarro que se habría desprendido de forma póstuma o a cualquier otro hecho (Fig. 6). Los restos infantiles se limitan a la aparición de ambos húmeros y al miembro inferior derecho que permiten estimar su edad entre 8,5 y 9,5 meses lunares (238 a 266 días de gestación), alcanzando una talla en el momento de su muerte de poco menos de 40 cms. No existen indicios fiables que indiquen las causas de sus muertes. Por último, en lo referente a la posición en la que ambos adultos fueron encontrados, el equipo de antropólogos se inclina por atribuirle una causa de orden perideposicional, es decir, que las posiciones de los miembros superiores podría estar relacionadas con tracciones de estos miembros, con sujeción de los antebrazos y manos en el momento de depositar el cuerpo en el enterramiento. La marcada extensión del miembro superior del segundo individuo, por encima del cráneo, podría estar relacionada con un desplazamiento pendular o incluso con un hipotético lanzamiento desde el borde de la posible fosa, sujetando ambas extremi-

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dades. Junto a esto la propia posición del tórax de ambos individuos, en decúbito prono parcial y la leve lateralización sobre el lado derecho del miembro inferior, fundamentan las anomalías contextuales que rodean a estos dos enterramientos, en claro contraste con la habitual posición de decúbito supino y miembros superiores extendidos sobre el cuerpo o paralelo a las caderas de las inhumaciones romanas y paleocristianas. Los antropólogos se inclinan, por tanto, por una causa achacable a la improvisa-

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ción de los enterramientos, incluido el del feto, arrojados a una fosa común los tres. Esto, en un lugar tan anómalo como es al pie de la propia muralla, no nos termina de cuadrar y menos aún la explicación de la posición de las extremidades superiores (Fig. 7). Es más, en la zona de los enterramientos aparecieron diversos elementos que nos hacen pensar que, al menos, tuvieron unas parihuelas, cuando no cajas de madera, como son un clavo de cobre, y otros tres de hierro. Incluso conservaban algo de

Figura 6. PLANO DE PLANTA CON LOS ENTERRAMIENTOS DELANTE DE LA

MURALLA.

Figura 7. DETALLE POSICIÓN MIEMBROS SUPERIORES DE UNO DE LOS ENTERRAMIENTOS.

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ajuar, a pesar del revoltijo que las raíces del lentisco habían ocasionado. Así en el Enterramiento 2, el correspondiente a la mujer (el 1 no disponía de ajuar conservado), hallamos una acus crinalis (aguja de recoger el peinado) y un fragmento de otra, así como tres cuentas de collar, una de ellas de mayor tamaño, en pasta vítrea verdosa, y gallonada. Meses después, al realizarse una segunda limpieza en el reborde de la zona donde se hallaron los enterramientos, encontramos medio dupondio, ilegible, así como algún fragmento de sigillata, varios clavos de hierro más y un fragmento de ungüentario de vidrio con marca estampillada en el fondo. Sin ser concluyentes, las hipótesis de los antropólogos, que ellos mismos no terminan de confirmar incluso, sobre el extraño ritual constatado en estos enterramientos siguen sin convencernos plenamente. Seguimos pensando que el supuesto descenso hacia la tumba, algo improbable por cierto por la propia configuración del terreno, al borde de un precipicio, no explica el que las manos estuviesen atadas y los brazos extendidos sobre el cráneo. La propia situación de los mismos tan «literalmente extramuros» es anómala. El cercano reborde hacia el precipicio no lo hace un lugar precisamente adecuado para una inhumación y la prácticamente nula capacidad para excavar una fosa sobre la roca natural del terreno sobre el que se depositaron los cuerpos nos hace pensar más bien en el hecho de que los enterramientos debieron contar con una estructura de cubrición, que debió adosarse a la propia muralla. Durante un encuentro sobre Gestión del Patrimonio Arqueológico que celebramos en Benaocaz en agosto de 2005, tuve la oportunidad de comentar sobre estos enterramientos al profesor de arqueología de la Universidad de Valencia, Enrique Dies Cusí, experto en fortificaciones ibéricas y

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romanas. El extraño ritual atrajo su atención y, tras mostrarle dibujos y fotografías, me planteó una hipótesis que expongo a continuación. En su opinión, el hecho de que estuvieran con las manos atadas y los brazos por encima de la cabeza, así como su extraña posición ligeramente ladeados justo bajo el pie de la muralla, podría explicarse por tratarse de una ejecución sumaria. Ambas personas pudieron ser colgadas en castigo, por las manos desde argollas situadas en la zona superior de la muralla y dejarles morir a la vista de todos. Este tipo de sentencias ejemplares eran habituales en época romana y hay numerosos testimonios en los autores clásicos. Tras su muerte, bastó con cortar las ligaduras de las supuestas argollas para que cayeran bajo la muralla en esa posición. Unas paladas de tierra serían suficientes para cubrirlos y sus escasas pertenencias, las agujas de pelo y el collar de la mujer, quedarían con ellos. Es de suponer, que la mujer estaría embarazada y de ahí la aparición del feto junto con ella(8). Si este ritual pudiera deberse a un «ajusticiamiento» de ambos cadáveres (la mujer además embarazada) es algo que los antropólogos no se atrevieron a confirmar, pero para nosotros no deja de ser una hipótesis muy sugerente. Lo que si se desprende del análisis de los restos es que fueron personas trabajadoras, con graves carencias de nutrición y enfermedades degenerativas propias de esfuerzos físicos continuados que son señales de haber soportado una vida «dura». Sus escasas pertenencias conservadas, además, confirman el nivel humilde de su condición. Por tanto, si bien todo esto es una mera suposición, no deja de tener indicios de verosimilitud y, hasta el momento, es la hipótesis que mejor cuadra con la situación de estos enterramientos.

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La segunda campaña en la muralla (2002-2003) Tras un forzado paréntesis de más de un año debido a problemas de financiación del proyecto, en diciembre de 2002 se iniciaron de nuevo las tareas arqueológicas en el yacimiento. La zona había sido limpiada periódicamente y los perfiles de la excavación se encontraban en buen estado, estables y controlados. No obstante, se procedió ante todo a la limpieza exhaustiva del vano de la puerta de la muralla y al de las estructuras intramuros localizadas en el lado Este, descubiertas durante la campaña anterior. Pretendíamos no sólo retomar los trabajos en el punto en el que se dejaron, sino intentar que una limpieza detenida del alzado de la muralla, de forma que pudiera depararnos una mejor lectura del paramento, y así poder identificar fábricas, aparejos y canterías que pudieran darnos una aproximación a los distintos períodos cronológicos, remodelaciones, fases, etc., que han incidido en ella. Del resultado de esta intervención dimos cuenta, con la publicación de una breve memoria, en el Anuario Arqueológico de la Junta de Andalucía de 2003(9). Tras replantearse todo el área, esbozamos en la zona de intramuros siguiendo la línea de muralla, un sondeo arqueológico de 14’00 x 5’00 m., lo que ha abarcado un área de excavación abierta de 70 m2, y en los que inscribimos todas aquella estructuras descubiertas en la campaña anterior en el Sector Norte del interior de la muralla. Dicho espacio, para facilitarnos una mayor flexibilidad de excavación y de estudio, se subdividió a su vez, en cuatro espacios acotados o sectores dentro del mismo, a los que denominamos como Sectores A, B, C y D. Con posterioridad, atendiendo a los resultados aportados en el sondeo inicial, se estimó conveniente, la ampliación del mismo hacia el lado Este, siguiendo la alineación de la muralla, con lo que se plan-

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teó un nuevo sondeo de 3’50 m. de ancho x 4’50 m. hacia el lado Norte (colindante a la muralla) y 5’20 m. de largo, hacia el lado Sur, abarcando una superficie de excavación de 16’97 m2, donde quisimos describir el comportamiento de la muralla, a niveles constructivos, dado que ésta se apoya sobre la roca madre, utilizándola como soporte, cimentación y cierre de la misma, en su extremo Este, además de identificar la potencia estratigráfica que esta zona podría aportarnos. En ambos sondeos, se procedió a la extracción de las tierras a través de medios manuales, hasta agotar el registro arqueológico, lo que no fue posible en varias áreas de estos sectores, debido a la expiración del tiempo de excavación y a la complicación que supuso la aparición de grandes bloques calizos que seguramente fueron aportados por un corrimiento de la ladera, o incluso de forma intencionada durante las labores de taponamiento por parte de los ganaderos. Estas pequeñas áreas han quedado pospuestas para una campaña de intervención futura de reintegración de la muralla de estos bloques y en la que puedan emplearse medios mecánicos pesados. Precisamente, en una de ellas se descubrió una punta de flecha con pedúnculo, bajo la cerámica de la Edad del Hierro, por lo que es muy posible que haya un estrato del Bronce Final en esta zona, muy cercana a la parte posterior de la entrada de la muralla. La profundidad máxima a la que se llegó en el sondeo inicial, fue de 2’49 m. en el sector A, 2’43 m. en el sector B, 2’44 m. en el sector C y 3’33 m. en el sector D. En la ampliación del sondeo hacia el Este, se llegó a una profundidad máxima de unos 0’95 m. En esta segunda campaña se procedió a cambiar la metodología arqueológica empleada hasta entonces por motivos funcionales, una vez conseguido el objetivo ini-

