La Misión Integral entre paréntesis: coyunturas, silencios, oportunidades y desafíos post CLADE V
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La Misión Integral entre paréntesis: coyunturas, silencios, oportunidades y desafíos post CLADE V Ponencia en panel Pre-‐CLADE Chile -‐ Viernes 27 de Abril Centro Diego de Medellín – Santiago de Chile Por Nicolás Panotto Los Congresos Latinoamericanos de Evangelización (CLADE) han sido históricamente instancias medulares del desarrollo teológico evangélico, especialmente como expresión congregante de personas, iglesias, organizaciones e instituciones vinculadas a la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) Desde el CLADE I en 1969, estos eventos han actuado como “termómetro”, tanto de coyunturas históricas en el continente como también de la situación de la iglesia y del quehacer teológico. El 2012 fue escenario de un nuevo CLADE, ahora en la ciudad de San José, Costa Rica. Bajo el lema “Sigamos a Jesús en su Reino de Vida. ¡Guíanos, Santo Espíritu!”, este acontecimiento volvió a congregar a diversas voces del mundo evangélico en el continente, con el objetivo de dialogar y reflexionar sobre las circunstancias sociales vigentes en nuestros contextos y el resto del mundo, y los desafíos que éstos presentan a las iglesias. Puntualicemos algunos elementos importantes que nos dejó el evento: • La heterogeneidad del mundo evangélico. El CLADE V evidenció una vez más lo complejo del mundo evangélico latinoamericano. Esto presenta un gran desafío a la hora de describir qué es, precisamente, lo propiamente “evangélico”. Las categorizaciones tradicionales ya no sirven. Lo evangélico, en este caso, congrega un espectro muy amplio de comunidades eclesiales y de organizaciones que distan de tener un origen restringido a un cuerpo particular de iglesias. La manera de apropiarse teológicamente de “lo evangélico” es sumamente heterogéneo: allí entran en juego todo tipo de corrientes, que en muchos casos se ubican en tensión por sus fundamentos contrapuestos. En fin, esto es la FTL: un espacio plural, compuesto de diversas tradiciones, voces y expresiones. Y es en esa composición desde donde se define “lo evangélico”. • La pluralización de la reflexión teológica. Además de las plenarias centrales, el programa del CLADE V se compuso de una veintena de conferencias simultáneas, que trataron todo tipo de temáticas, en relación a la iglesia, la teología, la incidencia pública, el trabajo con diversos grupos etarios, problemáticas sociales y contextuales, entre otras. La FTL, especialmente desde la propuesta de la misión integral (MI), siempre ha hecho énfasis en la necesidad de una “teología contextual”, que atienda a las realidades concretas que nos circunscriben, no como un simple ejercicio de coyuntura o mero pragmatismo, sino como respuesta al Evangelio. Esta pluralidad de temas evidencia, una vez más, la complejidad misma de los contextos y demandas contemporáneos, lo cual desafía a la tarea teológica en su peregrinaje a ir más allá de los dogmatismos y cerraduras. • La complejización de las demandas y problemáticas sociales. Continuando con lo esbozado en el punto anterior, el marco del CLADE V sirvió para tomar conciencia de las dinámicas y caracterizaciones de nuestras sociedades. Las plenarias fueron coordinadas por los núcleos presentes en cada región, lo cual permitió profundizar en el conocimiento de las realidades en las localidades representadas en el seno de la FTL. Más aún, cada una de estas regiones planteó desafíos particulares, que a su vez derivaban en métodos teológicos 1
muy diversos: los núcleos de América del Norte enfatizando sobre la problemática de la inmigración, los países andinos en el diálogo con los pueblos indígenas, en Centro América el terrible problema de la pobreza y la violencia, entre otros aspectos que podríamos mencionar. •
La articulación de instancias de acción. Como mencionamos, el CLADE V sirvió como espacio de encuentro entre personas, iglesias, organizaciones y proyectos, lo que produjo, por un lado, la visibilización de las diversas instancias existentes de incidencia y acción, como también, por otro, las enormes posibilidades de lograr articulaciones entre diversas voces y experiencias, en el trato de todo tipo de contextos y circunstancias. Esta dinámica, más allá de la particularidad que ofrece el CLADE para facilitarla, nos lleva también a pensar sobre la importancia del diálogo y la colaboración, con el propósito de crear instancias de acción eficientes y pertinentes, entre iglesias, organizaciones, grupos, seminarios, etc. En otras palabras, no hay manera de responder a la complejidad de contextos, demandas y oportunidades, sino trabajando articuladamente y dejando de