La mirada de Carmen. El mito oriental de España y la identidad nacional (VII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Santiago de Compostela y Ourense, 21-24 de septiembre de 2004)

September 18, 2017 | Autor: X. Andreu Miralles | Categoría: Gender Studies, Literature, Postcolonial Studies, National Identity, Orientalism
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Descripción

La mirada de Carmen: el mito oriental de España y la identidad
nacional

Xavier Andreu Miralles (Universitat de València)[1]

En 1908, el director de La Vanguardia, Miquel dels Sants Oliver, hacía
balance de la inmensa cantidad de grandes autores que durante el siglo
anterior habían recorrido España y habían dejado para la posteridad el mito
del que fue considerado el país romántico por excelencia. Reflexionaba
también sobre la obsesiva fijación que literatos, eruditos, filósofos e
investigadores españoles de diversas procedencias habían mostrado (y
seguirían mostrando) respecto a la visión que toda una pléyade de
escritores había dado de su país. La relación de aceptación y rechazo que
esta imagen suscitó entre los españoles había sido para él fundamental,
hasta el punto de que consideraba que su propia generación no estaba sino
dialogando de nuevo con el estereotipo. Según Oliver,
la visión e interpretación de España que nos ofrecen los "jóvenes
castellanos" es, en buena parte, importada mejor que autóctona,
sugerida por los extranjeros antes que nacida espontáneamente. La
España violenta y color de sangre, de Mérimée; la España de la
voluptuosidad y la muerte, interpretada por Barrés como una
prolongación de aquél; la España de los aguiluchos y los conquistadores
del oro, en el poema de Heredia; la España "en maceración" expresada
por el Greco; el sentimiento oculto de la llanura castellana, todo eso
ha venido a las letras de aquí por influencia o sugestión extranjera,
principalmente[2].

Ciertamente, fueron miles y miles de páginas las que llenaron españoles
indignados por las 'injurias extranjeras', intentando subvertir el
estereotipo. Pero al hacerlo, renegociaban y, en el fondo, asumían muchas
veces parte del mismo, desde el siglo XVIII y a lo largo de todo el XIX.
Discutían un mito romántico que era, en buena medida, orientalista y, por
ello mismo, definía a España como un 'otro' feminizado.
No obstante estos reconocimientos, la historiografía española no se ha
detenido a analizar la influencia que sobre la construcción de la identidad
nacional tuvo esta singular relación con la mirada extranjera[3], a pesar
de que el interés por lo que los europeos decían de los españoles se ha
mantenido hasta hoy mismo.
La bibliografía sobre los relatos de viajes y el mito romántico de
España es muy extensa. Como en otros aspectos, fueron hispanistas los
primeros en estudiar sistemáticamente el interés que despertó, en los
europeos, un país que había sido considerado por la Ilustración el
arquetipo de la decadencia, pero que sorprendentemente había vencido al
despotismo encarnado por Napoleón y por sus mismos reyes. A partir de los
años setenta, a medida que la historiografía española adquiría nuevos
bríos, crecía también en España el número de obras dedicadas a este tema,
al mismo tiempo que se mantenía el interés de los hispanistas[4]. Asimismo,
se han editado y reeditado libros de viajes o fragmentos de los mismos[5].
La mayor parte de esta bibliografía, sin embargo, no ha hecho sino
reproducir y describir los juicios de valor que sobre España hicieron los
autores extranjeros, interrogándose sobre lo que de cierto o de falso en
ellos encontraban. Más que reflexionar sobre su sentido o sobre la
influencia que podían tener en los españoles, como hizo brevemente Oliver,
se han centrado en celebrar parte del estereotipo o en señalar las
deficiencias o errores en los que consideraban habían incurrido, más o
menos maliciosamente, aquellos viajeros.
La mirada del otro tampoco ha sido valorada por los historiadores que
han planteado en los últimos años el estudio de la construcción de la
identidad nacional española[6]. En general, cuando han reflexionado sobre
la misma, los historiadores españoles han considerado el estereotipo ajeno
a su materia de estudio. En tanto que 'falso', poco tenía que decirles
sobre la 'verdadera' identidad española. Sin duda, el estereotipo siempre
responde a los intereses y preocupaciones de aquellos que lo producen y
nunca, por definición, puede ser una representación exacta de la
'realidad'. Pero eso no quiere decir que no tenga ninguna influencia sobre
la misma, ni que no deba ser materia de estudio para el científico social.
La historiografía reciente ha señalado la importancia de las relaciones
entre los 'otros' y el 'yo/nosotros' en la construcción de las identidades
colectivas e individuales. Se ha puesto de manifiesto, especialmente, la
importancia de las relaciones con otros pueblos en la configuración de la
identidad nacional. No tan sólo a través de conflictos bélicos sino también
de las relaciones culturales de todo tipo[7]. Para el caso de la identidad
nacional española, sin embargo, carecemos de estudios en este sentido. Lo
cual no deja de ser sorprendente si tenemos en cuenta que al menos desde
mediados del siglo XVIII, existe entre sus intelectuales una auténtica
obsesión con respecto a la imagen que de sí mismos producían los autores
extranjeros[8]. En el siglo XIX, el debate se reabrió con más violencia si
cabe, al tiempo que aumentaba la producción editorial propia y la nueva
situación política permitía la llegada de innumerables traducciones
extranjeras en la década de 1830. En pleno proceso de construcción de la
identidad nacional, el referente externo, procedente de una Europa que no
podía dejar de admirarse, fue constante.


El mito romántico de España como mito orientalista

En este sentido, es también necesario subrayar un aspecto que la
bibliografía sobre los libros de viaje y el mito romántico de España ha
dejado casi absolutamente de lado: su carácter orientalista[9]. Todos los
autores coinciden en señalar las continuas referencias y comparaciones que
los viajeros establecen entre la Península Ibérica y África o el Oriente,
que atribuyen a exageraciones o falsedades de autores en busca de color
local. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, es posible y muy
interesante aplicar al caso español las propuestas que Edward Said y
autores posteriores hicieron en el análisis de este discurso[10].
Como se le recordó, Said había dejado al margen importantes naciones en
su estudio. Tanto desde el punto de vista de los países definidos como
'orientales', como desde el de las naciones que desarrollaron su propio
discurso orientalista, España podría reclamar también un lugar en la
historiografía que se ha ocupado del orientalismo. Considerado un país
africano/oriental por las naciones de más allá de los Pirineos, inició
desde mediados del siglo XIX un discurso africanista y orientalista propio.
Merecería una reflexión plantearse hasta qué punto el segundo fue una
reacción al para los españoles tristemente popular enunciado 'África
empieza en los Pirineos', una demostración de la pertenencia española al
mundo civilizado. Por su parte, respecto a la definición oriental de lo
español, situada en la frontera de lo oriental, España fue uno de los
primeros destinos a explorar por el discurso orientalista, que con el
tiempo olvidó la península y desplazó su interés a tierras más lejanas y
exóticas. En 1840, Théophile Gautier, por ejemplo, nada más poner sus pies
en suelo español, hallaba ya por todas partes la herencia musulmana. La
primera ciudad española que visita, Irún, destaca por el "carácter moro" de
sus tejados, la "gran opulencia perdida" que muestran unos balcones
construidos de forma que permiten entrar "la brisa fresca y las miradas
ardientes", y unas paredes blancas "al gusto árabe"[11]. Las presencia de
Oriente se hace más intensa a medida que se avanza hacia el sur peninsular.
Entre Madrid y Toledo, "¡Cualquiera diría que estamos en plena Argelia y
que Madrid está rodeado por una especie de Mitidja poblada de
beduinos!"[12]. Eso, antes de llegar a las grandes ciudades andaluzas,
Córdoba, Granada, Sevilla... donde la emoción se dispara y el escritor
afirma encontrarse en el mismo Oriente. Atravesar Sierra Morena es "como si
se pasara de repente de Europa a África"[13]. La tendencia a encontrar por
todas partes la herencia musulmana fue satirizada por Larra en un artículo
de 1834 en el que presentaba a un ficticio M. J. Black de viaje por la
península, tomando notas en Madrid para un posterior libro de viajes:
"Alójase en la Fontana, por ejemplo. Apuntación: En Madrid llámanse todas
las fondas Fontanas, nombre árabe"[14].
Por otro lado, el discurso orientalista, como ha sido puesto de
manifiesto, tenía un carácter masculino, concebía el Oriente como el
contrario femenino[15]. En el análisis de Carmen, de Mérimée, intentaremos
poner de manifiesto la concepción oriental feminizada que los románticos
tuvieron de España. En ella, los viajeros buscaron una naturaleza salvaje,
llena de peligros y de emociones, donde pudiesen poner a prueba su
masculinidad. Todos ellos deseaban ser atracados por unos bandoleros que,
siempre por desgracia, hacía apenas unas horas habían asaltado la
diligencia que recorría Sierra Morena justo delante de la suya. Pero sobre
todo buscaron la belleza oriental de las mujeres españolas y la
voluptuosidad de sus bailes nacionales, el bolero y el fandango.
La tensión entre la pasión y el control formal, lo primitivo y lo
civilizado, la condena y la fascinación de la energía violenta de lo
exótico, recorren especialmente la obra de ficción de Prosper Mérimée[16].
En 1845, representaba en Carmen esas tensiones, a la vez que hacía de una
gitana andaluza uno de los mitos de la contemporaneidad occidental. En una
breve novela, sintetizaba los tópicos y los estereotipos sobre España que,
a esas alturas, eran ya bien conocidos por los lectores europeos.
Recogiendo toda la tradición romántica e inspirándose tanto en la
literatura anterior (especialmente en el Viaje a España de Théophile
Gautier) como en su propia experiencia personal en la península, pudo
trascender los límites que como género padecía el relato de viajes[17]. Fue
a través de figuras literarias como la misma Carmen, el Quijote o Don Juan,
como la esencia de España y de lo que se juzgaba español, acabó
identificándose[18].
Por supuesto, la visión de la Europa romántica no se agota con Carmen.
El discurso europeo sobre España es heterogéneo, presenta matices según
autores, e histórico, sufre importantes transformaciones en el tiempo[19].
Como en siglos anteriores, no podemos hablar de una imagen de España. Las
diferencias entre los autores son, en ocasiones, muy acusadas. La visión
del pueblo español estaba también condicionada por el ideario político.
Para algunos, era un pueblo valiente e indómito que desde hacía medio siglo
estaba luchando por la libertad y contra el despotismo. Para otros,
representaba la defensa de la fe y de la tradición frente al ateísmo
revolucionario. La concepción que se tenía del país podía ser a veces
totalmente antitética. En 1837 la España tenebrosa, oscura y fanática de
Inés de las Sierras de Charles Nodier compartía espacio con los pintorescos
y vitalistas dibujos de David Roberts aparecidos en las Excursiones en
España de Édouard Magnien. En buena medida, porque el mito romántico de
España se había proyectado sobre el de la 'leyenda negra' y el país
decadente de la Ilustración. El romanticismo mantuvo los materiales
culturales acumulados en estas visiones de España, pero cambió, sin
embargo, sus claves interpretativas.


