La minería de la sal en el norte de la Meseta: ¿una redefinición de los espacios productivos rurales?

August 6, 2017 | Autor: Ana Echevarria | Categoría: Medieval Archaeology, Archaeology of salt, Mining History
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La minería de la sal en el norte de la meseta: ¿una redefinición de los espacios productivos rurales? Ana Echevarria*

1. Introducción La cuestión de la importancia de la minería medieval en la dinámica de los espacios campesinos y en el desarrollo del sistema feudal ha recibido recientemente atención fuera de nuestras fronteras1, pero ha sido obviada en las discusiones sobre poblamiento rural y espacios de poder en los reinos cristianos de la Península Ibérica en los siglos que nos ocupan2. Consideramos que, en un marco como éste, en el que los recursos mineros constituyeron a menudo el motivo principal de colonización del suelo por determinados grupos humanos, y en una coyuntura en la que las formas de aprovechamiento del suelo se han modificado considerablemente respecto a la época romana, es necesario reintroducir la minería como uno de los elementos fundamentales de la explotación y del espacio campesino, y como uno de los recursos que mayor renta generaban, por lo que es evidente que sería uno de los factores que más condicionara las formas de poblamiento y su organización por el poder central o local. De hecho, la pugna por este recurso se manifiesta en las sucesivas legislaciones de monopolio y posteriores privatizaciones o concesiones de arrendamiento de los recursos que caracterizan a toda la Edad Media peninsular3. * Este trabajo se ha realizado en el marco de dos proyectos de investigación paralelos, de los cuales se ha beneficiado: “El centro de la Península Ibérica entre la Antigüedad y la Edad Media: espacios, poderes y representaciones (ss. vii-xi)” (HUM2006-03038), dirigido por el doctor Iñaki Martín Viso, y “Minería y esclavos en al-Ándalus (siglos xi-xii)”, (UNED, 2006-2008). 1 R. Francovich y C. Wickham, Archeologia medievale, 1994, pp.; R. Francovich, “Per una storia sociale delle attivitá estrattive e metallurgice: a proposito di alcune recenti ricerche archeologiche nella Toscana mineraria del Medioevo”, en Actas de las I Jornadas sobre minería y tecnología en la Edad Media peninsular, León, 1996, pp. 19-35. 2 Al-Ándalus cuenta con una reciente aportación, en el libro colectivo de A. Canto y P. Cressier (eds.), Minas y metalurgia en al-Ándalus y Magreb occidental. Explotación y poblamiento, Madrid, 2008, que no agota ni mucho menos el tema, más bien plantea numerosas cuestiones que se irán respondiendo según avance la investigación. También P. Cressier, “Poblamiento y minería, minería y transformación. Las cuestiones pendientes de la arqueología andalusí”, en O. Puche y M. Ayarzagüena (eds.), Minería y metalurgia históricas en el sudoeste europeo, Madrid, 2005, pp. 15-25. 3 Estudiadas para los siglos posteriores por R. Pastor, “La sal en Castilla y León. Un problema de la alimentación y del trabajo y una política fiscal (siglos x-xiii)”, Cuadernos de Historia de España, XXXVIIXXXVIII (1963), pp. 42-87. Por lo demás, el estudio de la sal ha merecido mayor interés desde el punto de vista comercial: clases de sal, sistemas de elaboración, transporte, zonas de consumo, técnica de salazones, organización comercial, precios, tasas fiscales, gabelas y almacenes, medidas y pesos y cartogra-

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Sin embargo, es ésta una aproximación complicada, como ya hizo ver Francovich, debido a la escasez de referencias a estas explotaciones en las fuentes escritas, y a la falta de excavaciones sistemáticas de muchos de los yacimientos. A ello habría que añadir la práctica de ignorar los restos medievales en aquellos yacimientos de interés para los periodos prehistórico y romano, en los que los restos son mucho más abundantes, y el método de excavación tan invasivo como las prácticas mineras de esas épocas4. Esta problemática hace necesario el empleo del análisis de “tiempo largo”, pues a la pobreza de materiales arqueológicos y de fuentes directamente relacionadas con la explotación minera (legislación, manuales de uso de herramientas y de extracción, tratados sobre la metalurgia) se añade la problemática habitual del mundo rural: falta de fuentes escritas; indiferenciación de espacios habitacionales agrarios y mineros muchas veces compartidos, etcétera. Al elegir la extracción de sal como punto focal de nuestro estudio, estamos refiriéndonos a una actividad sumamente específica, que puede caracterizar la apropiación del espacio por la elite en razón de su importancia económica. La variedad de usos –doméstico, alimentación, ganadero, médico– y su generalización, así como la relativa sencillez y falta de evolución de los procedimientos de extracción, explica que su producción continúe inalterada desde la antigüedad hasta prácticamente el siglo xx cuando todavía se utilizaban las norias de tradición andalusí para levantar el agua de los arroyos salineros y desplazarla a tuberías de cerámica de origen prehistórico que la conducirían a las balsas de desecación. Si el trabajo de partida de Francovich en las I Jornadas sobre minería y tecnología peninsular sugirió a Cressier5 comprobar si el análisis de la estructuración del territorio andalusí en la zona almeriense también respondía al intento de controlar y explotar los yacimientos mineros, favoreciendo la aparición de asentamientos fortificados específicos que actuaban como centros del distrito minero, y hasta qué punto estos usos mineros eran compatibles con los de organización del territorio de regadío y sus redes hidráulicas, aquí partimos de un planteamiento similar a la hora de analizar las salinas que se extendieron por el reino de León y por la Marca Media y Superior de al-Ándalus,

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fía, planteados por J. Le Goff, “Une enquête sur le sel dans l’histoire”, Annales. Économies, sociétés, civilisations, XVI-5 (1961), pp. 959-961 y recogido por M. Gual Camarena, “Para un mapa de la sal hispana en la Edad Media”, en Homenaje a Jaime Vicens Vives, Barcelona, 1965, vol. I, pp. 483-497, 2 vols. En época reciente la musealización o incorporación de numerosos restos de patrimonio minero a rutas “ecológicas” de senderismo ha originado un peligro aún mayor puesto que, para permitir la visita de la parte monumental del yacimiento, generalmente correspondiente al siglo xvi o al periodo contemporáneo, a menudo se dañan restos más antiguos debido a la construcción de accesos, etcétera. El único punto favorable de estos nuevos usos de los yacimientos sería la divulgación de este tipo de patrimonio, a través de guías, itinerarios y páginas web de desigual calidad, pero siempre mejores que la ausencia de datos anterior. P. Cressier, “Observaciones sobre fortificación y minería en la Almería islámica”, en A. Malpica (ed.) Castillos y territorio en al-Ándalus, Granada, 1998, pp. 470-496, especialmente pp. 470-471.

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explotadas tanto durante este periodo como en el posterior de su incorporación al reino de Castilla. Es decir, ver si el aprovechamiento de las salinas dio lugar a una manera determinada de organizar el territorio, en relación con las vías de comunicación por las que debía transcurrir su transporte, “aprovechando” de alguna forma las fortificaciones que defendían la frontera, y creando redes subsidiarias de fortificaciones que protegiesen directamente las salinas y sus tierras de labor circundantes. Al contrario de lo que suele pensarse, la obtención de sal marina no es en absoluto más rentable que la de sal procedente de cursos de agua continental. Hace falta casi diez veces más agua de mar que de manantial salobre para producir la misma cantidad de sal. Estos condicionantes son los que explican la prontísima aparición de las salinas de interior, y la difusión de sus productos fuera del ámbito local. Las salinas de interior suelen ser depósitos poco profundos disueltos en manantiales, lagunas o por la simple agua de lluvia, formando una salmuera en superficie, que puede ser concentrada artificialmente por el hombre para su desecación, lo que produce la sal cristalizada. Además, como método alternativo, los depósitos profundos de sal gema pueden explotarse mediante la minería extractiva, sea con trabajos mineros tradicionales o mediante desmonte. Sin embargo, la dificultad de explotar esos yacimientos, respecto a las salinas de disolución en agua, debido a la profundidad de las galerías necesarias para la extracción, hizo que durante la Edad Media éstas fueran una excepción, representada, por ejemplo, por la famosa mina de sal gema de Cardona, cuya explotación y régimen de propiedad bajo el poder de la familia condal de los Cardona es uno de los mejor conocidos en la Península Ibérica6. La utilización de la sal para mejorar la digestión de la dieta herbívora del ganado de todo tipo, produjo una asociación muy temprana de la sal con la cría y movilización del ganado por las rutas de trashumancia peninsulares. La necesidad de dar a los animales sal junto con la comida está documentada al menos desde el siglo xii en el Libro de agricultura (Kitâb al-filâha) de Ibn al-‘Awwâm. Igualmente era fundamental en la conservación de la carne y el pescado en salazones de diverso tipo, y en el curtido de las pieles. Por lo tanto, vamos a encontrar siempre una relación directa entre las zonas salineras y las de aprovechamiento pecuario. Hay casos también de prácticas de explotación minera propiamente dicha, combinada con la desecación propia de los cursos fluviales de salinas de interior, como el de las salinas de Espartinas (Ciempozuelos, junto al yacimiento de Titulcia, Madrid), en el valle del Jarama, pertenecientes primero a la Orden de Santiago y más tarde al 6