lado las lógicas solitarias, tan comunes en el mundo religioso evangélico. Como resultado del congreso se redactó una Carta Pastoral1 con las conclusiones de lo trabajado y también propuestas concretas para los pasos futuros de la FTL y sus núcleos. En lo personal, creo que, más allá de algunas limitaciones que podríamos mencionar, dicho documento representa un avance importante de la FTL en su lectura de las coyunturas actuales, como así también de los desafíos que la iglesia latinoamericana posee, teniendo en cuenta las diversas voces presentes en el espacio. Aún falta un profundo trabajo de recopilación de toda la documentación elaborada y compartida durante el congreso. Pero esta Carta ya ofrece varios indicios muy enriquecedores para el futuro.2 En esta muy breve descripción, resaltan una serie de términos: heterogeneidad, pluralidad, diversidad. Es aquí donde se encuentra, paradójicamente, la riqueza y la flaqueza tanto del CLADE como de la FTL. ¿Por qué? Por un lado, como ya hemos inducido en las palabras anteriores, esta heterogeneidad representa un gran valor ya que pocos espacios logran congregar –desde una propuesta teológica y sensibilidad contextual particulares-‐ a una variedad tan amplia de voces y expresiones. El impacto de esta pluralidad quedó evidenciado en las demandas proféticas que se realizaron durante el congreso, las informaciones que se dieron a conocer y las proyecciones que quedaron como desafíos futuros. Pero por otro lado, en varios sentidos no se pudo ir más allá, ya que aún falta mucho trabajo para que dicha pluralidad deje de ser sólo una coyuntura, para llegar a ser un locus desde donde crear articulaciones teológicas y eclesiológicas más diversas. Todo espacio heterogéneo conlleva inherentemente tensiones, diferencias y hasta contradicciones. La idea no es deshacerse sino aprender a lidiar con ellas, precisamente porque esta dinámica deconstruye las fronteras que nos cercan, lo cual, a su vez, nos permite ver y caminar hacia adelante. Por ello, en este contexto, se necesita profundizar sobre las implicancias teológicas, relacionales, sociales e institucionales que comprenden el reconocerse Fraternidad en una espacialidad tan plural. Más aún, ello puede llevar a reflexionar e implementar dinámicas teológicas, misiológicas y eclesiológicas sumamente enriquecedoras que evidencien el valor de lo heterogéneo y plural, aportando con ello a asumir y abordar la propia complejidad de nuestros contextos vitales, tan atravesados también por lo diverso. Ello representa -‐ 1 http://www.ftl-‐al.org/clade5/docs/docs_o_CLADEV/Carta_Pastoral.pdf 2 Ver Nicolás Panotto, “Nuevas agendas teológicas de la Fraternidad Teológica Latinoamericana: un análisis de la Carta Pastoral del CLADE V” En: Revista Praxis, Nro. 21, Londrina, 2013.
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podríamos decir-‐ el verdadero sentido de la encarnación: no hacer el contexto a nuestro agrado sino asumir sus grises y complejidades inherentes. En conclusión, creo que los desafíos que quedan pendientes para la familia de la FTL, desde lo experimentado en CLADE V, son los siguientes: • Una profundización en las lecturas de la complejidad de los contextos socio-‐culturales actuales. • Una mayor articulación con nuevos y diversos espacios eclesiales, teológicos y de incidencia social, con el propósito de entrar en contacto directo con dichas coyunturas. • Una resignificación de la especificidad de la FTL frente a esta mayor heterogeneidad que inscribe su identidad. • Profundizar en nuevos marcos epistemológicos y metodológicos con el propósito de renovar el quehacer teologal, hacia un diálogo con la pluralidad de experiencias, contextos, discursos y acciones en el marco de la FTL. Hay varios aspectos que podríamos proponer como caminos para enfrentar estos desafíos. En este caso, me gustaría proponer tres elementos. Trabajar en las limitaciones del concepto de misión integral (MI) Como ya mencionamos, la idea de MI es la propuesta más importante y representativa de la FTL. Surgió a finales de los ’60, como un llamado a la contextualización del Evangelio y la tarea misional cristiana, hacia una mayor sensibilización con el contexto social latinoamericano. También hay que recordar que este paradigma responde a dos posicionamientos teológicos también en emergencia en aquel tiempo: la teología de la liberación (TL) y ciertas corrientes ecuménicas en el campo protestante, también alimentadas en la perspectiva liberacionista. En este sentido, la MI trata de llegar a un abordaje más matizado y “evangélico”, como respuesta, también, a ciertos temores de “extremo” que presentaban estas posiciones teológicas.3 Por ello, las organizaciones y movimientos que izaron la bandera de la MI