La multiplicidad del \'locus amoenus\'

September 21, 2017 | Autor: E. Bonenberg-Kooiman | Categoría: Spanish Literature, Luis de Góngora, Spanish Literature of the Golden Age, Locus Amoenus
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Descripción

La multiplicidad del 'locus amoenus'
Un estudio del concepto en Soledades de Góngora

Eline Bonenberg-Kooiman, 10245286

El llamado locus amoenus es un concepto que reaparece continuamente a
través de la historia de la literatura. Este lugar, caracterizado por
tranquilidad y hermosura natural, suscita la imagen del jardín de Edén, del
paraíso. Uno de los escritores del Siglo de Oro que recurre frecuentemente
a este concepto es el poeta Luis de Góngora y Argote (1561-1627). La
naturaleza en general cobra gran importancia en su obra, lo que se
manifiesta no sólo en las descripciones de loci amoeni, sino también en
referencias abundantes a elementos naturales. En este ensayo, pretendemos
investigar cómo Góngora elabora el locus amoenus en su poema Soledades,
comparando para este objetivo dos descripciones del concepto, la una de la
Soledad Primera y la otra de la Soledad Segunda. Intentamos demostrar que,
aunque hay múltiples correspondencias entre los dos, también existen
diferencias significantes, tanto en el carácter de los dos lugares como en
la función que cobran dentro de la narrativa del poema. De este modo,
quedará claro que el concepto de locus amoenus posibilita la variación y la
aplicación de diferentes matices, de modo que se convierte en un concepto
múltiple y complejo. Por supuesto, el locus amoenus ya ha sido estudiado,
pero raras veces como el foco de la investigación en relación con la obra
de un escritor de la tradición literaria española, que es lo que este
estudio corto pretende llevar a cabo. En nuestro ensayo, empleamos la
tercera edición que realizó Dámaso Alonso de Soledades, que data de 1956.
El primer locus amoenus que discutimos se describe en los versos 233-349 y
el segundo en los versos 248-360. En primer lugar trataremos los dos
separadamente, para luego realizar una comparación en que destacará cuáles
son las semejanzas y cuáles las diferencias. A base de esta comparación,
esperamos realizar algunas conclusiones interesantes sobre el concepto del
locus amoenus en Soledades.
La primera descripción del locus amoenus empieza con el sonido de
música, que atrae la atención de un joven peregrino naufragado, el
personaje principal de la obra, que justamente se ha despedido de un
cabrero con el que ha pasado su primera noche en una tierra desconocida. Lo
que llama la atención aquí es el poder casi embrujador que ejerce la música
sobre el joven: "(...) cuando / rémora de sus pasos fue su oído, /
dulcemente impedido" (vs. 236-238). Es decir, ya que llega al oído del
joven una música tan bella, automáticamente sus pies se detienen. Destaca
el papel importante del oído, que es lo que lleva al peregrino al locus
amoenus. Directamente después del oído, se introduce otro sentido, la
vista: el joven ve a algunas serranas que se encuentran en un prado,
cruzado por un arroyo. Es importante notar que estos dos sentidos, el oído
y la vista, aparecen continuamente durante la descripción del locus
amoenus.
El arroyo, o más generalmente el agua, es un elemento que desempeña
un papel destacable en toda la imagen que está construyendo Góngora. La
primera información de importancia que el poeta nos ofrece es que se trata
de un arroyo manso, que antes de llegar al prado en cuestión tenía más
fuerza. Las palabras que utiliza Góngora para señalar lo manso y lo fuerte
del agua se relacionan con el oído: antes, el arroyo estaba "ronco",
mientras que ahora es "mudo" (vs. 241-242). Además de enfatizar otra vez el
papel fundamental del oído, estos términos provocan la idea de que el agua
del arroyo se está tranquilizando (se ha quedado mudo) para poder escuchar
la música que hacen las serranas, como bien nota Dámaso Alonso en la
versión de prosa de Soledades que incluyó en su edición de la obra (Góngora
1956: 124). Esta misma imagen del arroyo silenciado aparece otra vez en los
versos 344-349, donde se añade al elemento de la música (oído) el de la
hermosura de las mozas (vista). La siguiente información respecto al arroyo
sigue directamente a los versos que acabamos de mencionar, y expresa una
comparación de belleza entre, por un lado, el agua y, por otro lado, la
mano y la cara de una serrana que se encuentra en el prado: "(...) una mano
/ que al uno menosprecia, al otro iguala" (vs. 245-246). Es decir, la mano
es más bella que el agua del arroyo, "el cristal líquido" (vs. 244), y tan
bella como la cara de la moza que se está refrescando. Es interesante notar
que aquí la belleza de un ser humano, una joven serrana, supera a la de la
naturaleza, de modo que en este locus amoenus, el aspecto edénico de la
naturaleza hermosa se construye no sólo por la naturaleza sino también por
las personas que se encuentran en medio de ella.