Desconocemos en cambio si fue explotada durante el breve periodo de ocupación islámica en la zona, aunque fuera como simple exacción de tributo para los gobernadores del califato omeya. A. Galera Pedrosa, “La extracción de sal gema en el nordeste peninsular: las salinas de Cardona durante la Edad Media (ss. x-xiii)”, en Actas de las I Jornadas..., pp. 225-239; C. Meniz Márquez, “Derechos de propiedad de la sal cardonense”, en ibídem, pp. 699-703.

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concejo de Segovia. Allí existen dos minas, la grande reexcavada varias veces para permitir el paso de la fuente salada, y la mina chica, con una cámara interior reforzada en ladrillo y tres chimeneas que recuerdan a los qanats, pues perforan el cerro perpendicularmente desde el exterior hasta el canal de agua, permitiendo introducirse en la galería para limpiarla y mantenerla. Quizá el conjunto más espectacular de habitación en la zona –aparte de una serie de villas romanas en las cercanías cuya relación con la producción en las salinas está aún por determinar– lo constituyan las cuevas situadas en un cortado de la zona llamada de arroyo Salinas. Algunas de ellas pudieron utilizarse como viviendas, con una variedad de formas interiores, incluyendo cuevas de doble cámara talladas en los sedimentos, algunas con varias habitaciones y niveles de altura, y con acceso a través de un vano de paredes rectas terminadas en arco de medio punto. En la zona oriental existen otras cuatro cuevas más apartadas, con una sola habitación de techo abovedado y un nicho rectangular en el suelo que pudo tener una función funeraria, y hornacinas. El arco de herradura de la cueva VI presenta en las jambas una decoración de columnillas esculpidas en arenisca que recuerdan modelos visigodos. Las excavaciones y estudios en curso podrán arrojar más información sobre estas viviendas troglodíticas o tumbas, ligeramente desplazadas de la parte principal de la salina, pero relacionadas con ella a través de una serie de pequeños acueductos utilizados para suministrar agua a las balsas de la margen izquierda del arroyo; por ahora no hay registro cerámico asociado a las cuevas, aunque sí se ha hallado TSH en las escombreras7.

2. La sal en la meseta oriental: la zona salinera de Atienza-Medinaceli-Santiuste-Molina de Aragón Hemos elegido varios ejemplos en la zona oriental de la meseta, enclavados en la antigua Marca Superior islámica, cuyo estudio paralelo puede permitir definir unos patrones organizativos de un territorio mucho menos “deslocalizado” que el de la meseta occidental: Almallá (Molina de Aragón), Medinaceli (Soria) y las salinas de la comarca de Atienza (Guadalajara)8. Todas ellas, salvo Almallá, son salinas con una explotación comprobada en época romana, que pudieron estar activas en época islámica, y de las que tenemos referencias para los siglos posteriores a la conquista de la zona, por lo que es fácil imaginar que hubo una continuidad en la explotación,

C. Moncó García y D. Carvajal García, “Espartinas en época medieval”, en Minería y metalurgia históricas…, pp. 351-355 y “Sistemas de explotación de la sal en las salinas de Espartinas”, en ibidem, pp. 7178. 8 Ya se hace eco de la proximidad y relaciones entre estos yacimientos N. Morère, “L’exploitation romaine du sel dans la region de Sigüenza”, en Gerión. Homenaje al Dr. Michel Ponisch, Madrid, 1992, pp. 223-235, especialmente p. 224. 7

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aunque su forma cambiase, puesto que la actividad económica a la que estaban ligados se mantuvo9. No es posible hablar de un solo yacimiento, pues normalmente se trata de complejos de salinas mayores y más pequeñas en un territorio extendido, cuya producción se canaliza a través de vías terrestres, normalmente de origen romano, y fluviales. Los centros de almacenamiento, distribución y exacción de renta pueden ser de tipo civitas, como en el caso de Sigüenza/Segontia, o bien enclaves defensivos, como la población fortificada de Molina de Aragón. El control y la propiedad de las salinas conocieron fluctuaciones a lo largo de los años, debido a los avatares históricos de esta zona fronteriza, pero también a la dificultad técnica de acceso a las fuentes naturales: si se trataba de salinas que exigían una gran inversión en sistemas de subida del agua salobre a partir de pozos, o si meramente se limitaban a aprovechar manantiales de agua, que no precisaban de grandes infraestructuras ni de conocimientos tecnológicos importantes. Ello condicionaría la explotación estatal o privada –normalmente en sociedad– de la salina. La localización de las fortificaciones ligadas a la minería parece más limitada que aquella que defiende los campos de regadío, lo cual es bastante lógico si comparamos la facilidad de defensa de uno y otro tipo de explotaciones, mucho más extensivas las de regadío y mucho más concentradas las mineras, a menudo favorecidas por un emplazamiento defendido naturalmente por montañas, aquellas en las que nacen los manantiales salobres que aprovechan10. El territorio que hemos definido en la parte oriental de la meseta se encuentra en lo que sería el tramo medio de la frontera andalusí, la transición entre la Marca Superior y la Marca Media señaladas por las fuentes árabes, enmarcado por los ríos Henares, Jalón y el Gallo, afluente del Tajo. El territorio se articula mediante dos grandes centros organizadores del periodo anterior –Sigüenza (Segontia) y Medinaceli (Ocilis)– y las fortalezas de Molina de Aragón y Riba de Santiuste, que controlan lo que sería la mayor zona de producción salinera de la meseta oriental, debido a la naturaleza de su terreno. En torno a estos ejes encontramos varios centros fundamentales de producción salinera, que quedan todos ellos –creemos que por razones evidentes de aprovechamiento, no por casualidad– dentro de la línea de frontera defendida por las torres, atalayas y castillos musulmanes en la zona: las salinas del río Salado, relacionadas todas ellas con la metrópoli de Sigüenza (las principales eran La Olmeda y Aymón, pero en la misma zona se explotaban Gormellón, Bonilla, Riba de Santiuste, y en el valle adyacente, Alcuneza); Medinaceli y su área

Al contrario que en los yacimientos de oro trabajados por desmonte. M. Fernández Mier, “Repercusiones de la minería aurífera romana sobre el poblamiento medieval: la transformación del paisaje y su dedicación posterior”, en Actas de las I Jornadas…, pp. 649-657, concretamente p. 653. 10 Una discusión sobre este punto, en P. Cressier, “Observaciones…”, pp. 483-490. No nos parece que pueda decirse que el hisn desempeñe un papel secundario a la hora de defender estas minas; simplemente son necesarios menos y, por lo tanto, han quedado menos rastros. 9

