LA MADRE DE LAS DISTOPIAS: UN MUNDO FELIZ DE ALDOUS HUXLEY

September 18, 2017 | Autor: Andres Upegui | Categoría: Literature
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Descripción

LA MADRE DE LAS DISTOPIAS: UN MUNDO FELIZ DE ALDOUS HUXLEY Andrés Upegui

Pawel Kuczynski

"Las utopías parecen mucho más realizables hoy de lo que se creía antes. Ahora nos hallamos ante un problema terriblemente angustioso: ¿cómo evitar su realización definitiva? (...) Quizás empezará una nueva era en la que se soñarán con el modo de evitar la utopía y volver a una sociedad no utópica, que sea menos perfecta, pero más libre." Nicolás Berdiaeff

Prologo Esta conferencia pretende llenar un vacío, pues la que yo considero la mejor y más lograda de las distopías, la novela de Aldous Huxley Un mundo feliz, no posee una buena versión cinematográfica. Sólo tengo noticia de dos versiones bastante flojas y deficientes para televisión: una de la BBC de 1988 y otra de 1998. Por tanto se hace necesario, en el marco del festival cuya temática es el tiempo de las distopías, hacer una referencia a la gran novela de Huxley. Esta exposición tendrá dos partes: en la primera, me referiré a la utopía y a su contrario la distopía, para mostrar cómo esta es una crítica al pensamiento utópico moderno. En la segunda parte, me ocupare grosso modo de algunos aspectos que hacen de esta distopía de Huxley, una obra de extraordinaria actualidad política y ética. I. Utopía y Distopía Para hablar de distopías hay que necesariamente comenzar hablando de la utopía. Etimológicamente, la palabra utopía quiere decir “no-lugar”, “no-tierra”. Utopía es la unión de dos términos griegos: la partícula privativa o negativa “u” que significa no y la palabra “topos” o “topoi” que significa lugar, tierra, sitio. En realidad, la utopía es un “lugar”, un “mundo” pero imaginario, ideal, que no tiene concreción real, material o histórica. La concreción de la utopía es más bien, estética, artística, literaria, novelística casi siempre o cinematográfica. Filosóficamente hablando, yo diría que toda utopía es platónica. Según Platón, este mundo que llamamos real y material es solo un reflejo, una copia imperfecta y disminuida de un mundo supraterrenal, un mundo ideal, llamado por él el “mundo de las ideas”. Allí en ese “no lugar” platónico, en ese “Cielo” o “topos uranós”, como él lo llamó, están las esencias, las ideas, los arquetipos de todas las cosas que constituyen este mundo. Estas entidades inmateriales, intelectuales, son las cosas en sí mismas en su plena perfección. No es gratuito, entonces, que quizá la primera utopía, propiamente dicha, sea el célebre dialogo platónico llamado La República. Allí Platón describe, de manera imaginaria, la que él considera la sociedad ideal, el estado ideal, el orden político y la forma de gobierno ideales y los medios, también ideales, para alcanzar estos fines. Sin embargo, al lado de la utopía filosófica de Platón, en el pensamiento teológico de Occidente se encuentran también las utopías míticas o religiosas. Estas, al igual que aquella, también están situadas más allá de los tiempos históricos y de este mundo material y real, ya sea en el origen, al principio, in illo tempore, como aquel estado feliz y utópico del Paraíso; o en el futuro, al final de los tiempos, después del fin del mundo y de la historia, también como Cielo o Paraíso. Lo anterior si nos referimos a la concepción tradicional y por todos conocida del judeo-cristianismo. Ahora bien, es en el siglo XVIII y XIX, a raíz del desarrollo científico y tecnológico y como consecuencia del proceso de secularización, desmitificación y ocaso de la fe religiosa, el pensamiento utópico sufre una radical transformación, porque, por primera vez se ve como posible la realización intramundana, histórica y material de los ideales utópicos que antes fueron míticos y ultramundanos. Se abandona, entonces, el principio cristiano y platónico de la utopía como supramundo y se cree que es posible su realización intramundana. Se genera una nueva confianza, una nueva fe, un nuevo mito, el