La interacción continua entre la naturaleza y el hombre sigue
presente durante toda la descripción del locus amoenus. Cuando se describe
la llegada del grupo de serranos al prado, por ejemplo, salta a la vista
que los mozos llevan consigo un conjunto de animales, algunos todavía vivos
y otros ya muertos, pero todos destinados para la cena de la boda del día
siguiente. En este sentido, aunque los serranos viven rodeados por y en
harmonía con la naturaleza que les rodea, al mismo tiempo son los dueños de
ésta. Esta idea se ilustra claramente en, por ejemplo, los versos 309-314,
en los que el poeta describe el esplendor del pavo (primeros tres versos),
para luego reconocer su derrota frente al ser humano, que le ha captado y
matado (últimos tres versos). De este modo, queda claro que el hombre no
sólo forma parte de, sino que también desempeña un papel dominante dentro
de la naturaleza.
La descripción de este locus amoenus termina cuando todos los
serranos han llegado al prado, que les ofrece la posibilidad de refrescarse
y de descansar o dormir. En este sentido, el prado forma un verdadero oasis
en el viaje de los jóvenes, que es largo y duro (por el peso del cargo que
llevan). Podríamos también interpretar esta imagen metafóricamente: el
locus amoenus como lugar de reposo en el largo y duro viaje que es la vida
del ser humano.
El joven peregrino, escondido en el hueco de una encina, ha sido el
observador silencioso de la hermosura del lugar y de las personas que se
encuentran allí. Su primera reacción a lo que está observando se expresa en
los versos 267-280, en que el joven intenta sacar en claro quiénes son
estas mozas tan hermosas. Lo que llama la atención es que el joven está
contemplando la escena como si fuera una escena de la mitología: piensa en
las serranas sucesivamente como ninfas, bacantes y amazonas. No es
coincidencia que Góngora utiliza imágenes de precisamente esta tradición:
intenta enfatizar la hermosura de las jóvenes y de la escena en general,
describiéndola como una hermosura de altura mitológica o fantástica. En el
fragmento que sigue directamente al verso 349, el último verso de la
descripción del primer locus amoenus, el poeta describe otro aspecto de la
reacción del peregrino. Cada mozo se ha reunido con su amada, y todos se
han puesto a descansar. El joven sale de su escondrijo y saluda a ellos,
para luego retirarse en la sombra, llorando, tanto por el recuerdo de su
propio amor perdido, evocado por la vista de las parejas felices en el
prado, como por el sufrimiento que ha experimentado en el mar, por causa de
su naufragio. Es decir, la observación de la felicidad provoca en el joven
un sentimiento nostálgico y, sobre todo, triste, porque realiza que él
mismo no posee tal felicidad. Se nota que esta reacción del peregrino no se
expresa con palabras, lo que se enfatiza otra vez más allá en el poema,
después de que un anciano que acompaña al grupo de serranos ha intentado
consolar al joven, realizando un largo monólogo sobre el desarrollo
marítimo, los descubrimientos de nuevas tierras y los peligros del mar.
Cuando ha terminado este discurso, se lee lo siguiente: "consolallo pudiera
el peregrino / con las de su edad corta historias largas, / si (…) / (…) /
no comenzaron ya los montañeses / a esconder con el número el camino" (vs.
507-512). Es decir, no hay posibilidad para el peregrino de expresar sus
propias experiencias y miserias, salvo a través de las lágrimas, de modo
que sus sentimientos tristes quedan por gran parte encerrados en sí mismo.