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circundante (salinas de Medinaceli, Esteras de Medinaceli, etcétera), y en el entorno de Molina de Aragón, las salinas de Almallá. La permanencia en el tiempo de estos enclaves, y sobre todo de las civitates, en una zona de frontera como ésta, puede explicarse por la existencia de un aprovechamiento minero importante que complementa su función organizativa del entorno agrícola, como se ha demostrado para el apogeo de núcleos aislados como Segóbriga en el siglo ii, justificada por el activo comercio de una variedad especial de cristal (lapis spicularis) comercializado a gran escala, y que decayó cuando este aprovechamiento minero dejó de ser rentable11. La mayor versatilidad de la sal explicaría la permanencia a largo plazo de los enclaves salineros, modificándose sólo de forma parcial el poblamiento circundante. Aunque Eduardo Manzano no se atreve a afirmar taxativamente que el poblamiento de este territorio tenga una continuidad de época tardorromana a época islámica, creemos que la existencia de antiguas ciudades o villas despobladas, mencionadas en las descripciones de los geógrafos árabes o en crónicas árabes del siglo x, así como el mantenimiento de los nombres de las demarcaciones romanas en las primeras divisiones de coras andalusíes hablan de una cierta continuidad. Las cartas arqueológicas de la zona, que muestran restos tanto romanos como visigodos, además de los islámicos, las excavaciones de restos cerámicos, así como la presencia de atalayas y fortalezas que protegerían no sólo a las presuntas poblaciones agrícolas allí asentadas, sino también la producción salinera tan necesaria para asentamientos de dedicación ganadera, como lo fueron sin duda muchos de ellos, deben llevarnos a pensar que sí se produjo esta permanencia, a menos de algunos núcleos. Examinemos la zona por partes. En un periodo inicial, Molina formaba parte del distrito de Bârusha (la antigua Bartusa), en el que se encontraban un cierto número de asentamientos de orígenes romanos que pervivieron en época omeya (además de la citada ciudad, Riba de Saelices, Torete, y otros despoblados), en principio bajo autoridad emiral o califal12. Por su parte, Medinaceli, asentada sobre la antigua Ocilis romana, constituía una parte de los dominios del clan masmûdâ de los Banû Salim, que se extendían hasta Guadalajara, pasando seguramente por Sigüenza, durante los siglos viii y ix, formando lo que al-’Udrî denominó la “frontera de los Banû Sâlim”, emparentados después

Las minas asociadas a Segóbriga están siendo estudiadas actualmente por un equipo arqueológico, puede consultarse una parte de la bibliografía disponible en M.J. Bernárdez Gómez, J.C. Guisado di Monti y F. Villaverde Mora, “La mina romana de lapis spicularis de La Mora Encantada en Torrejoncillo del Rey, Cuenca”, en Minería y metalurgia históricas..., pp. 243-254. También se han hecho actuaciones sobre la mina de La Condenada, en Osa de la Vega (Cuenca). 12 E. Lévi Provençal, “La description de l’Espagne d’Ahmad al-Râzî. Essai de reconstitution de l’original arabe et traduction française”, Al-Ándalus, XVIII (1953), pp. 51-108: p. 7; D. Catalán y S. de Andrés (eds.), Crónica del moro Rasis, Madrid, 1975, pp. 57-58. Cit. E. Manzano Moreno, La frontera de alÁndalus en época de los Omeyas, Madrid, 1991, pp. 141-142. 11

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con los Banû Qâsî, que también se implicarían en la defensa de este territorio13. Usada como campamento por ‘Abd al-Rahmân III, la fortaleza de Medinaceli fue reocupada e incluida en la reorganización fronteriza califal por el general omeya Gâlib, que la convirtió en centro de sus dominios personales. Entre los años 852-886 se construyo la fortaleza (hisn) contigua de Esteras de Medinaceli14, no sólo con el fin de abastecer a la primera, sino probablemente también para defender las salinas, que se extendían hasta ella. Igualmente, el sistema defensivo entre Medinaceli y las grandes fortalezas de la línea del Duero pudo deberse no sólo a las necesidades de la frontera15, sino también a la protección de los recursos naturales en los que se basaba la riqueza de la zona. Por otra parte, la relación del asentamiento de grupos bereberes con la producción de sal tenía una larga tradición en el Magreb, y no es extraño encontrarlo también en la Península Ibérica, asociado a las prácticas ganaderas. De hecho, la mayor parte de la jurisprudencia relativa a las prácticas de explotación de salinas proviene de allí, y posiblemente se aplicaría también en al-Ándalus16. La vía romana que unía Zaragoza con Mérida también comunicaba Medinaceli y Sigüenza con Guadalajara, tal como revelan el itinerario de Eulogio de Córdoba en 858 y las campañas de ‘Abd al-Rahmân III. Es evidente que el tránsito de la sal para su comercialización durante los periodos romano e islámico mantuvo esta vía, lo mismo que las fluviales (Henares y Jalón, sobre todo), entre las cuales se situaba precisamente la ya mencionada fortaleza de Esteras de Medinaceli. Las comunicaciones y el comercio en este eje quedaron aseguradas en época cristiana por la ausencia de portazgos entre Medinaceli, Atienza y Sigüenza17. F. de la Granja, “La Marca Superior en la obra de al-‘Udri”, Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón, VIII (1966), p. 46; Ibn Hayyan, Crónica de los emires al-Hakam I y ‘Abdarrahmân II entre los años 796 y 847 (al-Muqtabis II-1), Zaragoza, 2001 (M. A. Makki y F. Corriente, eds.), p. 293. Los territorios de los masmûdâ se extendían más al norte en manos de otras ramas de la familia, hasta Pozuel de Ariza y Deza y, siguiendo la Marca Superior, llegando a Tarazona. H. de Felipe, Identidad y onomástica de los bereberes en al-Ándalus, Madrid, 1997, pp. 309-310 y 388-393; P. Guichard, Al-Ándalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en Occidente, Granada, 1995, pp. 404-405. Habría que ser prudente con la identificación de este topónimo arabe con una familia determinada, pues también podría tratarse de una deformación del topónimo de época romana, con madîna haciendo referencia la estatuto de civitas que pudo tener Ocilis. En ese contexto encajarían las repetidas menciones de “destrucción” que aparecen en las fuentes árabes, que podrían referirse a la decadencia de la ciudad y su transformación en un enclave mucho más reducido, que ellos ampliarían con nuevas defensas. 14 Este apelativo de hisn caracteriza la fortaleza como de tercer grado, después de la medina fortificada y el qal’at. J. Zozaya, “Recientes estudios sobre la arqueología andalusí: la Frontera Media”, Aragón en la Edad Media, 9 (1991), p. 378. 15 E. Manzano Moreno, La frontera…, pp. 153-156. 16 Véase A. Echevarria, “La propiedad de los yacimientos mineros andalusíes en el siglo xii”, Minería y metalurgia históricas…, pp. 345-350; ídem, “Formas de producción y mano de obra en las salinas de interior peninsulares (siglos viii-x)”, en Minas y esclavos en la Península Ibérica y el Magreb en la Edad Media (en prensa). 17 Como se comprueba en el fuero de Medinaceli, en torno a 1125 y extendido a Sigüenza en 1140 por Alfonso VII, dando primacía a esta última. Sin embargo, la ocupación por presura del suelo que autorizaba el fuero seguntino seguramente no afectó a la zona salinera y sus poblaciones asociadas debido a 13

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Localización de las salinas del río Salado

La existencia de topónimos que incluyen la palabra árabe bury (torre) en todo el entorno –Bujarrabal, Bujalcayado, Bujalaroz– y otros topónimos que denotan el mismo contenido en castellano –Tordelrábano, también con salina; Valdelcubo; Torrevaldealmendras, asociado a la salina de Bonilla– indica una red de torres funcionando durante el periodo islámico, que complementaría los grandes sistemas defensivos en altura, y que muestra una serie de interesantes peculiaridades. Si aceptamos la propuesta de Acién en el sentido de relacionar el abandono de las villae como lugar de habitación de la élite post-tardorromana a favor de torres no exactamente “de alquería”, pero sí sucesoras de alguna manera de este tipo de hábitat disperso no urbano de la aristocracia, podemos pensar en una continuidad de habitación entre el periodo tardorromano, visigodo y árabe basado en esta tipología. Zozaya las denomina “torres de guarnición”, y las caracteriza como torres aisladas, sin estructura de alquería contigua, de planta cuadrada y con cúpula interior que más tarde se transformaría en cubierta plana18. Parece que estarían en manos de un propietario privado, y no necesariamente situadas en altura con una función de defensa colectiva. En ellas se han hallado materiales mezclados romanos, visigodos e islámicos, así como reutilización de materiales romanos tomados de villae contiguas, y en

que no cumplirían la condición estipulada, a saber, que estuvieran vacíos de pobladores desde época de su abuelo Alfonso VI. T. Muñoz y Romero, Colección de fueros municipales y cartas pueblas de los reinos de Castilla, León, Corona de Aragón y Navarra, Madrid, 1847/1978, pp. 442 y 529-531. 18 En la zona que nos ocupa destaca las de Los Casares, Bujarrabal y Bujalaro (Guadalajara), Covarrubias (Burgos) y Aguilera (Soria). J. Zozaya, “Recientes estudios…”, p. 377.