llamado mito del Progreso, y se cree que los ideales de construir una sociedad feliz se pueden alcanzar, gracias a estos nuevos progresos de las ciencias naturales y sociales. Creo que las dos principales filosofías que más perfectamente se adhieren a esta forma de ver las cosas son el Positivismo de Augusto Comte y el Comunismo de Karl Marx y Federico Engels. Gracias al desarrollo y progreso de la ciencia positiva o al conocimiento de las leyes dialécticas de la historia estas filosofías establecen planteamientos ideológicos que permiten realizar un orden social y político que de alguna manera aseguren, en un futuro no muy lejano, estados utópicos de felicidad y concordia para el ser humano. A pesar de que el positivismo cientifista de Comte es una utopía de derechas, mientras que el comunismo revolucionario de Marx es una utopía de izquierdas, sin embargo, ambas coinciden en esa fe en el progreso histórico logrado gracias a la ciencia y en su realización histórica intramundana, así sea en el futuro. Es aquí precisamente, frente a este planteamiento de la posible realización histórica de las utopías gracias a la ciencia, que se originan las llamadas distopías. Etimológicamente, distopía es la unión de la partícula “dis” y del mismo sustantivo “topos”. Distopía sería entonces un lugar disfuncional, anormal, no ideal. De esta manera las distopías, al igual que las utopías, son la creación artística de mundos imaginarios, ideales, pero en este caso ya no se trata de perfección y felicidad, sino de todo lo contrario, de imperfección e infelicidad. La distopía es lo que llamó Huxley una utopía negativa. Para decirlo de una manera más clara y precisa, la distopía es una crítica del pensamiento utópico moderno en el sentido de que muestra cómo la posible realización concreta y material de los principios e ideas utópicas lo que da como resultado no es un estado de felicidad sino más bien de profunda infelicidad. Las distopías surgen, entonces, no como criticas al utopismo religioso y filosófico tradicional, sino como criticas al utopismo moderno, ya sea este de tipo positivista o marxista. Las distopías nos recuerdan que lo interesante de todas las utopías es precisamente el de ser utopías, sueños irrealizables; pero, al mismo tiempo, nos muestran o advierten el peligro que representa el pretender realizarlas en este mundo. En esa medida, entonces, repito, la distopía es una crítica al pensamiento utópico científico moderno. De estas dos vertientes de pensamiento utópico que, decíamos, son el positivismo y el comunismo, podemos desprender las dos grandes distopías literarias: por una lado, frente a la utopía totalitaria de izquierda marxista, la mejor distopía es en mi concepto 1984 de George Orwell. Pero, por el otro lado, frente a la utopía totalitaria de derecha, positivista y cientifista, la mejor es Un mundo feliz de Aldous Huxley. Sin embargo, a pesar de sus aspectos comunes, yo creo que la crítica distópica de la obra de Huxley posee una mayor importancia y actualidad que la distopía orweliana. Todo porque el mismo desarrollo histórico contemporáneo se encargado de dar al traste con la utopía marxista, a raíz de la caída del poder soviético y su esfera de influencia, mientras que la utopía cientifista positivista que critica Huxley, sigue reinando de manera absoluta en las conciencias y en las prácticas del mundo de hoy. El totalitarismo al que nos vemos sometidos hoy en día es mucho más cercano al de la sociedad feliz de Huxley que al de la tiranía del “Gran hermano” orwelliano.

Permítanme explicar esto recurriendo a las tesis políticas de Pier Paolo Pasolini, (a quien yo considero uno de los grandes pensadores políticos del siglo XX). Pasolini desarrolló una particular diferencia al interior del concepto de fascismo. Según él, hay una diferencia capital entre dos tipos de fascismo: uno, el viejo fascismo o Paleofascismo y otro, el nuevo fascismo o Neofascismo. El primero responde a los sistemas totalitarios modernos que tiene su origen en el fascismo clásico, ya sea de tinte derechista como el Hitleriano o Mussoliniano o de tinte izquierdista como el soviético estalinista. El segundo es uno sólo y es un totalitarismo neocapitalista globalizado y regido por un Nuevo Poder único, cuyos aspectos más relevantes son: la homogeneización cultural más absoluta, es decir, la destrucción de todo tipo de vestigio cultural y de las diferencias emanadas de él y la propagación de una idea totalmente hedonista y consumista de la vida. Todo esto agenciado y propagado mediante los medios de comunicación masivos (TV, internet, etc.). En último término, el Neofascismo es el advenimiento, según Pasolini, de la sociedad más totalitaria y tiránica de la historia. La diferencia principal entre el Paleofascismo y el Neofascismo no radica en los fines, que son en ambos, alcanzar una sociedad totalitaria en donde el poder controle todos los aspectos de la vida de tal manera que este orden político garantice la supuesta felicidad de sus miembros; la diferencia radica es en los medios para alcanzar estos fines: el Paleofascismo todavía confía, como su principal instrumento, el uso de la fuerza física y de la violencia, mientras que el Neofascismo, sin renunciar de todas maneras a ella, considera que la violencia no garantiza la hegemonía del poder y que son, más bien, los medios incruentos, dulces y no violentos, ejercidos sobre las conciencias y los cuerpos de los miembros de la sociedad los más adecuados para alcanzar sus fines. Decía Pasolini: “El viejo fascismo fue incapaz de arañar siquiera el alma del pueblo italiano; el nuevo fascismo, a través de los nuevos medios de comunicación, sobre todo la televisión, no sólo la ha arañado, sino que la ha lacerado, la ha violado, la ha afeado para siempre." Indudablemente, la sociedad distópica que describe Huxley en su novela es una sociedad precisamente neofascista, totalitaria, en este sentido pasoliniano.

