La mujer en el Renacimiento: claves de su aportación a la cultura europea

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Descripción

La mujer en el Renacimiento: claves de su aportación a la cultura europea

Primero de todo, quisiera agradecer a los organizadores de este Congreso, Sr.Banús y la comisión organizadora, que hayan planteado un foro de discusión con un planteamiento tan amplio.

En esta comunicación me dispongo a abordar el papel que jugó la mujer en la formación de lo que hoy en día llamamos cultura europea. Cuál fue su participación en las transformaciones sociales, políticas y sobretodo culturales que caracterizaron la Europa del Renacimiento, período fundamental para la construcción de la cultura en Europa. Puesto que esta comunicación gira entorno a la mujer en la época del Renacimiento, me gustaría ante todo acotar hasta cierto punto estos 2 términos claves: Renacimiento y Mujer del Renacimiento, para sentar a grades trazos algunas ideas base sobre las que desarrollaremos nuestra aportación.

Estaremos de acuerdo si afirmamos que el Renacimiento fue un proceso de renovación cultural, científica, filosófica, artística, que se desarrolló principalmente en Italia durante los siglos XV, XVI y primera mitad del siglo XVII. Aún siendo muy difícil acotar unas fechas para un momento de la historia que precisamente consiste en un proceso evolutivo, pondremos como fechas aproximadas las que propone John Hale en La civilización del Renacimiento, los años 1450 y 1620. Estas dos fechas, aproximadas, como hemos dicho, enmarcarán un arco cronológico dentro del cual se desarrolló la profunda renovatio cultural y de las artes a la que llamaremos -muy posteriormente, ya en el siglo XIX- Renacimiento.

Como bien saben, En Renacimiento, se caracterizó en gran parte, por la recuperación de todos los aspectos de la civilización clásica manifiesta en las artes, las letras, la filosofía y la política. Otros aspectos, también decisivos, marcaron el carácter y la evolución de este período de la historia: se amplió el horizonte geográfico de los europeos con el descubrimiento de nuevos territorios en ultramar, la imprenta espoleó la difusión de nuevas ideas y las acercercó a los habitantes de las modernas ciudades europeas; la elección del papa Borgia y las incipientes corrientes reformadoras hicieron tambalear la Iglesia católica; en España, los reyes católicos terminan venciendo en su particular cruzada contra Al-Alndalus. Todos estos acontecimiento

junto con muchos otros determinaron la coyuntura política, social económica, cultural y religiosa durante ese período.

Uno de estos aspectos, nos parece crucial para entender ya no sólo este particular momento histórico, si no el contexto en el cual la mujer podrá empezar a formar parte de este proceso de transformación que legará tanto a la cultura europea. Tal como hemos comentado, la visión del mundo cambió, se amplió, adquirió nuevos horizontes y sembró nuevas expectativas en lo que a la cultura se refiere. De la mano a de esta apertura geográfica viene una apertura en el ámbito artístico: la perpectiva. La nueva perspectiva en el arte, conquistada por Vitruvio y plasmada en el lienzo por Alberti, tuvo su transposición en la vida social. Quizá resulte metafórico pero lo cierto es que una nueva perspectiva traspasó el arte para empapar muchos de las aspectos ideológicos de este período. Así, también se abrió una nueva perspectiva para la mujer y su participación en la vida social e intelectual de la época.

Fue en Italia donde dio comienzo la gran renovación del arte y de las ideas, y posteriormente estas nuevas actitudes y formas, se difundieron por el resto de Europa. En las aulas de las primeras universidades, en los salones palaciegos, artistas y literatos emprenden una de las transformaciones más profundas y perdurables de la civilización. De estas transformaciones somos herederos.

Pero qué papel jugó la mujer en estas transformaciones? La historiadora Joan Kelly – influida por las corrientes feministas de los primeros años 70 se preguntaba: Hubo renacimiento para las mujeres? Para aquellos que tengáis curiosidad, su respuesta desde la crítica feminista, fue, obviamente, no. La pregunta surgía como deliberada polémica ante algunas afirmaciones de Jacob Burckhardt en su aclamado La civilización del Renacimiento en Italia, escrita en 1860 y en el que ninguneaba de una forma bastante ingenua, por cierto, la aportación femenina dentro de la cultura renacentista.

Actualmente, más allá de la polémica, hasta los estudios más críticos sobre género sostienen que la participación de las mujeres en la revolución cultural de los siglos XV y XVI fue notable.

Debemos, entonces, repensar el Renacimiento y desempolvar los logros de la mujer en esta época.