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algunas quedan restos de calzadas o se vinculan a cementerios tardorromanos19. Así las cosas, es sugerente pensar que los topónimos que aparecen en las inmediaciones de las salinas del río Salado hagan referencia a este tipo de hábitat, aunque haría falta un estudio en profundidad para establecer su relación con la producción salinera, que parece apuntada por la cercanía de Bujalcayado a las salinas del Gormellón (Santamera), mencionadas ya en la documentación del siglo xii y la situación de las demás torres en poblaciones que tendrían salinas antes o después20. Los yacimientos salineros del eje Atienza-Sigüenza, o dicho de otra manera, del curso superior del Henares y su afluente, el río Salado, se disponen en torno a los manantiales salinos coincidiendo con antiguos emplazamientos romanos y relacionados también con la villa de Tiermes, por una vía romana controlada por un castro de la Edad del Hierro convertido en oppidum en época romana y con poblamiento continuado, en la denominada Loma de Castilviejo21. Más tarde la población se encuentra en la vecina villa de la Torrecilla en Palazuelos22. Este eje de comunicación perdería en parte su importancia durante el periodo islámico, con el desplazamiento de parte de la producción de La Olmeda a Aymón23 y la inversión de las rutas de comercialización hacia las principales ciudades andalusíes de Medinaceli y Guadalajara. Los estudios de Morère para época romana han revelado también una continuidad en el periodo visigodo e islámico en las salinas de ambos valles, con especial importancia de la aplicación de las técnicas andalusíes de fabricación de las norias, que se han mantenido prácticamente hasta nuestros días. Sin embargo, la recuperación de restos es difícil debido al rebajado de los suelos para asentar la base de las piscinas y a la creación de unos cimientos de más de un metro para sostener la base de piedra que sirve de cimiento a las instalaciones de La Olmeda24. J. Zozaya, “Toponimia árabe en el valle del Duero”, en M. J. Barroca e I. C. F. Fernandes (coords.), Muçulmanos e cristaos entre o Tejo e o Douro (sécs. VIII-XIII), Palmela, 2005, pp. 17-42; M. Acién Almansa, “Las torres/burûy en el poblamiento andalusí”, en Al-Ándalus espaço de mudança. Balanço de 25 anos de história e arqueologia medievais, Mértola, 2006, pp. 21-28. 20 Las dataciones dadas por A. Trallero Sanz, J. Arroyo y V. Martínez, Las salinas de la comarca de Atienza, Guadalajara, 2003 para las distintas salinas se basan en la observación de los restos actuales y en la utilización de documentación minera contemporánea, por lo que no responden a la realidad contrastada de la documentación. 21 M. R. García Huerta, “La necrópolis de la Edad de Hierro de La Olmeda”, Wad al-Hayara, 7 (1980), pp. 7-33. Sobre la relación entre explotación minera y asentamientos castreños, véase M. Fernández Mier, “La articulación del territorio en la montaña cantábrica en época tardorromana”, en U. Espinosa y S. Castellanos (eds.), Comunidades locales y dinámicas de poder en el norte de la Península Ibérica durante la Antigüedad Tardía, Logroño, 2006, pp. 265-289, especialmente pp. 273 y 280-282. 22 J. Sánchez Lafuente, “Nuevos yacimientos romanos en la provincia de Guadalajara”, Wad al-Hayara, 9 (1982), pp. 103-104. 23 Es probable el origen árabe de este topónimo, quizá deformación del nombre propio Maymûn. M.J. Viguera Molins, El islam en Aragón, Zaragoza, 1995, p. 37. 24 Hay que tener en cuenta que la denominación genérica de “salinas de Atienza” para este grupo de explotaciones no se utilizará hasta el siglo xv. N. Morère, “L’exploitation…”, pp. 228 y 233; Carta arqueológica de la región seguntina, Guadalajara, 1983, p. 41, con abundante bibliografía. Su reciente colaboración 19

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La sal roja (denominada así por el color que le daban las tierras arcillosas circundantes) obtenida en estas salinas era especialmente apreciada, lo que favoreció una explotación intensiva, que se recoge también en la documentación cristiana. La división de las salinas en “partidos” (especie de parcelas), y la denominación de cada uno con un antropónimo –quizá el de aquél a quien correspondía su producción–, aparece ya en las fuentes árabes, lo que puede indicar una tradición previa de época romana, o la adopción por parte de los conquistadores de los usos árabes, lo mismo que ocurriría con las acequias agrícolas. Cada partido tenía una producción de sal independiente, su propia noria, recocederos, albercas y calentadores. Esta distribución sólo se aplica a las grandes instalaciones, como La Olmeda o Aymón, y hace pensar en un modo de organización con una superestructura política al frente25. Más al este se sitúa Alcuneza, de la que aún se conservan dos grandes depósitos profundos de almacenamiento de salmuera, y numerosos recocederos y albercas, aparte de los almacenes de sal destinada al comercio. Aunque la mayor parte de sus instalaciones están arruinadas, presenta restos de TSHT y numerosos fragmentos de recipientes de almacenamiento. Más allá, una segunda salina en la ribera del Alboreca, con otro depósito, está relacionada con una necrópolis romana, en el denominado Alto Salobral, pero no presenta materiales más que los procedentes de ésta. En el yacimiento de Horna, quizá el centro de población más importante entre estos yacimientos y Sigüenza, se atestigua una ocupación de altura desde periodo romano al islámico y posteriormente medieval, que podría relacionarse con otra fuente del Salobral, aunque no se han encontrado indicios de su explotación26. con A. Malpica, J. Molinero, J. Jiménez Guijarro y G. García-Contreras Ruiz, “Paisajes de la sal en la Meseta castellana desde la Prehistoria a la Edad Media”, presentada a las X Jornadas de Arqueología Medieval “Paisajes Históricos y Arqueología Medieval”, arrojará resultados más amplios. Véase también N. Morère, (ed.), Las salinas y la sal de interior en la Historia: Economía, medio ambiente y sociedad, Madrid, 2007, 2 vols., con los artículos de N. Morère “La sal en el desarrollo histórico de Sigüenza. Los primeros siglos”, y A. Donderis Guastavino “Historia de la sal y las salinas: fuentes para su estudio en el archivo municipal de Sigüenza”. Sobre los restos de las estructuras de las norias véase A. Trallero Sanz, J. Arroyo y V. Martínez, Las salinas de la comarca de Atienza, Guadalajara, 2003, pp. 70-84. 25 A título de ejemplo, la donación de Alfonso VII de las salinas de Aymón al obispo Pedro de Sigüenza el 24 de septiembre de 1154: “Facio cartam donationis et textum firmitatis deo te ecclesie sancte Marie de Segontia et vobis dompno episcopo Petro de decimis salinarum Bonele et de Aimon et de divisione earumdem salinarum sicut habuit eas predecesor vester dompnus Bernardus episcopus et ego precepi facere divissionem in illis salinis de Aimon, a via que est inter salinas imperatoris et salinas episcopi. In Bonela fuerat prima particio a puteo qui dicitur adhuc dominici Juliani cum omnibus salinis per regueram que dicitur dominici Iohannis et Iohannis Revellii usque ad cascaiar ultra rivulum. Sed medietate hujus putei vi ablata manet divisio a predicto puteo per suam regueram sicut vadit in directo usque ad torrentero salinarum Vermudi et ultra rivulum et deinde in sursum omnes salinas cum illa defesa que attingit usque ad hereditatem Stephani de Boniela” (La cursiva señala los nombres de los pozos). T. Minguella, Historia de la diócesis de Sigüenza y de sus obispos, Madrid, 1910, doc. 39. Para una comparación con la división de época islámica, véase A. Echevarria, “Formas de producción…”. Véase también A. Trallero Sanz, J. Arroyo y V. Martínez, Las salinas…, p. 50. 26 N. Morère, “L’exploitation…”, pp. 225-227. 27 Sobre la posible identificación de Santiuste con otro enclave situado ligeramente desplazado de la actual

