La lucha por el sentido de la vida, paradigma de la obra Mi vida de Antón Chejov

October 11, 2017 | Autor: Y. Salazar Mosquera | Categoría: El Sentido de la Vida, Antón Chejov
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Descripción

Yeison Salazar Mosquera
Literatura Contemporánea
Juan Fernando García
Noviembre de 2014

La lucha por el sentido de la vida, paradigma de la obra Mi vida de Antón Chejov
¿Qué fuerza es la que nos impide proclamar o confesar abiertamente aquello en que pensamos y creemos o sentimos de verdad?
El sentido de la vida es una búsqueda que experimenta cada ser humano dentro del desarrollo de su persona en medio de la realidad concreta que lo cobija. Es por lo tanto una tarea que exige en primer lugar una actitud de responsabilidad consigo mismo, pero a la vez acompañada de acciones 'concretas' que amplían el horizonte de la vida y dan lugar a la creación del mundo en el cual es posible ser aquello que anhela el interior. Por ello, si una vida humana 'se echa a perder', lo es a causa del temor; si el temor invade la capacidad creadora del hombre entonces éste terminará por encerrarse en el pequeño cosmos y dejará morir el anhelo de autenticidad que palpita con fuerza dentro de él.
En las circunstancias actuales hablar del hombre parece convertirse en una tarea fatigosa y curiosamente carente de sentido. La manera en que se va constituyendo cada individuo dentro del conjunto social, parece ser una carrera en la que no hay posibilidad de configurar la ruta o mejor aún de tomar un respiro para reorientarla. El destino del hombre ya no posee un horizonte claro, cada nuevo día se convierte en una nueva ruta que se traza y unos nuevos sueños que se anhelan alcanzar. La humanidad se ha enfrascado en esta nueva forma de vida en la que ha dejado de lado la construcción del mundo para dedicarse a ser mundo. El problema es que este mundo se encuentra 'diluido' y se mece como una ola gigante que arrastra consigo a todos los incautos, pero que no los lleva ni a una orilla o al centro; sino que simplemente los mantiene allí, impávidos, consumiendo absurdamente los días en la completa actividad de acciones inertes y desatinadas.
La obra literaria Mi Vida del escritor ruso Antón Chejov presenta un marco propicio para identificar a la humanidad actual, como un conjunto de vidas desperdiciadas en medio de vivencias carentes de sentido y con un limitado y frustrante horizonte de realización humana. El presente escrito pretende por tanto analizar los elementos que pueden sustentar que nuestra sociedad actual se encuentra sometida a un estilo de vida vacío de sentido, donde la esperanza de realización, los anhelos de hacer aquello que llene la existencia y en últimas de ver la vida con otra mirada, se cataloga radicalmente como locura y necedad.
La pregunta que prescribe el horizonte hacia el cual se ha de encaminar el presente análisis es: ¿Cuál es la relación existente entre la sociedad que presenta Antón Chejov en su obra Mi Vida, a partir del personaje Misail, con el concepto de vida vacía extraído de la obra La era del Vacío de Lipovetsky? A partir de esta cuestión surge la tesis que afirma: la sociedad presentada en la obra literaria Mi Vida de Antón Chejov es una clara representación de la vida carente de sentido en la cual la existencia es aburrida, sin una finalidad concreta y opaca; dentro de ella Misail (personaje central de la obra) constituye la personificación de la lucha por hacer de la vida una existencia con sentido.
Para el desarrollo del presente escrito se tendrá la siguiente estructura: el primer aspecto que se espera desarrollar es la situación en la que se encuentra inserto Misail, a la luz de la visión de la vida como carente de sentido; en segundo lugar se describirá la rebelión que hace Misail a la manera de vivir en aquel ambiente, mediante su modo de vida contrario a los esquemas sociales y tradicionales en los cuales se fundamentaba la vida de aquella sociedad. Finalmente se pretenderá exponer la propuesta de recobrar el sentido de la vida desde la categoría de responsabilidad y libertad.