En la encrucijada: de 1808 al triunfo del romanticismo europeo

En 1812, en plena efervescencia revolucionaria liberal, el gran poeta
británico Lord Byron, en el primer canto de su célebre Peregrinaje de
Childe Harold, proyectó para el futuro romanticismo el estereotipo de lo
español. La España de la 'leyenda negra' que se había agudizado en la
Ilustración con la representación de un país decadente y sumido en el
despotismo monárquico e inquisitorial, saltó por los aires con la
revolución liberal y el alzamiento contra Napoleón[20]. Frente a la idea
ilustrada de un pueblo decadente, aparecía uno heroico y valiente luchando
por la libertad o por la religión, según quién hiciese la lectura[21]. Los
mismos materiales culturales que habían servido a los ilustrados para
escarnecer a los españoles, eran interpretados ahora de forma radicalmente
diferente: barbarie y crueldad eran muestras de independencia, de un
carácter patriótico; a pesar del poder despótico, que anteriormente captaba
la atención, el pueblo había conservado un sentido democrático; miseria e
inseguridad se interpretaban como autenticidad y color local; el
catolicismo dejó de ser contrario a la razón para convertirse en
catalizador necesario de la espiritualidad ante el materialismo disolvente;
pasión y celos eran muestras de un carácter ardiente y apasionado ante la
vida...
Durante los años de la Guerra de la Independencia, los numerosos
relatos de campaña de los franceses e ingleses participantes trataron ya la
mayor parte de los tópicos y prejuicios que harían camino en la imaginación
romántica. Con la reacción fernandina el interés decayó, pero volvió a
resurgir con la aventura liberal de 1820. Fue en la segunda mitad de esta
década, coincidiendo con el triunfo del romanticismo europeo y con la
emigración de liberales españoles por toda Europa, cuando la hispanofilia
se generalizó a través de autores como Chateaubriand, Irving o Víctor Hugo.
Los románticos europeos iniciaron su casi obligado peregrinaje a la
península, como era obligado (aunque no la visitaran) tratarla en alguna de
sus obras. El número de viajeros se disparó sobretodo en el periodo
comprendido entre 1830 y 1848. España proporcionaba el viaje iniciático, la
aventura, el riesgo, frente a la comodidad y el aburrimiento del mundo
moderno. Era también la nación que estaba llevando a cabo una lucha
fratricida, que parecía sin fin, contra el despotismo y el fanatismo,
encarnados ahora en el carlismo. Por último, era el país de los contrastes:
la mezcla de lo andaluz y lo oriental con la tradición gótica y católica y
el prestigio medieval, la pluralidad cultural, la agreste geografía de
paisajes pintorescos, el país de la grandeza y de la decadencia.
Con el avance del siglo la atracción por España, al mismo tiempo que el
romanticismo, decayó. A medida que se modernizaba y era mejor conocida, su
'exotismo' empalidecía[22]. Sin embargo el mito romántico tuvo gran
fortuna. No solo se ha mantenido popularmente, sino que ha influido también
en muchos casos en la historiografía hispanista. En 1936, el hispanista
británico Gerald Brenan describió la guerra civil española utilizando las
claves interpretativas del mito romántico y de la leyenda negra que siguen
perviviendo en la mentalidad occidental a la hora de representar
España[23].



En busca del carácter del pueblo español

España, que había sido el país con respecto al cual se había definido
la Europa ilustrada, se convirtió en el XIX en la imagen especular del
progreso y la modernidad decimonónica, en una relación de fascinación, pero
también de superioridad. La España decadente de la Ilustración seguía
presente. En Carmen, en la venta del Cuervo, se reproduce el tópico de la
incomodidad y suciedad de los alojamientos peninsulares, y con él el de la
pobreza y miseria del pueblo español: ""¡Esto es cuanto queda", me dije,
"de la población de la antigua Munda Baetica! ¡Oh, César! ¡Oh, Sexto
Pompeyo! ¡Qué sorprendidos quedarías si volvierais a este mundo!"[24].
La imagen de un país supersticioso y fanático también está presente.
Carmen actúa en un mundo de brujería, magia y filtros amorosos. Ante ello,
el viajero, racional, se muestra incrédulo y escéptico. Por su parte, la
religiosidad de las cordobesas que se bañan en el Guadalquivir las lleva a
fiarse más, para saber si ya ha anochecido, del toque del ángelus de las
campanas de la iglesia, que de la posición del sol[25]. Asimismo, los
religiosos aparecen tan sólo brevemente, cuando un dominico le anuncia al
viajero que José Navarro ha sido preso y condenado. El clérigo insiste
tenazmente en que acuda a un "ajusticiamiento tan bonito" ante el estupor
de un francés que en ningún caso querría ver muerto a nadie y menos al
bandolero[26]. Queda clara, implícitamente, la opinión de un autor que
nunca ocultó su ateísmo.
Contra esa España negra se había rebelado, según el liberalismo
europeo, un pueblo que habría de convertirse en el faro de las naciones del
continente[27]. Siguiendo la herencia ilustrada, los románticos intentaron
descubrir las particularidades y originalidades de los diversos caracteres
nacionales mantenidos vivos por los pueblos a lo largo de los siglos. En
sus canciones, leyendas, fiestas y rituales, era donde podía encontrarse la
esencia de una nación. Los viajeros y literatos que recorrieron la
península se propusieron averiguar los elementos definitorios de un pueblo
que había sorprendido a Europa en 1808.
Desde la Ilustración, el carácter nacional se explicó por la herencia
histórica y las costumbres o por la geografía y el clima (las líneas
interpretativas que arrancan con Hume y Montesquieu, respectivamente)[28].
En España, las tórridas temperaturas propias de un país meridional, la
mezcla de sangre mora y cristiana en las venas de sus pobladores o la
herencia histórica de un espíritu fatalista y quijotesco librado a causas
perdidas, se convertían en claves explicativas de un supuesto carácter
nacional al que todo podía ser atribuido.
De nuevo, en la búsqueda del siempre inexistente carácter nacional, la
mirada romántica proyectaba hacia el exterior sus propias tensiones. El
pueblo español, a diferencia del falso e hipócrita mundo moderno, era
auténtico, natural, verdadero. Por eso mismo respetaba las leyes de la
camaradería y la amistad o no tenía miedo a dejarse llevar por sus
sentimientos y dejaba aflorar sus odios y pasiones. La figura del bandolero
representaba el arquetipo romántico de la vida marginal, más allá de las
convenciones sociales y del spleen burgués. Al margen de la ley, preocupado
tan solo de disfrutar del momento, rodeado por la naturaleza y con una
bella joven en la grupa de su caballo, el bandolero (siempre noble y
caballeresco) vivía en el riesgo y en la aventura continua sin bajar la
mirada ante nadie. Altivo e independiente, como el pueblo español había
demostrado serlo ante el invasor napoleónico, no dejaba que nadie le
gobernase.
La supuesta pereza española, que para los ilustrados había sido uno de
los argumentos explicativos de su decadencia, era interpretada ahora de
forma diferente: como una inteligente forma de resistencia a la absurda
idealización del trabajo. Frente a éste se exaltaba el disfrute, el mundo
de los bailes, las castañuelas y la guitarra. Según Gautier, el amor era la
única ocupación de Granada[29]. Lejos de las preocupaciones de la acelerada
vida moderna, los españoles se presentaban filosóficos y despreocupados.
En buena medida, las reflexiones sobre el carácter español tenían mucho
de añoranza de una infancia perdida. Como los niños, los españoles se
dejaban ir por sus emociones y cambiaban súbita e impulsivamente su humor.
Como Carmen, tan pronto eran presa de una ingenua y alegre inocencia como
seguía sus instintos más violentos. Es en esta especie de 'inestabilidad
emocional' donde coinciden todos los autores románticos cuando abordan el
supuesto carácter español.

