La medicalización va a la escuela

July 7, 2017 | Autor: Eugenia Bianchi | Categoría: ADHD (Psychology), Diagnosis, Medical Sociology, Medicalization
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Descripción

La medicalización va a la escuela. Psicofármacos, actores y nosologías en los procesos recientes de medicalización: el caso del ADHD (trastorno por déficit de atención con hiperactividad). Eugenia Bianchi Lic. en Sociología (UBA). Magister en Investigación en Ciencias Sociales (UBA) con la tesis “ADHD y discursos de la salud sobre la infancia en el AMBA (1994-2011). Configuraciones discursivas y efectos de poder”. Doctoranda en Ciencias Sociales (UBA). Becaria Doctoral CONICET, con el proyecto “Gubernamentalidad, tecnologías y saberes en torno al ADHD. Una genealogía de los discursos y prácticas de profesionales de la salud, en relación al diagnóstico y tratamiento del ADHD de niñas/os en la CABA”. Integra el Área de Salud y Población del Instituto de Investigaciones Gino Germani (Facultad de Cs. Sociales – UBA). Ha presentado numerosas ponencias en reuniones científicas, y publicado artículos en revistas especializadas. Resumen

El objetivo es revisar y exponer literatura relevante sobre estudios recientes del proceso de medicalización de la sociedad, que atienden a las nuevas tecnologías y actores involucrados, ilustrando estos aportes con el análisis del proceso de diagnóstico y tratamiento por ADHD en niños/as en la CABA, y poniendo especial atención en el rol del metilfenidato. La metodología utilizada es cualitativa, basada en el análisis de documentos, que abarcan entrevistas a profesionales de la salud y educación, revistas y libros especializados en la temática, páginas de internet y artículos periodísticos. Los resultados incluyen tópicos sobre el desarrollo de los psicofármacos y su impacto en la desinstitucionalización de pacientes mentales; las imbricaciones entre nosologías, diagnósticos y fármacos; las transformaciones en las tecnologías farmacológicas; la modulación del fármaco con la escuela y la familia; los nuevos actores del proceso de medicalización; y el rol de la industria farmacéutica y sus estrategias. Las conclusiones remarcan la pertinencia de un abordaje desde la medicalización para el análisis del ADHD en niños/as en nuestro país. Palabras clave: ADHD (trastorno por déficit de atención con hiperactividad) – infancia – medicalización – metilfenidato. Abstract

The aim is to look trough and expose relevant literature about recent studies on the medicalization of society process, paying attention to the new technologies and actors involved, illustrating this contributions with the analysis of the diagnosis and treatment for ADHD in children process at the CABA, with special attention to the role of methylphenidate. Methodology is qualitative, based in documents analysis, including health and education professionals’ interviews, specialized magazines and books, web pages and journalistic articles. Results include topics on psychopharmaceuticals and its impact on deinstitutionalization of mental patients; relations between nosologies, diagnostics and drugs; transformations of pharmacological technologies; drug modulation with school and family; new actors of the medicalization process; and the role and strategies of the pharmaceutical industry. Conclusions remark the importance of medicalization for the approach of ADHD in children in our country. Key words: ADHD (attention deficit hyperactivity disorder) – childhood – medicalization – methylphenidate.