El segundo locus amoenus que tratamos en este ensayo se encuentra en
una isla, donde vive un viejo pescador con sus dos hijos y sus seis
hermosas hijas. Los dos hijos, también pescadores, se encuentran con el
peregrino y le invitan a visitar su hogar y a conocerse con su padre, que
es el que muestra al peregrino toda la belleza de la isla. Lo que destaca
en este locus amoenus es que habitan en ello muchos animales: por todos los
lugares por donde lleva el anciano al joven aparece otro tipo de animal.
Sucesivamente ven cisnes, palomas, conejos, abejas y cabras. Es interesante
notar que cada uno de estos tipos de animales ha encontrado en la isla un
tipo de refugio, un hogar tranquilo y seguro. En el caso de los primeros
cuatro animales que hemos mencionado antes, el lugar de refugio se
caracteriza por una planta o un árbol: los cisnes habitan en medio de
carrizos, las palomas viven en un palomar que se encuentra en el punto más
alto de un álamo, las madrigueras de los conejos están rodeadas por
laureles y las abejas viven en los huecos de unos fresnos. (Que el refugio
de las cabras no consiste en un lugar abrigado, sino en un promontorio, se
debe a la naturaleza de este animal.) Incluso podríamos decir que Góngora
extiende esta imagen del árbol o de la planta como refugio al ser humano
mismo, ya que las seis hijas del anciano deciden servir la cena para su
padre y el joven visitante en un claro rodeado por seis chopos.
Respecto a los cisnes que habitan en la isla, especialmente llaman la
atención dos elementos. En primer lugar, el poeta nos cuenta sobre estos
animales lo siguiente: "(...) de la misma suerte / que gallinas domésticas
al grano, / a la voz concurrientes del anciano" (vs. 252-254). Es decir, se
presenta aquí a los cisnes como animales domésticos del viejo pescador, de
modo que otra vez se enfatiza el carácter de refugio de la isla, además de
la seguridad en que los animales pueden vivir allí. En segundo lugar, en la
imagen que ofrece el poeta de los cisnes se juntan los dos elementos
contrarios de la vida y de la muerte: "y mientras dulce aquél su muerte
anuncia / entre la verde juncia, / sus pollos éste al mar conduce nuevos"
(vs. 257-259). Además, es interesante destacar la comparación que realiza
Góngora entre el reino de las abejas, por un lado, y los de Cartago y de
las amazonas, por otro lado. Se articula aquí una diferencia fundamental:
el reino de Cartago y el de las amazonas no fueron pacíficos, puesto que
Cartago se protegía por muros altos (lo que implica la presencia de un
posible enemigo) y las amazonas se conocían como un pueblo guerrero; las
abejas, sin embargo, forman un "ejército más casto" (vs. 291), presidido
por una reina "que sin corona vuela y sin espada" (vs. 289). Otra vez, se
enfatiza aquí lo pacífico y lo tranquilo de la vida de los animales en la
isla.
Otro aspecto relevante es que en la descripción de este segundo locus
amoenus, los sonidos vienen todos (con excepción de la explicación que
ofrece el anciano pescador acerca de las cabras) de la naturaleza o de los
animales que viven en ella. Incluso la comida se sirve en silencio por las
seis hijas del pescador, y durante la cena se oye el sonido del agua,
rompiéndose en las piedras, y el canto de las "(...) nueve / aladas musas
(...)" (vs. 353-354), las aves. Es como si los humanos se quedaran mudos
para poder oír y gozar de los hermosos sonidos que produce la naturaleza.
Sin embargo, se rompe este silencio por la reacción del peregrino a
todo la hermosura de que ha sido testigo durante su visita a la isla. El
joven considera feliz al anciano por disponer de un lugar tan hermoso y tan
tranquilo para pasar los últimos días de su vida. También, le da el consejo
de disfrutar de su vida en la isla y de distanciarse del resto del mundo.