La mirada del viajero: el observador occidental
Prosper Mérimée es una muestra del interés y la fascinación que los
temas españoles suscitaron en el romanticismo europeo de la primera mitad
del siglo XIX. Nacido en París en 1803, formó parte de la generación de los
Dumas, Hugo o Sand. Impresionado por el heroico pueblo español que había
defendido su independencia contra Napoleón, en los años 1820 entró en
contacto con liberales exiliados. Sus posturas políticas fueron haciéndose
cada vez más conservadoras, sobre todo tras las jornadas de 1848, que le
conmocionaron. En 1870, meses antes de su muerte, el pueblo revolucionario
de París se lo reprobó e incendió su casa. Fascinado por el Siglo de Oro y
el Quijote, se ocupó de motivos españoles en obras como el Teatro de Clara
Gazul o La Guzla. En 1830 llevó a cabo su primer viaje por España, en el
que conoció al costumbrista Serafín Estébanez Calderón y a la condesa de
Teba (madre de la futura emperatriz de los franceses). Realizó tres viajes
más a España en la década de 1840 y escribió Carmen (1845) y la Historia de
Pedro el Cruel (1847)[30].
Carmen apareció en la Revue des Deux Mondes de París en 1845. A pesar
de no conseguir un gran éxito inicial, se hicieron bastantes ediciones
durante los primeros veinte años. Fue mas tarde, tras estrenarse la exitosa
ópera de Bizet con libreto de Meilhac y Hálevy, cuando las reediciones se
multiplicaron[31].
La obra se estructura como un tríptico, con tres partes bien
diferenciadas. La primera incluye los capítulos 1 y 2, en los que el autor
se presenta como un arqueólogo de visita en la España de 1830 en la que
conoce a un bandolero, José Navarro, con quien traba amistad y a quien
ayuda a escapar de la justicia, y a su compañera, la gitana Carmen, quien
le roba su reloj de oro. Un tiempo después, le informan de que el reloj ha
sido encontrado y de que el bandolero va a ser ejecutado. Antes, el viajero
visita al criminal para despedirse. En la segunda parte (capítulo 3), la
voz narrativa pertenece a José Navarro, quien cuenta su historia desde su
celda. Después de abandonar su tierra natal tras haber matado a un paisano
en una pelea, se trasladó a Sevilla para iniciar la carrera militar. Allí,
estando de guardia en la Fábrica de Tabacos, fue seducido por Carmen y la
ayudó a escapar después de que ésta hubiese rajado el rostro de una
compañera con su navaja. A partir de este momento se inicia la caída de
Navarro quien, impulsado por la pasión que siente por la gitana, mata por
celos a un oficial y acaba convertido contrabandista y bandolero.
Nuevamente los celos le llevarán, al final, a matarla y a entregarse a las
fuerzas del orden. Finalmente, en 1847, Mérimée añadió una última parte
(capítulo 4), una especie de epílogo erudito en el que el autor recupera la
voz narrativa para contarnos la vida y costumbres de los gitanos españoles.
El viajero comienza su relato explicando los motivos que le han llevado
a la península:
Siempre sospeché que los geógrafos no saben lo que dicen cuando sitúan
el campo de batalla de Munda en el país de los Bastuli-Poeni, cerca de
la moderna Monda, a unas dos leguas al norte de Marbella. Según mis
propias conjeturas (...) pensaba que era necesario buscar en los
alrededores de Montilla el sitio memorable donde, por última vez, César
se jugó el todo por el todo contra los campeones de la república. (...)
En espera de que mi disertación resuelva al fin el problema geográfico
del que están pendientes todos los eruditos europeos, deseo contaros
una breve historia que no prejuzga nada sobre la interesante cuestión
del emplazamiento de Munda[32].

En efecto, la historia de Carmen y José Navarro poco tiene que ver con
la localización de los vestigios de la antigua ciudad romana. Pero esta
breve introducción sirve para situar la voz del narrador. Al ligar ficción
con relato de viajes, el autor se presenta como uno de los muchos
extranjeros que recorrieron España en su época, en este caso impulsado por
un interés arqueológico. Se nos aparece, por tanto, como un simple
observador objetivo de la realidad, con la autoridad que le confieren la
ciencia y la razón. El narrador es, así, un representante de la Europa
civilizada en tierras poco exploradas, situado más allá de la historia que
se propone contar y del país y costumbres que observa. Muestra de ello son
las continuas referencias y citas eruditas utilizadas por el viajero cuando
asume la voz narrativa, identificándole con el mundo civilizado. También,
la red de citas o autoridades a las que recurre: 'efectos de verdad' para
sus afirmaciones, procedentes de autores ingleses como Borrow, máxima
autoridad sobre los gitanos, o de franceses como Brantôme, a quien es
necesario leer para conocer cuales son los atributos que hacen perfecta la
belleza de las mujeres españolas. Cultura y conocimiento están del lado del
autor. El último capítulo, el estudio erudito sobre los gitanos, enmarca la
visión foránea objetiva iniciada con el breve párrafo introductorio.
Delimita el objetivo a través del cual la mirada europea penetra en el
teatro peninsular.
Desde esa posición, observa el carácter oriental de sus habitantes. En
los dos casos, la forma de establecer contacto con Carmen y con José
Navarro es el tabaco, ya que como afirma el viajero tras romper el hielo
con el bandolero, "en España, un cigarro ofrecido y aceptado establece
relaciones de hospitalidad, como en Oriente compartir el pan y la sal"[33].
Pero sobre todo, lo que se destaca como oriental es el carácter y la
belleza de unas mujeres andaluzas de ojos negros y tez moruna. Tras conocer
a Carmen, entre ambos se inicia un diálogo en el que las múltiples
identidades de uno y otra se superponen:
–¡Señores extranjeros, qué inventos tienen en sus países! ¿Caballero,
de dónde es usted? ¿Sin duda, inglés?
–Francés, y seguro servidor de usted. ¿Y usted, señorita, o señora, es
probablemente de Córdoba?
–No.
–Al menos, es usted andaluza. Me parece reconocerlo en el habla suave.
–Si usted reconoce tan bien el acento de la gente, debe adivinar
fácilmente lo que soy.
–Creo que es de la tierra de Jesús, a dos pasos del Paraíso. (Había
aprendido yo esta metáfora, que designa Andalucía, de mi amigo
Francisco Sevilla, picador muy conocido.)
–¡Bah! El paraíso... la gente de aquí dice que no está hecho para
nosotros.
–Entonces, usted debe de ser mora, pues, o... –me detuve, sin atreverme
a decir: judía.
–¡Vamos, vamos! Usted ve claramente que soy gitana. ¿Quiere que le diga
la bají?. ¿Ha oído usted hablar de la Carmencita?. Esa soy yo[34].