El ADHD se tipificó en 1987, en la tercera versión revisada del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, DSM-III R (APA, 1987). La versión vigente de dicho manual (IV-TR) lo considera un trastorno de inicio en la infancia, niñez o adolescencia (APA, 2000), pero está presente en el manual, en otros cuadros en la adultez de diversa relevancia1. La literatura acerca de la temática del ADHD en Argentina (ya sea especializada o destinada al público general) se incrementó copiosamente en la primera década del nuevo siglo. El aumento de casos diagnosticados, y su correlato en la prescripción de fármacos, redundaron en la propagación de publicaciones, reuniones, artículos periodísticos, revistas y libros que expresan un amplio abanico de posturas, suscitan diferentes posiciones y debates, y motivan una miríada de tensiones teóricas y terapéuticas. En Argentina, el análisis de los procesos de diagnóstico y tratamiento de niños por ADHD cobra especial significación, habida cuenta de la relativamente reciente extensión del fenómeno (Carbajal, 2007; Arizaga y Faraone, 2008) y la escasez de estudios exhaustivos sobre los modos en que este proceso tiene lugar. El tratamiento por ADHD, además, no incluye la internación en una institución especializada. Esta terapéutica ambulatoria se corresponde con nuevos modos de gestión de las poblaciones, que no recurren al encierro como estrategia de normalización de los cuerpos (Deleuze, 1995). Tampoco estas modalidades están exploradas suficientemente, y correlacionan con los cambios económicos, políticos, sociales y culturales acontecidos desde mediados del ’70 (Murillo, 2002), y con la consolidación de procesos estructurales durante los ’90, que impactaron en el sector salud (Iriart, 2008). Acerca del proceso de medicalización de la sociedad La medicalización resulta un concepto central para comprender los modos en que el cuerpo del niño se torna objeto de saber, blanco de poder y campo de múltiples intervenciones (Ariès, 1987; Donzelot, 1998; Rose, 1998; Castel, 1980; Foucault, 2001, 2005; Varela y Álvarez-Uría, 1991). En el análisis de este proceso, cobra relevancia el rol de la infancia, y su constitución socio-histórica como blanco eminentemente gobernable, a la vez que como punta de lanza del gobierno de otros colectivos sociales. En términos históricos, la infancia fue depositaria dilecta de las estrategias de normalización desde el siglo XIX, cuando se posiciona en el centro de las campañas de gestión de las poblaciones impulsadas como parte del proceso de medicalización de la sociedad. La infancia operó como punto de enganche para la normalización de, al menos, dos dispositivos centrales en dichas gestiones: la familia y la escuela. 1 Uno de los cambios introducidos en la V versión del DSM, cuya publicación está planificada para mayo de 2013, es que el ADHD pasaría a considerarse un trastorno del neurodesarrollo.

Aunque el diagnóstico de ADHD exhibe una tendencia creciente a ser realizado en adultos (Conrad y Potter, 2003; Scandar, 2009), aun se presenta como un desorden que recae en niños, en una instancia del ciclo vital en la que su integración en las instituciones y la socialización aparecen como cruciales. Dado que algunas terapéuticas incluyen la administración de medicación, el estudio del ADHD es también relevante porque abre consideraciones en relación a la medicamentalización de la infancia (Faraone, 2008). Antecedentes La medicalización surge como perspectiva crítica de análisis a fines de los ’60 y principios de los ’70, al interior de la sociología de la salud, y de la filosofía e historia de la salud. El concepto fue acuñado por Zola, en referencia a la expansión de la profesión médica a nuevos dominios, especialmente en lo relativo a problemas considerados espirituales, morales, legales o criminales (Amaral, 2004). Los aportes subsiguientes de diferentes autores contribuyeron a comprender la relación entre medicina, sociedad, salud y enfermedad. Entre ellos se encuentran Illich, Foucault, Conrad y Szasz. Desde el marxismo no ortodoxo, Illich publica en 1974 Némesis médica, donde asimila la medicina al imperio, y describe el funcionamiento de la medicina y la iatrogenia que provoca (Passos Nogueira, 2008): la extensión de la medicina absorbe cada vez más áreas de la vida cotidiana y tiene una dimensión iatrogénica en sí, produciendo enfermedades y problemas que rompen con las tradiciones sociales de cuidado de la salud. Foucault (1996) recupera la cuestión de la iatrogenia formulada por Illich, y divide entre iatrogenia positiva y negativa: aun cuando cura, la medicina produce daños. Foucault anuda el proceso de medicalización a las preocupaciones de los Estados capitalistas por gestionar las poblaciones bajo su gobierno. Sus estudios acerca de esta temática llegan hasta la década de 1970, con lo cual indagar sobre los aspectos más recientes del proceso requiere traspasar el horizonte foucaultiano. El actual ADHD se constituyó tempranamente como objeto de los estudios sobre medicalización (Conrad, 1975), en el marco de los análisis sobre el control social y el comportamiento desviado, la institución médica y la individualización de los problemas sociales. Los análisis de Conrad son valiosos porque continúan hasta el presente, contemplando numerosos casos empíricos y señalando nuevas configuraciones estratégicas de actores y dispositivos. Conrad entiende que históricamente la salud pública y la psiquiatría se ocuparon del comportamiento social, y tradicionalmente funcionaron como agentes de control. Sin embargo, hoy resulta novedosa la expansión de la esfera en la que la medicina funciona como agente de tal control social. Esta última