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cial del alivio de la presión de los estratos aportados por las escorrentías en el gran cono de deyección en el que se había covertido la muralla, que actuaba como una «presa». La complejidad que había deparado la primera fase así lo exigía también, pues habían aparecido niveles intactos en profundidad. La ubicación del Punto Cero (P.0) de referencia, para la toma de cotas altimétricas durante la intervención arqueológica, se localizó en el lado Suroeste de la muralla, en un punto en el que contamos con la cota absoluta, situándose a 585’0 m. sobre el nivel del mar, y en base al cual se determinaron la altitud de las unidades estratigráficas documentadas. De ahí que para evitar problemas de correlación utilizáramos el mismo punto cero que se empleó en la 1ª campaña. Tras la ubicación de la cota absoluta planteamos subdividir el propio sondeo inicial de la campaña anterior en los cuatro sectores ya mencionados. La excavación se llevó a cabo, extrayendo niveles arqueológicos, siguiendo el orden inverso a su deposición. Con todo, cuando nos hemos encontrado con estratos de una potencia considerable éstos fueron excavados extrayendo niveles artificiales de grosor, normalmente de 0’20 m. Para el estudio de las estructuras emergentes, se utilizó la metodología específica requerida en la lectura de paramentos. Durante la intervención se recogieron tanto materiales arqueológicos como muestras de diversa índole (tierra, carbones, morteros, etc.), siendo debidamente registrados en las fichas correspondientes. Asimismo, fueron documentadas tanto las estructuras exhumadas como los procesos deposicionales y postdeposicionales identificados. El método que se ha seguido para la elaboración de las secuencias estratigráficas es una versión adaptada y reformada de la conocida como matriz «Harris». Dichas secuencias han tenido un carácter general (cuando corresponden al

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área de intervención considerada globalmente, o a alguno de los sectores de excavación), o bien se refieren a perfiles o plantas localizados en los dos sondeos planteados, o a la lectura del paramento de la muralla. Cada planta o perfil se acompañaron con sus correspondientes secuencias estratigráficas. Por economía de espacio, y su complejidad para el público en general, no describiremos pormenorizadamente aquí todas las unidades estratigráficas (U.E.) documentadas, que fueron en total 53. Para aquellas personas interesadas o para los investigadores, les remitimos a la consulta del artículo del Anuario de 2003 antes citado o a la memoria final de la intervención que se encuentra depositada en la Delegación Provincial de Cultura en Cádiz. No descartamos su inclusión en un proyectado libro general sobre Ocuri que actualmente estamos redactando. Propuesta de periodización de la muralla ciclópea. Fases constructivas Tras el análisis de los resultados obtenidos en estas intervenciones en la Muralla Ciclópea de Ocuri, así como del posterior estudio del material arqueológico recuperado, podemos efectuar una serie de hipótesis de trabajo o propuestas de interpretación de esta importante estructura, con las que vamos a intentar explicar el devenir histórico acaecido en esta área del yacimiento y periodizar sus distintas fases constructivas. Según los datos aportados en el sondeo arqueológico, los materiales recuperados, y las referencias histórico-arqueológicas previas, podemos deducir una serie de fases de ocupación/construcción en el área teniendo en cuenta siempre el estado actual de nuestros conocimientos generales sobre el propio yacimiento y el entorno de la comarca en el que se inscribe. De ahí, que de más antiguo a más moderno, podemos distinguir hasta siete momentos de ocupación que abarcan un período

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de tiempo muy amplio, que tendría su inicio hacia finales del siglo VI a.C., en momentos finales de la 1ª Edad del Hierro, si bien con una adscripción cultura no aclarada del todo aún, para concluir en los siglos XVIII-XIX d.C. con las intervenciones del descubridor del yacimiento, Juan Vegazo, y sus sucesores en la explotación agropecuaria de la zona. Para una mejor comprensión de estas fases aportamos planos diferenciados de cada una de ellas, además del plano general al terminarse la 2ª campaña en julio de 2003 (Fig. 8). Antes de pasar a la descripción de las fases constructivas documentadas, debemos aclarar un asunto previo de gran importancia. La aparición de algunos elementos líticos, con retoques, algunas cerámicas a mano de factura muy tosca y, sobre todo, de una punta de flecha de bronce con largo pedúnculo, en niveles que podrían situarse por debajo de la primera de las construcciones excavadas, hasta el momento, en la zona de la muralla, podrían demostrar la existencia de una fase del Bronce Final en Ocuri, que, por otra parte, siempre se ha sospechado desde las excavaciones de Salvador de Sancha, a finales de los años setenta del siglo pasado(10). La punta de flecha de bronce pertenece a un tipo presente en el Depósito de la Ría de Huelva, y es fechable en el siglo VIII a.C. o incluso antes(11). Sin embargo, para ser estrictos, como este posible nivel no pudo documentarse fehacientemente a nivel estratigráfico, ya que estos elementos se detectaron durante el proceso de documentación del material arqueológico recuperado, hemos preferido, en honor a la verdad, no lanzar hipótesis basadas en estos pocos elementos ergológicos. No obstante, es innegable que existe esa posibilidad, la que sería la fase 0, adscribible al Bronce Final, que sólo la conclusión de la excavación en este u otro punto del yacimiento, nos permitiría confirmar. En consecuencia, sólo apuntamos

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este dato aquí, en espera que pueda confirmarse en el futuro. Ciñéndonos a las estructuras documentadas arqueológicamente, en resumen, hemos diferenciado las siguientes fases: Fase I: Final de la Iª Edad del Hierro (siglos VI al V a.C.) A la cota absoluta de 581,83 m. se detectaron los restos constructivos más antiguos. Se trata de los muros U.E. 41 y U.E. 42, que deben pertenecer a una de las estructuras originarias anteriores a la propia muralla. Con una orientación NW-SW, y estando ambos muros arrasados en su lado Norte, conforman un espacio que pudo albergar un tipo de construcción posiblemente de planta rectangular, que tendría un total de entre 22 y 24 m2 (aproximados) descubiertos hasta el momento sólo de forma parcial (al cabalgar sobre parte de este recinto interior otros muros posteriores que, evidentemente, no se desmontaron), estando las dimensiones reales de la estructura por documentarse, dado que aún no se ha podido descubrir en su totalidad por este motivo. Ambos muros, paralelos, están fabricados a base de mampuestos irregulares de caliza, de módulo grande y medio. En su interior, existe un primer nivel de tierra anaranjada (U.E. 32), muy compacta que parece sellarlo y bajo éste y clasificado como U.E. 33, se documentó un nivel de incendio, con abundantes carbones. Al exterior del muro W y a su mismo nivel documentamos una especie de pavimento de pequeños cascotillos muy compactados y apisonados (U.E. 50) y sobre el que aparece el mismo material arqueológico que en el interior, aunque con la particularidad de que aquí son fragmentos inconexos la mayoría, en contraste con los vasos completos hallados dentro. Claramente, por tanto, nos encontramos con una estancia rectangular con pavimento exterior, que pudo servir de almacén

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Figura 8. PLANO DE PLANTA AL FINAL DE LAS INTERVENCIONES EN LA MURALLA.

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y que, en un momento determinado, pudo incendiarse y abandonarse, quedando su interior repleto de vasos completos (Fig. 9). Su lugar fue, posteriormente compactado de nuevo y aplanado, sirviendo como base para la construcción de las estancias posteriores de la muralla (cuerpo de guardia). Por último, la orientación oblicua a la muralla de esta estructura rectangular nos hace pensar que si hubo un elemento defensivo que protegía este poblado de finales de la Iª Edad del Hierro no tuvo la misma disposición que la posterior muralla y que incluso pudo ser del tipo empalizada, si bien esto sólo es una hipótesis puesto que la construcción de la muralla en sí pudo arrasar toda obra anterior. En ese sentido la propia estructura rectangular tiene sus extremos arrasados para nivelar el suelo, quedando estos muros a un nivel inferior. Como hemos dicho, en el interior de este espacio encontramos un tipo de material cerámico, hecho a mano la mayoría y

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algunos a torneta o torno lento, que por su factura y tipología podrían adscribirse a un momento de ocupación ubicado en culturas autóctonas de la Iª Edad del Hierro (siglo VI a.C.). Este material entre el que aparecieron muchos vasos completos, pero muy fragmentados y en malas condiciones de conservación (que hizo necesaria su extracción mediante la técnica del engasado, Fig. 10), ha sido estudiado por la arqueóloga Esther López Rosendo, especialista en este momento histórico(12). Ella destaca como característica fundamental del conjunto cerámico, la presencia masiva de ollas u orzas de todos los tamaños (Fig. 11), con al menos una veintena de individuos contabilizados, y con frecuencia con elementos plásticos aplicados a la altura de la base del cuello de tipo asideros, en forma de mamelón, asas verticales, horizontales o de «media luna» que se aplican sobre grandes cuencos o recipientes abiertos que se pueden interpretarse como tipo lebrillos (Fig. 12).

Figura 9. PLANTA DE LA ESTRUCTURA DE FINES DE LA Iª EDAD DEL HIERRO (RESTOS CONSERVADOS).

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Figura 10. LA RESTAURADORA RAQUEL JANEIRO ENGASANDO CERÁMICAS A MANO ANTES DE SU EXTRACCIÓN.

Figura 11. OLLAS A MANO CON ELEMENTOS PLÁSTICOS DE FINALES

DE LA

Iª EDAD DEL HIERRO.