Franceses e ingleses quedan unidos por la modernidad: la posible
nacionalidad del poseedor de un reloj de oro musical es inmediatamente
reconocida por la gitana. Ésta, a su vez, reúne una identidad múltiple e
intercanviable a los ojos del narrador: andaluza, mora, judía y gitana. Sin
embargo, la relación entre un juego de identidades y el otro no es
simplemente dicotómica. No se trata simplemente de un 'otro' externo que
nada tiene que ver con uno mismo. En la gitana andaluza y aquello que
encarna se proyectan los fantasmas propios de la modernidad. El viaje a
España no dejaba de ser una forma de explorar el lado oscuro, irracional,
de la subjetividad tal y como había sido construida. La voz que cuenta la
historia de José Navarro y de Carmen, y que acabará condenándolos, no puede
dejar de sentirse identificada con el primero (a quien en el relato salva
la vida), ni de ser seducida y desear a la segunda.


La mirada del lobo: el país de los instintos y del desorden sexual

La modernidad se había construido sobre una concepción del yo racional,
masculina, blanca y occidental. El triunfo de la razón sobre los instintos,
sobre la naturaleza, era una empresa reservada al hombre. Éste, como el
Crusoe de Daniel Defoe, era arrojado a un mundo salvaje al que tenía que
enfrentarse y vencer, someter y ordenar. Pero en su empresa, el hombre no
estaba solo. Necesitaba de su particular y femenino Viernes, un compañero
fiel y sumiso que le guardase el hogar y le permitiese lanzarse nuevamente
a la conquista. La modernidad requería, idealmente, la distinción entre dos
esferas delimitadas por el sexo, la pública masculina y la privada
femenina, el sujeto y el objeto. No es éste el momento de discutir su
formación ni su mayor o menor éxito, sino de constatar que la ansiada
'civilización' se fundaba en la figura pasiva de una mujer, compañera y
soporte de su marido, virtuoso ángel del hogar, construida culturalmente en
el tránsito del siglo XVIII al XIX[35]. El matrimonio era, para el hombre,
la primera victoria sobre la naturaleza: el control de los sentimientos,
que podían ser apartados de la vida pública, y la domesticación de la
mujer, que en ningún caso podía convertirse en sujeto de deseo, hasta el
punto de que su moralidad y su virtud se convirtieron en el baremo de la
civilización de los pueblos. Las naciones eran representadas como madres
virtuosas y abnegadas, moralmente inmaculadas, que sus hijos tenían que
proteger y defender hasta la muerte[36].
El hombre moderno se pensaba así como un sujeto autónomo, dominante y
potencialmente expansivo. Como ha sido señalado, el discurso orientalista
nació como una forma de construir lingüísticamente a un 'otro' a través del
cual se constituía simultáneamente al sujeto racional moderno. El Oriente
se identificaba con la naturaleza irracional, con la feminidad, que tenía
que ser conquistada, dominada y domesticada por el hombre. Los aventureros
europeos que se adentraban en ese mundo exótico y femenino debían demostrar
su masculinidad superando las pruebas y los obstáculos que les impusiese.
De nuevo, sin embargo, ese 'otro' oriental no era tan solo la imagen en
negativo del yo europeo, sino la condición de posibilidad de su existencia
y la proyección de sus tensiones. Lo que inducía al europeo a iniciar el
viaje era, a la vez, un deseo, una atracción y un rechazo, la necesidad de
controlarlo. Un mundo moderno y civilizado de sexualidad ordenada, en el
que la aburrida Pamela era el ideal de feminidad, conllevaba
inevitablemente un proceso de represión de los deseos y fantasías sexuales
y un conflicto interno para la subjetividad moderna tal como había sido
construida.
España y, sobre todo, sus mujeres, se convirtieron para los románticos
en objeto de deseo. Cabellos, cejas y ojos negros, tez blanca, labios de
rojo intenso, pechos y pies menudos... Carmen era el tipo de esta figura
femenina que ocupaba las fantasías sexuales del mundo civilizado. El
romanticismo europeo buscaba en España no a la pura Margarita, sino a
Carmen, una mujer salvaje y sexualmente incontrolable. Cuando relata la
costumbre de las bañistas cordobesas que se reúnen cada tarde en el
Guadalquivir a una distancia en que pueden ser percibidas, pero no
distinguidas, o cuando el guardián José Navarro se ve obligado a entrar en
la Fábrica de Tabacos tras el crimen cometido por Carmen, para detenerla, y
se ve rodeado por "trescientas mujeres en camisa, o poco menos"[37], el
autor ejerce la función de un voyeur introducido en unos baños orientales o
en el inmenso harén de un opulento sultán turco, respectivamente. A
diferencia de la castidad de la mujer virtuosa, no es necesario rogar
demasiado a estas mujeres: "Pocas de ellas rehúsan una mantilla de glasé, y
los aficionados a esa pesca no tienen más que agacharse para coger el
pez"[38].
España, situada justo al límite que separa Europa y África, Occidente y
Oriente, era como el velo de las mujeres orientales, el límite donde se
proyectan fantasía y deseo. Oculta tras un fino trozo de tela, la mirada de
la mujer oriental era a la vez misteriosa y peligrosa. Misteriosa y, por
tanto, deseable porque el velo le permitía mantenerse oculta, más allá de
la mirada occidental, al margen de su control[39]. España dejaba entrever
también el velo del lejano Oriente pero no lo revelaba en su inmensidad. En
Carmen, las miradas de la gitana y el bandolero son también inescrutables
para el viajero, como lo son las lenguas con las que hablan entre sí (vasco
y calé). Esquivan el ojo occidental que necesita ver y conocer para
controlar[40].
Era una belleza extraña y salvaje, un rostro que al pronto extrañaba,
pero no se podía olvidar. Sobre todo, los ojos tenían una expresión
voluptuosa y feroz a la vez que no he encontrado después en ninguna
mirada humana. Ojo de gitano, ojo de lobo, es un dicho español que
denota buena observación. Si no tienen ustedes tiempo de ir al "Jardin
des Plantes" para estudiar la mirada de un lobo, observen a su gato
cuando está acechando a un gorrión[41].