consideración posiciona a Conrad en sintonía con los aportes de Illich acerca de la medicalización de la vida, y la medicalización indefinida de Foucault. Por último, inscripto en la vasta corriente antipsiquiátrica, Szasz también ha discutido acerca del problema de la medicalización. Plantea la necesidad de trazar una línea divisoria entre qué es enfermedad y qué no. El desafío reposa en el trazado de dicha línea, que requiere de un acuerdo en los criterios que definen la enfermedad. Szasz concibe a la medicalización como una estrategia semántica y social, que balancea diferencial y alternativamente los beneficios y daños hacia las personas (Szasz 2007a, 2007b). Para Szasz, la ciencia médica guía y controla la vida en la sociedad actual. Y en este marco, la medicina y el Estado forman un vínculo al que Szasz denomina farmacracia (Szasz, 2005). Sin embargo, análisis más recientes, como los de Rose (2006, 2007) entienden que es un simplismo considerar a los pacientes reales o potenciales como entidades pasivas, manipulados por los dispositivos de marketing de la gran industria farmacéutica. Una reflexión más abarcativa sobre el fenómeno requiere para Rose incorporar otros matices, ya que el desarrollo y extensión de las drogas psiquiátricas incluye también la exploración y registro de parte de las farmacéuticas- de los descontentos que experimentan los individuos, y cómo ese descontento es articulado con la promesa de curación que detenta el fármaco. También supone incorporar las narrativas que le dan valor y sentido a esos fármacos, y su cruce con otros aspectos, como el de ser productos comercializados, y generar expectativas, éticas y formas de vida. De este somero repaso emerge que la medicalización tiene una dimensión histórica y social insoslayable. Sin embargo, las condiciones concretas en las que fue definida y circula, tuvieron un poderoso efecto de obturación de esa dimensión social que le es inherente, siendo frecuentemente vinculada a problemáticas de tipo, origen o alcance individual. Asimismo, la medicalización es un proceso. Como tal, es susceptible de presentar zonas o extensiones de mayor o menor intensidad en su alcance que, en tanto están atravesadas por una dimensión histórica, pueden variar en relación a un mismo objeto. También es remarcable su bidireccionalidad, pudiendo identificarse procesos de medicalización más acabados, y áreas en las que la medicalización se retira o pierde su peso como factor explicativo. Psicofármacos e institucionalización de pacientes mentales Desde el siglo XIX se utilizaron vomitivos, purgantes y narcóticos, entre otros instrumentos, para tratar problemas mentales (Conrad y Schneider, 1992; Foucault, 2005). Mayormente, se empleaban analgésicos, anestésicos, opiáceos y barbitúricos. En el siglo XX se desarrollan los sedativos. Desde mediados de 1950 los fármacos se convierten en un aspecto central del tratamiento psiquiátrico. Las críticas a la terapéutica farmacológica se erigieron rápidamente, argumentándose que las drogas no