Bien es cierto que hasta bien entrado el siglo XIV, el acceso a la cultura estaba prácticamente reservado a los hombres. A la mujer le pertenecía el ámbito de lo doméstico y poco más. En época medieval pocas mujeres habían gozado de educación en artes y letras, acaso alguna religiosa, bibliotecaria o enseñante. A medida que vamos dejando atrás los roles propios de la vida social medieval, la mujer se adapta a los nuevos cánones de comportamiento femenino. Un nuevo canon en el que la formación intelectual adquiere una importancia muy relevante. Otra de las cuestiones que debemos precisar, llegados a este punto, es el tipo de mujer a la que nos referimos cuando hablamos de “mujer del renacimiento”. Y es que desafortunadamente, no podemos generalizar en este sentido. El acceso a la cultura estaba vetado a la mayor parte de mujeres de su época. Así, el canon al que nos estaremos refiriendo siempre es el que comparten solamente mujeres de cierto rango social: nobleza, damas de corte y familias pertenecientes a la pequeña burguesía.

El cortesano, obra maestra de Baldassarre Castiglione, constituyó el manual indiscutible de perfecto hombre de corte del Renacimiento. En él, incluye un capítulo dedicado a la perfecta cortesana, o mujer de corte, en el que expone qué características físicas, sociales, intelectuales y hasta morales correspondían a la mujer. Al nuevo ideal de mujer al que debían asemejarse todas las ellas.

En este nuevo ideal de perfecta “donna de palazzo” o “gentildonna” era imprescindible la formación. Entre muchas y detalladísimas virtudes físicas, morales y sociales – con las que ahora no podemos extendernos- Castiglione expone la importancia capital de la preparación intelectual. La mujer debe lucir, según sus palabras “docta conversación”, ser entendida en arte, letra y música, y los que resulta clave, demostrarlo públicamente.

Siguiendo este nuevo patrón de comportamiento, que Castiglione tan detalladamente perpetua en sus páginas, las duquesas, marquesas, reinas y damas de corte, recibieron instrucción dese los primeros años de sus vidas. La formación, pues, es el primero de los elementos que queremos soslayar a propósito del papel de la mujer en la cultura del renacimiento.

Nuestra aportación sostiene que la mujer ocupó en el Renacimiento 4 posiciones clave para la promoción de la cultura. En una escala de menor a mayor implicación personal, los elementos

que nos permiten determinar que la mujer participó de la cultura en los siglos XV, XVI y XVII serian los siguientes: la formación, el consumo, el patrocinio y, en una incipiente medida, la producción.

Por lo que concierne a la formación: acabamos de hablar de ello, era uno de los pilares del nuevo ideal femenino.

Respecto al consumo y la práctica: debemos observar sus motivos, también, en el ideal de mujer imperante. La mujer debía consumir cultura. Es lo que se esperaba de ella y lo debía mostrar en público. Aunque estos dos puntos le dejan muy poco margen de decisión a la mujer por sí misma, sí cabe remarcar que tanto la formación como el consumo de cultura, perpetúan y justifican su existencia. De aquí que lo anotemos como una de las claves de su aportación a la cultura europea.

La cuestión del patrocinio y el mecenazgo es primordial para entender la participación de la mujer del renacimiento en la promoción y difusión de la cultura europea. Es cierto que – y cito a Peter Burke- el movimiento reunió a más hombres que a mujeres, a pesar de que algunas mujeres nobles se dedicaban activamente al mecenazgo, como por ejemplo, Isabella de Este, a principios del siglo XVI, entusiasta coleccionista de arte que adquirió obras de Bellini, Perugino, Leonardo y Tiziano. Otras mujeres fueron también intermediarias culturales entre Italia y el resto de Europa: Beatriz de Aragón, esposa de Matías de Hungría, Bona Sforza, casada con Segismundo de Polonia o Catalina de Médicis, convertida en esposa de Enrique II de Francia. Embajadoras de este nuevo modelo cultural y de comportamiento.

La tarea del mecenazgo parte, a diferencia de la formación y el consumo de cultura, de una voluntad inequívoca de fomento del arte, la literatura y el pensamiento. Es, seguramente, la aportación más clara y visible de la mujer en la cultura en el Renacimiento. Muchos de los eruditos de este período encontraron la inspiración al abrigo de las cortes del Renacimiento, muchas de ellas, lideradas por las mujeres, que entonces ya gozaban de una mayor implicación en los negocios del gobierno de estas. Michelangelo, Ludovico Ariosto, Pietro Bembo, Giovanni Bellini, ... y tantos otros. Los hombres de corte vivían dedicados mayormente al desempeño de sus funciones