La realidad: Los fundamentos de una rebelión
En la obra Mi vida del escritor y dramaturgo ruso Antón Chejov se hace posible una lectura de la sociedad actual desde la óptica del vacío, expuesto ampliamente por Lipovetsky en su obra La era del Vacío. El argumento que desarrolla Chejov en su obra se centra en la figura de un hombre (Misail) que vive sometido al juicio de su padre, quien a su vez se pasa la vida esforzándose por no perder su estatus social. De ello se sigue la experiencia que bien se podría llamar, liberadora, que hace Misail frente a la situación en la que se desarrolla su existencia.
A pesar del enfado de su padre, del tristeza de su hermana y la murmuración de los vecinos, opta por llevar una vida fuera de aquella que se le ha fijado por ser hijo de tan insigne hombre en la sociedad. Los anhelos del padre de educar a su hijo para ubicarlo en los altos puestos sociales, se ven derrumbados por una sorpresiva y problemática decisión de Misail, que no solo van a cambiar su vida sino también la de todos aquellos que lo rodean. El Statu Quo en el cual se ubica su padre, le refiere que la vida de la élite debe tenida en respeto por todos, por lo tanto su hijo con ideales contrarios a lo establecido socialmente, era no solo antípoda de la mentalidad y ritmo social, sino que se convertía en su contrario. Los actos del hijo causaban la disminución del rol social del padre, ese sin duda es el motivo central por el que la relación padre-hijo cae irremediablemente a una referencia entre sujetos extraños y ajenos el uno al otro.
Al comienzo de la obra aparece el padre instando a su hijo con estas palabras: «Ni un día más debes permanecer sin puesto en la sociedad». A primera vista parecen tener una lógica admirable, pero la situación que se presenta es otra. Lo que le preocupa al padre no es que su hijo encuentre un "lugar en la sociedad", sino que cumpla con el rol al cual pertenece circunstancialmente, lo que en otras palabras se puede comprender, hacer lo que es conforme a la norma social que se ha establecido. El padre, después de considerar que su hijo carece de algunos dones necesarios para la participación en las altas esferas, decide que se debe formar en el contexto donde se han levantado los grandes hombres de ley, es decir: en la oficina.
Podría considerarse que dicha ocupación no tendría por qué ser despreciada por Misail, pero lo que para muchos significaría estar ocupado, al tanto de informaciones complejas que van o vienen, de presentar reportes o llenar formularios, él lo veía desde otra perspectiva: «Mi obligación consistía en sentarme, escribir, escuchar observaciones estúpidas e insolentes y esperar a que me despidieran». Su gran anhelo era esforzarse, él no concebía desgastar su vida viendo cómo pasaban las horas y cómo se consumía su existencia; su crítica superaba la paciencia de su padre que en repetidas veces acentuaba su posición sostenido en la respetable tradición de la familia. Este hecho nos conduce a denotar la necesidad de autonomía que empezaba a surgir en Misail y a la vez, dilucidar la reacción que tendría el ambiente social de su padre, donde los mismos valores prevalecían.
El trabajo que se le exigía no era para él otra cosa que tedio, es posible leer en este apartado esos visos de inconformidad:
«Donde pasaba la mayor parte del día en completa ociosidad. Esto, me decían, era trabajo intelectual; pero lo cierto es que mi actividad en ellas, si así puede llamarse, no exigía talento, ni aptitudes especiales, ni esfuerzo cerebral, ni espíritu de iniciativa: actuaba maquinalmente. A mi juicio, la tal labor mental es, por todos conceptos, inferior a la manual o física, la desdeño no por considerarla sino como una forma de ociosidad infecunda y despreocupada, a la que es falso pretender justificar dándole en nombre de actividad, esfuerzo o trabajo»
Esta postura crítica acerca de la situación por la cual está pasando, entra en relación con lo que Lipovetsky señala de abnegación disciplinaria-voluntaria, la cual consiste en la incidencia exterior que erige ciertos parámetros comportamentales aunados con una aceptación desmesurada por parte de los individuos. Sin embargo esta concepción se ve quebrada en nuestro caso presente, dado que Misail no ejemplifica el individuo que asume sin cuestionamiento alguno la imposición de parámetros sociales; sino que por el contrario se presenta un tanto contrario a lo establecido y aboga por la autonomía en la construcción del sentido de la vida.