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El castillo de Santiuste aparece como castro en las fuentes cristianas, lo que puede dar una idea del poblamiento originario en altura del que venimos hablando. Santiuste27 y la villa de la Riba (riva, ripa), a veces conjuntamente, a veces omitiendo el nombre de uno de ellos, que entre otras pertenencias siempre mencionan explotaciones salineras dispuestas en la cuenca del río Gormellón (Salado). Dentro del entorno de la actual Riba aparecen dos restos de fortificación: el Castillejo, muy deteriorado por haber servido de cantera para la construcción de casas en el pueblo, pudo ser una atalaya, a juzgar por los restos que se conservan de gruesos bloques de mampostería trabados con cal, asociados a un recinto murado de forma aproximadamente circular28. En el cerro de enfrente, cerrando el camino que conducía a la salina, el castillo de Santiuste propiamente dicho, muy remodelado, pero que presentaría indicios de ocupación anterior tanto refugios rupestres celtibéricos como hábitat visigodo e islámico. La documentación de los siglos xi y xii diferencia claramente Santiuste de La Riba, que debió surgir como asentamiento de explotación salinera diferenciado del castillo, y de las demás aldeas dependientes de La Riba (en 1255, Torrequebrada, las tres Sienes, Tobes, Bretes y Riosalido). La posesión del castillo aseguraba el control de las salinas y de los caminos que transportaban la mercancía hasta sus centros de consumo; a su vez, la situación de estas aldeas, en otros ríos subsidiarios camino de la metrópoli de Sigüenza, hace pensar en centros de almacenamiento y distribución de la producción salinera. La Riba de Santiuste fue la primera posesión de lo que luego constituiría el señorío episcopal de Sigüenza, incluso antes que la propia ciudad, incluyéndose las saneadas rentas de las salinas (1129). Las salinas de Santiuste son relativamente pequeñas (en torno a una hectárea actualmente) comparadas con los grandes complejos de Aymón o La Olmeda, pero es probable que las instalaciones antiguas fuesen mucho mayores, lo mismo que hemos de tener en cuenta que el Partido Viejo de Aymón, con su noria mayor y su recocedero adyacente, es bastante reducido comparado con la extensión total de la salina actual. En ello influirían los cambios en el curso y el caudal de los ríos, que afectarían tanto a la amplitud de la explotación salinera, a la disposición y orientación de las piscinas de las salinas, como a la navegabilidad de aquellos que pudieron utilizarse como medio de transporte. Ello incide directamente en el poblamiento, que debe situarse a una distancia determinada de la salina. La progresiva pérdida de rentabilidad de las explotaciones y el uso alternativo de los terrenos ocupados por

Riba de Santiuste, véase B. Pavón Maldonado, Guadalajara medieval. Arte y arqueología árabe y mudéjar, Madrid, 1984, p. 73. 28 Las observaciones, realizadas por M. Nieto, en http://www.histgueb.net/lariba/castillejo.htm, con abundantes fotos de la situación de los restos (consultada 6/7/2009). 29 C. Mazzoli-Guintard, Villes d’al-Ándalus. L’Espagne et le Portugal à l’époque musulmane ( VIIIe-XVe siè-

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éstas para pastos o cultivos hace que los paisajes salineros que apreciamos actualmente no hagan justicia a su posible uso anterior, difícilmente rastreable debido a la explotación en superficie y al reaprovechamiento de los campos e instalaciones con otros fines. De todas las salinas mencionadas, evidentemente es la de Almallá (Almalaha, Almalafa en los documentos del siglo xii, refiriéndose a la palabra árabe para sal, almilh, vocalizada según el dialecto andalusí) la que mantiene mejor la toponimia árabe. Situada al sur de Molina de Aragón, sobre el río Bullones, afluente del Gallo, una de las cuestiones que nos debemos plantear es por qué se añade este emplazamiento árabe de Almallá a los romanos de Medinaceli y Atienza como zona de extracción de sal. ¿Se trata de un intento de controlar una producción que no pasara por las mismas manos que la de las salinas anteriores? Si la zona de MolinaBartusha pertenecía a los Omeya y se encontraba asegurada, como parecen demostrar los numerosos puntos fortificados que la rodeaban –castillo de los Moros y la torrecilla denominada La Rubia, en Tierzo; el castillo de Don Julián y la Torre de doña Blanca, en Taravilla–, podía tratarse de una “explotación estatal” que abasteciese directamente a Molina, centro ganadero de primera importancia, como muestra la temprana protección de su albacar, para el cobijo de ganado29. También en Riba de Saelices, topónimo que sugiere un aprovechamiento salinero, se encuentra recogido un límite con Santa María de Almallaf, en 1135, que podría suponer la existencia de otra explotación similar. La necesidad de recurrir a las fuentes posteriores a la conquista cristiana ya ha sido señalada por diversos autores, debido principalmente a la parquedad de las fuentes árabes. Las primeras concesiones de las salinas, normalmente a instituciones religiosas, son mucho más explícitas, y aportan informaciones sobre la continuidad de aprovechamiento de las vetas y yacimientos minerales y sobre las modificaciones y/o incremento de la intensidad de explotación. Inevitablemente, se producen cambios en la orientación de las rutas de comercialización del mineral, que a menudo se modifican respecto a las andalusíes, al hilo de las necesidades cambiantes, lo mismo que el ordenamiento del territorio circundante, si bien perviven en muchos casos los puestos defensivos. Tras la conquista cristiana del territorio que venimos estudiando, la transformación de la sal en monopolio real en época de Alfonso VII supuso una redistribución de los recursos salineros que provocaría también una modificación de los destinos de la sal comercializada, ahora sí, hacia el norte, en vez de por las rutas andalusíes. Tanto Santiuste como Atienza (La Olmeda, Imón, Bonilla/Valdealmendras), y Santamera (salinas del Gormellón) fueron a parar al señorío de la

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cles), Rennes, 1996, pp. 100-104. Aunque las salinas eran de propiedad real, la corona hizo numerosas donaciones y concesiones en ellas,

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diócesis de Sigüenza, que se convirtió en la máxima potencia salinera en la zona, a base de arrendamientos de la explotación, a juzgar por los Libros del dinero del cabildo. La sal de Aymón pasó a abastecer a un comercio de radio largo hasta las principales ciudades y villas de Castilla que compartían dicha línea fronteriza, teniendo en algunas de ellas un privilegio de monopolio, como Medina del Campo30. La ruta seguida por los arrieros cristianos debía cruzar la sierra de Ayllón, hasta esta población, y desde allí llegar a Riaza, desde donde tomarían la vía más recta, que sigue el trazado actual de la carretera nacional, pasando por Segovia, hasta Ávila. Otra ruta, más recta pero más accidentada, les conduciría a Jadraque y, desde allí, por caminos rurales, hasta las estribaciones de la sierra de Guadarrama, donde podían transitar las cañadas reales segoviana y leonesa hasta la frontera portuguesa.

3. La sal en la meseta central y occidental: los casos de Poza de la Sal y Villafáfila La situación de la sal en el resto de la meseta es bastante menos conocida para el periodo que nos ocupa, y si escasas son las fuentes para la Marca Superior andalusí, no son mucho más abundantes para las grandes salinas castellanas de Poza de la SalGranadera (Burgos) y Lampreana (Villafáfila, Zamora), únicas mencionadas por las fuentes altomedievales en la meseta septentrional31. La escasez de salinas en las cuencas sedimentarias del Duero y sus afluentes está condicionada por el propio tipo de suelos que encontramos en esta parte de la meseta, en los que no se dan naturalmente altas concentraciones de sal, que se suplen en lo posible con la obtención de la materia prima a partir de las salinas marinas de la costa cantábrica. Aun así, como veremos, estas salinas de interior conocieron una explotación suficientemente importante –ligada una vez más a la circulación ganadera– como para dejar testimonio en las fuentes escritas desde principios del siglo x permitiéndonos vislumbrar trazas de un aprovechamiento anterior, con su poblamiento asociado. La fuerte colonización de la Tierra de Campos por el monasterio de Sahagún durante el siglo x supone la concentración por primera vez de los pozos salineros de Lampreana en manos de una propiedad eclesiástica. Es de señalar que este proceso, que ocupa la estrecha franja cronológica que va entre los años 930 y 964 se produjo por compra, y no mediante donaciones, lo que denota un interés particular por parte como la parte donada a la iglesia de San Salvador de Atienza, en la persona del obispo de Sigüenza, en 1156. Cuando la corona lo necesitaba, podía arrendar la explotación de las salinas. Sobre estas cuestiones y el estado actual de la explotación, convertida en museo, véase A. Trallero Sanz, J. Arroyo y V. Martínez, Las salinas…, pp. 47-65. 31 En el primer grupo habría que incluir también las salinas de Rosío. Véase J.A. Abásolo Álvarez, “Excavaciones en las Salinas de Rosío (Burgos)”, Noticiario Arqueológico Hispano, 24 (1985), pp. 159-264. 32 J.M. Mínguez Fernández, El dominio del monasterio de Sahagún en el siglo X, Salamanca, 1980, pp. 193-