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La mayor parte de estas cerámicas se fabricaron empleando barros locales, cocidos en hornos de atmósfera reductora, que les confirió un aspecto pardo, un tanto cobrizo. El modelado a torno lento, empleado en piezas con paredes de tamaño medio y grueso, a veces se ha confundido con cerámicas hechas a mano, pero en el caso que nos ocupa se trata de piezas de buena cocción a veces con un tratamiento exterior alisado y de buena calidad. Presentan en general, el fondo plano porque estarían destinadas posiblemente a servir de contenedores de alimentos, hecho que explicaría además el hecho de que aparezcan tantas piezas semejantes y casi completas en una misma habitación, de tipo «almacén», y sin presencia de elementos decorativos.

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Llama la atención la ausencia de impresiones digitadas, que es la decoración más frecuente entre las ollas de Andalucía en época tartésica, especialmente en los ámbitos relacionados con las colonias fenicias occidentales y las zonas especialmente influenciadas por la cultura orientalizante. También es destacable la presencia muy puntual de algunos galbos a mano de grandes dimensiones, bruñidos al interior y pertenecientes posiblemente a vasos achardonados, que son los vasos cerámicos empleados con más frecuencia en los ámbitos tartésicos como contenedores de alimentos. Por otro lado, los elementos cerámicos que han permitido precisar la cronología de este contexto son los fragmentos de al

Figura 12. ASAS DE OLLAS A MANO DE TIPO DE «MEDIA LUNA» DE FINES DE LA Iª EDAD DEL HIERRO.

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menos cinco ánforas fenicias occidentales del siglo VI a.C., del tipo «de saco evolucionadas» con borde marcadamente inclinado al exterior (Figura 14B), un borde de un pithos orientalizante pintado con una fina banda naranja, un galbo de urna tipo «Cruz del Negro» evolucionada y un cuen-

co bastante tosco de cerámica gris, este último posiblemente de producción local (Fig. 13). Destaca una pieza exclusiva, muy poco conocida en Andalucía Occidental y que debemos interpretar como una importación procedente de ámbitos fuera de la región

Figura 13. VASOS ORIENTALIZANTES («PITHOS»Y URNA) Y CUENCO CERÁMICA GRIS.

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tartésica, una cantimplora de pasta naranja y muy depurada ausente de decoración, al menos en la parte conservada que corresponde a la cara posterior de la pieza, aunque también se conserva partes de la cara anterior (Figura 14A). Estas piezas se hacen frecuentes en ámbitos ibéricos de la IIª Edad del Hierro en la zona Mediterránea,

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pero los paralelos conocidos de estas piezas durante la Iª Edad del Hierro son muy puntuales como la cantimplora pintada en Alhama de Granada(13) y otra de fayenza egipcia que formaba parte del ajuar funerario de una tumba del 600 a.C. en la necrópolis orientalizante de Les Casetes en Villajoyosa en Alicante(14).

Figura 14 A y B. CANTIMPLORA Y BORDES DE ÁNFORAS FENICIAS.

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Fase II: La Muralla Ciclópea Turdetana (siglos V-IV a. C.) Esta fase corresponde al momento de construcción de la propia muralla ciclópea en sí, especialmente en su paramento exterior, pues el interior es de época romana (formando las estancias del cuerpo de guardia) y que hemos denominado como unidad estratigráfica 20. Como ya hemos descrito la muralla al principio, queremos destacar aquí un momento constructivo paralelo que está representado por la unidad estratigráfica 25, formada por un muro de mampuesto irregular, careado en su lado Norte. La singularidad de esta estructura, no radica en su factura, sino en la ubicación de la misma dentro del sondeo arqueológico. Paralelo a la muralla, este muro articula un espacio en el que parecen sucederse una serie de fases de ocupación que han ido reutilizando el mismo suelo, y la importancia del mismo se encuentra en el hecho de constituir el eje en torno al cual se han ido apoyando una serie de muros posteriores. Podemos decir que actúa de una forma parecida a un «muro maestro» que permanece en su sitio a pesar de las diversas reformas del espacio interior de la muralla (Fig. 15).

Además, tenemos, que este muro «maestro» se apoya directamente sobre las estructuras que constituyen la Fase I, pero a su vez, las Fases III y IV lo hacen en la propia unidad 25. La conclusión que obtenemos al respecto, es el hecho de que conservamos una estructura, cuyo funcionalidad desconocemos hasta el momento, (aunque podría tratarse de algún tipo de construcción de tipo defensivo o militar, asociada a la muralla) que por su lugar de ocupación, podría estar ubicándonos en un período que abarcaría desde los siglos V al III a de C. Asociadas a esta fase de ocupación están las unidades estratigráficas deposicionales U.E.s 23, 27, 29 y 49. Los materiales asociados a estas unidades son fundamentalmente fragmentos de grandes vasos contenedores y ánforas de tipo ibero-púnico, así como abundantes vasos cerámicos pintados a bandas de bordes exvasados junto con pequeños platos con bandas anchas pintadas bajo el labio y numerosas fusayolas y pesas de telar. En este sentido, debemos destacar que los materiales de época turdetana hallados en Ocuri son, fundamentalmente, platos carenados con pintura roja vinosa, algunos cuencos-lucernas y sobre todo las ánforas

Figura 15. PLANO DE PLANTA MURALLA TURDETANA (RESTOS CONSERVADOS) 65

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turdetanas propias del interior del valle del Guadalquivir, del tipo Pellicer B y C y las denominadas Cancho Roano 1 evolucionadas, destinadas a la comercialización de productos agropecuarios. Estas ánforas ofrecen una cronología estimada entre finales del siglo VI y comienzos del IV a.C., por lo que estaríamos en Ocuri posiblemente ante uno de los contextos arqueológicos de época turdetana más antiguos documentados en plena serranía de Cádiz. De aquí que pensemos que la muralla pudo construirse en el siglo V a.C. y le otorguemos esta cronología (Fig. 16). Fase III: Reforma de la Muralla Turdetana (siglos IV-III a. C.) Este momento de ocupación lo determina una única estructura, en este caso la unidad

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39. Nuevamente, la disposición de un muro ante su entorno inmediato, nos ubica en una etapa posterior a la descrita en la fase II. La unidad 39, se dispone apoyándose sobre la 25, en concreto entre el espacio de la muralla y el muro 25. Consideramos que se trata de una construcción inmediatamente posterior a la fase II, aunque pudieron coexistir juntas, formando parte de un mismo inmueble, pero esta teoría es menos plausible en tanto y en cuanto la técnica constructiva de ambas unidades difieren bastante, con lo que no estaríamos hablando de una misma etapa constructiva, o de serlo, sería una compartimentación inmediatamente posterior a la primera construcción. El material asociado a ella es similar al descrito en la fase anterior, netamente turdetano.

Figura 16. ESTADO DE LA MURALLA ANTES DE DESTAPONAR LA ENTRADA (UNO DE LOS TRABAJADORES UBRIQUEÑOS HACE DE ESCALA IMPROVISADA).

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Fase IV: La Muralla Ibero-Cartaginesa (siglo III a. C.) Esta fase se relaciona directamente con las improntas constructivas que asociamos a períodos cartagineses, o ibero-cartagineses y la localizamos claramente en la fábrica de la muralla ciclópea, donde distinguimos tanto una factura distinta a la propia de la muralla ibérica, como un material constructivo igualmente diferente. En concreto se trata de una serie de sillares de piedra arenisca de color amarillo-pardo, distinta por tanto a los bloques calizos del grueso de la muralla, que presentan la característica de estar almohadillados. Su detección a uno y otro lado de la actual entrada de la muralla, nos hace suponer que pertenecen a una rectificación de la muralla ibérica en una época posterior y en la que debió inscribirse una nueva puerta. A esta puerta debió sucederle ya en época plenamente romana otra, la actual, por lo que fue arrasada casi por completo, quedando como únicos vestigios estos sillares almohadillados y algunos restos en la base de la puerta romana. De ahí, que hayamos decidido denominarla, con reservas lógicamente, como la «puerta cartaginesa» (Fig. 17). La fase se determinó, en un principio, por análisis paramental de estos sillares almohadillados y de arenisca, pero no existe incompatibilidad con el material arqueológico prerromano recuperado que es abundantísimo. Es muy posible que la puerta de la muralla ciclópea original no cumpliera, en estos momentos, adecuadamente su función e incluso podría estar dañada (no olvidemos que son momentos de tensión militar entre ambas guerras púnicas), por lo que creemos que se remodeló y se instaló un nuevo acceso con esta posible puerta desaparecida. Incluso, dentro del área de la intervención arqueológica, detectamos en el sector D, la unidad 53, que igualmente interpretamos que se asocia a este momento de ocu-

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Figura 17. DETALLE DE SILLARES ALMOHADILLADOS.

pación, tanto por factura como por material constructivo, con esta posible segunda puerta desaparecida. Tanto la unidad 43, como la 53 están claramente asociadas al sistema defensivo de la muralla, y concretamente al espacio de esta puerta «cartaginesa». En relación a la U.E. 53 hay material cerámico pintado a bandas y, sobre todo, destaca el hallazgo de un asa de ánfora tardopúnica Mañá C2 (o Ramón T7.4.3.3.) que se ha asociado frecuentemente al comercio cartaginés, si bien se producen durante los siglos III al II a.C. en la zona costera gaditana(15). Este tipo de ánforas se documentaba fundamentalmente en las áreas costeras y fluviales, sobre todo el Guadalquivir, por lo que su aparición en contextos serranos también es una novedad. Las ánforas Mañá C2 son asociadas también al transporte de salazones, lo que indicaría que este producto pudo consumirse en Ocuri.