trataban las causas y enmascaraban los síntomas, y que los fármacos eran camisas de fuerza químicas, simples mecanismos de control social. Al reducir la intensidad sintomática, la incorporación de los psicofármacos al tratamiento permitió que los pacientes tuvieran un mejor desempeño y pudieran ser dados de alta de los hospitales (Conrad y Schneider, 2002; Solal, 2004). Sin embargo, el análisis del desarrollo de los psicofármacos exige en la actualidad contemplar otros aspectos a los que se encuentra asociado. En el caso del ADHD, estos elementos son: las categorías nosológicas y las modalidades diagnósticas. Metilfenidato y ADHD. Transformaciones en las tecnologías farmacológicas y modulación entre medicina, escuela y familia Aunque los tratamientos medicamentosos utilizados para el ADHD abarcan más de un fármaco, considero aquí el metilfenidato. La indicación de metilfenidato para la entonces denominada disfunción cerebral mínima se consolida a comienzos del ´60 (Healy, 2002), casi diez años después de su lanzamiento al mercado, con el destino original de tratar la narcolepsia. El metilfenidato era también indicado para la fatiga crónica, estados letárgicos y depresivos, conducta senil perturbada, psiconeurosis y psicosis asociada con depresión. En esta articulación entidad clínica-fármaco, la primera ha sufrido una notoria transformación a través de las sucesivas versiones del manual DSM. Sin embargo, el proceso tiene su reverso en las transformaciones que sufre el fármaco en virtud de su vinculación con la nosología. En Latinoamérica el metilfenidato está disponible para su venta en diferentes formas farmacológicas. Además de comprimidos de liberación inmediata, existen tabletas de liberación prolongada, bajo la formulación SODAS (Spheroideal Oral Drug Absorption System) u OROS (Osmotic Release Oral System). Aunque no ingresó aún a Argentina, ya se venden en otros países latinoamericanos parches transdérmicos de metilfenidato, cuyo sistema de liberación permite el ingreso del fármaco directamente en el torrente sanguíneo, y es promocionado como una ayuda “a los padres de chicos que tienen problemas para ingerir píldoras” (El Universal, 2006). Tanto en el parche transdérmico, como en las cápsulas OROS y SODAS, la administración se realiza una única vez al día, resultando compatibles con los casos de doble escolaridad, o jornadas con actividades extra-curriculares. Otra dimensión relevante es cómo el uso de las tecnologías farmacológicas incide en los vínculos entre familia, escuela y discursos de la salud. De las entrevistas realizadas: ¿Cómo es el tema de los tiempos de la medicación, en cuanto a tiempos de la semana y suministro del fármaco? Lic. en Psicología: Yo lo utilizo de lunes a viernes en el momento en que el chico va a la escuela. Es decir, es variado, hay gente que lo utiliza de manera diferente, yo empiezo de lunes a viernes en el horario de la escuela, o sea media hora, o una hora antes de ir a la escuela, toma la medicación, del común, no de duración prolongada y más o menos es 5 horas lo que dura; bastaría para que el chico esté atento durante el horario escolar.

Después se supone que durante el día, cuando va a la psicopedagoga o ha hecho su tratamiento complementario, él está uno a uno, entonces los distractores serían menores y no necesitaríamos la medicación. En el caso de los chicos de doble jornada, se usa muchísimo, por ahí tiene jornada bilingüe, o hace deportes a la tarde, capaz que necesita prestar atención a la tarde, entonces uso el de duración prolongada, que lo deja durante toda la jornada medicado. En los casos más graves donde la atención está más comprometida, he tenido que usar a la mañana y a la tarde para el colegio, para la psicopedagoga para cuando tiene que estudiar a la tarde. Lic. en Psicología: Y, yo trato de que no tomen medicación en el colegio, porque me parece que esto tiene varios inconvenientes: la resistencia que puede generar el colegio, la responsabilidad o los olvidos de administrarle el medicamento, o el estigma que puede generar para un chico decir que está tomando medicamentos psicofarmacológicos, entonces yo prefiero que no tomen en el colegio. Ahora hay mucho preparado de acción prolongada que si uno lo toma en las horas de la mañana, hacen su acción a lo largo de todo el horario que los chicos tienen que pasar en el colegio, incluso los que tienen doble escolaridad; con la escolaridad simple nunca hubo mayores problemas.