se identificaron como una corriente mas bierta y “progresista” dentro del mundo evangélico de América Latina. Fue por esta razón que en aquel momento, por cierto bastante turbulento, sus seguidores y seguidoras fueron tildados de “comunistas”, “marxistas”, “izquierdistas”, etc., y, por ende, desplazados/as y rechazados/as de los espacios eclesiales evangélicos. Estas carátulas no recaían exclusivamente sobre los grupos evangélicos. En realidad, era un “efecto rebote” originado en otros espacios más ampliamente difundidos en nuestro continente como los ya mencionados. Pero esta similitud de rótulo no implica una directa relación de origen o de postulados teológicos. Los grupos relacionados con la MI pertenecían a tradiciones de corte más bien anabautista o “evangelical” que intentaban redefinir su identidad dejando atrás los marcos del fundamentalismo evangélico norteamericano hacia una mirada más pertinente y contextualizada a la situación del continente latinoamericano. Los “padres” de la MI (el genérico masculino no es accidental) fueron influenciados por clásicos como Karl Barth y Emil Brunner, otros personajes reconocidos bajo el enfoque 3 Para un análisis detallado sobre los orígenes de la FTL ver el reciente artículo de Daniel Salinas, “The beginnings of the Fraternidad Teológica Latinoamericana: courage to grow” en Journal of Latin American Theology: christian reflections from the Latino South, FTL-‐Ediciones Kairós, Vol. 01, 2007, pp.8-‐160
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“post-‐imperial”4 en el ámbito europeo como John Stott y Michael Green, y por espacios tan ambiguos como el Pacto de Lausana. Muchas de estas personas y de estos movimientos también se adjudican ser respuestas “evangélicas” a corrientes teológicas “progresistas” y ecuménicas de la Europa de los ’60. Es por esta razón que se hace difícil ubicar dentro de un marco teológico particular tanto a la FTL (al menos en sus primeras décadas) como a aquellas agrupaciones que promueven la MI. Por un lado, los movimientos liberacionistas, o no consideran este movimiento o ni siquiera saben de su existencia. Y por otra parte, los sectores más conservadores y fundamentalistas del espacio evangélico manifiestan resistencia debido a los rótulos ya mencionados que se ganaron gracias a sus ideas “progresistas” (aunque en verdad, vale decirlo, la mayoría de las organizaciones y agrupaciones en línea con la MI encuentran mayor recepción en estos últimos grupos). Muchos de los fundadores de la MI han hecho un replanteamiento de los presupuestos de las teologías de la liberación latinoamericana. En un libro editado por Daniel Schipani, René Padilla habla de cuatro “peligros” en las teologías de la liberación: el peligro del pragmatismo al enfatizar en la praxis, el peligro del reduccionismo historicista en la importancia del análisis histórico-‐social, el peligro de la cooptación sociológica al dar importancia a las ciencias sociales y el peligro de la reducción del Evangelio a una ideología al sobre-‐enfatizar el condicionamiento ideológico de toda teología.5 Más allá de los errores, verdades y ambigüedades que este análisis pueda tener, lo que demuestra es, por un lado, la clara influencia6 de las teologías de la liberación, inevitable para cualquier corriente que a finales del siglo XX se adjudique un proceso de transformación hacia perspectivas más abiertas de análisis, y por otro lado, el temor de dejar aquellos fundamentos que caracterizan un grupo evangélico. El marco de la FTL ha cambiado mucho en estos últimos años, más allá de que la figura de los “padres” sigue siendo aún muy fuerte. En un encuentro en Buenos Aires se habló de cuatro generaciones de la Fraternidad, diferenciadas considerablemente en algunos aspectos aunque manteniendo su raíz en muchos otros. Pero esta dificultad de demarcación sigue latente. En un reciente libro del CLAI se hace un estudio de los CLADE bajo el título de “Fundamentalismo, Evangelización y Concientización”. Dice Luiz Longuini Neto: En el mismo año que se desarrolló CELA III, se realiza el CLADE I, agrupando a los sectores más conservadores y fundamentalistas del protestantismo latinoamericano, quienes estaban en búsqueda de una nueva propuesta de misión y de trabajo cooperativo entre las iglesias, ya que no se sentían representados en las propuestas del grupo ecuménico. Los puntos principales de discordia tenían como epicentro el marxismo, el ecumenismo y la propuesta pastoral de intervención en la sociedad.7 Como decíamos al inicio, el problema nos llega cuando intentamos definir concretamente la MI. En realidad, es casi imposible encontrar una definición precisa que lo 4 Esta categoría es utilizada por Samuel Escobar, “Las nuevas fronteras de la misión” en CLADE III, FTL,