A diferencia del ángel del hogar que baja la mirada, el bandolero o
Carmen la mantienen, la devuelven duplicada, altiva y orgullosa. Se
resisten a ser dominados. Es siempre Carmen quien toma la iniciativa,
acercándose al hombre e iniciando la conversación. Seductora y voluptuosa,
deja caer su mantilla por la espalda desnuda y hace uso de sus armas para
conseguir lo que quiere. La gitana no es un objeto pasivo de deseo, sino un
sujeto con un yo independiente y libre. Ese es el problema fundamental que
plantea Mérimée en su obra, la atracción por esta figura femenina oculta en
el seno de la modernidad (el instinto que lucha contra la razón) y el miedo
que provoca por lo que conlleva de derrumbamiento de la autoridad y
autonomía del yo masculino y racional moderno[42].
La obra empieza con una cita clásica, misógina, de Paladio: "Toda mujer
es hiel. Pero tiene dos momentos buenos: uno en el tálamo; el otro, al
morir"[43]. La historia de José Navarro y Carmen es la de un hombre incapaz
de dominar sus pasiones y conducido a la perdición por ellas.
Ya en su tierra natal, José había roto su carrera estudiantil al
dejarse llevar por la afición al juego a la pelota y por la violencia: en
una pueril disputa mató a un rival. Esto le obligó a marchar hacia Sevilla,
donde intentó rehacer su vida en el ejército. Tras sucumbir a la seducción
de Carmen todo parece torcerse definitivamente. Es justo en estos momentos
cuando por primera y única vez Navarro se define políticamente. Degradado y
en prisión por haber dejado huir a la gitana, siente que ya no podrá ser
como los liberales Mina o Chapalangarra[44]. No poder resistirse a los
encantos de Carmen lo excluye del rol que como hombre debería ejercer en
los negocios públicos. La pasión y los celos le llevan a asesinar a un
superior y a tener que dedicarse al contrabando y a la vida de bandolero.
Cuando Carmen se enamora de un valiente picador, Lucas, los celos y la
desesperación de José llegan a su extremo. Le ordena que deje de verlo.
"Ten cuidado –me dijo–; cuando se me desafía a no hacer algo, está hecho
inmediatamente"[45]. Un tiempo después los encuentra juntos y la fatalidad,
que ha sido anunciada desde el principio de la obra, se desencadena. En un
último intento desesperado para recuperar la vida honrada que había
perdido, el bandolero le hace una última propuesta a Carmen: marchar a
América y que allí se convierta en su 'ángel del hogar'. A pesar de conocer
que la negativa supone la muerte, Carmen no se doblega, defiende su
libertad (asociada a los de su raza) por encima de su vida: "Carmen será
siempre libre. Nació callí, morirá callí"[46]. Al final, la mirada altiva,
independiente y libre se mantiene invencible, sólo la muerte es capaz de
acabar con ella: "Cayó al segundo navajazo, sin gritar. Creo estar viendo
aún sus grandes ojos negros mirarme fijamente, luego se nublaron y se
cerraron"[47].
El destino que espera al bandolero, que arrepentido de sus crímenes se
entrega a la ley para ser juzgado y ejecutado, es el que espera a la
sociedad si se deja vencer por la naturaleza, si no consigue dominarla.
Antes de morir, le pide un último favor al viajero: que le entregue una
medalla a una 'buena mujer' cuando pase por Pamplona de regreso hacia su
país. Mérimée introduce así, implícitamente, un personaje ausente, pero
fundamental en la obra: una figura femenina que se levanta como la
antítesis de Carmen, la mujer virtuosa que había abandonado en Navarra y
que le habría proporcionado una vida honesta y honrada[48].
La figura del viajero se diferencia del bandolero en su capacidad para
controlar sus instintos. Los explora, los pone a prueba y sale victorioso,
tanto cuando se encuentra con el bandolero como cuando entra en relación
con la gitana. Es capaz de resistir las tentaciones de Carmen, a menudo
caracterizada como diabólica, como una Eva moderna seduciendo a Navarro en
la calle sevillana de las Sierpes.




El navarro y la andaluza: el país de los contrastes y las regiones

Que los dos protagonistas de la novela sean un navarro y una andaluza
no es casual. Para los románticos europeos uno de los principales
argumentos para exaltar España había sido sus ricos contrastes. En busca de
lo original y lo diferente, consideraban positiva una diversidad que se
oponía a la homogeneidad a la que parecía acabaría conduciendo el espíritu
del siglo. Al contraste paisajístico se añadía la mezcla cultural y
religiosa. Durante siglos el mundo gótico y el musulmán habían estado en
contacto, no sólo habían dejado numerosos monumentos esparcidos por la
península, sino también una huella en los españoles. La historia de Carmen
y José Navarro es también la de estas dos tradiciones.
José Navarro da comienzo a su relato presentándose al viajero como don
por derecho, vasco y cristiano viejo, de Elizondo, en el valle del
Baztán[49]. La procedencia de Carmen es ambigua, y aunque dice venir, como
los de su raza, 'de Egipto', se acaba identificando con Andalucía. En este
sentido, José es presentado como el español más próximo al mundo europeo.
El reino de Navarra, fronterizo con Francia, tenía con esta una relación
histórica muy especial (Enrique de Navarra había sido uno de los reyes de
Francia más celebrados). La fisonomía del bandolero es también europea:
rubio y con ojos azules. Asimismo, el navarro se diferenciaba de sus
compañeros militares sevillanos, que "cuando están de servicio, juegan a
las cartas o duermen", por su disciplina y trabajo: "como buen navarro,
trataba constantemente de estar ocupado"[50]. Es también en Navarra donde
sabemos de la existencia de la mujer virtuosa que abandonó en su juventud.
Además, se presenta a sí mismo como hidalgo y cristiano viejo. Es decir,
representa a la España medieval y cristiana, la que habría sido sin la
influencia mora. Carmen, la andaluza, se identifica con el mundo oriental
que había fecundado España durante siglos para posterior goce del
romanticismo europeo, era la otra parte, la dominante, del carácter
español. El navarro, seducido y esclavo por su amor de la andaluza,
representa el triunfo histórico en España del carácter oriental sobre el
europeo.
Los viajeros que recorrieron la península seguían casi siempre un mismo
itinerario. Entraban por Bayona hasta Vitoria (por las Provincias), desde
donde partían hacia Burgos (la ciudad del Cid) y Valladolid. Después
continuaban hasta Madrid, 'capital de todas las Españas'. Desde aquí
recorrían rápidamente la Mancha, una región (como toda Castilla) austera,
de pueblos miserables en la que tan sólo valía la pena detenerse para
contemplar la decadente Toledo, símbolo de pasadas glorias imperiales. De
la triste y vieja Castilla se pasaba a la alegre y festiva Andalucía, el
verdadero objetivo. Las ciudades andaluzas eran visitadas prácticamente
todas (Granada, Córdoba, Sevilla, Cádiz, y, en menor medida, Jaén y
Málaga). Llegado aquí, el viaje expiraba y lo que quedaba era el regreso,
muchas veces directamente desde Cádiz por mar, haciendo breves escalas en
los puertos de las ciudades españolas mediterráneas, o rehaciendo el camino
y volviendo a cruzar la península hacia el norte. Las diversas regiones y
Madrid, 'donde se hallaban reunidas', eran representadas
estereotipadamente: los aragoneses con su jota, los montañeses del norte,
los miserables y austeros castellanos, los modernos y, por ello mismo, poco
interesantes catalanes, o los activos valencianos, más próximos que ningún
otro a lo andaluz, con su pañuelo en la cabeza y vendiendo horchata por
toda la península. Pero sobre todo interesaba Andalucía: la región de la
pandereta y las castañuelas, el bolero y el fandango, los gitanos y los
contrabandistas gibraltareños, los bandoleros de Sierra Morena y las
cigarreras de Sevilla. Esta región acabó representando el verdadero
espíritu nacional español para los europeos. Sus bailes, vestidos o
canciones se convirtieron en los 'nacionales'. Al situar en una determinada
región la encarnación del carácter nacional, dejaban la puerta abierta para
que otros autores que también intentaran encontrarlo discreparan y lo
buscaran en otro de los territorios peninsulares. En la segunda mitad del
siglo XIX, muchos intelectuales comenzaron a considerar frívola y ridícula
a esa 'España de pandereta'. A finales de siglo, Maurice Barrès halló el
verdadero carácter español en una región que había sido poco valorada por
los románticos: la Castilla de Toledo, alabada ahora por profunda, austera
y espiritual[51].

Conclusión: reacción al mito e identidad nacional
Fuese o no la intención de Mérimée hacer de la cigarrera andaluza
símbolo de España, lo cierto es que situó en ésta su figura. Como ha
señalado Franco Moretti, la geografía de la novela no es simplemente un
espacio vacío en el que se mueven los personajes. Por el contrario, la
elección del paisaje, del espacio, forma parte del significado[52]. A
mediados del siglo XIX el romanticismo europeo podía situar la figura
oriental de Carmen, promiscua y prostituta, sexualmente incontrolable, en
una España concebida como medio salvaje[53]. Así fue interpretada, como una
representación de España y como un insulto al país, de hecho, por los
intelectuales españoles de su época[54].
No podía ser de otro modo. Las mujeres españolas del diecinueve fueron
muy visibles. En la esfera pública se debatía obsesivamente sobre su
moralidad y sobre el papel que debían ocupar en la sociedad como 'ángeles
del hogar', especialmente a partir de 1840. La mujer abnegada y virtuosa se
convirtió en el estandarte de las clases que ascendían con el proceso
revolucionario[55].
Desde mediados de la década de 1830, la discusión sobre el papel de las
mujeres había ido acompañada por la continua acusación a las inmorales
traducciones extranjeras de corromper las costumbres nacionales. Todos los
intelectuales españoles hallaron un insulto en la forma en la que los más
admirados y reconocidos autores representaban lo español, especialmente a
sus mujeres. No podía ser de otro modo. A mediados del siglo XIX, según el
discurso occidental, la moralidad y el grado de civilización de una nación
se medía en la virtuosidad de sus mujeres, guardianas de la moral de la
gran familia nacional[56]. La mirada extranjera que hacía de Carmen el
arquetipo de la mujer española, no podía ser bienvenida. La venta del
Cuervo, metáfora de un país decadente de viejas glorias, está habitada por
una vieja y por una niña de diez a doce años, sin que sepamos de la
presencia de ninguna figura masculina: difícilmente podía encontrarse una
imagen más antitética del ideal burgués de la vida familiar.
En la literatura, uno de los espacios fundamentales en la construcción
cultural de la nación, la reacción fue evidente. El mismo costumbrismo
español, que impregnó toda la prensa de la época, se presentaba como una
reacción a la mirada extranjera[57]. En 1832 al presentar sus objetivos,
Ramón de Mesonero Romanos se quejaba de que
franceses, ingleses, alemanes y demás estranjeros, han intentado
describir moralmente la España; pero o bien se han creado un país ideal
de romanticismo y quijotismo, o bien desentendiéndose del trascurso del
tiempo, la han descrito no como es, sino como pudo ser en tiempo de los
Felipes... (...) se ha presentado a los jóvenes de Madrid enamorando
con la guitarra; a las mujeres asesinando por celos a sus amantes; a
las señoritas bailando el bolero; al trabajador descansando de no hacer
nada, (...) (por todo ello) no pudiendo permanecer tranquilo espectador
de tanta falsedad, y deseando ensayar un género que en otros países han
ennoblecido las elegantes plumas de Adison, Jouy y otros, me propuse
(...) presentar al público español cuadros que ofrezcan escenas de
costumbres propias de nuestra nación[58].

