La moderación como divisa. En torno al ideario político de los afrancesados

October 9, 2017 | Autor: Juan López Tabar | Categoría: Guerra de la Independencia Española, Constitucionalismo histórico, Afrancesados, Liberalismo Moderado
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OTROS TÍTULOS

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Pedro Rújula y Jordi Canal (eds.)

Las Cortes de Cádiz Miguel Artola (ed.)

Guerra de ideas

El Dos de Mayo Mito y fiesta nacional (1808-1958) Christian Demange Trafalgar y el mundo atlántico Agustín Guimerá Ravina, Alberto Ramos Santana, Gonzalo Butrón Prida (coords.) El conde de Toreno Biografía de un liberal (1786-1843) Joaquín Varela Suanzes-Carpegna Crisis atlántica Autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana José María Portillo Valdés

La historia moderna de España y el hispanismo francés Francisco García González Las Cortes de Cádiz Soberanía, separación de poderes, Hacienda, 1810-1811 Javier Lasarte

La época de la Guerra de la Independencia (1808-1814) ha sido estudiada esencialmente a través de dos vías: la primera de ellas sitúa el conflicto militar en el eje del discurso y se aproxima a lo acontecido desde la perspectiva del enfrentamiento armado; la otra centra su atención en el proceso político que llevó desde las juntas de los primeros días hasta los escaños de la asamblea gaditana donde sería aprobada la Constitución en 1812. Este volumen se propone definir el espacio intermedio entre ambas vías, es decir,

Pólvora, plata y boleros Memorias de embajadas, saqueos y pasatiempos relatados por testigos y combatientes en la Guerra de la Independencia (1808-1814) Leopoldo Stampa Piñeiro

el universo de ideas que hizo del tiempo de la Guerra de la Independencia el crisol político de la modernidad española y, al mismo tiempo, desentrañar los procesos que lo convirtieron en posible, ya que difícilmente podrían separarse las ideas que circularon estos años de los procesos mediante los cuales se difundieron y arraigaron.

PRÓXIMOS TÍTULOS La aurora de la libertad Los primeros liberalismos en el mundo iberoamericano Javier Fernández Sebastián (ed.) El imperio de las circunstancias Ensayo sobre las independencias hispanoamericanas, sus protagonistas y la revolución liberal española Roberto Breña

Composici n

ISBN: 978-84-92820-64-1

Pedro Rújula y Jordi Canal (eds.)

Guerra naval en la Revolución y el Imperio Agustín Guimerá Ravina y José María Blanco (eds.)

Guerra de ideas Política y cultura en la España de la Guerra de la Independencia

Pedro Rújula (Alcañiz, 1965) es profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza. Ha publicado algunos libros sobre las guerras civiles del siglo XIX –entre ellos Contrarrevolución (1998)–, estudiado a los historiadores del período y editado la obra memorialística de diversos protagonistas de la Guerra de la Independencia: Faustino Casamayor (2008), el barón Lejeune (2009) y el mariscal Suchet (2010). Jordi Canal (Olot, 1964) es profesor en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS), de París. Autor, entre otros libros, de El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España (2000) y Banderas blancas, boinas rojas. Una historia política del carlismo (2006).

PEDRO RÚJULA JORDI CANAL (EDS.)

GUERRA DE IDEAS

Política y cultura en la España de la Guerra de la Independencia

Institución Fernando el Católico Marcial Pons Historia 2011

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Ilustración de cubierta: El Dos de Mayo, obra de Eugenio Lucas Velázquez, 1869. Museo de Bellas Artes de Budapest.

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial­ de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

© Gustavo Alares, Jordi Canal, Marieta Cantos, Demetrio Castro, Emilio de Diego, Antonino De Francesco, Javier Fernández Sebastián, Carlos Forcadell, Richard ­Hocquellet, Juan López Tabar, Jean-Philippe Luis, Stéphane Michonneau, Ignacio Peiró, Alberto Ramos, Mari Cruz Romeo, Pedro Rújula, Pierre Serna, José ­Tengarrinha. © Institución Fernando el Católico Plaza de España, 2 - 50071 Zaragoza % 97 628 88 78 [email protected] Publicación número 3.123 de la Institución Fernando el Católico © marcial pons, ediciones de historia, s. a. San Sotero, 6 - 28037 Madrid % 91 304 33 03 [email protected] ISBN: 978-84-96467-64-1 Depósito legal: M. 11.792-2012 Diseño de la cubierta: Sobelman Corta y Pega Fotocomposición: Milésima Artes Gráficas, S. L. Impresión: Efca, S. A. Madrid, 2011

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Índice Pág.

Presentación: Guerra de ideas....................................................................

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Europa La batalla de las ideas Entre revolución y contrarrevolución. El nacimiento de una cultura política nacional en la Italia de Napoleón, Antonino De Francesco..........  1808, o cómo pensar la «república pasiva», Pierre Serna......................... La batalla de las ideas: conservadores y reformistas en Portugal (18081810), José Tengarrinha........................................................................

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España liberales, serviles y afrancesados «Nuestra antigua legislación constitucional», ¿modelo para los liberales de 1808-1814?, María Cruz Romeo Mateo..........................................  Razones serviles. Ideas y argumentos del absolutismo, Demetrio Castro.... La moderación como divisa. En torno al ideario político de los afrancesados, Juan López Tabar...................................................................... 

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Los espacios de la política El cambio de representación de los pueblos: élites nuevas y antiguas en el proceso revolucionario liberal, Richard Hocquellet........................  La densificación del universo político popular durante la Guerra de la Independencia, Pedro Rújula...............................................................  Rey, familia y autoridad: otra faceta del papel de la Guerra de la Independencia en el hundimiento del Antiguo Régimen, Jean-Philippe Luis....  La guerra de pluma y la conquista femenina de la tribuna pública, Marieta Cantos Casenave.............................................................................. 

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8 Índice Pág.

Las ideas como arma Guerra de palabras. Lengua y política en la revolución de España, Javier Fernández Sebastián............................................................................  «Habitantes del mundo todo». Una aproximación a la propaganda en la Guerra de la Independencia, Alberto Ramos Santana.........................  Medios de difusión: la calle, Emilio de Diego...........................................

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En el tiempo Conmemorar la Guerra de la Independencia en Barcelona: ¿tradición o modernidad política? (1814-1823), Stéphane Michonneau.................  Políticas de la memoria en la Zaragoza de 1908: el centenario de los Sitios y la Exposición Hispano-Francesa, Carlos Forcadell.............  De caudillos, mártires y patriotas. El mito de los Sitios en la Zaragoza contemporánea (1958-2008), Gustavo Alares López...........................  La novela de la Guerra de la Independencia: una aproximación a El 19 de marzo y el 2 de mayo, de Benito Pérez Galdós, Jordi Canal...............  Días de ayer de la historiografía española. La Guerra de la Independencia y la «conversión liberal» de los historiadores en el franquismo, Ignacio Peiró Martín...................................................................................  Relación de autores....................................................................................

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Urgoiti Editores

«Tener razón y probarla con un lenguaje moderado y digno es tenerla dos veces. Tener razón y quererla probar con un lenguaje descompuesto y grosero es dejar de tenerla» 1.

El proyecto josefino: una oportunidad regeneradora A finales de 1808 Luis Marcelino Pereira, miembro de la sala de alcaldes de casa y corte y uno de los más señalados y activos diputados de la asamblea de Bayona, acometía la redacción de unas cartas a un supuesto amigo en las que explicaba su actuación en esta asamblea y justificaba la opción afrancesada con el fin de «examinar las cosas con el sosiego que fuera menester para juzgar de ellas rectamente y poner a cada uno en su propio lugar». Las cartas son interesantes, pues en fecha tan temprana encontramos ya varios de los leit motiv que años después poblarían las páginas de las principales representaciones afrancesadas, escritas al finalizar (y perder) la guerra: el suicidio que supone la oposición al emperador (califica la batalla de Bailén como «victoria funesta, de que se dolerá España siglos enteros»), las intenciones aviesas de Inglaterra, el uso interesado de la religión, o las ilusiones infundadas que vomitan las gacetas y papeles 1   Obras póstumas de D. Manuel Silvela. Las publica con la vida del autor, su hijo D. Francisco Agustín Silvela, Madrid, Est. Tip. de Don F. de P. Mellado, 1845, t.  I, pág. 327.