Misail va haciendo síntesis de su inconformidad al punto de afirmar que «Amaba mi ciudad natal, que me parecía tan hermosa y acogedora; amaba este verdor de sus árboles, el tañido de sus campanas, estos amaneceres tibios y plácidos. Pero me aburrían las gentes con quienes había de convivir, los sentía ajenos, extraños a mí, y en ocasiones llegaban hasta a repugnarme: no las comprendía, no las quería». De este punto es posible destacar la percepción que se ha venido mencionando hasta ahora, su sentimiento de inconformidad tenía unos referentes concretos, aquellas personas con quienes compartía su vida se convertían precisamente en aquello que no quería aceptar. Todo aquel que se le acercaba le representaba una evocación directa a asumir ese estilo de vida del cual quería liberarse.
En el apartado siguiente se hace más contundente que le ritmo de vida en aquella ciudad era fijado por leyes sociales inalienables que solo se correspondían con una absoluta ley del silencio:
«Únicamente a las jóvenes y mujeres solteras podía considerarse, por lo general, castas y de gran pureza moral: solían ser honestas, limpias de alma y de elevadas inclinaciones, creyendo ingenuamente, en su experiencia de la vida, que estas dádivas injustificables se hacían a sus familiares por sus cualidades personales. Al casarse, pronto envejecían, hundiéndose lentamente hasta morir en este mezquino ambiente de vulgaridad y corrupción»
Esto se comprende si se tiene en cuenta que la mayoría de hombres, incluido el padre de Chejov quien decía ser un hombre muy correcto, no cerraban su mano a las 'dádivas' que se ofrecían para garantizar beneficios presentes o provechos en un futuro. Misail refiere que «en la ciudad no conocía ningún hombre insobornable», que hasta los hombres de ley eran por decirlo de algún modo, los que desarrollaban el papel más importante a este respecto. Solo la mujer se podía liberar de aquella forma vulgar de vida que allí se llevaba, y curiosamente por el hecho de encontrarse aislada de la compleja vida social.
Con todo, la vida se presenta desajustada, «esto quiere decir que el marco en que vivo me continúa siendo extraño; no me reconozco en él, me aparezco a mí mismo como puesto allí». Todo el contexto de Misail le resulta raro e inaprensible, su presencia en medio de esa realidad en la que se haya, le reclama con ahínco la libertad; lo que realmente quiere es edificar un nuevo camino que le permita descubrir un sentido para sí y para todo lo que le rodea.
Hasta ahora se ha pretendido esbozar Grosso Modo el ambiente en el que se encontraba Misail, aunque es posible que surja el cuestionamiento sobre la asertividad o no del planteamiento inicial. A este respecto debo referir que, al elegir el concepto de vida vacía como elemento contundente para el propósito presente, se hizo en tanto que participa en cierto grado de la ineludible falta de sentido con la que se caracteriza Misail y el contexto donde se desarrolla su vida.
El vacío entendido desde Lipovetsky se acuña a la presente reflexión, como el estado de despreocupación por el hecho de la vida y más aún por la cuestión de la existencia de los personajes de la obra en cuestión. Si se concibe que Lipovetsky desarrolla la problemática de la individualización en la modernidad y la pretensión de este texto es precisamente rescatar el papel de la autonomía del individuo, se podría prever cierta contradicción; por ello es justo aclarar que no se busca una mala interpretación del propuesta de Lipovetsky; sino por el contrario, a partir del elemento que el concibe como «individualización limpia u operativa»y aunándola con la concepción del Hombre concreto de Gabriel Marcel, rescatar el papel del individuo capaz de sí, de aquel que se cuestiona y no cesa de reconstruirse a partir de una insistente tarea de búsqueda de sí y clarificación del sentido de su existencia. Se agrega a esto que, en la tarea de erigir un paradigma, si se me permite, de sentido de la vida; es posible descubrir el individuo libre que se haya implícito en la obra de Lipovetsky, pero a la vez presente (vital) en cuanto a existir como contraparte de aquella carrera ciega de individualización en la que corre actualmente nuestro mundo.