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Fase V: La Muralla Romana (siglos I a.C. / I-II d.C.) Correspondería al grueso de la muralla que actualmente contemplamos, incluyendo el vano de entrada recién destaponado, los contrafuertes adelantados a esta entrada, la interfacies de construcción entre los grandes bloques ibéricos, incluido el paramento interior de la muralla, su relleno central y la puerta romana (Fig. 18). Lógicamente, a esta fase de ocupación pertenecen las unidades estratigráficas (como las 5, 21, 19, 10), que representan los momentos de ocupación romana en el propio recinto interior de la muralla, ubicándonos entre los siglos I a.C. / I-II d.C. La mayoría son unidades estructurales que representan distintos restos constructivos asociados a usos domésticos o de almacenaje, encontrándonos entre ellas un espacio que interpretamos como una vivienda de tipo común, sita junto a la muralla, que conserva parte de la pavimentación original con sus olambrillas e incluso con sigillatas sudgálicas asociadas y amortizadas en este mismo pavi-

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mento. A estas habitaciones las denominamos como del «cuerpo de guardia». Hay que constatar aquí que hubo una zona periférica a los muros interiores que no pudo rebajarse, por tener grandes bloques calizos caídos. Nuestra idea de izarlos y colocarlos en los lugares de origen no pudo realizarse por falta de presupuesto, por lo que no pudimos terminar la excavación en esa zona de la cara interna (intradós) de la muralla que podría haber aportado nuevos datos. El paramento del intradós de la muralla, aquel que es visible, está hecho a base de grandes piedras calizas escuadradas que forman una segunda hilera con los bloques ciclópeos del exterior. La zona de unión de ambas hileras se rellenó con piedras más pequeñas cogidas con mortero. Esta zona fue consolidada para evitar las filtraciones de agua. Se construye ahora la nueva puerta, con la entrada monumental flanqueada con pilastras y columnas, así como una escalinata de entrada y paramentos bien escuadrados en las caras internas de la misma.

Figura 18. PLANO DE PLANTA DE LA MURALLA ROMANA (RESTOS CONSERVADOS).

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El aparejo, el mortero y el tipo de cantería usado es el mismo que el utilizado en el Mausoleo-Columbario. Para hacernos una idea de su altura, puesto que el pavimento significa el suelo de la vivienda o habitáculo de servicio (posiblemente relacionado con el cuerpo de guardia como ya hemos apuntado) y éste se encuentra prácticamente a techo, por el interior, de lo que queda de la muralla norte, debemos estimar que a la misma le faltan al menos otros dos metros o dos metros y medio de altura, por lo que si sumamos los 3’10 conservados, nos encontramos con una muralla que en este sector debió superar los 5 metros de altura (Fig.ura 19). El material arqueológico asociado es muy diverso, pero fluctúa entre cerámicas campanienses A encontradas sobre el suelo de la última de las estancias del lateral norte (sobre todo una copita de pie alto restaurable) a diversos tipos de sigillatas, fundamentalmente gálicas y abundante cerámica doméstica fechables entre los siglos I a.C y II d.C. Es aquí, también, donde apa-

Figura 19. DETALLE DEL GROSOR DE LA MURALLA EN LA ENTRADA SECTOR ORIENTAL.

recen las monedas de Carteia y las altoimperiales. No quisiéramos pasar por alto algunas apreciaciones sobre los materiales hallados en Ocuri en época republicana. Si bien comienzan a documentarse vajillas propias del repertorio romano sobre todo de tipo anfórico, aún perduran algunas vajillas de ámbito doméstico de tradición local como los vasos pintados a bandas y algunas imitaciones de vajillas campanienses fabricadas en cerámica gris. Entre las importaciones destaca el hallazgo de un borde de ánfora del tipo conocido como Campamentos Numantinos (o T-9.1.1.1 de J. Ramón) que debemos considerar posiblemente como procedente de la zona de la bahía gaditana, donde se han excavado numerosos hornos, sobre todo en San Fernando(16). Las sigillatas no abundan en los niveles de la muralla, al menos no en la misma proporción en la que aparecen en otras áreas de la ciudad y la mayoría de las recogidas, en un alto porcentaje en la campaña de 2001, son fragmentos rodados. Sí aparecen grandes cantidades de cerámicas comunes, lo que estaría más en consonancia con el ámbito militar de sus ocupadores. De hecho, hemos recuperado varios fragmentos pertenecientes a varios tipos de armas, como fragmentos de puñales, puntas de flecha o jabalina, fragmentos de espadas de hierro e incluso una empuñadura de bronce con el inicio de una hoja de hierro (Fig. 20). No obstante, destacan algunas sigillatas sudgálicas e hispánicas, siendo escasísimas las aretinas. Un pie alto completo de una gran fuente de sigillata sudgálica apareció incrustado (amortizada y por tanto formando parte y fechando) en el pavimento de olambrillas como ya hemos comentado. Por último, cabe mencionar la recuperación de numerosas piezas de bronce como agujas de coser, punzones, espátulas,

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Figura 20. PUNTA DE ESPADA O DAGA Y OTRAS PIEZAS DE ARMAS ROMANAS HALLADAS EN LA MURALLA.

fragmentos de fíbulas, etc., y de utensilios de hueso. Entre todos estos el más interesante es un pequeño exvoto de bronce que representa la cabeza de un pequeño «angelote» con lo que parecen unas trenzas o las largas patillas del propio tocado, sonrisa hierática, ojos almendrados y un gorro de doble punta (Fig. 21). De facciones idealizadas y algo «duras», su tocado no se corresponde con un erotes, que normalmente no lo llevan, ni tampoco es un gorro frigio, pues parece tener dos puntas, ni un «petaso» aunque las trenzas podrían ser alas hacia abajo, por lo que no sabemos a quién representa. Fue hallado en el estrato que corresponde a la calzada de entrada (UE30), ya en el interior de la muralla, junto a una basa de pilastra con molduras que se encuentra reaprovechada y en conexión a material romano del siglo I d.C. También es posible que se trate de una pieza de algún estandarte militar o incluso de un medallón de una coraza. Fase VI: Época Medieval y Moderna Las unidades 14, 15, 16 y 9, responden a uno de los últimos momentos de ocupación del espacio acotado en la intervención arqueológica. Se trata de una serie de es-

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tructuras que parecen reutilizar los materiales de construcción existentes en la zona, y cuyas construcciones irían destinadas a labores pecuarias, ya que parecen conformar rediles o apriscos. A este momento debe corresponder también el «taponamiento» artificial de la entrada de la muralla, puesto que uno de los sillares escuadrados estaba colocado intencionadamente en la base de este taponamiento. Según Fray Sebastián de Ubrique, la zona de la muralla había sido utilizada hasta épocas muy tardías como lugar para albergar al ganado, que a día de hoy sigue pastando en la zona cuando se le deja suelto (¡¡para el asombro de todos siguen usando las antiguas veredas hechas por encima de la muralla, a pesar de que varias veces las hemos cerrado!!). Por lo que no es de extrañar, que posiblemente estemos ante estructuras de este tipo, descritas por Juan Vegazo, y transmitidas por Fray Sebastián de Ubrique(17). Este tipo de reutilizaciones ganaderas son muy frecuentes en todo el yacimiento y afectan, de modo especial, al edificio que se encuentra en el foro. A ello hay que sumar que las excavaciones de Juan Vegazo afectaron a este recinto de la entrada, ya que en sus escritos se describe la existencia de un horno(18) del que no que-

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Figura 21. EXVOTO DE BRONCE HALLADO EN LA ENTRADA DE LA MURALLA, YA EN SU CALZADA INTERIOR.

dan restos, por lo que entendemos que hubo un gran movimiento de tierras entre 1791 y 1795 y posiblemente fruto del mismo es la construcción de un pequeño sendero realizado al nivel del techo conservado de la propia muralla y que se dirige hacia el foro, pasando junto a la Vivienda 3, excavada en 2001(19). Este camino se asienta sobre depósitos anteriores fruto de la escorrentía propia del cono de deyección tantas veces comentado. Dicho sendero lo denominamos coloquialmente como el «Camino de Vegazo».

A nivel de materiales debemos decir que se han recuperado cerámicas vidriadas de diferentes tipos, destacando vedríos en verde, melados con manganeso e incluso algún fragmento decorado con la técnica de «cuerda seca», lo que nos confirma que, a grandes rasgos, hubo presencia en épocas almohade y nazarí, al menos, en la zona de la muralla. Como colofón a este apartado, debemos mencionar que la aparición de varias balas esféricas de mosquete en las tareas iniciales de limpieza en la muralla, de-

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muestra que puede ser cierto el hecho bélico acontecido el 20 de septiembre de 1810, cuando se libra una gran batalla contra los franceses y en las crónicas(20) se confirma que una notable partida de guerrilleros serranos se apostaron en la sierra de Benalfí, en el Salto de la Mora, desde donde batieron a los napoleónicos, causándoles numerosas bajas. Es muy posible que se encastillaran no sólo en las peñas, sino también en la muralla ciclópea de Ocuri, sobre todo en las del sector norte que domina, precisamente, la entrada a Ubrique desde El Bosque y Villamartín (lugares desde donde procedían algunas de las columnas francesas). Sería, por tanto, la última acción bélica en la que intervendría la muralla turdetana. Interpretación y conclusiones Ante todo, la intervención en la Muralla Ciclópea de la ciudad íbero-romana de Ocuri en Ubrique (Cádiz), consiguió, en principio, el propósito principal que causó la misma, esto es, estabilizar la muralla, eliminar la presión ejercida sobre ella por el gran cono de deyección de derrubios de las escorrentías para evitar su desplome y documentar sus distintas fases de construcción, ocupación y remodelación. Lamentablemente, seis años después de acabada la intervención, el estado general de abandono del yacimiento ha ocasionado nuevos daños a la estructura (sobre todo a los perfiles de la excavación) y el proyecto que en 2005 presentamos para su definitiva restauración cayó en saco roto. Sería urgente terminar la restauración y consolidación de toda la muralla. Dejando aparte los «lamentos por Ocuri» (algo que sintomáticamente hemos tenido que hacer todos los que hemos trabajado en la antigua ciudad desde Vegazo en el siglo XVIII, Mateos Gago en el XIX, hasta nosotros en el XXI, pasando por Manuel Cabello en el XX) debemos decir que,