II. Un mundo feliz de Aldous Huxley Esta expresión “Oh Brave New World” está tomada de La Tempestad de William Shakespeare. Miranda ha sido criada por su padre en una isla, lejos de todo contacto humano, guardándola de cualquier contaminación de la maldad; cuando ella, ya adulta, tiene contacto por primera vez con los humanos y tiene noticias de la crueldad de ese mundo que no conoce, exclama irónicamente: Oh maravilla! Cuántas creatura buenas hay allá! Cuan bella es la humanidad! Oh bravo nuevo mundo Que tiene tales personas en él. (The Tempest, Act V, Scene I) El Mundo feliz es un mundo ficticio situado en un futuro imaginario, en el año 632 después de Ford, en el cual, luego del fin de grandes guerras planetarias, todo el planeta está unido en un único Estado

mundial, bajo un gobierno pacífico y democrático que ha eliminado la guerra, la pobreza, el crimen, las diferencias, etc. al crear una sociedad de alta tecnología, cuya civilización es homogénea y única para todo el mundo. El fundamento, la piedra angular del control social, y por tanto del poder, es la producción en serie y estandarizada no sólo de bienes y servicios tal y como fue ideada por Henry Ford (de aquí la veneración seudoreligiosa que se le rinda a este industrial norteamericano) pero ahora aplicada a la producción de los seres humanos, gracias a los grandes adelantos tecnológico y científicos de la genética, la biología y la medicina. La ciencia médica y biológica ha logrado ya, en esta sociedad feliz de Huxley, un desarrolladísimo control genético, pues no sólo es posible (como hoy) la concepción in vitro o en laboratorio, sino también (a diferencia de hoy) es posible ya la gestación, fuera del vientre materno, en unas especies de incubadoras. Para la reproducción del ser humano en esta sociedad, entonces, están suprimidas la concepción por vía de la relación sexual directa entre hombre y mujer y la gestación posterior en el vientre materno. Existen es grandes fábricas de seres humanos, producidos en serie y de manera estandarizada, como se produce hoy cualquier salchicha. Además, también ya es posible una especie de clonación o reproducción de individuos iguales y en serie. De alguna manera Huxley prevé una manipulación y un control genético similar a lo que hoy se plantea como una posibilidad a partir del descubrimiento del genoma humano. De esta forma, en el Mundo Feliz hay cinco clases de seres, necesarios para la configuración de los diferentes estratos o clases sociales, designados cada uno por Huxley con las cinco primeras letras del alfabeto griego: los Alfa, los Betas, los Gamma, los Delta y los Épsilon. Los Alfas son la casta superior, por lo que son estos los que realizan los trabajos directivos y administrativos, y así vamos paulatinamente descendiendo hasta llegar a los Épsilon, que son la casta o clase inferior, pues son los encargados de realizar los trabajos físicos más simples y automatizados. La “virtud” de este sistema de condicionamiento genético es que elimina todo tipo de conflicto social. Por un lado, elimina la competitividad profesional. La gente está atada a hacer sus trabajos y a disfrutarlos se tal manera que nunca desean tener otro. Por otro lado, no hay conflictos de clases, cada clase recibe el mismo salario, la misma alimentación, habitación, etc. y no existe el deseo de cambiar de clase pues cada uno es feliz como es y con lo que tiene, desde que nace hasta que muere. También esto crea una especie de comunismo o camaradería feliz, pues todos viven bajo el miedo de tener algún tipo de identidad personal, de tener diferencia frente a sus otros (tal es el caso de Bernard Marx, otro de los personajes principales). Pasar el tiempo en soledad es considerado una peligrosa pérdida de tiempo y dinero y se identifica como deseo de adquirir identidad personal y diferencia. Los diferentes condicionamientos lo entrenan a usted a nunca estar solo y a estar siempre feliz en la compañía de los demás de su clase. Ya dijimos que gracias al adelanto genético se logra la reproducción artificial, por lo que es evidente que la sexualidad pierde su sentido reproductivo y queda entonces relegada al ámbito exclusivamente placentero y recreativo. Por tanto, si la función reproductiva desaparece, pues de esta ya se encarga el Estado mediante los grandes centros o fábricas de seres humanos, la función o rol social del padre y de la madre también desaparecen. Se está así también, entonces, desarticulando cualquier noción de familia basada en esta paternidad o maternidad biológica. Pero tampoco la familia es remplazada, por ejemplo,