La novela española, que se nutrió de los temas y materiales aportados
por el costumbrismo, hizo suya la reacción al insulto extranjero y la
búsqueda de lo verdaderamente español[59]. El problema se planteaba desde
todos los puntos del espectro político. El republicano Wenceslao Ayguals de
Izco, uno de los abanderados del suismo español, intentaba en su popular
María o la hija de un jornalero, una novela por entregas a medio camino
entre la novela de costumbres, la social y la anticlerical, "regenerar la
novela nacional". Se planteaba la defensa de las clases populares y
"describir las costumbres de todas las clases del pueblo, costumbres
españolas, que os son enteramente desconocidas, a vosotros los estranjeros
(sic), si hemos de juzgar por vuestros escritos". Los extranjeros creen
que en España no hay más que manolos y manolas; que desde la pobre
verdulera hasta la marquesa más encopetada, llevan todas las mugeres
(sic) en la liga su navaja de Albacete, que tanto en las tabernas de
Lavapiés como en los salones de la aristocracia, no se baila mas que el
bolero, la cachucha y el fandango; que las señoras fuman cigarrito de
papel, y que los hombres somos todos toreros y matachines de capa
parda, trabuco y sombrero calañés. He aquí por que al dar una idea de
nuestras costumbres, me propongo ser tan exacto como imparcial[60].

Cuatro años más tarde aparecía la que fue considerada primera novela
moderna española, La Gaviota, de Fernán Caballero, que en muchos aspectos
se presenta como una respuesta a la Carmen de Mérimée. La autora se
proponía "dar una idea exacta, verdadera y genuina de España", "un ensayo
sobre la vida íntima del pueblo español, su lenguaje, creencias, cuentos y
tradiciones" frente a las imágenes de los extranjeros que "se burlan de
nosotros" y las exageraciones del romanticismo y el melodrama[61].
Décadas más tarde, se utilizaban los mismos argumentos para atacar todo
lo anterior. Según Pérez Galdós y los realistas, hasta entonces la novela
española no había sabido representar 'verdaderamente' lo español, que se
estableció como criterio (lo castizo) del canon de una novela nacional del
que se excluían los folletines anteriores por considerarse simple imitación
francesa[62]. Dos años antes, en 1868, Juan Valera, amigo de Mérimée, se
quejaba todavía de la visión que de España y de sus mujeres tenían los
extranjeros:
Doña Sabina, la marquesa de Amaeguí, Rosita, Pepita y Juanita y otras
heroínas de versos, siempre livianos y tontos a menudo, compuestos por
Víctor Hugo y Alfredo de Musset, son, fuera de España, el ideal de la
mujer española, de facha algo gatuna, con dientes de tigre, ardiente,
celosísima, materialista y sensual, ignorante, voluptuosa y devota, tan
dispuesta a entregarse a Dios como al diablo, y que lo mismo da una
puñalada que un beso. La Carmen de Mérimée es el prototipo de estas
mujeres, y no se puede negar que está trazado de mano maestra[63].