representativas en el extranjero o se veían inmiscuidos en cuestiones bélicas teniendo que ausentarse de sus ducados, condados, marquesados o reinos por largos períodos. Legaban entonces a sus mujeres, todas las tareas relacionadas con el arte o la adquisición de patrimonio. Un mínimo espacio de libertad este, al que numerosas mujeres se aferraron. En ausencia de sus marido, o bien con el beneplácito de ellos, tomaron las riendas de sus cortes y generaron dentro de ellas verdaderos campos de cultivo del talento artístico. Otras mujeres encontraron otros motivos para desarrollar la labor del mecenazgo en sus cortes: la pretensión de ensalzar el poderío familiar, el puro goce estético o la verdadera vocación artística. Según Celia García “ El mecenazgo resultó ser “Una alternativa aceptada que ofrecía a la mujer múltiples posibilidades, entre ellas, explorar el potencial de las artes como una proclamación de su propia identidad y estatus, así como de su propio gusto”.

Una de las mecenas más comprometidas con la cultura de su tiempo fue sin duda - lo acabamos de mencionar- Isabella D'Este, que reunió en Mántua a una de las más valiosas colecciones de arte del renacimiento italiano. Al amparo de las rojizas murallas de la corte de Mántua, Leonardo da Vinci, la retrató en 1500 en un esbozo que es conocido por todos. Isabella se hizo retratar también por el maestro Tiziano en un maravilloso óleo de 1530. Baldassarre Castiglione realizó numerosas estancias en Mántua reclamado por Isabella que lo tenía entre unos de sus mayores consejeros espirituales. El escultor Giulio Romano, Raffael Sanzio, el aclamado Andrea Mantegna fueron sus “artistas” de cabecera, encargándoles numerosas obras que actualmente representan valiosas aportaciones al movimiento cultural del Renacimiento. Lucrecia Borgia heredó la labor del mecenazgo de su padre -Rodrigo Borgia, el papa Alejandro VI- y desde su posición de duquesa, en Ferrara, promovió el desarrollo artístico rodeándose de eruditos filósofos, artistas y literatos de su tiempo. Bajo el amparo de Lucrecia, Ludovico Ariosto escribió parte de su Orlando Furioso a la vez que Ercole Strozzi escribía sus más delicados sonetos dedicados a la duquesa de Ferrara. También Pietro Bembo- con quien mantuvo una extensa y apasionada correspondencia- le dedicó Gli Asolani en 1505. Ferrara y Mántua, que rivalizaron por esta cuestión, fueron dos de los mayores focos de creación artística de la Italia del Renacimento. Las dos cortes, fueron lideradas por mujeres que ejercieron el gobierno en ausencia de sus maridos.

Otro ejemplo notable de mecenazgo artístico lo encontramos en Vittoria Colonna, marquesa de Pesca, amante de las letras y las artes, que escribió en 1525 las Rimas espirituales y escribió a su

marido algunas de las más bellas cartas del Renacimiento. Vittoria Colonna tubo una destacada influencia en los artistas de su tiempo, fue importantísima su amistad con Michelangelo Buonarroti quien la tuvo en gran estima y sobre quien Vittoria ejerció una gran influencia. El mismo Michelangelo le dedicó algunos de sus sonetos y la retrató en numerosos dibujos. Entre sus amigos se cuentan los ilustres Pietro Bembo, Luigi Alamanni o el mismo Baldessare Castiglione. Tuvo también una estrecha relación con algunos filósofos y reformadores de la iglesia como Pietro Camesecchi, Juan de Valdés o Bernardino Ochino con los que inició un movimiento reformista en el sur de Italia. En Breda, Flandes, Mencía de Mendoza consagró su tiempo al coleccionismo reuniendo en su corte a humanistas como Joan Lluís Vives que le fue su preceptor, y pintores de primer orden como Hyeronimus Bosch, el Bosco. Su tarea de mecenas la continuó en Valencia, como 3ra esposa del viudo Fernando el Católico, dónde siguió ejerciendo de embajadora del arte de los Païses Bajos con su admirada pinacoteca. Imposible nombrarlas a todas: Margarita de Austria, Isabel de Castilla, Alfonsina Orsini, ejemplos de la estrecha relación que mantiene la mujer del Renacimiento con la producción artística, literaria y filosófica de su tiempo.

Quiero remarcar que el mecenazgo femenino ha sido muy poco analizado a lo largo de la historia, eclipsado por el poder de figuras masculinas que ejercieron la misma labor en el mismo período: el Papa Sixto IV, Alejandro VI, Lorenzo de Médicis... Como vemos, el patrocinio ejercido por mujeres durante este período favoreció la creación de numerosas obras de arte y literarias, así como fomentó el encuentro y la discusión entre los propios artistas, generando verdaderos círculos de erudición y producción cultural. Sobran palabras sobre la importancia que los autores que hemos nombrados tuvieron en el posterior desarrollo de la cultura europea.