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al menos, se han recuperado datos muy significativos para el conocimiento, todavía muy escaso, de esta ciudad romana de la Sierra de Cádiz. La aparición, en muy buen estado de conservación, de la entrada original de la muralla, con sus contrafuertes, jambas, escalones de acceso y elementos decorativos monumentales es uno de los hechos más destacados de la intervención. Esta puerta o «Puerta Romana» (la última de las que pudo haber), además, podemos datarla en un momento situado entre finales del siglo I d.C. e inicios del II, momento en el que se debió de «abrir» la ciclópea muralla ibérica, heredera seguramente de los difíciles acontecimientos de la Segunda Guerra Púnica, para dar acceso a toda la ladera norte, donde se instaló una nueva zona de necrópolis (con punto central en el Mausoleo-Columbario). Esta fase correspondería con el momento de mayor esplendor de la propia ciudad, momento de gran construcción edilicia y en el que se erigieron las inscripciones dedicatorias a los emperadores Antonino Pío y Cómmodo por el senado ocuritano. En lo referente a las fases constructivas de la misma, destacar fundamentalmente la documentación arqueológica, previa a la muralla, de una construcción rectangular adscrita por sus materiales a un momento de finales de la Primera Edad del Hierro, de marcado carácter local y adscribible a una población nativa, que aún no podemos situar con claridad en la órbita «céltica» o en la «tartesia». Ester López se inclina por adscribir este conjunto ergológico a una comunidad tartesia peculiar, con características diferentes a las de los tartesios del Bajo Guadalquivir, quizás por su cuasi aislamiento en la sierra. Este tipo de pueblos indígenas, tartésicos periféricos, están aún muy poco documentados y estudiados, de ahí el interés de la aparición de estas cerámicas en Ocuri en contextos estratigráficos.

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Sin embargo, particularmente, en el estado actual de nuestros conocimientos, no me queda clara, con total sinceridad, su pertenencia bien a una comunidad autóctona de raíz tartesia, con influencias fenicias, como opina López o bien a una comunidad de raigambre más bien céltica, más típica de zonas serranas y con iguales influencias de las colonias fenicias de la costa, lo que les conferiría su peculiar carácter. Si observamos la extensa bibliografía existente referida a la supuesta adscripción de zonas de la sierra gaditana en lo que se ha venido en llamar la «Beturia Céltica» tras su descripción por autores antiguos como Plinio(21), encontramos que son muchas las referencias a ciudades muy cercanas a nuestro yacimiento claramente identificadas como son «Acinipo» (término de Ronda, pero a tan sólo 3 kms de Setenil y a poco más de una veintena en línea recta de «Ocuri»), la propia «Arunda» (Ronda a 34 kms) o «Saepo», hasta ahora identificada en el término del propio Ubrique (se decía que en la Dehesa de la Fantasía), pero localizada hace unos pocos años en término de Algodonales(22). Sin entrar en estos momentos en disquisiciones sobre esta problemática que, fundamentalmente, se ha centrado en estudios toponímicos y lingüísticos, lo que si tenemos claro es que algunas de estas cerámicas, halladas en el interior de esta estructura rectangular, son tipológicamente comparables a las halladas en otras áreas culturales serranas, como ocurre en algunas zonas de la Sierra de Huelva, cuyo ejemplo más claro es el poblado de El Castañuelo en Aracena(23), si bien no son exactamente iguales. A su vez, en la propia «Acinipo» se identificaron en los años ochenta una serie de estructuras domésticas, unas circulares y otras rectangulares, que según lo publicado por el equipo que las excavó, se adscribieron culturalmente a una misma fase que denominaron Bronce Final «de tipo

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local»(24). Estas construcciones estaban asociadas a cerámicas a mano fundamentalmente lisas y muy cuidadas, algunas decoradas con grabados y con ollas ovoides, de cuello corto y labios exvasados y fondos planos con asas y mamelones que podrían parecerse a las de Ocuri. Sin embargo, como no se ha publicado en amplitud este material arqueológico, no podemos contrastarlas directamente, si bien por su definición es muy posible que fueran paralelizables, lo que implicaría la confirmación arqueológica de esta área de una comunidad de influencia céltica ya citada por las fuentes clásicas o bien una comunidad nativa de «raíz tartesia» pero con diferencias notables con el resto. Si estas fuentes clásicas simplemente los tomaron por «célticos» por ser diferentes a los otros pueblos del área tartésica, y a los que los romanos llamaron genéricamente «celtici», y nos han llevado a la confusión, es harina de otro costal y no es nuestro propósito, en este artículo al menos, dilucidar tan arduo, espinoso, pero apasionante tema histórico-arqueológico. Por tanto, debemos esperar que las investigaciones sigan su curso y podamos ir vislumbrando mejor el origen de estas comunidades que, en el caso de la Sierra de Cádiz no ha sido todavía suficientemente bien descrito para los momentos finales del Bronce y transición al Hierro(25). Lo que sí queda claro, para nosotros, es que en este momento cultural, el Salto de la Mora ya estaba ocupado y que en este lugar había una construcción, quizás una vivienda asociada a un pavimento de cascotillos exterior y con al menos una zona de carbones que parece indicar que tuvo un incendio, lo cuál pudo provocar su colapso y de ahí que las cerámicas aparezcan casi completas, pero en tan malas condiciones. El hecho de la aparición de una interesante vajilla doméstica elaborada a mano o a torneta (Fig. 22), asimilada a unas ánforas

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fenicias, en el interior de esta estancia rectangular no sólo nos habla de una comunidad local de singulares características, sino que nos habla también de las relaciones de intercambio y comunicación de la Sierra con las colonias de la costa. En este sentido, debemos señalar que estas cerámicas de la Iª Edad del Hierro aparecen por primera vez en un contexto arqueológico primario, pues en los demás casos conocidos en la Sierra de Cádiz aparecen en posición secundaria, como en los depósitos de ladera del cerro de Olvera(26), o los materiales recogidos en superficie durante las prospecciones del la Meseta del Almendral o en Pozo Amargo de Puerto Serrano(27). Los materiales cerámicos aparecen in situ en el interior de una habitación de planta rectangular, con orientación NW-SW y de unos 22-24 metros cuadrados conservados, que no sigue la misma orientación que la muralla construida pos-

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teriormente sobre ella y que la arrasó en su lado Norte. A favor de su posible adscripción cultural al mundo tartesio está el hecho de su antigüedad, fechada por las cerámicas fenicias, ya que el auge de la «Beturia Céltica» sería al menos 100 años posterior, si bien este mero dato no es concluyente en sí mismo. Bien es verdad que los núcleos periféricos no tienen porqué reproducir los mismos esquemas socio-económicos que los centrales, pero en nuestro caso estas diferencias son muy significativas y ello nos hace inclinarnos hacia una entidad cultural de raíz diferente, aunque no podamos tampoco probarlo. De momento, no podemos aportar nada más, salvo la importancia que en sí mismos adquieren estos restos materiales. A esta estructura primaria, con una orientación diferente, pero más conformada a la propia estructura orográfica de la

Figura 22. GRAN VASO HECHO A MANO CON ASAS Y MAMELONES UNA VEZ RESTAURADO.

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cornisa caliza donde se asienta, se superpone la muralla ibérica en sí, ciclópea, construida con grandes bloques calizos de tan característica factura. Se trata de una construcción que tuvo que ser impresionante sin lugar a dudas y que dotó a la comunidad turdetana que la construyó no sólo de un elemento defensivo de primer rango, sino de un elemento de «prestigio» muy significativa. En este sentido debemos decir que las corrientes de investigación históricas más actuales sobre las sociedades ibéricas están resaltando, precisamente, que las fortificaciones ibéricas obedecen más a un origen relacionado con las peculiares connotaciones principescas de los íberos que a un origen netamente militar o defensivo(28). Incluso hay autores que prácticamente descartan la utilidad militar de las murallas íberas hasta bien entrado el siglo III a.C.(29). En las sociedades fuertemente jerarquizadas la arquitectura se convierte en un símbolo de poder, de prestigio, símbolo de la fuerza de sus gobernantes y ejerce un efecto más ostentoso que disuasorio ante otras comunidades vecinas. Este factor simbólico o de prestigio debió ser determinante en la construcción de la muralla ciclópea de Ocuri, toda vez que la propia situación orográfica de la ciudad ya actuaba como elemento defensivo. De hecho, ya hemos comentado que salvo en la zona Norte donde está la muralla y algunos restos en el Sur, hacia el pago del Rano, no hay otros restos de muralla en Ocuri. Posiblemente la empalizada o el muro de tapial de la Iª Edad del Hierro ya cumplía sobradamente la función defensiva en ese lado del perímetro de la ciudad y su cercanía al precipicio ya impedía que una hueste numerosa pudiera concentrarse ante ella. Ahora bien, esos cinco metros de piedras colosales seguro que fueron el orgullo de los primeros ocuritanos turdetanos. De todas formas, la muralla se construye en el lugar más accesible de todo el