Quito, 1992, p.376-‐386. Estos autores, dice Escobar, “han tratado de encontrar en el Nuevo Testamento el verdadero modelo de misión, y han abandonado las formas misioneras vinculadas al imperialismo del pasado con su idea de superioridad cultural y poder económico” (p.378). 5 René Padilla, “Liberation Theology: an aprraisal” en Daniel Schipani, ed., Freedom and discipleship. Liberation Theology in an anabaptist perspective, Orbis Books, Maryknoll, 1989, pp.34-‐50 6 Esto no significa relación, igualdad o correlación. Toda “influencia” también implica ser un punto de partida para el replantemiento. 7 Luiz Longuini Neto, El nuevo rostro de la misión: los movimientos ecuménico y evangelical en el protestantismo latinoamericano, CLAI-‐SINODAL, Brasil, 2006, p.140
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enuncie.8 En uno de sus artículos, a mi juicio, más claros en el intento de aclarar estos términos, “Hacia una definición de la misión integral”9, Padilla hace un reconto histórico de los acontecimientos que definen el “ethos del evangelicalismo” en América Latina, con una clara impronta norteamericana y en conflicto con distintas alternativas, como por ejemplo el “Evangelio Social”. Luego, habla de dos “extremos” que se gestan en América Latina: el extremo relacionado con las iglesias “evangelicales”, que predican la “salvación de las almas”, y el de las iglesias “históricas”, con un corte mayormente socio-‐político de misión. Al finalizar, “en busca de equilibrio”, definirá el paradigma de la MI de la siguiente manera: La misión sólo hace justicia a la enseñanza bíblica y a la situación concreta cuando es integral. En otras palabras, cuando es un cruce de fronteras (no sólo geográficas sino culturales, raciales, económicas, sociales, políticas, etc.) con el propósito de transformar la vida humana en todas sus dimensiones, según el propósito de Dios, y de empoderar a hombres y mujeres para que disfruten la vida plena que Dios ha hecho posible por medio de Jesucristo en el poder del Espíritu.10 Volviendo a la pregunta anterior, más allá de que esta definición parezca clara, el problema comienza con las ambiguedades que se manifiestan con su interpretación y con su puesta en práctica en diversos espacios, . ¿Qué entendemos por “integral”? ¿Cómo planteamos la incidencia en los distintos ámbitos de la realidad social? ¿Qué comprendemos por “empoderar”, por “vida plena”, por “misión”? Por supuesto que éstas son preguntas necesarias en cualquier nivel y para toda definición paradigmática. Pero en este caso, a mi parecer, la idea de MI intenta presentarse de una manera demasiado clara, cuando en realidad no lo es al momento de enfrentarse a ciertas realidades que ella misma evoca. En una obra ya citada, Padilla define la integralidad de la persona como la inseparabilidad y la unidad del cuerpo, el alma y el espíritu, cuyo marco es, a su vez, su intrínseca sociabilidad consigo misma, con el prójimo y con Dios. A partir de aquí se comprende “misión” de la siguiente manera: Hablar de “misión integral”, por lo tanto, es hablar de la misión orientada a la reconstrucción de la persona en todo aspecto de su vida, tanto en lo espiritual como en lo material, tanto en lo físico como en lo psíquico, tanto en lo personal como en lo social, tanto en lo privado como en lo público (…) Desde este ángulo, hablar de “misión integral” es hablar de la misión orientada a formar personas solidarias, que no viven para sí sino para los demás.11 Más allá de todo lo que se pueda decir, la noción de MI ha influenciado considerablemente en muchas iglesias evangélicas latinoamericanas, abriendo un espacio de reflexión y crítica en diversos aspectos. Su aporte y valor son innegables. Como ya lo hemos mencionado anteriormente, el movimiento de la FTL en la actualidad refleja un cambio 8 Las dos obras más importantes de René Padilla sobre el tema son en realidad compilados de ensayos
donde se tratan una diversidad de temáticas sin dar en ningún momento una definición. Estos son el clásico Misión Integral. Ensayos sobre el reino y la iglesia (Nueva Creación, Buenos Aires, 1986) y ¿Qué es la Misión Integral? (RDC-‐Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2006). Esto no quiere decir que se requiera de una definición exacta al respecto. Más bien, creo que esto demuestra que la MI, así como en estos libros, es difícil de encuadrar, inclusive como “paradigma”. 9 En René Padilla y Tetsunao Yamamori, eds., El proyecto de Dios y las necesidades humanas, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2000, pp.19-‐34 10 Ibíd., p.31 11 Ibíd., pp.29-‐30