Este último aspecto se manifiesta claramente en, por ejemplo, los
siguientes versos: "próxima arena de esa opuesta playa, / la remota Cambaya
/ sea de hoy más a vuestro leño ocioso" (vs. 372-374). Es decir, el anciano
tiene que considerar la playa de la tierra firme, apenas separada de la
isla, como si fuera la lejana Cambaya, lugar donde el pescador con su
pequeño barco de pesca ("vuestro leño ocioso") nunca podría llegar. Además,
el joven advierte de los peligros del mar mismo (vs. 384-387), lo que el
anciano pescador, por su parte, confirma, llamando al océano "ese teatro de
Fortuna" (vs. 401) y un "campo ya de sepulcros" (vs. 403). Este doble
énfasis que se realiza en el consejo del peregrino, tanto en el vivir feliz
en la isla como en el quedarse lejos del mundo fuera de la isla, señala
otra vez a la función de la isla como refugio aislado, tanto para los
animales como para el pescador. Además, llama la atención que la vista de
la hermosura y la tranquilidad de la isla provoca que los dos
interlocutores piensen en la miseria del mundo fuera de este locus amoenus,
tan contraria a la vida en la isla.
Ahora pretendemos comparar los dos loci amoeni que acabamos de
describir, para ver cuáles son las diferencias y las correspondencias entre
los dos. En primer lugar, en ambos casos los sentidos del oído y de la
vista desempeñan un papel fundamental. Sirven como instrumento por el que
se puede tanto observar la belleza como escuchar a la música y los sonidos,
o, en otras palabras, por el que se puede experimentar el locus amoenus.
Otro elemento que llama la atención es que en ambos loci amoeni se realiza
una comparación entre figuras de la tradición greco-latina y elementos del
locus amoenus (las serranas, en el primer caso, y las abejas, en el
segundo). Estas comparaciones sirven para enfatizar un determinado elemento
del locus amoenus en cuestión: en el caso del primer, se trata de una
acentuación de la hermosura de las mozas, mientras que en el caso del
segundo, la comparación subraya la tranquilidad con que los animales viven
en la isla.
Además, se puede percibir una diferencia esencial en el modo de que
se manifiesta la relación entre el ser humano y la naturaleza en ambos
casos. En el primer locus amoenus que hemos discutido, queda muy claro que
el hombre, aunque vive en harmonía con la naturaleza, también la domina,
como si fuera el dueño de ella. Una muestra de esta jerarquía es la
descripción bastante larga del conjunto de animales muertos (o destinados a
morir muy pronto) que llevan los serranos para la cena de la boda del día
siguiente: el ser humano utiliza la naturaleza, aquí en la forma de los
animales, para su propio beneficio. También, se presenta a la naturaleza
como menos bella que el ser humano, como hemos visto muy claramente en la
afirmación de que la cara y la mano de una de las serranas son más hermosas
que el agua con que se está refrescando. Otro elemento que enfatiza la
posición dominante del ser humano es el hecho de que el arroyo se quede
"mudo", o más tranquilo, por la música dulce de las serranas y la hermosura
de la escena. En el segundo locus amoenus, sin embargo, se articula una
relación muy diferente de la que acabamos de describir. Por ejemplo, los
animales que aparecen en este lugar son vivos y han encontrado en la isla
un hogar seguro (a los cisnes se presenta incluso como animales
domésticos), lo que está en un contraste tajante con los animales del
primer locus amoenus. Además, llama la atención que la naturaleza, en vez
de quedarse silenciosa para poder escuchar a los sonidos y la música de los
seres humanos, es el productor principal de estos sonidos y esta música, a
que escuchan los hombres. Otro elemento que muestra claramente la
diferencia entre los dos loci amoeni es el hecho de que en el primero, las
personas, sobre todo las hermosas serranas, forman una parte importante e
integral de la construcción del locus amoenus mismo, mientras que en el
caso del segundo, las personas se quedan más al fondo, como observadores (y
no como participantes) en la escena paradisiaca.
Se puede discernir otra diferencia en la función que cumple el locus
amoenus en ambos casos. En el primer caso, el locus amoenus sirve como
lugar de descanso para los jóvenes que se dirigen a la boda. Están de viaje
y su estancia corta en el prado sólo forma una interrupción de éste para
recobrar fuerzas, como es el caso también con otro locus amoenus que
brevemente se describe más tarde en el poema: no forma un objetivo en sí.