por familias adoptivas de parejas no gestantes. Todos serán “hijos” biológicos del Estado y por tanto la familia está abolida, suprimida en cualquiera de sus manifestaciones; digamos que la única “familia” posible será la “familia” universal o estatal. Huxley muestra esto con un gran sentido del humor y del sarcasmo, pues en el Mundo feliz el mayor insulto no es “hijo de puta” sino decirle a alguien papá, mamá o hijo. Eso significa retrotraerlo a los tiempos más atrasados e incivilizados, barbaros, salvajes, en donde los hombres tenían ese grosero e inmundo contacto sexual con el fin de reproducirse. Pero entonces, también el amor entre seres humanos que involucre o no la sexualidad está proscrito. En la sociedad feliz está prohibida o desterrada no solo la familia sino también el amor. No hay sino relaciones de mutua conveniencia de placer entre unos y otros a través del sexo o relaciones de camaradería laboral o de clase. Al lado del determinismo genético, el cual está más enfocado al plano de lo físico, está el determinismo psicológico, que llama Huxley el método “hipnopedico”. La repetición constante y omnipresente, desde el momento mismo de la gestación hasta la muerte, de eslogans que indican modos de comportamiento y sobre todo que afirman a todo momento que se vive en el mejor de los mundos y que se es feliz, hace que cada uno mantenga presentes en todo tiempo esas ideas de bienestar y confort y modos de comportamientos adecuados en cada situación. Los mensajes hipnopédicos son formas de percepción semiconscientes, por fuera del límite de la conciencia. Pero en realidad, estas formas subliminales son los mecanismos claves de la publicidad o de la propaganda. Los mensajes repetidos una y otra vez, sin cesar, miles o millones de veces, sobre lo mismo, terminan por entrar en el cerebro de aquellos incluso que no hacen nada por percibirlos. En síntesis, pues, el método hipnopédico o de publicidad subliminal en el Mundo feliz está dirigido a vencer y subyugar todo tipo de razón crítica. Unido a los dos anteriores modos de condicionamiento y determinismo existe una droga llamada “soma” que es la encargada de remediar los trastornos o fallos que no resuelven ni el determinismo físico-genético ni el psicológico “hipnopédico”. Es decir, cuando unos de los miembros posee algún trastorno o alguna contrariedad o problema con sus semejantes, recurre al “soma”, una droga poderosa que alivia cualquier malestar e inmediatamente estimula un gran placer psicofísico. La ventaja que tiene esta droga es que es perfectamente legal y socialmente aceptada y no produce trastornos físicos o psíquicos graves. En este sentido es una droga ideal es decir utópica. Además es provista por el Estado mundial a todos los miembros de manera gratuita. Por otra parte además de placer, el “soma” suple la necesidad de trascendencia y funciona como remedio a la soledad propiciando una especie de comunión espiritual. Y es prioritariamente usada en grandes reuniones sociales, similares a los ritos y cultos religiosos del pasado, en donde se crean estados de exaltación, orgiásticos y de euforia colectivas. El manejo de este tipo de aspectos seudoreligiosos es estatal también y se realiza en grandes clubs. En realidad este sucedáneo de la religión elimina todo tipo de deseo de absoluto y de trascendencia y como afirma Huxley: “el “soma” tiene todas las ventajas del cristianismo y el alcohol y ninguna de sus desventajas.” En el plano del entretenimiento y del arte el condicionamiento psicológico está reforzado también por la única forma de arte que existe en esta sociedad feliz que es una especie de síntesis de todas las artes llamada “sensorama”. Un cine con proyecciones en tres dimensiones y está dirigido a estimular todos los sentidos del espectador: tanto a la vista, como al oído, pero también el olfato y el tácto a través de