Hasta ahora, hemos hablado de 3 puntos que consideramos claves para analizar la aportación de la mujer en la cultura europea: la formación, el consumo y el mecenazgo. El último dispone a la mujer en una actitud realmente activa, aunque contamos con muchas menos representantes es este sentido: la producción. Es importante destacar que la producción artística fue un ámbito casi exclusivo de los hombres hasta el comienzo de la época moderna. En muy pocas ocasiones o largo de la historia de Europa,

hasta el Renacimiento, se había tenido en cuenta las obras artísticas o literarias realizadas por mujeres. Podemos exceptuar a la poetisa griega Safo, a la científica Hipatia de Alejandría, y pocas más. Hemos de tener en cuenta que durante le Edad Media, las manifestaciones artísticas o literarias de las mujeres eran prácticamente imposibles puesto que la alfabetización femenina era casi nula.

Como hemos anotado anteriormente, algunas de las mujeres que ejercían de mecenas también fueron escritoras. Las menos, puesto que, si bien la formación en arte y literatura era imprescindible en una dama de corte, la formación en la ejecución de las artes plásticas – es decir- aprender a pintar o a esculpir, no era bien visto en la época. En menor grado la literatura, el ejercicio de la cual resultaba más “inofensivo” para la inmaculada mujer renacentista. Progresivamente al debilitamiento de las condiciones que impedían el acceso de las mujeres a la cultura, aumentó el número de mujeres que escribían poesía y se interesaban por la ciencia, la política y la música, fundamentalmente entre la clase noble. Así por ejemplo, Galileo mantuvo correspondencia con la duquesa de Toscana, Cristina de Lorena, a propósito de sus descubrimientos en astronomía y la defensa de las tesis copernicanas. No en vano, la epístola era la forma literaria menos sospechosa para una mujer en los siglos XV y XVI y por consiguiente, la más utilizada por las mujeres “escritoras” de esta época.

Santa Teresa de Jesús, escribió múltiples obras de ensayo, poesía y también numerosas cartas. Estos escritos están considerados fuentes de estudio de la literatura clásica española.

En el arte pictórico destacaron la napolitana Artemisia Gentilechi, en el siglo XVI, quien tuvo una notable repercusión en su tiempo. Influenciada por la pintura de Caravaggio, su producción artística fue ingente. Muchas de sus obras forman parte del canon elenco de obras a través de las que nos aproximamos al Renacimento italiano. Judith y Holofernes, EL extasis de Mª Magdalena, Dánae o su autorretrato como mártir, copan las paredes de los museos de Europa.

En Flandes, Clara Peeters destacó por la representación de bodegones con un detalle alabado por los artistas actuales. No así sus contemporáneos que infravaloraron su don por tratarse de una mujer, en el Flandes de los grandes pintores masculinos. Afortunadamente en la actualidad su obra se encuentra entre las más representativas de la pintura flamenca del siglo XVII.

Gaspara Stampa fue sin duda una de las poetisas del Renacimiento. La nueva Safo -según los románticos del XIX- vivió consagrada al estudio de la poesía y las letras y se aplicó en cuerpo y alma a la redacción de sus poemas amorosos Rime, que sin duda conocían y apreciaban sus coetáneos. Junto con Vittoria Gambara, Tullia d'Aragona, Veronica Franco y etc. crearon una verdadera escuela de literatura femenina en la Italia del Cinquecento.

En fin. Le debemos a la mujer lo que apuntábamos al inicio de esta comunicación: desempolvar sus logros, sus gestos, sus contribuciones, para que no queden diluidos en el cauce de la historia. Termino: Arranca el Renacimiento y con él, la formación femenina en las altas esferas sociales. Y también arranca aquí la tradición de las mujeres productoras de arte, literatura o pensamiento. La mujer deja de ser un objeto pasivo para convertirse en un sujeto activo de participación en la cultura. Aunque escueta y, por desgracia, muy poco visible en los estudios históricos, la aportación de la mujer a la cultura europea fue tangible y alentadora para todas las mujeres que les siguieron en el tiempo. Lo más importante, pues, es el punto de partida, el inicio de una contribución cultural que irá en aumento y será ya imparable. Des del Renacimiento hasta nuestros días, la aportación de la mujer en la cultura europea resulta en nuestros días ya indiscutible. Me vienen a la cabeza, infinitos nombres de mujeres que, cada cuál desde su posición, sembraron de belleza, de provocación, de crítica, de raciocinio, de ética, de dulzura, de imaginación, el enorme cabal cultural de Europa. Al final - y permítanme este pequeño guiño- Europa, tiene nombre de mujer.

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