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públicos para «lisongear las pasiones» de los pueblos y sumirlos en el engaño. En ellas se percibe también una de las constantes en el pensamiento de los afrancesados: la condena del «despotismo anárquico», la crítica de la vorágine de desórdenes en que España está sumida desde la primavera de 1808 y, como contrapartida, la defensa de la alternativa que supone el reinado de José y su proyecto constitucional 2.

Una Constitución que, como ha mostrado recientemente Ignacio Fernández Sarasola 3, no en vano es el primer texto constitucional de nuestra historia, que más allá de un mero continuismo del despotismo ilustrado representó un intento de modernizar la obsoleta monarquía española. En ella, aunque el monarca es el indiscutido centro político del Estado con la plenitud del poder ejecutivo y amplias facultades en el legislativo y el judicial, se abandona por primera vez en nuestro país el poder absoluto del monarca, quien debía jurar la Constitución. Y José fue siempre un fiel reflejo de ello, pues se obstinó en presentarse como «rey de España y de las Indias por la gracia de Dios y de la constitución», coletilla que rechazaba Napoleón, a quien exasperaba la fidelidad de su hermano a la Constitución que había jurado.

José, dirá Pereira en una de sus cartas, «empezó acotando él mismo y cercenando su poder con una carta constitucional, no ciertamente tan buena como pudiera haberlo sido ni como en Bayona procuramos que lo fuese, pero que tal cual es vale harto más que ninguna, y que si Carlos un año ha nos la hubiese dado nos hubiéramos vuelto locos de contento» 4.

Esta reflexión de Pereira es interesante. Tendemos a comparar la Constitución de Bayona con la de 1812. Evidentemente la primera sale perdiendo no sólo por su carácter mucho más restrictivo (sigue hablando de súbditos en lugar de ciudadanos), sino porque, al ser un texto impuesto, no partió de la voluntad de los españoles. Pero habría que 2   Las cartas se encuentran hoy en el Fondo Gómez de Arteche, núm. 39.716 de la Biblioteca del Senado. Gómez de Arteche las compró por seis reales, según informa en una nota que abre este manuscrito, y las incorporó a su copiosa biblioteca bajo el epígrafe «Cartas de un afrancesado». Las citas están respectivamente en las páginas  1, 4, 5, 9 y 11. Agradezco a Jean-Baptiste Busaall su información sobre la existencia de este manuscrito. 3   En su clarificador estudio preliminar a La Constitución de Bayona (1808), Madrid, Iustel, 2007, págs. 27-100. Véase también el monográfico dedicado a esta Constitución en la revista electrónica Historia constitucional, 9 (2008). 4  [Luis Marcelino Pereira], Cartas..., op. cit., pág. 71. El anónimo «V.» en su folleto de 1813 del que luego hablaremos afirma: «No habrá hombre de juicio que no estime la constitución de Bayona superior a la antigua de la nación. La fuerza de ésta consistía en los fueros de los pueblos y de la nobleza, y extinguidos éstos, no había quedado ni aun sombra de ella», pág. 17.

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preguntarse si en aquel momento se podía aspirar a mucho más. Por otro lado, no fue meramente una carta otorgada, pues el triple borrador (con participación española en todas sus fases) y los intentos de algunos diputados (entre ellos el activo Pereira) por acomodar algunas de sus disposiciones a la realidad de España, hacen de esta carta el primer texto constitucional de España, imperfecto sí (lo dice el propio Pereira), pero lo máximo a lo que en aquellas circunstancias podía aspirarse. Posiblemente era además más pragmática y más realista con la que en aquellos momentos era la situación de España. En palabras de Fernández Sarasola, «lo cierto es que se trataba de un producto de transacción con el Antiguo Régimen que, de haber contado con el apoyo de los patriotas, quizás habría logrado triunfar allí donde la Constitución de 1812 fracasó. Aun siendo un texto muy autoritario reconocía ciertas libertades y proporcionaba la reforma administrativa que parecía requerir un país como España» 5. Y es que la defensa, y publicidad, de la Constitución de Bayona y del programa reformista del rey José serán los ejes de la propaganda afrancesada durante la guerra. Desde periódicos como El Imparcial (1809) 6, redactado por el canónigo Pedro Estala, «quizás la mejor pluma y el espíritu el más al nivel de los tiempos que tiene el gobierno de José», en palabras del perspicaz embajador Laforest 7, se hará un esfuerzo por ilustrar a la nación sobre las ventajas de la Constitución de 1808, como un pacto entre el rey y los españoles y como la base para la regeneración de la patria.

Un programa reformista que, independientemente de que en buena medida quedara en papel mojado, tanto por la perentoria escasez de recursos, como por los propios avatares de la guerra o el obstruccionismo de las autoridades militares francesas, es innegable: 369 decretos recogidos en el Prontuario que hablan de un esfuerzo legislador más que notable. «Nunca en tan poco tiempo se habían adoptado tantas reformas susceptibles de cambiar en profundidad la sociedad española» ha dicho recientemente Gérard Dufour, que se detiene en la «verdaderamente asombrosa» labor reformista del segundo semestre de 1809 (supresión de las órdenes religiosas, del voto de Santiago, reorganización de la en  Ignacio Fernández Sarasola, La constitución de Bayona..., op. cit., pág. 99.   Véanse sobre esta revista los recientes artículos de Gérard Dufour, «Une éphémère revue afrancesada: El Imparcial de Pedro Estala (mars-août 1809)», en El Argonauta Español, 2 (2005) (http://argonauta.imageson.org/document64.html), y especialmente el de Jean-Baptiste Busaall, «Le discours constitutionnel dans El Imparcial de Pedro Estala (1809)», en El Argonauta Español, 5 (2008) (http://argonauta.imageson.org/document109. html). Sobre Estala, figura muy interesante, véase la monografía de María Elena Arenas Cruz, Pedro Estala, vida y obra, Madrid, CSIC, 2003. 7   La cita, de enero de 1810, en G. Dufour, Une éphémère revue..., op. cit. 5 6

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señanza, supresión de la horca, creación de la Bolsa de Madrid, abolición de la jurisdicción del clero, etc.) 8.

Conforme las Cortes de Cádiz presentan no ya un frente militar, sino una alternativa política, entran en confrontación dos proyectos políticos, y es entonces cuando el proyecto afrancesado se vislumbra ya claramente como un término medio que ya no abandonará: el justo medio entre el inmovilismo absolutista (frente al que la Constitución de Bayona es un gran avance) y el liberalismo revolucionario gaditano que culmina con la Constitución de 1812 9.

Ya en el campo patriota se intentó poner coto a este liberalismo revolucionario: Alberto Lista, en El Espectador Sevillano, anticipaba a finales de 1809 (pocos meses antes de pasarse al bando josefino) dos ideas que serían tópicas en el futuro moderantismo liberal: el justo medio entre el poder arbitrario del absolutismo y la democracia (anarquía para él), y la necesidad de un equilibrio de poder entre las Cortes y el rey. Lista se muestra partidario de una monarquía templada, asentada sobre el gobierno representativo y una opinión pública convenientemente formada y adoctrinada por los «sabios» encargados de restituir paulatinamente la capacidad política a un pueblo aplastado por la ignorancia. Aceptando como único momento democrático en el régimen representativo la consulta electoral, rechaza toda forma de asociacionismo y advierte: «sepa la nación que caminamos por un terreno peligroso, cuyos extremos son dos precipicios: el poder arbitrario y la anarquía», argumentos todos ellos que desglosaría más detenidamente años después en El Censor 10. Ésta es la estrecha vereda, el justo medio entre el absolutismo y la anarquía democrática por la que Lista, convertido

8   G. Dufour, «Los afrancesados o una cuestión de política: los límites del despotismo ilustrado», en Cuadernos de Historia Moderna. Anejos, VI (2007), págs. 274-275. 9   Una de las primeras manifestaciones en contra del proyecto constitucional liberal desde el campo afrancesado es la de un recién pasado al bando josefino: Juan Sempere y Guarinos, quien, en sus Observaciones sobre las Cortes y sobre las leyes fundamentales de España (Granada, 1810), acusa a los miembros de la Junta Central de prometer «el restablecimiento de una quimérica representación nacional y de las antiguas leyes fundamentales», y celebra «el tránsito de una legislación decrépita, contradictoria y causa necesaria del desorden y la injusticia a otra más racional», la josefina, a la vez que hace votos por la futura reunión de las Cortes josefinas, que «serán lo que deben ser: esto es, una bien arreglada representación nacional, no sólo de las clases primitivas [...] sino también de sabios literatos e ilustrados comerciantes». Cito por la edición de Rafael Herrera Guillén en Juan Sempere y Guarinos, Cádiz, 1812. Observaciones sobre las Cortes y sobre las leyes fundamentales de España; Memoria primera sobre la Constitución gótico-española, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, págs. 104-105. 10   El Espectador sevillano, 47 (17 de noviembre de 1809) (citado en Antonio Elorza, «La ideología moderada en el trienio liberal», en su libro La modernización política en España, Madrid, Endimyon, 1990, págs. 146-149).