A pesar de ser conocida en España prácticamente desde que apareció en
francés, Carmen no fue traducida, significativamente, hasta 1891. Los
literatos españoles, además, decidieron prescindir en sus obras de un
nombre tan español como el de la gitana, por lo que simbolizaba, hasta
principios del siglo XX[64].
En la construcción y reconstrucción cultural de la identidad española
durante el siglo XIX, la sombra del mito romántico fue, por tanto,
fundamental. La concepción orientalista de España y, especialmente, la
visión que entrañaba de sus mujeres, obsesionó a escritores, periodistas,
críticos e intelectuales de todo tipo. Lejos de preocuparnos simplemente
por si fueron o no acertados los juicios extranjeros, el análisis de los
mismos es necesario para conocer el proceso de construcción de una
identidad nacional que mantuvo un diálogo permanente con la mirada
exterior.
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[1] El autor participa en el proyecto de investigación BHA2002-010473.
[2] Miquel dels Sants OLIVER, "A través de unos libros" en La literatura
del desastre, Barcelona, Península, 1974, pp. 133-214; la cita en p. 213.
[3] Exceptuando los trabajos llevados a cabo por el C.R.E.C. (Centre de
Recherche sur l'Espagne Contemporaine) sobre las relaciones culturales e
identitarias entre España y el resto de Europa. Vid., por ejemplo, Jean-
René AYMES y Serge SALAÜN (eds.), Être espagnol, París, Presses de la
Sorbonne Nouvelle, 2000 o Le métissage culturel en Espagne, París, Presses
de la Sorbonne Nouvelle, 2001.
[4] La bibliografía es muy extensa, sin ánimo de exhaustividad, vid.: León-
Français HOFFMANN, Romantique Espagne – L'image de l'Espagne en France
entre 1800 et 1850, New Jersey, University of Princeton, 1961; Elena
FERNÁNDEZ HERR, Les origines de l'Espagne romantique – Les récits de
voyages (1755-1823), París, Didier, 1973;; Mª de los Santos GARCÍA FELGUERA
(ed.), Imagen romántica de España, Madrid, Palacio de Velázquez, 1981; Jean-
René AYMES, L'Espagne romantique (Témoignages de voyageurs français),
París, Métailié, 1983; Alberto GONZÁLEZ TROYANO (ed.), La imagen de
Andalucía en los viajeros románticos y homenaje a Gerald Brenan, Málaga,
Diputación Provincial, 1987; Ian ROBERTSON, Los curiosos impertinentes.
Viajeros ingleses por España desde la accesión de Carlos III hasta 1855,
Barcelona, Serbal-CSIC, 1988; Francisco CALVO SERRALLER, La imagen
romántica de España. Arte y arquitectura del siglo XIX, Madrid, Alianza,
1995; Carlos GARCÍA-ROMERAL PÉREZ, Bio-bibliografía de Viajeros por España
y Portugal (siglo XIX), Madrid, Ollero & Ramos, 1999; Rafael NÚÑEZ
FLORENCIO, Sol y sangre. La imagen de España en el mundo, Madrid, Espasa,
2001. Sobre las imágenes sobre España, tanto positivas como negativas, en
la literatura francesa, vid. Mercè BOIXAREU y Robin LEFERE (coords.), La
Historia de España en la Literatura Francesa. Una fascinación..., Madrid,
Castalia, 2002.
[5] Además de la bibliografía ya citada, gran parte de la cual reproduce
fragmentos de estos textos, véase, Raymond FOULCHE-DELBOSC, Bibliographie
des voyages en Espagne et au Portugal, Welter, 1896; José GARCÍA MERCADAL,
Viajes de extranjeros por España y Portugal, Madrid, Aguilar, 1962, 3 vols.
y José ALBERICH, Del Támesis al Guadalquivir. Antología de viajeros
ingleses en la Sevilla del siglo XIX, Sevilla, 1976.
[6] La obra de referencia en este sentido es José ÁLVAREZ JUNCO, Mater
Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid, Taurus, 2003, que
apenas dedica alguna alusión al mito romántico de España. Sí se ha
reflexionado sobre la influencia de este mito en la literatura y las artes;
a este respecto véase F. CALVO SERRALLER, op. cit.; Federico SOPEÑA IBÁÑEZ,
"La imagen romántica de España en la música" en Mª de los Santos GARCÍA
FELGUERA, op. cit., pp. 103-110; Celsa ALONSO, La Canción Lírica Española
en el siglo XIX, Madrid, ICCMU, 1998, pp. 157-192; Carlos REYERO, "La
pintura y el mito romántico en España" en Carlos REYERO y Mireia FREIXA,
Pintura y escultura en España, 1800-1910, Madrid, Cátedra, 1999, pp. 115-
138; en literatura se ha señalado la influencia del mito romántico en el
costumbrismo: José Francisco MONTESINOS, Costumbrismo y novela. Ensayo del
redescubrimiento de la realidad española, Madrid, Castalia, 1960; Salvador
GARCÍA CASTAÑEDA, Las ideas literarias en España entre 1840 y 1850,
Londres, University of California - Publications in Modern Philology, 1971,
pp. 130-150; Joaquín MARCO, "El costumbrismo como reacción" en A. GONZÁLEZ
TROYANO, op. cit., pp. 125-139; Joaquín ÁLVAREZ BARRIENTOS, "Aceptación por
rechazo. Sobre el punto de vista extranjero como componente del
costumbrismo" en Jean-René AYMES y Serge SALAÜN (eds.), Le métissage
culturel en Espagne, París, Presses de la Sorbonne Nouvelle, 2001, pp. 21-
36.
[7] Así, por ejemplo, para los mismos autores de libros de viajes y para
los lectores connacionales de sus relatos; Marjorie MORGAN, National
Identities and Travel in Victorian England, New York, Palgrave, 2001.
[8] Antonio MESTRE, "La imagen de España en el siglo XVIII. Apologistas,
críticos y detractores" en Apología y crítica de España en el siglo XVIII,
Madrid, Marcial Pons, 2003, pp. 47-70.
[9] Una notable excepción en José Francisco COLMEIRO, "El Oriente comienza
en los Pirineos (La construcción orientalista de Carmen)", Revista de
Occidente 264 (mayo 2003), pp. 57-83.
[10] Las obras de referencia de este autor son Edward W. SAID,
Orientalismo, Madrid, Libertarias, 1990 y Cultura e imperialismo,
Barcelona, Anagrama, 2001. Una lectura crítica de la obra de Said en Keith
Ansell PEARSON, Benita PARRY y Judith SQUIRES (eds.), Cultural Readings of
Imperialism. Edward Said and the Gravity of History, New York, St. Martin's
Press, 1997. Un balance de la evolución de la historiografía inspirada en
el orientalismo, Bart MOORE-GILBERT, "Edward Said: Orientalism and beyond"
en Postcolonial Theory. Contexts, Practices, Politics, Londres-Nova York,
Verso, 2000, pp. 34-74.
[11] Théophile GAUTIER, Viaje a España, Madrid, Cátedra, 1998, p. 81.
[12] Viaje a España, p. 187.
[13] Id. p. 231.
[14] Mariano José de LARRA, "Variedades críticas" en Obras de Mariano José
de Larra, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1960, t. I, p. 284.
[15] Robert J. C. YOUNG, Colonial Desire: Hybridity in Theory, Culture and
Race, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1995. Una revisión crítica en Meyda
YEGENOGLU, Colonial Fantasies. Towards a Feminist Reading of Orientalism,
Cambridge, CUP, 1999. Como señala esta autora, les mujeres 'orientalistas'
ocuparon también una posición masculina en su relación con Oriente,
haciendo de 'suplementos' a los relatos de los hombres, pp. 68-94. Así, por
ejemplo, Joséphine de Brinckmann, presentó sus Paseos por España como una
serie de cartas dirigidas a su hermano, Hughes Delporte, que habría escrito
tan sólo después de "ceder a los consejos de mis amigos y a los tuyos" con
el fin de dar a conocer a los turistas "informaciones útiles" (se presenta
a sí misma como una simple 'recopiladora', no como 'autora'), que
complementen modestamente lo que "tan hábiles plumas" habían escrito ya
sobre España; Joséphine de BRINCKMANN, Paseos por España (1849-1850),
Madrid, Cátedra, 2001, p. 65.
[16] Peter COGMAN, Mérimée: Colomba and Carmen, València, Grant & Cutler
Ltd., 1992.
[17] Sobre la diferente carga significativa entre ficción y relato de
viajes, vid. Roland BARTHES, "No se consigue hablar nunca de lo que se ama"
en El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura,
Barcelona, Paidós, 1987.
[18] Carmen no acabó simbolizando solo a España, sino que se convirtió
también en uno de los mitos de la bohemia y la contracultura
contemporáneas; vid. Evlyn GOULD, The Fate of Carmen, Baltimore y Londres,
John's Hopkins University Press, 1996. Estos tres personajes son en la
actualidad, según una encuesta reciente realizada entre los ciudadanos
europeos, los que más identifican estos con España. Además, el veinte por
ciento de los entrevistados seguía consideraba España una 'nación oriental'
y la asociaba con la etnia gitana y con lo andaluz; José F. COLMEIRO, op.
cit. p. 57.
[19] La necesidad de estudiar la diversidad de narrativas existentes en el
discurso imperialista y de situarlas históricamente con el fin de poder
observar sus transformaciones y matices ha sido señalada por Benita PARRY,
"Narrating Imperialism: Nostromo's Dystopia" en Keith Ansell PEARSON,
Benita PARRY y Judith SQUIRES (eds.), Cultural Readings of Imperialism.
Edward Said and the Gravity of History, Nova York, St. Martin's Press,
1997, pp. 227-246.
[20] Vid., Ricardo GARCÍA CÁRCEL, La leyenda negra. Historia y opinión,
Madrid, Alianza Editorial, 1992, pp. 21-120.
[21] La revolución liberal española y la Constitución de 1812 se
convirtieron en un mito político para los liberales y revolucionarios
europeos hasta 1848; vid. Hagen SCHULZE, Estado y nación en Europa,
Barcelona, Crítica, 1994, p. 150 y ss.; para los casos alemán, inglés y