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del monasterio en controlar una importante producción de sal en el camino de los pastos veraniegos que adquirió en los puertos de Tronisco por las mismas fechas (930-945)32. Los monjes de Sahagún se apresuraron a dejar una impronta de su dominio con la fundación de la iglesia de San Martín dentro de la propia Lampreana, quizá identificable con el actual San Martín de Valderaduey33. Hasta entonces, la situación de la explotación de la salina se puede definir como resultante de la apropiación por presura de las tierras circundantes por parte de pobladores de las aldeas de la zona, que ocupaban en muchos casos el lugar de villae con ocupación romana y visigoda: Villa Fáfila, Villa Travessa (¿quizá Villaveza del Agua?), de la que se dice específicamente “qui fuit in territorio de Lampreada” y Villa Abtracies34. La comunicación directa con el monasterio de Sahagún a través de la cañada ganadera conocida como “carrera cembrana o zamorana”, heredera de la vía romana, garantiza su función de abastecimiento de sal al ganado de la institución eclesiástica, y queda confirmada por la documentación, que menciona también una carrera que discurre entre Breto (actual Bretó) y Aratoi, identificada como otra villa en una donación de tierras de 96135. La protección del territorio pudo corresponder a los castros de Gundisalvo ibn Musa (Castrogonzalo) y, en el lado opuesto de la salina, pasada la vía Zamorana, el castro de Azebal, cerrando el triángulo hacia el sur las poblaciones de Piedrahita, San Cebrián y Hontanillas de Castro, que seguramente afianzaban la defensa hacia la ciudad de Zamora36. 194; ídem, Colección diplomática del monasterio de Sahagún, León 1976, docs. 36, 60, 62-63, 99, 196 y 223. P. Martínez Sopena, La Tierra de Campos occidental. Poblamiento, poder y comunidad del siglo X al XIII, Valladolid, 1985, pp. 309-313. E. Rodríguez Rodríguez, Historia de las explotaciones salinas en las lagunas de Villafáfila, Zamora, 2000. Más recientemente, E. Rodríguez Rodríguez, “La explotación y el comercio de la sal en Villafáfila a través de la documentación medieval”, en N. Morère (ed.), Las salinas y la sal de interior… 33 J.M. Mínguez, Colección…, doc. 36, años 930 y 934. 34 Ibídem, docs. 36, 99 y 196, respectivamente. La mención de términos de tres villae diferentes en una explotación de un territorio bastante reducido, todas ellas con nombre de filiación latina y con la única referencia de calzadas antiguas, me hace pensar que no se trata de poblaciones nuevas, del tipo habitual en el paisaje agrario, sino de poblamiento residual ganadero “reorganizado” por acción del monasterio. J.M. Mínguez, El dominio…, pp. 59-61. En este poblamiento inicial no se hace mención de los partidos de sal de Villarrín de Campos ni Otero de Sariegos, por lo que es posible que su explotación en estos pueblos comenzara posteriormente, ya que la documentación sólo los menciona a partir del siglo xi. Sí aparecen Revellinos y Terrones, aunque en manos de otros monasterios. P. Martínez Sopena, La Tierra de Campos…, p. 310. 35 En cuanto a las “villas que se hallan en términos de otras villas”, caracterizadas por Martín Viso como “villa-explotación”, siguiendo con la argumentación anterior, pienso más bien que fueran antiguas villae que habían continuado siendo ocupadas –con interrupciones o no– y cuyo estudio en relación con las salinas sería importante. J.M. Mínguez, Colección…, docs. 60, 192 y 223. P. Martínez Sopena, La Tierra de Campos…, pp. 103-105, 118; I. Martín Viso, Poblamiento y estructuras sociales en el norte de la Península Ibérica (ss. VI-XIII), Salamanca, 2000, p. 164. 36 P. Martínez Sopena, La Tierra de Campos…, pp. 119-123, sólo menciona los dos primeros; sin embargo, si suponemos una explotación continuada de las salinas en los siglos vi-ix, debería haber existido algún tipo de defensa respecto a las incursiones árabes que entraban por la vía zamorana. 37 El aprovechamiento de los manantiales subterráneos podía realizarse mediante la excavación de pozos

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Las salinas de la zona de la Lampreada

La configuración de la explotación de la salina resulta un tanto distinta de los casos anteriormente estudiados, así como de las de Poza, puesto que se realiza a partir de una zona de lagunas salobres, en el llano, lo que facilita la obtención de la muera, y permite un aprovechamiento extensivo imposible en otros parajes. Así lo manifiesta la proximidad de prácticamente todos los partidos a la Laguna Mayor –actual Salina Grande– o al “Campo”, lugar indeterminado que concentra todos los pozos, lo que indica un trabajo de extracción más complejo que en el caso de la salmuera obtenida a partir de las lagunas37. Cada partido (pausata o posada38) tiene sus pozos (puteos) y cisternas, eras o secaderos y cabañas, todos los cuales pueden ser objeto de compraventa o donación independiente, o en conjunto. El interés de los poderes tanto laicos como monásticos por este enclave se manifiesta en la figura de Fortunius ibn Garseani o Fortunio Garcíaz, hombre de confianza de Ramiro III, que se intitula “de Lampreada” y posee allí tierras, o por la presencia de otro potentado,

verticales que interrumpían el flujo y concentraban el líquido, con el inconveniente de que había que elevar la salmuera a la superficie por medio de simples cubos y cuerdas; de cigüeñales, consistentes en un poste vertical con una horquilla superior, de la que colgaban un contrapeso y un recipiente normalmente de piel de cabra, que podían ser movidos por una o dos personas; de poleas con ruedas de madera, como las representadas por Agrícola, o de norias. A. Plata Montero, El ciclo productivo de la sal y las salinas reales a mediados del siglo XIX, Vitoria, 2006, pp. 257-258. 38 Traducimos aquí pausata por “partido”, entendiendo que es la explicación más plausible de la división de las parcelas de las salinas, que no quedaba del todo claro para J.M. Mínguez, El dominio…, p. 194. 39 R. Pastor, “La sal…”, pp. 68-75; J.M. Mínguez, Colección..., docs. 223, 196; P. Martínez Sopena, La