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considerable en muchos aspectos. Y creo que la clave de ello ha sido la influencia de muchos hombres y muchas mujeres con una concepción más abierta de la MI, originada por la retroalimentación de una práctica militante y verdaderamente comprometida con el contexto latinoamericano. Pero por muchas razones este paradigma comenzó a mostrar sus limitaciones. Hay algunas obvias que se vinculan con el tiempo ya transcurrido desde sus comienzos. Pero podríamos decir también que una de las principales deviene de las consecuencias de su mismo llamado: los desafíos que proponen la encarnación del Evangelio. La MI es una resignificación de la misión evangélica, orientada a atender las necesidades y problemáticas del contexto latinoamericano. El término “integralidad” proviene, precisamente, de comprender el alcance de la salvación y la tarea evangelizadora hacia todos los aspectos de la persona: cuerpo, afectos, vida espiritual, y todos los elementos existenciales, vivenciales y contextuales que se ponen en juego en cada una de estas dimensiones. El problema es que estos elementos no responden a una simple ecuación. Detrás de esta dinámica hay aspectos teológicos, dogmáticos, filosóficos, eclesiológicos y visiones sociales que han enmarcado, en alguna medida, estas operaciones y la misma noción de “integralidad”. En otros términos, ideas como “contextualización y encarnación del Evangelio” y “la salvación de la persona en su integralidad”, desde lo propuesto por la MI, también responden a determinados ejes teológicos y sociológicos, que a su vez excluyen otros. Las prácticas de personas, iglesias y organizaciones en el marco de la MI han evidenciado las limitaciones que tienen estos ejes generales que enmarcan dicho paradigma. Puntualicemos algunos elementos que han emergido. En primer lugar, la pluralidad de contextos –especialmente en sectores populares-‐ requiere de nuevas hermenéuticas bíblicas y teológicas que atiendan a las caracterizaciones contextuales de tales espacios. En segundo lugar, hay nuevos desafíos a nivel contextual, los cuales requieren respuestas y abordajes concretos: reclamo por derechos (religiosos, sexuales, culturales), violencia de género, racismo, entre otros. Tercero, ya no se puede hablar sólo del pobre como único sujeto –como lo hizo tradicionalmente la MI-‐ sino también debemos reconocer la existencia de otros/as, tales como las mujeres, los pueblos indígenas, los/las niños/as, los/las jóvenes, la comunidad LGTB, etc. En cuarto lugar, todo esto requiere de nuevas eclesiologías, que superen las estructuraciones evangélicas tradicionales, en pos de atender las nuevas dinámicas sociales. Por último, también se necesita repensar los tipos de incidencia social y pública, reubicando la religión, la teología y las iglesias en un contexto diversificado con nuevas instancias de participación, y en medio de un conjunto plural de organismos civiles y políticos. La preguntas que deberíamos hacernos, entonces, son: ¿por qué estas interpretaciones? ¿Por qué el antagonismo entre las prácticas concretas y el marco que pretenden presentar las distintas definiciones de la MI? Permítanme proponer las siguientes “ambivalencias” para tratar de responder estas preguntas: 1. La ambivalencia de los orígenes. Toda idea o paradigma parte, ya sea por respuesta u oposición, de otro paradigma. Como ya lo hemos visto, la MI intenta ser una alternativa a los marcos misiológicos tradicionales del fundamentalismo evangélico. En las dos obras citadas en una anterior nota al pie, René Padilla define la MI “complementando” (sin oponerse totalmente) a la idea de “misiones transculturales”, práctica muy común en ámbitos evangélicos, en donde la evangelización y la misión se definen como un intento de convertir y hacer proselitismo.12 Como casi siempre sucede, todo intento de redefinición sigue manteniendo algunos elementos de aquello que desea resignificar. Por esta razón, en su impulso de dar una nueva mirada a ciertas temáticas (como la iglesia, la misión, la 12 René Padilla, “Misión Integral” en Misión Integral. Ensayos sobre el reino y la iglesia, pp.123-‐135