Con lo anterior se hacía una necesaria parada en el desarrollo de nuestro texto, buscando colocar unos parámetros necesarios para la exposición que se pretende desarrollar en el siguiente apartado.
La lucha: autonomía operativa
Desafortunadamente Lipovetsky no abunda en el desarrollo de la individualización limpia, pero considerando que el presente planteamiento va a conducirnos a una necesaria afirmación del individuo como ser autónomo, se tendrán que aducir algunos planteamientos personales o de otro autor (aunque pueda contraponerse a algún argumento de Lipovetsky), que argumenten esta concepción.
Misail el hombre cansado de esa manera adormilada de llevar su vida decide trasladar su pensamiento al hecho, deja de su puesto de trabajo en el telégrafo y se 'rebaja' a la simple labor de pintor. Su pensamiento siempre evocado a realizar algo productivo y ante todo en lo que encontrará el sentido de su vida mediante la toma de posesión autónoma de su mundo, lo llevó a situarse en el puesto de los más despreciables sujetos de aquella forma de sociedad. De inmediato las reacciones no se hicieron esperar, y sin lugar a dudas el primer sorprendido y a la vez defraudado fue su padre, aquel que soñaba con ver a su hijo en puesto de alta categoría o compartiendo con las altas esferas sociales o como mínimo que fuera como él, un arquitecto; tenía que ver la deshonra que le propinaba su hijo.
Su padre que acostumbraba reprocharlo valiéndose de argumentos un tanto rebuscados, para hacerle entrar en razón respecto a sus prístinas exposiciones sobre su desencanto de la vida: «Si viviese tu madre, tu conducta sería para ella fuente continua de profundas penas. En su prematura muerte veo la sabiduría de Dios. Sólo quiero que me digas, desgraciado […] ¿qué he de hacer contigo?», ahora notaba como todos sus argumentos para convencer a su hijo, rodaban por el suelo y con ellos también caía su dignidad. Desde ese momento no hubo otra ocasión en la que se dignara entablar una charla con su hijo, el dolor que sentía, no ciertamente por el hijo sino por la pérdida de estatus que los actos de su hijo le acarreaban, le condujeron a llevar una vida más parca que la de antes y si en su oficio de ingeniero carecía de creatividad, ahora sí que sus expresiones artísticas no eran más que réplicas de las réplicas que antes había 'inventado'. Su tristeza la compartía con su hija, quien desgraciadamente tardó mucho en asimilar el cambio de su hermano y en un primer momento, con bastante resignación, apoyaba el punto de vista de su padre frente a los 'aborrecibles' actos de Misail.
Por otro lado, «Amigos y conocidos se desconcertaban cuando se encontraban conmigo. Unos me miraban como a un ser raro que moviese a risa, a otros les inspiraba lástima y, según quienes, no sabían cómo tratarme, siendo difícil a todos comprenderme». La situación de Misail era cada vez más complicada de lo que supuso en un primer momento, paso de tener un lugar en muchas mesas y una mano tras muchas puertas, a no tener más que un lugar en medio de la calle, ser visto por todos (amigos y nuevos conocidos) como un hombre desajustado, perdido y haciendo un papel vergonzoso.
Los conocidos de su familia al encontrarse con él y observarlo con desprecio le hacían de inmediato el reproche lapidario: « ¡No eres tú, imbécil, quien nos da lástima! ¡Es a tu padre a quien se la tenemos!», dándole sin pensarlo más argumentos para que se afianzara en su decisión. Todo a su alrededor parecía configurarse con una aura opaca y absurda, que lo consumía terriblemente pero no con la furia necesaria para hacerlo desistir; siempre recababa nuevas fuerzas para emprender con empeño su nueva opción de vida, el lugar desde el cual podía sentirse útil, conforme consigo mismo y quizá, un poco diferente al resto de vulgares hombres que había conocido. Sin amigos, despreciado por la familia, burlado por extraños y conocidos, sin un lugar en el cual refugiarse y completamente desorientado; la decisión de Misail tornaba en convertirse absurda y terriblemente irracional. Pero lo que importaba era su libertad, esa sensación majestuosa de considerar que todo su obrar estaba sostenido por la recta conciencia que se lo dictaba. A pesar de las desdichas que encontraba en su nueva forma de vida, tenía las alas abiertas y un corazón palpitando dentro de su pecho, era un ave libre en medio del espacio, que necesitaba un árbol en donde asirse y un lugar para encontrarle sentido a su existencia.