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el mayordomo del mismo rey, Ansur, único que adquiere un partido de sal del monasterio. Ansur pasó así a ser dueño –al parecer único (“ab integro”)– de la posada “que vocitant Matronilla” (Madroñil), que sería objeto de repartos posteriores, hasta ser donada por la infanta Sancha a San Martín de Castañeda en 1153. Aunque se aprecia un creciente proceso de concentración de la propiedad de los partidos salineros, la tendencia a la propiedad compartida, en sociedad, como se hacía en la zona islámica, no desaparece hasta el siglo xii, cuando las formas de explotación y exacción de la renta salinera se han modificado sustancialmente39. Sin embargo, la gran potencia salinera de la meseta septentrional en el siglo x fue sin duda el monasterio benedictino de San Pedro de Cardeña, que contaba entre sus posesiones con salinas en Poza de la Sal (Burgos), Granadera (Montes de Oca, Burgos) y Aguilar de Campoo (Palencia), y varios partidos de las salinas de Añana (Álava)40. De todas ellas fueron las de Poza de la Sal las que concentraron el interés de los monjes, debido probablemente a su proximidad y buena comunicación con el monasterio, y a su tamaño, que le permitía producir más del doble de sal que Añana, su más directa competidora41. Pero también son las que presentan el ejemplo más complejo de apropiación de la sal y de modificación de los espacios de hábitat que constituyen el entorno de la salina. Todo ello se enmarca en los cambios sociopolíticos que tienen lugar en las tierras del norte de Burgos entre los siglos viii y ix, según han sido estudiados recientemente –con perspectivas diferentes– por Martín Viso, Pastor, García González y Lecanda42. Partiendo de un modelo de disgregación del Tierra de Campos…, pp. 310-312. S. López Castillo, “El ordenamiento jurídico del comercio de la sal y salinas de Añana (Álava)”, Anuario de Estudios Medievales, 14 (1984), pp. 441-466; S. Ruíz de Loizaga, “Documentos medievales referentes a la sal de las salinas de Añana (822-1312)”, Hispania, 44 (1984), pp. 141-205; I. Martín Viso, Poblamiento…, pp. 58, 126, 170, 182 y 218. A. Plata Montero, El ciclo y génesis de una villa medieval. Arqueología, paisaje y arquitectura del valle salado de Añana (Álava), Vitoria, 2008. 41 E. Sáiz Alonso, Poza de la Sal (1752) según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada, Madrid, 1991, p. 17. 42 J.J. García González, Historia de Burgos, Burgos, 1993, pp. 260-263; J.Á. Lecanda, “De la Tardoantigüedad a la Plena Edad Media en Castilla a la luz de la arqueología”, en VII Semana de Estudios Medievales, Logroño, 1997, pp. 297-329, concretamente pp. 309 y 316-317. Defensor de la continuidad de poblamiento en esta zona es E. Pastor, Castilla en el tránsito de la Antigüedad al feudalismo. Poblamiento, poder político y estructura social del Arlanza al Duero (ss. VIII-XI), Valladolid, 1996, pp. 6974. Recoge su enfrentamiento en este punto con G. Martínez Díez, J.Á. García de Cortázar, “Movimientos de población y organización del poblamiento en el cuadrante Noroeste de la Península Ibérica (ca. años 700-1050)”, en Movimientos migratorios, asentamientos y expansión (ss. VIII-XI), Pamplona, 2008, pp. 105-154. Sin embargo, Pastor (pp. 82-104) no hace ninguna referencia a la importancia del estudio de las salinas en la evaluación del impacto de las transformaciones de la economía ganadera a la sedentaria/agrícola en los siglos viii-x. Por su parte, I. Martín Viso, Poblamiento…, pp. 91-96, 107-114, 139-149 y, sobre todo, 161-166 hace una evaluación bastante diferente de la cuestión para las mismas zonas del alto Ebro, sobre todo en lo que se refiere a la cuestión de la permanencia del sistema gentilicio, que sin embargo tiene poco en cuenta la intromisión de población o al menos una superestructura islámica en las zonas más meridionales, que son las que afectan directamente a la explotación salinera. 43 Véase el artículo de Iker Gómez Tarazaga en este mismo volumen. 40

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poder central, acompañado de una dinámica de enfrentamiento entre montañeses y habitantes del llano, estos autores proponen una organización de la zona en la que predominaba un sistema gentilicio y la ocupación ganadera, facilitada por la desestructuración del poder en los llanos producida por la invasión islámica, que llegó hasta Amaya. Los montañeses mantendrían sus posiciones en la línea de Mave, Amaya, Briviesca, Oca –donde se situaría la sede episcopal principal–43, y Pancorbo, lo que configuró el limes en la división montaña-llano, con fortificaciones a nivel de montaña, dejando la Bureba –y por tanto las salinas de Poza de la Sal– bajo control islámico. Éste no tenía por qué ser estable, pero sí se registran una serie de aceifas en la zona a fines del siglo viii, y es posible que la población autóctona llegara a pactos de tipo económico con los recién llegados. Si la Bureba, y en consecuencia las vías de comunicación que facilitaban el acceso a Poza de la Sal –la antigua Salionca autrigona mencionada por Ptolomeo–, estaban en poder de estas poblaciones, es lógico pensar que se utilizara el castro de El Castellar como refugio en altura y como defensa principal del paso que comunicaba el valle donde se encuentra la salina con la zona cristiana del norte, es decir, los ataques vendrían del reino astur o de Cantabria, y no de los musulmanes. La existencia de una iglesia dedicada a Santa Eufemia44 en el primitivo poblado de Poza parece sostener la hipótesis de un poblamiento visigodo, que habría seguido los pasos de los habitantes del castro en la etapa del Hierro II y en los periodos romano y tardorromano. El control de la cuenca salinera y de sus vías de entrada en conjunción con el castro, fue realizado desde Salionca, a unos dos kilómetros del actual emplazamiento de la villa, en el llamado alto de El Milagro, junto a la vega del río Homino, estuvo ocupada desde el Calcolítico hasta el periodo tardorromano45. A sus pies, y hasta la orilla del río, se desarrolló posteriormente la población romana de Flavia Augusta, una ciudad de planta rectangular, con foro, termas, al menos dos templos, y una necrópolis con unos trescientos monumentos funerarios de cronología romana y tradición autrigona. Debió ser en esta época de dominación romana cuando se produjo un impulso significativo en la explotación de la sal, así como la introducción de nuevas técnicas de obtención y extracción de salmuera, como el pingoste (cigüeñal) o la polea, y la contrucción de un acueducto para canalizar las aguas hasta la parte baja de la cuenca, así como de un sendero que la ponía en comunicación con una calzada romana que se dirigía desde Cubo de Bureba a Amaya 46. L. Serrano, Becerro gótico de Cardeña, Silos-Madrid, 1910, doc. 296. Sobre la utilización de castros en el control y defensa de zonas mineras en la sierra de la Culebra zamorana, véase I. Martín Viso, Poblamiento…, pp. 50, 89 y 175. 46 Excavada por J. Martínez Santa-Olalla. Cit. E. Sáiz Alonso, Las salinas de Poza de la Sal, Burgos, 1989; ídem, Poza de la Sal (1752), pp. 10-12. El pingaste se ha conservado hasta nuestros días. Para más información sobre la salina y los recientes proyectos de patrimonio cultural relacionados con ella, véase www.salinasdepoza.net (consulta a 6/7/2009). 47 L. Serrano, Becerro…, doc. 296. Es posible que esta iglesia se situase debajo de la ermita de la 44 45

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El mantenimiento del poblamiento de Poza (del latín putea, pozos) en torno a una iglesia privada llamada Santa Eufemia (965) podría explicarse por las primeras repoblaciones, vinculadas a la aparición de los jefes clánicos del norte47. Instalados en numeroso castros de altura desde los que controlaban los valles y los antiguos espacios gentilicios y comunales de sus antecesores, protegieron a sus parentelas, que se iban desgajando en familias nucleares y pasando a una dedicación agraria en terrenos privatizados mediante presura, a partir de zonas anteriormente pecuarias y comunales. Poco a poco, los reyes astures intentan aislar La Bureba, zona señalada como “de contacto y peligro musulmán”, de algún modo del sur mediante la repoblación de Burgos y Ubierna (884), en la embocadura de uno de los desfiladeros. A partir de ésta, el conde Diego Rodríguez, con mandato de Alfonso III, procederá a la reorganización del Llano48. Magdalena, que se encuentra en la misma zona, y cuyo derrumbe permitiría realizar futuras prospecciones. 48 Crónica Albeldense, en J. Gil, J. L. Moraleja y J. I. Ruiz de la Peña (eds.), Crónicas asturianas, Oviedo, 1985, XV-13, pp. 178-179. J.Á. Lecanda, “De la Tardoantigüedad…”, pp. 324-325. 49 L. Serrano, Becerro…, doc. 295. Se habla de un pozo de muera situado “in loco que dicitur subkaste-