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desde entonces en uno de los pensadores orgánicos del moderantismo, transitará durante estos años.

La otra gran voz (mucho más grande por entonces que la de Lista) que se esforzará por dirigir la labor de la Junta Central y, posteriormente, de las Cortes de Cádiz, por la senda de la moderación, será la de Jovellanos. El ilustrado asturiano se mostrará partidario de unas Cortes bicamerales, con una Cámara alta que vele por el equilibro entre ejecutivo y legislativo; de una división de poderes que otorgue al ejecutivo capacidad para dirigir el Estado mediante la sanción de las leyes; abogará por una reforma constitucional paulatina de la constitución histórica y no unas Cortes constituyentes, y será contrario al dogma de la soberanía nacional. Estas ideas, o sus recelos hacia la masa ignorante, a la que hay que educar (conecta en ello con Lista), propios del ilustrado que nunca dejó de ser, harán que los afrancesados compartan el grueso de las ideas jovellanistas 11. Su autoridad moral sería constantemente evocada en sus escritos, desde la oda «A Jovino, apreciador de la juventud estudiosa» que Reinoso le dedicó en 1796, pasando por su Examen, donde le tacha de «inmortal», aun sin dejar de manifestar algunas diferencias, a las páginas de El Censor. En 1814 uno de ellos, Joaquín de Uriarte y Landa, exprefecto josefino, escribía a Reinoso: «...  Desprecio altamente la conducta política del partido liberal. ¡Qué excelente Constitución pudiera haber dado a la España! Yo no he leído hasta ahora las memorias que Jovellanos publicó en 811 en La Coruña 12, y me he asombrado de la identidad de sus ideas con las mías. ¿Por qué, pues, los liberales en vez de haber cometido el absurdo de aplicar a la España el sistema político de la Constitución del 91, no adoptaron los principios de aquel inmortal escritor? Entonces hubieran conciliado todos los intereses y opuesto al despotismo un muro impenetrable» 13. Una vez publicada la Constitución gaditana no tardarían en aparecer las reacciones desde el campo afrancesado. Vicente González Arnao, secretario del Consejo de Estado josefino, escribió en Valencia, en enero de 1813 su Opinión sobre la Constitución política de la monarquía españo-

11   Sobre el pensamiento político de Jovellanos véanse las esclarecedoras páginas que le dedica Ignacio Fernández Sarasola en el vol. XI, Escritos políticos, de las Obras completas de Jovellanos, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo  xviii, 2006, págs. XXII-XCVIII. 12   Se refiere a la Memoria en defensa de la Junta Central, en la que el ilustrado asturiano desglosa el proyecto político que intentó impulsar desde la Junta. 13   Carta de Joaquín de Uriarte a Félix José Reinoso, Madrid, 2 de agosto de 1814, en Ignacio Aguilera Santiago, «Notas sobre el libro de Reinoso Delitos de infidelidad a la patria», en Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo. Núm. Extraordinario en homenaje a D. Miguel Artigas, t. I, 1931, pág. 344.

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la, hecha en Cádiz a principios del año 1812 14. En ella critica el excesivo poder de las Cortes, las restricciones al poder del rey 15, el monocameralismo —contrario según él a la ciencia del gobierno— o la ausencia de una autoridad suprema, que, colocada por encima de las demás, sepa mantener la cohesión social a la luz de lo que ocurrió en la Revolución Francesa, y denuncia el funcionamiento del Parlamento, su «decidida preeminencia sobre la dignidad real» 16, las condiciones requeridas para ser elegido, etc. Como contrapartida, defiende un sistema político en el que el rey sea la autoridad suprema, por encima de la división de poderes, con un gobierno colaborando con un Parlamento bicameral elegido mediante sufragio censitario. Arnao cita como ejemplos de este sistema a Inglaterra o los Estados Unidos, sin renunciar a alguno de los logros de la Constitución de Bayona 17.

Poco después, en abril de 1813 (a escasos días de abandonar definitivamente los franceses la capital), un anónimo «V» publicaba en Madrid un Examen analítico de la constitución política publicada en Cádiz... 18 En él se pronuncia igualmente contra el monocameralismo: «Todos los legisladores desde Licurgo... han temido los riesgos inseparables de la deliberación única y decisiva de una sola Junta. Todos han convenido en la necesidad de una autoridad intermedia entre la potestad legislativa y

14   No se publicó, sin embargo, hasta 1823 en París, Impr. de Hocquet. En la versión que puede verse hoy en la web del Semanario Martínez Marina de Historia constitucional (http://156.35.33.113/derechoConstitucional/pdf/espana_siglo19/opinion_constitucion/ 0807033.pdf), se incluye una carta manuscrita del autor, en la que señala los motivos por los que no se decidió a publicarla hasta entonces. «Hoy —dice desde París en junio de 1823— pienso que habrá lectores a quienes sea grato el hallar demostrado que los males últimamente sufridos han sido efectos necesarios de los vicios de la constitución que se quería introducir». ¿Fue escrito este opúsculo, según dice, en 1813, o redactado por el contrario en 1823? No hay forma de saberlo, aunque me inclino a creer a su autor. 15   «Dividir las atribuciones y la majestad del solio es declarar la guerra de poder a poder» (pág. 11), y más adelante: «Poco importa que haya una autoridad con nombre de rey y tratamiento de majestad si en sus atribuciones no es nada de lo que suena» (pág.12). 16   Ibid., pág. 17. 17   Un amante de la libertad con antecedentes probados como el abate Marchena, hacía, en julio de 1812, una encendida defensa de la Constitución de Bayona y despreciaba la labor de las Cortes gaditanas. Véase su artículo «Al gobierno de Cádiz», en Gazeta de Madrid, 209-211 (27-29 de julio de 1812), en especial las págs. 849 y 850. También Juan Antonio Llorente, en un nuevo testimonio de la reivindicación que notables afrancesados hicieron, cuando era prudente, del proyecto reformista josefino, pedía en 1820, en sus Cartas de un verdadero español, el nombre de «Constitucionales del año 1808» para los josefinos, y, yendo aún más lejos, proclamaba: «nosotros fuimos los primeros liberales; los primeros que nos oponíamos al despotismo, y los primeros que nos oponíamos a ellos —los liberales— para darles auxilio en su triunfo contra cualquiera facción que intentase oponérseles». La cita en Gérard Dufour, Juan Antonio Llorente en France (1813-1822), Genève, Droz, 1982, pág. 229, nota. 18   Madrid, Impr. de Ibarra. Las citas que siguen se encuentran en págs. 19, 27 y 55.

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la ejecutiva, que siendo la reguladora de sus movimientos tenga el fiel de la balanza cuando se incline a una parte más que a otra»; o contra la excesiva limitación del poder del monarca, que, «no teniendo otro medio legal de contener la autoridad legislativa que el derecho de oposición, se verá forzado a usarlo frecuentemente para reprimir los movimientos impetuosos de una junta numerosa. De aquí nacerán las desconfianzas, las sospechas y las vagas acusaciones de despotismo, y se apelará al pueblo por medio del recurso de la libertad de la prensa y el Estado estará siempre expuesto a terribles convulsiones», en lo que constituye un verdadero vaticinio de los problemas a los que se enfrentaría el régimen del Trienio, para concluir: «Los legisladores de Cádiz, imitando el modelo de la Constitución francesa de 1791, no sólo no han acomodado los principios del gobierno representativo al carácter nacional, sino también los violaron omitiendo la institución de una autoridad reguladora de las potestades que componen el sistema político. Ambas condiciones hubieran producido igual grado de libertad política sin el peligro de la anarquía». Estos dos opúsculos, como explica Jean-Baptiste Busaall, representan los primeros testimonios del moderantismo a través de una crítica detallada de los artículos de la Constitución de 1812 y la defensa de una concepción liberal y conservadora de la monarquía que corresponde al esquema constitucional de 1808 19. Reconstruyendo algunos puentes: el «plan Beitia» y el primer entendimiento entre afrancesados y liberales moderados Los folletos de González Arnao y el anónimo «V» se redactaron cuando, sinceramente, pocas esperanzas podían tener ya sus autores en la suerte del régimen josefino. Apenas unos meses después la batalla de Vitoria (21 de junio 1813) acababa con lo que quedaba del mismo.