Y aunque todo parecía evocarlo a considerar que su decisión era errada, dentro de sí se sentía reconfortado al reconocer que «lo más importante era que yo vivía a mis propias expensas y no representaba una carga para nadie». Al fin sentía que su espíritu se liberaba y que todo su acontecer estaba sostenido en el uso de su facultad para escoger el camino que mejor le pareciese. La nueva vida lo llevó a conocer otras maneras de ver la realidad, sentir en sus hombros el peso de todas sus acciones y omisiones, así como la apertura de nuevos espacios para el amor, la amistad, la comprensión y la autonomía. Ante él se abrieron anchurosos caminos para repensar su existencia y a la vez convertirse para otros en un referente de autoafirmación y salida de la mezquindad de la vida a la que estaban atados por fuertes lazos de tradiciones muertas.
Todas las expresiones de este hombre sorprenden, aquel que paso de ser un simplón oficinista a un loco arredrado, objeto de murmuraciones y de burlas; poco a poco se erguía como un hombre 'diferente' y extraño, una rareza digna de admirar y una locura capaz de tener algo de cordura. En la vida anterior ni había tenido la posibilidad de detenerse a contemplar la experiencia del amor, ni siquiera esa maravillosa experiencia podía entrar en la oscuridad en la que se hallaba, ahora, en su vida errante había conocido una mujer, que al igual que él, se sentía inconforme con esa objetable manera de existir. Junto a ella tuvo la oportunidad de emprender nuevos retos e implicarse mutuamente en un sueño, el cual no resultó como él lo esperaba; pero del que surgieron maravillosamente nuevos modos de ver y comprender la vida.
El mundo en el cual «el individuo es portador de determinadas energías misteriosas, cósmicas o espirituales, cuya trascendencia siente él mismo oscuramente», ha surgido para Misail conduciéndolo hacia la toma de opciones que lo implican radicalmente. A la vez este mismo mundo se contrapone a «un mundo socializado, acaso haría falta decir urbanizado, en que el sentido de lo original está cada vez más obliterado, en que el acento está puesto, por el contrario, cada vez más fuertemente sobre la función [del individuo] a llenar una determinada economía a la vez abstracta y tiránica». Las nuevas opciones de vida le han hecho reconstruirse como un individuo capaz de irradiar vida, sin embargo para muchos, sus actos no dejaran de ser absurdos e irracionales, en él no verán más que a un loco que fantasea con hacer del mundo algo diferente. Pero el viaje que ha emprendido no cesará porque se ha hecho claro, el horizonte que antes aparecía cubierto de espesos nubarrones se deja entrever en tenues rayos que atraviesan la oscuridad, para venir a dar aliento al forjador de sueños y constructor de caminos de renovación humana. Misail es el individuo que al encontrarse a sí mismo a descubierto la riqueza humana que está a su alrededor, ha podido ver mundos fascinantes y ha descubierto que la vida se llena de sentido cuando se la asume con responsabilidad en el ejercicio de una libertad chocante, pero al fin de cuentas libre.
El paradigma: asumir novedosamente la vida
Lipovetsky afirma que vivimos una segunda revolución individualista, en que se hace énfasis al mundo particular, donde las identidades sociales sufren erosión y las ideologías e ideales comunes se pierden en medio de multiformes y siempre cambiantes personalidades. Considerando que estas precisiones se hacen en virtud de la desestabilización de una forma de sociabilidad armónica, se concibe entonces el límite odioso al que pueden llegar las individualizaciones.