unas esferas colocadas en las butacas. Eso sí, sólo se proyectan películas de muy poco contenido y cargadas de fuertes estímulos sensoriales y mucha acción, es decir sus argumentos son extremadamente banales y estimulantes desde el punto de vista emocional y sensitivo, nada que lleve a problematizar o a criticar el estado generalizado de felicidad o bienestar colectivos. En el terreno de la economía, si bien Huxley no profundiza mucho, si advierte que el consumismo es el pilar económico principal, pues este garantiza el placer en el terreno de los deseos materiales. El condicionamiento al consumo se refuerza con la repetición de eslóganes tan ridículos y evidentes como “terminar es mejor que remendar” o “más puntadas menos riqueza”, etc. es decir siempre que algo se dañe es necesario comprarlo nuevo y nunca pensar en repararlo; además el constante consumismo garantiza el pleno empleo universal. En síntesis, la religión, la filosofía y el arte tradicionales, son remplazados por una seudo religión perfectamente secular, laica y hedonista llamada “fordismo”, con sus altas dosis de “soma” y de grandes ritos orgiásticos; por una filosofía que está enfocada exclusivamente a la praxis y al bienestar o confort, una “filosofía” si es que así se le puede llamar, pragmática y cientifista, que sólo piensa en función de la administración y la consecución del control y el placer gracias a los adelantos científicos y técnicos. En cuanto al arte, este está remplazado por la publicidad en todas sus formas, incluidas las “hipnopédica” o aquellas de los espectáculos del “sensorama”. Finalmente, habría que agregar que cualquier vestigio de memoria histórica es suprimido. El dogma principal de la sociedad feliz de Huxley es que todo tiempo pasado fue peor, y que la sociedad actual es feliz porque ha abandonado todos los valores del pasado que eran, según ellos, las causas de la infelicidad de la humanidad. Ahora bien, falta señalar, que la metáfora y la crítica irónica y distópica de Huxley se logra mediante el contraste entre la sociedad o mundo feliz desarrollado y civilizado y las reservas, reductos o campos donde están concentrados los llamados “salvajes”. Este mundo de los “salvajes” llamado Malpais, por el contrario, es un mundo “infeliz” y atrasado, que mantiene las tradiciones del mundo “antes de Ford”, es decir, antes del advenimiento del Estado mundial. Allí, todo lo que no tiene sentido en la sociedad feliz lo tiene aquí: el dolor y el sacrificio, la religión trascendente en sentido tradicional, el arte, la literatura, etc. Es el caso, por ejemplo, de John “el salvaje” quien guarda clandestinamente, como el objeto más subversivo de todos, un ejemplar de las obras completas de Shakespeare. Esto es precisamente lo que permite a John referirse irónicamente al mundo civilizado como un mundo feliz repitiendo las palabras de Miranda en La Tempestad. Y en esto de un mundo feliz sin libros, hace que Huxley se anticipe a la distopía de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Pero sobre todo, en este mundo de los “salvajes”, todavía existen relaciones sexuales con sentido reproductivo y, por tanto, es una sociedad que fundamenta todavía el orden social en la familia y en el amor humano. Además poseen conflictos y guerra. Son atrasados en materia científica y económica. Son sucios y padecen enfermedades. III. Conclusiones El punto central de la distopía de Huxley, creo yo, es que, sin lugar a dudas, es preferible el mundo “infeliz” de la cultura tradicional de los salvajes, que ese mundo aséptico, hedonista y civilizado, pero neofascista y totalitario de los felices. Y esto por una razón muy simple: en el mundo atrasado de los salvajes todavía hay reductos de libertad, mientras que en el mundo feliz todos son felices pero