portugués, vid. respectivamente, Virginia MAZA CASTÁN, "El país que
celebraban los cantos orientales. El recurso a España en la formulación del
discurso político alemán de las primeras décadas del siglo XIX", Ayer 46
(2002), pp. 209-232; Daniel YÉPEZ PIEDRA, "El panorama político británico
entre 1822-1832. Los cambios políticos en relación con las Memorias de la
Peninsular War", comunicación presentada al Congreso Internacional Orígenes
del liberalismo. Universidad, política, economía, Salamanca (2002); María
Cruz ROMEO MATEO, "España, ¿estímulo y ejemplo de los amigos de la libertad
en Portugal?" (en prensa). Especialmente importantes fueron las relaciones
entre el liberalismo español y el italiano en la primera mitad del siglo
XIX, vid. Ismael SAZ, "Dalla Spagna" en Filippo MAZZONIS (ed.), L'Italia
contemporanea e la storiografia internazionale, Venecia, Marsilio, 1995,
pp. 115-147 y Marco MUGNAINI, "Un esempio di circolazione delle élites:
Italia e Spagna dal 1808 al 1860, rassegna della storiografia italiana" en
Fernando GARCÍA SANZ (comp.), Madrid, CSIC, 1990, pp. 3-45. El
levantamiento contra Napoleón y el carlismo se convirtieron también en
espejos del tradicionalismo europeo, vid. Giovanni ALLEGRA, La viña y los
surcos. Las ideas literarias en España del XVIII al XIX, Sevilla,
Universidad de Sevilla, 1980, pp. 115-142.
[22] C. GARCÍA-ROMERAL PÉREZ, op. cit. Sobre el 'exotismo' francés vid.
Tzvetan TODOROV, Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad
humana, Madrid, Siglo XXI, 1991, pp. 303-396.
[23] Sobre la historiografía extranjera sobre España vid. España: la mirada
del otro, Ayer 31 (1998), coordinado por Ismael SAZ. Para el caso concreto
de la interpretación de la guerra civil de Gerald Brenan, en éste mismo
número, Enrique MORADIELLOS, "Más allá de la Leyenda Negra y del Mito
Romántico: el concepto de España en el hispanismo británico
contemporaneísta", pp. 183-199.
[24] Carmen, p. 112.
[25] Carmen, pp. 119-120.
[26] Carmen, pp. 128-129.
[27] Hagen SCHULZE, Estado y nación en Europa, Barcelona, Crítica, 1994, p.
150 y ss.
[28] Sobre la búsqueda, desde la Ilustración, en los diversos países de un
supuesto carácter nacional, vid. Perry ANDERSON, "Fernand Braudel y la
identidad nacional" en Campos de batalla, Barcelona, Anagrama, 1998, pp.
355-392. Para el caso español, Julio CARO BAROJA, "El mito del 'carácter
nacional' y su formación con respecto a España" en El mito del carácter
nacional. Meditaciones a contrapelo, Madrid, Seminarios y Ediciones, 1970,
pp. 71-135.
[29] Viaje a España, p. 247.
[30] Sobre Mérimée vid. Xavier DARCOS, Mérimée, París, Flammarion, 1998.
[31] Jean SENTAURENS, "Carmen: de la novela de 1845 a la zarzuela de 1887.
Cómo nació "la España de Mérimée"", Bulletin Hispanique 2 (diciembre 2002),
pp. 851-872.
[32] Prosper MÉRIMÉE, Carmen, Madrid, Cátedra, 2003, pp. 103-104.
[33] Carmen, p. 108.
[34] Carmen, pp. 121-122.
[35] La bibliografía sobre la construcción de las dos esferas es abundante.
Vid. las obras clásicas de Geneviève FRAISSE, Musa de la razón: la
democracia excluyente y la diferencia de los sexos, Madrid, Cátedra, 1991 y
Joan B. LANDES, Women and the Publich Sphere in the Age of the French
Revolution, Ithaca (NY), Cornell University Press, 1993. Sobre la relación
entre la formación del ideal de domesticidad y las clases medias británicas
ascendentes, Leonore DAVIDOFF y Catherine HALL, Fortunas familiares:
hombres y mujeres de la clase media inglesa, 1780-1850; en lo referente a
los materiales culturales y literarios (fundamentalmente la novela) con los
cuales fue construida culturalmente la diferencia entre los sexos y sus
respectivas subjetividades, Nancy ARMSTRONG, Deseo y ficción doméstica: una
historia política de la novela, Madrid, Cátedra, 1991.
[36] Como la Marianne francesa que ha estudiado Maurice AGULHON, Marianne:
les visages de la République, París, Gallimard, 1992; o en España, la
matrona con el león a sus pies, Juan Francisco FUENTES, "La idea de España
en la iconogracía española", Claves de razón práctica 140 (2004), pp. 74-
80.
[37] Carmen, p. 136.
[38] Carmen, pp. 132-134.
[39] M. YEGENOGLU, op. cit., pp. 39-67.
[40] Michel FOUCAULT, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, Madrid,
Siglo XXI, 2000.
[41] Carmen, pp. 123-124.
[42] Sobre la relación entre las figuras de José Navarro y Carmen, vid. las
interesantes reflexiones de Alberto GONZÁLEZ TROYANO, "Prólogo" a Prosper
Mérimée, Carmen, Madrid, Espasa, 2003, pp. 9-33.
[43] Carmen, p. 101.
[44] Carmen, pp. 141-142.
[45] Carmen, p. 174.
[46] Carmen, p. 180.
[47] Carmen, p. 181.
[48] Una figura 'doméstica' que sí fue introducida, a través del personaje
de Micaela, en la ópera de Bizet.
[49] Carmen, p. 131. Es necesario recordar que la hidalguía universal de
todos lo vascos (reconocible en la terminación –bengoa) y la categoría de
cristiano viejo eran los elementos fundamentales de una identidad vasca
distintiva que los hacía descendientes directamente del patriarca Túbal.
Según esta interpretación, los vascos eran los españoles originarios y
mejores, y habían protagonizado las grandes empresas nacionales, como la
conquista de América. Vid., Jon JUARISTI, Vestigios de Babel: para una
arqueología de los nacionalismos españoles, Madrid, Siglo XXI, 1992. Según
el fuero de Navarra, el valle del Baztán era un territorio que no había
sido hollado por la presencia musulmana.
[50] Carmen, p. 132.
[51] Sobre el mito de Toledo a fines de siglo y la fascinación de Barrés,
vid., Hans HINTERHAUSER, Fin de siglo: figuras y mitos, Madrid, Taurus,
1980, pp. 51-52.
[52] Franco MORETTI, Atlas de la novela europea, 1800-1900, Madrid, Trama,
2001.
[53] La figura de la femme fatale peligrosa para la sociedad, que tenía un
precedente en la Manon Lescaut de l'abbé Prévost, tuvo múltiples
continuadoras a finales de siglo; véase Bram DIJKSTRA, Ídolos de
perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, Madrid,
Debate, 1994. En el mundo occidental, esta figura sólo podía situarse o
proceder del mundo también sexualmente incontrolable de los bajos fondos de
las grandes urbes.
[54] J. SENTAURENS, op. cit. Como ha señalado Alberto GONZÁLEZ TROYANO, "un
espacio narrativo por el que se desplazaban básicamente gitanas,
contrabandistas, bandoleros, hería la susceptibilidad de los que prestaban
al texto literario un carácter representativo a efectos de identificación
de un país o de una región. Para este tipo de lectores, la atmósfera que
desprenden los personajes de Carmen parecía poco acorde con la de un país
civilizado o en trance de modernizarse", op. cit., p. 21.
[55] Catherine JAGOE, "La misión de la mujer", en Catherine JAGOE, Alda
BLANCO y Cristina ENRÍQUEZ DE SALAMANCA (eds.), La mujer en los discursos
de género. Textos y contextos en el siglo XIX, Barcelona, Icaria, 1998, pp.
21-53. La posibilidad de construir un subjetivismo romántico femenino
independiente se fue cerrando a lo largo de la década de 1840; Susan
KIRKPATRICK, Las Románticas. Escritoras y subjetividad en España, 1835-
1850, Madrid, Cátedra, 1991. En la década siguiente, el ideal de la mujer
doméstica se había acabado consolidando; Alda BLANCO, Escritoras virtuosas:
narradoras de la domesticidad en la España isabelina, Granada, Universidad
de Granada, 2001.
[56] Geoff ELEY, "Culture, Nation and Gender" en Ida BLOM, Karen HAGEMANN y
Catherine HALL (eds.), Gendered Nations. Nationalisms and Gender Order in
the Long Nineteenth Century, Oxford-Nova York, Berg, 2000, pp. 27-40.
[57] Un elemento en el que coinciden todos los estudios sobre el
costumbrismo. Vid., J. F. MONTESINOS, op. cit.
[58] Ramón de MESONERO ROMANOS, "Las costumbres de Madrid", Escenas y tipos
matritenses, Madrid, Cátedra, 1993, p. 124 y ss.
[59] Sobre la relación entre costumbrismo y novela la bibliografía es
también abundante. Un balance en Enrique RUBIO CREMADES, "Costumbrismo.
Definición, cronología y su relación con la novela", Siglo XIX (Literatura
hispánica) 1 (1995), pp. 7-25.
[60] Wenceslao AYGUALS DE IZCO, 'Dedicatoria a Mr. Sue' de María o la hija
de un jornalero, Madrid, Sociedad Literaria, 1845, vol. I, p. 6.
[61] Fernán CABALLERO, "Prólogo" a La Gaviota, Madrid, Cátedra, 1998, pp.
123-127. [62]
[63] Y por estar dirigidos, además, a las clases populares y a las mujeres,
cuando la novela debía ser masculina y dedicada a los valores de la clase
media; Alda BLANCO, "Gender and National Identity: The Novel in Nineteenth-
Century Spanish Literary History" en Lou CHARNON-DEUTSCH y Jo LABANYI
(eds.), Culture and Gender in Nineteenth-Century Spain, Nueva York, Oxford
University Press, 1995, pp. 120-136. Las reflexiones de Galdós en Benito
PÉREZ GALDÓS, "Observaciones sobre la novela contemporánea en España" en
Ensayos de crítica literaria, Barcelona, Península, 1972, pp. 115-132.
[64] Juan VALERA, Sobre el concepto que hoy se forma de España, citado por
J. SENTAURENS, op. cit. p. 854.
[65] Carlos SERRANO, El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos y nación,
Madrid, Taurus, 1999, pp. 21-54.
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