Por eso es menester recordar que si el individuo en la figura de Misail surge aquí como paradigma de libertad, lo es en tanto se presenta ante el mundo con una novedosa manera de vincularse a él. En este sentido nunca pierde su vitalidad dentro de la sociedad, porque comprende al estilo de Marcel que «cuando digo: yo existo, indiscutiblemente reconozco algo más, reconozco oscuramente el hecho de que no soy solamente para mí, sino que me manifiesto». El papel operativo de su actuar reside precisamente en propender hacia la causa común en virtud de la novedad de principios de vida. No busca la individualización arrogante y en suma lasciva que solo pretende derrocar normativas en virtud de su abuso, pero ocultando que vendrá a imponer otras que quizá sean más descartables que las abolidas por ella misma.
La figura a rescatar, perdónese ser tan insistente, es la del individuo, aquel que no se arredra ante las situaciones naturales de la vida, sino que al contrario se vale de ellas para resurgir valientemente e imponerse como luz vital y constructora de nuevos horizontes de realización. Un individuo que se valora pero no llega a figurar a narciso, pues en las palabras de Lipovetsky:
«El narcisismo es indisociable de esa tendencia histórica a la transferencia emocional: igualación-declinación de las jerarquías supremas, hipertrofia del ego, todo eso por descontado puede ser más o menos pronunciado según las circunstancias pero, a la larga, el movimiento parece del todo irreversible porque corona el objetivo secular de las sociedades democráticas. Poderes cada vez más penetrantes, benévolos, invisibles, individuos cada vez más atentos a ellos mismos, «débiles», dicho de otro modo: lábiles y sin convicción»
De ello sin duda no resulta sino el empobrecimiento del individuo y del conjunto social. El hombre capaz de blandir su espada para restablecer su armonía y recobrar el sentido, es más honorable en cuanto se obstina en evocar una renovación de todos sus semejantes. Sabe que no camina en soledad y por lo tanto instaura nuevos senderos 'para la humanidad', pues la asume como constructo real de individuos reales y niega tareas que lo satisfagan solamente a él. Al recordar el papel de Misail, se objetará que su empresa consolidad la hizo en solitario, a partir de lo cual se contradice la anterior afirmación.
Baste para esclarecer esta ambigüedad, que si bien el proyecto se inicia en función de la sociedad, el impulso creativo de renovación no surge de la concatenación de individuos, ese proceso de unificación vendrá luego cuando el novedoso proyecto haya fundado unas líneas claramente renovadoras y justificables en cuanto bien que se puede acoger para todos; pero en el momento naciente la tarea recae en uno solo, aquel Misail inconforme que expresa con su voz el Hastío que otros han sentido pero no se atreven a expresar por estar afincados en proyectos de seguridad temporal pero carentes de toda trascendencia, cosa de la cual se han olvidado ya.
Por otro lado ante la afirmación de Lipovetsky que el individuo posmoderno busca la manera de extraerse de la realidad, se ha de contraponer la figura radicada en el mundo concreto y existente que expresa Misail. Su renovado mundo lo ha conducido a entablar una relación vital con aquello, antes, inexistente y desconocido para él. Salir de su casa lo ha obligado a ver el mundo con nuevos ojos: valorar la vida de los campesinos víctimas de la injusticia y el olvido, reconocer la particular forma de existencia que han asumido los hombres del extrarradio y afianzar la incomprensión de la vida de aquellos que se ubican en la parte más elevada del escalafón social. Su nuevo ser en el mundo es la apertura hacia una aprehensión más justa de todo lo que antes lo rodeaba y de lo cual no tenía oportunidad de distinguir en la espesura de los tiempos pasados.
Otro prospecto con el que Lipovetsky identifica al individuo de la sociedad actual, tiene que ver con la necesidad expresa de experimentar nuevas cosas, vibrar, volar y sentir más. La antípoda que plantea Misail reside no en negar la realización de nuevas cosas, sino en darles el sentido justo a cada una. La vida vacía promueve la intensidad de acciones, sin detenerse a plantear la justificación que cada una de ellas posee, sencillamente porque no le interesa, se satisface con la transitoriedad del tiempo y dentro de él, de todo cuanto realiza el hombre. Desde esta perspectiva sentir algo se justifica a sí mismo, pues su concepción radica en un individuo escindido, desalojado de su ser concreto y embotado en un sin número de experiencias sueltas y sin fondo vital. Pero la concreción del hombre nos ha de llevar a verle desde su integralidad, dejando de lado la individualización que promueve el efecto en cuanto efecto, para darle paso al sentido de cada cosa como constructor de sentido para el individuo y el mundo del que hace parte.