Los esfuerzos por adaptar la administración del medicamento a la temporalidad escolar, dan cuenta de que la escuela no se ajusta del todo al tratamiento requerido desde algunas perspectivas. Existen tensiones, fallas entre el accionar terapéutico y el pedagógico. El intento de sutura de esas divergencias se realiza a través de la planificación flexible de la administración del fármaco, y se orienta por las actividades concretas de los niños durante el día. Estas actividades varían en función de las características del ciclo escolar (doble escolaridad, días de semana o fin de semana, época lectiva o vacacional, cursada en la escuela o con psicopedagoga, etc.), y de las particularidades del cuadro (la mayor o menor gravedad imputada, etc.). Del análisis de datos de expendio de metilfenidato y atomoxetina en Argentina a lo largo del año escolar, Arizaga y Faraone concluyeron que “… puede apreciarse, de manera mucho más marcada para el metilfenidato, [que] la venta de estos fármacos presenta una clara ‘estacionalidad’ relacionada con el año lectivo escolar, manteniéndose alta la dispensación durante el curso del mismo y cayendo en el período de vacaciones escolares” (Arizaga y Faraone, 2008: 80). En esta búsqueda de adaptación, el fármaco no es el eje central, ni subsume todos los aspectos del tratamiento, sino que funciona como modulador, para articularse con las exigencias escolares (cronogramas lectivos, cursada con horarios estructurados, actividades deportivas, etc.). El fármaco es un componente privilegiado de esta configuración, y opera también como elemento dilecto para la modulación de las conductas. Aparece con funciones que -lejos de aplicarlo como una receta unitaria, que homogeneíce todos los casos- varían y se modifican de acuerdo a las necesidades que el medio impone. Así, la periodicidad y dosis en el suministro del mismo son ajustadas a las variabilidades, prácticas y requerimientos individuales. Estas cuestiones ejemplifican cómo la industria farmacéutica ha contribuido a la creación de una demanda (Russo y Venâncio, 2006), y debe atender a ella, mantenerla, optimizarla. Esa misma demanda habilita a los consumidores de estos productos a disponer de opciones siempre renovadas, de acuerdo con un esquema en el que se articulan “la ideología de la libertad de elección, el

mercado como soberano, el individuo como último responsable y el Estado como mero administrador” (Iriart, 2008: 1624). En la atención a esta demanda, la tecnología y los avances farmacológicos son puestos al servicio de necesidades cambiantes, y de la satisfacción de exigencias sobre prácticas cotidianas. En su cruce con los aspectos señalados, el fármaco genera también expectativas, éticas y formas de vida. De otra fuente: ¿Y cuando decís contexto social, querés decir el sector social al que pertenecen los chicos? Neurólogo infantil- Exactamente. ¿Sí? no es lo mismo un chico que el papá diga, o los papás, también la mamá, "No, este flaco tiene que ser, no sé, gerente de Techint", y entonces el flaco está en la cuna y los papás están con esto, y te imaginás que al chico le fue en la escuela un 7, y (aspira profundo) y es un tema digamos. A que el pibe viva en La Quiaca, donde va a la mañana al colegio, yira todo el día, después está en el campo corriendo, donde por ahí no es tan disruptivo el problema.