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evangelización, la incidencia pública, etc.) la MI sigue manteniendo ciertos elementos de la tradición evangelical que acotan su alcance (tal como se propone), tales como una hermenéutica bíblica temerosa (con un fuerte biblisismo típicamente evangelical), una concepción de la misión pragmática, una idea de integralidad fragmentada13 y, en muchos temas relacionados con lo ético, lo moral o sociológico, las posturas y puntos de partida son reduccionistas y conservadores. 2. La ambivalencia de las prácticas. Anteriormente hablábamos de las distintas acepciones que existen hoy día de un “ministerio integral” basado, supuestamente, en la MI. Esto muestra dos cosas: o que no existe una comprensión de lo que la MI promueve o que el concepto mismo da lugar a estas distintas prácticas, que en muchos casos son antagónicas. Creo que ambos factores deben tenerse en cuenta. Es por esto que podemos decir que la ambivalencia de origen que construye la noción de MI, como vimos, da lugar a una ambivalencia de prácticas ya que estos resabios fundamentalistas dan lugar, como en muchos casos, a ser mal interpretados y enfatizados de una manera que, supuestamente, la MI no pretende dar lugar. De esta manera, las propuestas de la MI son “sumadas” a viejos paradigmas antes de guiar hacia una redefinición de ellos. Por esta razón, se realizan toda una serie de prácticas bajo este rótulo pero que quedan en eso: “proyectos” que distan mucho de ser transformaciones paradigmáticas que redefinan el ser de la iglesia y de la misión. 3. La ambivalencia de los abordajes. Como bien sabemos, los silencios también hablan. Las distintas obras como también las temáticas abordadas en eventos marcan el contenido significativo de esta propuesta. En este sentido, la MI carece de ciertos abordajes centrales. Y esto no es inocente. Tratar ciertos temas y no otros demuestra hacia dónde se desea ir. Las preocupaciones y preguntas que generalmente se realizan parece responder a otros tiempos (¿modernos?), antes que a coyunturas actuales. Es difícil encontrar abordajes sociológicos más actualizados, un desarrollo de los retos que viven las comunidades de fe desde la idea de la inclusividad, el diálogo con otras confesiones y religiones, una crítica más profunda a las tradiciones que nuclean la idea de MI, derechos humanos, género, pueblos indígenras, entre muchos otros, temas todos estos que responden a intereses más actuales o que, como decíamos anteriormente, son temáticas desarrolladas por espacios de corte más bien ecuménico. Sería injusto no mencionar que muchos de estos elementos ya están comenzando a formar parte de los abordajes contemporáneos de la MI,14 aunque en buena medida aún 13 En este caso, me refiero a diferenciar lo “espiritual” como un aspecto de la persona, error no menor, a mi criterio, ya que de esta manera se obvia entender la integralidad de la espiritualidad en y desde todas las áreas de la persona. En todo caso, podríamos hablar de la fe, la mística o la creencia religiosa como un aspecto de la persona pero no lo “espiritual” como tal ya que, en todo caso, la manifestación divina no se muestra a través de un elemento diferenciable de la persona sino desde toda su corporalidad, afectividad y relaciones. Lo espiritual es lo corporal, lo social, lo psíquico; no un aspecto más del resto. Muchos y muchas tal vez podrán disentir de esta opinión arguyendo que no es lo que la MI intenta promover, y esto tiene su verdad. Pero definir a las personas desde la diferenciación espiritual-‐ corporal-‐social-‐anímica es problemático, en todo caso, para lo que la MI, al fin y al cabo, se desea promover. 14 Por ejemplo, en lecturas contextuales: Tetsunao Yamamoti, ed., Servir con los pobres en América Latina, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 1997; René Padilla y Tetsunao Yamamoti, eds., El proyecto de Dios y las necesidades humanas, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2006 (segunda edición): Género: Catalina Padilla y Elsa Támez, La relación hombre-‐mujer en perspectiva cristiana, Ediciones Kairós,
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siguen respondiendo a los mismos parámetros teológicos y hermenéuticos. “Lo evangélico”, “lo conservador”, “lo misionero”, “lo anti (liberacionista, ecuménico)”, “lo Escritural”, siguen formando parte del trasfondo de algunos de estos trabajos (no de todos, ya que no pocos los han comenzado a superar), a veces de manera naturalizada y no cuestionada. Por ello, creo que esta mayor apertura requiere de comenzar a cuestionar y problematizar estos elementos que fueron y aún son parte de la tradición de la FTL y su propuesta teológica. Profundizar nuevas instancias epistemológicas Una respuesta al punto anterior podría ser la búsqueda de nuevas instancias epistemológicas. ¿Qué significa esto? Que se requiere profundizar en la construcción de un método (o métodos) que ponga en diálogo los diversos ejes que entran en juego dentro del quehacer teologal (contextos, eclesiologías, discursos, dogmas/doctrinas, hermenéuticas, entre otros) desde la práctica de la MI. A modo de ejemplo, miremos el caso de la teología de la liberación (TL), corriente que nació poco antes que la propuesta de la MI. Llegó un momento en que dicha corriente también se enfrentó a grandes cuestionamientos tras las transformaciones del contexto en el cual nació: la emergencia de