ninguno es libre. En el Mundo feliz no existe libertad porque todos están condicionados, controlados desde que nacen hasta que mueren. Existe un librito, un pequeño ensayo, publicado en 1576, escrito por un adolescente de tan sólo 18 años llamado Étienne de La Boétie, cuyo titulo sugestivo es: «Discurso sobre la servidumbre voluntaria». No sé si Huxley lo leyó o no, quizá sí, pero su planteamiento es profundamente parecido: el ser humano prefiere la seguridad a la libertad. O mejor, el hombre prefiere, voluntariamente, la esclavitud a la libertad, porque la esclavitud da seguridad y es placentero vivir una vida sin riesgos y en la cual están garantizadas las necesidades básicas. Un Mundo feliz es pues un texto libertario en el cual la libertad es el valor fundamental. Huxley nos muestra como existe ese terrible riesgo de que todos, o casi todos, lleguen a creer que lo más peligroso o antisocial es el hombre libre y que esta es la causa de la infelicidad. Estamos, entonces, ante el aspecto más aterrador de la distopía Huxleyriana. Es lo que yo llamaría un totalitarismo democrático. ¿Pero no es esto un oxímoron? ¿No es el sistema democrático lo contrario a los sistemas totalitarios? Pues precisamente ese es el punto aquí. Es posible una democracia totalitaria como la de Huxley, en la cual todos (o la mayoría) libremente aceptan, en un gran consenso democrático, ser esclavos. Lo que Huxley ve es que los valores filosófico políticos de la sociedad de su tiempo están encaminados a la supresión de la libertad, y lo más grave, con el consentimiento de todos, gobernantes y gobernados, es decir de manera democrática. El poder del viejo fascismo se sustentaba en el miedo a la violencia (terrorismo); el nuevo poder del Neofascismo se fundamenta en el miedo a la libertad, como dice el título de célebre libro de Eric Fromm. En conclusión, la felicidad para ese mundo es la renuncia a la libertad. Epilogo La distopia muestra que las más bellas y perfectas construcciones intelectuales y científicas, cuando son llevadas al plano de su realización concreta y real, terminan en terribles tragedias y en la construcción de totalitarismos absolutamente inhumanos. La distopia nos advierte, en último término, que el ser humano, a partir de los instrumentos mentales y de todas sus creaciones culturales, no puede lograr instaurar un orden que, en el plano de lo real, coincida con lo ideal. Al contrario, nos señala que el orden social ético y político, sólo puede alcanzar algún tipo de perfección y estabilidad, más o menos feliz, contando, respetando, aquellos aspectos de la realidad que son imponderables, imprevisibles, impensables, incontrolables, desconocidos, misteriosos, etc. La libertad es el principal de estos aspectos. La distopía advierte entonces la relatividad y la contingencia de la política y del poder humano. Nos muestra, de manera metafórica, la incapacidad e imposibilidad de que a través del orden y del poder políticos se alcance la felicidad plena. Por eso la distopía es una crítica al poder, concretamente una crítica al poder en su pretensión de erigirse como poder absoluto, que es lo que conocemos, en términos políticos como totalitarismo. La distopias es pues una crítica a los totalitarismos, sean estos de izquierda o de derecha. Nos advierte

sobre la ingenuidad de creer que si el poder se erige como poder absoluto así se puede alcanzar el ideal de la felicidad. La distopia es también, ya lo dije, una crítica a la fe en la ciencia, a la mitificación de aquello que precisamente no es posible mitificar: la verdad científica. La ciencia desmitifica y ese poder desmitificador no se puede, a su vez, mitificar. Sabemos que el ser humano es un ser que no se contenta con poco. Al hombre sólo lo satisface el absoluto, sólo ve su felicidad en la realización de sus sueños de manera plena. La tragedia humana radica en que este absoluto no se puede alcanzar a partir de las condiciones reales y concretas de que dispone. El hombre sólo dispone de medios relativos, él mismo es relativo y limitado y ve que ese absoluto que es su felicidad lo rebasa, lo supera y es inalcanzable a partir de sí mismo y de sus creaciones más poderosas. Sólo un poder absoluto puede darnos lo absoluto, pero el poder humano no lo es. Y si sólo lo absoluto puede dar el absoluto, sólo un medio también absoluto alcanza ese fin. El mensaje distópico, entonces, termina por ser de alguna manera un mensaje metafísico y teológico: sólo lo absoluto, es decir aquello que está más allá de nosotros y de este mundo puede darnos la perfección y la felicidad que es lo que verdaderamente desea el corazón inquieto del hombre. Las distopías nos recuerdan que la utopía solo tiene validez como utopía trascendental, y que cuando estas pretenden ser inmanentes en vez de Paraíso lo que tenemos es un Infierno.

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