La mujer en la novela del siglo XIX. Una imagen con muchos matices

June 23, 2017 | Autor: R. Domínguez Quin... | Categoría: Siglo XIX, Benito Pérez Galdós, Mujer
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Descripción

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Miércoles 26 de marzo de 2014

L I T E R A T U R A P L E A M A R

análisis

LA MUJER EN LA NOVELA DEL XIX

Una imagen con muchos matices Este investigador de la literatura y la cultura de hace dos siglos, Rubén Domínguez, ofrece hoy, a las 20.00 horas, en la Casa Museo Pérez Galdós, la conferencia ‘Muchas mujeres y una sola mirada: apuntes sobre la novela del XIX’. IMÁGENES DE LA BIBLIOTECA NACIONAL

✒ Por Rubén Domínguez Quintana

S

i nombramos a Fortunata, Tristana, Isidora, las Miau o Rosalía de Bringas a todos o casi todos nos resultarán familiares estos nombres, pues son conocidas protagonistas de obras de Pérez Galdós. Lo mismo ocurrirá si ponemos sobre la mesa a Ana Ozores, Pepita Jiménez, Cleopatra Pérez o a Manuela, mujeres creadas por Leopoldo Alas Clarín, J. Valera, Ortega Munilla y Pardo Bazán respectivamente y en tan solo unos segundos nos habremos rodeado, por así decirlo, de muchas mujeres que, siendo tan dispares entre sí, tendemos a fundir en una sola: la mujer del XIX. Esa figura, como lugar común de análisis y dejando de lado toda disquisición epistemológica, deja por el camino matices que, tanto Galdós como otros autores aportan y que enriquecen nuestra historia cultural. ¿Acaso Fortunata y Halma tienen las mismas aspiraciones? ¿Corre Ana Ozores la misma suerte que Isidora Rufete? ¿Qué parangón existe entre Benina y Rosalía Bringas? Obviamente hay características comunes que, como lectores del siglo XXI podemos extraer y atribuir a cada una de estas mujeres de literatura, pero una lectura quizá más quisquillosa nos revele a las muchas féminas que habitan un siglo de brillante creación literaria. No debería ser, sin embargo, nuestra intención como lectores derrumbar ese mito femenino del siglo XIX ya que constituiría un esfuerzo del todo inútil intentar borrar de un plumazo imágenes que, como si de un eslogan de publicidad se tratase, están arraigadas culturalmente –y como Roland Barthes explicara– son mitos que aportan siempre significado a lo largo del tiempo, variando según sus circunstancias. Ello nos permite leer y releer a Madame Bovary, esposa presa del hastío aldeano y doméstico que la llevan a cometer adulterio, como la mujer que literariamente funda el mito de la esposa infiel en la novela europea. La protagonista de Flaubert constituye un monumento literario con variadas reelaboraciones que llegan hasta nuestros días y que contemplamos en las pantallas de televisión como pudieran ser las Mujeres desesperadas o la escena del piscinero en el cine para adultos. Pero si hay una mujer que brille con luz propia en la novela decimonónica esa es Naná. La protagonista de la obra homónima publicada en 1880 por Emile Zola encarna el más puro espíritu de la saga novelística de los Rougon-Macquart, sujetos determinados por el medio que luchan contra una realidad imposible de cambiar. Naná funda el mito de la mujer fatal

ANÁLISIS En este artículo para Pleamar, el profesor Rubén Domínguez Quintana advierte que la literatura del siglo XIX, con el escritor grancanario Benito Pérez Galdós a la cabeza, es una muestra del ineludible protagonismo que la mujer adquiere como personaje. En torno a su figura se fraguan y toman forma los innumerables cambios que transforman la sociedad española; cambios de los que la novela da nutrida y detallada cuenta.

y su cuerpo desnudo –utilizado por el narrador como presentación del personaje– le otorgan un poder y una belleza casi diabólicos que maneja destinos y dilapida fortunas en el París del Segundo Imperio. Naná aparece por primera vez en su novela, «desnuda, sí, con una tranquila audacia, segura de la omnipotencia de su

carne». Objeto de la mirada del resto de personajes, también el lector participa de un ejercicio narrativo que nos descubre a una mujer indomable hasta que la enfermedad –de nuevo la inmutable y fría realidad– acaba con ella. Las voces narradoras de esos mitos más o menos reconocibles nos acercan a

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una realidad y a unos personajes femeninos que, agazapados detrás de esa mujer del XIX, unificadora, esconde una larga nómina de tipos ricos y dispares: la loca, la fanática, la histérica, la perdida, la seducida, la cursi, la santurrona, la solterona, la rebelde o el ángel del hogar nos aguardan entre las páginas más lúcidas de nuestra novela realista. Somos espectadores privilegiados no únicamente de esos grandes mitos sino también de las escenas más íntimas y detalladas de una época aún hoy llena de significado pues como Sotelo Vázquez –asiduo a nuestros Congresos Internacionales Galdosianos– acertadamente explica: la novela realista es la historia de las costumbres, no de los acontecimientos. Por ello Galdós nos hace testigos privilegiados de las luchas de Fortunata por unirse a Santa Cruz y conservar a su hijo, podemos contemplar cómo Isidora baja escalón a escalón lo que iba a ser su ascenso social hasta que la perdemos de vista entre la muchedumbre madrileña. Podemos sentarnos junto a Benina en la plaza del Progreso –hoy en día la plaza de Antón Martín– mientras medita cómo conseguir salvar el día de su señora, quien vive de espaldas a su ruina económica y moral. Nos compadecemos de las componendas textiles que las Miau tienen que hacerle a sus raídos vestidos durante noches en vela para ir al teatro de prestado al día siguiente y nos asombramos ante los ataques de furia alcohólica de Mauricia la dura. Nos sentamos a la mesa en los Jueves de Eloísa en Lo prohibido y contamos los dineros que doña Lupe obtiene en sus negocios prestatarios junto al señor de Torquemada y así podemos vivir innumerables casos y momentos de la existencia novelesca de tantas y tantas mujeres observadas y contadas bajo un prisma que quizá tienda a unificarlas pero que, no lo olvidemos, no nos debe impedir leer siempre un poco más allá, trascendiendo los lugares comunes, buscando los símbolos casi nunca dejados al azar en cada renglón pues, como el propio Galdós sentencia en su prólogo a La Regenta, «Hermoso es que las obras literarias vivan, que el gusto de leerlas, la estimación de sus cualidades, y aun las controversias ocasionadas por su asunto, no se concreten a los días más o menos largos de su aparición». Rubén Domínguez Quintana ultima su tesis doctoral sobre la novela y la mujer decimonónicas. Ha sido profesor asociado y asistente en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGG) y en los Estados Unidos, respectivamente.

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