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cerro y, por tanto, el más comprometido ante un asalto enemigo. Por otro lado, la época turdetana supone para la Sierra de Cádiz el germen del «primer urbanismo» desarrollado, en el que se van a consolidar los núcleos fundamentales de poblamiento de esta comarca, muchos de los cuales serán posteriormente ciudades romanas y, en menor medida, fortalezas medievales. Estos poblados tipo oppidum, localizados en lugares de altura y en puntos estratégicos del territorio, dominaban visualmente el entorno circundante y aprovechaban las zonas de tránsito (escasas en la Sierra Alta) por donde debían circular los rebaños, los productos agrícolas y las mercancías. Es muy posible que algunos de estos oppida se originaran en el Período Orientalizante (Bronce Final), pero es en la IIª Edad del Hierro cuando se amplían y se desarrollan con una nueva reestructuración urbana, que culmina con la construcción de potentes murallas con sillares de piedra, a veces de aparejo ciclópeo como es el caso de Ocuri. El oppidum se convierte así en el núcleo religioso, político, económico y social de un área territorial concreta, por lo que su engrandecimiento arquitectónico es vital para consolidar la cohesión social del grupo por un lado y para enaltecerlo ante sus vecinos. El poder económico, social y político de ese grupo (llámese tribu, clan o similar) se evidenciaba, por tanto, en sus construcciones y, evidentemente, las murallas eran lo primero que se veía de una ciudad. En definitiva, desde nuestro punto de vista «lo cortés no quita lo valiente», y creemos que la muralla de Ocuri pudo ostentar esta doble función, la militar y la emblemática. En lo referente al tipo de aparejo empleado en la muralla y aunque pudiera suponerse que existen numerosas murallas «ciclópeas» en el ámbito ibérico, lo cierto es que hay muy pocas bien documentadas.

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En la península sólo se da este tipo de aparejo en el norte de Cataluña, en la zona levantina y, especialmente, en el valle del Guadalquivir, estando muchas de ellas sin datar, ni estudiar adecuadamente(30). Quizás la más famosa, la de Tarraco (Tarragona) es también una de las más discutidas en su interpretación, pues hay autores como Schulten que defendieron su origen etrusco, mientras que otros como Serra o Hauschild la consideraron de época romano-republicana. Por lo que podemos saber, hasta ahora la cuestión sigue en «empate técnico» y no hay fundamentos claros ni para los defensores de una ni otra postura (incluso algunos han llegado a tildarla de «fraude histórico»). Otro tanto ocurre con la muralla de Ampurias que pudo construirse, siguiendo modelos de la poliorcética griega en el siglo IV a.C., siendo arrasada en el siglo II a.C. y construida, con los mismos bloques ciclópeos, unos 25 metros más hacia delante(31), por lo que hay autores que defienden que es del siglo IV y otros que del II a.C. Lo mismo sucede con la muralla ciclópea de Ibros (Jaén) que algunos consideran que es de época republicana romana. De hecho, hay autores como Moret que consideran que la inmensa mayoría de los aparejos ciclópeos son romanos y no íberos(32). En el otro lado nos encontramos con la impresionante muralla ciclópea del Cerro Miguelico (Torredelcampo, Jaén) que fue considerada del siglo V a.C., o la del Cerro de la Cabeza (Valdepeñas, Ciudad Real) fechada en el siglo IV a.C. En nuestras inmediaciones la más cercana es la hallada en Saepo, en el Cerro de la Botinera (Algodonales), que como ya hemos mencionado es citada por Plinio entre las ciudades «célticas». En este yacimiento también se han encontrado cerámicas a mano o a torno lento de características parecidas a las encontradas en la estructura de finales de la Iª Edad del Hierro de Ocuri(33).

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Siguiendo con nuestra propuesta de periodización de la muralla, llegamos a lo que, coloquialmente, hemos denominado como «Puerta Cartaginesa», que coincidiría con los sillares de arenisca almohadillados y un vano de entrada ligeramente desplazado del que actualmente se conserva y que éste último debió arrasar por completo. Los Bárquidas cartagineses ocuparon gran parte de la península desde su desembarco en Cádiz en el 237 a.C. hasta su derrota, en la batalla de Ilipa, en el 205 a.C., por lo que es de suponer que nuestra comarca estuvo más de tres décadas en sus manos. Tanto a nivel histórico como arqueológico estos años son muy mal conocidos, pero está claro que debió haber grandes construcciones defensivas y reformas en las ya existentes como preludio a la inminente Segunda Guerra Púnica. No olvidemos la famosa red de las «Torres de Aníbal», citada por Plinio, base de la defensa territorial cartaginesa en el sur peninsular. La península y sobre todo la costa andaluza, la levantina (hasta Sagunto claro) y las áreas mineras de Sierra Morena se convierten en una fuente de ingresos muy importantes para el imperio cartaginés. También está claro que los Barca intentaron sustentar su imperio en grandes ciudades, siendo las más cercanas a la nuestra las de Gadir (Cádiz), Carmo (Carmona), Spal (Sevilla) y, curiosamente, Carteia (San Roque, Cádiz)(34). Y específicamente citamos estas ciudades porque todas tienen restos de murallas con sillares almohadillados y a Carteia, en especial, porque no podemos olvidar que de esta ciudad del estrecho hemos hallado el mayor porcentaje de monedas en la excavación de la muralla ocuritana. Hablando de monedas no debemos dejar de anotar aquí que, precisamente, esta influencia neopúnica de los cartagineses, se dejó sentir mucho en nuestra comarca puesto que años

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después, con pleno dominio romano, aún se acuñaban monedas con alfabeto libiofenice, como es el caso de Iptuci (Cabezo de Hortales, Prado del Rey), ceca de la que también hemos hallado una moneda en la muralla. La mayoría de las ciudades que acuñaron monedas con este alfabeto se encuentran en la actual provincia de Cádiz, como Oba (Jimena de la Frontera), Asido (Medina Sidonia) y Lascuta (cerca de Alcalá de los Gazules), aunque, por cierto, también hay algunas emisiones en este alfabeto en Acinipo. Por tanto, no hay dudas de que los cartagineses estuvieron presentes en la sierra gaditana. La identificación de una moneda con los caracteres OQVR (OCURI) que hasta ahora había pasado desapercibida al haber sido erróneamente catalogada como de Iptuci(35), no sólo nos demuestra que Ocuri tuvo ceca propia, sino por que sus características (veáse el esclarecedor artículo de Giacomo Gillani en esta misma revista sobre la moneda y el nombre de la ciudad) estuvo en el ámbito libio-fenicio, el más ligado a los colonos traídos por los cartagineses. De hecho, en su anverso al igual que ocurre con las monedas de Iptuci, se representa una cabeza barbada y con diadema que se atribuye al dios púnico Ba’alHammón(36). Tanto en Carteia como en el Castillo de Doña Blanca (El Puerto de Santa María, Cádiz) se han documentados restos de murallas con sillares almohadillados que han sido atribuidos a momentos constructivos bárquidas(37), aunque quizás el más conocido sea el caso de las fortificaciones cartaginesas de Carmona, sobre todo en las torres y lienzos de su Puerta de Sevilla , que han sido considerados de factura púnica(38). Otros casos pueden ser las primeras murallas de Cartago Nova (Cartagena), fundada por Asdrúbal sobre una población íbera anterior, y que presenta sillares igualmente almohadillados.

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Evidentemente, el sillar almohadillado por sí mismo no sería determinante, pues el aparejo almohadillado es de larga tradición mediterránea, pero creemos que dada la destrucción a la que esta posible puerta postibérica se vió sometida y su consiguiente arrasamiento por la construcción de la puerta romana del siglo siglo I d.C. (al parecernos que intencionadamente se quiso borrar toda huella anterior, y no olvidemos lo que hemos apuntado sobre el sentido emblemático de la muralla y, por tanto, de su puerta) y, dada la aparición de materiales arqueológicos neopúnicos en contextos asociados a la UE 53, seguimos creyendo en la presencia de esa puerta cartaginesa. Ahora bien, nos surge otra duda al respecto de este aparejo y es el material empleado. ¿De donde traen los sillares de arenisca y con qué objeto?. Esta pregunta a la que aún no hemos podido responder es, curiosamente, otro argumento para demostrar su cronología neopúnica. Esa clara intencionalidad de emplear sillares de piedra arenisca que tuvieron que traer de canteras distantes, con la cantidad de caliza tan moldeable que tenían a su alrededor y que ya había demostrado su eficiencia en la propia muralla ciclópea, debe significar algo y, con toda claridad, esa puerta fue completamente diferente a la anterior ciclópea y, por supuesto, a la posterior romana (con inspiración helenística como veremos luego). Pasando a la penúltima fase de la construcción de la muralla, debemos decir que a finales del siglo I o inicios del II después de Cristo, la ciudad de Ocuri disfrutó de una época de gran esplendor político, social y económico, que tuvo su exponente más claros en la instauración de un ambicioso programa edilicio en el que se incluyó la construcción de un foro (donde se hallaron los pedestales conmemorativos de Antonino Pío y Cómmodo), unas termas,

