La luna entre los pueblos celtibéricos
Descripción
LA LUNA
La luna, ese satélite blanco y brillante observable desde el principio de los tiempos, nos atrae y nos fascina quizá por su luz argéntea, por la belleza que resalta en el cielo nocturno, por lo impresionante que es contemplarla en todo su esplendor en las noches de luna llena, porque cuando mengua y cuando crece parece que sonríe de medio lado. Hoy y gracias a los adelantos científicos, comprendemos las fases que provocan sus aparentes cambios de forma, podemos observarla al detalle con un telescopio e incluso el ser humano ha llegado a caminar sobre su superficie, y aún no nos resistirmos a elevar la mirada para deleitarlos con su presencia en el cielo, especialmente cuando hay grandes eventos anunciados como la Gran Luna de agosto o los eclipses. Es muy fácil imaginar la fascinación y el misterio que la luna despertaría en los pueblos célticos de la Península Ibérica, y de ahí la importancia que llegó a alcanzar para estas gentes no sólo en el plano espiritual y religioso sino también en el económico. Lejos de ser ignorantes y supersticiosos como algunos maliciosos autores clásicos sugieren en sus textos, la arqueología nos ha demostrado que los pueblos celtibéricos lograron medir con sorprendente exactitud los movimientos de la luna, plasmándolo en la construcciones de importantes santuarios que funcionaron como auténticos observadores astronómicos. Como siempre, comenzaré enumerando las fuentes que atestiguan la importancia concedida a la luna por los celtas peninsulares. Las primeras son, como siempre, las literarias. Disponemos de la famosa cita de Estrabón (III, 4, 16) en la que menciona que los pueblos del norte hacen celebraciones en las noches de luna llena danzando en las puertas de sus casas en honor a un dios innominado del que hablaremos más tarde. Después, Apiano (Ib. 82) nos cuenta una anécdota durante las luchas en Pallantia, relatando cómo los vacceos no atacaron a los romanos ya que hubo un eclipse y lo interpretaron como la prohibición de una divinidad. Por último, Ptolomeo (II, 5, 3) menciona que la luna era venerada por los galaicos. La segunda fuente de la que disponemos es la cerámica numantina, repleta de símbolos astrales que han sido interpretados como varias imágenes del sol y de la luna, y también algunas monedas encontradas en las ciudades de Sekobirikes (Segóbriga) y Belikiom (Azuara, Zaragoza) respectivamente en las que se observan lunas crecientes. Como tales, no nos proporcionan información pero sí son muestras de la importancia del satélite como símbolo. La tercera fuente es la disciplina conocida como Arqueoastronomía, ciencia dedicada a estudiar los conocimientos astronómicos de los pueblos antiguos y que respecto a los pueblos celtibéricos ha resultado ser de gran utilidad, pues ante la escasez de testimonios escritos, es una herramienta más a usar que está proporcionando interesantes resultados. Sobre la implicación de la luna en la religión, contamos con la cita de Estrabón que he mencionado unas líneas más arriba y en las que habla de un dios innominado. Algunos
investigadores han propuesto algunas divinidades que podrían encajar con un dios lunar y hasta el momento han sido dos dioses los mencionados. La primera sería la diosa lusitana Ataecina, divinidad infernal pero también agrícola que habita en el Inframundo y que tiene un claro carácter nocturno. Se rindió culto a esta divinidad entre los lusitanos y los carpetanos, según los vestigios arqueológicos, pero se cree que pudo ser adorada en prácticamente toda la zona celta de la Península Ibérica; de ahí la propuesta de que sea ella a quien se dedicaban las danzas en las noches de luna llena. La segunda divinidad propuesta es Dis Pater, una figura que Julio César menciona entre los galos y que se puede asociar al Plutón romano o al Hades griego. Podría ser equiparado al Dagda irlandés y muchos autores creen que es este dios infernal al que se refiere Estrabón. Por último, una tercera corriente de autores proponen que la luna fuera adorada por sí misma, sin que fuera representación de una divinidad. Pero no sólo de religión vive el hombre. Tras la observación minuciosa del recorrido de la luna en algunos yacimientos como Ulaka, Segeda o Campo Lameiro, se ha podido establecer que los pueblos celtibéricos sabían cómo medir los movimientos astronómicos y no sólo de la luna sino también del sol y algunas de las estrellas más importantes, algo a lo que me dedicaré en futuras entradas del blog. Los ciclos lunares están marcados y señalizados mediante túmulos o estelas, como sucede en La Osera (Ávila) o en el horizonte de Ulaka y Castro Mesa de Miranda. Pero no sólo eso, sino que también están registrados los ciclos metónicos, esto es, ciclos de 19 años en los que la luna reinicia su posición en el cielo. Las Paradas de la luna durante los solsticios también aparecen señalizadas en algunos yacimientos vettones. Todas estas comprobaciones que se han venido haciendo durante los últimos años nos indican que, desde luego, existía personal especializado en la observación astronómica, quizá sacerdotes dedicados a los movimientos de los elementos del cielo. ¿Y por qué tanta minuciosidad en la observación y registro de los movimientos lunares? Los ciclos lunares se corresponden con el ciclo menstrual femenino, con el ciclo de gestación de los animales y también con los ciclos agrícolas. Es lógico que los celtas peninsulares observaban esta correspondencia entre el satélite nocturno y lo que ocurría a su alrededor, en un nivel más “mundano”, y que quisieran medir estos ciclos para prever su realidad. Midiendo los ciclos lunares, es decir, el tiempo, a fin de cuentas, podrían calcular, por ejemplo, los mejores momentos para sembrar y cosechar o saber cuándo llegaría el celo de sus animales domésticos. Esto ha hecho pensar a algunos investigadores que la medida de los ciclos lunares podría descender ya de la época neolítica. Por último, la importancia de la luna quizá también tenga su reflejo en la forma de contar los días por los celtas: desde el momento en que caía la noche y no cuando amanecía, tal como hacemos ahora. La importancia de la luna se alargó mucho en el tiempo y tenemos algunos testimonios como el que nos deja San Isidoro de Sevilla en sus Etimologías (XIX; 31, 7, año 627630), anunciando que las mujeres usaban amuletos en forma de luna para protegerse. En el Segundo Concilio de Braga (527), en su canon número 72, se alude también al culto a la luna existente entre la población. Hoy día, aún se encuentran supersticiones y dichos acerca de la luna, quizá como reminiscencia de aquel culto milenario practicado en nuestras tierras.
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