Es por ello que para Rose “… (e)n el atractivo [que provocan] estas imágenes y narrativas, en las esperanzas, ansiedades y descontentos a los que dan forma y cobijan, los individuos juegan su propio papel en la medicalización de los problemas de la vida” (Rose, 2006:480. Traducción propia). Desde esta perspectiva, los trastornos son codificados y experimentados como tales en relación a una norma cultural que apunta a un yo activo, responsable, y que elige libremente, desarrollando su potencial en el mundo a través del moldeado de un estilo de vida. En este moldeado, son validadas categorías como depresión, pánico, trastorno por ansiedad social y ADHD. La salud es también un principio ético, de allí que los descontentos se expresen tan a menudo en términos médicos o psiquiátricos. En los últimos 60 años los seres humanos han quedado cruzados, por un lado, por un espacio psicológico interno, y por otro, por una dimensión biológica. Ambos modelan el yo como un individuo somático (Novas y Rose, 2000). La emergencia de esta individualidad somática no abole ni prescinde de la normalización individual o colectiva, sino que le da una forma nueva a los bordes de la normalidad y la patología, de la enfermedad y la salud mental (Rose, 2006). Tampoco borra los modos religiosos o psicológicos en los que se puede pensar el descontento, sino que los integra en una coyuntura específica. Además del recurso a nuevas tecnologías, hoy los procesos de medicalización involucran actores novedosos. Actores y transformaciones de la medicalización de la sociedad Al iniciarse los estudios sobre la medicalización, los actores más relevantes eran los médicos, los movimientos sociales y grupos de interés, y algunas organizaciones interprofesionales (Conrad, 2007). Sin embargo, el devenir del proceso condujo a un recentramiento de los análisis, tanto en nuevos actores, como en los nuevos roles de actores tradicionales. En esta línea, los aportes más recientes de Conrad y Leiter (2004) enfocan su perspectiva en la creación de mercados, y su

impacto en la medicalización. En sus estudios ubican cómo importantes zonas de medicalización se desplazaron de un predominio del profesional médico, a un predominio del mercado. Un ejemplo lo constituyen la biotecnología y la industria farmacéutica. Si bien el vínculo de ambas con la medicalización se remonta a los inicios del proceso, las biotecnologías y las tecnologías farmacéuticas eran entonces facilitadoras del proceso, sin formar parte de su núcleo primario. Hoy día, las industrias farmacéuticas y biotecnológicas se han convertido en actores principales de la medicalización (Moynihan y Cassels, 2007; Cabral Barros, 2008). Rose (2006) aborda esta cuestión, criticando distintas corrientes de pensamiento que analizan a la psiquiatría y el tratamiento con psicofármacos. Estas corrientes afirman que la industria farmacéutica, sus reclamos, sus riquezas, sus lobbystas, sus psiquiatras y el marketing profesional, se utilizan para influir en los gobernantes, reguladores, investigadores, médicos y pacientes. Destacan su interés es incrementar mercados, no sólo a través de la venta de nuevas curas para viejas enfermedades, sino por la construcción de nuevas enfermedades para ajustarlas a sus productos. Las farmacéuticas promueven además, la ilusión de que las diferentes drogas apuntan a una condición específica, cuando se trata más de mercantilizar productos ajustados a los diagnósticos discretos del DSM-IV, que de la evidencia de tal especificidad. Respecto de estas argumentaciones, Rose marca algunos puntos de diferencia relevantes. Las compañías farmacéuticas penetran con sus productos, influenciando las prácticas de prescripción de los médicos, aunque la mayoría afirma que resiste esta influencia. Actúan directamente en los pacientes potenciales como consumidores de sus productos. También buscan incrementar la demanda de sus productos de muchas maneras. Fundan y a veces configuran grupos que hacen campaña por condiciones particulares. Y apoyan e inician campañas de concientización de enfermedades donde tienen las patentes para el tratamiento. Como resultado, trastorno y fármaco resultan mutuamente alineados. Hay evidencia de que los médicos sienten presión de los pacientes para que les prescriban drogas particulares. Esto obedece, en parte al menos, a una reformulación de la demanda de los mismos pacientes. De modo que la hipótesis acerca de la responsabilidad de las farmacéuticas suma cuantiosa evidencia a su favor. Pero Rose cree que esto es sólo una parte del panorama. Hace tiempo que la industria farmacéutica promociona sus productos para diversas enfermedades (Peele, 1995). La medicación psicoactiva es una pieza fundamental de la medicalización, ubicándose los médicos y otros profesionales a la vanguardia de su administración. Aunque los médicos siguen siendo los prescriptores de muchas drogas, hoy la industria farmacéutica es un agente importante de la medicalización, con su agresiva promoción de productos a los médicos, sponsoreo de eventos médicos, publicidad en revistas profesionales.