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una fuente pública y otras construcciones públicas aún no del todo bien documentadas (como posiblemente un templo dedicado al culto oficial, pues no debemos olvidar la tercera de las inscripciones referente a la sacerdotisa augustal encontrada en 1823 y que pudo estar bajo la llamada Casa de Vegazo). Es en este momento de mayor esplendor de la ciudad, cuando se debieron abrir nuevas áreas de necrópolis en la ladera norte y donde una gran familia o un collegium funeraticium (sociedad funeraria destinada a dispensar los servicios funerarios a sus afiliados) construyó el espléndido Mausoleo/Columbario que hoy aún podemos visitar. Coincidiendo con todo este auge edilicio, el senado ocuritano debió decidir destruir la puerta heredada de íberos y cartagineses y construir otra acorde a la nueva dignidad de la ciudad. Igualmente, la muralla fue reformada y dotada de nuevas instalaciones para el cuerpo de guardia (Fig. 23). Se construye así una gran puerta monumental, que utiliza aparejo similar al del Mausoleo/Columbario, con sillares de caliza local mucho más pequeños de módulo, perfectamente escuadrados y cogidos con argamasa. A su vez, se le dota de unas pilastras adelantadas a las propias jambas, que pudieron sostener un friso decorado tal y como atestiguan los elementos decorativos hallados durante el «destaponamiento» de la entrada (restos de cornisas y frisos y diversas molduras) e incluso columnas como afirmaba Juan Vegazo y que debieron rodar ladera abajo, siendo recuperada alguna por Manuel Cabello en los inicios de la década de los setenta (hoy día en la Plaza Misión Rescate de Ubrique). Si seguimos pensando en cómo fue la fase definitiva de la muralla y, si impresionan ya de por sí los 3,10 metros de altura que se conservan en la actualidad (tras su limpieza y consolidación), imaginemos lo que supondría ver esos 5 metros de altura

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Figura 23. DETALLE DE HABITACIONES «CUERPO DE GUARDIA» DETRÁS DE LA MURALLA.

CON PAVIMENTO DEL

mínimos y esa puerta monumental en este tramo de la entrada. En total, pensamos que ambos lienzos de muralla, con la puerta en medio, pudieron tener unos 40 de longitud, lo que le daría una visión majestuosa e imponente a la muralla romana de Ocuri. Nosotros, con la ayuda del actual Director del Museo de Cádiz, Juan Alonso de la Sierra, a quien agradecemos su gentileza(39), aportamos una recreación de lo que pudo ser la puerta principal de entrada, por la Muralla Norte, a la ciudad de Ocuri (Fig. 24). Por último, para el final de su ocupación o al menos de su última remodelación, tenemos datos en sentido negativo, es decir, por lo que se hecha en falta, y por proximidad de lo hallado en la campaña de

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Figura 24. POSIBLES RECONSTRUCCIONES DE LA PUERTA ROMANA (DIBUJOS JUAN ALONSO DE LA SIERRA)

2001 en la Vivienda 3(40), situada a una decena de metros encima de ella. Primero, no se han recuperado materiales arqueológicos datables más allá de finales del siglo III d.C., no hay por tanto sigillatas africanas, y la única moneda del siglo IV apareció en superficie en la zona de las escorrentías, por lo que puede proceder de la meseta superior (donde sí se han hallado un par de monedas de mediados del siglo IV d.C., en concreto en el Foro en 1999). Por otro lado, la Vivienda nº 3 tiene una ocupación muy clara hacia el principio del siglo II d.C. y tuvo un derrumbe o colapso anterior al 270 d.C., atestiguado por las monedas de Claudio II El Gótico sobre el nivel de escombros de su techumbre, por lo que es más que probable que esa fecha, anterior al 270 de nuestra Era, marque también el final de las remodelaciones de la muralla. En este sentido, siempre hemos pensado que la ciudad romana de Ocuri, pudo quedar muy tocada por el proceso de ruralización que siguió a la grave crisis de

mediados del siglo III, agudizada después del periodo de la Anarquía Militar y que tras ella, quedó prácticamente deshabitada o habitada de forma residual. Creemos que este proceso queda reflejado igualmente en nuestra intervención arqueológica en el interior de la muralla. Las rectificaciones posteriores pertenecen ya a la época Moderna y a los agricultores y, sobre todo, ganaderos posteriores incluso a Vegazo, que terminaron por cerrar la puerta con sillares y elementos arquitectónicos de acarreo para que no se les escaparan los animales. Un par de siglos de lluvia y de escorrentías aportando materiales de ladera terminaron por colmatarla. Finalmente, y lo dejamos aquí meramente esbozado, existe otro dato significativo extraído del material arqueológico recuperado en nuestras intervenciones en la muralla ocuritana y es que de las 14 monedas de cecas hispano-romanas halladas en los distintos sectores de la muralla, 9 corresponden a la ceca de la ciudad de Car-

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teia, lo que claramente indica una relación importante y un tránsito continuado entre ambas ciudades que resulta muy significativo. Quizás esta relación tan directa entre ambas ciudades pueda apuntalar la hipótesis de que la vía Corduba-Carteia pasaba no sólo por la sierra de Cádiz, sino por la misma Ocuri, o al menos un ramal secundario de ella como sugirió Ramón Corzo(41). En este sentido, Pierre Sillieres, eminente romanista de la Casa de Velázquez, mantiene que la relación entre Carteia y Ocuri se produce directamente por una vía que pasaría por Oba (otra de las ciudades libiofenicias como ya hemos dicho), enlazando directamente el ámbito de la Sierra de Cádiz con la Bahía de Algeciras y, por tanto, con el norte de África y las posesiones púnicas(42). No obstante, Ocuri también estuvo integrada en la red viaria, de ámbito más comarcal, que instauraron los romanos en el conventus iuridicus gaditano. De hecho, se conservan tramos de la calzada que unen la zona de la campiña de Arcos, posiblemente desde el importante yacimiento de Sierra de Aznar con su impresionante Castellum Aquae(43), pasa por la ciudad íbero-romana de Iptuci, bordea parte del actual casco urbano de Ubrique y se interna hasta el estratégico paso natural de la Manga de Villaluenga, tras pasar por Ocuri, en dirección al importante y estratégico núcleo de Acinipo (Ronda, Málaga), y quizás también a la ciudad de Lacilbula (en término de Grazalema), uniendo de esta forma la serranía y campiña alta gaditana con la depresión rondeña.

bajadoras de Ubrique que tomaron parte en los casi tres años de intervenciones en la muralla, contratados por el programa Arqueosierra y, en especial al equipo multidisciplinar del proyecto Arqueosierra II de la Mancomunidad de Municipios de la Sierra de Cádiz, que codirigíamos Luis M. Cobos Rodríguez y el que esto suscribe. Asimismo, debo agradecer su inestimable ayuda y aportación al arqueólogo José Manuel Higueras-Milena, que nos ayudó en lo que a tratamiento de fotografías y planos por ordenador se refiere e intervino en la excavación de los enterramientos junto a la muralla; a la arqueóloga Susana Ruiz Aguilar, co-responsable de la primera campaña de excavación y de la excavación de la Vivienda 3; a los arqueólogos Ángela Sánchez López y Alberto García Mancha que fueron imprescindibles en la segunda campaña y que realizaron una labor impecable en el yacimiento, a la restauradora Raquel Janeiro por su labor en la recuperación y restauración del material cerámico; a la arqueóloga Ester López Rosendo que ha colaborado en la identificación de materiales y al estudio de los materiales prerromanos; a nuestro compañero presidente de Papeles de Historia Manuel Castro Rodríguez, arquitecto técnico de la obra y, por último, al arqueólogo Jesús Román Román que nos ha ayudado eficazmente, durante casi un año, en las tareas de documentación e inventario del ingente material arqueológico recuperado en las dos campañas. A todos ellos muchas gracias por haber hecho posible este proyecto.

Agradecimientos No quisiéramos terminar este artículo sin dejar constancia aquí de la labor de tantos compañeros que nos ha prestado su colaboración a lo largo de todo el proceso de intervención en la muralla ciclópea. En primer lugar a todos los trabajadores y tra-

Notas (1) Luis Javier GUERRERO MISA y Luis M. COBOS RODRÍGUEZ (2002): «La Ruta Arqueológica de los Pueblos Blancos de la Sierra de Cádiz: una apuesta por el desarrollo económico y social basada en el patrimonio». Actas de las VI Jornadas Anda-

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luzas de Difusión del Patrimonio Histórico. Málaga, junio 2001, págs. 121-138. Sevilla, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. - Maribel MOLINA CARRIÓN (1999): «Arqueosierra: Ruta Arqueológica de los pueblos Blancos de Cádiz». Revista de Arqueología, nº 226, págs. 58-60. Madrid. .- Luis Javier GUERRERO MISA et alii (1998): «La Ruta Arqueológica de los Pueblos Blancos de la Sierra de Cádiz». Revista de Arqueología, nº 204, págs. 6-11. Madrid. (2) Luis Javier GUERRERO MISA (2006): «D. Juan Vegazo, descubridor de la ciudad romana de Ocuri y pionero de la Arqueología de Campo en Andalucía». Papeles de Historia, nº 5, págs. 34-58. Ubrique. (3) Luis Javier GUERRERO MISA y José Manuel HIGUERAS-MILENA CASTELLANO (2002): «Recuperación y puesta en valor del yacimiento íbero-romano de Ocuri (Ubrique, Cádiz): Su integración en la Ruta Arqueológica de los Pueblos Blancos». Anuario Arqueológico de Andalucía de 1999. Tomo III, Volumen I, págs. 107-122. Sevilla. (4) Luis Javier GUERRERO MISA (1990): «Carta arqueológica de Benaocaz (Cádiz): inicio a la sistematización arqueológica de la serranía gaditana». Anuario Arqueológico de Andalucía de 1987. Tomo II, págs. 354-366. Sevilla. (5) Fray SEBASTIÁN DE UBRIQUE (1944): Historia de la villa de Ubrique, pág. 19. (6) Fray SEBASTIÁN DE UBRIQUE (1944): Historia de la villa de Ubrique, pág. 17. (7) J. M. GUIJO, R. LACALLE y J. C. PECERO (2002): «Estudios de restos antropológicos procedentes de tres yacimientos de la Sierra de Cádiz». Proyecto Arqueosierra II. Original inédito, págs. 1-13. Sevilla-Cádiz.