El exilio, que comenzó entonces para varios miles de personas, en medio de penosas condiciones para la mayoría, fue también el momento para la reflexión. La forzada ociosidad lo permitía y además hubo un impulso colectivo por justificar su actuación durante la guerra y, salvo honrosas excepciones (caso de Francisco Amorós), por implorar el perdón a Fernando VII. Se multiplicaron, pues, los escritos: la mayoría autógrafos, que pueden verse por centenares en el Archivo Histórico Nacional. Se publicaron también algunas representaciones, individuales y 19   Jean-Baptiste Busaall, «Le règne de Joseph Bonaparte: une expérience décisive dans la transition de la Ilustración au libéralisme modéré», en Historia constitucional, 7 (2006), pág. 153.

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colectivas. Es preciso tomar estas obras con la debida cautela: su fin es la autojustificación para lograr el perdón. Por ello en la mayoría de ellas no hay mucho lugar a la reivindicación, y por supuesto no se encontrarán rastros de defensa del programa político de la Constitución de Bayona, ni de las reformas emprendidas por el régimen, ni mucho menos, como es obvio, del destronado José 20.

El Examen de los delitos de infidelidad a la patria de Félix José Reinoso fue la representación afrancesada por excelencia, y sirvió de modelo a las demás desde su publicación 21. En esta obra se despliega con maestría toda la panoplia de argumentos en la defensa de los afrancesados (la orfandad en que de súbito se encontró España en 1808, el vacío de poder y la anarquía reinante, el suicidio de oponerse al invicto emperador, las bondades de la subsistencia de una administración española durante el conflicto...). Pero, dirigida a conseguir el perdón de las autoridades absolutistas, no hay lógicamente rastro de defensa del programa reformista josefino y sí, interesadamente, una dura crítica a la labor de las Cortes de Cádiz.

Estas críticas hacia los liberales, que sin duda tenían un alto componente de resquemor por el trato que desde las Cortes gaditanas se dispensó a los josefinos (recuérdense los duros decretos contra los funcionarios, las llamadas a la delación o la negativa a aceptar un tratado como el de Valençay, que incluía en su articulado el perdón a los afrancesados), no escondían un alto grado de oportunismo, dado que entre las prioridades de la mayoría estaba el perdón antes que la honorabilidad. Todo ello llevó por estos años a duros ataques hacia los liberales, por poner sólo unos ejemplos, tanto en el Examen (al parecer por incitación de Lista), como en la Histoire des Cortes d’Espagne de Sempere y Guarinos (1815) o en las Mémoires pour servir à l’histoire de la révolution d’Espagne (1815) de un Juan Antonio Llorente que en 1820 pasaría ya por liberal convencido. Lo cierto es que, a pesar de estas críticas que, en parte, vienen explicadas por las circunstancias, hubo en estos años un acercamiento en20   Sobre estos años del exilio y el despliegue de escritos justificativos, véase mi libro Los famosos traidores. Los afrancesados durante la crisis del Antiguo Régimen (18081833), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, págs. 103-179. 21   Auch, Impr. de la viuda de Duprat, 1816. Hay ediciones posteriores. Reinoso acudirá fundamentalmente a las fuentes del Derecho natural, en autores como Grotius, Pufendorf, Heineccius, Burlamaqui o Vattel, entre otros, que le permitirá recurrir a valores jurídicos universales y racionales para justificar la actuación de los afrancesados. Este uso del Derecho natural no es exclusivo de Reinoso, como muestra Jean-Baptiste Busaall en su interesante artículo «La fidelité des “famosos traidores”. Les fondements iusnaturalistes du patriotisme des afrancesados (1808-1814)», en Mélanges de l’École française de Rome, Italie et Méditerranée, CXVIII/2 (2006), págs. 303-313.

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tre antiguos josefinos y ciertos sectores del liberalismo. Es mérito del profesor Morange haber destapado un plan que, más allá de la reflexión política, pudo desempeñar un papel importante de no haber fracasado. Me refiero al llamado «plan Beitia», pseudónimo del firmante de todos los papeles, y al proyecto de Constitución que, en torno a 1818-1819, redactaron al alimón antiguos afrancesados con algunos liberales que empezaban ya, en fecha tan temprana, a desacralizar la Constitución de 1812 22. Se trata de un plan destinado a instaurar un nuevo régimen constitucional, no el gaditano, sino otro influido por el liberalismo doctrinario y que supone una auténtica alternativa a la Constitución de 1812. En la opinión de los redactores del plan, la Constitución de 1812 se había mostrado inadecuada dado que el pueblo no estaba aún preparado para reformas tan profundas. El código gaditano adolecía de algunos defectos fundamentales, que en síntesis podían resumirse en: —  El sufragio cuasi universal, que diluía el necesario protagonismo de las clases industriales y trabajadoras (en el sentido de burguesas), lo que en su opinión permitiría al rey controlar las elecciones o bien que se formasen unas Cortes atomizadas y anárquicas. —  La excesiva concentración de poderes del legislativo que, por otro lado, con una única Cámara elegida en sufragio tan amplio y sin una segunda Cámara que la moderara, no podía sino propender a la anarquía. —  La ausencia de una segunda Cámara en un poder legislativo que además comprometía la inviolabilidad del rey. —  La confusión en el seno del poder ejecutivo entre el poder ministerial y el poder neutro que correspondía al rey. Además contenía vicios como la intolerancia religiosa, la censura previa de la libertad de imprenta, etc. Por todo ello, para los autores de este proyecto, la Constitución de 1812 llevaba implícitos los gérmenes de su propia disolución y conducía inevitablemente al despotismo o a la anarquía. En el texto alternativo que ellos proponen, en el que Claude Morange detecta influencias de textos constitucionales como la Constitución francesa de 1795, la de Bayona, la propia de 1812 o la carta francesa de 1814, y muy destacadamente de Benjamin Constant y su Curso de política constitucional, se detectan de nuevo algunas de las constantes que venimos planteando desde el inicio de nuestro trabajo. Lo fundamental de la filosofía política de los redactores es su rechazo a los extremismos:

22   Véase su magnífica monografía Una conspiración fallida y una Constitución nonnata (1819), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2006, así como Juan de Olavarría, «Reflexiones a las Cortes» y otros escritos políticos, edición de Claude Morange, Bilbao, UPV, 2007, que complementa a la anterior.

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ni absolutismo ni anarquía, sino una vía intermedia; una apuesta por el reformismo, el gradualismo, por la necesidad de instruir y convencer antes de reformar, de difundir las luces para preparar favorablemente los ánimos ante las diversas reformas...

En este proyecto de Constitución, sus autores preveían una segunda Cámara, al estilo de las teorías de Constant o Destutt de Tracy, que vigilara además la actuación de los ministros; otorgaban al monarca un poder neutro y, en el orden electoral, eran partidarios de restringir considerablemente el sufragio para dejarlo en manos de quienes mejor pudieran representar a la nación: productores e industriales.

Las alusiones a la reconciliación nacional y a la amnistía general, o el hecho de que entre el listado de miembros propuestos para un hipotético Senado figuren ilustres afrancesados como O’Farrill, Azanza, González Arnao, Gómez Hermosilla o Ramón Salas, son indicios más que evidentes de la participación de antiguos josefinos en este proyecto constitucional. Sin embargo, el plan no llegó a fructificar, y con el triunfo de Riego los liberales se unirán en torno a la bandera de la Constitución para asentar el nuevo régimen liberal. Los debates internos en el seno del liberalismo, que hasta hace apenas unos meses habían sopesado la posibilidad de una nueva Constitución bicameral, quedarán por el momento silenciados. No será el caso de los afrancesados que, durante el Trienio, serán quienes pugnen con más decisión por una reforma drástica de la Constitución gaditana. Orden y libertad: la lucha por moderar el nuevo régimen (1820-1822) Una de las primeras voces de exjosefinos que se hace oír aprovechando la nueva coyuntura tras el triunfo de Riego es la de Andrés Muriel. A diferencia de las representaciones escritas durante el sexenio absolutista, la nueva coyuntura le permite hacer en su opúsculo Los afrancesados, o una cuestión de política 23 una defensa de la Constitución de Bayona, de la que dice «es menester convenir que la mayor parte de sus disposiciones se enderezaban a la prosperidad nacional». Respecto a la de 1812 dice que, nacida en tiempos de entusiasmo y exaltación «no pudo menos de propender a la democracia», pero, conciliador, dice que «una y otra 23   París, Rougeron, 1820. La obra salió en el mes de junio de aquel año. Las citas en págs. 25-31.