Finalmente reste solo decir que la pretensión quizá un poco ambigua pero sin duda propositiva del presente texto, ha de permitirnos reconsiderar que la presencia en medio de este mundo nos exige un poco de actitud renovadora, para saber identificar el momento justo donde el individuo surge para reemprender el camino humano bajo las insignias de la libertad, la humanidad renovada, la responsabilidad, el sentido y la pertenencia real al mundo.
Es urgente reconocer que «el hombre no es en el universo un átomo que forme parte de un mecanismo indiferente, sino un miembro viviente de una jerarquía orgánica; pertenece orgánicamente a conjuntos reales», por eso el camino que escojamos libremente debe ser pensado en función de la construcción de toda la humanidad y de todo la creación, al fin de cuentas «nuestra libertad está implicada en el reconocimiento de nuestra participación en el universo».
Como Misail debemos asumir la pregunta acerca de lo que somos y de lo que estamos haciendo con nuestra vida, reconociendo que «un ser que conserve la más mínima conciencia de su valor, continúa siendo capaz de reacciones, sino peligrosas por lo menos molestas», y por ello es necesario no dejar de pensar, no cesar en la búsqueda del sentido que le damos a nuestro momento de vida en la tierra. En nosotros se conserva indudable la esperanza de que lo bueno para el hombre, se haya en la valentía de asumir novedosamente la vida.
Bibliografía
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Marcel 1955, Gabriel. Los hombres contra lo humano. Buenos Aires: Librería Hachette, 1955.
Marcel 1959, Gabriel. Filosofía Concreta. Madrid: Ediciones Castilla, 1959.






Salazar " 1

2



Antón Chejov, Mi vida… 219
Desde la concepción de Bauman.
Antón Chejov, Mi vida: Novelas cortas, Especial (Barcelona: Bruguera, 1975) 100-231
Gilles Lipovetsky, La era del Vacío: Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Traducción de Joan Vinyoli y Michèle Pendanx (Barcelona: Anagrama 1986)
Antón Chejov, Mi Vida: Novelas cortas, Especial (Barcelona: Bruguera 1975) 101
Ibíd., 100
Ibíd., 105
Ibíd., 117
Antón Chejov, Mi Vida… 120
Ibíd.,
Gabriel Marcel, Filosofía Concreta, Traducción de Alberto Gil Novales (Madrid: Ediciones Castilla 1959) 105
Gilles Lipovetsky, La era del… 8
Digo implícito queriendo decir oculto, pero no hago uso del segundo término pues podría presentar cierta ambigüedad. Con esto se pretende indicar que para desarrollar el argumento en contra de la individualización, es necesario considerar que exista su contraparte, es decir, el individuo que se sabe partícipe de la sociedad. Considero que únicamente en la formación vital del individuo libre y concreto, es posible erigir el ideal de comunidad o sociedad organizada.
Antón Chejov, Mi vida… 101
Ibíd., 136
Ibídem.
Ibíd., 140
Ibíd., 135
Gabriel Marcel, Filosofía Concreta… 111
Ibídem.
Gilles Lipovetsky, La Era del…5
Óp. Cit. 26
Gilles Lipovetsky, La Era del… 13
Cfr. Ibíd., 23
Cfr. Ibídem.
Nicolás Berdiaev, Una Nueva Edad Media, Trad. Ramón Alcalde (Buenos Aires: Edición Carlos Lohlé, 1979) 87
Gabriel Marcel, La Filosofía Concreta… 34
Gabriel Marcel, Los hombres contra lo humano. (Buenos Aires: Librería Hachette 1955) 41



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