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(8) Agradezco desde aquí las oportunas referencias que el Dr Dies Cusí nos ha brindado. (9) Luis Javier GUERRERO MISA, Ángela SÁNCHEZ LÓPEZ y Alberto GARCÍA MANCHA (2006): «Segunda fase de la intervención de urgencia y consolidación de la muralla ciclópea de la ciudad íbero-romana de Ocuri (Ubrique, Cádiz)». Anuario Arqueológico de Andalucía de 2003. Tomo III, Volumen I, págs. 194-208. Sevilla. (10) Estas excavaciones nunca se publicaron y sus materiales se han dado por perdidos. Lo poco que conocemos de ella es lo narrado por Manuel Cabello Janeiro en su libro de 1987, Ubrique, encrucijada histórica para caminos juveniles, donde narraba sus experiencias con su grupo de Misión Rescate y su relación con De Sancha. (11) Agradezco al Dr. Mariano Torres Ortiz, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, su amable comunicación sobre la identificación de la punta de flecha. Véase Martín ALMAGRO BASCH (1940): «El hallazgo de la Ría de Huelva y el final del Bronce en el Occidente de Europa». Ampurias, nº 2, págs. 85-143. Lámina V. (12) Agradezco a nuestra compañera Ester López Rosendo su desinteresado estudio de estas peculiares cerámicas, así como los dibujos que acompañaban al mismo. (13) Juan Antonio PACHÓN ROMERO y Javier CARRASCO RUS (2005): Las cerámicas policromas orientalizantes y del bronce final desde la perspectiva granadina, pag. 62. Granada. (14) J. R. GARCÍA GANDÍA (2002): «La necrópolis orientalizante de Les Casetes. Joyas, amuletos y armas». Revista de Arqueología, nº 249, págs. 36 y 39. Zugarto Ediciones. Madrid. (15) Lázaro GAGOSTENA BARRIOS (1996): «Explotación del salazón en la Bahía de 81

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Cádiz en la Antigüedad: Aportación al conocimiento de su evolución a través de la producción de las ánforas Mañá C». Florentia Iliberritana. Revista de Estudios de la Antigüedad Clásica, nº 7, págs. 141169. Granada. (16) Pedro A. CARRETERO POBLETE (2004): «Las producciones cerámicas de ánforas tipo ‘Campamentos Numantinos’ y su origen en San Fernando (Cádiz): los hornos de Pery Junquera». Figlinae Baeticae: talleres alfareros y producciones cerámicas en la Bética romana (ss. II a.C.-VII d.C). Actas del congreso internacional, págs. 427-440. Cádiz. (17) Fray SEBASTIÁN DE UBRIQUE (1944): Historia de la villa de Ubrique, pág. 23. (18) Fray SEBASTIÁN DE UBRIQUE (1944): Historia de la villa de Ubrique, pág. 18. (19) Luis Javier GUERRERO MISA y Susana RUIZ AGUILAR (2004). «Intervención de urgencia y consolidación de la muralla ciclópea de la ciudad íbero-romana de Ocuri (Ubrique, Cádiz): 1ª fase. campaña de 2001». Anuario Arqueológico de Andalucía de 2001. Tomo III, Volumen I, págs 145-153. Sevilla. (20) Fray Sebastián de Ubrique en su obra citada transcribe la memoria de esta batalla relatada por D. Francisco Garcés, autor del Manifiesto de las acciones de guerra de la villa de Cortes de la Frontera. Cádiz, 1815. (21) PLINIO: Naturalis Historia. 3. 14. Entre la amplia bibliografía que estudia este tema hemos seleccionado la siguiente: - Luis GARCÍA IGLESIAS (1970): «La Beturia, un problema geográfico de la Hispania Antigua». Archivo Español de Arqueología, XLIII, 121-122, págs. 86-108. Madrid. - Alicia M. CANTO DE GREGORIO (1998):

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Epigrafía Romana de la Beturia Céltica. Madrid. - Luis BERROCAL RANGEL (1993): Los pueblos Célticos del Suroeste de la Península Ibérica. Madrid. (22) Francisco SILES GUERRERO (1998). «De epigraphia saeponense. Breve aproximación a la arqueología e historia antigua de Olvera». Revista de Feria de Olvera. (23) Mariano DEL AMO Y DE LA HERA (1980): «El Castañuelo: un poblado céltico en la provincia de Huelva». Huelva Arqueológica, IV, págs. 299-340. Huelva. (24) Pedro AGUAYO DE HOYOS et alii (1986): «El yacimiento pre y protohistórico de Acinipo (Ronda, Málaga): un ejemplo de Cabañas del Bronce Final y su evolución». Arqueología Espacial, nº 9, págs. 33 y 58. Teruel; y Pedro AGUAYO DE HOYOS et alli (1987): «El yacimiento pre y protohistórico de Acinipo (Ronda, Málaga): Campaña de 1985». Anuario Arqueológico de Andalucía de 1985. Tomo II. Actividades sistemáticas, págs. 294-304. Sevilla. (25) Hasta el momento no se encuentran materiales arqueológicos adscribibles con claridad a un Bronce Final Tartésico en lo que entendemos por la «auténtica sierra», es decir, la zona montañosa. Sólo en las zonas de campiña alta o de presierra como en Villamartín se han documentado materiales tartésicos. También existe un ejemplar, de retícula bruñida, hallado de forma aislada por el arqueólogo Jesús López junto a la coracha medieval de Setenil de las Bodegas en 2003, pero poco más. (26) Luis Javier GUERRERO MISA y Ester LÓPEZ ROSENDO (2010). «El descubrimiento de un nuevo enclave tartésico-orientalizante en la Sierra de Cádiz: el oppidum de Olvera». Papeles de Historia, nº 6. Ubrique (Cádiz). Ver en este mismo número.

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(27) Ester LÓPEZ ROSENDO (2002): «La necrópolis de la Ermita del Almendral de Puerto Serrano (Cádiz). Campaña de 1999». Anuario Arqueológico de Andalucía de 1999. Tomo III, Volumen 1, págs. 78-88. Sevilla. (28) Francisco GRACIA ALONSO (1997): «Poliorcética griega y fortificaciones ibéricas». La Guerra en la Antigüedad. Una aproximación al origen de los ejércitos en Hispania, págs. 165-183. Ministerio de Defensa. Madrid. - Francisco GRACIA ALONSO (1999): «Arquitectura y poder en las estructuras de poblamiento ibéricas. Esfuerzo de trabajo y corveas». Los Iberos. Príncipes de Occidente, págs. 99-114. Barcelona. (29) Pierre MORET (1996): Les fortifications ibériques, de la fin de l'âge du bronze à la conquête romaine. Casa de Velázquez. Madrid. (30) MORET (1996): Opus cit., págs. 86-89. (31) Xavier AQUILÉ y otros (2000): «Empúries». Guías del Museu d’Arqueologia de Catalunya. Barcelona. (32) MORET (1996): Opus cit., pág. 87. (33) Agradecemos a su excavadora, Aurora Higueras-Milena, los datos que nos ha facilitado. (34) Fernando PRADOS MARTÍNEZ (2007): «La presencia neopúnica en la Alta Andalucía: a propósito de algunos referentes arquitectónicos y culturales de época bárquida (237-205 a.C.)»- Gerion, nº 25, págs. 83-110. Madrid.

PAPELES DE HISTORIA

(35) Antonio José MARQUES DE FARIA (1995): «Algunas notas de onomástica ibérica». Portugalia, Nova série, 16, págs. 323-330. Oporto. Giacomo GILLANI (2010). «El nombre de Ocuri a partir de fuentes epigráficas y numismáticas». En Papeles de Historia nº 6. Ubrique (Cádiz), págs. 85-97. (36) María Paz GARCÍA BELLIDO Y CRUCES BLÁZQUEZ (2001): Diccionario de Cecas y pueblos Hispánicos. Volumen II, pág. 302. C.S.I.C. Madrid. (37) PRADOS (2007): Opus cit., pág. 89. (38) Alfonso JIMÉNEZ MARTÍN (1988): La Puerta de Sevilla en Carmona. Sevilla. (39) Agradecemos a Juan Alonso de la Sierra su amable aportación que hizo cuando era coordinador del Gabinete Pedagógico de Bellas Artes de Cádiz. (40) Luis Javier GUERRERO MISA y Susana RUIZ AGUILAR (2004): Opus cit. (41) R. CORZO y M. TOSCANO (1992): Las vias romanas de Andalucía, págs. 150-155. Consejería de Obras Públicas y Transporte de la Junta de Andalucía. Sevilla. (42) Pierre SILLIERES (1997): Baelo Claudia: una ciudad romana de la Bética, pág. 16. Casa de Velázquez. Madrid. (43) Luis Javier GUERRERO MISA (2001): «Intervención arqueológica de urgencia en la ciudad romana de Sierra Aznar (Arcos de la Frontera, Cádiz)». Anuario Arqueológico de Andalucía de 1998. Tomo III, pags. 32-37. Sevilla.

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