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[constituciones] tienen defectos, pero ambas llevan en sí mismas gérmenes de mejoras saludables».

Un folleto, pues, que, sintetizando los principales argumentos en defensa de los afrancesados publicados en años anteriores, busca el perdón, pero también la conciliación y el encuentro con los liberales 24. Sin embargo, terminado el texto, Muriel no se resiste a incluir una «Nota» en la que reivindica el derecho a modificar la sacrosanta Constitución, que en su opinión tiene defectos: «Que esta opinión no escandalice a los que creen perfecto nuestro pacto social —dice— [...]. El examen es muy compatible con la obediencia, ni la observancia supersticiosa de las leyes excluye el conocimiento de sus inconvenientes y el deseo de sus mejoras progresivas». Centra su nota en subrayar la conveniencia de una Cámara alta, en «la necesidad de crear un poder intermedio entre el rey y las Cortes, el cual sea moderador de ambos, y que temple el ardor y la propensión natural en toda autoridad a extenderse y hacer invasiones sobre las otras. Si no es corregido de algún modo este vicio esencial de nuestra constitución —dice— la falta de equilibrio entre el poder del rey y el de las Cortes traerá desórdenes». Una Cámara que en su opinión (y coincide con la cita que páginas atrás hacíamos de Sempere y Guarinos) deben formar no sólo miembros del clero y la nobleza, sino hombres de mérito por sus servicios en la toga, la milicia, la ciencia, etc. Incorporando a clero y nobleza en esta alta Cámara se les interesará en la causa de la libertad y compensarán así la pérdida de sus privilegios. De este modo, «estos gigantes de la feudalidad —dice en referencia a los nobles—, que habían venido a ser pigmeos en las Cortes y en las Cámaras de los reyes en donde vivían contentos con cintas y dijes [...] volverían [...] al eminente grado de ciudadanos conservadores del orden y apoyos verdaderos de la libertad» 25.

Con el advenimiento del régimen liberal se multiplicarán las voces de antiguos afrancesados desde la prensa, el teatro, o publicaciones de todo tipo, en demanda de la reconciliación, la concordia, y la llamada a la moderación. Así, Juan Antonio Llorente pedía por entonces el «olvido absoluto de lo pasado, unión general, fraternidad nacional, abandono de partidos, coalición de intereses» 26. Otra pluma activa, e   Baste un ejemplo de este esfuerzo por encontrarse en el camino: «¿Cuál es la diferencia entre las ideas políticas de los unos y de los otros —liberales y afrancesados—? Ninguna en cuanto a los principios, y ni aun quizá en las aplicaciones. En cuanto al fin, estaban ambos partidos perfectamente de acuerdo aun en tiempo de la guerra; la oposición entre ellos consistía en orden a los medios que fuera oportuno emplear. La destrucción de los abusos era el término; ambos querían ir a él por caminos distintos» (pág. 50). 25   Las citas en págs. 76-79. 26   Conversaciones entre Cándido y Prudencio. Carta tercera, Madrid, Impr. de García, 1820, pág. 9. 24

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interesante, por estas fechas es la de Manuel Silvela. En mayo de 1820, en la primera de las cartas de su Correspondencia de un refugiado con un amigo suyo de Madrid (Burdeos, 1820), pedía paciencia a sus compañeros de exilio, afectados por el reciente Real Decreto de 26 de abril, que impedía a los afrancesados pasar más allá de las provincias vascongadas en su regreso a casa, y les instaba: «No olvidemos que el mejor modo de probar que siempre fuimos ciudadanos dignos es no dejar de serlo [...] Un solo interés debe animarnos, que es el de contribuir a consolidar el régimen constitucional, obedeciendo nosotros y mandando todos los demás» 27.

Silvela firmaría también por las mismas fechas una obra de teatro de significativo título, El reconciliador, en la que escenifica el drama de la discordia entre tres hermanos (uno absolutista, otro liberal y el tercero afrancesado) y los perjuicios que ello conlleva para la casa común (metáfora de España), hasta que la mediación de un pariente imparcial, el reconciliador, hará que la concordia vuelva a la familia. Unión y concordia, de nuevo, como en otros mensajes afrancesados. Pero quizás el punto sobre el que más llama la atención Silvela es la necesidad de que liberales y afrancesados sean pacientes con el hermano absolutista. «Los errores de vuestro hermano —les dice el reconciliador— [...] son el producto necesario de una educación mal dirigida, y su desgracia, lejos de autorizaros a perseguirle, os impone la obligación de contemplarle, de instruirle [...] Considerad cuán difícil es renunciar en un día, en una hora, a las impresiones, a los hábitos de toda la vida. También vuestro hermano llama principios a sus errores. Respetad por ahora en él cuanto no contradiga a aquellas verdades elementales de orden público, necesarias a la felicidad de las naciones. Transigir no es abandonar...» 28. Una llamada a la moderación, al gradualismo en las medidas, que será tónica general en los escritos de los afrancesados durante el Trienio. Más allá de estos y otros testimonios 29, durante el Trienio sería la prensa la plataforma privilegiada desde la que algunos antiguos afrancesados intentaron encauzar el nuevo régimen liberal por la senda de la moderación. Me centraré únicamente en El Censor (agosto de 1820-julio de 1822), sin duda la cabecera de mayor calidad desde el punto de vista doctrinal. Desde las páginas de este semanario, redactado por Alberto 27   Utilizo la versión recogida por su hijo Francisco Agustín Silvela, Obras completas..., op. cit., t. I, págs. 269-326. La cita en pág. 272. 28   Manuel Silvela, «El reconciliador», ibid., t.  II, págs. 65-143. La cita en págs. 134-135. 29   Pueden verse otros ejemplos en mi citado libro Los famosos traidores..., op. cit., págs. 181-196.

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Lista, Sebastián Miñano y José Gómez Hermosilla 30, plantearán desde el primer número el giro del régimen liberal hacia el moderantismo.

Siguiendo las teorías de la supremacía de Jovellanos, apuestan por un gobierno representativo en el que «el pueblo no ejerce la soberanía sino por delegación» 31, al conservar sólo su soberanía originaria. «Guardémonos de atribuir al pueblo reunido en masa el derecho de intervenir en los actos del gobierno», dicen 32. Convencidamente antidemocráticos, apartan así al pueblo de toda iniciativa política, quedando ésta reducida únicamente al derecho de sufragio (que apuestan por restringir a la clase de los propietarios), el derecho de petición y la libertad de imprenta, «único medio lícito para ilustrar a la sociedad». Por ello desde el primer número combatirán sin descanso a las Sociedades Patrióticas, que ellos asimilan a los clubs jacobinos franceses. «Sus arengas —insisten— no sirven para ilustrar a la sociedad, sino para extraviarla. No hablan a la razón sino a las pasiones» 33. En su opinión, a pesar de la división de poderes, hay una tendencia natural de toda autoridad a vulnerar los límites de su poder. Por ello plantearán en sus páginas la necesidad de instituciones moderadoras. Así, defenderán la conveniencia de una segunda Cámara legislativa, que sirva de contrapeso al Congreso 34, y la formación de un partido regulador que, ante la inevitable formación en las Cámaras legislativas de dos partidos enfrentados entre sí, «se interpone entre ambos, templa su ardor, corrige sus extravíos, y reuniéndose alternativamente al que en cada cuestión determinada tiene la razón de su parte, hace que en todas triunfe la causa de la verdad, de la justicia y del interés general» 35.