nuevos actores sociales, los cambios profundos que se gestaron en la América Latina de los 80 (“la década perdida”) en tiempos de post-‐dictadura, el sentimiento de fracaso de los movimientos revolucionarios de los ’60 y ’70, entre otros elementos. Estos cambios se ven reflejados en el prefacio de Gustavo Gutiérrez a los 15 años de la primera edición de su Teología de la liberación. Perspectivas en 1986. Más allá de que cierto discurso ortodoxo se mantenga15, la TL ha seguido su desarrollo, extendiéndose hacia diversas vertientes y reactualizándose desde nuevas circunstancias, contextos, marcos teóricos y sujetos. ¿Qué posibilito este proceso? El establecimiento y desarrollo de una serie de llaves hermenéuticas, que permitieron ir más allá de la particularidad de su origen, hacia la aprehensión de nuevas perspectivas. Analicemos el siguiente cuadro: El pobre como sujeto Teologías feministas, teológico SUJETO à indígenas, afroamericanos, etc. Ver, juzgar, actuar. Diálogo TL africana y asiática, con las ciencias sociales METODOLOGÍA à poscolonialismo, género, (Teoría de la dependencia) abrdajes posmodernos Buenos Aires, 2002; Nancy Bedford, La porfía de la resurrección. Ensayos desde el feminismo teológico latinoamericano, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2008; Pueblos originarios: W. Horst, U. Mueller-‐ Eckhardt y Frank Paul, Misión sin conquista, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2009; Lourdes Cordero y Marcelo Vargas, eds., Espiritualidades indígenas, interculturalidad y misión integral, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2010; Ecología: R. Padilla, Z. Niringiye, R. Padilla, Semillas de nueva creación, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2010 15 Ver Maryuri Mora, “Monólogos que perturban: Silencios y ausencias en la Teología de la Liberación hoy” En http://www.gemrip.com.ar/?p=1077
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Comunidades eclesiales de base
ECLESIOLOGÍA à
Diálogo y trabajo con movimientos sociales y populares
Lectura popular de la Biblia
HERMENÉUTICA BÍBLICA à
Hermenéutica intercultural, hermenéutica narrativa
Ampliemos. A pesar de que existía cierto reduccionismo romántico sobre el lugar del pobre, el hecho de posicionar un sujeto histórico como clave hermenéutica de la revelación divina, permitió que el ejercicio teologal sea comprendido más allá de la academia y la institución, para centrarse en las experiencias concretas de las personas. Ello abrió, a su vez, el lente para ver la pluralidad de sujetos que componen nuestro contexto, y así posibilitar la construcción de diversos discursos teológicos desde sus particularidades. Podemos ver lo mismo con la metodología y el diálogo con otras ciencias: el reconocer y elaborar un marco socio-‐antropológico que permea el discurso teológico, conlleva evidenciar la inevitable instancia de dialogar con las ciencias sociales y humanísticas. Por su parte, la propuesta de las comunidades de base y su particular lógica alternativa frente al establishment institucional y el reconocimiento de un espacio plural necesario para el desarrollo de la iglesia y los creyentes, abrió la puerta para trabajar mano a mano con diversas expresiones sociales presentes en el contexto, así como a la construcción de un marco eclesiológico diverso y heterogéneo, en respuesta a los distintos contextos. Por último, la pluralización de la hermenéutica bíblica dentro de un campo variado en contextos y sujetos –como lo hace la lectura popular-‐ permitió la articulación con otros tipos de construcción discursiva e interpretativa. Este cuadro nos muestra, en resumen, que la propuesta de la TL desarrolló una serie de ejes hermenéuticos que más allá de asumir una figura o contenido específico, permitieron una reactualización constante al transcurrir los tiempos y contextos. Esto permitió que la TL se adaptara a la pluralidad del espacios socio-‐culturales vigentes y a la integración de un variado número de sujetos, que en la construcción de un discurso particular no sólo enriquecieron sino que reformularon profundamente la propuesta de esta corriente teológica. Volviendo a la MI, la carencia de un desarrollo en torno a estos elementos ha llevado a la paulatina desactualización de su propuesta. Básicamente es responder a la pregunta: ¿cómo y desde dónde se hace MI? La ambivalencia en este sentido ha llevado, a su vez, a ciertas definiciones que distan de tener relación con sus intenciones originarias. Por ejemplo, se ha llegado a hablar de la MI como “alcanzar a la integralidad de las naciones” o circunscribirlo como la sección de ayuda comunitaria de la iglesia. Estos conceptos, en buena medida, contradicen lo que la MI intentó redefinir con su propuesta. La misma