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Este proceso es el que se está viviendo en la zona fronteriza de La Bureba, y concretamente en el enclave de Poza, cuyas primeras fortificaciones se construyeron en la ladera noreste de El Castellar, con un claro sentido de defensa frente al sur, en vez de seguir el eje W-E contra las incursiones que entraban por La Rioja. Por su parte, las pequeñas iglesias fueron perdiendo su función, al no adaptarse a las nuevas realidades sociales, y pronto se observa la desaparición de Santa Eufemia de la documentación a favor de un pequeño monasterio benedictino, bajo la advocación de los Santos Justo y Pastor49, que gestionaba las propiedades que el monasterio de San Pedro de Cardeña poseía en Poza al menos desde el año 978, favoreciendo la progresiva implantación de cultivos como la viña, frente a la original orientación ganadera50. Durante la primera mitad del siglo x hay un proceso de monopolización de la producción en Poza de la Sal, por parte del monasterio, mediante donaciones, compras y permutas51. Lo que llama la atención es que este proceso no se realiza a través de la compra o donación de partidos o pozos, como había ocurrido en Lampreana, sino que muestra un sistema mucho más complejo de organización de la producción salinera que revela una distribución entre los socios de las salinas del caudal de agua salobre, siguiendo unas pautas de distribución muy similares a las aplicadas por los musulmanes en el reparto del agua para las acequias de riego en otros lugares de la Península. La organización parece estar de alguna manera supervisada por una autoridad superior: así parece indicarlo la existencia de pozos “del Emperador”, “del Conde”, “de Don Fofito”, “de Doña Godina (domna Gutina)”. No en vano estas salinas se perfilan como uno de los núcleos productores de sal más importantes de la zona norte, asociadas a propietarios como la familia de Fernán González: su hijo Gonzalo dona su parte en el pozo de Doña Godina, que había recibido en herencia de su madre Eldoara, en un documento de 959 ratificado por el propio conde y su otro hijo, García Fernández, quien más tarde concedería en dote a su hija doña Urraca entre otras propiedades y derechos la mitad de un pozo en estas salinas52.

llo, iusta Sanctorum Justi et Pastoris”. El documento siguiente también hace referencia a esta zona tras el castillo, donde parece que había lugar para tierras más fértiles, donde se cultivaban además huertos, manzanos y viñedos. 50 El funcionamiento de esta zona tiene paralelismos claros con la estudiada en torno a Tejeda y Mijangos por J.Á. Lecanda, “De la Tardoantigüedad…”, pp. 307, 317-322. El traslado de Poza al valle no tiene lugar hasta el siglo xii, y a partir de entonces se construye una nueva fortaleza, que protegerá el nuevo acceso a la población, y quedará sancionada la diferenciación entre las villas de Poza Yuso y Poza Suso, que se reflejará en la construcción de los almacenes de sal tras las reformas realizadas por Felipe II, en la villa de arriba, mientras que el edificio de gestión de las salinas quedaría a medio camino. 51 L. Serrano, Becerro…, docs. 288-291, 293-315. 52 Ibídem, doc. 289. 53 A título de ejemplo, ibídem, doc. 294: “Ego Feles, et Suario et Isterilo et Ibera tibi imitori nostro fra-

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Pero las sociedades están constituidas mayoritariamente por hombres menos poderosos, que son quienes venden una parte del caudal salobre –la muera, o “moira” en latín– al monasterio, por un número de días determinado de meses fijados, lo que permitía un aprovechamiento conjunto de los pozos por varios socios y, a su vez, por varios “subtenientes”, que tendrían cada uno sus propios secaderos. Las cantidades pagadas oscilan desde varios sólidos de oro, a simplemente un par de zuecos53. La presión que ejercía el monasterio sobre la comunidad era, pues, hasta cierto punto canalizable por esta participación en la sociedad de salineros, un sistema calcado de la organización minera y salinera que funcionaba en ese momento en al-Ándalus. ¿Cómo podemos explicar estos usos en un lugar técnicamente despoblado en las etapas anteriores? No podemos: parece evidente que la familia condal y el monasterio de Cardeña no suponen más que una superestructura, laica y eclesiástica respectivamente, que se adapta a patrones de ocupación del espacio existentes desde antiguo, bien de época romana, bien de época islámica. Sin embargo, este interés de los poderes en alza por la gestión del espacio y la riqueza asociados a la producción de sal no hizo más que aumentar. A partir del siglo xi fue la propia dinastía real la que comenzó a plantearse los beneficios económicos que podían derivarse de las asociaciones de salineros. Así, Fernando I realizó un trueque con el monasterio de Sahún por el que les cedía Vilella, en tierras de Grajal, a cambio del lugar de Villatraviesa, la famosa Villa Travessa de nuestra documentación, situándose así en posición de percibir el portazgo de la sal54, y cambiando por tanto la participación directa en las asociaciones de explotación de los pozos, que había mantenido la familia de Fernán González, por una forma de exacción directa de la renta. En el mismo sentido puede entenderse la expedición de Fernando I por tierras de Gormaz y Berlanga, que siguió punto por punto toda la “ruta de la sal” de las Marcas Media y Superior, según el itinerario que de ella da la Historia Silense 55. El objetivo ter Belasco placuit nobis atque convenit (...) ut vendimus tibi iam supranominatum frater Belasco moira nostra propria, que abuimus in illo pozo de domna Gutina, III rationes de VII in VII dies, seisma ratione ad omnia integritatem; et accepimus de te precium XX et II solidos, quanto nobis bene complacuit, et de ipso precio nicil remansit debitum, ut ex odierno die vel tempore ipsas quattuor rationes de illa moira de nostro iuro sit abrasa, et in vestro dominio sint confirmatas; abeatis, teneatis, vindicetis vos et collegio fratrum de Karadigna”. 54 Sobre el contenido de las cartas y su problemática documental, véase J.M. Mínguez, Colección…, pp. 134-136; P. Martínez Sopena, La Tierra de Campos…, p. 311. 55 “Redeunte igitur anno congruo tempore, Fernandus rex eos recreato milite inuadit; captoque breui castro Gormaz, Vadum regis accessit. Quod opidum postquam sue ditione mancipauit ciuitatem Berlanga, que cetera circumquaque posita protegebat castella, animosus petiit. Sed et mauri illius ciuitatis, ne hostium preda forent, nimio terrore concussy, antequam eos rex interciperet, per aliquot dies murun in diuersa perforantes, relicta turba puerorum mulierumque, fugam parauerunt. Post cuius triumphum oppidum Aquilera (Aguilera) inuasit, castro quoque Santi Iusti (Santiuste) triumfato, Sancte Mayre (Santamera) municipium pugnando cepit. Nichilominus castrum Guermos (Huérmeces) agrediens, ad solum vsque destruxit. Prosternit etiam turres omnes vigiliarum, barbarico more super montem

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de la incursión pudo ser interceptar las comunicaciones entre las Taifas de Toledo y Zaragoza, en un momento en que éste último podría precisar de la llegada de refuerzos por dicha vía, al encontrarse enfrascado en defenderse de un ataque conjunto de Ramiro I de Aragón y del conde de Barcelona Ramón Berenguer I56. Sin embargo, durante la incursión pudo también asaltar las ricas poblaciones e instalaciones salineras que jalonaban la zona, consiguiendo una materia prima fundamental. La destrucción o no de las instalaciones deberá ser probada por la arqueología, pero el indudable interés del botín, y la apropiación de un recurso cuyo comercio en ese momento podía estar dificultado por la situación de Zaragoza, sería sin duda una forma de contribuir al éxito de la expedición, en principio, meramente fronteriza según la crónica. Como exponíamos al principio de este trabajo, pensamos que incluir la cuestión de la explotación de los yacimientos mineros –en este caso las salinas– en los estudios de las transformaciones sociales y económicas de la Alta Edad Media es difícil, pero muy necesario si queremos comprender el panorama completo, mucho más complejo de lo que podría parecer en un principio. La necesidad de realizar excavaciones arqueológicas en muchos de los yacimientos aquí tratados, que en muchos casos no pasan de haber sido recogidos en las cartas arqueológicas de las provincias correspondientes, sería un primer paso para aumentar nuestros conocimientos. Pero además es de desear que esta parte de la Edad Media, que a tantos parece más oscura, sea reconocida en esas campañas como entidad propia, y no descartada o malinterpretada a la luz de hallazgos presuntamente más interesantes. Esperamos haber contribuido con esta aportación a que esto ocurra.

Parrantagon eminentes, atque municipia in valle Hordecorex ob tuitione arantium boum per agros passim constructa”. J. Pérez de Urbel y A. González Ruiz-Zorrilla (eds.), Historia Silense, Madrid, 1959, pp. 194-195. Cit. Manzano, La frontera…, p. 157. 56 Para un interesante planteamiento sobre este ataque, con mapas y más información gráfica, véase M. Nieto, www.histgueb.net/lariba/index.htm (consulta a 6/7/2009).

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