Desde El Censor, por medio de abundantes artículos doctrinales, sus redactores lucharán por legitimar la versión moderada del liberalismo,

30   La génesis, su trayectoria y un análisis más detenido del ideario de esta publicación, ibid., págs. 224-238. 31   «¿Cuál es la esencia del gobierno representativo?», en El Censor, 50 (14 de julio de 1821), pág. 85. 32   «De la autoridad del pueblo en el sistema constitucional», en El Censor, 10 (7 de octubre de 1820), pág. 277. 33   «Reuniones patrióticas», en El Censor, 1 (5 de agosto de 1820), pág. 71. 34   Otro antiguo josefino, Ramón Salas, apostaría igualmente en sus Lecciones de Derecho Público constitucional para las escuelas de España (Madrid, 1821), por la formación de una segunda Cámara, un verdadero poder conservador destinado a garantizar el equilibro entre el poder ejecutivo y la Cámara baja. Un análisis de sus propuestas y las diferencias de su planteamiento con el de los redactores de El Censor en Ignacio Fernández Sarasola, «Las primeras teorías sobre el Senado en España», en Teoría y Realidad Constitucional, 17 (2006), págs. 191-192. 35   «Del partido regulador en las asambleas legislativas», en El Censor, 88 (6 de abril de 1822), pág. 283.

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en la que creen, planteando propuestas y combatiendo a los extremos. Reivindicarán el derecho al justo medio 36, la defensa del pluralismo político 37 y, en definitiva, de lo que ellos entienden es el verdadero liberalismo. «Dos son los principios del verdadero liberalismo —dirán—: el orden y la libertad. Estas dos cosas son inseparables. No hay libertad en el desorden, no hay orden sin libertad [...] El servilismo y el jacobinismo son los extremos políticos y el liberalismo es la verdadera virtud que está entre aquellos dos extremos viciosos» 38. Conscientes de la escasa base social del liberalismo, confían en convencer a la mayoría de los serviles, hombres de buena fe guiados por un puñado de fanáticos. Para ello no hay otra receta que el gradualismo: «Si se quieren obtener en un solo día los resultados que debe producir la lenta y segura mano del tiempo la victoria estará indecisa [...] porque la sociedad tiene un instinto conservador que la obliga a oponerse a todo movimiento convulsivo. Quiere las reformas, quiere las buenas instituciones [...] pero nada de esto quiere lograrlo por la destrucción del orden público. [...] A los hombres de Estado toca buscar los medios más oportunos para reformar transigiendo, más bien que guerreando» 39. Y reclaman la misma paciencia que pedía Silvela en sus citadas obras: «Los verdaderos liberales es preciso que se armen no sólo de valor y patriotismo, sino también de paciencia y humanidad para consolidar su triunfo sobre las doctrinas serviles» 40.

Los ciento dos números de ochenta páginas cada uno hacen de este semanario, por el que desfilarán las ideas de J. Bentham, B. Constant, Saint-Simon o los doctrinarios franceses, uno de los periódicos de mayor calidad de los muchos que salieron de las prensas en aquellos turbulentos años. Todavía en abril de 1822, ante los ataques de los ultras en la Cámara francesa, que pintaban a España sumida en la anarquía, hacían

36   «Todo el que no abraza con ardor las nuevas doctrinas, que no participa de la exaltación general, que recuerda los principios de la justicia y del orden, que predica moderación y cordura, pasa por fanático a los ojos de los furiosos [...] y es tenido por loco y furibundo por los defensores del antiguo sistema»; «Del fanatismo y la intolerancia, su compañera inseparable», en El Censor, 49 (7 de julio de 1821), pág. 55. 37   «Mientras no perdamos la costumbre de aborrecer al que disiente de nosotros, no somos verdaderos liberales; mientras insultemos y persigamos, no hemos proscrito la Inquisición»; «Apología de la nación española contra las calumnias de los aristócratas franceses», en El Censor, 88 (6 de abril de 1822), pág. 257. 38   «Verdadero punto de vista bajo el cual debe considerarse la revolución de España», en El Censor, 55 (18 de agosto de 1821), pág. 7. 39   «Del equilibrio europeo», en El Censor, 43 (26 de mayo de 1821). 40   «Verdadero punto de vista...», op. cit., pág. 12. Una semana después incidirán en lo mismo: «El verdadero amante del orden procura vencer la impaciencia por las reformas saludables cuando en la precipitación o en el modo se puede aventurar el acierto»; «Sobre el orden», en El Censor, 56 (25 de agosto de 1821), pág. 143.

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una defensa encendida de la revolución española, que «se verificó sin que se derramase una gota de sangre» y reivindicaban su carácter moderado. «Nuestro orgullo nacional está comprometido en desmentir los pronósticos de la aristocracia francesa», dicen al tiempo que llaman a los verdaderos liberales a «que compriman enérgicamente toda tentativa dirigida a hacernos retroceder o a hacernos avanzar en la dirección oblicua y desatinada que siguió la revolución francesa» 41.

El ascenso en julio de ese mismo año de los liberales exaltados al poder echaba por tierra las esperanzas y los esfuerzos de estos afrancesados por guiar la revolución hacia el moderantismo. A partir de entonces se desentenderían de un régimen que ya no consideraban el suyo. En una carta de Alberto Lista al diario El Espectador, que tanto les había combatido, ponía un digno punto y final a esta empresa. «Los redactores [de El Censor] se propusieron exponer sus ideas acerca del modo de terminar la revolución sin las convulsiones de la anarquía y sin las vejaciones del despotismo. Ha habido momentos en que les parecía que sus esperanzas iban a ser cumplidas. Pero cuando una facción frenética ha conspirado abiertamente contra la libertad —dice refiriéndose a los sucesos de 7 de julio de 1822— [...] cuando se han irritado los ánimos hasta el punto que exige la defensa de los intereses más caros del hombre y del ciudadano, no puede ser ya oída la voz de un periódico que perpetuamente ha predicado la unión y la concordia de los españoles» 42. Unos meses más tarde, en abril de 1823, Alejandro Oliván, en su anónima Contestación del autor del papel titulado «Sobre modificar la constitución» a las impugnaciones que se le han hecho en los periódicos, alababa «a los autores del Censor y el Imparcial» a los que «el tiempo ha hecho justicia a sus trabajos y ha demostrado que ellos dieron los primeros el verdadero valor a las cosas, pues serenos en medio de la borrasca política previeron y anunciaron las calamidades que nos amenazaban; ellos pronunciaron verdades que fueron desoídas en el tumulto de las pasiones por muchos que ahora las recuerdan con dolor y admiración» 43. Ya era tarde para lamentarse.

  «Apología de la nación española...», op. cit., pág. 257.   El Espectador, 460 (18 de julio de 1822). 43   Madrid, Impr. de la calle de Atocha. La cita en pág. 7. Oliván respondía con estas palabras a la crítica que desde El Universal del 29 de marzo de 1823 se hacía al folleto Sobre modificar la Constitución que Oliván había publicado días antes, y en el que el periodista arremetía contra los afrancesados. De aquellos meses finales del régimen liberal dataría también un proyecto anónimo de ley fundamental, posiblemente redactado por una pluma afrancesada, que supone una alternativa constitucional mucho más restrictiva (en la línea de la Constitución de Bayona o la Carta francesa de 1814) ante el panorama que se abre con la caída del régimen liberal. El texto propone una monarquía fuerte y un Parlamento muy mermado en sus facultades legislativas, establece un sufragio censitario, 41 42

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Administración y economía en el ocaso del despotismo (1823-1833) «Cuando una nación tiene las condiciones para ser libre no puede negársele la libertad. Estas condiciones dependen de los progresos de la industria, del comercio y de las luces». La cita, procedente de El Censor 44, sintetiza en pocas palabras lo que ocupará a los antiguos afrancesados en los años que siguen. La formación de una sociedad burguesa constituye, en su opinión, la condición previa indispensable para el funcionamiento de un sistema liberal. Por ello, en unos años en los que la política será imposible, trabajarán por el cambio del sistema económico y administrativo que permita un día el afianzamiento definitivo del nuevo régimen. Exiliados los liberales, a ellos corresponderá la iniciativa. Lo primero es capear el temporal. En el año 1823 se vive la debacle del régimen liberal del Trienio, la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis y el comienzo de una represión feroz por parte del absolutismo. Son meses complicados en los que este pequeño pero activo grupo de antiguos afrancesados seguirá apostando por la moderación. Las circunstancias han cambiado, y de qué manera, y por ello prima ahora el reacomodo y la adaptación, pero en el fondo, como intentaré mostrar, sin abandonar su reformismo, aunque éste deba ser ahora mucho más cauto y matizado. No me extenderé en las diversas iniciativas que a lo largo de 1823 ponen en marcha 45.