En el caso del ADHD, Faraone et al. (2010) identificaron diversas estrategias de marketing implementadas por laboratorios para el tratamiento farmacológico del cuadro, direccionadas hacia diferentes actores: directa, hacia usuarios y/o sus organizaciones; hacia la comunidad educativa; hacia médicos; y centrada en la creación de líderes de opinión. Finalmente, internet es otro factor involucrado en la medicalización en la actualidad. Existen multiplicidad de páginas web que informan sobre el ADHD, incluyendo en ocasiones listas de conductas a relevar. En Argentina, al momento sólo algunas páginas de internet dedicadas a la temática explicitan una articulación con familiares (bajo la forma de grupos de padres, u organización de charlas y reuniones vinculadas al diagnóstico y tratamiento del ADHD) y el rol que la familia cumple en los mismos. Otras en cambio, difunden información y conocimiento científico en la comunidad. Para Conrad, las prácticas mencionadas refuerzan el poder de los consumidores para recibir atención médica, haciéndolos partícipes de la creciente demanda de servicios de salud, y contribuyen a expandir las perspectivas de la medicina más allá de los límites profesionales. Sin embargo, el revés de este accionar es que el ingreso de la noción de consumidor en la medicalización, termina por ocultar la dimensión social del proceso, traduciendo los reclamos y demandas de salud como servicios, y planteando el acceso a medicamentos y tratamientos como la elección de opciones disponibles para cada consumidor individual. A modo de cierre Desde la segunda posguerra mundial, el desarrollo de la farmacología y las innovaciones tecnológicas introducidas en la industria de los fármacos, impactaron de modo sustancial en los análisis de la medicalización. Incluir en estas transformaciones el análisis del ADHD en nuestro país es relevante, porque expone cómo las diversas formas de gestión de poblaciones e individuos son puestas en juego estratégico para el gobierno de la infancia, especialmente teniendo en cuenta que en el diagnóstico y tratamiento del ADHD el fármaco cumple un papel de suma trascendencia. La industria farmacéutica, la incidencia de discursos de las neurociencias, la conformación de mercados de salud, las transformaciones en el rol de los profesionales de la salud -en el caso de la infancia: las vinculaciones con padres y maestros-, etc. resultan útiles para pensar la transformación y especificidad de la medicina y las “disciplinas psi”, su papel en el diagnóstico y tratamiento de lo que se configura como trastorno mental, y las articulaciones y tensiones con actores y dispositivos. El ADHD ejemplifica cómo diferentes perspectivas confluyen en la comprensión del proceso por el cual los niños son diagnosticados y tratados en nuestro país, y cómo el fármaco gravita con marcada potencia en la configuración de tecnologías, dispositivos, técnicas, saberes y prácticas.

Como queda expuesto, la medicalización no es un asunto exclusivamente de médicos. Impregna con firmeza otros ámbitos, como la escuela, convertida en un actor más del proceso. Hoy es el campo desde donde se ejecutan muchas de las estrategias, y donde se aplican las tecnologías farmacológicas, saberes e instituciones que motorizan la medicalización. También donde circulan con valor de verdad nosologías como el ADHD, con sus diagnósticos y terapéuticas. Sin embargo, la escuela no es un dispositivo homogéneo, caben en su seno multiplicidad de proyectos educativos, muchos de los cuales ofrecen importantes resistencias a los procesos de medicalización, o se articulan con ellos de modo complejo. De allí que resulte insoslayable en cualquier proyecto de intervención educativa tomar en cuenta con qué actores de la medicalización en la actualidad y en nombre de qué objetivos pedagógicos se entroncan algunas escuelas -denominadas “de alta exigencia académica”- cuyos programas, discursos, actividades, dinámicas de relaciones interpersonales y hasta valores resultan congruentes con un individuo consumidor que propicia hoy la medicalización, y que apelan al modelado de un estilo de vida específico.

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