En cambio, el segundo locus amoenus se presenta como el lugar de reposo
final. Como recomienda el joven y confirma el anciano, la isla forma el
lugar donde el pescador intenta pasar los últimos días de su vida. En este
sentido, el locus amoenus se presenta más como un lugar de refugio que de
descanso: forma el objetivo del viaje de la vida, un lugar seguro en que el
pescador viejo se puede retirar para vivir en tranquilidad. Esta imagen del
locus amoenus como refugio se refuerza por los animales, que también han
encontrado un domicilio allí.
Además, destaca que en ambos casos, la experiencia del locus amoenus
provoca sentimientos y contemplaciones tristes. El primer locus amoenus
causa la tristeza del joven peregrino, porque la vista de las parejas
felices en el prado le hace pensar en su propio amor perdido, causa de sus
vagabundeo por todas partes y, por último, en su naufragio. A su vez, la
tristeza del joven y la apariencia clara de un naufragado que tiene
provocan sentimientos tristes en el anciano que acompaña a los jóvenes por
el recuerdo de la pérdida de su propio hijo en el mar. El segundo locus
amoenus tiene efecto parecido: el joven pone en contraste el mundo edénico
de la isla con el mundo exterior, lleno de dolor y de peligros, imagen que
confirma el pescador. Nótese aquí también que las contemplaciones que
siguen a la descripción de locus amoenus implican en ambos casos a un joven
y un anciano.
Por último, destacamos la posición distinta del joven peregrino
frente a los dos diferentes loci amoeni. En el primer caso, el joven
expresa sus sentimientos de tristeza sólo por las lágrimas que vierte.
También sus observaciones sobre la identidad de las serranas en el prado se
realizan en silencio. Además, su tristeza se concentra en sus propios
sufrimientos y dolor. La posición que mantiene frente al segundo locus
amoenus es bastante distinto. Aquí, el peregrino expresa sus sentimientos y
pensamientos a través de palabras, incluso es el primero que rompe el
silencio en que están tomando la comida. Considera al anciano feliz por
haber encontrado un refugio tan hermoso y articula unas ideas sobre los
peligros y el dolor que exhibe el mundo exterior, sobre todo el mar. Aunque
estas contemplaciones están ligadas a sus propias experiencias, el joven
expone aquí una vista más amplia, que tiene en cuenta la vida de otra
persona (el anciano) y considera un aspecto del mundo en general (los
peligros del mar). Podríamos decir que a través de la narrativa, el joven
se ha madurado: mientras que en el primer locus amoenus no se expresó
mediante palabras y sus sentimientos dolorosos tenían un carácter
individual, en el segundo locus amoenus no duda de expresar claramente sus
ideas, que, además, se mueven en torno de más que sus experiencias
personales.
En conclusión, podríamos destacar varias comprobaciones en cuanto al
concepto del locus amoenus en Soledades. En primer lugar, en ambos casos el
oído y la vista desempeñan un papel significante, como instrumentos por los
que se experimenta el locus amoenus. Lo que también llama la atención es
que el ser humano domina la naturaleza en el primer locus amoenus, mientras
que en el segundo vive en una harmonía más grande con ella, a veces incluso
subordinándose para disfrutar de ella. Además, es importante notar que el
primer locus amoenus cumple la función de un lugar de descanso en que los
jóvenes interrumpen su viaje, para luego seguir otra vez su camino,
mientras que el segundo locus amoenus es más bien un lugar de refugio, que
forma la destinación del viaje de la vida del anciano pescador. Por ultimo,
la reacción del peregrino a ambos loci amoeni muestra su desarrollo y
maduración a lo largo del poema: está más capaz de expresarse y sus
contemplaciones tratan de más que su propio dolor. Todas estas conclusiones
comprueban que el concepto de locus amoenus no sólo constituye un recurso
común y simple que es propio de determinados tipos de literatura, sino que
en realidad se trata aquí de un concepto múltiple y complejo, que se
integra por completo en la narrativa de Soledades. Para investigaciones
futuras, sería interesante estudiar el concepto en otras obras de Góngora,
para ver si de ellas resultan las mismas conclusiones.


Bibliografía
Góngora y Argote, Luis de, 1956. Las Soledades, tercera edición, ed. Dámaso
Alonso (Madrid: Sociedad de estudios y publicaciones).
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