Merece la pena, con todo, detenernos en una de las producciones de aquellos meses. Me refiero a El jacobinismo, de José Gómez Hermosilla, uno de los redactores de El Censor. El libro, publicado en 1823, viene adecuadamente aderezado de críticas hacia el liberalismo, por conveniencia dadas las nuevas circunstancias, y también por convicción, pues poco o nada podían compartir con la versión más exaltada del mismo impuesta desde julio de 1822. Pero por debajo de sus críticas

pero también recoge la libertad de imprenta o la obligatoriedad de reunión de las Cortes al menos cada tres años. Véase Ignacio Fernández Sarasola, Proyectos constitucionales en España (1786-1824), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2004, págs. 573-584. 44   «Origen del liberalismo europeo», en El Censor, 35 (31 de marzo de 1821), pág. 334. 45   Desde periódicos como El Realista español, o las gestiones para atemperar la represión absolutista que se echa encima... Véase al respecto el epígrafe «Un paraguas de moderación bajo la tormentosa regencia» en mi citado libro Los famosos traidores..., op. cit., págs. 271-280. Las circunstancias políticas del momento en el reciente libro de Emilio La Parra, Los cien mil hijos de San Luis: el ocaso del primer impulso liberal en España, Madrid, Síntesis, 2007.

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y de su antidemocratismo acentuado, no se trata de una mera obra contrarrevolucionaria, sino más bien de un intento de adecuar la ideología moderada de El Censor a las nuevas circunstancias. Persiste en esta obra la intención reformista: «La extinción del jacobinismo —dice— sólo queda garantizada cuando el gobierno asume su pretensión reformadora. Por ello es preciso adelantarse a remediar por sí mismos los males y a corregir los abusos que haya dignos de reforma», y en otro momento: «Si los gobiernos por sí mismos hacen en el cuerpo social las mejoras que la verdadera ilustración y la sana filosofía están indicando, y las hacen con el pulso y tino que se requieren para no exasperar los ánimos ni violar los derechos de las clases y los individuos, nada tienen que temer del jacobinismo» 46. Por ello no es extraño que fray Manuel Martínez, furibundo absolutista y viejo enemigo de los afrancesados, dedicara una serie de artículos en su periódico El restaurador a combatir esta obra, o que unos años más tarde, en 1827, el padre Josef Vidal escribiera sobre la misma: «Quitada la corteza, el espíritu que esta obra presenta es en el fondo y sustancialmente jacobino, bien que muy disimulado, suave y razonable, y como de la especie de aquellos a quienes llamábamos en la época última de la abolida constitución anilleros o moderados. Que [...] eran los peores. Porque si se hubiera mantenido el partido de éstos dominante y con las riendas de la administración del Gobierno, no nos hubiéramos acaso quitado nunca de encima la perversa constitución, cuyo sistema hubieran llevado siempre adelante con paz, blandura, buenas palabras y sin exasperar a nadie» 47.

Como mostré en mi citada tesis doctoral, en estos años de la llamada Década Ominosa los antiguos afrancesados se esforzarán por ganar al monarca a la causa del reformismo y trabajarán al amparo de personajes como Juan Manuel de Grijalva o el ministro López Ballesteros 48. En ese sentido hay que entender las iniciativas de Javier de Burgos, la labor codificadora de Pedro Sáinz de Andino o Manuel María Cambronero y los artículos de Lista y Miñano en la Gaceta de Bayona y la Estafeta de San

46   El jacobinismo. Obra útil en todos tiempos y necesaria en las circunstancias presentes, Madrid, Impr. de León Amarita, 1823. Las citas en t.  I, págs.  66 y  15, respectivamente. 47   Origen de los errores revolucionarios de Europa y su remedio, Valencia, Benito Monfort, 1827, pág. 19. 48   Estrategia que pronto supieron detectar los ultras absolutistas y que se esforzaron por denunciar y contrarrestar, como muestran la denuncia de Regato en 1827 y otras iniciativas. Todo ello en Los famosos traidores..., op. cit., págs. 285-346. El impulso reformista de López Ballesteros y su círculo de tecnócratas afrancesados es analizado por Jean-Philippe Luis, L’utopie reactionnaire: épuration et modernisation de l’Etat dans l’Espagne de la fin de l’Ancien Régime (1823-1834), Madrid, Casa de Velázquez, 2002.

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Sebastián. Desde las páginas de la primera, Lista defenderá de nuevo que «la prosperidad de las naciones se debe solo al fomento de las ciencias, la industria y la producción», y en una nueva llamada a la paciencia y el gradualismo como estrategia, se dicen «íntimamente convencidos de que en el estado actual de España el remedio de los antiguos abusos no podía conseguirse por los sistemas destructores, sino por la acción lenta y sabia de un gobierno reparador y fuerte» 49. *  *  * Es preciso huir de la generalización al hablar del ideario de los afrancesados. Aunque muchos de ellos mantendrán una postura coherente a lo largo de los años, abundan también entre ellos las trayectorias múltiples, sinuosas, en ocasiones contradictorias. El profesor Morange lo ejemplificó muy claramente en casos como el de Juan Antonio Llorente, quien de las críticas a los liberales en sus Mémoires pour servir à l’histoire de la révolution d’Espagne (1815), pasaba en 1820 a identificarse con el liberalismo moderado, a la francesa, de sus Conversaciones entre Cándido y Prudencio y, al final de sus días, se acercaba al liberalismo más exaltado en obras como sus Aforismos políticos (1821), en los que se descuelga con epígrafes como «El verdadero derecho de reinar no se adquiere sino mediante un contrato concluido con el pueblo» o «Levantamiento legítimo del pueblo cuando el soberano atropella la Constitución» 50.

No es posible, pues, hablar de la ideología de los afrancesados, ya que se hace preciso atender a múltiples matices y, desde luego, a la cronología y las circunstancias personales y políticas de cada momento. Con todo, creo que es posible detectar (y lo digo con las cautelas necesarias de toda generalización) un sustrato común de moderantismo. Un moderantismo que se plasmará en una opción política, pero que entiendo es ante todo una actitud ante la vida, en el que entran en juego factores psicológicos 51, y que se refleja en algunos rasgos comunes en su menta-

49   Las citas corresponden respectivamente al Prospecto, 15 de septiembre de 1828, y al artículo «La Gaceta de Bayona», 129 (25 de diciembre de 1829). 50   Este librito merecería los elogios de un periódico exaltado como El Independiente, en su artículo «Literatura, legislación política: Aforismos políticos», 19 (19 de enero de 1822), pág. 76. 51   Buena parte de los afrancesados (y sigo generalizando) tienen en 1808 una mentalidad de orden: casi el 60 por 100 de ellos pertenece a las escalas medias o altas de la administración, pobladas de funcionarios con una mentalidad ordenancista. Están aún por explorar otros factores como los lazos de lealtad y los vínculos familiares y clientelares, que pudieron tener mucha influencia a la hora de tomar una decisión sobre el bando a

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lidad, como su antidemocratismo, su cautela 52, su gradualismo, que les lleva a preferir el reformismo como vía intermedia entre el inmovilismo y la revolución, o cierto elitismo, de raíz ilustrada, que les lleva a contemplar el pueblo como un ente peligroso, incapacitado para la acción política, al que es necesario previamente ilustrar.

Desde estas bases contemplarán en los años previos a 1808 la experiencia de la Revolución Francesa, lo que les llevará al convencimiento de que la puesta en marcha de medidas revolucionarias entraña un grave desequilibrio en la sociedad hasta llevar a la anarquía. Por ello cuando se producen los acontecimientos de 1808, optarán durante la Guerra de la Independencia por la obediencia al nuevo régimen establecido, único en su opinión que garantiza el mantenimiento del orden, pero en el que encontrarán además un proyecto constitucional que da cabida a sus aspiraciones reformistas y un rey firmemente dispuesto a llevarlas a cabo. El exilio estará ante todo orientado por la búsqueda de la amnistía y el perdón, que llevará a la mayoría de los josefinos a abandonar para siempre cualquier veleidad política, pero igualmente será el momento de la reflexión, del contacto con el liberalismo europeo, del estudio del pensamiento utilitarista de Bentham y también, como ha sacado a la luz el profesor Morange, de los primeros contactos de antiguos afrancesados con liberales críticos, ya entonces, con la Constitución gaditana.