vaguedad del término “integralidad”, más allá de su riqueza, puede llevar por momentos a no reconocer la especificidad (identitaria, contextual, social) inherente a toda persona y grupo, y así no ver la necesidad de construir instancias más profundamente contextuales. Más aún, no podemos definir esa integralidad sólo en términos socio-‐ económicos, como hemos mencionado. Esto requiere una resignificación antropológica de la MI hacia nuevos acercamientos sobre las necesidades y problemáticas contemporáneas. Podríamos decir, inclusive, que dicha falta de especificidad podría ser un resguardo para no cuestionar puntos sensibles de nuestras teologías, eclesiologías y dogmas. Por ello, tal como lo hemos visto en la TL, la MI necesita profundizar en sus llaves hermenéuticas que ya están
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presentes en su propuesta, pero que aún no han sido elaboradas en un marco que permita la reactualización constante de su discurso, propuesta y práctica. Conclusiones: ¿cuál es la especificidad identitaria de la FTL? Por último, más allá de hablar de heterogeneidad y pluralidad, la FTL debe preguntarse cuál es la especificidad de su propuesta e identidad en medio de este contexto. A lo largo de su historia, la Fraternidad ha sabido representar toda una gama de iglesias de tradición evangélica y libre, invitándolas a repensar sus prácticas y teologías. Creo que muchos de los temas hasta aquí tratados serían sumamente profundizados si resinificáramos el lugar de una de las corrientes que atraviesan a casi todas las expresiones eclesiales que pertenecen al seno de la FTL: el anabautismo. El movimiento de la MI se enmarca mayoritariamente en comunidades y líneas teológicas que encuentran su origen en esta tradición. La FTL tiene como valor el poder ser un espacio de construcción para las iglesias de este corte desde perspectivas contextualizadas y comprometidas con el ámbito latinoamericano en su totalidad. Las comunidades anabautistas radicalizaron las prácticas protestantes, inscribiéndolas en un espíritu comunitario comprendiendo la especificidad de cada grupo y siendo siempre sensibles a los avatares del medio. El valor de la hermenéutica bíblica se deposita en una dinámica grupal que reconoce el lugar de cada sujeto. Y ya conocemos cómo a lo largo de la historia dichos espacios han tenido un gran impacto social, especialmente entre los grupos vulnerables. Como lo resume Guillermo Font, Para los anabautistas, la última palabra no era la del Papa, ni la del teólogo, ni la del pastor, sino la del evangelio de Jesús contenido en la Biblia, leída e interpretada en y por la comunidad de fe. Ellos vivenciaban y entendían a la iglesia no como una institución sino como una congregación horizontal de hermanas y hermanos en Cristo, sin jerarquías y separada del Estado. La concebían como una comunidad integrada voluntariamente por cristianos comprometidos a través del bautismo de creyentes, y acompañada por pastores que no eran la autoridad ni los iluminados sino más bien los servidores que facilitaban una pastoral mutua —de «unos a otros»— en la que el sacerdocio, el laicado y el ministerio de todos los creyentes fuera una realidad visible. Esta eclesiología era tan novedosa y tenía implicancias políticas tan radicales en ese contexto social y cultural que algunos historiadores caracterizaron a los anabautistas como «los revolucionarios del siglo 16», «los bolcheviques del siglo 16» o «el ala izquierda de la Reforma».16 ¿En qué nos ayudaría esta centralización en el anabautismo? En primer lugar, nos ofrece un marco teológico y eclesiológico que nos permite superar ciertos anquilosamientos en el análisis de estructuras eclesiológicas evangélicas contemporáneas, cuyo abordaje, aunque pertinentes por su realidad actual, impiden ir más allá, hacia el trabajo de elementos teológicos centrales para construir nuevas instancias identitarias. En segundo lugar, una propuesta hermenéutica (teológica y bíblica) centrada en la dinámica comunidad-‐sujeto creyente, lo que nos permite reconocer la dinámica del Espíritu en la pluralidad de interpretaciones contextuales presentes en cualquier comunidad de fe y espacio social. Tercero, rescatar la noción de radicalidad, como instancia superadora de toda estructura dogmática, social, política y religiosa que pretenda esgrimirse como verdad absoluta, 16 Prólogo al libro de Juan Driver, Convivencia radical: espiritualidad para el siglo 21, Ediciones Kairós, Buenos Aires 2007, pp.7-‐8
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impidiendo de esa manera el fluir de la dinámica constante del Evangelio en el contexto, y las transformaciones que ello conlleva.
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