Marginados durante el Trienio del acceso a la política, cobrarán en estos años protagonismo a través, fundamentalmente, de la prensa, con cabeceras como la Miscelánea, El Imparcial y, principalmente, El Censor. Desde sus páginas apostarán sinceramente por el nuevo régimen 53, pero desde el primer número intentarán reconducirlo hacia la senda de la moderación. La indecisión de los liberales moderados, que preferirán dejar para más adelante posibles reformas en la Constitución (como la introducción de la segunda Cámara), y el acceso al poder de los más exaltados harán que definitivamente se desentiendan de la suerte del régimen. apoyar durante la guerra. Jean-Philippe Luis hace unas primeras catas muy interesantes en el artículo que se publica en este mismo libro. 52   Prudencio será el nombre con el que significativamente bautizarán Silvela y Llorente a sus personajes afrancesados en las citadas obras El reconciliador y las Conversaciones entre Cándido y Prudencio. 53   Esta defensa sincera del régimen liberal (hasta julio de 1822), aunque sea siempre con la firme voluntad de reconducirlo hacia el moderantismo, quedará plasmada también en su correspondencia particular, exenta por tanto de falsas proclamas. Así, en enero de 1821 escribía Lista a Fernando Blanco, hermano de Blanco White: «Deseo con ardor que se arraiguen en nuestro suelo las nuevas instituciones, y tengo pesadumbre cuando veo que, o por ignorancia o por pasión, se retrograda», en Ricardo de la Fuente Ballesteros, «Una carta inédita de Alberto Lista», en Analecta Malacitana, t. X/2 (1987), pág. 438.

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Juan López Tabar

En 1823, con la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, jugarán a fondo la carta del posibilismo y la adaptación pero, como he querido mostrar, sin abandonar su apuesta por el reformismo. Regato, feroz absolutista, lo denunciaba en 1827, como analicé detenidamente en otro lugar 54. Y es que, con los liberales en el exilio, a ellos corresponderá en buena medida la reforma del sistema de poder que un día permitirá el triunfo definitivo del régimen liberal. La gestión de Javier de Burgos al frente del Ministerio de Fomento (1833-1834) será el canto del cisne de su participación directa en la política del Estado.

Sin embargo, aunque su presencia se irá diluyendo con los años, por mero imperativo biológico, creo que debe considerarse su influjo en el establecimiento del régimen liberal a partir de 1834 y en las líneas doctrinales del liberalismo moderado que dominará la escena política en buena parte de los años que siguen. No es desde luego una corriente principal o protagonista, como dice Fidel Gómez Ochoa 55, pero creo que no debe desdeñarse un influjo que, por venir de los «famosos traidores», estigmatizados para siempre, fue convenientemente disimulado. Así lo hace notar Alejandro Nieto, quien puso de manifiesto la clarísima herencia ideológica josefina del sistema administrativo levantado durante la regencia de María Cristina, algo que sus autores tuvieron la habilidad (o el cinismo) de ocultar 56. Tampoco parece una casualidad que en 1845, en vísperas de promulgarse la Constitución moderada de ese mismo año, J. M. de los Ríos publicara en Madrid un Código español del reinado intruso de José Napoleón Bonaparte, compendio de los principales decretos comprendidos en el Prontuario de José I. Y desde el punto de vista doctrinal, los trabajos de Ramón de Salas, Cambronero o especialmente los artículos de El Censor, en cuyas páginas desfilarán las ideas de Benjamin Constant, Bentham, Say, Saint-Simon o los doctrinarios franceses, en no pocos casos por primera vez en nuestro país, abrieron sin duda los 54   «Hay en España —dice Regato, cabeza de la policía secreta— un partido que trabaja con tesón y destreza para el establecimiento de un gobierno representativo con Cámaras, y a su frente se hallan los masones afrancesados». El informe completo, que detalla la actuación de los Burgos, Miñano o Cambronero desde 1823, y su análisis, en Los famosos traidores..., op. cit., págs. 286 y ss. 55   En su artículo «El liberalismo conservador español del siglo  xix: la forja de una identidad política (1810-1840)», en Historia y política, 17 (2007), págs. 37-68, opina que «ningún otro planteamiento reformista del momento, como el que impulsaron los afrancesados en la preparación del Estatuto de Bayona (1808), alcanzó el suficiente predicamento como para conformar una tradición política poderosa y constituir la principal corriente en la configuración de nuestro conservadurismo liberal» (págs. 41-42). No será su influjo, desde luego, la «principal corriente», pero no me parece del todo desdeñable. 56   Alejandro Nieto García, Los primeros pasos del Estado constitucional. Historia administrativa de la regencia de María Cristina de Borbón, Barcelona, Ariel, 1996, págs. 20 y ss.

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La moderación como divisa. En torno al ideario político...

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ojos a no pocos liberales que, tras su nuevo paso por el exilio desde 1823 y el abandono definitivo del modelo doceañista, por utilizar la afortunada expresión del profesor Varela Suanzes, forjaron a partir de 1834 el partido moderado 57.

Ya anciano, apartado definitivamente de la política, Alberto Lista dedicaría sus últimos años a su labor pedagógica. Por sus manos pasó lo mejor de la generación liberal y romántica española, incluidos futuros políticos como Mariano Roca de Togores, luego marqués de Molins; Patricio de la Escosura, o Juan de la Pezuela, conde de Cheste, entre otros, a los que transmitiría no sólo sus ideas estéticas o sus conocimientos matemáticos (su otra gran pasión), sino también su propia visión de los hechos 58 y sus ideas filosóficas. Eugenio de Ochoa, en el elogio fúnebre que escribió a la muerte de su maestro, decía de él: «Cuando se escriba con sana crítica la historia filosófica de nuestra época, se tomará muy en cuenta el influjo que sobre ella ha ejercido don Alberto Lista: un historiador sagaz verá en él, más que un poeta excelente, un director de ideas» 59. No en vano Eduardo Benot pudo decir unos años más tarde: «Ningún hombre como profesor, y sin haber pasado por las alturas del poder, ha ejercido influencia mayor en nuestro país» 60.

57   José Luis Comellas, «La construcción del partido moderado», en Aportes. Revista de Historia Contemporánea, 26 (1994), págs. 5-21, describe (pág. 7) la gestación de este partido como un proceso de agregación en el que uno de los ingredientes serían «los antiguos afrancesados... cuyos componentes intelectuales, como Lista y Miñano, pudieron tener un papel nada despreciable en la formación ideológica del partido moderado», tal y como he intentado mostrar. Una excelente síntesis de esta evolución en Jean-Baptiste Busaall, «Le règne de Joseph Bonaparte: une expérience décisive dans la transition de la Ilustración au libéralisme modéré», op. cit. 58   En 1830 reivindicaba la importancia del estudio de la Historia en su artículo «Sobre el estudio de la Historia de España», en Gaceta de Bayona, 141 (5 de febrero de 1830), págs.  3-4. Por entonces Lista abordaba la traducción, con comentarios y aportaciones propias de la Historia universal del Conde de Segur en 30 tomos (Madrid, 1829-1838). Los últimos tomos, a partir del XXVI, enteramente de su mano, los dedicaba a la historia de España. 59   Palabras tomadas de la necrológica que publicó Eugenio de Ochoa, tras la muerte de Lista, en El Heraldo, 20 de octubre de 1848. 60   La cita en Eduardo Benot, «Don Alberto Lista. La educación de la juventud», en VVAA, La España del siglo  xix. Colección de conferencias históricas, Curso de 1885-1886, t. II, Madrid, Librería de Don Antonio San Martín, 1886, pág. 107. Énfasis añadido.

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Pedro Rújula (Alcañiz, 1965) es profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza. Ha publicado algunos libros sobre las guerras civiles del siglo XIX –entre ellos Contrarrevolución (1998)–, estudiado a los historiadores del período y editado la obra memorialística de diversos protagonistas de la Guerra de la Independencia: Faustino Casamayor (2008), el barón Lejeune (2009) y el mariscal Suchet (2010). Jordi Canal (Olot, 1964) es profesor en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS), de París. Autor, entre otros libros, de El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España (2000) y Banderas blancas, boinas rojas. Una historia política del carlismo (2006).

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